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SIGLO XX

TEMA 7: DICTADURA DE PRIMO DE RIVERA

Durante los años veinte y treinta del siglo XX, las secuelas de la I Guerra Mundial,
la crisis del sistema capitalista a partir de 1929, el desprestigio de las democracias
liberales y el peligro revolucionario va a provocar que se establezcan gobiernos
dictatoriales en numerosos estados europeos (Portugal, Italia, Alemania, Rumanía...).
En España, el fracaso del régimen de la Restauración y la grave crisis política
existente propiciaron el pronunciamiento militar del general Miguel Primo de Rivera
en septiembre de 1923 que, ante el apoyo del rey Alfonso XIII se acabó convirtiendo en
un golpe de Estado que abrió un periodo de gobierno dictatorial hasta comienzos de los
años treinta. Aunque el sistema fue bien acogido por algunos sectores, que lo
consideraban una forma eficaz de “poner orden” en el país, de forma paulatina fue
perdiendo apoyos al tiempo que el republicanismo se extendía cada vez más.

El Desastre del 98, el asesinato de Cánovas del Castillo (1897) y la muerte de


Sagasta (1903) sumen al sistema de la Restauración en una profunda crisis polítca. A pesar
del esfuerzo de Antonio Maura (Conservador) y José Canalejas (Liberal) de mantenerlo, el
régimen entra definitivamente en crisis a partir de 1917. Ninguno de los partidos fue capaz
de formar gobierno por sí solo, lo que llevó a recurrir a gobiernos de concentración entre los
dos partidos del “turno”. Entre 1918 y 1923 hubo hasta diez cambios de gobierno, siendo
constante durante este periodo la supresión de las garantías constitucionales y el cierre
parlamentario.

A esta crisis política hay que sumar una gran inestabilidad social, debido a la
escasez de productos durante la I Guerra Mundial (ya que se exportaban a Europa), al
incremento de la movilización obrera, el anticlericalismo de las clases populares (debido a la
posición privilegiada de la Iglesia durante la Restauración) y la extensión del regionalismo.

En política exterior, tras el desastre del 98, se dirigió hacia el norte de África,
continente protagonista de la expansión imperialista europea del siglo XIX. En la
Conferencia de Algeciras (1906), a España le correspondió la administración del Rif, la zona
norte de Marruecos, mediante el establecimiento de un protectorado. Dicho territorio fue una
fuente de constantes quebraderos de cabeza para los gobiernos españoles, debido a los
continuos enfrentamientos armados con los bereberes, y conllevó un gran gasto económico,
pérdidas humanas y descontento de la población civil.

En enero de 1921, las autoridades españolas decidieron reforzar su presencia militar


en el territorio para afianzar su control sobre el mismo. En julio de ese mismo año, el
general Silvestre protagonizó un rapidísimo avance militar en dirección a la bahía de
Alhucemas, comprando la lealtad de multitud de tribus rifeñas y estableciendo una débil
línea de suministros. Eso, unido a las pésimas condiciones de la tropa española (mal
armados, subalimentados y, en la mayoría de los casos, sin experiencia), permitió que el
caudillo Abd El Krim ataquese sorpresivamente el campamento español establecido en
Annual. Silvestre ordenó una retirada que acabó convirtiéndose en una carnicería, muriendo
alrededor de 15.000 hombres, y perdiéndose todo el territorio controlado hasta Melilla.
El gobierno de Maura se limitó a hablar de responsabilidades militares, para lo que
se encargó un informe al general Picasso. Sin embargo, la oposición exigía también
responsabilidades a los políticos en el gobierno y al propio monarca.

DIRECTORIO MILITAR (1923-1925)

El miedo a las posibles repercusiones del llamado Informe Picasso provocó la


reacción de los militares, que se tradujo en el levantamiento militar del Capitán General de
Cataluña Miguel Primo de Rivera, el 13 de septiembre de 1923, en el que declaraba el
estado de guerra y asumía todos los poderes. El resto de guarniciones militares españolas
esperaron a la decisión del rey para sumarse o no al golpe. El apoyo público de Alfonso XIII,
encargando la formación de gobierno a Primo de Rivera, supuso el éxito definitivo del golpe.

Primo de Rivera había hecho públicas sus intenciones en un manifiesto,


presentando la dictadura como un régimen transitorio y hasta que fuesen extirpados los
males del país: caciquismo, desgobierno, subversión social y la amenaza del separatismo.
En definitiva, se proclamaban como suyas ideas del regeneracionismo, y se planteaba la
dictadura como la “revolución desde arriba” que había defendido Joaquín Costa. El primer
gobierno del general será un Directorio Militar, compuesto por él mismo como jefe de
gobierno y otros nueve miembros del ejército. Así, el régimen constitucional de 1876 era
sustituido, en medio de la indiferencia popular y sin apenas resistencia, por una dictadura
militar.

El golpe contó con el apoyo de los sectores empresariales, los principales bancos
nacionales y la Iglesia. Los republicanos no se opusieron y las organizaciones socialistas
(PSOE y UGT) se mantuvieron a la espera. Tan solo anarquistas y comunistas manifestaron
su repulsa e hicieron llamamientos a la huelga general, que no tuvieron una respuesta
popular suficiente como para hacer frente al golpe. En noviembre de 1923 los presidentes
del Congreso y el Senado visitaron al rey para recordarle que era su deber convocar
elecciones a Cortes antes de que pasasen tres meses desde su disolución. Alfonso XIII
respondió que no era tiempo de Cortes ni Constituciones, si no de poner “paz y orden” en el
país.

A pesar de no contar con un programa político bien definido, Primo de Rivera sí que
tenía unos objetivos muy claros: acabar con el caciquismo, restablecer el orden público,
retirar de la escena a los viejos políticos liberales y pacificar Marruecos.

Para acabar con el sistema de la Restauración y el caciquismo, se sustituyeron los


ayuntamientos por juntas de vocales asociados, que debían estar formadas por “personas
de alto prestigio social, de solvencia acreditada”. En 1924, la aprobación de un Estatuto
Municipal prometía la democratización de los municipios mediante la elección por sufragio
universal de dos tercios de los concejales. Sin embargo, dichas elecciones nunca llegaron a
celebrarse. Así, el viejo caciquismo no solo pervivió, si no que ahora además se perseguía
de forma implacable a aquellos contrarios al régimen. En ese mismo año, Primo de Rivera
decidió crear un gran partido, la Unión Patriótica (UP), que lejos de convertirse en un partido
moderno, se limitó a ser un instrumento de propaganda institucional.
A nivel social, el orden público se impuso con duras medidas represivas contra la
CNT y el PCE, que fueron declarados ilegales. Bajo el lema “Una, Grande e Indivisible”,
también se reprimieron las manifestaciones nacionalistas, tachadas de separatistas,
prohibiéndose el uso de símbolos del catalanismo y el uso del catalán en ámbitos oficiales.
Con el Estatuto Provincial de 1925 se suprimió la Mancomunidad de Cataluña, lo que
provocó la ruptura definitiva con el catalanismo, y que potenció el nacionalismo radical y el
separatismo.

No obstante, la acción más relevante de este período fue sin duda la intervención en
Marruecos. En un principio, Primo de Rivera asumió personalmente el Alto Comisariado de
Marruecos e intentó negociar la paz con Abd El Krim, lo que le supuso un enfrentamiento
con militares africanistas como los generales Sanjurjo y Queipo de Llano o los jefes del
Tercio Millán Astray y Franco. Las negociaciones llegaron a su fin con el ataque de los
rifeños en 1924 a las tropas españolas que se retiraban desde Xauen, provocando más de
2.000 bajas y penetrando en el Marruecos francés. En 1925, Francia y España acordaron
una ofensiva militar conjunta por mar y tierra, que se tradujo en el conocido como
Desembarco de Alhucemas (1925), un rotundo éxito que facilitó la derrota definitiva de Abd
El Krim, que acabó entregándose a los franceses en 1926.

Tras tan sonado éxito, Primo de Rivera empieza a pensar en la institucionalización


de la dictadura, para lo cual decide desmilitarizar el gobierno y dar entrada en él a personas
civiles. Así, en 1925, quedaba constituido el llamado Directorio Civil, con el que el general
incumplía sus promesas de abandonar el poder una vez pacificado el país. Alfonso XIII
aceptó el cambio, asegurando que era necesario proseguir la labor de salvación del país.

EL DIRECTORIO CIVIL (1925-1930)

Aunque Primo de Rivera seguía concentrando todos los poderes, en 1925 recuperó
la figura del Consejo de Ministros, en su intento de restar importancia en el gobierno a los
militares. En 1927 se creó la Asamblea Nacional Consultiva, con la intención de elaborar
una nueva Constitución, el Estatuto Fundamental de la Monarquía. De sus más de 400
miembros, dos tercios fueron nombrados directamente por el gobierno, dejando fuera a las
fuerzas políticas de la Restauración. Ello provocó la oposición de los viejos políticos
dinásticos, la negativa de los socialistas a seguir colaborando y las reticencias del monarca,
acabando por paralizar el proyecto aumentar la oposición al dictador.

La política económica de la dictadura se benefició de la coyuntura internacional


positiva de los años veinte, y se caracterizó por el intervencionismo estatal y el nacionalismo
económico. Sus principales objetivos fueron regular e impulsar la industria nacional
mediante unos elevados aranceles proteccionistas y la concesión de ayudas a las grandes
empresas. También creó grandes monopolios estatales como la Compañía Arrendataria de
Petróleos S.A. (CAMPSA) o la Compañía Telefónica Nacional de España. También se
produjo una gran inversión en obras públicas, con la construcción de embalses,
ferrocarriles, puertos o carreteras. Sin embargo, esa política de gasto no se compensó con
una reforma fiscal que aumentase los ingresos, lo que resultó en un crecimiento del déficit
presupuestario y la deuda, además del descuido del mundo agrícola, en el que siguió sin
abordarse el problema de la propiedad de la tierra.
Socialmente, la dictadura destaca por una escasa conflictividad, explicada en parte
por la represión y la censura, pero también por otros factores: el desarrollo de una amplia
política social (construcción de viviendas asequibles, escuelas y servicios sanitarios) y un
nuevo modelo de relaciones laborales, basado en el corporativismo del fascismo italiano.
Así, la Organización Corporativa Nacional estaba integrada por “comités paritarios” de cada
oficio, formado por igual número de vocales obreros y patrones, con el objetivo de resolver
los conflictos de forma pacífica y negociada.

La dictadura comenzó a perder apoyos a partir de 1926, siendo el problema más


importante sin duda el conflicto militar por los ascensos. Mientras que los militares junteros
defendían el ascenso por antigüedad, los africanistas se mostraban partidarios del ascenso
por méritos de guerra. La política de Primo de Rivera en este aspecto fue caótica, apoyando
a unos y otros según el momento, para finalmente decidir los ascensos personalmente y de
forma arbitraria, premiando a los afines y castigando a los críticos, con lo que se ganó un
gran número de enemigos dentro del ejército, el principal apoyo de la dictadura.

El 24 de junio 1926 hubo un intento fallido de poner fin a la dictadura y restablecer el


orden constitucional de 1876, conocido como la “Sanjuanada”, en la que participaron
políticos de la Restauración, republicanos y prestigiosos generales como Valeriano Weyler.
En 1929 se produjo un nuevo intento de golpe, que se saldó con una durísima represión,
especialmente entre militares del cuerpo de artillería, que habían apoyado el levantamiento,
y que fueron sometidos a un consejo de guerra, terminando de distanciar a muchos militares
de la política de Primo de Rivera.

Intelectuales y periodistas también fueron un importante frente de oposición al


régimen, destacando figuras como Unamuno, Ortega y Gasset, Blasco Ibáñez o Fernando
de los Ríos, que se enfrentaron a la dictadura a pesar de la rígida censura. Muchos
estudiantes los respaldaron, fundándose la Federación Universitaria Escolar, que organizó
numerosas protestas callejeras.

En 1926 se fundó Alianza Republicana, integrada por todos los partidos


republicanos, mientras que en agosto de 1929 PSOE y UGT firmaban un manifiesto
conjunto de rechazo a la dictadura, declarando su voluntad de luchar por un estado
republicano. La CNT, por otra parte, se fue radicalizando, y los partidarios de la insurrección
revolucionaria constituyeron en 1927 la Federación Anarquista Ibérica (FAI).

Ante los numerosos conflictos sociales y la falta de apoyos, Primo de Rivera acabo
presentando su dimisión el 28 de enero de 1930, muriendo apenas dos meses después en
París. Con la marcha del general, Alfonso XIII desoyó las voces que pedían elecciones, y
entregó el poder al general Dámaso Berenguer, que lideró un gobierno popularmente
conocido como la Dictablanda. En agosto de 1930 una coalición de partidos de diferente
signo (republicanos, socialistas, radicales, catalanistas de izquierda...) firmaba el Pacto de
San Sebastián, en el que se formaba un comité revolucionario liderado por Niceto Alcalá
Zamora con el objetivo de proclamar la República. La insurrección debía producirse el 15 de
diciembre, pero los capitanes de la guarnición de Jaca Fermín Galán y Ángel García
comenzaron la sublevación el día 12, tres días antes de lo previsto, provocando el fracaso
de todo el pronunciamiento.
En febrero de 1931, Alfonso XIII entregó el poder al almirante Juan Bautista Aznar,
quien finalmente establecerá un calendario de elecciones para la vuelta a la normalidad
constitucional: las primeras en celebrarse serían las elecciones municipales, el 12 de abril
de 1931. Los partidos del Pacto de San Sebastián hicieron campaña para presentar dichas
elecciones como un plebiscito sobre la Monarquía y la República. El triunfo aplastante de la
coalición republicano-socialista en las grandes ciudades (poco influidas por los caciques) se
interpretó como un rechazo directo a la monarquía, que dio paso a la marcha del rey y la
proclamación de la II República Española el 14 de abril de 1931.

Aunque en primer momento la dictadura no contó con una fuerte oposición, debido
a la grave crisis en la que se encontraba inmerso el sistema de la Restauración,
poco a poco Primo de Rivera fue perdiendo todos sus apoyos, hasta el punto de
protagonizar algo extremadamente inusual en un dictador como fue su dimisión voluntaria.
El desprestigio popular de la dictadura arrastró consigo a Alfonso XIII, que la había apoyado
desde el primer momento, permitiendo el ascenso del republicanismo y desterrando a la
monarquía de nuestro país hasta 1975, con el regreso de los Borbones personificado en la
figura de Juan Carlos I.

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