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Rosa Mª Rodriguez Ladreda 1

LA RESPONSABILIDAD EN LA ERA DE LA
CIVILIZACIÓN TECNOLÓGICA, SEGÚN HANS JONAS

Rosa Mª Rodríguez Ladreda*


El tema de la responsabilidad aparece como la clave para una teoría ética que
afronte los nuevos problemas éticos de la sociedad tecnológica, en la obra de Hans
Jonas. Con espontaneidad y también cierto desorden Hans Jonas afronta en El
principio de responsabilidad este tema ético de modo panorámico. Reflexiona sobre
los distintos aspectos de la responsabillidad, su lugar en las distintas teorías éticas y
sobre la necesidad de fundamentar toda teoría ética ontológica y antropológicamente.
Acomete esta última tarea ensayando una teoría de la responsabilidad para la nueva
civilización tecnológica. Para ello se basa en el incremento de saber y poder que la
ciencia y la tecnología han proporcionado al ser humano, y en el valor objetivo de la
conservación y afirmación de la vida.
Para Jonas toda teoría ética debe estar fundamentada ontológicamente en la
existencia de algunos bienes objetivos y antropológicamente en el sentimiento
humano. Entiende que “la ley moral convierte en deber para mí aquello que la
inteligencia muestra que es ya algo por sí mismo digno de ser y que está necesitado
de mi acción”. El principio kantiano del deber por el deber le parece totalmente
insuficiente para fundamentar una ética de la responsabilidad. “Para que esto llegue a
mí y me afecte de tal modo que pueda motivar a la voluntad, he de ser receptivo a ello.
Nuestro lado emocional tiene que entrar en juego”. Para Jonas, el sentir es
fácticamente un potencial humano universal que se halla implícito también en el deber.
Puesto que los seres humanos somos potencialmente “seres morales” poseemos la
capacidad de ser afectados por el “tú debes” y por ello también podemos ser
inmorales.
La deliberación que lleva a Jonas a afirmar la presencia de fines en la
naturaleza y a éstos como manifestación de la presencia de valores objetivos en ella
le conduce, sin embargo, a cuestionarse si la naturaleza que tiene valores puesto que
tiene fines tiene también autoridad para exigirnos la adhesión a su “decisión de valor”.
Jonas entiende la axiología como parte de la ontología. El deber brota de la inmanente
exigencia de lo que es bueno o valioso por sí. Pero aunque la autoconservación no
precisa ser mandada, dada la capacidad de elección del ser humano es preciso hablar
de un “deber”, “de un imperativo hipotético de prudencia que atañe a los medios y no
al fin mismo.
Jonás recurre, en último término a una justificación naturalista y emotivista de
la Ética. Seguramente las limitaciones de cualquier fundamentación pragmática o
racionalista nos llevan a tocar fondo en el sentimiento moral de respeto a la vida; pero
una fundamentación naturalista de este tipo a la que es fácil asentir con el corazón es

*
Presidenta de la AAFi. Dra. en Filosofía. Catedrática del I.E.S. “Virgen del Carmen” de
Jaén y Pfra. Tutora del Centro de la UNED en Úbeda, Jaén.
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también fácilmente cuestionable. Pues, en este sentido, es preciso admitir que no


siempre compartimos los “juicios de valor” de la naturaleza. Es más, habría que añadir
que en aras de la conservación de la propia vida, hemos de saltarnos con cierta
frecuencia, incluso desde un comportamiento estrictamente “moral”, los fines de la
naturaleza.
Según este autor, en efecto, la responsabilidad no ha sido un tema predilecto
de las éticas postkantianas pero tampoco de las prekantianas. En la ética formal
kantiana podría encontrar la responsabilidad una fundamentación apropiada en el
deber. Pero Jonas pone de relieve que la vaciedad de sentido del “deber por el deber”
kantiano es a todas luces insuficiente. Incluso para el propio Kant que tiene que
recurrir al sentimiento de respeto a la ley.
La responsabilidad es un sentimiento ( tal vez, ¿la cara psicológica del
deber?). Los filósofos morales han sido conscientes, afirma Jonas, de que “a la razón
tiene que añadirse el sentimiento para que el bien objetivo adquiera poder sobre
nuestra voluntad, es decir de que la moral, que debe impartir mandamientos a los
afectos, está ella misma necesitada de un afecto”. (op. cit. Pag. 155-156) Temor, eros,
eudemonía, caridad, temor, etc. han sido los sentimientos a los que han recurrido los
filósofos para justificar el respeto a la ley. Pero no han tenido en cuenta el sentimiento
de responsabilidad.
¿Qué es lo que ha variado objetivamente para que se nos antoje que debe ser
éste un tema central de la Ética? Para Jonas la responsabilidad es una función del
poder y del saber y ambos en otro tiempo eran muy limitados. En lo referente al futuro
casi todo había que confiarlo al destino y a la permanencia del orden natural. El futuro
de la humanidad y del planeta no eran responsabilidad del hacer individual, por eso la
Ética se restringía al alcance actual y concreto, a las repercusiones inmediatas de las
acciones individuales. El futuro se escapaba al control del sujeto humano. Lo que valía
para el presente se suponía que se podía extrapolar a cualquier tiempo futuro. Ya que
se suponía la regularidad natural, el futuro sería igual que el pasado. La naturaleza no
corría peligro por la acción humana.
El ideal baconiano de dominio de la naturaleza tardó en llegar. Hasta que no se
poseyeron ciertos rudimentos técnicos, la humanidad no fue consciente de que
dominar la naturaleza era un objetivo posible, aunque sólo fuera como meta ideal. Las
cosas han variado sensiblemente. La praxis del ideal baconiano ha puesto en peligro
el orden natural y promete ponerlo mucho más.
La tesis de la regularidad natural que los griegos estaban empeñados en
descubrir para adaptarse a ella más que aprender a controlar y evitar así el
sufrimiento, se convierte en la Modernidad en la tesis más querida de científicos y
filósofos, pero en este caso para aprender a controlarla. El ideal baconiano de incidir
en la naturaleza controlando sus propias leyes, de que, en último término, saber es
poder, es la formulación pragmática de otro ideal moderno, a saber, que descubrir las
leyes de la naturaleza es cuestión de conocer su lenguaje, que, en último término, es
simplemente matemático.
El objetivo de esta obra no es tanto el desarrollo de una teoría ética
completamente satisfactoria, como la llamada de alerta acerca de la responsabilidad
en ciencia y técnica, es decir como reivindicación del peso que debe tener la ética en
la civilización tecnocientífica. El incremento de saber y poder que proporciona la
ciencia justificaría una llamada de atención a que pensemos no sólo en nosotros sino
también en la humanidad futura. La reflexión de Hans Jonas hace una llamada de
alerta acerca del incremento de poder sobre la naturaleza que ha traído consigo el
progreso científico y técnico. Hemos de agradecer, no obstante, que haya puesto el
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dedo en la llaga, a saber, el puesto central que el sentimiento de responsabilidad debe


tener en la Ética.
¿Por qué el sentimiento de responsabilidad debe tener un puesto central en la
Ética?
Para Jonas, porque la responsabilidad es función del saber y del poder y éste
último es el que enlaza el querer y el deber. Y es preciso reconocer que el incremento
de poder y saber que nos ha proporcionado la ciencia y la técnica es un hecho
objetivamente nuevo que nos obliga a asumir una ampliación de la esfera de
responsabilidad. La tesis de Jonas de que el incremento de saber y poder modifica el
marco ético se apoya en que se modifican también las dimensiones temporales de la
acción humana. Pues no se trata ya de que nuestra acción amenace la vida humana
en el presente sino que amenaza el futuro de la humanidad y el futuro de la
naturaleza. Habría que añadir que modifica también las dimensiones espaciales, pues
el poder de la acción tecnológica puede afectar a regiones y personas distantes en el
espacio, que no son causantes y por tanto responsables de transformaciones
perjudiciales para su salud o su vida, sino que sufren las acciones de otros, y por
tanto, son su responsabilidad. Dadas estas nuevas dimensiones de la causalidad de la
acción humana, en la civilización tecnológica la responsabilidad cobra también una
inevitable dimensión colectiva que compromete directamente la acción política con el
futuro de la humanidad y de la vida en el planeta.
Más allá de su justificación emotiva y naturalista, la responsabilidad surge de la
propia racionalidad humana. La importancia de la responsabilidad está ligada a la
racionalidad como capacidad de elección y decisión; capacidad de buscar efectos y
resultados por medio de elecciones y decisiones, en un contexto en el que la teoría, el
conocimiento se hace necesario para hacer predicciones que no consisten en
adivinación del futuro sino en la búsqueda de la provocación de ciertos efectos. Todo
esto nos lleva a una revisión del concepto de racionalidad que sin duda pone de
relieve el peso de la responsabilidad moral en la civilización tecnológica. No queda de
manifiesto en las reflexiones de Jonas la estrecha relación entre responsabilidad y
racionalidad como hecho cualitativo e ideológico nuevo, fruto de las peculiaridades
epistemológicas de la tecnociencia. Creo que es, precisamente, la nueva conciencia
de racionalidad que se está generando lo que hace que el tema de la responsabilidad
cobre una importancia realmente nueva.
En contestación a los análisis de la causalidad habituales, creo conveniente
señalar que el ámbito de la causalidad es más propio de las acciones humanas que de
la naturaleza y que es en la raíz causal de las acciones humanas donde hay que
buscar la raíz de la Ética, de donde arranca, precisamente, la noción misma de
responsabilidad. La estructura causal de la naturaleza que el conocimiento y la acción
humanas pretenden descubrir corresponde propiamente al ámbito de intervención del
ser humano sobre la misma; es el ámbito de la acción humana y sus consecuencias,
efectos o respuestas lo que nos proporciona la estructura causal. Por tanto sería el
ámbito ético el ámbito apropiado de la causalidad. La nueva conciencia de lo que es la
racionalidad está surgiendo de que el modelo de conocimiento paradigmático de
nuestra civilización es el modelo ingenieril de conocimiento, de que la ciencia lo fue de
la Modernidad y la tecnociencia de la Contemporaneidad.
La teoría de la racionalidad ha de abarcar a la vez el conocimiento y la acción,
la Ciencia y la Ética. La raíz de las normas morales es la de prevenir, la de tener que
tomar decisiones en condiciones de incertidumbre. La ciencia significa, en cambio,
reducción de la incertidumbre por medio del conocimiento.
La raíz de la moralidad está en la precaución, en tener que tomar decisiones en
condiciones de ignorancia. Digamos que la moralidad tiene su origen en las pautas
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preventivas (normativas), que tienen como finalidad evitar por medio de la precaución
consecuencias cuyas causas o cuya relación causa-efecto no conocemos bien. Si
algún pescado nos ha sentado mal y no sabemos porqué adoptamos la norma de “no
comer pescado”. Si tener relaciones sexuales tiene ciertas consecuencias que no
sabemos muy bien controlar adoptamos la norma de “no tener relaciones sexuales”. Si
sabemos que alguien tuvo un accidente por determinada ruta, evitamos ir por dicha
ruta, etc.
Las condiciones de ignorancia pueden reducirse notablemente por medio del
conocimiento y en consecuencia la Ciencia parece hacer superflua la Ética.
Sin embargo, la libertad y la necesidad de decisión se ponen en juego
constantemente, dadas las condiciones de ignorancia en las que se mueve la vida
humana acerca de muchas cosas. Con ser cierto lo que afirma Jonas acerca del saber
y poder que permite el método científico y que lo convierten en realmente peligroso
para la propia vida humana, sin embargo, nuestro saber no es tan grande que
podamos aún prever todas las consecuencias de nuestras acciones. Creo que ese es
precisamente el problema: que podemos más que sabemos. La capacidad de
transformación de la naturaleza, de la vida en general y de la vida humana en
particular que permiten ciertos conocimientos técnicos es mayor que la capacidad de
previsión causal, el conocimiento causa-efecto se limita a posteriori a los efectos
producidos por nuestras acciones técnicas y no a priori por el conocimiento de leyes
causales que permiten hacer predicciones por inferencia. Las consecuencias
indeseables a medio y largo plazo deben ser consideradas lo suficiente como para
tomar medidas de precaución, ser cautos. La cautela es uno de los fundamentos
empíricos de la moralidad que da origen a la normatividad. ¿Qué es lo que justifica la
obediencia a la ley o norma, por ejemplo, la norma de que no se debe fumar?. Sin
duda, la cautela de no correr riesgos innecesarios. Esta fundamentación pragmática
de la moralidad, sin duda, a Jonas le parecería insuficiente. La justificación ontológica
que él trata de hallar es el recurso a la naturaleza y a la vida como un bien objetivo,
algo que resulta tan difícil de justificar como de rebatir.
El conocimiento significa saber cuáles son los efectos y las causas de ciertas
acciones. Porque son nuestras acciones lo que realmente podemos y debemos
controlar. Si tuviéramos que esperar a la reacción de la naturaleza por su propio pie el
conocimiento seguiría avanzando tan poco como antes de la modernidad, antes del
método científico. El método científico supone la intervención controlada sobre la
naturaleza para establecer relaciones causa-efecto de nuestras acciones. Por tanto el
crecimiento del poder de intervención sobre la naturaleza no es fruto de la causalidad
ni de un crecimiento imprevisto y desproporcionado, es consecuencia de la naturaleza
misma del conocimiento humano que está necesariamente vinculado a la acción pero
muy especialmente del método científico, en el sentido indicado. Ahora bien, la acción
va por delante del conocimiento, tanto en psicología genética como en la intervención
científica. Y eso lejos de ser loable, como algunas teorías filosóficas han pretendido,
es un problema, el problema moral que ha de afrontar todo ser racional. Gran parte de
la tarea de la educación moral personal y colectiva es controlar la acción sin anularla,
encauzarla en la dirección adecuada. Y el control de la acción tecnocientífica es hoy
una tarea moral pendiente tanto personal como colectivamente.
Creo que la responsabilidad debe tener un puesto central en la teoría Ética
porque emana de la conciencia de autonomía moral, porque soy responsable en la
medida en que sé que soy sujeto de decisión y por tanto, causante y responsable, en
último término, de ciertas consecuencias de mis actos.
Las suposiciones ontológicas acerca de la regularidad natural subyacentes al
pensamiento griego o moderno, vinculaban la racionalidad a un fundamento objetivo,
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externo que, consecuentemente, nos eximía de responsabilidad. La responsabilidad


depende del poder que tiene la influencia causal de la acción humana.
La responsabilidad depende también del saber, como dice Jonas, porque éste
determina la previsión del futuro; pero si el saber, que, en último término, delata el ser,
no depende de nuestra acción, sigue inexorablemente su curso, bien sea a modo de
destino, de ley natural o de voluntad divina, nuestro conocimiento nos hace
únicamente responsables de no acatar la ley natural o la voluntad divina o de no
plegarse y aceptar el destino. Ahora si reconocemos con Kant que lo que llamamos
ley, en cualquiera de sus expresiones, es un mandato de la voluntad sobre sí misma,
saber de la propia razón humana que carece de fundamento objetivo extrínseco,
entonces nos sentimos tremendamente responsables.
Es, por tanto, el giro kantiano acerca de la naturaleza de la racionalidad el que
ha convertido a la responsabilidad humana individual o colectivamente en el tema
central de la Ética. Aunque no formara parte aún del vocabulario kantiano se
desprende bastante consecuentemente del concepto de autonomía moral y del propio
concepto kantiano de razón, aunque para ello haya que despojarlo de ciertos lastres
anacrónicos e insistir en lo menos perecedero de su aportación.
Ni que decir tiene que ni el tema de la libertad ni el de la responsabilidad han
sido temas predilectos de las disquisiciones filosóficas de los dos últimos siglos. El
descubrimiento de las diferentes determinaciones, naturales, sociales, psicológicas,
históricas dieron lugar a enfoques deterministas que minimizaron al individuo hasta
borrarlo. La Ética cayó hasta los lugares más bajos en el ranking del prestigio
disciplinar. A medida que ascendían la Psicología, la Biología o la Sociología
descendía la Ética. El sujeto humano y la responsabilidad personal quedaron diluidos
en la sociedad, el inconsciente o la constitución biológica. En este contexto de
determinaciones sociológicas es difícil que un tema como el de la responsabilidad que,
sin duda, va asociado a la supuesta libertad y capacidad de decisión personal,
despierte el interés.
El ascenso sociológico convirtió a la sociedad en cualquiera de sus
manifestaciones, estado, nación, clase social, etc. en sujeto de derechos y deberes.
Para ello minimizaba el papel del individuo exclusivamente a miembro de una “masa”.
La prioridad moral y jurídica de la sociedad respecto al individuo obliga a éste a
posponer sus intereses personales a los de la “masa” y a llevar a cabo un proceso de
“concienciación” o “autoideologización” que anula su libertad de reflexión. La libertad
de pensamiento empezó a considerarse peligrosa, propia del individualismo burgués o
del estado o de cualquier otro “enemigo”.
No es, pues, casualidad que Jonas a la vez que rescata parcialmente a Kant
entremezcle críticas duras y abundantes al marxismo y a sus repercusiones
ideológicas y éticas en el último siglo. La crítica a la utopía, al mesianismo y a la teoría
positivista de la historia y del progreso técnico inherentes al marxismo se hacía
necesaria desde la óptica del poco peso que la ética de la responsabilidad ha tenido
en el último siglo.
¿Significa esto que la recuperación del tema de la responsabilidad supone la
rehabilitación del individualismo burgués, de la libertad de pensamiento, etc.? Después
de bastante tiempo de castigo a los derechos personales e individuales es un alivio
pensar que así sea. Aunque sería aún más satisfactorio pensar que fuera ésta una
realidad en todas partes del planeta. En este sentido, frente a las voces que se
levantan anunciando la crisis de la Modernidad, aún tiene sentido reclamar la
recuperación de la Modernidad.
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Ahora bien, ello no debería ser obstáculo para exigir una ampliación de la
esfera de la Ética de la responsabilidad a lo social. Si se explicita que las sociedades
son sujetos de derecho y deberes ¿no deberían ser también responsables jurídica y
moralmente, como colectivos? De momento esto no parece posible y el Derecho ha
de seguir apoyando en el individuo la responsabilidad social. Sin duda, conviene no
olvidar que las sociedades están constituidas por individuos humanos y que son éstos
los que en último término toman las decisiones, aunque sea de forma colegiada. Pero
la toma de decisiones por mayoría exime de responsabilidad tanto al que ha votado
en minoría como al que lo ha hecho en mayoría; aunque no debiera ser así, aún
carecemos de procedimientos para exigir responsabilidades en el caso de una
votación con resultado mayoritario. No cabe duda de que es éste un asunto farragoso
en el que queda aún mucho trabajo por hacer.

Sevilla 15 de septiembre de 2000

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