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Freud señala que la producción de afecto, tanto placentero como displacentero, puede
estorbar el curso del pensamiento. El papel del yo consistirá en inhibir los grandes
desplazamientos de excitación en el sentido de la descarga, para permitir que se mantengan
vigentes las ligaduras que garanticen la continuidad del proceso secundario. A mayor cantidad
implicada en la tendencia primaria, cuanto más intenso sea el afecto en juego, mayor será la
dificultad del yo para sostener su propósito.
Junto con la ambivalencia afectiva que supone esa nueva relación, la cuestión del
dominio se traslada ahora de las cantidades al objeto: será necesario controlarlo para
garantizar la satisfacción.
El vínculo con una realidad exterior ambivalente, que puede desaparecer (como indica
el predominio de la angustia de pérdida de objeto), corre parejo con el dominio del lenguaje
verbal. Éste surge anaclíticamente sobre el llanto que precedía a la aparición de la madre, su
primera función es invocadora (provocar la aparición del objeto de amor)
La pulsión epistemofílica es sensible a la relación del niño con sus otros significativos. Es
necesario un yo que:
A partir de este momento, tanto circunstancias de la vida escolar como familiar podrán
desestabilizar el equilibrio pulsional alcanzado, lo que lleva a menudo a la resexualización y por
lo tanto al fracaso de las sublimaciones conseguidas.
La inteligencia es la forma de equilibrio hacia la cual tienden todas las estructuras. Hay
una continuidad funcional entre las formas superiores de pensamiento y el conjunto de los
tipos inferiores de adaptación cognoscitiva o motriz.
Para Piaget, la evolución afectiva del niño obedece a las mismas leyes que gobiernan a
los procesos cognoscitivos. La función semiótica entraña la formación de nuevos afectos, bajo
la forma de simpatías o antipatías duraderas en lo que concierne a los otros y de una
conciencia y de una valoración de sí duraderas. A partir de esto se asiste a un proceso de
socialización progresiva, hasta que al llegar al nivel de las operaciones concretas (con la
adquisición de la reversibilidad) se establecen nuevas relaciones interindividuales, de
naturaleza cooperativa. La cooperación supone una reciprocidad entre individuos que saben
diferenciar sus puntos de vista. La lógica es una moral del pensamiento, impuesta y sancionada
por los otros.
Conclusión
Luego, el destino del deseo de saber estará unido a la sexualidad a la que se vincule. Le
acecharán nuevos peligros: puede sucumbir a la prohibición de aprender o quedar
anonadado por un imperativo categórico que exija aprender lo imposible. Aun después de
instaladas las sublimaciones, la viabilidad de la voluntad de aprender estará sujeta a la calidad
de las relaciones afectivas que la enmarcan en el tránsito escolar.
Para que el aprendizaje se verifique, es necesario que el sujeto se apropie, por vía de la
elaboración, del conocimiento, que lo produzca. Esto implica que el docente debe también
advertir y respetar el nivel evolutivo de la inteligencia alcanzado. De esa manera puede
consolidarse la relación afectiva con el maestro y el grupo que propicia un aprendizaje
auténtico y no una mera repetición pasiva. A esta relación contribuye el nivel operatorio
alcanzado, con sus posibilidades de cooperación social.