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Orientación vocacional en sujetos con discapacidad

Lo vocacional como acontecimiento de una experiencia subjetivante

Sergio Javier Enrique1

“Consideramos a los niños,


adolescentes y jóvenes
como sujetos de derechos
y a los adultos…como articuladores
responsables de promover,
sostener y soportar
los procesos de subjetivación”.

Rascovan (2013).

En las últimas décadas, los avances suscitados en torno a problemática de la

discapacidad2 han venido acaeciendo con considerable significatividad; Hecho

que comprometió a diversas disciplinas y saberes a reexaminar y cuestionar

modelos y paradigmas hegemónicos (médico-biológico-rehabilitador) centrados

sobre la condición de déficit; a desnaturalizar la significación ideológica

predominante; a revisar críticamente qué se concibe por discapacidad,

desechando concepciones añejas y vetustas; como así también a elaborar

nuevos conocimientos, conceptualizaciones, herramientas y modos de

abordaje que permitan mejor comprensión y atención de la problemática, con el

objetivo de favorecer la calidad de vida de los sujetos con discapacidad.

1
Psicólogo (UNR). Ha realizado estudios de especialización en Orientación Vocacional y
Educativa (UNTREF). Actual Secretario Científico de la Asociación de Profesionales de la
Orientación de la República Argentina (APORA). Coordinador del Sistema Institucional de
Tutorías FCByF (UNR).
2
La Clasificación Internacional del Funcionamiento de la Discapacidad y de la Salud (CIF-OMS,
2001), la define como “un término genérico que incluye déficits, limitaciones en la actividad y
restricciones en la participación. Indica los aspectos negativos de la interacción entre un
individuo (con una “condición de salud”) y sus factores contextuales (factores ambientales y
personales)”.
Los nutridos debates disciplinares han consumado enormes esfuerzos por

interpretar, comprender y explicar las dinámicas sociales que se despliegan en

el campo de la discapacidad. Los cambios promovidos van desde una

interpelación a los efectos performativos del lenguaje con que se etiqueta

estigmatizante y peyorativamente a los sujetos con discapacidad, a la

construcción de terminologías menos segregativas o discriminadoras. Desde el

fortalecimiento y ejercicio efectivo de los derechos, hasta la actualización de un

modelo conceptual más abarcativo y operacional, bajo una perspectiva socio-

ecológica y multidimensional que procura establecer criterios gnoseológicos

más precisos, mejores diagnósticos y pronósticos más promisorios. A la vez

que se busca mejorar los servicios de salud, educativos y sociales a partir de la

estandarización de criterios diagnósticos, mejores planteamientos en las

funciones clínicas, y de clasificación y provisión de servicios y apoyos

individualizados.

Hemos transitado algo más de una década desde la Declaración de la

Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con

Discapacidad (CDPCD, 2006)3 y estamos prontos a consumar una década de

la ratificación de la misma por parte de la Argentina4; hecho que obliga al

Estado nacional a hacer cumplir en todo su territorio, los principios que

promueve dicha Convención5.

3
Sancionada y aprobada mediante resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas
A/RES/61/106, el día 13 de diciembre de 2006.
4
A través de la ley 26.378, sancionada el 21 de mayo y promulgada el 6 de junio de 2008 por
la Honorable Cámara de Diputados de la Nación. Y que adquirió jerarquía constitucional en
nuestro país en los términos del artículo 75, inciso 22 de la Constitución Nacional, en el año
2014 (Ley Nº 27.044).
5
Expresado en la Constitución Nacional, en la sección primera del Poder Legislativo, capítulo
cuarto, “Atribuciones del Congreso”, en el artículo 75 inciso 23.
A partir de ello, en nuestro país se promueve un Modelo Social de la

Discapacidad (MSD), que considera a la misma como un problema social,

reconoce a las personas en su integridad física y moral, como sujeto pleno de

derechos y vinculándola a su entorno familiar y social comunitario. Partiendo de

concebir a la discapacidad, desde un enfoque biopsicosocial, como una

realidad compleja y multidimensional, que debe ser comprendida a partir de la

interacción de un sujeto con sus circunstancias.

El eje preponderante del MSD es el de la igualdad. La igualdad de derechos y

la posibilidad de tomar decisiones empodera a los sujetos y les da la

oportunidad de una vida más digna. La diferencia en las acepciones sobre la

discapacidad e invalidez y su tratamiento, dependerá de que la causa de la

diferencia recaiga en el sujeto o en su entorno. Así el MSD se focaliza en los

cambios que la sociedad debe hacer en términos de: Actitudes, (una actitud

más positiva hacia ciertos tratamientos mentales y comportamientos, así como

no infravalorar la calidad de vida potencial de los sujetos con discapacidad).

Apoyo social, (ayudando a superar las barreras, ofrecer recursos, ayudas o

discriminación positiva para superarlas). Información, (utilizando determinados

formatos (Braille), niveles (simplicidad del idioma) o tipos de cobertura).

Estructuras físicas, (Eliminación de barreras arquitectónicas, etc.).

Accesibilidad y derechos, (a servicios, sociales, sanitarios, educativos, etc.).

La CDPCD resultó un punto de llegada en la lucha por los derechos de los

sujetos con discapacidad y un punto de partida para el abordaje de muchos

otros aspectos acuciantes y pendientes. Define que “los sujetos con

discapacidad incluyen a todos aquellos que posean deficiencias físicas,

mentales, intelectuales o sensoriales a largo plazo que, al interactuar con


diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la

sociedad, en igualdad de condiciones con las demás” (CDPCD, 2006).

Estribados en este paradigma, desde diversas profesiones y ámbitos de

intervención, se promueven acciones que propendan a que niños, adolescentes

y jóvenes con discapacidad logren su plena integración social, a través de la

equiparación de las oportunidades para la participación activa en mejores

condiciones de igualdad en las diversas esferas de la vida.

El campo de la orientación vocacional no ha quedado al margen de estos

debates, y en las últimas décadas haciendo resonancia con las diversas

discusiones y advirtiéndose interpelada en su hacer, ha venido repensando sus

objetivos, tareas y finalidades, con el propósito de profundizar en el abordaje de

las elecciones vocacionales de adolescentes y jóvenes con discapacidad desde

una perspectiva crítica (Rascovan, 2005).

A partir de dicha perspectiva, es cardinal elucidar cuales son las características

educativas y sociales que presenta la realidad de los adolescentes y jóvenes

con discapacidad en Argentina; indagar el pasaje adolescente y la vida adulta,

las trayectorias y transiciones que recorren y franquean; comprender el modo

de gravitación de la categoría futuro en ellos y sus familias y la forma en que se

conjuga; el lugar otorgado al deseo de ser/hacer y las posibilidades de

construcción de proyectos de vida.

Comprender las particularidades que deberían tenerse en cuenta cuando se

trabaja con este colectivo; los atravesamientos propios de la condición de


discapacidad y el más allá de ella; es fundamental al momento de

acompañarlos en las circunstancias de elección y pasaje a lo por venir.

Indagar los efectos performativos institucionales que encarnan; el podermiento

o la cristalización del nopodermiento6 que puede engendrarse subjetivamente;

los trayectos discapacitantes por los que transitan o en los que permanecen en

cul-de-sac7, el grado plasticidad simbólica del que disponen subjetivamente; las

oportunidades educativas y laborales disponibles y ofrecidas; y las

particularidades emergentes de las dificultades de acuerdo al tipo y/o momento

de adquisición de la discapacidad; se ha vuelto indiscutible, ineludible y

necesario. En definitiva, afrontar lo adolescente, lo joven y el advenimiento

adulto en este colectivo, sin esencialismos, hospedando las diferencias y las

subjetividades desde la complejidad de su alteridad/otredad (Skliar, 2015).

Siendo la orientación vocacional, un campo de intervención que se encuentra

en la intersección entre educación y salud, buscamos propiciar nuevos perfiles

profesionales (Pantano, 2016), que acompañen a estos adolescentes y jóvenes

en sus trayectos e itinerarios, y promover precisamente Profesionales de la

Orientación Vocacional (POV) (Rascovan, 2005) que sostengan, soporten y

6
“Podermiento” y “nopodermiento” son neologismos creados por Witold Gombrowicz, que
aparecen en su obra Ferdydurke (1937). De acuerdo a los traductores al castellano, dichas
soluciones perifrásticas (que por las dificultades de la traducción del polaco, aplicaron los
traductores) expresan condiciones o estados de poder o no poder y constituyen en dicha obra
soluciones llave en la narración en el abordaje de la simbólica capital de la obra: la
infantilización. Veremos esto con más detalle más adelante.
7
Expresión de origen francés, que habitualmente se emplea para designar a una carretera sin
salida, punto muerto o callejón sin salida en general. Algunas de estas carreteras o caminos
pueden impedir el paso de automóviles en forma total o en cierto horario, mientras que
peatones, ciclistas y otros vehículos de dos ruedas no están impedidos de circular.
habiliten procesos de subjetivación y sepan actuar como garantes (Rocha,

2016) de la posibilidad de una experiencia subjetivante (Rascovan, 2016).

De acuerdo a la perspectiva crítica propuesta, sostenemos lo vocacional como

el entrecruzamiento de una dimensión social, propia de toda organización

económico-productiva y una dimensión subjetiva asociada a las formas

singulares en que los sujetos construyen sus trayectos o itinerarios de vida,

principalmente en el área laboral y de la educación (Rascovan, 2005).

Si lo vocacional se produce en el entrecruzamiento de estas dos dimensiones,

debemos ahondar en ¿Cómo se suscita esto en adolescentes y jóvenes con

discapacidad? ¿Bajo qué condiciones subjetivantes? ¿Cuáles ofertas

socioculturales tiene/puede optar? ¿A qué objetos vocacionales puede anudar

la singularidad de su deseo?

Silverkasten (2005) expresa que lo que define subjetivamente a alguien como

discapacitado es que no logra insertarse en el sistema de producción de bienes

y servicios, no circulando en los sistemas de intercambios, quedando

determinado como un sujeto fijado. Por ello uno de los desafíos más

significativos que se plantean para este colectivo es que logren una inclusión

real en los procesos sociales.

Así, desde una perspectiva crítica, no reduciremos las “elecciones

vocacionales” a las referidas al mundo laboral y académico, sino que

incluiremos también el conjunto de elecciones que un sujeto con discapacidad

afronta en su itinerario vital, incluyendo y revalorizando aquellas que pueden

caer por fuera de los destinos prescriptos para este colectivo.


Lo vocacional compondrá esa trama indisoluble entre lo subjetivo y lo social,

donde la dinámica singular del deseo, está más allá de los imperativos del

deber hacer y/o de las exigencias para incorporarse al aparato productivo. De

este modo emplazaremos especial énfasis no en aquello “que” elija, sino en

“como” lo haga (Savickas, 2009, Rascovan, 2013).

Concibiendo a la orientación vocacional como parte integrante del campo de la

Salud Mental, sostendremos que lo principal no será diagnosticar y prescribir

carrera ajustando o adaptando sujetos a lugares preestablecidos, sino que

aspiraremos a que se desarrollen nuevos enfoques que apunten a la promoción

de espacios creativos de elaboración subjetiva lo más alejado posible de

cualquier concepción cientificista basada en el discurso del déficit (Rascovan,

2013). Para ello abordaremos las trayectorias de vida sobre las cuales los

adolescentes y jóvenes con discapacidad diseñan y construyen sus proyectos y

su vida, a fin de acompañarlos en los procesos de reflexión de sus aspectos

vocacionales, como también alentando la exploración de los diferentes

escenarios de la vida.

Ello implica repensar las estrategias, las herramientas y los métodos. Pantano

propone como estrategia: “adaptar, modificar la oferta de la orientación

vocacional y no a las personas” (Pantano, 2011). Subraya la importancia de

pensar en una orientación vocacional y ocupacional no segregativa, sino

inclusiva, con “ajustes razonables”, entendiendo por ello las modificaciones y

adaptaciones necesarias y adecuadas para garantizar a los sujetos con

discapacidad el goce o ejercicio, en igualdad de condiciones con las demás, de

todos los derechos humanos y libertades fundamentales.


A partir de ello, defenderemos que todo sujeto tiene derecho a elegir su

futuro. Enunciado que fija nuestro posicionamiento y supone una ética de

nuestro hacer, tomando como baza, la definición que formulara el intelectual

argentino, Rodolfo Bohoslavsky, y que aún hoy conserva un carácter

subversivo, provocativo y profundamente vigente: “La ética surge del hecho de

que al considerar al hombre sujeto de elecciones, consideraremos que la

elección del futuro es algo que le pertenece y que ningún profesional por

capacitado que esté tiene derecho a expropiar”. (Bohoslavsky, 1982).

Durante largo tiempo y bajo hegemonía de una ideología de la (a)normalidad

(Rosato, 2009), este derecho a elegir su futuro, para adolescentes y jóvenes

con discapacidad, estuvo –y aún está en considerable medida– cuestionado,

desestimado, negado, vedado, expropiado y/o mediado por otros.

De la adolescencia a la adultez

Esquemáticamente, en términos subjetivos, podemos definir dos momentos de

pasaje significativos, el pasaje adolescente y el pasaje a la adultez en sujetos

con discapacidad. Respecto al primer momento partiremos de precisar la

adolescencia como una apuesta y una operación identitaria: “…la apuesta del

adolescente va más allá de una acomodación psíquica a un cuerpo

transformado en púber y una adaptación a un nuevo estatuto social; es la de

una operación identitaria que cuestiona todas las dimensiones de la existencia

del sujeto y de sus relaciones con los otros… Esta operación… comienza con

un proceso largo y peligroso para el adolescente mismo ciertamente, pero

también para su familia, su entorno, incluso la sociedad en su conjunto…”

(Rassial, 1999).
Desde una perspectiva psicoanalítica podemos pensar la adolescencia como

una transición que involucra múltiples tareas psíquicas. Si bien no debemos

caer en juicios, generalizaciones ni categorizaciones de una adolescencia

“normal” o “ideal”, podemos abordar las adolescencias en términos de tareas

haciendo referencia a los procesos particulares y las trasformaciones que los

sujetos recorren de manera singular, haciendo énfasis en que dichas

transiciones no son vivenciadas pasivamente por el sujeto, sino que resultan de

“un trabajo del cual él es el agente principal” (Rodulfo, 1986). De acuerdo a

Rodulfo podemos pensar a la adolescencia “en una perspectiva de trabajos

simbólicos a cumplir” (Rodulfo, 1992); pensarla de este modo nos previene

frente a una polarización cronológica, del atrapamiento en una determinada

estructura y/o del peligro de psicopatologización de ciertos procesos. Hablar de

“tareas de la adolescencia” va ligado al contexto cultural en que se producen y

que impone las diversas tareas: el abordaje de los cambios biológicos, las

exigencias sociales, la separación de las imagos parentales, las nuevas

condiciones y espacios extra-familiares y la reorganización del mundo interno.

Como cualquier adolescente, quien tiene una discapacidad necesita aceptación

de sí mismo y lograr la mayor autonomía posible en sus actividades cotidianas.

Deben afrontar aspectos biológicos y culturales, y los cambios físicos y

psíquicos que este momento de la vida acarrea. Un trabajo de adquisiciones y

logros y de una crisis y transmutación que implica encuentros y desencuentros

en la búsqueda y consolidación de su identidad. Algunos pueden tener alguna

condición de vulnerabilidad o ciertas necesidades específicas y requieren de

apoyos adicionales para lograrlo.


Para un adolescente con discapacidad, la acomodación psíquica al cuerpo, los

estados de ánimo, los afectos y los cambios de humor, la adaptación a un

nuevo estatuto social, se dan en muchos casos en un contexto de cierta

desincronía, donde la edad cronológica puede no coincidir con la etapa vital en

que se encuentra (sobre todo si tiene una deficiencia mental o intelectual). Por

ello debemos tener en cuenta los efectos y marcas que la discapacidad ha

producido en el sujeto (Rocha, 2010, 2017), siendo factores que inciden: a) la

edad en que se produce la discapacidad8. b) El tipo de discapacidad y sus

características (si es visible o invisible, congénita o adquirida, progresiva o

estable); c) el pronóstico, la presencia de dolor o limitaciones en la movilidad o

en las funciones; d) la naturaleza del tratamiento que realiza, las necesidades

de internaciones o cirugías, e) los tipos de apoyos necesarios, etc.

Cuando la discapacidad afecta las características físicas (y que van de acuerdo

al nivel de visibilidad que estas presenten) lo corporal es puesto en entredicho.

Al respecto, Le Breton plantea que “la condición humana es una condición

corporal” (Le Breton, 2017). Una alteración de la configuración corporal, que la

hace difícil de domesticar, el sujeto la paga con el malestar que produce la

mirada de los otros, otorgándole un estatus social devaluado.

8
Prevaleciendo las de adquisición congénita pre, peri y pos natal o a muy temprana edad y las
que se producen entre la edad mediana y el ingreso a la adultez mayor. Los datos disponibles
relevados por la Encuesta Nacional de Personas con Discapacidad, 2002-2003, (ENDI),
Complementaria del Censo 2001, realizada por el INDEC, de acuerdo a la prevalencia sobre el
total, arroja que aproximadamente un 24% era entre los 0 y 4 años, aproximadamente un 7%
entre los 5 y 14 años, un 8% entre los 15 y 29 años, un 16% entre 30 y 49 años, un 18% entre
50 y 64 años, un 13% entre 65 y 74 años y un 8% 75 años y más.
http://www.msal.gob.ar/images/stories/cofesa/2010/acta-01-10/anexo-4_discapacidad.pdf
La adolescencia, como manifiesta Rassial, afecta también a padres y familia

(Nuñez, 2010), quienes a veces le cuesta reconocer estos cambios y

acomodarse a la nueva situación. En la familia suelen reactualizarse viejas

heridas, sobre todo si el adolescente mismo comienza a cuestionar su

condición9. Afloran reproches y enojos, preocupación por la mirada de los

otros, vergüenza, temores, miedo al rechazo, inseguridades. Es un período de

mucha inestabilidad pero que ofrece oportunidad para volver a hablar de,

resignificar y armar las posibilidades para conquistar un lugar propio.

Otro aspecto es la irrupción del nuevo impulso de la sexualidad, que en el caso

de algunas discapacidades, tiende a ser negada o reprimida, o produciéndose

el reforzamiento por parte de los padres, de mantener a los hijos en un período

de latencia y lazos endogámicos patologizantes; tornándose dificultoso

reconocer la aparición de nuevos objetos libidinales, del enamoramiento, y

dificultad en comprender que son sujetos atravesados por la sexualidad (y no

como suele representárselos, angelicales, asexuados y especiales) con

necesidad de placer, ternura y afecto amoroso y necesidad de desplegar su

deseos sexuales y su sensualidad con igual derecho que cualquier otro

adolescente. El deseo sexual no está afectado por la discapacidad, solo puede

estar condicionado parcialmente por el grado o la dificultad de funcionamiento

y/o porque la discapacidad puede afectar las habilidades de comunicación, o la

imagen que tiene de sí mismo, condicionando su vida emocional y sexual.


9
Según Liliana Pantano, al hablar de discapacidad deberíamos tener en cuenta dos
dimensiones inseparables entre sí. Por una parte la “situación de discapacidad” (ciertas
condiciones generales que la discapacidad incorpora como atributos objetivos en un contexto
particular) y por otra parte la “condición de discapacidad” (la experiencia individual de esas
condiciones generales objetivas como vivencia subjetiva de la persona). La experiencia de vivir
la discapacidad (condición) estará ajustada a la trayectoria social de la persona y variará de
acuerdo a la posición ocupada en el espacio social. En Pantano, Liliana (2005): “De las
personas con discapacidad y de la discapacidad. Condición y situación”.
Otros aspectos en juego son los procesos de duelo por la infancia perdida, el

yo ideal, el ideal del yo, las modalidades identificatorias y la consolidación de la

subjetividad. Podemos decir esquemáticamente que a los tres duelos

señalados por Arminda Aberastury10 (por el cuerpo de niño / por la identidad

infantil / por los padres de la infancia) es posible agregar un cuarto duelo por la

función que falta y la consecuente necesidad de elaboración de su condición.

En muchos casos durante este período adolescente, puede incrementarse la

diada sobreprotección/dependencia del hijo/a por parte de los padres y las

familias; una infantilización donde lo sobresaliente es la falta, lo castratorio, lo

indiferenciado; que acentúan lo endogámico, paralizando el proceso de

desidealización y confrontación con los padres, comprometiendo las

posibilidades de valerse por sí mismos, y dificultando que pueda ponerse en

juego la consolidación de un Ideal del yo.

A muchas familias les resulta espinoso consentir que conquisten mayor

independencia, que asuman responsabilidades y se desenvuelvan

autónomamente, que exploren la vida social, y/o animarles a que tome sus

propias decisiones. Es vital que consigan explorar y analizar lo social, atravesar

rituales y situaciones de pasaje que permitan dejar de ser niño, y

conjuntamente afrontar los miedos y construir estrategias de ayuda para

superarlos.

Durante esta etapa, las dificultades de interacción con el grupo de pares por

parte de un joven con discapacidad se acentúan y en muchos casos se

agravan, siendo clave las posibilidades que dispone para lograr desarrollar

10
Aberastury, A; Knobel, M. (1984). La Adolescencia Normal. Editorial Paidós. Buenos Aires,
Argentina.
lazos de amistad y transitar un pasaje de lo endogámico a lo exogámico

(Rodulfo, 1996). Es imprescindible que puedan crear y el mantener amistades y

lazos, más allá de la familia. En la estructuración subjetiva son fundamentales

no solo las funciones primarias que cumple la familia, sino también la función

primaria de los agentes de subjetivación no familiares –el grupo, los amigos,

otros adultos (Rodulfo, 2004).

En términos educativos quienes han avanzado en su educación y alcanzado

mayores niveles, el currículum educativo es más exigente y se incrementa la

necesidad de configuraciones de apoyos tanto en lo académico como en lo

social. Esta nueva situación supone otro reto familiar en el que se requerirán

nuevas estrategias de afrontamiento.

Conforme se avanza hacia la adultez se torna importante tanto para el joven

como para la familia anticipar el futuro social y laboral. Las decisiones que

tomen en esta etapa pueden determinar en gran medida, las opciones de

futuro. Una gran movilización de las expectativas familiares se produce cuando

llega el momento de culminar los estudios secundarios y/o abandonar el centro

educativo especial para incorporarse al mundo laboral. El pasaje al mundo

adulto afecta significativamente al joven y las relaciones familiares y se

plantean nuevas búsquedas de recursos y espacios: Centros de día, Centros

Educativos Terapéuticos, Talleres Protegidos, Programas de empleo, Terapia

Ocupacional, Empleos Protegidos, etc. Un esfuerzo enorme, con recorridos

interminables y muchas veces frustrantes por no lograr un trabajo remunerado

y digno, y/o la posibilidad de continuidad de estudios superiores y/o iniciar una

vida autónoma e independiente.


Más allá de la actitud que adopten las familias y de las posibilidades por las

que opte el joven con discapacidad, consonante se va hacia la adultez, se

manifiesta (aunque muchas veces no enunciado de manera explícita) un temor

por el futuro. La interpelación por sus intereses, deseos y proyectos se

intensifica, y es ahí donde el POV puede cumplir un rol fundamental. Al igual

que cualquier adolescente o joven, dice Marta Schorn (2009): “el adolescente

con discapacidad intelectual, también tiene proyectos o planteos parecidos

pero que no son tenidos habitualmente escuchados ni oídos pues siempre hay

algo para hacer. Hay que ir a natación, a equitación, a visitar alguna tía. Pero

¿se le pregunta alguna vez a ellos si en verdad lo quieren hacer?... sus gustos,

sus ideas, no son tomadas en cuenta”. Hecho que dificulta en innumerables

casos, la posibilidad construir proyectos de vida o ser tenidos en cuenta en sus

inquietudes y expectativas.

Rocha (2010) recuerda que Maud Mannoni definía que todo joven con

discapacidad se encuentra enfrentado a un doble pasaje: de la infancia a la

adultez y de discapacitado a sujeto “normal”. Debiendo tener que ganarse una

doble independencia: de su propia vida y acceder a una función en la sociedad.

En ese doble pasaje, es imprescindible contar en todo momento con la opinión

del joven con discapacidad promoviendo su autodeterminación. El rol del POV

debe ser mediador entre las opiniones de los familiares, regularmente más

protectoras y conservadoras, y las preferencias del joven con discapacidad.

Para éste, el futuro es puesto en entredicho desde el momento mismo del

diagnóstico, y provoca en el sujeto y su familia un abanico de sentimientos

intensos y contradictorios. No bien se dictamina una deficiencia o limitación,

dicha categoría (futuro) se transforma en una constante incógnita que atraviesa


todo el ciclo vital del sujeto y la familia, produciendo una variedad de

reacciones de acuerdo a los recursos simbólicos con los que se cuente para

afrontar la situación.

Cuando la discapacidad aparece tempranamente, la preocupación por el futuro

se anuda a la futura ausencia de los padres (Nuñez, 2016), sobre todo en los

casos en que la discapacidad afecta profundamente las posibilidades de

autovalimiento, autonomía e independencia. Y conforme pasa el tiempo, esa

preocupación se acentúa (por el envejecimiento de los padres) derramándose

también sobre otros familiares directos (hermanos, tíos, primos, etc), y/o

familiares políticos cuando existen.

En el caso de adolescentes y jóvenes, la preocupación por el futuro también

estará mediada por el tipo de discapacidad que posea. En el caso de que la

discapacidad no sea intelectual, la situación es algo más promisoria y/o estará

atravesada y supeditada al grado de funcionalidad. Pero en el caso de las

discapacidades intelectuales, están poco acostumbrados a preguntarse o que

les pregunten por el futuro de su propia vida. Constituye una categoría

abstracta, difícil de asir. Alojados bajo la protección familiar, hay un

acostumbramiento, habituación o dependencia a que otros piensen o

respondan por ellos respecto a lo que quieren o desean. A los que se le

adiciona, que dicho futuro estará minuciosamente examinado por diversos

profesionales que los atienden y/o acompañan, de acuerdo a los logros y

habilidades que hayan podido aprehender y desarrollar.

Beatriz Pérez señala que si bien en toda familia hay un momento en que se

comienza a planificar el futuro de un hijo, en el caso de un hijo con

discapacidad esto no es tan frecuente. Advierte: “pensar en su proyecto de vida


es un tema que a menudo la familia no puede o no quiere enfrentar y además

suele ocurrir que los profesionales y las instituciones muestren múltiples

dificultades a la hora de abordarlo” (en Nuñez, 2016).

Un adolescente o joven con discapacidad no es alguien que espontanea o

habitualmente se acerque a la orientación vocacional con dudas de que hacer

con su futuro. Más bien deberíamos considerarlos como uno de aquellos

grupos de sujetos que hay que ir a buscarlos.

Abocarse a la tarea de construir un proyecto de vida implica para el sujeto

“adentrarse en la compleja tarea de consolidar su posición subjetiva reviviendo

las marcas de su historia personal, en la cual el Otro familiar le ha asignado un

lugar que lo determina y que él mismo ha asumido como propio” (Cibeira,

2009). La construcción de ese lugar propio como sujeto, supone una

conmoción para el joven pero también para la familia. Tendrá que poner a

trabajar el lugar que le asignaron otros, enfrentar su historia personal y familiar

y los deseos de sus padres respecto a su propio futuro, diferenciarse de estos y

adueñarse de su propio deseo y elaborar el advenimiento de un nuevo

posicionamiento.

Concretamente en los adolescentes y jóvenes con discapacidad: “Los

proyectos de vida se construyen en torno a un proceso interno de

resignificación de las experiencias y marcas que una persona haya tenido, se

sostienen por un deseo fecundo que jalona hacia adelante y brindan una

dirección, dando un cierto sentido a la propia existencia. Sirven, además, para


anclar a las personas a la pulsión de vida, que es lo que sostiene y promueve

el sentimiento de autoconservación” (Rocha, 2016).

Esto último estará subordinado al grado de plasticidad simbólica que posea el

sujeto para afrontar sus situaciones vitales y movilizar su deseo en la elección

de un objeto vocacional.

Catherine Malabou analiza cómo el concepto de “plasticidad” durante el siglo

XX se desplazó de la estética y la filosofía – siendo introducido en el siglo XIX

de la mano de Goethe, para designar el trabajo de dar forma (escultura), al

surgimiento y a la aniquilación de ésta– hacia el psicoanálisis y la neurología,

con el fin de caracterizar al sistema psíquico (Malabou, 2012). De acuerdo al

significado psicoanalítico, la autora analiza cómo Freud designa con dicho

concepto (Plastizität) cierto estado de la libido, de la energía del deseo,

precisando su movilidad y/o consistencia. “Una libido saludable, plástica y

capaz de recibir la forma es aquella que se fija en un objeto. Pero ella debe

también ser susceptible de desprenderse de él para elegir un nuevo objeto y

crear otra forma. La plasticidad de la libido designa entonces la capacidad de

cambiar de objeto cuando es preciso hacerlo ¿Qué sucede cuando la libido

carece de plasticidad? Pueden suceder dos cosas contradictorias: un exceso

de fijeza por una parte, y un exceso de fluidez por otra”. (Malabou, 2012).

Desde el significado neurobiológico, en los últimos años a partir de diversas

investigaciones se propone la plasticidad cerebral, como la capacidad de este

para modificar su eficacia bajo efecto de la experiencia y del aprendizaje,

pudiendo potenciarse o deprimirse. De este modo: “una psique plástica y un

cerebro plástico son los que encuentran el buen equilibrio entre el porvenir y la

memoria, entre la capacidad de cambiar y la aptitud para mantenerse igual,


entre recibir y dar la forma. El acento es puesto constantemente sobre el

significado positivo de la plasticidad, mucho más que sobre su potencia

explosiva, destructora y desorganizadora” (Malabou, 2012).

Pero la autora plantea también, la posibilidad de una plasticidad negativa,

patológica, destructiva. No una ruptura de la plasticidad sino una plasticidad de

ruptura, que puede atentar contra la autoconservación. De acuerdo a Freud un

trastorno psíquico se caracteriza como un “agotamiento de la plasticidad”. Hay

acontecimientos que pueden interrumpir toda continuidad subjetiva y producir el

estallido de toda identidad posible. Una discapacidad constituye un

acontecimiento que puede afectar esta plasticidad.

Por contrario, otros autores (Levin, 2014, Rocha 2016), desarrollan el concepto

de plasticidad simbólica para referirse a lo que ocurre en un sujeto cuando un

hecho o experiencia produce un acontecimiento, un nuevo posicionamiento

subjetivo ante una realidad. Por ello se torna significativo en el trabajo como

POV el estar atentos a esta plasticidad subjetiva, a la posibilidad que tenga o

no un adolescente o joven con discapacidad de movilizar su deseo hacia los

objetos vocacionales disponibles.

Orientación vocacional en sujetos con discapacidad

Suscitar lo vocacional y la construcción de proyectos de vida en adolescentes y

jóvenes con discapacidad hace inevitable promover la formación de nuevos

perfiles profesionales. De acuerdo a Pantano esto es “orientar la formación de

profesionales hacia el estudio social de la discapacidad, desarrollando la

capacitación, la sensibilización y el entrenamiento para poner el conocimiento


de los profesionales de todas las áreas, al servicio de “todas las personas”,

cualquiera sea su condición y situación”… “transversalizar el flujo de

conocimiento de cada profesional con la especificidad de la discapacidad

(como parte de la discapacidad) dentro de su misión, sea curar, enseñar,

cuidar, comunicar, entretener, construir, preparar para el trabajo, legislar,

gobernar, etc”. (Pantano, 2016).

Esto no significa que el POV deba “especializarse en” discapacidad, sino en

que su intervención desde una perspectiva crítica y transdisciplinaria

contemple, incorpore y contribuya a garantizar que los sujetos con

discapacidad tengan acceso con igual derecho que cualquier otro, a una

experiencia subjetivante que les permita construir proyectos vocacionales,

ocupacionales y de vida. En acuerdo a ello estaremos haciendo efectivo el

abordaje de nuestra práctica y concibiendo el campo de intervención como un

campo en permanente construcción (Rascovan, 2013), revisando los

parámetros que dominaron nuestra formación disciplinar y nuestro quehacer,

buscando activa y creativamente alternativas, conversando con otros campos

de saberes y prácticas. Como bien plantea Rascovan, “el dominio de una

disciplina debería producir un saber sobre su insuficiencia” (Rascovan, 2013).

Adherimos de este modo, a que la orientación vocacional efectúe una

transformación profunda de sus prácticas actuales, a que produzca nuevos

saberes, “A fin de evitar que la futura inclusión de los sujetos en los espacios

sociales reproduzca sus “lugares” de origen, es decir, para impedir que las

prácticas de orientación sean dispositivos de reproducción de la continuidad de

un orden social sesgado por la exclusión y la inequidad” (Rascovan, 2016).

Esto nos compromete a desembarazarnos de los mandatos fundacionales de


adaptación y normalización que atraviesan y aún persisten en nuestras

prácticas.

Bajo los nuevos paradigmas lo importante ya no es lo que no puede hacer un

sujeto con discapacidad (reduciéndolo a su déficit) sino lo que puede y quiere

realizar (Rocha, 2010, 2017. Nuñez, 2016). El diagnóstico solo será un

referente y no un determinante si se parte de criterios diagnósticos funcionales

con los que se pueda evaluar de manera más integral conjuntamente con el

sujeto, incorporando su participación (intereses) y también el contexto en el que

se desenvuelve (posibilidades). De este modo se tendrá en cuenta ¿Qué tiene?

¿Qué quiere? ¿Qué puede? Poniendo más la entonación en las posibilidades

de autodeterminación que el sujeto pueda sostener, desarrollar y ejercer.

Una función muy significativa del POV será ofrecerse como garante de una

experiencia: “Para que un niño o joven con discapacidad mental o intelectual

pueda tomar las posibilidades que la sociedad le proponga a fin de

desarrollarse, muchas veces, necesitará de un garante, de otro que haga las

veces de sostén o apoyo y que no termine convirtiéndose en quien decida por

él” (Rocha, 2016). Un posicionamiento que opere a modo de mediador

evanescente, que sirva para que ciertas operaciones subjetivas puedan

precipitarse. De acuerdo a Rodulfo, como adultos, debemos cumplir con una

tarea cuidadora de la experiencia: “Acompañar al adolescente en sus caminos

paradójicos”… “Cuidar para que una experiencia pueda desenvolverse… de

que tenga lugar” (Rodulfo, 2004).

Pensar en adolescentes y jóvenes con discapacidad lo vocacional como

acontecimiento, será entonces una experiencia subjetivante, “en la medida en

que promueva subjetivación, es decir, transformación de sí… aquella que


deviene resultante del permiso que un sujeto se pueda otorgar para pensar,

para imaginar, para soñar más allá de los imperativos sociales, de los valores

dominantes. Un pasaje de ser objeto del deseo de Otro a constituirse en sujeto

deseante” (Rascovan, 2016).

En este sentido, la tarea del POV para que esta experiencia tenga lugar en

adolescentes y jóvenes con discapacidad, tendrá que ver con desanudar los

significantes cristalizados en un nopodermiento. Como manifestábamos antes,

sobre ciertos sujetos con discapacidad, se realiza una operatoria de

infantilización eterna, de un no-poder que los pasiviza, los objetaliza y los anula

como sujetos deseantes. En su vida cotidiana tienden a transitar por circuitos

institucionales discapacitantes (Rocha, 2013) donde desarrollan trayectorias

discapacitantes que refuerzan ese nopodermiento, y que impiden poner un fin

al estado de infancia.

Las trayectorias discapacitantes recorridas en los dispositivos institucionales

que los alojan, producen efectos de performatividad (Lentini, 2015) en los

cuerpos, en las conductas, en los posicionamientos subjetivos, que es

necesario poner a trabajar para que algo propio del sujeto pueda tener su

expresión.

Bajo cierta ilusión terapéutica, todo en la vida de un adolescente o joven con

discapacidad tiende a o es pasible de, convertirse en una intervención

terapéutica. Por ello una mediación posible del POV tal vez sea poner en

interrogante esa ilusión, permitiendo alojar el deseo de quien es objeto de esas

intervenciones, desterapeutizando a los jóvenes con discapacidad, yendo de lo

meramente rehabilitativo (del cuerpo, de la limitación, de la función) a lo


habilitativo del deseo. Esto no significa que lo primero no es importante, sino

que no es posible, significativo y saludable sin lo segundo.

Como remarcamos anteriormente, al considerar a todos y cada uno como

sujeto de derecho a elegir y proyectar su vida, la experiencia subjetivante de la

orientación vocacional debe permitir que estos sujetos puedan adultizarse en la

medida de sus posibilidades.

La orientación vocacional un dispositivo anti destino

Como bien advierte Rocha (2010, 2017), distinto será abordar la pregunta por

la vocación en sujetos con discapacidades sensoriales, visuales, motoras o

viscerales que en sujetos con discapacidad intelectual. Para este autor, en las

primeras, la elección o la decisión estarán condicionadas por la reedición de las

marcas que el estado de discapacidad haya dejado en el sujeto. Estas se

pondrán en juego sistemáticamente orientando al sujeto hacia una elección

determinada, que en algunos casos podrá observarse como un tipo de elección

reparadora (Bohoslavsky, 1982). Mientras que para las discapacidades

intelectuales, la orientación operara más bien como una práctica que apuesta a

un proceso de elaboración psíquica, paso necesario para afrontar la

construcción de las etapas de transiciones que estos jóvenes deben realizar

hacia el mundo adulto. Estrategia que no siempre estará direccionada hacia la

elección de objetos vocacionales, sino como una práctica que se ofrezca de

eslabón a otras que tienden a permitir los procesos de autonomía de estos

jóvenes.
El POV debería tender a facilitar que todos los sujetos tengan la posibilidad de

insertarse en el mundo como sujeto capaz de construir, de narrar, y de ser el

autor de su propia historia (Aulagnier, 1989), proyectándose al futuro desde los

estudios, el trabajo y la producción de la cultura. Para ello la orientación

vocacional debe desembarazarse de toda idea de ajuste social. Más bien

debería partir de conceptualizar los problemas vocacionales como situaciones

existenciales irreductibles a lo social y a lo individual por separado (Rascovan,

2005), articulando conceptos y prácticas que den respuesta a los cambios que

se desarrollan en la escena social, en el mundo del trabajo, en la realidad de

las instituciones y al interior de las subjetividades.

La problemática de la orientación vocacional -en cuanto a este colectivo- no ha

sido desarrollada en profundidad. Se han realizado intervenciones, trabajos

académicos y estudios exploratorios aislados pero aún no contamos con una

bibliografía voluminosa y profunda que permita, por un lado, comprender los

distintos aspectos intervinientes y situaciones que deben tenerse en cuenta

ante las prácticas de orientación en sujetos con discapacidad, y por el otro,

para darle real valor a las contribuciones que este campo puede brindar para

mejorar la situación de este colectivo. Aún no ha sido tomada y aplicada en los

diferentes espacios donde esta debería encontrarse y más escaso aún en

cuanto al desarrollo de herramientas.

Desde nuestras intervenciones debemos contribuir a romper la doble lógica de

estigmatización y discriminación que padece este colectivo social y mediante

ello destituir aquello que Dubet ha definido como “experiencia total” (Dubet,
2017). Tal como lo ha manifestado Le Breton, nuestras sociedades

occidentales hicieron de la “discapacidad” un estigma, un motivo de sutil

evaluación negativa de la persona, esencializando el “ser” un discapacitado

más que “tener” una discapacidad, dejando de considerarlo un sujeto,

apartándolo del lazo social ordinario, hundiéndolo en un abismo de sentido,

afectando la relación de alteridad, volviéndola intolerable, haciendo de su

proximidad algo temible, imposible de acercamiento, de identificación,

convirtiéndolo en un espejo amenazante para uno mismo, arrojando al sujeto

con discapacidad a una situación de liminalidad en el plano social. “De su

condición física o sensorial se deduce su lugar en la sociedad” (Le Breton,

2017).

Como POV es fundamental que en nuestro hacer se interpele el sustantivo

ideológicamente procesado para designar una mayoría: la “Normalidad”; Ese

procesado ideológico que superpone un “debería ser” sobre el “es” (Bauman,

2012).

Por eso de lo que se trata es de que la elección sobre qué hacer en la vida y

cómo hacerlo no responda a “casilleros” previamente establecidos según

atributos dentro de una clasificación que confiere un estatus social particular.

Antes bien, el proceso de elección sobre qué hacer supone una búsqueda que

no debe restringirse a lo que la sociedad tiene preparado para cada sujeto.

Proponer a adolescentes y jóvenes con discapacidad, la elección como

creación, invención, búsqueda, podría ser una respuesta a los modos actuales

del malestar en el campo de la Salud Mental, que haría posible la inscripción de

la singularidad del sujeto (Rey, 2010). Las elecciones vocacionales y la

construcción de proyectos de vida, pueden así contribuir a reducir los efectos


de la discapacidad (Rocha, 2010) y los procesos de orientación pueden

funcionar como espacios propiciantes de cortes simbólicos y de lazos sociales

que generalmente no se facilitan lógicamente en los tránsitos de vida de estos

sujetos.

Así propondremos una orientación desde un paradigma crítico, que contribuya

a construir categorías conceptuales que respeten la complejidad de la trama

entre los sujetos que eligen, los objetos a elegir y el contexto, cuya marca

distintiva es la exclusión social, poniendo particular interés en los sectores más

desprotegidos, apuntando a integrarlos al conjunto de las políticas sociales en

general, y articulando las prácticas en el campo de la educación y la salud,

junto a los ámbitos sociales y comunitarios (Rascovan, 2010).

Apostamos a que el dispositivo de la orientación vocacional, la tarea de

acompañar a adolescentes y jóvenes con discapacidad en sus elecciones y

proyectos de vida, ponga en entredicho las prescripciones de destino, y

funcione como un departure gate11, como la posibilidad de imaginar, soñar e

investir su propio futuro y precipitar lo vocacional como un acontecimiento de

una experiencia lo suficientemente subjetivante que los posicione como

constructores de su propio destino.

11
En un aeropuerto grande se denomina así a cualquiera de las salidas numeradas que
conducen al aeródromo o aeronave.
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