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Janette Becerra
contarle un sueñ o en el que presagié su muerte a destiempo. Hoy (yo aú n en el filo del
misterio y de los sueñ os, él ya al otro lado) me sumo a la presentació n de En espera del
resto, el ú ltimo poemario de nuestro querido Á ngel. Seré breve: quiero imitarlo en uno de
sus há bitos preferidos: “rastrear el poema dentro del poema hasta acercarme al mínimo de
palabras con que el sentido puede ser dicho” (Inquietud de la huella 8). Decidí, por eso,
escoger un aspecto particular de este poemario tan polisemá ntico, mú ltiple, desgarrador,
que aborda muchos de los grandes abismos de la mística, como lo que escapa al lenguaje, el
viaje a lo interior y la serena angustia de la muerte segura o, en otras palabras, que versa
sobre la Llama del agua (2001), los Perseguido[s] por la luz (2008) y, en fin, Lo que canta al
otro lado (2015), todos títulos de sus poemarios previos. Y decidí también hablar no
incluso contra la devoció n exclusiva a la belleza poética, hablar del amigo, del hombre que
Á ngel fue tras el poeta y sacerdote. Porque esta “presentació n” o “reflexió n” que comparto
uno en particular, el Lenguaje de los pájaros que, como algunos saben, no es solo el título de
uno de los clá sicos del misticismo persa, sino el título de una exposició n plá stica de artistas
radicados en Nueva York y basada en poemas de Á ngel Darío, que se celebró en el Museo de
Arte Contemporá neo en 2008. “É tica y estética son caminos inseparables en la mística
franciscano”, 2 oct. 2009, ENDI.com). Así que ética y estéticamente —sin fronteras que las
separen y a la llama de mi intuició n onírica y vivencial respecto a él— del lenguaje y del
dolor de ciertos pá jaros quiero precisamente hablar: me refiero al motivo del vuelo, o
Duda original
Animal sin alas, con dos pies, con las uñ as planas (Plató n)
pregunta el ser
de las uñ as planas
Privado del vuelo celestial, “inferior a los á ngeles”, el poeta se resigna con lo
segundo mejor: “el polvo alado de la poesía”. Esa carencia de vuelo, si nos atenemos a la
tradició n estrictamente literaria de la mística, equivale a la ausencia de la experiencia
ú ltima de lo sagrado, es decir, la unitiva, en la orden de un Fray Luis de Leó n, que ansiaba
y luego exclamaba:
¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
(“A Francisco Salinas”)
Como Fray Luis, Á ngel era brillante, polifacético, laborioso, cerebral. Mientras San
Juan de la Cruz decía que el viaje a lo divino era hacia adentro, Fray Luis añ oraba ganar
A Felipe Ruiz
Noche serena
caso de Darío, pero el pró ximo poema que presenta este motivo de la nostalgia por el vuelo
negado es “Paloma”.
Paloma
Zeus los convirtió en pá jaros (Apolodoro)
No puedo evitar vislumbrar nuestro parque sanjuanero junto a la Capilla del Cristo,
con sus bandadas habituadas a permanecer en tierra a pesar de la facultad del vuelo: por
escribió Á ngel en aquella carta del epígrafe. Zeus lo había convertido en paloma, ¿quién
puede dudarlo? Y aquí, en esta isla palomera —en Sabana Seca, en el Proyecto Niñ os de
el Museo, en la biblioteca, en la librería, en el café— él optó por ser una versió n humana,
quizá s demasiado humana, del Espíritu Santo: pies en tierra, manos y mente a la obra. Y sin
embargo, intuyo en estos versos la serena o sabia tristeza de saberse a ras del suelo cuando
está “sentad[a] en la plaza de la desolació n”, pero volcado a la praxis, con la “ética y la
estética” (es decir, con el deber y la belleza) como “caminos inseparables en la mística
franciscana”.
preguntarse: “¿Cuá ndo llegaré a estar a la altura de mí mismo?” (27). ¡Esa pregunta
encierra una sabiduría tan honda! Implica saberse uno con lo supremo, si bien aun
este motivo. Allí presenciamos a la voz lírica exclamar: “soy la garza/inmó vil/del
presenta grá ficamente no solo como una pata flaca de garza, sino como un descenso, una
triunfante en tanto animal sin plumas, bípedo, de uñ as planas, al decir de Plató n que sirvió
de epígrafe al primer poema. El verso termina con otra aclaració n: “no me fío de las
superficies planas”, que son tanto la marca plató nica de lo humano como, en un sentido
má s literal, este plano del suelo, carente de vuelo. Ese no fiarse de las superficies planas
apunta implícitamente a aquello en lo que sí se confía: en “la má s alta esfera”, en “la rueda
enfermar, Á ngel Darío construye su “jardín futuro”, su edén, sobre la esperanza del vuelo:
previsor extremo:
haces crujir azú car blanca
en el pico de los pá jaros
(“Jardín futuro” 58-59)
Ahí está la gran revelació n de este libro en mí, la conciliació n con la “duda original”
del primer poema, que se quejaba de que nos hayan creado “sin la gracia altiva del vuelo”
(17). La voz lírica prevé que al fin le será concedido el revoloteo de los pá jaros, y los
alimenta porque desde ya se considera uno de ellos, como aquella paloma de la plaza,
acerquen las palomas, no olvidemos sacar un puñ ado de azú car. Á ngel Darío entenderá .