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Relato presentado en la
Mesa sobre “Agresión en la latencia”, Jornadas clínicas.
La amnesia infantil convierte la infancia de cada individuo en un tiempo anterior y le oculta los
comienzos de su propia vida sexual; es la culpable de que no se le haya otorgado valor al
período infantil en el desarrollo de la vida sexual.
MECANISMOS DE DEFENSA
Notables cambios psicológicos y sociales se producen en la vida del niño, la intensa actividad
(desgaste energético) de que son capaces es desviada y aplicada a otros fines.
SUBPERÍODOS
LATENCIA TEMPRANA. (de los 6 y los 8 años) El primer subperíodo se caracteriza por:
-fragilidad entre los sistemas con la consecuente emergencia de angustia frente a lo impulsivo.
La lucha primera que emprende el Yo está ligada al control instintivo y, en particular, a limitar
la descarga.
-poder posponer, se transforma en una meta anhelada ya que, sólo mediante la renuncia a la
acción directa que evite la descarga inmediata, puede armonizar con el Superyó. Esta
capacidad se dirige, en principio al control de la motilidad, el “poder quedarse quieto”, que es
el punto de partida para que, a través de la acción conjunta defensiva, se acceda (mediante la
concentración y la atención) al aprendizaje por la vía sublimatoria.
-El coartar la acción implica una parcial vuelta hacia adentro del niño que lo torna más
reflexivo, incrementándose paulatinamente, el diálogo interiorizado y el fantasear.
-Otro aspecto destacable es lo referido a las prohibiciones que derivadas del Superyó e
impuestas desde las instituciones sociales, lo constriñen. Es importante considerar que el
contenido de las mismas es predominantemente verbal y auditivo.
Es frecuente observar que los niños a esta edad comienzan ellos a establecer las prohibiciones,
a veces a hermanos o a menores, donde es claro el hacer activo lo sufrido pasivamente y la
operancia del mecanismo de la identificación con el agresor. Esta modalidad implica una cierta
dificultad para aceptar normas, adecuarse a las prohibiciones e incorporarlas, y suscitan
comúnmente rabia y humillación por la subordinación que busca revertir y descargar en la
acción sobre otros, con un sentido revanchista. En otros casos, se observa que limita a los
adultos (en particular a los padres) pueden explicarse mejor como intento de consolidar su
identidad, identificado no con el agresor (en tanto la norma no es vivida como castigo
degradante), sino ejerciendo derechos y buscando un lugar que él también defina.
-Hay al comienzo ambivalencia frente a los mandatos del Superyó, que se traducen entre una
oscilación entre acatamiento (con vivencias de sumisión) y rebeldía (con sentimientos de
culpa). El latente temprano tiene escasa tolerancia, tanto para su crítica como para la crítica
externa, que, en general, le provoca angustia, desaliento, pérdida de la autoestima y, a veces,
desborde afectivo.
El desenlace edípico inaugura un nuevo orden intrapsíquico (a partir de la interdicción y la
operancia del Superyó), y esos primeros años sumen al latente en el trabajo psíquico de tratar
de lograr ese delicado equilibrio entre lo prohibido y lo permitido, lo promovido y lo logrado,
lo ansiado y lo posible, lo placentero y el autorreproche consciente de sus dificultades y
sufrimientos.
-El Superyó no es tan severo, pierde peso relativo frente al Yo, en cuanto a sus exigencias,
debido a un paralelismo con la parcial declinación de la del valor de los padres para el niño.
Pero, por otra parte, el Superyó se ve reforzado por los mandatos de la sociedad mediante
otras figuras de autoridad, lo que podría compensar el proceso antedicho.
EL CAMINO EXOGÁMICO
Con el desenlace del drama edípico, debe renunciar al deseo incestuoso, ya que se perfila,
claramente para él, que no tiene futuro posible dentro de la familia, lo que motoriza este
primer movimiento exogámico y el interés en el aprendizaje de las técnicas y el conocimiento.
El antiguo interés por el cuerpo y su funcionamiento se desplaza hacia los objetos y sus
mecanismos de acción y/o el mundo, los fenómenos naturales y sus leyes. Se pasa de la
acción y lo concreto (por ej. Toqueteo corporal) a la utilización del pensamiento y el lenguaje
como herramientas para investigar este objeto más abstracto (alejado por desplazamiento y
simbolización). Este proceso puede quizás ser planteado en términos de que la curiosidad
sexual al sublimarse, (en este giro hacia el conocimiento del mundo y su tecnología) estaría
cargando el interés general y del yo. Por ejemplo, la anterior preocupación por la diferencia de
los sexos, se modifica con la latencia, apoyada en la primer exogamia y se redirige hacia las
diferencias en términos de habilidades y capacidades (tanto física como intelectuales), a las
diferencias étnicas, sociales, grupales, nacionales, etc.
S. Freud, señalaba que el desarrollo yoico contribuye a modificar las vivencias angustiosas
frente a ciertos hechos, de suerte que las mismas varían con la edad, así como las situaciones
dolorosas. Las fantasías criminosas edípicas y la amenaza de castración, aparecen en la
latencia, como una progresiva preocupación por la muerte (de los padres primero, luego de él
y finalmente de todos), que se deriva a la de la enfermedad y, en última instancia, se acerca al
problema científico y filosófico de la vida y la muerte, que lo lleva a una cierta cosmovisión y
cuestionamientos ético-religiosos, que se intensificarán y ampliarán en la adolescencia. En
toda etapa de la vida, el miedo y los temores remiten de alguna manera al tema de la muerte
que es lo desconocido por excelencia.
Los cambios que se producen en este período marcan también una clara diferencia en lo
atinente al juego de las etapas previas. Este se torna más organizado, compartido y socializado
progresivamente, desarrollándose la competencia y la actitud cooperativa. También se
incluyen inicialmente las letras, los números y las novedades aprendidas en la escuela como
juguetes que utiliza en sus ratos de ocio (por ejemplo: copia, hace cuentas, dibuja con la regla
y el compás).
Tanto la actividad motriz como el juego varían entre la latencia temprana y la tardía. Al
comienzo, predomina la actividad motriz gruesa, más bien de las piernas, como correr, patear
la pelota, patinar, saltar y trepar, donde gravita más la fortaleza que la habilidad; ejercitándose
de una manera rítmica y repetitiva ( a veces compulsiva). Una actividad peculiar de este
período suele ser el realizar equilibrios y balancearse (con riesgo de su integridad) que,
además de corresponder con la ejercitación de las nuevas capacidades, pareciera escenificar
en el espacio, mediante lo corporal, ese riesgoso y precario equilibrio intrapsíquico que se
encuentra empeñado en dominar y perpetuar el niño.
Así también, el típico juego de las escondidas escenifica el aludir “ser descubierto” por el
Superyó y poder “liberarse”; recordemos que, latente significa oculto, lo que pareciera
plasmarse en este juego.
Sin duda, estas actividades corporales de juego son una de las vías privilegiadas para la
descarga energética pulsional (libidinal y agresiva) neutralizada y la evitación de la
masturbación, al par que favorecen el desarrollo de otros sentidos (integración de la imagen
corporal, ampliación de los recursos yoicos, intercambio y cooperatividad de roles, rivalidad y
competitividad, exogamia e integración en grupos de pares, etc.), así como la obtención del
placer por el movimiento; posibilitan el asentamiento de esta vía sublimatoria.
Es frecuente que a lo rítmico-corporal, se asocien elementos del lenguaje, como los cánticos y
las rimas, juego con las palabras que contribuyen al dominio del habla y a la comunicación con
los pares.
En la medida que se asienta la utilización de la sublimación, se incrementa la capacidad
simbólica y se logra posponer, el juego se complejiza y mediatiza, se proponen estrategias, se
combinan habilidades con el azar (inclusión de lo fortuito e inesperado de la vida), se colabora
con otros para un fin común. El “quedarse quieto” le permite realizar juegos de salón y,
cuando logra la descentración (Piaget), las reglas y normas adquieren real importancia y se
desarrolla un sentido de la justicia y la equidad diferentes (no por lo impuesto por la autoridad
externa sino por lo compartido con el grupo de pares).La inclusión de la regla en el juego
establece lo prohibido y lo prescripto. Mediante el juego reactualiza y elabora situaciones
vitales, como la problemática edípica. Así vemos, por ejemplo en el ajedrez o las damas de una
forma enmascarada desplegarse los contenidos edípicos.
El niño varón tiene, en general, una utilización del músculo más ligado al vigor, la fortaleza y la
resistencia. No le interesa tanto la forma, el modo o el atuendo, como la efectividad, los
records, la descarga de fuerza y la competitividad. El usar la pelota para dirigirse a ubicarla en
una cesta, arco o meta, sorteando las dificultades que le plantea el adversario es un juego
frecuente y que persiste desde la antigüedad; siendo evidente los contenidos genitales
subyacentes en el juego, así como la importancia de la competitividad y el triunfo sobre el
rival, al punto que el juego carece de placer sin tener a quién vencer. En la niña lo placentero
está ligado a lo armónico, cadencioso y al desplazamiento. El juego de saltar con la soga o con
el elástico aparece sin connotaciones significativas, más allá de lo motriz para el observador.
Pero en ambos casos, la cavidad virtual que se ejercita con los movimientos del juego,
acompañada por los cánticos, es una representación espacializada del útero y la vagina, así
como su funcionalidad.
Urribarri, R. plantea que los latentes de manera simbólica y desplazada, “exploran y prueban
sus genitales.” “Las diferencias en las configuraciones lúdicas más frecuentes para cada sexo
parecen representar la funcionalidad de los genitales y corresponder con una elaboración y
ejercitación preparatoria del rol sexual a desempeñar, como una activa tarea encubierta de
discriminación sexual”. De este modo se infiere que el hecho que las funciones sexuales están
diferidas en la latencia, el niño debe buscar una canalización de la descarga en forma
sublimada; y el medio privilegiado son las actividades motoras y el juego. Cuando estas vías se
ven bloqueadas se producen generalmente síntomas más o menos transitorios.
SENTIMIENTOS
-Vergüenza: no se despierta en la intimidad, sino que tiene que ver con otro que percibe algo
inadecuado del niño frente a lo cual éste se siente como “descubierto” en algo que no debería
ser visto, reaccionando con vergüenza. Surge ante una sensación de pérdida de control
instintiva, o un equivalente desplazado de la misma para el sujeto (por ejemplo: “el
mancharse”), especialmente si se hace público y, en particular, frente a sus pares, ya que para
el latente es muy importante cómo es visto y valorado por sus iguales, enrojeciendo al ser
descubierto pues siente que todas las miradas convergen en él.
-Pudor, es una formación reactiva frente a las tendencias exhibicionistas, mientras que el
sentimiento de vergüenza aparece frente a una acción en la que se “falla”, vivido como
descontrol o incumplimiento de un ideal esperado.
En parte, los engaños, las mentiras, las fabulaciones y ocultamientos, frecuentes a esta edad,
intentan solventar la vergüenza, ya que lo que la produce es tomado como irreparable y
necesita el soporte de la aceptación y reconocimiento de los otros. Por ejemplo, un niño decía
a sus compañeros que sus padres no lo dejaban ir a dormir fuera de su casa, cuando en
realidad como era enurético no se animaba a ir a otro lugar en que pudiera ser descubierto en
su “perdida vergonzante”. Las mentiras muchas veces encubren el sentimiento de vergüenza
ante los otros.
-Sentimiento de culpa: aparece frente a los daños o a la hostilidad hacia otros, su emergencia
es de origen interno. Es frecuente que el latente se defienda de este sentimiento mediante el
mecanismo de defensa de la proyección de la culpa, en el que se identifica con la instancia
censora y critica al yo externalizado en otro u otros.
AUTOESTIMA
AGRESIÓN
Existe otra forma agresiva hacia el otro (en especial, las figuras de autoridad) pero muy
encubiertas y bajo estilos socialmente aceptables: la agresión pasiva como modo de desafío, y
a la ironía en el hablar. Empiezan también a realizar gestos, tomar actitudes posturales o decir
frases equívocas o de doble sentido, destinadas a atacar pero de forma poco visible.
La vida grupal entre pares que surge casi como imperativa para el normal desarrollo del
latente, se presta por otra parte para la descarga agresiva. Más allá de la competitividad,
vemos que la hostilidad, la rivalidad exacerbada, y la figura del chivo emisario, domina la
dinámica grupal, siendo los componentes agresivos más que evidentes en las peleas, insultos,
motes o acciones violentas.
PATOLOGÍA
BIBLIOGRAFÍA
Erikson; E. (1968) Infancia y Sociedad. Las ocho edades del hombre. Pag. 222 a 229 Editorial
Paidós
Freud, S. (1905) Tres ensayos de teoría sexual Tomo VII Editorial Amorrortu