Está en la página 1de 25

Lo extraño de que Vázquez no haya aparecido en las grandes antologías.

La construcción de una voz estándar para hablar de nuestro tiempo, un Lope de


Vega o Cervantes.

La prolijidad de esta autora, que denota su facilidad.

Su evolución desde la lírica principiante de “Por el envés del tiempo” –más bien
balbuceos, aunque con versos ya memorables-, después del cual ya será siempre una
poeta correcta y considerable, practicando una “poesía objetiva” en la pinacoteca y una
“poesía subjetiva”, bajo el signo de Safo, en Luna, Lied y Si el neón no basta, para
encontrar una voz verdaderamente madura en “El hilo del invierno”, donde aborda los
principales asuntos humanos con urgencia, seriedad, y callada emoción.

Libros todos ellos estructurados cuidadosamente.

Lenguaje: Métrica de fondo clásico, más o menos libre, procurando la


musicalidad, la fluidez, la premura. Uso de repeticiones, anáforas, retornos.

-Mezcla el lenguaje directo, conversacional, con metáforas literarias y algún destello


surrealista; la apariencia vista en su conjunto es la de un habla literaria. Curiosos efectos
al introducir expresiones de lo más callejero sobre ese fondo literario. Próximo a
Casielles y a M. A. Alonso.

Presencia de las realidades cotidianas más palpables, la tecnología, el plástico, la


basura, la música en mp3, combinadas con imágenes y metáforas para referirse a la
vida, a la muerte, al tiempo.

Integración también de referencias vulgares y cultas para recoger la experiencia


de una persona joven medianamente educada de nuestro tiempo.

El resultado es un poema de enorme claridad y sencillez enfocado a dar forma


memorable a asuntos relevantes de una manera apremiante y contemporánea pero seria,
nada frívola, ni nada pasada de rosca. Esto lo intentan también, probablemente, D. A.
Miguel, M. Floriano, J. Temprado y otros, pero a mi juicio mucho más éxito tienen
Alonso o Casielles, y de entre ellas, Vázquez es la más central.

El hecho de conservar el ritmo, la dicción y el equilibrio estructural permite que


el poema no se presente como un enigma o como una provocación o como algo feo que
despierta barreras y una lucha interior para vencerlas, caminos oscuros que siguen otros
poetas, que creen que cuestionando los límites, supuestamente impuestos, de las cosas,
se consiguen experiencias más hondas y radicales; y en realidad, no suelen hablar más
que, o bien puras abstracciones teóricas, o bien de su puro fracaso como individuos.
Aquí se presenta una obra mucho más útil en el plano pragmático, apta para el placer y
la memoria, y no menos preparada para la reflexión, sino mucho más, porque aísla
elementos vitales importantes y se convierte en soporte para pensar sobre ellos.
Promesa para horas oscuras
 

Desplegaré los brazos,


rezumaré un par de alas tratando de salvarte,
y si esto fuera imposible,
             tan sólo
tendería mi mano para caer contigo.

CODEX [Radiohead]

Deslízame tu mano en la trinchera


y déjame llevarte,
o al menos que Thom Yorke limpie tus botas.
No es un viaje imposible,
lo saben las libélulas y el túnel
que horadaron en ti, sin que supieras
abrigarlo en una cesta en el Nilo.

¿Magia? La única magia es la muralla,


sus años como siglos sosteniéndola.
Sí, es verdad que los muros
terminan derrumbándose.
Pero sólo al igual que hacen los sueños.

Quizá tengamos que cerrar los ojos


para abrir, diseccionar las arañas
del miedo: suficientes cadáveres, ¿no crees?
Y si lo intentas sé que puedes refundir
las balas en disparos de horizonte,
dibujar nuestra historia sobre la piel del lago,

donde la única herida


sea apenas el tiempo que ardió con tanta duda,

donde pueda perderse la memoria


salvo la justa para saber reconocernos.

Y no temas: allí el agua no va a juzgarnos.


Sin relojes que rompan nuestra lluvia
el códice es cristal y nos refleja,
y la tinta, una red frente al abismo.

Dame la mano, y aunque


tu salto pierda luz y llegue tarde, yo
seré el pájaro que te escriba mientras duermes.

Problema del método

Es lo único que tengo de verdad en mi vida: paredes. (Houellebecq)

No hay manual de instrucciones


para intentar reparar viejos sueños.

Qué hacer: prenderles fuego por la espalda,


atropellarlos con un coche azul,
plantar en una maceta su llanto.

Antes de compartir nuestros relojes


en la cuna que asoma detrás de la madera.

Cámara

Detrás de un maquillaje
de pájaros afónicos
cuánto nos hemos soñado, tú y yo,
quebrados cómplices, testigos mudos
de cómo se desangra este silencio.
Apenas quedarán unas manos manchadas
por la caja de música
que en la niebla ninguno de los dos acertó a abrir.
Y el diafragma se cierra
y se encuentran nuestros ojos,
pero esta luz ya duerme en la humedad
y su página rota.
Con la mordaza sonreímos dolor.
El flash nos compadece, y de qué sirve.
No sé qué haremos con tanto recuerdo
muerto en líquido amniótico.

Tras la indolencia

I focus on the pain, the only thing that’s real (Trent Reznor, “Hurt”)

Mejor callar preguntas


que podrían hacer sangrar el aire
-tan peligroso su semblante herido:
desgarra oxígeno y pronuncia muerte.

Edificar en el silencio no violará a la quietud.


Pero cualquier ladrillo arrebatado
a la patria que invoca el más excelso llanto del faquir
socavará detrás de los cristales
una cama de hierro
donde aprender a soñar con el frío,
donde aprender a amar
las piedras que –ellas sí- podrán corresponderme
en esta tierra yerma prometida.

CHELSEA HOTEL
(L.Cohen)
No podré recordar vacíos insondables,
vasos que rivalizan a frialdad con los besos
o perchas donde cuelga el amor en desuso.

Ni tampoco recuerdo mi piel en tu memoria,


la intersección de sueños que dibujan dos lenguas,
ya ni siquiera un haiku de ternura en tus ojos.

Apenas las palabras que jamás te he oído,


apenas lo que recuerdo es la vida que
me arañas siempre que olvidas mi nombre.

Como recuerdo –me muerde- el bozal


que endosas a tus dudas:
te oiría mascullar un “no te necesito”
de no estar alejándose
tu limosina, torno de los pájaros,
sobre el ardido asfalto del silencio.

Y eso es todo, y en esta nada aspiro a


guardiana de tu vuelo, eterno petirrojo.

Hasta que llegue el día en que recuerde


que ya no pienso en ti igual que antes.

(De Luna turbia)

HELIO

Esta angustia de cielo, mundo y hora (Lorca)

Duele pensar que existes,


que habitas una nube que huyó sin escalera,
que sonríes detrás
de esas cortinas que me ha dedicado
la insigne fábrica ilegal del tiempo.
Qué importa ya si enfrías los relojes a esta orilla
mientras tu piel se acuesta con la hiedra
de polvo que atesora un sueño inerme,
o si hieres los ángulos
del aire descremado que me invento,
como me invento el líquido
amanecer inundándote el rostro
o el ruido de las llaves
cuando llegas a casa.

Duele pensar que existes


y que te extinguirás
para mí
de la forma
en que siempre se mueren las estrellas.

PROMESA PARA HORAS OSCURAS

Desplegaré los brazos,

rezumaré un par de alas tratando de salvarte,

y si esto fuera imposible,

tan sólo

tendería mi mano para caer contigo.

FLOR DE MÁRMOL

[ Arnulf Rainer ]

Con sus hojas de máscara de hielo

blanca como la muerte

que chapotea en el lienzo del mundo

no habrá retorno ni viaje ni huida.


Apenas la constatación del frío

como guarida eterna

del choque artificial de nuestros cuerpos.

ARMONÍA NATURAL

Lloran los árboles

cuando se ven desnudos

frente al invierno.

SUMMER SUNSET

Veintiséis grados,

mar.

El cielo es una goma que se derrite y sangra.

Lejos

pero en algún lugar la nieve existe.

También contigo me aferro a esa nieve.

Y el sol se pone y no

se lleva esta esperanza.

Luna Turbia”, donde ordena los poemas por las fases del satélite. Esa es la razón de que
cuando la luna engorda y se hace bola salgan a la luz los poemas más intensos,
composiciones que se quitan las complicaciones en el momento en que ella mengua.
Es por eso que en la adolescencia de la escritora aparecieron los Ángel González,
García Lorca, Gil de Biedma y la generación del 27 como fuentes de disfrute, pero
también de inspiración. De los que cogió recortes, igual que de Cortázar para crear su
pequeño universo literario

Peter Cameron
De él está leyendo el libro “Coral Glynn”
Mencionada por:
Miguel Floriano

Menciona a:
Diego Álvarez Miguel
Adriana Bañares
Javier Temprado
Poética

Poesía como indagación, como horizonte, como unos ojos restaurados hacia el mundo;
poesía como ancla de lo que somos y como la libertad de seguir siéndolo; poesía como
cristal que hiere y que al fin proyecta algo de luz para salvarnos; poesía como vínculo
con el otro, poesía como abrazo tallado en la palabra; poesía como trinchera, como
refugio, como viaje y como vuelta a casa.

Lied de lluvia para una piel ausente

Raquel Vázquez (Lugo, 1990) es licenciada en Filología Hispánica, y actualmente


reside en Córdoba, ciudad donde disfruta de una estancia en la Fundación Antonio Gala
para jóvenes creadores. No obstante, Raquel es, por encima de todo, una joven poeta
redomadamente hacendosa y prolífica, que tiene ya en su haber, a pesar de su corta
edad, varios galardones de poesía joven (Juan Calderón Matador y Gloria Fuertes) por
sus anteriores volúmenes de versos, además de algunos primeros puestos en varios
concursos de microrrelatos. Lied de lluvia para una piel ausente, libro que hoy
comento, es su cuarto libro de poemas, editado en Alhulia.

           Lied de lluvia para una piel ausente es un libro, cuanto menos, peculiar. El título
nos brinda, en efecto, algunas someras pistas sobre lo que pudiere ser posible hallar en
el interior del volumen. Ante la intransigente y agria ausencia del ser amado, conjetura
uno, la palabra y la declinación verbal son el único amparo posible para la voz de la
añoranza, cuyo incesante emanar acabará por inscribir los contornos de esa ausencia
evocada por la poeta. Así, el volumen se abre con una cita en inglés cuya autoría,
deducimos, pertenece a la propia autora, y, página después, con tres sugerentes versos
(Bajo su gabardina, / Leonard Cohen también quiere erigirte / en un arpegio de agua
interminable), que, deducimos también, son fruto de la más que aguda inventiva de la
joven vate. Estos tres versos ya nos previenen, mediante una refinada metáfora, de lo
que nos aguarda páginas adentro: cadencias interminables como torrentes,
acompasamientos largamente acaudillados por la voluntad del pensamiento y el espejo
sensóreo.

         El libro se promedia en tres secciones, tituladas de un modo verdaderamente


original y atractivo: A, B, A’. Nada parece, a priori, justificar las mencionadas rúbricas,
sino que, de hecho, dan la impresión de haber nacido desde un dictamen veleidoso. Sin
embargo, tras la lectura completa, uno tiene la impresión de que los versos van
ahondando cada vez más en las profundidades del quehacer introspectivo, volviéndose
cada vez más mordientes, abisales y hondos, y de que las secciones, por ende, juegan el
papel de niveladoras. Porque el lector pacta, ya digo, con ese mismo atroz desasosiego,
con ese abatimiento hecho pureza y convicción lírica que los poemas alojan y destilan,
desde los primeros versos. Mediante metáforas resueltas, casi acrobáticas, y un gran
dominio de la correspondencia fónica, Raquel no deja rincón del intelecto por explorar
(en la sangre según va combando esta noche / y llueve tan despacio y de rodillas / que
hasta tendré que llegar a pedir / perdón por desearte). Sorprende, y mucho, la
incontestable agudeza verbal que Raquel ostenta. La poeta se deja seducir por el ritmo
que los poemas le reclaman, llegando a alumbrar piezas verdaderamente luminosas y
sugestivas, y todo ello sin prescindir de los desvíos gramaticales más violentos y de la
solución de continuidad entre cada poema (dónde va todo el helio de este mundo / el eco
del eco último se parte / y ahora es todo de repente un ya no). Empero, en el último
tramo del libro, se percibe en el yo poemático cierta resignación ante la no presencia de
esa piel ausente, cierto acatamiento de ese vacío emocional que el desamparo y la
soledad erigen (cuando ya solo sepa / lloverte y recordarte).

         Lied de lluvia para una piel ausente es un libro, no hay ninguna duda, que
encierra interminables secretos semánticos, y del que se podría hablar con bastante más
profundidad. Son versos escritos con sangre, en aras de la inclemente certeza de una
ausencia efectiva. Son poemas que no dan tregua, que se hunden más allá del pecho del
lector para viajar hasta la memoria. No aptos, en fin, para lectores que busquen tras la
lectura una ruta de sosiego y templanza.

   Miguel Floriano

 concluir

[PC VAZ lie]

[...]
pues sé que lo atraviesa para siempre
lo sé como se sabe la verdad más profunda
que se engarza al oxígeno
y acaricia el final de la piel y los pulmones
es la misma verdad
que viaja en estas notas
tan quebradas a veces disonantes
jugando a camaleones
en la cadencia negra de la lluvia
que cae cae y no
se cansa este metal desafinado

el ruido ya me pinta
de su color la sangre
el color de que tú no estés conmigo
creando este horizonte
que se guarda callado
la ruta que me lleve hasta tu cuerpo
y que arrojó en la niebla
partido y sin retorno
el punto inalcanzable
en donde dejarías de dolerme

no existe ese lugar


como tampoco podría medirse
en herzios el sonido
que me arrastre a olvidarte
apenas queda en mí lo que te sueño
tu piel hecha de música y de mimbre
y tú debajo tan dentro tan siempre
maltrecho en mis palabras
hasta que un día la voz se me rompa

y tú estarás colmando ese silencio

cuando ya sólo sepa


lloverte y recordarte

RAQUEL VÁZQUEZ. EL HILO DEL INVIERNO


El hilo del invierno
Raquel Vázquez
Hiperión, Poesía
Premio "Nueva Valencia"
Madrid, 2016

HILOS EN BLANCO Y NEGRO

   El año literario llega a puerto y una de las características más relevantes de su
trascurso ha sido la proliferación de antologías para dar voz coral a la primera
generación del siglo XXI. Casi todas han mostrado un paisaje plural. Sin embargo, las
selecciones son parciales y han dejado fuera de página a itinerarios singulares que antes
o después se afianzan como travesías renovadoras. Así sucede con el corpus lírico de
Raquel Vázquez (Lugo, 1990), Licenciada en Filología Hispánica por la universidad de
Santiago de Compostela y autora de Por el envés del tiempo, Pinacoteca de los sueños
rotos, Luna turbia, Lied de lluvia para una piel ausente, Si el neón no basta y la entrega
que ahora comentamos, El hilo del invierno, un nutrido equipaje en un lapso temporal
que apenas sobrepasa el lustro.
   En su última entrega, la poeta se acoge a un paratexto enjundioso: Cortázar, Bekett,
Faulner, que no clarifica demasiado las sombras tutelares, así que corresponde ir
desgranando El hilo del invierno, sortear referentes culturales y hallar las líneas
cromáticas de su visión estética. El poema de apertura, “Sapere aude” postula una
situación de desamparo y soledad en la que la voz poemática está frente a sí misma;
busca sentido a ese recorrido por lo transitorio que postula incertidumbre: “Saber que
cada roce / de piel, cada palabra es un milagro / insuficiente, azaroso, ya efímero. / Y lo
es del mismo modo que nosotros: /esa película, la eternidad. / Y su fundido en negro. /
Existe vida – y no / apenas simulacro - / solo en los ojos que no niegan a la muerte”.
Existir es caminar sin tregua hacia la última costa y solo aceptando esa premisa alcanza
el tiempo su encaje mudable.
   Pero la voz del sujeto nunca se formula a espaldas de un trayecto colectivo, recoge
pasos que comparten senda y contingencia, que van apurando los signos de identidad de
una época en crisis, donde se han ido asentando en los diccionarios de la angustia
sustantivos de complejo significado. De esa llamada social se nutren poemas como
“Recortes” con un cierre magnífico: “Recortarán la luz / y diremos que nunca había
amanecido.”; o “Sufijos telefónicos” que muestra la cronología sucesiva de la barbarie
en Guernica, Nagasaki, Sarajevo, Basora o Alepo, esos topónimos escritos con sangre
que tallaron el mármol de la muerte y que imponen su evidencia en la conciencia de
todos. Son sitios malditos, inútiles andenes de un cauce paradójico, en el que que sigue
manando el mismo miedo y la sombra tenaz del silencio y la noche. Cada lugar es un
punto de inflexión y de impotencia en el que se van apagando luces y esperanzas. Con
ese mapa de carreteras desplegado en tantos sitios dispersos, es difícil aspirar a que
crezcan semillas de esperanza y buscar todavía sueños que aspiren a cumplir su
amanecida. El bagaje del apartado inicial está marcado por las coordenadas del dolor.
   En el paisaje interior de “Hilván de cielos”, apartado central del libro, el sentimiento
amoroso constituye un andén de llegada; la ausencia del otro vuelve amarga la luz,
clausura el estar diáfano del mediodía y deja entre los dedos la sensación desapacible de
un tacto de nieve. De ese estar en el desamparo nace un abismo que va creciendo dentro
como un páramo en el que las palabras reinician titubeos con perseverancia: “Pero no es
nada fácil saber qué permanece, / nombrar lo fugitivo. / Cuando mi mano está /
irremediablemente acostumbrada / a la siempre presente caricia de tu ausencia“.
  Unos versos de Roberto Juarroz clarifican el título de la sección de cierre, “Hilván de
saltos”: “Hay que dar un salto. Pero todo salto vuelve a apoyarse. / Habría que ser un
salto”. Es una manera de dejar sitio a la voluntad que va dejando una caligrafía
esperanzada en las palabras. La evidencia está ahí, con su piel de óxido, como están los
muros que cortan los sueños de los sin papeles que buscan sitio en las ciudades del
progreso, como están en la imaginación del náufrago las costas acogedoras de una isla
cercana: “Al menos si el sonido es luz que se levanta, / quedará alguna voz donde
permanecer, / hacer de cada sueño / tinta: palabra a la que aferrarse. / Antes de ese
final / que ya mismo comienza. / Que poco a poco traza el hilo del invierno”.
  Sin duda, la percepción crítica sobre los trazos que deja la poesía joven necesita
distancia cronológica. Su proceso creador debe abordarse con elementos objetivos que
confirmen las vibraciones iniciales y el hecho natural del crecimiento. Y así lo refrenda
El hilo del invierno por su sentido orgánico, por el acierto en elegir  residuos y
connotaciones sombrías de nuestro tiempo y por la intensidad y consistencia que emiten
sus símbolos e imágenes. Por tanto, no especulo cuando digo que Raquel Vázquez es
uno de los nombres de confianza del espacio poético actual, una de sus realidades más
logradas.

RAQUEL VÁZQUEZ. EL HILO DEL INVIERNO


El hilo del invierno
Raquel Vázquez
Hiperión, Poesía
Premio "Nueva Valencia"
Madrid, 2016

HILOS EN BLANCO Y NEGRO

   El año literario llega a puerto y una de las características más relevantes de su
trascurso ha sido la proliferación de antologías para dar voz coral a la primera
generación del siglo XXI. Casi todas han mostrado un paisaje plural. Sin embargo, las
selecciones son parciales y han dejado fuera de página a itinerarios singulares que antes
o después se afianzan como travesías renovadoras. Así sucede con el corpus lírico de
Raquel Vázquez (Lugo, 1990), Licenciada en Filología Hispánica por la universidad de
Santiago de Compostela y autora de Por el envés del tiempo, Pinacoteca de los sueños
rotos, Luna turbia, Lied de lluvia para una piel ausente, Si el neón no basta y la entrega
que ahora comentamos, El hilo del invierno, un nutrido equipaje en un lapso temporal
que apenas sobrepasa el lustro.
   En su última entrega, la poeta se acoge a un paratexto enjundioso: Cortázar, Bekett,
Faulner, que no clarifica demasiado las sombras tutelares, así que corresponde ir
desgranando El hilo del invierno, sortear referentes culturales y hallar las líneas
cromáticas de su visión estética. El poema de apertura, “Sapere aude” postula una
situación de desamparo y soledad en la que la voz poemática está frente a sí misma;
busca sentido a ese recorrido por lo transitorio que postula incertidumbre: “Saber que
cada roce / de piel, cada palabra es un milagro / insuficiente, azaroso, ya efímero. / Y lo
es del mismo modo que nosotros: /esa película, la eternidad. / Y su fundido en negro. /
Existe vida – y no / apenas simulacro - / solo en los ojos que no niegan a la muerte”.
Existir es caminar sin tregua hacia la última costa y solo aceptando esa premisa alcanza
el tiempo su encaje mudable.
   Pero la voz del sujeto nunca se formula a espaldas de un trayecto colectivo, recoge
pasos que comparten senda y contingencia, que van apurando los signos de identidad de
una época en crisis, donde se han ido asentando en los diccionarios de la angustia
sustantivos de complejo significado. De esa llamada social se nutren poemas como
“Recortes” con un cierre magnífico: “Recortarán la luz / y diremos que nunca había
amanecido.”; o “Sufijos telefónicos” que muestra la cronología sucesiva de la barbarie
en Guernica, Nagasaki, Sarajevo, Basora o Alepo, esos topónimos escritos con sangre
que tallaron el mármol de la muerte y que imponen su evidencia en la conciencia de
todos. Son sitios malditos, inútiles andenes de un cauce paradójico, en el que que sigue
manando el mismo miedo y la sombra tenaz del silencio y la noche. Cada lugar es un
punto de inflexión y de impotencia en el que se van apagando luces y esperanzas. Con
ese mapa de carreteras desplegado en tantos sitios dispersos, es difícil aspirar a que
crezcan semillas de esperanza y buscar todavía sueños que aspiren a cumplir su
amanecida. El bagaje del apartado inicial está marcado por las coordenadas del dolor.
   En el paisaje interior de “Hilván de cielos”, apartado central del libro, el sentimiento
amoroso constituye un andén de llegada; la ausencia del otro vuelve amarga la luz,
clausura el estar diáfano del mediodía y deja entre los dedos la sensación desapacible de
un tacto de nieve. De ese estar en el desamparo nace un abismo que va creciendo dentro
como un páramo en el que las palabras reinician titubeos con perseverancia: “Pero no es
nada fácil saber qué permanece, / nombrar lo fugitivo. / Cuando mi mano está /
irremediablemente acostumbrada / a la siempre presente caricia de tu ausencia“.
  Unos versos de Roberto Juarroz clarifican el título de la sección de cierre, “Hilván de
saltos”: “Hay que dar un salto. Pero todo salto vuelve a apoyarse. / Habría que ser un
salto”. Es una manera de dejar sitio a la voluntad que va dejando una caligrafía
esperanzada en las palabras. La evidencia está ahí, con su piel de óxido, como están los
muros que cortan los sueños de los sin papeles que buscan sitio en las ciudades del
progreso, como están en la imaginación del náufrago las costas acogedoras de una isla
cercana: “Al menos si el sonido es luz que se levanta, / quedará alguna voz donde
permanecer, / hacer de cada sueño / tinta: palabra a la que aferrarse. / Antes de ese
final / que ya mismo comienza. / Que poco a poco traza el hilo del invierno”.
  Sin duda, la percepción crítica sobre los trazos que deja la poesía joven necesita
distancia cronológica. Su proceso creador debe abordarse con elementos objetivos que
confirmen las vibraciones iniciales y el hecho natural del crecimiento. Y así lo refrenda
El hilo del invierno por su sentido orgánico, por el acierto en elegir  residuos y
connotaciones sombrías de nuestro tiempo y por la intensidad y consistencia que emiten
sus símbolos e imágenes. Por tanto, no especulo cuando digo que Raquel Vázquez es
uno de los nombres de confianza del espacio poético actual, una de sus realidades más
logradas.
ied de lluvia para una piel ausente»
X. F.
Redacción / La Voz 16/08/2014 07:00 h

Después de ganar el premio de nuevos creadores del Ayuntamiento de Granada con


Lied de lluvia para una piel ausente, se publica ahora este poemario de Raquel Vázquez
(Lugo, 1990) que, como indica su título, se articula como un único poema subdividido
en las tres partes del lied (A-B-A?). La inspiración musical también domina el texto, en
el que la primera persona poética se dirige al amante ausente a través de una invocación
que se apoya en los sentidos y para la que construye un discurso pleno de simbolismos,
y que se nutren principalmente de la naturaleza y sus múltiples manifestaciones.

Libros  Poesía

Si el neón no basta
Raquel Vázquez

La Isla de Siltolá. Sevilla, 2015. 86 páginas, 10€

FRANCISCO JAVIER IRAZOKI | 22/04/2016 |  Edición impresa

Raquel Vázquez. Foto: Colectivo Máximo

A pesar de su juventud, Raquel Vázquez (Lugo, 1990) ha publicado ya cinco libros de


poemas, ha coordinado una antología de microrrelatos y obtenido varios premios
literarios.

Los cincuenta textos de Si el neón no basta están distribuidos en tres apartados. El título
de todas las secciones incluye el vocablo “neón”. La escritora lo identifica con el
arpegio, la afasia y la palabra. Entre las citas que abren el poemario, dos versos de René
Char resumen la literatura de Raquel Vázquez: “No alcanzamos lo imposible, / pero nos
sirve como linterna”. La pasión amorosa, con su carga de deseos, insatisfacciones y
goces, figura en la mayoría de las líneas del libro. Los objetos, las partes del cuerpo
humano y la Naturaleza se convierten en símbolos de los cambios de ánimo. A un lado,
el refugio, la escalera, el horizonte, la boca. Enfrente, el humo, las sogas, el naufragio,
los semáforos rotos. También son evocados el cubo de Rubik y los vuelos de Ícaro y el
avión Concorde. Los nombres de varias estrellas musicales (Pink Floyd, Bonnie Tyler,
Radiohead, Simon & Garfunkel) acompañan a la poeta. Como si fuese una huella de
estos artistas, una decena de composiciones se titula en inglés. A veces Vázquez
aprovecha su gusto por la música y crea una imagen surrealista: “Trescientos gramos de
paloma en llamas / latiendo como la cuarta cuerda al aire de un bajo”.

Dos cualidades de la obra. La primera: Raquel Vázquez tiende a la concisión. No


pocas de sus vivencias son condensadas en poemas de tres, cuatro o cinco versos.
Esta característica se une a la intensidad de la expresión poética. Menciona una grieta y
es suficiente para crear una expectativa. Segundo mérito del libro: la contundencia que
contiene queda matizada por las dudas. No se admite la simplificación. La
incertidumbre se impone en casi todas las páginas y aporta calidad a las descripciones.
Leemos: “No sé qué porcentaje / de luz / fluía a partir de tus labios”. Incluso en los
momentos de júbilo, la autora teme que su entusiasmo, definido con la palabra “cielo”,
no sea “más que aceite vertido en el asfalto”. Y, antes de escribir algunas estrofas
afirmativas, asume la fragilidad de sus convicciones: “Deambulo sobre un hielo que se
rompe”.

Si el neón no basta concluye con “Summer sunset”, un poema sobrio y delicado. En él


se combinan la nostalgia y la espera. Sin alardes, con una especie de prudencia. A mi
juicio, en su tono ya se anuncia la madurez de la artista.

@FJIrazoki

Hilvanar imágenes
Jesús Cárdenas • Miércoles 24 de octubre de 2018
FacebookTwitterWhatsAppTelegramPinterestGoogle+LinkedInEmail

Compartir68
El hilo del invierno
Raquel Vázquez
Poesía
Hiperión
Madrid, 2016
ISBN: 9788490020852
74 páginas

Uno de los rasgos que venían acusando las poetas del siglo XXI era el alejamiento con
los parámetros de la poesía tradicional. En su afán por renovar, dejaban atrás la
prosodia, entendida como la disciplina que se ocupa de la distribución de acentos, es
decir, la métrica. Sin embargo, un grupo de poetas están revalorizando, junto con los
temas, el componente musical de la poesía. Raquel Vázquez (Lugo, 1990) tiene buena
parte de esta culpa pues, después de Por el envés del tiempo (2011, Premio Poeta Juan
Calderón Matador), Pinacoteca de los sueños rotos (2012), Luna turbia (2013, Premio
de Poesía Gloria Fuertes), Lied de lluvia para una piel ausente (2014, Premio de Poesía
Granajoven) y Si el neón no basta (2015), hasta la publicación El hilo del invierno,
demuestra que sabe cómo lograr el ritmo en sus composiciones poéticas.

El hilo del invierno, publicado por Hiperión, por una de las mejores editoriales de
poesía española, se hizo con el Premio “Nueva Valencia” otorgado por la Institució
Alfons el Magnànim. Acompañan al título las citas tan dispares como Cortázar, Beckett,
Maillard o Faulkner. Lo que nos ayuda a hacernos la idea de que Raquel es una ávida y
experimentada lectora de la mejor literatura universal. Pero esta saturación paratextual
no nos debe distraer de la peculiar voz de la poeta, plena de imágenes tanto visuales
como sonoras de inigualable belleza.

La poeta gallega critica distintos aspectos de la sociedad posmoderna y conduce a


los lectores a reflexionar sobre nuestro tiempo.

El título nos conduce al imaginario de lo frágil y efímero, acaso el delicado filamento al


que los seres estamos unidos al tránsito de la vida. De estructura plenamente
equilibrada, su canto está configurado en tres apartados —o hilvanes—, con un número
idéntico de poemas —puntadas—, catorce, concretamente. Se trata, pues, de una obra
meditada y unitaria.

El primer apartado está marcado por el dolor que provocan las hostilidades y los propios
individuos que se dejan arrastrar por pequeñas libertades. Podríamos encajar, de hecho,
en una gran parte de lo que se conoce como poesía de la conciencia, pues la poeta
gallega critica distintos aspectos de la sociedad posmoderna y conduce a los lectores a
reflexionar sobre nuestro tiempo y cada una de nuestras ataduras, falsas promesas de
una libertad pervertida. Como rasgo característico de esta corriente, el sujeto se diluye
desde el yo hasta el nosotros; de él a ellos. Y es desde esta perspectiva como se presenta
uno de los mejores poemas, “Sufijos telefónicos”, que muestra la cronología de la
barbarie en Guernica, Nagasaki, Sarajevo, Basora y Alepo, topónimos con los números
en la conciencia de todos, lugares en los que se hace imposible la comunicación, tan
sólo el silencio. Cuenta Raquel en las dedicatorias del libro que varios poemas, uno de
ellos es el citado, “surgieron inspirados por el trabajo fotográfico de Gervasio Sánchez”.
Démosle, entonces, también los lectores, las gracias a que la poeta haya recogido esas
extraordinarias imágenes en su interior y haya explorado con los contornos del alma
humana:

En tantos cementerios,
lápida a lápida se va tallando
un final repetido
a modo de punzante sufijo telefónico.

El otro gran poema de la primera parte es “Tejer la noche”, texto especialmente crítico
con la propuesta de la posmodernidad de grabar, cámara en mano, cada instante con los
flashes. La crítica a nuestro sistema urbano burgués se recoge en la composición
musical “Mapa de carreteras”, o en “Cuesta abajo”, que cierra con una brutal
conclusión: “Es esta la colina que soñabas: / nieve gris, nieve roja, nieve muerte”.

El apartado segundo, “Hilván de cielos”, es el eje central de la partitura. Posee el


sentido de apertura, aún sin haber olvidado la sociedad posmoderna en la que nos dejan
vivir, como recoge el magnífico poema “En la curva del tiempo” (“No hay tiempo si la
vida / es eso que nos prefabrican otros”), suelen recoger el sentimiento amoroso y, tras
la complejidad de las relaciones afectivas, la desazón, el desastre, la ausencia, el
desamparo… Nos encontramos ante poemas existenciales de gran carga expresiva.
Adquiere un mayor emplazamiento el campo semántico de la música (“arpegio”,
“canción”, “cuerda”, “entonar”, “cantarte”…). Los dos compositores nombrados —
Schönberg y Richie Beirach— están caracterizados por una mirada potente. Así, las
referencias musicales trazan la órbita circular en “Ruedas calendáricas”, interpretación
moderna del mito griego de Sísifo, y en “Bucle”, auténtica espiral de la derrota; tal vez
aceptando este devenir y comprendiendo el sentido de la vida lleguemos a un cabal
entendimiento. La esperanza puesta en las palabras termina por iluminar ese
desconocimiento de dar marcha atrás, de volver a lo que fuimos. Así, se cierra “Bucle”:

Sólo queda esta noche.


Y unas pocas palabras como yesca
que en cambio apenas tienden al silencio
si ya se vuelve olvido,
si el dolor es un bucle y ya no vuelve
aquel infatigable milagro que era arder.

Llegamos al tercer apartado, “Hilván de saltos”. Y ya es imposible quitarnos de la


cabeza la riqueza del imaginario visual de la autora gallega y la cadencia que imprimen
sus composiciones de ritmo endecasilábico. “Daouda” es otro de los grandes poemas —
y llevamos unos cuantos ya. Ahora parece que la herida que se abrió está infectada. Es
la canción dedicada a Daouda, el nombre de una de tantas personas que se juegan la
vida al cruzar la frontera. En este caso, se refiere a la polémica valla de concertinas.
Pudo ser el nombre de otro de los tantos que se vieron arrojados de sus países y cruzan
hacia España en busca de mayor igualdad y de un palmo de libertad. Admirable la
conciencia de esta joven y su capacidad para hacernos reflexionar y tomemos
conciencia de la muerte, como brillante poeta que es.

Tienes veintidós años,


veintidós años y el brillo de un filo
clavado entre los ojos.
no puedes olvidar, ojalá nunca olvides.

Raquel Vázquez ha urdido hilván a hilván en El hilo del invierno un tejido musical
rico en imágenes.

Las cicatrices están ahí, no se ocultan; se van desvelando. El modo en que estamos y
sentimos se parece más a una partida o a una vida virtual que otra cosa, como se sugiere
en el poema “Insert coin” (“la vida, una partida deshecha en simulacro”). Y la avalancha
de imágenes junto al desaforado uso del smartphone se pone en tela de juicio en “Vidas
de vapor” (“Cuando el mundo es tan líquido / que toca estar mirando a cada instante).
La propuesta que surge, entonces, no es ver, sino contemplar; en lugar de hablar
mirando la pantalla, hablar con el otro, abrazarlo, acariciarlo, tenerlo en cuenta, saber
que existe… He ahí el quid de la cuestión. Aunque, en ocasiones, las palabras no
lleguen a ser balsámicas. De acuerdo con el crítico abulense José Luis Morante:

Es una manera de dejar sitio a la voluntad que va dejando una caligrafía esperanzada en
las palabras.

La propuesta de El hilo del invierno puede verse lograda o trazada como camino,
nuevamente, de perpetua búsqueda —alfa y omega de la creación—; corresponde al
poema con el que culmina, “El camino de la escritura”, del que escojo un manojo de
versos:
Al menos si el sonido es luz que se levanta,
quedará alguna voz donde permanecer,
hacer de cada sueño
tinta: palabra a la que aferrarse.
Antes de ese final
que ya mismo comienza.

Que poco a poco traza el hilo del invierno.

Para Raquel Vázquez, la poesía no es obstinado rigor —como lo fue la pintura para Da
Vinci— ni como la lluvia inclemente capaz de germinar palabras en terreno árido, sino

como indagación, como horizonte, como unos ojos restaurados hacia el mundo; poesía
como ancla de lo que somos y como la libertad de seguir siéndolo; poesía como cristal
que hiere y que al fin proyecta algo de luz para salvarnos; poesía como vínculo con el
otro, poesía como abrazo tallado en la palabra; poesía como trinchera, como refugio,
como viaje y como vuelta a casa.

En definitiva, Raquel Vázquez ha urdido hilván a hilván en El hilo del invierno un


tejido musical rico en imágenes tomando conciencia de lo que somos y para qué
estamos. Con razón se trata de una escritora constante, que se ha ganado el derecho a
figurar en diferentes antologías de la mejor poesía española del segundo decenio. Este
libro, cargado de fuerza expresiva, nos propone alejarnos del mundo líquido y vivir más
aplicando nuestros sentidos. Aunque parezca obvio, no está de más que alguien venga a
recordárnoslo.

Recibe nuestros contenidos en tu móvil uniéndote al canal de Letralia en Telegram

 Reseña biográfica
 Textos recientes

Jesús Cárdenas

Escritor español (Sevilla, 1973). Ha publicado los libros de poemas La luz de entre los
cipreses (Ediciones en Huida), Mudanzas de lo azul (Vitruvio), Después de la música
(Cuadernos del Laberinto), Sucesión de lunas (Anantes), Los refugios que olvidamos
(Anantes) y, junto a las imágenes de Jorge Mejías Garrón, Raíz olvido (Maclein y
Parker). Algunos de sus poemas han sido reconocidos con algunos premios. Ha
publicado ensayos sobre importantes escritores españoles y ha colaborado como crítico
en distintas revistas literarias. Pertenece al Circuito Literario Andaluz. Algunos de sus
textos se han traducido al inglés, al francés y al italiano.

La #vida como hashtag


escrito por Raquel Vázquez 20 agosto, 2016

Una de las leyes más conocidas de la informática es la llamada ley de Moore, vigente y,
hasta hace poco tiempo incuestionable, desde hace medio siglo. Este principio expresa
que, aproximadamente cada 18 meses, se duplica el número de transistores en un
microprocesador: un crecimiento exponencial para el que, sin necesidad de un
conocimiento profundo en este campo, bien puede suponerse que no será sostenible
hasta el infinito. Es, en realidad, la misma lógica a la que obedece el crecimiento
económico, y que apenas vuelve explícito lo innegable: que la tecnología acaba por
estar puesta al servicio de los intereses del capital. Como apunta el colectivo Tiqqun
en La hipótesis cibernética, “el capitalismo cibernético tiende a abolir el propio tiempo,
a maximizar la circulación fluida hasta su punto máximo, la velocidad de la luz […]”.
Sólo hace falta tener en cuenta los postulados del marxismo clásico para comprender
que, cuanto menores sean los tiempos en el movimiento del capital, más breve será la
duración del ciclo y, por tanto, mayor la acumulación.

Se trata de un entramado económico y cibernético que, por su naturaleza, se articula en


torno al dinero y al silicio: es decir, metales y metaloides, una realidad material,
reducida a lo inerte. Sin embargo, aunque sea un mundo alejado, incluso opuesto a la
vida, cada vez es más palpable el afán de seguir su ritmo, de asomarnos a esas
velocidades; una carrera perdida de antemano que además, en última instancia, sólo
puede dejarnos encorsetados en sus dominios. Jaron Lanier, en su ensayo Contra el
rebaño digital, señala esta autodegradación en la que probablemente caemos, “para que
las máquinas parezcan inteligentes”, de forma que “los límites de la ingeniería de
software” acaban siendo al final los nuestros y los de nuestras relaciones. Así, ya no es
que vengamos, como decía Gil de Biedma, a llevarnos la vida por delante: la cuestión,
hoy en día, parece más centrada en que la no-vida no nos lleve por delante a
nosotros.

En tal vez uno de los capítulos más memorables de Nocilla dream, Agustín Fernández
Mallo vierte sobre la página un hecho evidente en el que no siempre se repara: mientras
estamos vivos, somos oscuridad por dentro; “asusta pensar que existes porque existe en
ti esa muerte, esa noche para siempre. Asusta pensar que un PC está mas vivo que tú,
que adentro es todo luz”. Sólo un cuerpo enfermo o descompuesto recibe algo de
claridad, al igual que un ordenador, inorgánico, también está expuesto a la
transparencia. El problema es que ese “imperativo de transparencia”, como acuñó el
filósofo Byung-Chul Han hace unos años, también se traslade, o al menos pretenda
hacerse, a nuestros comportamientos y costumbres, pues “todo lo que no se somete a la
visibilidad” termina por volverse “sospechoso”. En uno de sus ensayos más recientes,
Psicopolítica, el autor surcoreano emplea una imagen todavía más inequívoca para
hablar de este proceso: “también a las personas se las desinterioriza”. Es decir, no
podremos abrir los cuerpos a la luz, pero sí la memoria y la peripecia vitales. Todo
lo que no es comunicable carece de valor: tenemos que mostrarnos.

Por una parte, esta exhibición tiene lugar en forma de imágenes. Otro concepto de
Byung-Chul Han es esa “coacción icónica” que cada vez induce a más gente a sacar la
cámara —ya casi siempre la que se incluye en la tablet o smartphone— para conseguir
la prueba del instante, por si ese momento pudiera desdibujarse o quizá no haber
siquiera existido si falta el testimonio gráfico. Como una evolución tecnológica de la
mítica frase grabada en pupitres, aseos o monumentos, “<nombre correspondiente> was
here”. Pero aún mejor si el verbo se traslada al presente: los vídeos de Periscope, cada
segundo que juega en contra a la hora de subir una imagen en Instagram. La confianza
ya no tiene validez, tan sólo lo exhibido, lo tangible, la acumulación sin filtros sobre
una mesa que acaba tomando apariencia de muladar. Es el mismo mecanismo que
permite la tolerancia generalizada a la corrupción: el escándalo de hoy será tapado por
el del día siguiente, la montaña crece y nadie ahonda en ella. Pero quién iría a meter su
mano en la basura.

Además de las imágenes, las opiniones también funcionan bajo la misma violencia
de la exposición. La lucidez de Gilles Deleuze le llevó a percatarse de ello hace más de
dos décadas: “Las fuerzas represivas no impiden expresarse a nadie, al contrario, nos
fuerzan a expresarnos. ¡Qué tranquilidad supondría no tener nada que decir, tener
derecho a no tener nada que decir […]!” Existe esa obligación latente de opinar, de
posicionarnos acerca de cualquier asunto. Geopolítica, medicina, economía,
lingüística…; cada día afloran expertos en un tema que, horas más tarde,
camaleónicamente ya lo serán de alguna otra cosa. Pero lo importante es opinar:
marcar territorio como los animales, aunque se trate de un espacio virtual, lleno de
ruido, donde la preocupación por hacerse con esos milímetros ficticios, por gritar más
alto, pueda llevar —con mayor frecuencia de lo deseable— a contradicciones
insostenibles. Por ejemplo, este verano en España: la misma gente que condena que
alguien se alegre del fallecimiento de una persona lanza amenazas de muerte a quien
hace pública esa celebración. También se llega a acosar, a linchar a una escritora
porque, según lecturas parciales o directamente no hechas, supuestamente uno de sus
personajes de ficción no se pone del lado de la víctima en el acoso escolar. Los casos
del torero Víctor Barrio o de la autora María Frisa protagonizaron numerosas líneas y
kilobytes hace unas cuantas semanas, en una explosión de posicionamientos, de
opiniones que, así como emergieron de repente como asunto del día y casi cualquier
timeline del país participaba de ellos, a estas alturas se han despeñado ya hacia el
olvido.

En realidad, esto no es más que el funcionamiento indiscutible de los trending


topics de Twitter. Y nuestro pensamiento parece movido por esas tendencias. Sube un
tema en la lista y algo nos empuja a escribir sobre él; hay que adelantarse, no se sabe a
qué con certeza, pero hay que buscar ser los primeros, o al menos comentar mientras ese
nombre, lugar o hashtag interese, antes de que la nada que era nada todavía más nada
sea. Una paráfrasis del poema de José Hierro, en cualquier caso, es plenitud y vitalidad
frente a un tiempo desfavorable para construir opiniones propias; en definitiva, para
pensar. Los trending topics se marchan, la profundización nunca llega; pasamos a
otra cosa, no queremos quedarnos atrás. Aunque el tiempo cibernético sólo podamos
perseguirlo y, además, no nos pertenezca.

Pero ése, volviendo al inicio de estas líneas, no es nuestro paradigma, nuestro tiempo. Y
ni siquiera nos conviene: frente a esas mediciones, siempre perdemos. La verdadera
velocidad de la vida abarca la contemplación, la demora, el tiempo sin relojes. Incluye
esos instantes que se sustraen al tiempo, y hacen el acontecimiento posible. Para Alain
Badiou, se trata de las cuatro esferas en las que ocurren los procedimientos de verdad:
amor, ciencia, política y poesía. Porque el momento de la verdad, el momento del
encuentro —con una persona, con la palabra— no cabe en un reloj, no se mide en
cifras. Y sin embargo un ordenador sólo entiende el transcurso temporal desde el
recuento. Cada segundo es un bit. Desde el 1 de enero de 1970, la mayor parte de los
sistemas computacionales cuentan al unísono: el denominado Tiempo Unix. Y, por
supuesto, no pueden saber que también existen eternidades. Que también hay instantes
sin tiempo.

El ser humano, en cambio, sí puede vivir fuera del tiempo. Nosotros, al contrario que las
máquinas, conocemos algo más que el bit, que el dígito. Además de contar, podemos
narrar. Frente a la fragmentación del número, del tuit, del megusta, tenemos como
herramienta la narración, que, como indica Byung-Chul Han, se opone a la mera
adición. Puesto que “la aceleración total tiene lugar en un mundo en el que todo
deviene aditivo y se pierde toda tensión narrativa, toda tensión vertical”, narrar devuelve
la pausa necesaria a la realidad para llevarla de nuevo a una escala humana y, en
oposición a la acumulación de datos, también haya lugar para el pensamiento.

El mundo de hoy en día es un espacio parcelado en el que la narración puede contribuir,


tal como apunta Emmanuel Terray en Esa eterna fugitiva, a recuperar algo tan necesario
como la “coherencia del pensamiento” y “de la acción”. Vivimos una época
esquizofrénica, movidos sobre todo por impulsos, en medio de una sinrazón que se
vuelve norma y ya apenas tiene capacidad para asombrar a nadie. Para frenar esta
inercia, pocos comportamientos podrían ser más eficaces, imprescindibles, como
los silencios. “Rescatar la palabra entraña restaurar el silencio”, dice David Le Breton,
dejando manifiesta una relación complementaria que debería tenerse siempre presente:
la narración de la vida sólo es posible si incluye también esos silencios, igual que la luz
sólo destaca bajo los efectos de la sombra, como explicaba Jun’ichirō Tanizaki en su
ensayo más famoso. El juego de claroscuros, la palabra frente al ruido, el verdadero
vínculo humano, no cabría nunca en moldes como el hashtag. Sus matices sólo pueden
ser ajenos a la microsistematicidad de un simple transistor.

En este 2016, la ley de Moore ha mostrado los primeros síntomas de que ya no se


encuentra lejos de la obsolescencia. Sin embargo, aunque tenga que ser a través de
mecanismos distintos a los de las últimas décadas, las velocidades de los procesadores
no dejarán de aumentar. Velocidades que, en cualquier caso, no tendrán relación con las
posibilidades de una persona: pero no por rapidez, sino justo al contrario, por
insignificancia. Por muchos gigahercios —pronto terahercios— a los que llegue un
chip, no puede alcanzar ningún horizonte al que nosotros aspiramos. La vida y sus
sombras, sus secretos, sus silencios, seguirán sin caber en un circuito integrado.

En definitiva, tan sólo es que estamos vivos. Y eso nos salva

RAQUEL VÁZQUEZ. SI EL NEÓN NO BASTA


Si el neón no basta
Raquel Vázquez
Ediciones de la Isla de Siltolá, Poesía
Sevilla, 2015
LUCES DE NEÓN

   Raquel Vázquez (Lugo, 1990) deja en el  pórtico de su libro Si el neón no basta unas
cuantas citas que apuestan por un suelo cultural diverso; en ellas conviven desde el
icono musical de Simon y Garfunkel hasta las política poética de Jorge Riechmann,
paradigma del escritor comprometido con el tiempo histórico. No creo que sea un gesto
gratuito sino una advertencia previa al lector donde se subraya que la sensibilidad
individual del poeta es el resultado de un continuo aporte, una linterna en préstamo.
   La lírica de Raquel Vázquez como pauta formal elige el poema breve, con escuetos
elementos enunciativos que muestra una dirección concreta hacia el final aforístico. En
cada poema la voz verbal plantea una incisión que busca un interlocutor activo en la
recepción. Así arranca el primer apartado con el poema “Simbiosis”: “Nos muerden
unos ojos / tan adictos / a escribir esta redada del tiempo. / Que nuestras manos sean / el
único refugio que nos arde”. De entrada, aparece como enfoque argumental el discurso
amoroso, un asunto clásico que siempre amanece renovado y repleto de matices
colaterales. El sentimiento como impulso del ser existencial da voz a la evocación, a
preservar en la memoria esa felicidad introspectiva que da sentido a lo temporal, como
si los sueños y el tacto del deseo nunca estuviesen sometidos a ese ciclo estacional que
traza inexorable la caligrafía del discurrir. Lo abstracto así se convierte en claridad
figurativa, en lumbre y luz, aunque ese puente hacia el otro no sea tangible en el entorno
de lo real y únicamente sea una mirada amable y esperanzada.
   El enfoque diáfano del apartado inicial, donde el neón –la luz- era música, se torna
afasia y mudez en los poemas centrales; el yo cobra conciencia de su extrañamiento y
soledad y vuelve a formularse en el yermo diario un pensar dubitativo y monocorde,
hecho de incertidumbre y piel ausente: “Ya nos abrazan demasiadas sogas, / somos dos
lápices que afila el tiempo / así que al menos dime / quién nos leerá en tanto papel en
blanco”. El dolor y el frío se transforman en sensaciones tangibles que van jalonando el
hilo argumental; todo se apaga y traza su negación sin ruido, su asiento en los rincones
de la memoria como si fuese una estela mínima destinada a borrarse.
   El tramo final es una reflexión sobre la pérdida. Aunque las palabras conceden un
techo habitable a los recuerdos, un tablero donde seguir los pautados movimientos del
pensar, la voz se torna elegía; el diálogo común entre los cuerpos es solo un signo de
otros días, un mensaje cifrado que guarda detalles sin regreso.
   En Si el neón no basta Raquel Vázquez da un paso más en su ya poblado itinerario
creador y nos deja una poesía capaz de sustentar una notable carga metafórica donde la
contingencia amorosa se aborda desde la placidez inicial hasta el desvelo de la pérdida.
Poesía intensa, que confía en la evocación para dar presencia a las galerías del deseo y
al encuentro con los sueños, palabras que ponen el amor en los relojes.     

Publicado por JOSÉ LUIS MORANTE en 8:12


Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con
FacebookCompartir en Pinterest
Etiquetas: Ediciones de la Isla de Siltolá., Raquel Vázquez

También podría gustarte