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Consideraciones acerca del período de latencia.

Relato presentado en la
Mesa sobre “Agresión en la latencia”, Jornadas clínicas.

Urribarri, R. (1977) Psicoanalista argentino


Recopilación, revisión y transcripción de texto: Lic. Adriana Fernández (2016)

LATENTE: significa oculto, agazapado.

El período de latencia transcurre entre la resolución del Edipo y el advenimiento de la


pubertad. Se define por un nuevo ordenamiento intrapsíquico, represión de la sexualidad
infantil y la concomitante función del Superyó. Lo que promueve al yo a buscar nuevas
maneras de canalizar los impulsos en su labor mediatizadora.

La amnesia infantil convierte la infancia de cada individuo en un tiempo anterior y le oculta los
comienzos de su propia vida sexual; es la culpable de que no se le haya otorgado valor al
período infantil en el desarrollo de la vida sexual.

MECANISMOS DE DEFENSA

Notables cambios psicológicos y sociales se producen en la vida del niño, la intensa actividad
(desgaste energético) de que son capaces es desviada y aplicada a otros fines.

Para ello, el yo se vale de nuevos mecanismos de defensa fundamentales para el desarrollo de


la cultura y del individuo.

-SUBLIMACIÓN: es característica de este período, permite desviar las fuerzas pulsionales de


sus metas y orientarla hacia metas nuevas. Permite la descarga tanto libidinal como agresiva y
la ampliación del Yo.

-FORMACIÓN REACTIVA: (originaria de la analidad), es un reaseguro contra la satisfacción


sexual. Pueden ser denominadas como fuerzas anímicas contrarias, se desea alguna cosa y se
realiza una acción contraria. Está destinada a la formación de “los diques anímicos” –asco,
moral y la vergüenza.

A modo de ejemplo se pueden analizar los factores que operan en el aprendizaje de la


escritura. Se asienta en las nuevas capacidades intelectuales propias de la edad y en la
maduración neurobiológica. La prohibición superyoica recae sobre los deseos incestuosos y,
consecuentemente, sobre la masturbación; lo que implica redirigir el impulso y, para evitar la
“tentación” de masturbarse, “necesita” ocupar sus manos en otra actividad. Intervienen los
mecanismos de defensa Aislamiento y Desafectivización que posibilitan la atención y la
inserción escolar. La escuela, como agente de la sociedad, refuerza el mandato represivo al
tiempo que prescribe ciertas actividades y propone algunas vías de descarga alternativas. La
formación reactiva le lleva a tornarse limpio y prolijo frente al deseo agresivo (y defensivo) de
ensuciar pero que, en acción conjunta con el resto, le posibilita ensuciar de forma controlada,
prolija y según el código que lo inserta en lo sociocultural amplio (escritura). De esta manera,
es este actuar conjunto y subordinado a los fines sublimatorios, lo que caracteriza la latencia
normal. Estos mecanismos de defensa que en la neurosis obsesiva producen empobrecimiento
yoico, inhibiciones, etc.; orientados al servicio de la sublimación, favorecen el desarrollo y la
ampliación yoica, al igual que la simbolización, la autoestima y la inserción social. La energía
entonces se emplea a un fin socialmente aceptado y a la vez, promovido y esperado por la
sociedad.

SUBPERÍODOS

Siguiendo a Urribarri, R. ubicaremos dos momentos bien diferenciados en el período: latencia


temprana y latencia tardía.

LATENCIA TEMPRANA. (de los 6 y los 8 años) El primer subperíodo se caracteriza por:

-fragilidad entre los sistemas con la consecuente emergencia de angustia frente a lo impulsivo.
La lucha primera que emprende el Yo está ligada al control instintivo y, en particular, a limitar
la descarga.

-poder posponer, se transforma en una meta anhelada ya que, sólo mediante la renuncia a la
acción directa que evite la descarga inmediata, puede armonizar con el Superyó. Esta
capacidad se dirige, en principio al control de la motilidad, el “poder quedarse quieto”, que es
el punto de partida para que, a través de la acción conjunta defensiva, se acceda (mediante la
concentración y la atención) al aprendizaje por la vía sublimatoria.

-El coartar la acción implica una parcial vuelta hacia adentro del niño que lo torna más
reflexivo, incrementándose paulatinamente, el diálogo interiorizado y el fantasear.

-Otro aspecto destacable es lo referido a las prohibiciones que derivadas del Superyó e
impuestas desde las instituciones sociales, lo constriñen. Es importante considerar que el
contenido de las mismas es predominantemente verbal y auditivo.

Es frecuente observar que los niños a esta edad comienzan ellos a establecer las prohibiciones,
a veces a hermanos o a menores, donde es claro el hacer activo lo sufrido pasivamente y la
operancia del mecanismo de la identificación con el agresor. Esta modalidad implica una cierta
dificultad para aceptar normas, adecuarse a las prohibiciones e incorporarlas, y suscitan
comúnmente rabia y humillación por la subordinación que busca revertir y descargar en la
acción sobre otros, con un sentido revanchista. En otros casos, se observa que limita a los
adultos (en particular a los padres) pueden explicarse mejor como intento de consolidar su
identidad, identificado no con el agresor (en tanto la norma no es vivida como castigo
degradante), sino ejerciendo derechos y buscando un lugar que él también defina.

-Hay al comienzo ambivalencia frente a los mandatos del Superyó, que se traducen entre una
oscilación entre acatamiento (con vivencias de sumisión) y rebeldía (con sentimientos de
culpa). El latente temprano tiene escasa tolerancia, tanto para su crítica como para la crítica
externa, que, en general, le provoca angustia, desaliento, pérdida de la autoestima y, a veces,
desborde afectivo.
El desenlace edípico inaugura un nuevo orden intrapsíquico (a partir de la interdicción y la
operancia del Superyó), y esos primeros años sumen al latente en el trabajo psíquico de tratar
de lograr ese delicado equilibrio entre lo prohibido y lo permitido, lo promovido y lo logrado,
lo ansiado y lo posible, lo placentero y el autorreproche consciente de sus dificultades y
sufrimientos.

LATENCIA TARDÍA (aproximadamente a partir de los 8 años) Características:

-mayor fluidez, autonomía, continuidad y equilibrio de la conducta, menor sufrimiento


consciente del temor al desborde y del surgimiento de angustia, mayor intervención del
principio de realidad en la determinación de la conducta.

-Se incrementa el fantasear, se amplía el distanciamiento de los padres y lo familiar, y adquiere


gradual importancia el grupo de pares.

-El Superyó no es tan severo, pierde peso relativo frente al Yo, en cuanto a sus exigencias,
debido a un paralelismo con la parcial declinación de la del valor de los padres para el niño.
Pero, por otra parte, el Superyó se ve reforzado por los mandatos de la sociedad mediante
otras figuras de autoridad, lo que podría compensar el proceso antedicho.

EL CAMINO EXOGÁMICO

Independientemente del medio cultural, es importante destacar que en este período, es la


edad donde se produce el aprendizaje básico de los conocimientos y las técnicas, (sean estos la
caza o la artesanía, en las tribus indígenas; o la más sofisticada enseñanza de las sociedades
industrializadas), que le posibilitan transformarse en alguien que produzca. Por eso Erikson, E.
habla que el niño debe convertirse en un “trabajador y proveedor potencial”, al par que
modifica (más bien sublima) la necesidad de conquistar al otro mediante el ataque directo
para convertirse, apresuradamente, en el “partenaire” sexual o progenitor, y aprende a
obtener reconocimiento y afecto por medio de la producción de cosas o el cumplimiento de
metas. Así, desarrolla la capacidad de completar un trabajo mediante el esfuerzo continuado y
la atención sostenida, conociendo y adecuándose a la tecnología y recursos de su medio y al
cooperativismo, pudiendo aprender de otros adultos y niños mayores. Logra conocer el placer
del trabajo y del aprendizaje, así como el del pensar y el resolver problemas, y la ampliación de
su entorno vital.

Con el desenlace del drama edípico, debe renunciar al deseo incestuoso, ya que se perfila,
claramente para él, que no tiene futuro posible dentro de la familia, lo que motoriza este
primer movimiento exogámico y el interés en el aprendizaje de las técnicas y el conocimiento.

La imagen de los padres se modifica y se buscan otros modelos identificatorios, nuevas


influencias intelectuales, educacionales, sociales, etc.; que difieren al menos parcialmente de
las aprendidas en el seno familiar. Se produce un desplazamiento de la autoridad de los padres
hacia maestros e instituciones. El vínculo con los maestros o líderes grupales puede ser
calificado de amor sublimado, o meramente de desplazamiento de las figuras parentales.

DESARROLLO INTELECTUAL Y DEL PENSAMIENTO


En sus orígenes, la actividad del pensamiento se vincula con la pulsión de saber, que promueve
el investigar y luego intenta explicar lo observado y fantaseado, como por ejemplo, las teorías
sexuales infantiles. En la latencia la temática va siendo reprocesada y ampliada a diversos
ámbitos, situaciones y personas acorde con las nuevas posibilidades investigativas y del
pensamiento que adquiere. Surge la novela familiar derivada de las frustraciones de la vida
infantil y de la comparación con otros padres y familias y particularmente estructuradas desde
lo edípico, condensando deseos de venganza y represalia por el lugar que le toca en la vida
familiar. Por la vía de la fantasía se gesta otro origen posible, ser hijo de otros padres.
Frecuentemente los niños a esta edad suelen fantasear con ser hijos adoptivos, defensa que
les permite encubrir los deseos incestuosos con sus padres.

En tanto el latente retoma y refuerza la noción de que a diferencia de las manifestaciones


corporales (gestos, funciones del cuerpo, acciones, etc.) que son visibles y evidentes, el
pensamiento puede ocultarse relativamente, puede ser o no comunicado, o deformado y por
lo tanto no pone en riesgo su integridad corporal o su vida, se transforma en este período en
un vigoroso elemento de autonomía. Esta peculiaridad de secreto y ocultamiento que
caracteriza al pensamiento, lo es también de la modalidad del funcionamiento del latente.

El antiguo interés por el cuerpo y su funcionamiento se desplaza hacia los objetos y sus
mecanismos de acción y/o el mundo, los fenómenos naturales y sus leyes. Se pasa de la
acción y lo concreto (por ej. Toqueteo corporal) a la utilización del pensamiento y el lenguaje
como herramientas para investigar este objeto más abstracto (alejado por desplazamiento y
simbolización). Este proceso puede quizás ser planteado en términos de que la curiosidad
sexual al sublimarse, (en este giro hacia el conocimiento del mundo y su tecnología) estaría
cargando el interés general y del yo. Por ejemplo, la anterior preocupación por la diferencia de
los sexos, se modifica con la latencia, apoyada en la primer exogamia y se redirige hacia las
diferencias en términos de habilidades y capacidades (tanto física como intelectuales), a las
diferencias étnicas, sociales, grupales, nacionales, etc.

S. Freud, señalaba que el desarrollo yoico contribuye a modificar las vivencias angustiosas
frente a ciertos hechos, de suerte que las mismas varían con la edad, así como las situaciones
dolorosas. Las fantasías criminosas edípicas y la amenaza de castración, aparecen en la
latencia, como una progresiva preocupación por la muerte (de los padres primero, luego de él
y finalmente de todos), que se deriva a la de la enfermedad y, en última instancia, se acerca al
problema científico y filosófico de la vida y la muerte, que lo lleva a una cierta cosmovisión y
cuestionamientos ético-religiosos, que se intensificarán y ampliarán en la adolescencia. En
toda etapa de la vida, el miedo y los temores remiten de alguna manera al tema de la muerte
que es lo desconocido por excelencia.

Si bien a comienzos de este período, se instala el pensamiento operatorio concreto (Piaget) y


se tiende a esta modalidad comparativa y actitud cuestionadora científica en búsqueda de
explicaciones, es dable observar momentos de pensamiento mágico y actitudes supersticiosas
y cabalísticas, como emergencia de resabios narcisísticos, con esa modalidad ritualista rayana
en lo obsesivo, característica de esta etapa, o como intento de controlar la angustia de muerte
activada por fantasías edípicas. Las gratificaciones se obtienen muchas veces a través de los
sueños diurnos o fantasías, películas, libros, que lo transportan a otro mundo, de ahí la
expresión de desconexión de los latentes en esos momentos.

ACTIVIDAD MOTRIZ Y JUEGO

Los cambios que se producen en este período marcan también una clara diferencia en lo
atinente al juego de las etapas previas. Este se torna más organizado, compartido y socializado
progresivamente, desarrollándose la competencia y la actitud cooperativa. También se
incluyen inicialmente las letras, los números y las novedades aprendidas en la escuela como
juguetes que utiliza en sus ratos de ocio (por ejemplo: copia, hace cuentas, dibuja con la regla
y el compás).

Tanto la actividad motriz como el juego varían entre la latencia temprana y la tardía. Al
comienzo, predomina la actividad motriz gruesa, más bien de las piernas, como correr, patear
la pelota, patinar, saltar y trepar, donde gravita más la fortaleza que la habilidad; ejercitándose
de una manera rítmica y repetitiva ( a veces compulsiva). Una actividad peculiar de este
período suele ser el realizar equilibrios y balancearse (con riesgo de su integridad) que,
además de corresponder con la ejercitación de las nuevas capacidades, pareciera escenificar
en el espacio, mediante lo corporal, ese riesgoso y precario equilibrio intrapsíquico que se
encuentra empeñado en dominar y perpetuar el niño.

Así también, el típico juego de las escondidas escenifica el aludir “ser descubierto” por el
Superyó y poder “liberarse”; recordemos que, latente significa oculto, lo que pareciera
plasmarse en este juego.

Al principio, la actividad, aunque compartida es tumultuosa y desordenada; los vemos, por


ejemplo, correr todos tras la pelota en los deportes grupales. Recién luego, con la posibilidad
de interiorizar los roles, diferencia lugares y funciones, puede encuadrarse en una tarea de
equipo en que cada uno realiza una parte de la acción destinada a un fin común eligiendo,
acorde con sus habilidades y afinidades, el rol a desempeñar.

Alrededor de los 8 años, en su actividad motriz ya combina lo armónico con lo plástico, el


desplazamiento con el ingenio (por ejemplo: gambetear en el futbol o eludir en el basket-ball);
predominando la habilidad más que la fortaleza, y la secuencia para la obtención de un logro
sobre la repetitividad.

Sin duda, estas actividades corporales de juego son una de las vías privilegiadas para la
descarga energética pulsional (libidinal y agresiva) neutralizada y la evitación de la
masturbación, al par que favorecen el desarrollo de otros sentidos (integración de la imagen
corporal, ampliación de los recursos yoicos, intercambio y cooperatividad de roles, rivalidad y
competitividad, exogamia e integración en grupos de pares, etc.), así como la obtención del
placer por el movimiento; posibilitan el asentamiento de esta vía sublimatoria.

Es frecuente que a lo rítmico-corporal, se asocien elementos del lenguaje, como los cánticos y
las rimas, juego con las palabras que contribuyen al dominio del habla y a la comunicación con
los pares.
En la medida que se asienta la utilización de la sublimación, se incrementa la capacidad
simbólica y se logra posponer, el juego se complejiza y mediatiza, se proponen estrategias, se
combinan habilidades con el azar (inclusión de lo fortuito e inesperado de la vida), se colabora
con otros para un fin común. El “quedarse quieto” le permite realizar juegos de salón y,
cuando logra la descentración (Piaget), las reglas y normas adquieren real importancia y se
desarrolla un sentido de la justicia y la equidad diferentes (no por lo impuesto por la autoridad
externa sino por lo compartido con el grupo de pares).La inclusión de la regla en el juego
establece lo prohibido y lo prescripto. Mediante el juego reactualiza y elabora situaciones
vitales, como la problemática edípica. Así vemos, por ejemplo en el ajedrez o las damas de una
forma enmascarada desplegarse los contenidos edípicos.

El niño varón tiene, en general, una utilización del músculo más ligado al vigor, la fortaleza y la
resistencia. No le interesa tanto la forma, el modo o el atuendo, como la efectividad, los
records, la descarga de fuerza y la competitividad. El usar la pelota para dirigirse a ubicarla en
una cesta, arco o meta, sorteando las dificultades que le plantea el adversario es un juego
frecuente y que persiste desde la antigüedad; siendo evidente los contenidos genitales
subyacentes en el juego, así como la importancia de la competitividad y el triunfo sobre el
rival, al punto que el juego carece de placer sin tener a quién vencer. En la niña lo placentero
está ligado a lo armónico, cadencioso y al desplazamiento. El juego de saltar con la soga o con
el elástico aparece sin connotaciones significativas, más allá de lo motriz para el observador.
Pero en ambos casos, la cavidad virtual que se ejercita con los movimientos del juego,
acompañada por los cánticos, es una representación espacializada del útero y la vagina, así
como su funcionalidad.

Urribarri, R. plantea que los latentes de manera simbólica y desplazada, “exploran y prueban
sus genitales.” “Las diferencias en las configuraciones lúdicas más frecuentes para cada sexo
parecen representar la funcionalidad de los genitales y corresponder con una elaboración y
ejercitación preparatoria del rol sexual a desempeñar, como una activa tarea encubierta de
discriminación sexual”. De este modo se infiere que el hecho que las funciones sexuales están
diferidas en la latencia, el niño debe buscar una canalización de la descarga en forma
sublimada; y el medio privilegiado son las actividades motoras y el juego. Cuando estas vías se
ven bloqueadas se producen generalmente síntomas más o menos transitorios.

SENTIMIENTOS

-Vergüenza: no se despierta en la intimidad, sino que tiene que ver con otro que percibe algo
inadecuado del niño frente a lo cual éste se siente como “descubierto” en algo que no debería
ser visto, reaccionando con vergüenza. Surge ante una sensación de pérdida de control
instintiva, o un equivalente desplazado de la misma para el sujeto (por ejemplo: “el
mancharse”), especialmente si se hace público y, en particular, frente a sus pares, ya que para
el latente es muy importante cómo es visto y valorado por sus iguales, enrojeciendo al ser
descubierto pues siente que todas las miradas convergen en él.

-Pudor, es una formación reactiva frente a las tendencias exhibicionistas, mientras que el
sentimiento de vergüenza aparece frente a una acción en la que se “falla”, vivido como
descontrol o incumplimiento de un ideal esperado.
En parte, los engaños, las mentiras, las fabulaciones y ocultamientos, frecuentes a esta edad,
intentan solventar la vergüenza, ya que lo que la produce es tomado como irreparable y
necesita el soporte de la aceptación y reconocimiento de los otros. Por ejemplo, un niño decía
a sus compañeros que sus padres no lo dejaban ir a dormir fuera de su casa, cuando en
realidad como era enurético no se animaba a ir a otro lugar en que pudiera ser descubierto en
su “perdida vergonzante”. Las mentiras muchas veces encubren el sentimiento de vergüenza
ante los otros.

-Inferioridad: este sentimiento tiene elementos de tristeza e impotencia y está determinado


por la relación con uno mismo más que con el otro. El no acceder a un determinado logro es
vivenciado como una herida narcisística por no lograr la imagen deseada de sí, con la
consecuente ira y rabia que produce.

-Sentimiento de culpa: aparece frente a los daños o a la hostilidad hacia otros, su emergencia
es de origen interno. Es frecuente que el latente se defienda de este sentimiento mediante el
mecanismo de defensa de la proyección de la culpa, en el que se identifica con la instancia
censora y critica al yo externalizado en otro u otros.

AUTOESTIMA

A medida que el latente progresa, su sentimiento de autoestima se va regulando, cada vez


más, por los logros en el desarrollo de sus habilidades, en el cumplimiento de sus metas y de lo
esperado en su medio, y adquieren mayor significación figuras de autoridad extra-familiares
(maestros, pares, etc.). La tendencia es que lo afectivo se reserve a lo personal, se va
configurando la intimidad. No se hace secreto sólo aquello que por pudor o vergüenza no se
quiere mostrar sino que, también, se va aprendiendo a diferenciar entre lo público y lo
privado, tanto en los sentimientos como en los actos. Es importante destacar la contribución
que para el sentimiento de identidad tienen los aprendizajes, las metas o ideales alcanzados,
que llevó a Erickson, E. a decir que, en el latente, la vivencia es “soy lo que aprendo a hacer
funcionar”; donde, en parte, la autoestima representa el placer narcisístico frente al logro. La
identidad y la autoestima, además de vincularse con las actividades realizadas y los logros
acumulados, están condicionadas por el sentimiento de pertenencia, el lugar otorgado y la
aprobación obtenida por el grupo.

AGRESIÓN

La agresividad se canaliza a través de actividades sublimadas como el juego, el movimiento u


otras, como cortar, serruchar, etc. Y enfatiza en especial la competitividad. La agresión aparece
más directamente, a través de las mentiras, los insultos, los pequeños daños a “ocultas”, las
faltas a la escuela, el molestar o dañar a otros desde el anonimato, las trampas en los juegos,
la crueldad con los animales.

Existe otra forma agresiva hacia el otro (en especial, las figuras de autoridad) pero muy
encubiertas y bajo estilos socialmente aceptables: la agresión pasiva como modo de desafío, y
a la ironía en el hablar. Empiezan también a realizar gestos, tomar actitudes posturales o decir
frases equívocas o de doble sentido, destinadas a atacar pero de forma poco visible.
La vida grupal entre pares que surge casi como imperativa para el normal desarrollo del
latente, se presta por otra parte para la descarga agresiva. Más allá de la competitividad,
vemos que la hostilidad, la rivalidad exacerbada, y la figura del chivo emisario, domina la
dinámica grupal, siendo los componentes agresivos más que evidentes en las peleas, insultos,
motes o acciones violentas.

PATOLOGÍA

Erikson, E. plantea que, el riesgo de este período, es el desarrollo de un sentimiento de


inadecuación e incapacidad ante el logro de las metas esperadas y el reconocimiento de sus
pares, que pueden trabar la identificación con ellos, con parte del mundo social o
instrumental; que lo limitan, incrementa su agresión, lo llevan a perder el camino exogámico y
pueden reinsertarlo en los celos y rivalidad familiar de la época edípica.

Un cuadro observable y de incidencia clínica posterior a este período, es el que presentan


algunos niños que no pueden desarrollar verdaderas vías sublimatorias para canalizar lo
pulsional y se estructuran con una intensificación de la represión y de los mecanismos
obsesivos (especialmente la formación reactiva). Logran un desempeño escolar adecuado, son
educados, obedientes, apegados a la norma, siempre hacen lo que se espera de ellos. Son por
los que nunca se consulta ya que no presentan problemas escolares, no familiares y, rara vez,
de salud física. Este cuadro se denomina PSEUDOLATENCIA, se diferencia del latente normal
en que no desarrolla verdadera capacidad de juego o sublimatoria, sino que las imita; falta el
interés o la sensación placentera en el ejercicio de las mismas, no hay verdadera ampliación
yoica, carece de espontaneidad y de esa alegría y placer que acompaña al logro. Esta
pseudolatencia configura un cuadro en el que se desarrolla un falso self que va adueñándose
de la persona y automatizando su vida, aislándolo del contacto afectivo con gente. En la
adultez pueden transformarse en personajes destacados pero que se estructuran como
personalidades “como si”, que en algún momento hacen crisis (generalmente cuadros
somáticos agudos) o se mantienen “equilibrados y adaptados” pero sin real alegría vital. En
muchos casos convirtiéndose en personas que sólo pueden dedicarse a su trabajo.

BIBLIOGRAFÍA

Erikson; E. (1968) Infancia y Sociedad. Las ocho edades del hombre. Pag. 222 a 229 Editorial
Paidós

Freud, S. (1905) Tres ensayos de teoría sexual Tomo VII Editorial Amorrortu

Urribarri, R. (1977) Consideraciones acerca del período de latencia. Relato presentado en la


Mesa sobre “Agresión en la latencia”, Jornadas clínicas.

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