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JULIO 28 DE 2021
I.
“Perplejo animal y otros poemas”, en realidad, contiene dos libros,
el primero titulado ÁZIMO CIELO y el segundo PERPLEJO ANIMAL.
Esto, así, de tajo, nos coloca frente a un espejo que sabemos eludir
de mil maneras a lo largo de la vida, o sea, a lo largo de tantas
muertes. Para asomarnos en él no basta con tener coraje, algunos
fabricamos como saber la ilusión de habernos hecho a uno. Es
solamente la alianza entre corazón, cerebro y espíritu en el poeta,
la que puede entregárnoslo de tal forma que trascienda el coraje
para instalarnos en la realidad mortal, esa gran ventaja que
tenemos frente a seres omnipotentes y eternos cuya omnisapiencia
deriva justamente estar obligados a no cometer errores pues
quedarían presos de un remordimiento eterno. Que seamos
mortales, por lo menos, nos priva de semejante destino, la muerte
algún día sabrá instalarnos en el ineludible y apreciable olvido, en el
socorrido descanso en paz.
En la poesía de Adolfo la eternidad es extenuante, “vaga parte de la
existencia” y es entonces cuando digo que si es verdadera la
creación no somos más que criaturas obra de un dios cansado que
entra en mutismo cuando un niño aterrado y lúcido le pregunta
porqué si tú todo lo puedes no cambias este mundo en que nos has
hecho vivir.
(Precisa el poeta):
ah la extenuante eternidad
II.
(Brama el poeta):
alucinógenos de los sentidos
oteantes de lo predecible
esclusas de la entropía
III.
Por hoy, desde la choza más insignificante fabricada con cartones
hasta los habitáculos repletos de cartones que autorizan postularse
como autoridad de algún saber, pareciera resurgir la idea de que en
algún lugar de la memoria anida la existencia de un dios
omnipotente y omnisapiente que espera nuestro ruego para
reincorporarnos en ese orden exclusivamente apreciado por él: ese
es el ser que es puesto en cuestión por un pensamiento inocente
convertido en poesía. Pero la experiencia de vida ha posibilitado el
descubrimiento de que, tratándose del ser, bien podríamos repetir
con el filósofo Baruch Spinoza que ese ser no requiere de
representación humana, siendo la totalidad de lo existente el ser
mismo que existe en el universo y en la intimidad de cada quien.
Noé, al lamentar la destrucción del bosque con el que construyó su
arca, al preguntarse por la destrucción de tantos pueblos que él
desconoce, es un poco el novicio de un humano que se pregunta
por otra posible representación de la deidad, la naturaleza misma,
los seres humanos colmados de vida perecedera.
Como de Greiff, Adolfo se hace a una poesía que cumple con el
destino deseado por ese poeta:
en torno al tema de se ir