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Nº 311162819.
RESUMEN
Introducción
A fin de comprender mejor el problema abierto por Locke, así como las
respuestas que recibió, necesitaremos examinar brevemente el trasfondo de
esta discusión: la concepción previa del yo substancial. Según Gilson, la idea de
persona como centro unificado de elección y acción, como la unidad de
responsabilidad legal y teológica, es central en la concepción cristiana.3
Esta locación unificada ha sido definida en el período medieval por Boecio, quien
afirmó que por persona entendemos una substancia individual de naturaleza
racional (persona… est naturae rationabilis indiuidua substantia). La substancia
inmaterial del alma es el aspecto indivisible e inmortal de la persona, que asegura
su continuidad personal y permanencia ontológica, así como asegura que la
persona es responsable de sus acciones. La imputación moral depende de que
la persona siga siendo la misma, por lo que el yo substancial cumple una
importante función ética: en el principio de individuación personal se fundamenta
la justicia de todo castigo y recompensa.
HUME, D: “Tratado de la Naturaleza Humana”, Orbis, Bs As, 1984, Td. Félix Duque, p.
2
259.
Obra de Gilson: “El espíritu de la filosofía medieval”, Emece, Bs As, 1952, Td. R. Anaya.
3
Si bien Descartes reelabora muchas concepciones medievales, no se distancia
de sus antecesores respecto de la visión sustancialista del yo.
4
DESCARTES, R: “Discurso del Método”, parte III, Orbis, Bs As, 1983, Td. Antonio Rodriguez
Huéscar, p. 7
5
LOCKE, J: “Ensayo sobre el entendimiento humano”, F.C.E., México, 1992, Td. Edmundo
O´Gorman, Libro II, capítulo 27, parágrafo 1. En adelante citaremos esta obra con el formato:
Ensayo (II, 27, 1)
Argumenta Locke que cuando contemplamos una cosa con extensión temporal
consideramos que se trata siempre de la misma cosa, porque una cosa no puede
tener dos comienzos, ni dos cosas un solo comienzo. Además, en el instante,
consideramos que es lo mismo consigo misma porque no podemos concebir
como posible que dos cosas de una misma especie coexistan en el mismo lugar
y tiempo.
Así, la identidad consiste, según Locke, “en que las ideas que les atribuimos [a
las cosas] no varían en nada de lo que eran en el momento en que consideramos
su existencia previa, y con las cuales comparamos la presente.”6
Es por ello que Locke proporcionará en este capítulo una definición de lo que él
entiende por persona: “un ser pensante inteligente dotado de razón y de
reflexión, y que puede considerarse a sí mismo como el mismo, como una misma
cosa pensante en diferentes tiempos y lugares; lo que tan sólo hace en virtud de
tener su conciencia.”9
10
Ensayo (II, 27, 10).
La personalidad se cimenta en la conciencia, en virtud de la cual somos capaces
de reconocer y responsabilizarnos por acciones pasadas, es decir, es por la
conciencia que la persona puede imputarse como propias acciones pasadas con
el mismo fundamento con que lo hace respecto de las acciones presentes.
Esto es así porque, cuando decimos que yo realicé determinados actos, de los
cuales perdí por completo la memoria y soy incapaz de volver a tener conciencia
de ellos, lo que designamos con la palabra “yo” es solamente al hombre.
Suponemos erróneamente que el mismo hombre es la misma persona y creemos
así que con “yo” se significa también a la misma persona. Sin embargo, dice
Locke, “si es posible que un mismo hombre tenga, en diferentes momentos,
distintas e incomunicables conciencias, no hay duda alguna de que un mismo
hombre sería personas diferentes.”12
En su tercer Ensayo sobre los poderes intelectuales del hombre, publicado por
primera vez en el año 1785, Reid abordará el tema de la identidad personal.
Según él mismo afirma, la objeción que presenta en este ensayo expresa un
sentimiento común con otra censura que ya se le había planteado a Locke en el
Apéndice a las Analogías de la religión de Butler.13
En el capítulo seis, Reid argumenta que, dado que Locke definió la persona como
un ser inteligente, dotado de razón y conciencia, debería seguirse
necesariamente que mientras el ser inteligente continúe existiendo y siendo
inteligente, debería ser la misma persona, pues podría pensarse que la definición
de persona ya debiera determinar en qué consiste la identidad personal. Sin
embargo, Locke añadió que “la identidad personal –esto es, la mismidad del ser
racional- consiste en la conciencia solamente, y tan lejos como esta conciencia
pueda ser extendida hacia atrás hasta alguna acción o pensamientos pasados,
tan lejos alcanza la identidad de la persona…”, y esta afirmación conlleva, según
Reid, algunas consecuencias absurdas. La primera de estas consecuencias, de
la cual Locke según vimos estaba advertido, es que, si un hombre perdiera la
conciencia de sus acciones pasadas con cierta frecuencia, algo que es
perfectamente posible de imaginar, entonces este hombre ya no sería la persona
que hizo aquellas acciones, y este hombre podría ser dos o veinte personas
diferentes.
Hay otra consecuencia, que según Reid no fue advertida por Locke, y es que un
hombre podría ser y no ser al mismo tiempo la persona que hizo una acción en
particular. Esto es argumentado por Reid a través de un experimento mental:
supóngase que un oficial ha sido reprendido cuando era joven por robar en la
escuela, y que ya en edad avanzada fuera hecho general.
13 Aunque usualmente se haga referencia a Butler como el primer crítico de esta doctrina de
Locke, cabe señalar que la misma ya había sido criticada y refutada con anterioridad por John
Sergeant.
Supóngase además (lo cual es perfectamente posible) que este oficial era
consciente del castigo recibido en su juventud en la escuela, y que el general
sea consciente de sus días de oficial, pero haya perdido la conciencia de su
juventud.
Para ponerlo, en otros términos, lo que Reid está señalando con este argumento
es que el criterio de identidad propuesto por Locke, al no respetar la transitividad,
nos lleva a la absurda conclusión de que un hombre es y no es al mismo tiempo
quien realizó una acción.
14 Estos ejemplos en los cuales la consciencia de una persona se divide en dos partes, cada una
de las cuales es mentalmente completa en sí misma, y ninguna de las cuales es consciente desde
el exterior de los estados mentales de la otra, han precipitado desde 1960 una suerte de
revolución en las teorías de la identidad personal.
Todo lo que podemos decir es que es una relación que no confundimos con otras
(por ejemplo, con las de diversidad, similitud o disimilitud); que es una relación
entre una cosa que sabemos que existe en un tiempo y otra que sabemos que
existió en otro tiempo anterior; y que, como estas dos cosas son una y la misma,
la identidad supone una continuidad ininterrumpida de la existencia, porque “lo
que ha cesado de existir no puede ser lo mismo con lo que posteriormente
comenzó a existir; porque esto sería suponer que exista después de que ha
cesado de existir, y haber tenido existencia antes de ser producido, lo cual son
contradicciones manifiestas.”
Es por ello que, en clara oposición con la respuesta dada por Locke, Reid
concluirá que no podemos aplicar la noción de identidad a nuestros diversos
estados mentales (a nuestros dolores, placeres, pensamientos, o ninguna
operación de nuestra mente) porque nuestros estados mentales son sucesivos,
y no dos momentos que puedan ser el mismo. De donde concluimos, más
específicamente, que nuestra identidad personal no podría asentarse en nuestra
conciencia porque la personalidad no es algo que conste de partes o que pueda
ser dividido. Como resultado del análisis anterior, y en respuesta última a la
doctrina de Locke, Reid sostendrá que “mi identidad personal, por tanto, implica
la existencia continua de aquella cosa indivisible que llamo mí mismo. Sea lo que
este self sea, es algo que piensa, y delibera, y resuelve, y actúa, y sufre.”
Este algo otro no debe ser confundido ni identificado con mi contenido mental:
yo no soy pensamiento, sino que soy algo que piensa; y ello porque nuestros
sentimientos, pensamientos y acciones son algo discontinuo y mudable,
mientras que el yo al cual pertenecen, y con el cual guardan esa relación que me
hacen llamarlos míos, es algo permanente. En favor de la existencia de este self,
Reid no puede argumentar más que diciendo que no tenemos más que a
nuestros recuerdos como evidencias de este yo permanente. Pues, según Reid,
cuando yo recuerdo haber hecho una acción, no sólo tengo recuerdo de la
acción, sino que mi memoria da testimonio de que esta acción fue hecha por mí
mismo, quien ahora recuerda. “Si fue hecha por mí, debo haber existido en aquél
tiempo y continuar existiendo desde aquél tiempo al presente…”
Por eso decimos que cada hombre que recuerda un evento pasado
distintamente se convence asimismo de que él existió al momento de recordarlo.
Debemos, entonces, diferenciar entre mi recuerdo de una acción pasada y el
hecho de haber sido yo quien realizó la acción, porque por mi recuerdo sólo
conozco que yo hice la acción, pero bien podría haberla hecho y no recordarla.
Es decir, mi recuerdo me permite conocer que fui yo quien hice la acción, pero
no me hace ser aquél que la hizo.
15 DESCARTES, R: “Obras filosóficas”, El Ateneo, Bs As, 1945, Td. Manuel de la Revilla, pp.188s
También en estas ideas encontramos la influencia cartesiana: Descartes rechaza
la idea de que la relación de uno como cosa pensante con nuestro cuerpo es
como la que hay entre un piloto y su nave: “La naturaleza me enseña también,
por medio de estos sentimientos de dolor, de hambre, de sed, etc., que no sólo
estoy alojado en mi cuerpo, como un piloto en su barco, sino que además de
esto, le estoy muy estrechamente unido… Pues si esto no fuera así, no sentiría
dolor cuando mi cuerpo está herido.” Aquí Descartes nos llama la atención sobre
una suerte de identificación que la gente realiza con el contenido de sus
sensaciones por la cual sienten que algo les ha ocurrido a ellos, más que
meramente pensar que algo les ha sucedido a sus cuerpos. Según Descartes,
este sentimiento se debe a la manera en que uno mismo como cosa pensante
está causalmente conectado con su propio cuerpo. Locke retoma este tema de
la identificación y la eleva a una posición central en su propia teoría de la
identidad personal; como vimos, el término que Locke emplea para esta forma
de identificación es “apropiación”.16
16 Este aspecto de la explicación lockeana fue generalmente ignorado por los filósofos
del siglo XVIII, sin embargo, Butler la tuvo en cuenta al plantear la consecuencia de que,
si la explicación de Locke era correcta, entonces el self sería meramente ficcional; por
esta razón Butler reinserta la visión platónica según la cual nos relacionamos con
nuestros cuerpos como un piloto con su nave.
Con todo, por acertada que parezca la crítica que Reid esgrime en contra del
tratamiento que hizo Locke de la identidad personal, no pareciera que Reid haya
notado adecuadamente la distinción que Locke establece entre la identidad del
hombre, y la identidad personal.
Por lo demás, resulta un asunto, si no absurdo al menos extraño, que Locke esté
dispuesto a aceptar que un mismo hombre pueda ser varias personas. Ahora
bien, en el libro III de su Ensayo, Locke distingue entre la esencia nominal y la
esencia real de una cosa.
Y sin embargo, en primer lugar, tanto Reid como Butler parecen asumir sin más
al yo lockeano en términos de esencia nominal, y por otro lado, tampoco
satisface la respuesta intuicionista que ofrece Reid cuando afirma que todos
tenemos una noción clara y distinta, pero indefinible, de lo que es el yo.
Conclusión
El recorte escogido, arbitrario a fin de cuentas como todo recorte, estuvo empero
guiado por una doble intención específica: (1) poner de manifiesto los problemas
que surgieron al intentar abordar el problema de la identidad personal en un
contexto desustancializado. Es decir, allí donde la pregunta epistémica por la
identidad personal no puede ser respondida apelando al dogmatismo metafísico
bajo el nombre de alma o sustancia; (2) historizar, en el contexto del giro
epistémico moderno, los orígenes y primeras respuestas al problema que nos
ocupa. Finalmente, hemos visto cómo a principios del siglo XVII el yo o self era
considerado, ante todo, como una sustancia inmaterial, naturalmente inmortal.
Pero, guiados por la pregunta gnoseológica acerca de la naturaleza del self, la
investigación filosófica devino en una investigación acerca de las actividades
mentales tal como las hallamos en la experiencia, enfoque que condujo a una
consecuencia inaceptable desde el punto de vista de la filosofía moral: este yo
empírico revestía la apariencia de mero artefacto conceptual. Con lo cual se
comprende que, para finales del siglo XVIII, el status del self como entidad real
haya sido un foco de controversia intelectual.
BIBLIOGRAFIA.
YOLTON, John W.: “John Locke and the way of ideas”; Clarendon, Oxford, 1956.
REID, Thomas: “Essays on intellectual powers”, cap 6; en: Thomas Reid´s Inquiry
and Essays, Hackett, Indianapolis, 1983.