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MOTIVACIÓN
Ignacio Montero y Juan Antonio Huertas
Facultad de Psicología, U.A.M.
1. INTRODUCCION.
Las garantías se refieren a los conceptos que nos aseguran una especie de control
de calidad sobre nuestras medidas y evaluaciones de los aspectos psicológicos de la
persona. Nos referimos a la fiabilidad, la validez y la relevancia.
Fiabilidad
Un instrumento de evaluación es fiable en la medida en que arroja los mismos
resultados independientemente de quién lo use o del momento temporal en que se aplique
(esto último siempre y cuando se refiera a características estables de la actividad humana).
¿Confiaría usted en un test de mecánica para el motor de su coche cuyo resultado
dependiera del mecánico que lo aplicara?, ¿o de la hora del día que se midiese? ¿Verdad
que no? Una manera muy sencilla de comprobar la fiabilidad (en lugar de, simplemente,
darla por supuesta) es calculando el porcentaje de veces que dos evaluadores obtienen la
misma información cuando usan el mismo procedimiento para el mismo caso o medir en
dos momentos distintos a personas parecidas con la misma medida. Fíese sólo de los
procedimientos que generen acuerdos superiores al 70%.
Validez
Pero además de buscar que un instrumento de medida sea fiable otra garantía
fundamental es la de estar seguros que ese instrumento evalúa lo que se pretendía. Por
ejemplo, un examen será fiable cuando el estudiante obtenga la misma calificación
independientemente de quién se lo corrija. Pero, además será válido si realmente evalúa sus
conocimientos en la materia y no otra cosa (como su grado de asistencia a clase o su habilidad
para escribir peroratas de sentido común).
Relevancia
Este tercer y último concepto relativo a la calidad de los procedimientos de evaluación es
más difícil de consensuar, dado que se puede prestar más a diferencia de opiniones.
Consiste en tener cierta seguridad de que el dato obtenido representa fielmente lo que se da
en la generalidad de las ocasiones o cierta certeza de que es ese aspecto el que conviene
evaluar de ese modo. Supongamos que dos observadores toman nota de un comentario
espontáneo y que ambos lo registran como atribución causal de un resultado. Revisado ese
registro se corrobora la validez de la catalogación. El problema es: ¿la atribución realizada
en ese momento puntual es relevante para la evaluación del tipo de atribuciones que la
persona evaluada suele hacer? O más aún, ¿en este caso, para conocer la orientación
motivacional de un estudiante, es relevante la evaluación de sus atribuciones causales?
Aquí ya no podemos recurrir a los cálculos de porcentajes ni a la autoridad del experto.
Sólo el evaluador podrá juzgar. ¿Y si se equivoca? Evidentemente, ya se dará cuenta.
Vamos ahora a hacer referencia a los diferentes tipos de estrategias que se han
desarrollado para la evaluación de la motivación. Estas pueden agruparse en tres grandes
bloques de acciones: mirar, preguntar e interpretar, cada una con sus virtudes e
inconvenientes.
Es evidente, que cuando una persona elige entre diferentes opciones una, en alguna
media será porque quiere. Es decir, en situaciones de elección se pueden dejar entrever
nuestros intereses y motivación. Pero, lógicamente, esos motivos aparecerán reflejados en
situaciones de libre selección. Si no se dan las circunstancias para un mínimo nivel de
autonomía, si las elecciones no son fundamentalmente voluntarias, sabremos mucho de los
deseos del que obliga, no así del que actúa. Este indicador se suele utilizar con frecuencia
como medida concurrente en muchos trabajos de motivación. Así, se puede graduar el nivel
de riesgo a fracasar implicado en cada una de las tareas que se le proponen al sujeto y,
dependiendo de la que elija, se puede inferir su modo de afrontamiento del fracaso.
Nos quedarían por mencionar toda una serie de medidas que muestran la cara más
afectiva del comportamiento motivacional. Nos estamos refiriendo a las observaciones más
o menos completas de los indicadores expresivos de las emociones. Desde luego que
cuando una persona nos muestra una expresión emocional fácilmente catalogable como de
gusto o de disgusto y si podemos descubrir el objeto de su emoción, estamos ante la
presencia de una genuina actuación motivada. La cara es el mejor reflejo de un afecto, pero
no el único. La comunicación no verbal es más amplia, tanto que los mundos emocionales
se suelen esconder en lo puramente lingüístico, en la prosodia, en el énfasis y la entonación
de una comunicación verbal. El problema fundamental de este tipo de indicadores es que
solemos camuflar nuestros sentimientos con relativa facilidad. El que uno no exprese
claramente sus afectos no quiere decir que no tenga gustos, deseos y propósitos.
Por último y para terminar con este análisis crítico, estas observaciones directas del
comportamiento esconden muchas inferencias, ignoran los procesos cognitivos y afectivos
implicados cuando éstos no son evidentes. Lo normal es que sepamos lo que hace el otro,
en cambio no solemos tener tan claro lo que piensa y quiere. Por estas razones estas
medidas se han considerado siempre como unos procedimientos complementarios y
convergentes con otras medidas de la motivación humana.
Por otra parte se han relacionados los famosos Big Five, los cinco factores que se
consideran los principales componentes de la personalidad humana (McRae y Costa, 1992),
que son extraversión, estabilidad emocional o neuroticismo, amabilidad, apertura y
responsabilidad, con la estructura típica de los motivos sociales. Aparecían ciertas
correlaciones del factor de personalidad responsabilidad con la tendencia hacia el logro y la
amabilidad con los motivos de afiliación (McRae, 1994).
Otro autor español, Pelechano (1975), partiendo de una crítica por reduccionista del
modelo clásico de Atkinson de motivación de logro y utilizando el análisis factorial como
medio para contrastar sus hipótesis, elaboró un cuestionario, el M.A.E. (Motivación y
Ansiedad de Ejecución), en el que se identificaron seis factores, cuatro de motivación y dos de
ansiedad (Tendencia a la sobrecarga de trabajo; Separación entre el mundo laboral y privad;
Autoexigencia laboral; Motivación positiva para la acción; Ansiedad inhibidora del
rendimiento y Ansiedad facilitadota). Tal y como señala Alonso (1992e), las cualidades
psicométricas de esta prueba son adecuadas aunque los estudios de estabilidad temporal son
escasos. En cualquier caso el lector en castellano puede contar con un instrumento útil y de
fácil utilización en el campo de la evaluación de la motivación dentro del contexto laboral.
Estilos atributivos
La escala elaborada por Rotter (1966) fue denominada "Inventario de reacción social"
y se centra en la evaluación del constructo "lugar de control" para determinar el grado de
internalidad-externalidad con que los sujetos juzgan su implicación en una serie de resultados
más o menos cotidianos. La escala está compuesta de veintinueve elementos que presentan
dos afirmaciones entre las cuales tiene que elegir el sujeto. Una de las afirmaciones recoge una
atribución de tipo interno y la otra de tipo externo. Seis de los veintinueve elementos recogen
pares no relevantes para la evaluación y son utilizados como distractores.
Siendo la primera escala de este tipo es la que en la actualidad está mejor estudiada.
Además de sus cualidades, distintos autores han llamado la atención sobre sus posibles errores
de concepto (ver Alonso, 1992e). Estos se podrían resumir en que: a) no resulta adecuado
considerar conjuntamente la atribución causal de un evento positivo que de uno negativo,
particularmente si la causa es considerada como estable; b) tampoco resulta adecuado utilizar
indistintamente la primera que la tercera persona dado que no tienen las mismas implicaciones
las atribuciones causales realizadas acerca de la propia conducta que de la conducta de otros; y
c) tampoco resulta adecuado suponer que las dimensiones de atribución causal se van a utilizar
igual independientemente de cuál sea el contexto o área motivacional en la que se produce el
evento evaluado.
Precisamente por tener en cuenta estas críticas al cuestionario de Rotter, Lefcourt et al
(1979) desarrollaron las "Escalas de causalidad multidimensional y multiatributivas". Dentro
de este cuestionario se recogen dos grandes grupos de escalas: las relativas a logros
académicos y las relativas al éxito en las relaciones interpersonales. Cada uno de estos ámbitos
se evalúa mediante un conjunto de 24 afirmaciones con las que el sujeto tiene que mostrar su
grado de acuerdo en una escala de cinco intervalos. Las 24 afirmaciones se agrupan en cuatro
dimensiones (habilidad, esfuerzo, contexto y suerte) resultantes de combinar los dos polos de
las dimensiones interno-externo y variable-permanente. La mitad de las afirmaciones son
relativas a eventos positivos y la otra mitad a eventos negativos.
Expectativas
Pasando al otro elemento motivacional, la medida de las expectativas de eficacia, la
escala de evaluación de las expectativas de auto-eficacia elaborada por Sherer y Adams
(1983) supone una excepción dentro del paradigma desarrollado por Bandura (1977) dado
que, normalmente, la evaluación de tales expectativas se hace mediante procedimientos de
tipo directo (ver Alonso, 1992e). Esta escala se compone de treinta elementos que describen
otras tantas situaciones sobre las que el sujeto tiene que evaluar el grado en el que considera
que obtendría éxito si se viera realmente expuesto a ellas. La mayoría de las situaciones se
pueden considerar de índole general mientras que siete de ellas hacen referencia expresa a
situaciones de interacción social. Aunque existen algunos datos sobre sus cualidades
psicométricas, todavía no tiene un formato de aplicación y corrección estándar.
Modos de autorregulación
En este mismo manual habrá encontrado el lector suficientes referencias al papel que
juegan nuestros procesos de voluntad y de autorregulación en la motivación humana. Los
procesos implicados en la regulación de la acción y en su control son fundamentales para las
cosas del querer. Uno de los autores más señeros en este campo de estudio es Julius Kuhl,
recientemente ha diseñado una batería de autoinformes para evaluar los procesos de
autorregulación el VCI o inventario de componentes volitivos (Kuhl y Fuhrmann, 1998). En
dicho instrumento se miden dos modos de volición facilitadora de la acción (la
autorregulación y el autocontrol) y dos modos inhibitorios (la inhibición volitiva o indecisión
y la inhibición de la accesibilidad del conocimiento o preocupación). El propio autor menciona
(Kuhl, 2000) algunos estudios de validación que demuestran ciertas relaciones significativas
entre su cuestionario VCI y otros cuestionarios que miden concentración y distracción como
el SRTC el cuestionario para niños de autorregulación y concentración.
En este camino hacia metas más generales, con la técnica de las Tendencias
Personales (Personal Strivings; Emmons, 1989) se pretende averiguar las metas
prototípicas que los sujetos sugieren que están implícitas en determinadas actividades
sociales, esos patrones generales de metas que representan lo que un individuo típicamente
intenta hacer. Los criterios para puntuar y categorizar cada meta suelen ser los mismos que
para identificar motivos en los procedimientos temáticos. Para conseguir metas generales la
información debe recogerse de manera que no se limite las posibilidades de respuesta del
sujeto y que no requiera de un análisis y reflexión muy detenido por parte del sujeto que
informa. Haciéndolo de esta manera, Emmons y McAdams (1991) compararon los datos
proporcionados por una misma muestra de sujetos, obtenidos del análisis temático de
relatos libres y encontraron una relación del 88% al 94%. Otros procedimientos para
conocer las metas generales o tendencias que guían la acción humana pueden provenir de
otros tipos de materiales verbales. Por ejemplo Alexander (1988) detalla diversas técnicas
que se basan en el uso de documentos autobiográficos.
Otra manera de dar con los guiones de metas y motivos más comunes es preguntar
a los sujetos acerca de cada uno de los componentes de un patrón motivacional general (ya
sea de logro, afiliación o poder), adaptando algunos de los procedimientos empleados para
el estudio de los escenarios prototípicos de las emociones (e.g. Russell ; 1992; Páez y
Vergara, 1992). Los sujetos enumeran todas las metas, ayudas, acciones, etc. que suelen
plantearse cuando tienden al logro, la afiliación, el poder, etc. De este modo nosotros
(Huertas, Rodríguez, Agudo, Villegas, 1997; Huertas y Agudo, 2003) estamos estudiando
no sólo las metas prototípicas de diversas poblaciones, sino también las acciones, creencias,
obstáculos, ayudas, afectos y resultados asociados a las mismas para una tendencia
motivacional. El estudio de los guiones motivacionales prototípicos permite averiguar
cuáles son los escenarios de un motivo más representativo para un grupo social
(universitarios, trabajadores, militares, etc.). Además, de este modo, se pueden observar las
relaciones existentes entre estos guiones de sentido común de las personas y lo que
establecen las distintas teorías motivacionales clásicas. Cómo y cuando dice la gente que se
motiva para el logro, por ejemplo, y compararlo con lo que mantiene al respecto la
literatura científica.
Dado que los autores de este capítulo hemos estado implicados en su realización,
vamos a seguir una estrategia narrativa en nuestra presentación, relatando cómo fueron
realizados los estudios que dieron lugar a cada cuestionario y la lógica seguida en su
desarrollo. De este modo el lector no sólo tendrá la información sobre el producto final de
nuestro trabajo sino también sobre los aspectos más relevantes del proceso que seguimos en su
día.
Tenga en cuenta el lector que todas las variables mencionadas hasta ahora son de
amplia generalidad. Es decir, las preguntas que contienen los cuestionarios hacen referencia a
la generalidad de la conducta de los estudiantes. Corríamos el peligro, a la hora de evaluar el
impacto de nuestra intervención, de que medidas muy generales no fueran sensibles a las
modificaciones introducidas por nuestro programa de actuación en el aula. De este modo
surgió el cuestionario AM (Auto-mensajes), cuya versión definitiva ha sido recientemente
publicada (Alonso, 1995). Se trataba de tener un instrumento que recogiera mensajes más
conectados a cada situación concreta. Así, este cuestionario se compone de un conjunto de
cuarenta y cuatro mensajes relativos a la realización de una tarea académica. Veintisiete de
ellos configuran una escala de automensajes negativos (eg.: "Soy un desastre", "Los demás se
burlarán de mí si no lo consigo") y otros diecinueve dan lugar a otra de automensajes
positivos u orientados al aprendizaje (eg.: "Con un poco de esfuerzo uno puede llegar a ser
tan listo como cualquiera", "Si lo intento, lograré hacerlo"). El lector avisado se habrá dado
cuenta de que ambas escalas suman cuarenta y seis elementos y habíamos hablado de cuarenta
y cuatro. El misterio se produce porque dos de los mensajes tienen, según el análisis factorial,
un significado ambivalente.
Finalmente, nuestro afán evaluador nos llevó a plantearnos la necesidad de contar con
instrumentos que nos permitieran tener datos sobre algunas variables del profesor que podrían
estar implicadas en las tareas de intervención. Para cumplir estos objetivos se elaboraron los
cuestionarios ICOMO (Inventario de Conocimientos Motivacionales), MODEMO (Inventario
de Comportamientos Modeladores de la Motivación) y AMOP (Cuestionario de Actitudes
Motivacionales) que han sido publicados dentro de una misma monografía (Alonso, 1992e).
Para no extendernos más en nuestra exposición nos vamos a limitar a comentar que los tres
cuestionarios tienen sus respectivas versiones para Enseñanza Primaria y Secundaria y que
cada uno de ellos aporta elementos diferentes para la evaluación. Así, el primero de ellos, el
ICOMO, evalúa el grado en el que el profesor utiliza de hecho diferentes estrategias a la hora
de presentar, supervisar y evaluar las tareas que propone a sus alumnos dentro de las áreas de
Ciencias Sociales, Ciencias Naturales y Lenguaje. El segundo cuestionario, el MODEMO,
evalúa el grado en el que el profesor emite determinados mensajes motivacionales en relación
a sus propios aciertos y fallos cuando trabaja en clase. Mensajes que actúan como modelos de
lo que el profesor valora. Por último, el AMOP se centra en la evaluación de actitudes frente a
las diferentes estrategias de intervención motivacional que se derivan de los modelos teóricos
existentes, actitudes que condicionan la disponibilidad de los profesores a cambiar sus pautas
de intervención motivacional. Un ejemplo de uno de los cuestionarios aquí mencionados está
resumido en el Cuadro 2.
(Insertar Cuadro 2 por aquí)
Mucho más recientemente, Jesús Alonso Tapia (Alonso Tapia, 2003) ha desarrollado
una nueva batería de autoinformes para el análisis de los patrones motivacionales de los
estudiantes de Secundaria y Bachillerato. Se trata del MEVA (Motivación, Expectativas y
Valores-Intereses relacionados con el Aprendizaje).
Consta, por tanto de tres partes. La primera evalúa las metas que persiguen los
estudiantes. Entre estas se encuentran las más prototípicas para la literatura especializada
como motivación por aprender, por el lucimiento, por el miedo al fracaso, ansiedad
facilitadora del rendimiento, etc. También aparecen en el cuestionario otras metas menos
mencionadas en los estudios teóricos como son las metas prosociales, de ayudar y colaborar
con los demás y las metas de poder o de influir en los otros.
Por lo que se refiere a la segunda parte del MEVA, ésta pretende evaluar dos tipos de
expectativas, las que se refieren a la propia competencia del alumno y las que miden sus
creencias de control sobre los resultados. Esta diferenciación original no quedó demostrada
después de ser analizados los estudios de baremación del cuestionario. Como se menciona en
el capítulo de motivación en el aula en este mismo volumen, parece que las personas conciben
las expectativas como un todo relacionado. Las expectativas de los estudiantes funcionan
sobre la base de un esquema que asocia conjuntamente la autopercepción de habilidad, la
disposición al esfuerzo y la ayuda del profesor.
Unos de los procedimientos más clásicos de análisis de los motivos humanos fue la
evaluación de los relatos construidos a partir de las láminas del T.A.T (test de apercepción
temática). Esta prueba empezó a tomar forma en los trabajos pioneros de Murray (1938) y
con los famosos experimentos de posguerra de Atkinson y McClelland la prueba quedó
establecida y validada. Los desarrollos de esta prueba demostraron (ver McClelland 1985,
1992) la poca relación del análisis de los relatos a través del T.A.T. y las pruebas de
motivación basadas en autoinformes. Claramente medían dos aspectos distintos de la
motivación, con el TAT se evaluaba algo que funcionaba como la plasmación subjetiva de
una necesidad (logro, afiliación y poder), mientras que las medidas de autoinforme tenían
que ver más con el valor, con la descripción de creencias acerca de metas deseables
conscientemente y con modelos pautados de acción. Algunos autores principales en esto de
la motivación humana (por ejemplo Smith, McClelland, De Charms, Veroff, 1992)
creyeron que, en definitiva con el TAT se evaluaba un nivel de motivación profundo e
implícito, y con las medidas de autoinforme otro más superficial o autoatribuído.
Se definió entonces los esquemas motivacionales implícitos o profundos como
aquellos sistemas de motivación muy establecidos y de funcionamiento muy poco
consciente, en el sentido de poco premeditado y que predisponen hacia metas e
interpretaciones muy generales y básicas. Las metas de alto nivel que contienen acaban
formando parte de la identidad de cada persona, son los propósitos generales que guían sus
preferencias y acciones (Quinn, 1992). Uno se verá así más o menos interesado por ciertas
actividades de logro, así considerará sus preferencias afectivas, así le gustará influir en los
demás en ciertas ocasiones, etc.
Pero volvamos al TAT y a su historia. Pasados los años 50, el uso del TAT como
procedimiento de evaluación de la motivación fue perdiendo adeptos con el tiempo. En la
década de los setenta varios acontecimientos acabaron por marginar esta técnica. En esos
años se publicaron numerosos trabajos cuestionando la validez y fiabilidad de la prueba
(más adelante los comentaremos), también coincidió en ese momento con la consumación
de la expulsión de todo lo que supusiese algún regusto psicoanalítico de la Academia (un
test proyectivo huele a eso) y fue la época del consiguiente triunfo del estudio experimental
de las funciones cognitivas y de sus métodos evaluativos (el autoinforme, el pensamiento
en voz alta, los registros del comportamiento, etc.). Pero si la vida da vueltas, la ciencia
también, últimamente, y de la mano de la posmodernidad, la psicología vuelve a considerar,
por un lado, el análisis del discurso como una de las fuentes posibles para conocer y
explicar la acción humana. En la medida en que el T.A.T. no es otra cosa que un método de
análisis de relatos, resulta compatible con lo que hoy se propone desde el campo de lo
etnográfico. También ocurre que la psicología de hoy día vuelve a rebuscar en lo implícito,
en lo poco verbalizado y reflexivo, en lo que Kuhl (1998, 2000) llama procesos intuitivos
de control. Resulta sintomático que los viejos McClelland, Atkinson, Winter, Veroff hayan
publicado en 1992 un nuevo manual reivindicando el análisis temático de la motivación
con el claro tono triunfal del que vuelve al candelero. En este epígrafe, por lo tanto, vamos
a describir primeramente los procedimientos clásicos de evaluación por el TAT y luego
haremos referencia a otras derivaciones que entroncan más con esta fiebre actual por el
conocimiento de lo implícito. Fiebre que afecta con fruición a procesos psicológicos como
el aprendizaje o la memoria y que llega también al campo afín de la motivación como es el
cambio de actitudes.
Se ha visto claramente que el T.A.T. es muy poco independiente del contexto en que
se lleva a cabo. La situación particular en la que se escriben los relatos, las pistas o claves
que proporcione el experimentador, los acontecimientos especiales que le hallan ocurrido
ese día al sujeto, etc., influyen claramente en el contenido del relato. Si a la hora de pasar la
prueba el sujeto tiene hambre, acaba de sufrir un desengaño, ha obtenido un resultado
inesperado, está harto de que le dominen, etc., todo esto aparecerá claramente reflejado en
la narración. En definitiva, el T.A.T. es igual de sensible a las tendencias permanentes del
sujeto, a sus disposiciones motivacionales como lo es a las reacciones esporádicas de éste a
situaciones muy concretas.
No obstante las limitaciones más conocidas del T.A.T. hacen referencia a sus
problemas psicométricos, a su reducida fiabilidad y discutida validez. La mayoría de los
trabajos que han comprobado la fiabilidad del T.A.T. la han encontrado baja, con una pobre
estabilidad en el tiempo de los datos de un mismo sujeto y una mínima consistencia interna.
Para que nos hagamos una idea, la media de estas medidas de fiabilidad en una gran
muestra de trabajos no superaba el 0.30, menos de la mitad del mínimo comúnmente
admitido (Entwistle, 1972; Fineman, 1977).
En parte esta baja fiabilidad es lógica, por ejemplo el contenido de los dibujos suele
decantar el relato hacía un motivo sobre los otros, una lámina puede tener connotaciones
más de afiliación que de logro; mientras que en otra ocurre lo contrario. Como las escenas
tienen contenidos y connotaciones distintas es lógico que cambie el peso de los motivos que
se refleja en los relatos de un sujeto y en ese sentido que la consistencia interna sea muy
reducida. Además recordemos lo sometido que está el TAT a cada contexto concreto. Los
defensores de esta técnica recientemente (ver Atkinson, 1992) siguen insistiendo que los
problemas de fiabilidad detectados proceden de utilizar métodos psicométricos
equivocados, sin tener muy en cuenta la naturaleza de la prueba. El T.A.T. no es un
cuestionario cerrado con baremos estandarizados, es una prueba abierta con más
semejanzas con un método de observación que con un test. Lo apropiado, entonces, sería
hablar de fiabilidad inter-jueces. Los resultados de la prueba tendrían consistencia en la
medida en que las categorías de análisis de los motivos estuviesen claros para los jueces
que evalúan esos relatos. Por otro lado, quizá, como advierten los defensores del T.A.T.,
precisamente el dato más relevante que puede proporcionar esta prueba es aquel que se
manifiesta constante. Las puntuaciones obtenidas con esta prueba proporcionan más
información, tienen más valor cuando en un sujeto se da recurrentemente una tendencia
motivacional en un nivel constante, cuando independientemente del contexto del dibujo o
de la situación, el sujeto manifiesta recurrentemente unos valores altos o bajos en un
motivo específico.
Los problemas de validez de esta prueba son más discutibles. En realidad se han
encontrado poca relación del T.A.T. con otras medidas, sobre todo con diferentes auto-
informes que miden motivación. Acabamos de ver una explicación alternativa a esta
ausencia de validez del T.A.T., Smith, McClelland, De Charms y Veroff, (1992) defienden,
como comentábamos, que son pruebas que miden aspectos distintos de la motivación. Con
todo, el T.A.T. sí parece que guarda una validez convergente más que notable con las otras
medidas de motivación, las que proceden de los indicadores directos del comportamiento.
Se han encontrado una relación positiva entre las enes de logro, afiliación y poder y sus
actividades típicas (ver revisión de Spangler, 1992). Por otra parte, Lilienfeld y
colaboradores (2000) encontraron que está prueba tenía una alta validez de constructo como
medida de motivación de logro.
La naturaleza más común de las pruebas que evalúan procesos implícitos suelen
consistir en tareas de asociación de conceptos. Se le proporciona al sujeto un estímulo verbal
sencillo (hombre por ejemplo) y éste debe elegir o producir rápidamente otro concepto
relacionado (Greenwald y colaboradores, 2002). Mucho antes de esta fiebre por lo implícito en
el campo de la motivación aparecieron formatos de evaluación que seguían procedimientos
similares. Por ejemplo en el Test de Preferencias personales de Edwards (1959), el sujeto tenía
que elegir por cada escena pictográfica que se presentaba una de las dos frases propuestas.
Eran frases que buscaban evaluar motivos extrínsecos, los beneficios o daños materiales que
reportan las acciones.
Por otro lado, el Test de Captación Intuitiva de French (1958) consistía en completar
una historia a partir de una frase transitiva que sirve de inicio y contexto, como: Juan siempre
está deseando escuchar... En esta línea, el PCT (Test de Completar Parágrafos, Tetlock
1985) sólo pedía al sujeto que complete sentencias como: cuando soy criticado..., cuando
no sé qué hacer..., etc. Como se puede apreciar cada vez la participación y la decisión que
tiene que tomar el sujeto se simplifica. En cierta media la reciente prueba construida por
Kuhl para medir motivos implícitos (el Test Proyectivo de Multi-motivos, Kuhl y Scheffer,
1998) es la versión y la síntesis más reciente y más potente de esta corriente de evaluación
que aquí hemos descrito con brevedad.
Estos resultados nos llevan a sostener la viabilidad del análisis del habla privada como
método de evaluación del desarrollo motivacional. Aunque esto es más evidente para el caso
de los niños de edades comprendidas entre los 3 y los 10 años, es un procedimiento válido
para todo tipo de personas siempre y cuando se conozcan los métodos de elicitación de su
habla privada (ver Díaz y Berk, 1992). Creemos que su utilización nos aporta ventajas nada
desdeñables a la hora de la evaluación. Estas podrán resumirse en dos. En primer lugar, porque
es un fenómeno que comparte las características de las tres grandes estrategias de evaluación:
es observable, permite acceder a los procesos internos del sujeto sin necesidad de sesgar el
acceso y, por ser un fenómeno espontáneo, permite que afloren los procesos motivacionales no
accesibles a la conciencia. Y en segundo lugar, por las ya comentadas ventajas con respecto al
sesgo del entrevistador.
La otra variante de este tipo de técnicas, como ya hemos dicho, responde a una
perspectiva de investigación de tipo cualitativo. Dentro de esta perspectiva, se prima el
estudio de los fenómenos desde un punto de vista interno (ver León y Montero, 2003). En
este caso, se trata de elicitar las categorías motivacionales que utiliza el sujeto cuyo
discurso o narración analizamos y no tanto las que los teóricos de la motivación postulan.
En resumen se trata de encontrar una perspectiva idiográfica de análisis para captar lo
peculiar del funcionamiento mental –en esta caso, motivacional- de los individuos.