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ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN
6. INDICACIÓN BIBLIOGRÁFICA
1. INTRODUCCIÓN
Hemos elegido la propuesta número 2 para nuestro trabajo. El hecho de que se nos pida una
correlación entre dos autores restringe –como cabía esperar y no puede ser de otro modo- el
tratamiento del campo temático que los relaciona, la identidad personal. Susceptible éste, como
muchos otros, de muy diversos cuestionamientos y desarrollos, entendemos que hay dos razones que
explican esta restricción. Una, de carácter general, tiene que ver con la temática teórica del curso, la
relación –semejanza y diferencia- entre el discurso filosófico y el discurso literario. Ella estriba en el
hecho de que el discurso filosófico, en la medida en que, por su propia naturaleza, procede por
abstracción, se presta a una mayor precisión, precisamente la del análisis que distingue lo que en la
realidad no está separado, a efectos de advertir o suponer explicativamente la trama interna de las
cosas y sucesos. Quizá podría decirse, así, utilizando los sencillos y eficaces términos cartesianos,
que es una propiedad del discurso filosófico la de proporcionar mayor distinción en el tratamiento de
los temas, mientras que acaso el discurso o tratamiento literario –desde luego, al menos, el género
narrativo- gane la partida en cuanto a claridad intuitiva, en cuanto es un cometido o propiedad suya
la de acertar a acercarnos la realidad misma (concreta: completa, compleja), bien que con el
conveniente enfoque que procura su arte. De esto se sigue, pues, que la consideración filosófica es
ya, de suyo, selectiva, precisiva. En cambio, aunque un literato no deje de estar condicionado o
literaria, ésta siempre es de suyo más generosa y fecunda en sugerencias y posibles interpelaciones,
incluso más allá de la conciencia o la voluntad de su autor. Ello es así por ser la misma realidad
concreta la que en ella asoma, susceptible de provocar todas las sugestiones y recibir todas las
Raros son los filósofos que nos ofrezcan, por lo demás, un estudio exhaustivo de cada tema,
que sume unos análisis y perspectivas a otros con afán o potencia totalista y enciclopédica, o que al
entorno epocal o su idiosincrasia personal los entrega, siendo sólo la herencia histórica lo que, más
allá del “genio” personal, acopia como en un delta la variedad de los aspectos y dimensiones de las
cosas. En todo caso, es obvio –aunque no trivial- que Locke no es Hegel, de modo que lo que nos
dice sobre la identidad orilla un buen número de cuestiones que podemos vislumbrar leyendo a
Kafka. En esto consiste precisamente la segunda razón, más concreta, de la de/limitación insinuada.
De acuerdo con ello, nos parece el proceder más claro, teniendo en cuenta, además, la brevedad de
la extensión de un trabajo como éste, empezar por resumir la doctrina o tesis teórica del filosófo
Locke para pasar luego a exponer un resumen de la narración de Kafka en el que habremos de
advertir ya, indiferiblemente, las connotaciones lockeanas. Tal como se nos pide, subrayaremos, al
paso, los pasajes que nos han resultado especialmente relevantes para este cotejo, pero, en todo caso,
hemos preferido una visión de conjunto a practicar una forzada selección. De todos modos, los
textos, ambos, son tan cortos como breves 1. En tercer lugar, nos referiremos, siquiera sea
Kafka, aunque sobrepasen el tratamiento teórico de Locke. Por último, responderemos, a la vista de
1
Aludo al comentario que hace Kant, citando a Terrasson (en KrV, A xix; ed. Ribas, pg. 13), de que la lectura de algunos libros no sería
tan larga si éstos no hubieran pretendido ser tan cortos. Estos dos textos, pues, no sólo son cortos, sino sencillos o claros.
2
este cotejo, a la cuestión que se nos plantea acerca de qué pueden ofrecerse mutuamente filosofía y
literatura. Hemos optado por meditar las fuentes sugeridas y efectuar un trabajo reflexivo personal
antes que dedicar el limitado tiempo y recursos a integrar la bibliografía complementaria con el rigor
que se requeriría. De acuerdo con ello, hemos estudiado con cierto detenimiento la obra de Locke,
acudiendo a su edición crítica original en inglés. Remitimos, pues, a nuestro propio texto, ante todo,
antes que a la sugerencia de reseñas de la bibliografía especializada, como medio de dar cuenta de
los objetivos y criterios de evaluación que se pedían, cuales pueden sintetizarse en pertinencia, rigor
medido por el volumen de información que hace entrar en juego”. Por fin, hemos de decir que el
título del trabajo se corresponde con una sugerencia cuyo desarrollo o exposición han resultado ser
más ambiciosos de lo que corresponde a este ejercicio; e incluso podría juzgarse impertinente. De
significativo (onto/lógico) de las “ideas” (en el peculiar sentido cartesiano, como se sabe, que llama
así a todos los contenidos de conciencia), en general, y, en particular, el de las que llama “ideas
esquema de Locke, una idea “de relación”. Sin embargo, más allá de esta evidencia lógica que no se
Locke cuando le dedica un capítulo, el II,xxvii, de su Ensayo sobre el entendimiento humano. Locke
distingue distintos tipos de identidad según a qué se aplique el término, más allá de la acepción
3
puramente lógica de la misma. Ante todo lo aplica a “las sustancias”, esto es, los seres reales 2. Así,
distingue tres tipos de identidad, los correspondientes a los tres tipos de sustancia que –
“partículas de materia” o sustancias materiales o corporales (pr. 2). La primera no plantea duda ni
dificultad teórica, dada la ubicuidad e inalterabilidad que se atribuyen a Dios (más propiamente
completo –o infinito- que complejo, podríamos glosar). Las que sí las plantean son las sustancias
finitas, en cualquier caso materiales –sea lo que fuera de las sustancias pensantes en tanto que
presuntamente independientes de las corporales-, precisamente por ser complejas –podría decirse
con Locke, aunque él lo presuponga y no lo explicite así en este capítulo-. En rigor, el problema de
individuales o unitarios a los seres, cuando son, como ya se ha encargado de hacer notar Locke en
los análisis previos de su obra, complejos. En efecto, “lo mismo vale para cada partícula de materia”
que para Dios: su identidad no ofrece duda porque no hay, en su caso, término de comparación: su
sus cualidades primarias (figura, magnitud, peso, posición,...) consideramos que se trata de otra
partícula. O, por verlo más claro, una “partícula” es aquí concebida como lo que en otros lugares de
la misma obra y capítulo llama Locke, siguiendo el tenor de la época, “átomo”, tan irreductible
como inmutable. Son las “sustancias”, propiamente, los seres compuestos –de partículas materiales,
cuando menos- de los que se predica el cambio y de los que, por tanto, se plantea el problema de la
espacio-temporalmente localizada en el caso de las partículas materiales o átomos (pr. 3). En el caso
de los seres vivos, sin embargo, se trate de vegetales o animales, “depende de otra cosa”, a saber, de la
participación en la misma vida, es decir, la misma estructura y proceso orgánico por el cobran
2
“Las ideas de sustancias son aquellas combinaciones de ideas simples que se supone representan distintas cosas particulares que
subsisten por sí mismas...” Ensayo, II,xii,6.
4
existencia y función. No es ya la autoidentidad de las partes, sino “la organización de las partes” (pr.
4). Esto mismo se aplica, dice Locke de modo sólo en principio sorprendente, al “hombre”, pero sólo
porque –o en la medida en que- por tal idea y con tal nombre se entiende una forma corporal animada,
un mismo “cuerpo vivo organizado” (pr. 8). Es cuestión de convención y estipulación semántica. Pero,
en cualquier caso, dice Locke, “No es, por lo tanto, la unidad de la substancia lo que comprende toda
clase de identidad”, sino que “es preciso considerar qué idea está significada por la palabra a la cual se
aplica; porque una cosa es ser la misma substancia, otra cosa es ser el mismo hombre y otra cosa es ser
la misma persona” (pr. 7). Por su parte, la identidad personal estriba en ser “una misma cosa
pensante”, lo que es posible y consiste en “su tener conciencia” –como “acto reflejo de percepción”:
pr. 13-, algo efectivamente esencial y definitorio, “ya que es imposible que alguien perciba sin percibir
que percibe” (pr. 9). Esto mismo, el ser persona, es lo que llamamos el “sí mismo” (self); esto es: la
“identidad personal, es decir, la mismidad [sameness] de un ser racional” (pr. 9). Aquí quiebra, pues,
aunque Locke mismo no repare en ello, el criterio genérico ofrecido por él como “principium
refiriéndose a los “espíritus finitos”), puesto que, como a continuación reiterará, la conciencia puede
misma.
Esto señalado, la dificultad peculiar de la identidad personal asoma inmediatamente: “lo que
parece suscitar la dificultad es esto: que ese tener conciencia se ve constantemente interrumpido por el
olvido” (pr. 10). Sin embargo, tal observación sirve a Locke precisamente para reforzar la única
noción inteligible que acaba de definir sobre la identidad personal: alguien “será el mismo sí mismo [la
misma persona] hasta donde la misma conciencia alcance respecto a las acciones pasadas o venideras”
(pr. 10). No importa, pues, qué “cosa” o “sustancia”3 sea la que piense en nosotros, a efectos de lo que
3
En el capítulo II,xxiii, dedicado extensamente a la noción de sustancia, Locke relativiza el dogmatismo metafísico cartesiano que le
sirve, obviamente, de punto de referencia al dejar planteada como una cuestión la de si es la materia la que piensa en nosotros o si
será otro tipo de “sustancia” la que llamamos “pensante” o espíritu finito. Al planteamiento empirista de Locke basta la definición
operacional de las sustancias “pensantes” (no obstante funde aún otras en consideraciones, teológicas, la distinción de la sustancia
5
llamamos persona: “nuestro sí mismo pensante y consciente” (pr. 11). Por ello nos encontramos con
esta posición paradójica –no, pues, contradictoria- al respecto de la hipótesis sobre la “transmigración”
(pr. 6) o la “doctrina de la preexistencia” (pr. 14): ha de negarse, según Locke, en la medida en que
quiera predicarse del mismo “hombre”, ya que, por definición, “hombre” es un cuerpo viviente y
medida en que, según los mismos que la sostienen (Locke se refiere a “platónicos y pitagóricos”), el
presuntamente mismo “ser inmaterial” o “alma” que se reencarna no guarda memoria de sus anteriores
identidades, no podría ser la misma “persona” (es decir, podría ser varias personas), dada la antedicha
definición de “persona” que se relaciona esencialmente con la conciencia o/y la memoria 5. Sin
embargo, de acuerdo con las mismas premisas, Locke concluye que podría afirmarse ser la misma
persona que otro hombre anterior, siempre que la memoria lo atestiguara, con lo que el hecho de la
reencarnación quedaría establecido sólo con la conciencia de ello, al menos ante sí mismo: para quien
así lo “recordara” o creyera recordar (que, para el caso, constituye lo mismo). Aunque, a la vista de la
doctrina lockeana, mejor habría que decir, simplemente, “siempre que la memoria lo afirmara”, ya que
exterior o diferente que la acredite. Mejor dicho todavía, el sentido de la tesis de Locke implica que
hablar de “memoria” constituye en rigor un exceso o abuso semántico, ya que ella no enlaza un yo con
otro yo o el yo en otro momento, sino unos estados o afecciones con otros, a cuya conexión o unidad
material y la pensante). Pero, como merece la pena notar, el empirismo de Locke en modo alguno es, a su vez, dogmático (tampoco lo
fue el de Hume; sí el de sus epígonos del neopositivismo), sino que está críticamente abierto al misterio de la existencia. En el
parágrafo 27, en efecto, reconoce la “ignorancia en la que estamos acerca de la naturaleza de esa cosa pensante que está dentro de
nosotros y que contemplamos como nuestro sí mismo” como la causa de que pueda y haya que formular suposiciones quizá absurdas
–como la de la reencarnación- sin que, empero, pueda detectarse en ello ningún absurdo especulativo. Naturalmente, sin embargo, se
refiere al problema de la sustancia inmaterial, no tanto –aunque es difícil separarlos- al de la definición de “persona”, que se resuelve
analíticamente.
4
Aunque “bien sé –dice Locke en el pr. 15- que en el modo común de hablar, la misma persona y el mismo hombre significan la
misma cosa”.
5
Naturalmente, podría pensarse qué significado puede tener para una persona hablar de la misma alma o ser inmaterial si puede
adoptar varias personalidades. Ninguno más que el afirmar o negar la identidad de sustancias, cuerpos o partículas materiales como
soporte de la sustancia pensante. Sería una circunstancia ajena a la conciencia, como cifra de la identidad personal o sí mismo. No
obstante, en la doctrina de la reencarnación subyace una tesis moral, de atribución de responsabilidad para las propias acciones hasta
un extremo realmente extra/ordinario. Locke se refiere, naturalmente, a ello en lo que sigue, subrayando el carácter “forense” de la
noción de “persona”.
6
llamamos “yo” o “yo mismo” (pr. 16)6. La memoria, pues, no es un recurso, sino que no consiste en
otra cosa que en la conciencia en tanto que refiere a un pasado. Así que, en la medida en que así me lo
dictara la consciencia, podría considerarme la misma persona que fuera el hombre Noé (el del diluvio),
inmaterial” (pr. 16). La personalidad consiste en una “imputación”, en una “atribución” por la que me
“reconozco” el mismo sí mismo; es la conciencia misma de lo que sea (pr. 17)7. En este sentido, por
cierto, cabría glosar la concepción lockeana de la identidad personal como consistente en un relato,
relación o conexión entre unas y otras vivencias o estados de conciencia, esto es: en una narración,
como remedo de la unidad sustancial o subjetual. Por lo que puede decirse que la identidad lockeana
es una identidad narrativa, tal como diversos planteamientos filosóficos contemporáneos (Ricoeur,
Gadamer, Vattimo, Derrida, etc.) subrayan: un punto de convergencia esencial, pues, entre filosofía y
literatura, acorde con el género literario característico de la modernidad: la novela, así como la
autobiografía.
Esta elucidación lleva aún a Locke a establecer dos tesis más, conexas, acerca de la personalidad
o identidad personal. Una de ellas es la que afirma que la misma es un concepto en el que “están
fundados el derecho y la justicia” (pr. 18), es decir, es “un término forense que imputa las acciones y
su mérito” (pr. 26), y es de notar que “las leyes humanas no castigan al loco” (pg. 20), esto es, al
hombre que manifiesta dos personalidades porque su conciencia no enlaza la una con la otra: “el
22). La otra, más relevante aún, es la apreciación crucial de que lo que caracteriza o define al “sí
mismo” es la preocupación por “la felicidad o la desgracia” (pr. 17 ): “Todo lo cual está fundado en un
6
El término “yo” aparece en el parágrafo 20, del mismo modo que el de “personalidad” aparecerá en el 22. En cuanto al “yo”, Locke
repara en su equivocidad, siguiendo el mismo tenor analítico que caracteriza a la tradición filosófica anglosajona, ya que puede
aplicarse tanto al mismo “hombre” como a la misma “persona”. Por eso dice en el parágrafo 28: “La dificultad u obscuridad que ha
habido en este asunto procede más bien del mal uso de los nombres que no de la obscuridad en las cosas mismas”.
7
Los tiempos modernos posibilitan ilustrar esta tesis con otras hipótesis semejantes a la de la “transmigración”: la que aparece, por
ejemplo, en la película Blade Runner acerca de la posibilidad de cambiar la identidad alterando el “chip” de la memoria de un sujeto.
7
curarse por [concern] la felicidad, el concomitante inevitable del tener conciencia [of consciousness]”
( pr. 26).
cartesiano que cree resolver el problema por el expediente metafísico de fundarla en una presunta
misteriosa unidad o subjetualidad), subraya que la única consistencia de la misma que puede
continuum/discontinuum de memoria (una unidad discreta, en el doble sentido de esta palabra), hasta
donde efectivamente alcance. Pero, por otra parte, el núcleo de esta conciencia se percibe desde un
punto de vista más bien práctico que teórico: es el de la preocupación por la felicidad o la desdicha.
Así, podríamos decir, glosando a Locke, que la conciencia personal radica en el hacerse cargo de
cualesquiera contenidos de conciencia como propios. Por ello no puede dejar de advertirse la afinidad
de este análisis con el de un Heidegger (que hace de la “cura” o el cuidado –la Sorge- la esencia del
existente humano), es decir, con una filosofía práctica, existencial, que encontraremos insinuada en
Kafka, mientras que es Husserl el autor contemporáneo (el “primero”, al menos) en quien la línea de
misma expresión inicial que hemos entrecomillado puede advertirse la paradoja de la “identidad” y
la conciencia y asunción que de dicha paradoja exhibe F. Kafka. Porque, efectivamente, la expresión
8
“Reconciliar” y “apropiarse” son los términos que utiliza Locke en el pr. 26: “Así, toda acción pasada que no pueda reconciliar o
apropiar por la conciencia a este presente sí mismo, no puede ser más motivo de su preocupación que pudiera serlo si esas acciones
nunca se hubieran realizado...”.
8
contradicción. En realidad, más acá de Kafka, la misma palabra “conversión” delata lo que vamos a
referir, aunque el relato kafkiano se compadece con ello con naturalidad (incluso sin la esperable
extrañeza ante tamaña metamorfosis; lo que de seguro es un mensaje, un metamensaje crucial del
relato). Tal paradoja no es otra que la de la peculiar mismidad por la que unificamos lo diferente en
unidades complejas9 y, más específica y propiamente para nuestro caso, nos consideramos
individuos, entidades subjetivas, pese a la diversidad de nuestros estados y aspectos. Ello queda
“¿Qué me ha sucedido?” (Subrayado nuestro.) Se trata, es notorio, del primer problema que da que
pensar al pensamiento occidental: el de la unidad de lo uno y lo múltiple 10, no menos postulada que
inaparente, sólo que aplicada al sujeto humano. Es, en realidad, la problemática ontológica
concebida esencialmente como hypokeimenon (subiectum) del que se predican las restantes
categorías, como aquello a que ocurren los por ello llamados accidentes y que constituye su eje
trataría de esa ousía proté o materia prima (pura potencialidad) que rebasa el nivel del discurso o la
predicación (es literalmente inefable de suyo); y, considerado relativamente a los individuos de que
hablamos y que señalamos, no consiste en entidad característica alguna, sino, más bien, en una
estructura dinámica (la morphé como soporte de un eidós o función) 11. De este modo, el cambio,
más que el mero movimiento, y no digamos el cambio radical o sustancial –la metamorfosis-, se
9
Tal es, casi a la letra, el informe o interpretación que ofrece precisamente Locke de la noción de sustancia en el capítulo xxiii del
Libro II de su Ensayo sobre el entendimiento humano, cuando hace notar que las de sustancias son ideas “complejas” –como
combinación de recurrentes asociaciones de caracteres o rasgos regularmente observados juntos-, bien que unidas por la noción de
“sustancia pura en general” –dice en el pr. 2-, que no viene a ser sino la expresión de ese postulado de unidad y conexión entre las
diferentes ideas simples componentes de las clases de sustancias.
10
El que, al decir de Heidegger –y con mucha razón-, puede considerarse problema metafísico más radical (“¿por qué hay ente y no
nada?”) no parece haber sido pensado de hecho, en el orden histórico, sino después de aquél que hemos llamado primero.
11
Para una precisa, clarificadora y coherente exposición de la doctrina aristotélica resulta sumamente útil la Introducción de Tomás
Calvo Martínez a su traducción del Acerca del alma aristotélico, en la editorial Gredos. Merece notarse, por lo demás, que, tal como
asimismo resulta del informe o concepción del propio Locke que hemos resumido en el anterior apartado, en el propio Aristóteles
encontramos esa crítica y conveniente concepción relacional de la unidad sustancial en que cifra Cassirer el progreso de la
epistemología moderna (ver siguiente nota 13). Cabría decir que se debe quizá al propio Descartes, al plantear el que Cassirer llama
“problema del puente” entre la conciencia y el mundo exterior como realidad contradictoriamente independiente de la conciencia, el
alejamiento de la concepción relacional de la identidad sustancial.
9
muestra como ese enigma o acertijo que la realidad plantea a la explicación racional y a cuyo
desciframiento se ordena la propia trama conceptual de la filosofía aristotélica como una respuesta
o/y el sujeto. Descartes la reafirma de modo ambivalente: si por una parte descubre en la
autoconciencia una nueva forma de ser que supondrá su contribución más perdurable de cara a la
comprensión de la subjetividad (la consciencia como suelo y fundamento autorreferencial del ser –al
menos del modo de ser del sujeto del conocimiento-, frente a la concepción ingenua de éste como
“en sí”, “absoluto” o “independiente de la conciencia”), por otra le aplica aún incongruente y
híbrido que suscitará la crítica empirista y la reacuñación “trascendental” kantiana en que ésta
redunda12. Al decir de E. Cassirer, esta reinterpretación se perfila como un giro hacia la prevalencia
de la categoría de relación13.
positivamente-, como ya anticipara el propio Locke, de que, en lo que respecta al sujeto humano, es
“ideas” o datos- la única consistencia posible siquiera, el único significado y el único fundamento
para hablar de identidad personal. Y si la noción de sustancia establece la identidad de los seres
personal, aunque en todo caso se trate, de acuerdo con el título del capítulo del Ensayo, de una
12
Esta caracterización crítica de la ontología cartesiana (que sigue básicamente el lineamiento de la crítica kantiana al paralogismo de
la sustancia, según observa atinadamente Pedro Cerezo en su La voluntad de aventura. Aproximamiento crítico a Ortega y Gasset,
págs. 270 y ss.) puede encontrarse, por ejemplo, con su proverbial claridad, en Ortega y Gasset; véase, por ejemplo, su Lecciones de
metafísica, especialmente las XIII y XIV; también, las Lecciones VIII y IX de Qué es filosofía.
13
E. Cassirer llega a afirmar, en efecto, en El problema del conocimiento en la filosofía y la ciencia moderna que el problema de la
sustancia, categoría central de toda la metafísica anterior a la modernidad, supone igualmente, como consecuencia, aquél cuya
reinterpretación sistemática focaliza la nueva pauta epistemológica moderna. Véase, por ejemplo, el tomo II, pág. 598, donde ofrece el
sentido en que se transforma dicha noción, siguiendo un patrón relacional de objetividad: “La función del concepto de sustancia se
reduce, por tanto, a crear relaciones objetivamente válidas entre los fenómenos”.
10
“relación”. Ya lo decía Locke en el Ensayo, II,xxvii,7: “No es, por lo tanto, la unidad de la substancia
Tales análisis filosóficos, que no nos parece ocioso haber recapitulado pese a habernos
remontado muy atrás de Locke, no por prurito doxográfico o historicista sino para mostrar la vasta
envergadura de la cuestión, son los que resultan tan pertinentes como necesarios para sondear y
comprender lo que llamamos al principio la paradoja de la identidad que una lectura meditativa y
atenta puede percibir en esas primeras expresiones de la obra de Kafka. Pese a su formidable cambio,
mismo; afirma su mismidad en medio mismo de la diferencia... como no podemos por menos de
imaginar que todos nosotros igualmente haríamos. Intuitivamente, lejos de considerar este hecho una
semejante tesitura14. Gregorio se percibe como el mismo que ese bicho que puede ver y sentir desde
dentro. Por eso podríamos glosar que Gregorio Samsa se encuentra, más que con la extrañeza de ser
otro, con la sorpresa de haber cambiado tan notablemente. “Se encontró” en la forma de un insecto:
sorprendente unidad consigo mismo, la paradoja de esa mismidad personal? Conste que Kafka o su
protagonista no se hacen de ello cuestión en absoluto. Todo indica que el interés del relato o del
narrador apunta en otra dirección menos abstracta que ésa de la esencia o la identidad 15; más bien la
del modo de ser trágico de la existencia personal ante sí misma y en su relación con los otros. Pero,
desde luego, queda claramente ex/puesta, tanto como quizá su/puesta. Y seguramente Kafka está
14
Precisamente así formula Gilles Deleuze, en su Empirismo y subjetividad, pág. 91-92, el problema de la subjetividad (“la esencia
del empirismo”) como lo que no se reduce a sus datos o contenidos de conciencia: “¿con qué derecho afirma el hombre más de lo que
sabe?”
15
Ch. Taylor considera que la noción lockeana de identidad adolece, más que de abstracción, de lo que llama la “desvinculación” del
yo respecto de sus fuentes morales tradicionales, profundizando el proceso iniciado por Descartes. Así aparece en el capítulo dedicado
a “Locke: el yo puntual”, el 9 de su voluminosa y sugestiva admirable obra Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna.
De todos modos, el libro requiere una meditación mucho más pausada y una exposición crítica, quizá, mucho más matizada de lo que
nos ha permitido nuestro tiempo de trabajo y de lo que permite la comprensible limitación de su objetivo.
11
ilustrando la a su parecer triste condición de la existencia, pero lo que ilustra, entonces, va más allá de
su pretensión, y puede señalarse sin arbitrariedad. Pues más bien no menos podría pecar de
Lo que hay, de seguro, es lo que se muestra. Parece, sí, interesar más a Kafka la mostración de cómo
existimos que la de qué somos, pero de hecho no resulta esto segundo menos enfocado, con todos los
mismos colores, en su relato. De ahí la pertinencia y la oportunidad de preguntarse, aunque sólo fuera
como condición de posibilidad, como condición de verosimilitud del relato, en qué puede estribar la
identidad personal, y acudir a la reflexión y al diálogo con la tradición filosófica para hacerse claridad
en ello.
Y ¿qué nos dice, pues, Locke en particular al respecto? Ya lo hemos visto. Para empezar, la
Con lo que esto tiene relación es con el ser “hombre”. Naturalmente, no podríamos decir en este caso,
y Locke mismo nos lo ha avisado, que se trataba del mismo “hombre”: aquel insecto no lo era ya,
aunque todavía era Gregorio Samsa. ¿En qué consistiría, entonces, ser la misma persona o yo que
mencionamos o referimos con el nombre? Ante todo, en tener “conciencia” de serlo, como hemos
visto que expresa Locke, como Gregorio Samsa asevera sin duda. Mas esta “conciencia” significa o
a) Por el lado de la variación que me apropio, del contenido u objeto de mi conciencia, que
éste presenta un enlace, una conexión interna –bien que ante mí mismo-; en suma: que
constituye un relato y, por ello, una memoria. Mas resulta que el texto de Kafka ilustra
(Subrayado nuestro.) También en Locke, por cierto, aparecía antes la noción de olvido
biográfica, del relato vital propio, es el olvido lo que llama a la memoria y nos hace
12
reparar en su habitual servicio. No obstante, no está de más precisar en qué, más
pregunta como lo hará Hume. La clave de la memoria tiene que ver, como ya se
permanencia efectiva en medio de los cambios. Quizá no haya que buscar (no haya que
hipostasiar) un mismo elemento permanente en todo cambio, sino que basta la relativa
permanencia de alguno como eslabón, que puede luego pasar el testigo a otro elemento.
Ordinariamente, si quedan enlazados como formando una unidad –que no una igualdad-
por ejemplo, de un mismo elemento ante otros dos diferentes, como eslabón o término
de comparación ante un mismo yo que lo recuerda. De modo que, si bien todo cambia,
mecanismo asociativo. Locke, como decimos, no hace alusión a esos mecanismos. Sin
Gregorio Samsa: “No soñaba, no. Su habitación... aparecía como de ordinario entre sus
cuatro harto conocidas paredes”. Así, por muy radical que sea un cambio, lo es de un
sujeto; pero el sujeto nunca está solo (pues ¿no es lo que sujeta o es sujetado?). Lo
circunstante –lo contiguo- nos re/cuerda o religa a otras propias vivencias. (Por eso
quizá dijera también Ortega, en sus Meditaciones del Quijote, de la circunstancia que
“si no la salvo a ella, no me salvo yo”; porque la circunstancia, de todos modos, nos
13
Cabría, empero, imaginar, un cambio más radical: el cambio total de las apariencias y la
circunstancia toda: no sólo un nuevo y heterogéneo cuerpo (“un monstruoso insecto”) como
de la visión y la acción. Y todavía más: no un nuevo escenario para mí, en mi entorno, pero
conocido en sus elementos constituyentes como propio de entornos ajenos, sino un mundo por
completo diferente de lo conocido, donde uno no supiera qué hacer, cómo hacer, a qué
conocidos y vividos. Mas aun en ese caso perduraría el recuerdo del mundo anterior, en virtud
del cual podría hablarse, precisamente, de transformación total, como término comparativo –
la mismidad, así como el asiento, punto de apoyo o de partida de lo que también, secundaria
efecto, tras preguntarse “¿qué me ha sucedido?”, y comprobar que no se trata de un sueño (por
en un proceso de recuerdo por el que establece su identidad por contraste con la nueva,
identidad no sólo por el recuerdo de su vida pasada o inmediatamente anterior, sino también
quehaceres pendientes.
gran medida no se requiere tanto una activa y voluntaria atención o comparación del
14
sujeto como una mecánica asociación para que el re/cuerdo tenga lugar. En lo que
felicidad; el hacerse cargo de su vida, como dijimos. Tal era la observación decisiva y
acerca del ser de la persona o “espíritu finito”, y conecta con la lúcida tradición
derivado.17 Mas esta misma visión y horizonte es el que podemos encontrar también en
a algo que saca a Gregorio Samsa de su inquisición o/y estrategia de convertir mediante
el olvido del sueño en una fantasía la tremenda experiencia que acaba de asaltarlo
aquella mañana. En efecto, al intentar coger la postura de dormir con ese nuevo cuerpo
que lo poseía, pudo notar “un dolor jamás sentido” que “comenzó a aquejarle en el
esperanzas, recuerdos que infundían lo uno y/o lo otro... Es más, retrospectivamente ya,
y por más que se trate de proyectar una interpretación, es decir, un significado posible,
17
Ver sobre esto los mismos lugares de Ortega a que remitimos en nota anterior.
15
cabría ver una lectura existencialista en aquel inicial “se encontró” (convertido en un
hasta el punto de poder afirmarse que esta tesis es mensaje central en la obra, modulado,
--El relato sigue contándonos las reacciones sucesivas de Gregorio ante su nueva situación. Al
principio puede decirse que quiere asegurar, por modo ordinario, su identidad mediante la repetición
de situaciones anteriores. No está dispuesto, en principio, a aceptar la ruptura que amenaza suponer
su extraña metamorfosis, y por eso posterga la declaración de la misma a sus conocidos. Quiere dar
tiempo al tiempo y por eso espera que se sucedan y repitan las situaciones de siempre, a ver si así
recupera su imagen habitual: “tenía curiosidad por ver cómo habrían de desvanecerse
paulatinamente sus imaginaciones de hoy”, pág. 14; “permaneció... quedo, cual si esperase volver en
18
Viene al caso recordar que ya la filosofía praxiológica de Fichte notó que la consciencia no surge sino por Antoss, por choque,
alteración o enfrentamiento con lo otro que me saca de mí paradójicamente para hacerme consciente. El cambio, pues, no es sólo lo
que se realiza en un sujeto, sino lo que realiza al sujeto, en la doble y coherente acepción que el término to realize tiene en la lengua
inglesa. Simultáneamente, pues, tomo conciencia de mí y de las cosas, sin las cuales no me encontraría a mí mismo. Tesis que, en
realidad, puede remitirse ya al Kant de la Refutación del idealismo que introdujo en la segunda edición de la K.r.V.
16
el silencio a su estado normal; pág. 16. Es decir, lo que nos cuenta Kafka coincide con la tesis
lockeana de que la conciencia es conciencia y memoria, pero mucho más a la veraz afirmación de
--Enseguida, sin embargo, Gregorio Samsa se hace cargo, por lo ineludible, de su nueva
situación, e intenta moverse en/con su nuevo cuerpo, del mismo modo que, “pese a lo apurado de su
situación, no pudo por menos de sonreírse” (pág. 18). Asoma aquí una experiencia que constrastaa
con el tono general del relato, y que podría suponer una concreción de la abstracta afirmación
cargo de su situación, adviene la liberadora risa. He aquí una dimensión del yo –la que podríamos
llamar propiamente “espíritu”, aunque no podamos desarrollar aquí esta sugerencia, a diferencia del
cargo de ella, sino, como autoconciencia pura, lo que se diferencia de ella misma, el observador
imperturbable... relativa y puntualmente. Quizá no falte verdad, pues, a esta tesis de la egología
desinteresada. (Por cierto que procede evocar también, en esta línea, la última palabra del
pensamiento de Heidegger, que parece revocar la Sorge o el cuidado que san Juan de la Cruz dejara
“entre las azucenas olvidado”: la Gelassenheit, traducida como Serenidad aunque literalmente
significaría más bien desprendimiento o quizá más aún, y más castizamente, soltura, confianza. Una
categoría igualmente mística, pues no en vano está tomada o es oriunda de la mística renano-
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La sola contraposición espíritu/alma –o sentidos pneumático y psíquico del espíritu- ya puede sugerir planteamientos. De todos
modos, el sentido propio de “espíritu” aquí comparte la idea de fuerza activa y configuradora que presta también su significación a la
noción de “espíritu” que utiliza G. Deleuze para intepretar la subjetividad en el empirismo humeano.
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--Mas Gregorio S. tuvo que ir acostumbrándose a lo insólito, incluso hasta experimentar
originariamente es cambio, innovación. Lo más difícil era sobrellevar la relación con los suyos:
hacia él. Situaciones o problemas, por otra parte, normales en cualquier caso. Así como, en
cualquier caso, “fácil era comprender que... el aislarse no constituía ningún placer”. Kafka se
entretiene en contarnos la nueva vida de Gregorio y su familia: siguen en relación, haciéndose cargo,
como pueden, de la situación y los quehaceres que plantea los liberan de lamentarse de la tragedia
en sí (cada día tiene su afán). En cualquier caso, la existencia subjetiva, la vida consciente, es
constitutivamente problema; no es un problema que tenga problemas, sino lo normal. Hay que
“resignarse” (pág. 74). Aunque también narra Kakfa con esta metamorfosis una situación extrema de
rareza social, desventura práctica (repugnancia, vergüenza) que produce un deterioro progresivo de
cada vez menor, hasta casi llegar a la indiferencia y la desesperanza (“el desencanto”, pág. 95),
personeidad, que el relato kafkiano refleja como la vida misma, pero al que es igualmente ajeno el
subjetividad humana, si bien ya Aristóteles expresó verdad semejante al llamar la atención sobre la
esencia social del hombre, y Buber y Habermas expresan también a su manera al invocar al “tú” y
antigüedad Aristóteles, “el filósofo” de los tiempos modernos- ya enseñó en la Fenomenología que
el yo no puede realizarse sino con los demás, aunque haya que pasar, desde la primera figura de la
“Espíritu”, pasando por la dialéctica o la lucha por el reconocimiento. Y Kafka, desde luego, nos
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relata que la consideración mutua que entre su hermana y él, principalmente, se tenían por hacerse
llevadera la situación, mutuamente decreció; Gregorio declinó preocuparse más por tener deferencia
con la hermana, al comprobar el propio cansancio psíquico de ella respecto a su insecto hermano.
muerte de Gregorio. Es llamativo lo que los familiares se plantean: “Basta que procures desechar la
idea de que se trata de Gregorio. El haberlo creído durante tanto tiempo es, en realidad, el origen de
nuestra desgracia. ¿Cómo puede ser esto Gregorio?” (pág. 97), tras advertir la “perplejidad” que se
había apoderado de ellos al comprobar sus contradictorios sentimientos respecto al insecto que ¿era?
Gregorio. Nuevamente, pues, aparece de este modo corroborada, más que ilustrada, la innegable
donde ella alcance de hecho; sólo que desplegada –quizá, claramente, superada- en sus
afirmación de la familia de Gregorio de que “su memoria perduraría eternamente entre nosotros”
(pág. 99), referido a su vida normal anterior. Porque esto indica, de nuevo, que la propia identidad,
autoconciencia sino de la conciencia o consideración que los demás tienen de uno mismo. Uno es
tratado de acuerdo con la idea que tienen de uno, forjada por la costumbre. Pero, en cualquier caso,
por la conciencia que tienen de uno, es decir, por la idea o consideración que tienen de uno. Tan es
así que incluso la visión está condicionada por la expectativa que se funda en el recuerdo de lo
habitual. Así, en el mismo párrafo de nuestra última referencia, Grete, la hermana de Gregorio
Samsa, le indica a su padre, tras considerar que en realidad ya no existe Gregorio sino un bicho:
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El libro de Deleuze sobre el empirismo, al hilo de Hume, destaca el papel de la imaginación constructiva como lo característico de
la conciencia o “sujeto” en tanto que estructura dinámica sobrepuesta -que se sobrepone- a los meros datos asociativos de la
conciencia.
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“Mira, padre..., ya empieza otra vez” a molestar, cuando en realidad lo que entonces quería Gregorio
110, final). Al igual que ocurre, en el sabio decir de U. Eco, con toda obra artística, conviene dejar
Si hemos señalizado los últimos párrafos de nuestro resumen longitudinal de La metamorfosis con
guiones ha sido con la intención de diferenciar, al paso, nociones y dimensiones relativas al amplio
tematizadas en la obra de Locke. Sí en la de otros autores, y a ello hemos ido haciendo referencia.
para la realización de la propia identidad; etc. Pero para la extensión y la exigencia de un trabajo
Nos remitimos a la Introducción y al comienzo del apartado 1 para dar cuenta de nuestra experiencia
y breve reflexión al respecto, bien que no mediada ni apoyada en la documentación teórica de este
curso. Creo que, al tiempo que su rica sugerencia y orientación, el curso cumple su aprovechamiento
básicamente con esta experiencia de contraste concreto de literatura y filosofía. Y que la exposición
razonada de mi conclusión, tal como la he hecho en el lugar indicado siquiera haya sido
someramente, satisface la opinión argumentada sobre este punto que, de todos modos, no se exigía.
6. INDICACIÓN BIBLIOGRÁFICA
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FUENTES:
LOCKE, J., : Ensayo sobre el entendimiento humano, trad. Edmundo O`Gorman, México,
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