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La crisis de 1898 y la liquidación del imperio colonial.

Durante el reinado de Fernando VII prácticamente la totalidad del imperio español alcanzó la independencia. Sólo Cuba,
Puerto Rico y las Filipinas se mantuvieron bajo soberanía española.

Excepto en la capital, Manila, las islas Filipinas se diferenciaban por su escasa presencia española. Aun así, España tuvo
que hacer frente a movimientos emancipadores dirigidos por José Rizal, mestizo fundador de la Liga Filipina (1893), y
Emilio Aguinaldo, líder del proceso y miembro de la sociedad secreta “Katipunam” (1896). Aguinaldo fue también
protagonista de la insurrección del Sitio de Baler, en la que medio centenar de españoles, “los Últimos de Filipinas”,
resistieron heroicamente durante 337 días sin conocer que, tras haber sido derrotada, España firmó el Tratado que
puso fin al conflicto, cediendo así Filipinas y Puerto Rico a los Estados Unidos.

Puerto Rico, sin embargo, no supuso serios problemas, pues ya había conseguido parte de su autonomía en 1872, la
esclavitud fue abolida y tenía una economía saneada. Además, la dominación española era más efectiva al ejercerse a
través de una élite económica poderosa que controlaba a los emancipadores.

Por el contrario, Cuba sí ocasionó muchos problemas. Tras la guerra larga de Cuba, iniciada en 1868 por Carlos Manuel
Céspedes con el grito de Yara, y finalizada con la Paz de Zanjón en 1878, se formaron 3 corrientes diferentes: los
españolistas, los autonomistas y los independentistas. En 1886 se abolió la esclavitud, pero las reformas administrativas
fueron rechazadas por los españolistas, reacios a conceder a los isleños cierta autonomía. El autonomismo surgió como
una solución intermedia para evitar sublevaciones independentistas como las pasadas, ahora bien organizadas y
dirigidas por el Partido Revolucionario de José Martí.

En 1895 se produjo una nueva insurrección nacionalista que desembocó en la última guerra cubana, dividida en 2
importantes episodios:

El episodio hispanocubano se divide en 4 etapas: la 1ª comienza en febrero con el Grito de Baire (¡Viva Cuba libre!) y la
muerte de José Martí; en la 2ª los sublevados hacen un gran avance desde el este hasta el oeste de la isla, y Martínez
Campos es incapaz de frenarlos; Valeriano Weyler sustituye sin éxito a Martínez Campos en la 3ª etapa, Estados Unidos
intensifica su intervención y sus medios de comunicación culpan a los españoles de la matanza de los indígenas, que
parcelaron la isla para controlar las revueltas (“trochas”); la última etapa finaliza en 1898, con el general Blanco al
frente y la completa intervención de Estados Unidos.

Episodio hispano-estadounidense: la guerra hispanocubana coincidió con el momento de máxima expansión del
imperialismo norteamericano, y la ayuda a los insurrectos era constante. En febrero de 1898 tiene lugar la explosión del
acorazado Maine, anclado en el puerto de La Habana. Fue el motivo que emplearon para culpar a los españoles, el 25
de abril de 1898, EEUU declara la guerra a España. Las derrotas españolas en Cavite (Filipinas) y en Santiago de Cuba
fueron escandalosas. Tras la Paz de París, España reconocía la independencia de Cuba y cedía Filipinas, Puerto Rico y
Guam a los Estados Unidos a cambio de 20 millones de dólares. La liquidación del imperio colonial se completó con la
venta de las islas Carolinas, las Marianas y las Palaos a Alemania.

La derrota generó un espíritu regeneracionista, en el que intelectuales como Macías Picavea, Lucas Mallada o Joaquín
Costa expresaban en sus obras la miseria y la pobreza de los obreros y campesinos, denominado “Cuestión social”.
Joaquín Costa, profesor en la ILE, denunció en obras como “Oligarquía y caciquismo” el sistema corrupto de la
Restauración, también defiende la necesidad de alfabetizar al pueblo con lemas como “escuela y despensa”. En este
sentido destacó un grupo de escritores conocidos como la Generación del 98 (Unamuno, Valle-Inclán, Machado,
Azorín…) que defendían que el pueblo español no estaba preparado para progresar debido a la falta de educación y la
corrupción política de la Restauración.

De forma paralela al regeneracionismo intelectual, surge el regeneracionismo oficial, protagonizado por políticos como
Francisco Silvela o Antonio Maura que apoyaban la dignificación de la política, la modernización social y la superación
del atraso cultural. Sin embargo, aunque se pusieron en práctica ciertas ideas regeneradoras en campos como la
agricultura o la educación, se excluyó a obreros y campesinos en los debates intelectuales. El regeneracionismo sería
“domesticado” y políticos como Maura o Silvela (conservadores), Canalejas (liberales) y el propio Alfonso XIII supieron
hacer suyos muchos de los lemas.
Cuando el nuevo monarca juró la Constitución, muchos frentes seguían abiertos y solucionar. Otros eran ya los
protagonistas, porque Cánovas (1897), Castelar (1899) y Pi i Margall (1901) habían fallecido.

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