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CORTAda PRESENTACIÓN DE LIBRO PERPLEJO ANIMAL Y OTROS

POEMAS DE ADOLFO CÓRDOBA

JULIO 28 DE 2021

Antes que todo permítanme decir unas palabras acerca de la


edición que nos entrega LOBO BLANCO EDITORES, del libro de
Adolfo Córdoba y del organizador de este encuentro de hoy. Una
edición impecable, con mucho aire alrededor de cada poema como
significando que el poema, así esté aquietado en el solaz de la letra
impresa, puede volar libre con el viento. Íkaro Valderrama y su
grupo me han facilitado el texto en su versión digital con la
promesa de enviarlo impreso.

I.
“Perplejo animal y otros poemas”, en realidad, contiene dos libros,
el primero titulado ÁZIMO CIELO y el segundo PERPLEJO ANIMAL.

“Perplejo animal” es el título de XXV modos de aproximarse el


poeta a un Real del tiempo y de la especie humana que en alguno
de ellos sintetiza con la puntería de Guillermo Tell: habitamos el
tiempo y el espacio en los que el miedo ha encerrado al amor. La
manzana, pues, queda debidamente partida en dos: la síntesis
revela esa dualidad propia de quien habita y sobrevive donde
hubiera querido jamás vivir, roca infame, que amerita el golpe
riguroso del martillo y del cincel: porque si es cierto que el lugar
apesta, el qué hagamos con nuestra habitación depende en buena
parte de nosotros.

“… tantas formas de morir tenemos

tantas otras de ir muriendo

que por ser muerte no se advierten.”

Esto, así, de tajo, nos coloca frente a un espejo que sabemos eludir
de mil maneras a lo largo de la vida, o sea, a lo largo de tantas
muertes. Para asomarnos en él no basta con tener coraje, algunos
fabricamos como saber la ilusión de habernos hecho a uno. Es
solamente la alianza entre corazón, cerebro y espíritu en el poeta,
la que puede entregárnoslo de tal forma que trascienda el coraje
para instalarnos en la realidad mortal, esa gran ventaja que
tenemos frente a seres omnipotentes y eternos cuya omnisapiencia
deriva justamente estar obligados a no cometer errores pues
quedarían presos de un remordimiento eterno. Que seamos
mortales, por lo menos, nos priva de semejante destino, la muerte
algún día sabrá instalarnos en el ineludible y apreciable olvido, en el
socorrido descanso en paz.
En la poesía de Adolfo la eternidad es extenuante, “vaga parte de la
existencia” y es entonces cuando digo que si es verdadera la
creación no somos más que criaturas obra de un dios cansado que
entra en mutismo cuando un niño aterrado y lúcido le pregunta
porqué si tú todo lo puedes no cambias este mundo en que nos has
hecho vivir.

(Precisa el poeta):
ah la extenuante eternidad

vaga parte de la existencia

leve horizonte de lo provisorio

vana emulación de lo mortal

epitafio de juegos sin ganadores

música de almas perdidas en eones

anverso del instante y plano múltiple

cálculo para el aire entre las manos

certidumbre de una medida sin compás

tácitos cielos en la conjetura del instante

Y es entonces que el poema te toca y te advierte que el alma está


perdida en esos seres que desde la divinidad colman el espacio
entre el espíritu y la materia, podemos decir, espíritu de época,
cuando las divinidades reclaman estar más vivas que nunca y los
partidarios de la ciencia no logran evitar que su palabra salga
tartamuda, balbuciente… ¿Qué música entonan las almas perdidas
en eones? La música que hay en la poesía de Adolfo Córdoba,
música que el se encarga, por las resonancias que produce en el
lector sus aliteraciones, de recuperar para lo que es más grande
que toda eternidad, la existencia misma.

También, en ÁZIMO CIELO, la colección de poemas que antecede a


PERPLEJO ANIMAL, Adolfo se bate con el mito para arrancarle
aquello que calla: la humanidad del elegido. Si Dios es el
inconsciente, entenderemos que, a pesar de su omnipotencia, haya
elegido a un borrachito con su familia como los únicos dignos de ser
salvados de su diluvio, un borrachito inteligente que reservó su
ración de uvas para que estas se fermentaran durante los devaneos
de su Arca, y llegaran debidamente convertidas en vino al final del
diluvio. Adolfo va más allá de eso y nos trae a un Noé meditativo,
preguntándose por el sentido de su salvación, detestando el olor a
brea y no pudiendo olvidarse del bosque que taló para fabricar su
nave. Sin eludir la ebriedad a la que Hipócrates atribuía bondades
para cuidar de la buena salud. La recomendaba por lo menos dos
veces al año.

(Reflexiona Noé a través del poeta):

Se ha salvado mi estirpe y algunos animales

Las cloacas drenan a la perfección

Y hace mucho tiempo que llueve

Y entre más llueve

Pueblos que no conocí desaparecen

¿Qué harán los pueblos que funden los de mi estirpe

Que no hayan hecho estos inundados por la lluvia infatigable?

¿Hasta cuándo esta demolición del agua

Que ya no me siento dichoso y procuro embriagarme?

En dirección inversa al conocido y popular libro de Harari, la


colección de poemas en esta publicación de Adolfo, va desde el
Dios del testamento antiguo hasta la condición de perplejidad que
la humanidad siempre ha mantenido, porfiada en reconstruir las
cosas que por un Real incontrolable amenazan con exterminarnos
(la peste, la guerra, el neoliberalismo y, permítanme decirlo: la
afiliación de la palabra, extenuada, a los estrechos marcos del
lenguaje políticamente correcto…), dejando entrever que en
nosotros existe una dimensión mucho más allá de los controles que
ilusoriamente adjudicamos al maltrecho Yo, reducto miserable de la
existencia.
Se trata de aquello que nos conecta con el universo, el agua, los
elementos químicos, el código genético, todo eso, sí, pero
entrevisto y amparado por una dimensión que es la del Ser. Y
entendemos porqué para Adolfo, en su poesía, la eternidad es
apenas una parte de la existencia toda vez que nos topamos con lo
que trasciende al individuo y al sujeto, el Ser.

II.
(Brama el poeta):
alucinógenos de los sentidos

cancerberos de la fisión de los átomos

goznes de mecánica cuántica

oteantes de lo predecible

sílabas de la babel cibernética

esclusas de la entropía

en su intricada trama de granito

la humanidad padece la incertidumbre

Tomemos de nuevo nota: la humanidad padece la incertidumbre,


como si cinco siglos de saborear la duda, con todos los elogios que
ello produjo en ese humano que en el Renacimiento occidental
supo rescatar la dignidad de un Adán humillado y vencido,
convencido de que el castigo hacía de la errancia una condena,
perdiendo la supuesta vida que anidaba toda en una contemplación
descargada de deseo y obteniendo aquella otra que sería vivida
como padecimiento, haciendo del “no sé” una especie de infierno
parecido al del estudiante que yerra en la respuesta frente al
autoritario y sabiondo profesor que lo tortura. La humanización de
la maquinaria, en lugar de colocarnos en la nueva manera de
hacernos al paraíso de la vida contemplativa, nos aguijonea con la
conversión de la duda maravillosa en tara mortífera que pide, a los
gritos, la resurrección de un Dios que sus sacerdotes dicen probar
su existencia a través de la insistencia con la que los huérfanos de
certezas los revivifican.
(Lamenta y grita el poeta):
siglos de trinchar la carne exangüe

de los nacidos bajo el signo de la iniquidad

todavía quedan grandes masas de ingenuidad

donde hincar con sevicia pecados

principios espurios y obsoletos

lemas obscenos y miedos cervales

con los que se adereza la trulla insípida

dócil generosa entregada al sacrificio

cebada por la perplejidad sin ser

Este es el punto de partida y de estadía del poeta: la perplejidad


huérfana de ser, abotagada por la palabrería insulsa y la adhesión
incondicional al entusiasmo vacío. Lo sagrado ha dejado de existir
y lo profano se desvanece en la rutina diaria de la vida
concentracionaria, la vida reducida a la mera supervivencia forma
de muerte que se disfraza bajo el eufemismo de conformismo.
Nacidos bajo el signo de la inequidad tenemos, con la poesía de
Adolfo Córdoba, la grata oportunidad por hacer del tronco seco
posibilidad para que retoñen frondosos y variopintos verdes de
árboles insumisos. Hoy, tanto la letra como el árbol, la una pegada
a la hoja, el otro instalado raizalmente en la tierra, nos movilizan
para buscarnos dentro de nosotros mismos reconociéndonos
repetición de la complejidad del universo instalados en la
repetición generacional que nos coloca en campos distintos a los de
nuestros antepasados.
Adolfo, para probarnos de que así navega, no puede eludir el
compromiso de volver a encontrarse con aquellos relatos que le
dejaron en la vida inicialmente perplejo, demostrando que pueden
ser retomados ahora desde el auxilio de la poesía para resucitar
aquel niño que se asombraba, con cada cosa que descubría del
mundo, bien fuera mediante el interés obtuso o mediante el miedo
o la huida.
El poeta, adulto, toma de la mano a ese niño resucitado y lo
conmina a que recuerde cuántos de los relatos iniciales han
quedado en su cabeza ignorando qué destino les ofrecería la
tramposa memoria. Adolfo le dice: pequeño animal perplejo, aun
desconoces el nexo entre tus descubrimientos aterradores y el
mundo en que nos ha tocado vivir.
Sin embargo mal haríamos en considerar simultáneamente que la
dimensión del ser se circunscriba a una historia de maduración, así
sea de vida. La poesía de Adolfo Córdoba es expresión más de lo
que Gilles Deleuze llamaría campo trascendental, algo que está más
allá de la experiencia y
“[…]Se distingue de la experiencia, en tanto no se refiere a un objeto ni pertenece a un
sujeto (representación empírica). Por eso se presenta como un puro flujo de conciencia a-
subjetiva, conciencia pre-reflexiva impersonal, duración cualitativa de la conciencia sin
yo.”

III.
Por hoy, desde la choza más insignificante fabricada con cartones
hasta los habitáculos repletos de cartones que autorizan postularse
como autoridad de algún saber, pareciera resurgir la idea de que en
algún lugar de la memoria anida la existencia de un dios
omnipotente y omnisapiente que espera nuestro ruego para
reincorporarnos en ese orden exclusivamente apreciado por él: ese
es el ser que es puesto en cuestión por un pensamiento inocente
convertido en poesía. Pero la experiencia de vida ha posibilitado el
descubrimiento de que, tratándose del ser, bien podríamos repetir
con el filósofo Baruch Spinoza que ese ser no requiere de
representación humana, siendo la totalidad de lo existente el ser
mismo que existe en el universo y en la intimidad de cada quien.
Noé, al lamentar la destrucción del bosque con el que construyó su
arca, al preguntarse por la destrucción de tantos pueblos que él
desconoce, es un poco el novicio de un humano que se pregunta
por otra posible representación de la deidad, la naturaleza misma,
los seres humanos colmados de vida perecedera.
Como de Greiff, Adolfo se hace a una poesía que cumple con el
destino deseado por ese poeta:

Después de tántas y de tan pequeñas cosas,

–busca el espíritu mejores aires, mejores aires.


El viaje interior, la búsqueda de todas aquellas diversas maneras de
nominar el Real de la existencia, sin extenuarse ni extenuar al
lector. La poesía de Adolfo, en este libro, es testimonio de su propio
viaje al interior, a ese errar que ya es ir dentro de sí, como
recordaba bellamente de Greiff en su cancioncilla…

Voy a incrustarme en el silencio

de donde no debí salir

como no fuera por vagar

en torno al tema de se ir

dentro de si, que es ya errar…

Ir dentro de sí para traernos, traducido, desde el abatimiento, el


testimonio de que somos seres instalados en la vida como parte de
una totalidad que aún puede soñar, no dejando de ser seres de
posibilidad, es decir, seres que, a pesar de reconocerse
dependientes de un destino inexorable como es la muerte, aún
estamos en condiciones de investir el futuro, al igual que el niño
cuando dice, en medio de la tempestad: “cuando yo sea grande…”
De ahí que el poeta se pregunte por el cuándo, pregunta imposible
si la creencia en un después dejara de existir:
(Se interroga el poeta a él mismo):
y cuando con los perros

también los ciudadanos

pasearán por calles y parques

esos endriagos segregados

desde sus mórbidas entrañas

gestados en antiguos prejuicios


inconfesables tribulaciones

y varias amargas omisiones

esos homúnculos acrecidos

con calostros de mansedumbre

cuándo demolerán esta calma chicha

con su memoria infalible

cuándo veremos la insumisión

de esas creaturas tácitas

cuándo aullarán al cielo

cuándo vendrán a la vida

evadidos del olvido

para que sepan los perpetradores

las temibles jaurías

que engendra la opresión

Me pregunto: ¿no será precisamente este el tiempo en que “esos


homúnculos acrecidos con calostros de mansedumbre”, están
empezando a beber de la fuente que nutre corazón, cerebro y
espíritu con los ingredientes de la dignidad? ¿No será este el
tiempo en el que estamos viendo nacer, saludable, “la insumisión
de esas creaturas tácitas”? ¿No estaremos justamente habitando el
tiempo en el que ellas “aullarán al cielo, vendrán a la vida evadidos
del olvido, haciendo saber a los perpetradores, las temibles jaurías
de perpetradores que engendran la opresión” que ha comenzado el
final de la servidumbre voluntaria liberándolos, incluso, a ellos
mismos de la obligación de estar sometidos a llevar la contabilidad,
día tras día, de los muertos que producen?
Si es así, este encuentro es una celebración que va más allá de la
obra del poeta y de la editorial que lo publica y alguna memoria
dará testimonio de ello algún día. Si no es así, tengo que
agradecerles que me hayan hecho creerlo, al menos por un rato,
mientras pandemias y, sobre todo, infodemias pugnan por
monopolizar hasta el hartazgo al pensamiento.

Santiago de Cali, Julio 28 de 2021

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