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Rubén Carnero Fernández HISTORIA DE ESPAÑA IES CAPELLANÍA

TEMA 6: GUERRA COLONIAL Y CRISIS DE 1898

1. INTRODUCCIÓN

A comienzos del siglo XIX, durante el reinado de Fernando VII (1814-1833), España pierde
prácticamente todo su imperio colonial, salvo los territorios de Cuba y Puerto Rico en América y, por
otro lado, las Filipinas y otros pequeños archipiélagos en el Pacífico.

Desde la muerte de Fernando VII hasta finalizar el siglo, España se ha ido transformando en un país
de corte liberal, que ha pasado por varios tipos de gobiernos e ideologías… e incluso de formas de
Estado. Desde el último cuarto de siglo la Restauración había conseguido detener la inestabilidad
mediante un sistema bipartidista que recogían buena parte de las tendencias políticas existentes y que
se repartían el poder mediante turnos pacíficos.

El mantenimiento de las colonias de ultramar no será fácil para un país atrasado económicamente frente
al resto de potencias industriales. Además, desde las ideologías con mayor auge en el siglo XIX,como
el liberalismo económico y político o el nacionalismo, se lanzaban críticas contra el sistema colonial
(españoles de primera y de segunda o la explotación económica de un territorio por parte de otro).
Cuestión más aceptada internacionalmente para otras zonas del planeta.

En la época, el poderío europeo se mide no sólo por la economía sino también por los kilómetros de
imperio colonial y, por ello, España constatará su posición secundaria entre las potencias mundiales.

2. CAUSAS Y ANTECEDENTES DEL CONFLICTO: EL FRACASO DE LA POLÍTICA


COLONIAL

Desde que se inició la segunda mitad del siglo XIX Cuba había representado un problema continuo
para los dirigentes españoles. En primer lugar, la Guerra de los Diez años (1868-1878). Comenzó junto
con el Sexenio democrático y finalizó con la paz de Zanjón, cuando los Borbones ya habían vuelto al
trono (Alfonso XII vuelve en 1874). Entre 1879 y 1880 se produjo un nuevo levantamiento de los
independentistas cubanos: la Guerra Chiquita, que fue sofocada rápidamente.

En Cuba se venían reclamando reformas desde la época del sexenio y sería precisamente el
incumplimiento de la mayoría de las promesas lo que llevaría a tales rebeliones. En la década de 1880
el problema cubano comenzó a tomarse más en serio por parte de la clase política española,
entendiendo que la única forma de mantener la isla era mediante la
negociación y el diálogo. En 1886, por ejemplo, se había abolido de forma
total la esclavitud. Además, en el último tercio del siglo, casi 700.000
españoles, sobre todo gallegos, habían emigrado a la isla desde España en
una estrategia favorecida por el Estado.

Otro ejemplo sería el papel de Antonio Maura como Ministro de Ultramar


durante un gobierno liberal. Su plan consistía una amplia reforma
administrativa y una ampliación del censo, medidas que fueron rechazadas

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en las cortes por ser “antipatrióticas”, lo que conllevó su dimisión. Las Cortes se dividían en los
sectores “españolistas”, conservadores y contrarios a cualquier reforma, y sectores progresistas, que
intentaban dar grados de autonomía a la isla. El sector españolista contaba con apoyos en Cuba:
burócratas, comerciantes o azucareros españoles residentes en la isla.

En Cuba, la idea del autonomismo tomó cuerpo en el Partido Liberal Autonomista. Era una fórmula
intermedia, defender la españolidad de la isla aunque reconociéndole una identidad propia; proponía
cambiar el sistema de relaciones, los vínculos con España debían ser solidarios, no coloniales.

Por último, al otro extremo encontramos el movimiento independentista con el


Partido Revolucionario Cubano creado por José Martí en 1892 desde Nueva York,
donde promovía el alzamiento cubano hacia la independencia de España.

Puerto Rico, sin embargo, no planteaba grandes problemas. Desde 1872 disfrutaba
de una autonomía, de la abolición de la esclavitud y su economía era saneada. El
autonomismo se veía en la isla desde dos prismas distintos, un grupo tendía más al
españolismo y otra al nacionalismo antillano. Hay que destacar en este grupo al
movimiento criollo autonomista (Asamblea de Ponce, 1887), que protestaba por la
situación de los campesinos, envueltos en el analfabetismo, y la miseria. Los
intentos de levantamiento en la isla estaban controlados por una élite económica
poderosa, por eso apenas han tenido trascendencia histórica.

Filipinas, por otro lado, se diferenciaba de la zona caribeña en que la presencia española era menor y
el control efectivo se reducía a Manila y su cercanía. Lógicamente, la importancia de Cuba era mayor,
y por ello España se contentaba con tener en Filipinas a un gobierno fuerte de origen peninsular y
contar con la ayuda de las órdenes religiosas que se habían asentado en la isla.

Ya desde la década de los 1870 empiezan los movimientos exigiendo la igualdad


de derechos de los filipinos con los ciudadanos peninsulares, promovido por el
clero secular filipino, que tuvo un episodio breve pero representativo: el motín de
Cavite (1872), rápidamente sofocado.

En la siguiente década destacarán los llamados “ilustrados”, filipinos que


estudiaban en universidades españolas y europeas y que reclamaban reformas (por
ejemplo, la representación en Cortes). De entre ellos destaca José Rizal, el
fundador de la reformista Liga Filipina (1892).

3. EL COMIENZO DE LA INSURRECCIÓN EN CUBA Y FILIPINAS

La falta de reformas llevó al estallido en Cuba de una sublevación independentista. Podemos dividir
el desarrollo de la guerra cubana en estas fases:

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• En 1895 comienza la sublevación (Grito de Baire), promovido por el Partido Revolucionario


Cubano. José Martí proclamó entonces la libertad de Cuba en el “Manifiesto de Montecristi”.
Poco después muere en mitad de un combate.
• Entre 1895 y los primeros días de 1896, los sublevados, con Antonio Maceo y Máximo Gómez
a la cabeza, se extienden desde el este hacia el oeste de la isla sin que Martínez Campos pueda
detenerlos.
• En 1896 y 1897 España encarga al
general Valeriano Weyler acabar el
levantamiento, una “guerra hasta el
final”, de mucho desgaste, apoyada
por Cánovas y Sagasta, que ya veían
la injerencia de EE. UU. a favor de
los sublevados. Entre otras medidas,
Weyler llevó a cabo una política de
concentración de la población rural
para protegerlos y a la par controlar
que no apoyaran a los sublevados. La mala gestión de esta política llevó a muchas muertes por
enfermedades en los campesinos “reconcentrados”. Aun así, se reconquistó parte del terreno.
• La última fase es previa a la entrada de EE. UU. Weyler sería sustituido por el general Blanco,
que perdería en pocas semanas lo reconquistado. Al mismo tiempo, Sagasta formaba gobierno
y creaba una reforma muy amplia para Cuba, en la que tendría gobierno propio y los mismos
derechos que los españoles, a la forma de los dominios británicos coloniales.

En el Pacífico, la insurrección filipina comenzará en 1896 (Grito de Balintawak), promovido por el


Katipunan, una organización secreta fundada por Andrés Bonifacio, que pretendía la expulsión de los
españoles y la confiscación de las tierras de las órdenes religiosas. Como en Cuba, la política
contemporizadora se sustituyó por la acción al mando del general Polavieja, que sofoca el
levantamiento y ejecuta a Rizal. El malestar, sin embargo, continúa con otra rebelión que terminó con
la paz de Biac-na-Bató, en 1897. El conflicto enlazaría ya con la guerra hispanoestadounidense.

4. LA GUERRA HISPANO-ESTADOUNIDENSE DE 1898

Estados Unidos quiere intervenir en el conflicto por razones de distinta índole:

• Una tradición que reivindicaba la influencia que EE. UU. debía tener en el Caribe, prueba de
ello son los intentos previos de compra que ya había rechazado España.
• Es justo en esta época cuando la ideología del imperialismo territorial ha calado en EE. UU.,
por ello busca conquistas por el Caribe y Asia.

A principios de los 90, con el presidente Cleveland, EE.UU. promovía la ayuda a los insurrectos
cubanos a través de la Junta Cubana, formada por estadounidenses que apoyaban la independencia.
Los intentos reformadores de Sagasta en 1897 no cumplieron las expectativas del nuevo presidente,
McKinley, quien vuelve a ofrecer la compra de Cuba y Puerto Rico, de nuevo rechazada. EE. UU. se

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preparaba para entrar en guerra, pues además veían posible que los mambises, los soldados cubanos,
lograran la independencia por sí mismos y EE. UU. perdiera una futura influencia en la isla.

El casus belli fue la explosión del acorazado estadounidense Maine, que provocó más de 200 muertos
y que estaba en el puerto de La Habana como medida de presión. EE. UU. vuelve a ofrecer la compra
de la isla (300 millones de dólares), rechazado de nuevo por España. A ello EE. UU. responde con un
ultimátum para que España renunciara a la soberanía de la isla.
Mientras, en las calles norteamericanas se acusaba a España
de la explosión y por otro lado en España se vive un fervor
patriótico contra las pretensiones americanas.

Estados Unidos le declara la guerra a España en abril de 1898.


La guerra en sí fue muy breve y se llevó a cabo principalmente
en el mar, con una superioridad técnica y humana muy
superior del lado estadounidense.

Comienza en Filipinas, con la derrota de la flota española en Cavite, a lo que se le sumó una nueva
insurrección nacionalista en las islas, ahora con apoyo de EE. UU. Las tropas españolas quedaron
cercadas en Manila, capitulando en agosto de 1898. En el conflicto de Filipinas y como demostración
de la resistencia española a pesar de la inferioridad cabe destacar la leyenda de los “últimos de
Filipinas”, que aguantaron un asedio sin atender a rendición hasta junio de 1899.

Los estadounidenses desembarcan en Cuba en junio, en Guantánamo. Su avance hacia Santiago fue
detenido por los españoles en El Caney y la Loma de San Juan. Pero el hundimiento de la flota del
almirante Cervera en la batalla de Santiago hizo a este capitular. Al poco, las fuerzas de EE. UU.
ocupan Puerto Rico sin oposición, aunque en la isla no había movimiento independentista.

Las negociaciones de paz se plasmaron en la Paz de París, en diciembre de 1898. España reconocía la
independencia de Cuba y cedía Puerto Rico, Filipinas y Guam a EE. UU., a cambio de una
compensación de 20 millones de dólares. España aceptaba las condiciones impuestas, no tenía margen
de negociación.

Poco después, España cedía las Carolinas, las Marianas y las Palaos al Imperio Alemán, que llevaba
años presionando para aumentar su imperio colonial, por 25 millones. Quedaba así liquidado el
Imperio español, a manos de los países que protagonizaban la hegemonía del siglo XIX.

5. LAS CONSECUENCIAS DEL DESASTRE: LA CRISIS DE 1898

La pérdida de las colonias españolas se enmarca dentro del movimiento colonialista que los países más
desarrollados realizaron durante el siglo XIX. España, más atrasada, es un rival relativamente fácil de
vencer para saciar el apetito colonial de las demás potencias. Pero un país como España, cuya forja
coincide con la expansión colonial en América, no puede evitar entrar en una profunda crisis al
desaparecer sus últimas posesiones de ultramar. Las consecuencias son las siguientes:

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• Demográficamente, las guerras coloniales se saldaron con un total de 120.000 muertos, más
por enfermedades infecciosas que por los combates. Además de las bajas, la poblaciónpotencial
de España desciende (ya no puede contarse con sus habitantes de ultramar).
• Económicamente, la derrota supone la pérdida del favorable mercado colonial. Se reafirmó la
tendencia proteccionista que ya se había reforzado con el arancel de 1891. No se sufrió una
crisis económica, es más, los primeros años del siglo la inflación es baja y se reduce la deuda,
como resultado de la vuelta de capitales coloniales.
• En cuanto al estamento militar, se expandió una ola de antimilitarismo popular que provocó
que las actitudes castrenses se radicalizaran hacia la intransigencia. Esto comenzó a quebrar el
respeto institucional que el ejército había tenido durante esta primera etapa de la restauración
y ponía la primera piedra para futuras incursiones en el poder.
• España en el plano internacional deja de ser un imperio colonial en América, pero comenzará
una tímida intervención colonial en África, básicamente en Marruecos (ya se poseía los
pequeños territorios de la llamada Guinea española), donde el ejército podrá resarcirse de la
pérdida colonial.
• La crisis política fue menor de lo esperado, no quebró el sistema político, pues se mantuvo la
monarquía y el turno de gobierno. El gobierno liberal de Sagasta fue sustituido por el
conservador de Francisco Silvela. Los políticos destacados tras el 98, sea de la tendencia que
sean, tendrán siempre presente la retórica de la “regeneración”, que explicaremos a
continuación, lo que hará avanzar al país de forma moderada.

6. EL REGENERACIONISMO

El regeneracionismo emanó como idea tras el desastre. Era un examen de conciencia, un balance
realizado por intelectuales y políticos a caballo entre los dos siglos. Sus ejes básicos eran la
dignificación de la política, la modernización social y la superación del atraso cultural.

En la política

Nada más acabar la guerra, se crea un nuevo gobierno en 1899 con Silvela
como presidente y el general Polavieja como ministro de guerra. Uno,
partidario de las reformas, el otro, defensor del sistema tradicional. Silvela
fracasará en sus intentos de reforma de Hacienda, ejército y organización
territorial, el propio sistema evitaba evolucionar.

Entre 1897 y 1903 habían fallecido personalidades como Cánovas,


Castelar, Pi y Margall y Sagasta. En la política de la primeras décadas del siglo XX, ya con Alfonso
XIII en el trono (1902), destacaron intentos regeneracionistas como el regeneracionismo conservador
de Antonio Maura (1907-1909) y el regeneracionismo liberal de José Canalejas (1910-1912). Pese al
esfuerzo de las reformas, el sistema se veía poco a poco abocado a la desestabilización y a su propia
desaparición, al no encontrar suficientes respuestas a los nacionalismos, al republicanismo, a la
agitación social o a la presión del ejército.

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En el mundo cultural

Pero el regeneracionismo no sólo estuvo presente en la política. Los intelectuales como Macías
Picavea, Lucas Mallada o Joaquín Costa comandarían esta idea. A la par destacan un grupo de
escritores, que dio lugar a la llamada “generación del 98”, imbuidos de los mismos principios
(Unamuno, Valle Inclán, Machado, Ramiro de Maeztu, Azorín, Baroja, etc.).

Para los intelectuales, España estaba en un estado de postración. Intentaron establecer las causas de los
problemas y las posibles soluciones, a las que calificaron como “regeneración nacional”. Así, cabe
destacar trabajos como El problema nacional de Picavea, los artículos de Rafael Altamira en La
España Moderna, En torno al casticismo de Miguel de Unamuno u Oligarquía y caciquismo de
Joaquín Costa.

Todos cuestionaban la capacidad del pueblo para progresar, criticaban el sistema de la Restauración y
su funcionamiento y veían en la falta de educación uno de las causas del atraso del país.

Iniciativas surgidas del regeneracionismo

Joaquín Costa puso en práctica muchas de esas ideas mediante la


Liga Nacional de Productores, donde realizó reformas agrarias,
municipales, educativas o administrativas. Pero estas asociaciones,
que lograron popularidad durante años, excluían a los obreros y
campesinos de participar, dándole el protagonismo a “las clases
productivas intelectuales”. Poco a poco quedó monopolizado por
las clases pudientes. Tanto es así que, una vez domesticado, sus
lemas fueron adoptados por conservadores (Maura o Silvela),
liberales (Canalejas), republicanos (Costa o Madrazo) e incluso el
propio monarca, Alfonso XIII.

En ese ambiente se creó el Instituto de Reformas Sociales (1903), sustituyendo a la antigua Comisión
de Reformas Sociales, lo que representa la institucionalización de la preocupación social en España,
que más tarde daría, por ejemplo, a la creación del Ministerio de Trabajo (1920)

7. CONCLUSIÓN

La pérdida de las últimas colonias españolas certificaba que España, pese a pertenecer al fuerte
continente europeo, era ya una potencia de segundo orden. La inestabilidad política, el atraso
económico, anclado por una sociedad inmovilista, y una legislación que cambia según el tipo de
gobierno; estas son algunas de las causas de que España no hubiera compartido la aventura colonial e
industrial europea del siglo XIX y explican las pérdidas territoriales.

El fracaso obligó a España a mirarse en el espejo para poder estudiar sus fallos y cómo mejorar.
Siempre había habido analistas que lo advertían, la diferencia es que en estos momentos se
transformaba en algo más generalizado, asumido incluso desde el poder. Como ocurriera con la Edad

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de Oro de la literatura española, otra profunda crisis de identidad trajo consigo lo que se conoce como
la Edad de Plata: la generación del 98, escritores de talla internacional que nos ayudan a entender la
necesidad de regenerar, de cambiar para mejorar.

Hoy recogemos parte de los frutos de los regeneracionistas, que empujaron con fuerza a las clases
políticas que eran reticentes en cuanto a las reformas, lo que, en la mayoría de las sociedades
occidentales, se traduce en una mayor igualdad y justicia social. Su esfuerzo sería un apoyo para los
derechos que hoy día disfrutamos, y nos enseña a poder sacar partido de una crisis, renovándose para
no morir.

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