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53 Hera, la de áureo trono, miró con sus ojos desde la cima del Olimpo, conoció a su hermano y

cuñado, que se movía en la batalla donde se hacen ilustres los hombres, y se regocijó en el alma;
pero vio a Zeus sentado en la más alta cumbre del Ida, abundante en manantiales, y se le hizo
odioso en su corazón. Entonces Hera veneranda, la de ojos de novilla, pensaba cómo podría
engañar a Zeus, que lleva la égida. A1 fin parecióle que la mejor resolución sería ataviarse bien y
encaminarse al Ida, por si Zeus, abrasándose en amor, quería dormir a su lado y ella lograba
derramar dulce y placentero sueño sobre los párpados y el prudente espíritu del dios. Sin perder
un instante, fuese a la habitación labrada por su hijo Hefesto -la cual tenía una sólida puerta con
cerradura oculta que ninguna otra deidad sabía abrir-, entró, y, habiendo entornado la puerta,
lavóse con ambrosía el cuerpo encantador y lo untó con un aceite craso, divino, suave y tan
oloroso que, al moverlo en el palacio de Zeus, erigido sobre bronce, su fragancia se difundió por el
cielo y la tierra. Ungido el hermoso cutis, se compuso el cabello y con sus propias manos formó los
rizos lustrosos, bellos, divinales, que colgaban de la cabeza inmortal. Echóse en seguida el manto
divino, adornado con muchas bordaduras, que Atenea le había labrado, y sujetólo al pecho con
broche de oro. Púsose luego un ceñidor que tenía cien borlones, y colgó de las perforadas orejas
unos pendientes de tres piedras preciosas grandes como ojos, espléndidas, de gracioso brillo.
Después, la divina entre las diosas se cubrió con un velo hermoso, nuevo, tan blanco como el sol, y
calzó sus nítidos pies con bellas sandalias. Y cuando hubo ataviado su cuerpo con todos los
adornos, salió de la estancia, y, llamando a Afrodita aparte de los dioses, hablóle en estos
términos:

190 -¿Querrás complacerme, hija querida, en lo que yo te diga, o te negarás, irritada en tu ánimo,
porque yo protejo a los dánaos y tú a los troyanos?

193 Respondióle Afrodita, hija de Zeus:

194 -¡Hera, venerable diosa, hija del gran Crono! Di qué quieres; mi corazón me impulsa a
efectuarlo, si puedo hacerlo y ello es factible.

197 Contestóle dolosamente la venerable Hera:

198 -Dame el amor y el deseo con los cuales rindes a todos los inmortales y a los mortales
hombres. Voy a los confines de la fértil tierra para ver a Océano, padre de los dioses, y a la madre
Tetis, los cuales me recibieron de manos de Rea y me criaron y educaron en su palacio, cuando el
largovidente Zeus puso a Crono debajo de la tierra y del mar estéril. Iré a visitarlos para dar fin a
sus rencillas. Tiempo ha que se privan del amor y del tálamo, porque la cólera anidó en sus
corazones. Si apaciguara con mis palabras su ánimo y lograra que reanudasen el amoroso
consorcio, me llamarían siempre querida y venerable.
2,1 Respondió de nuevo la risueña Afrodita:

212 -No es posible ni sería conveniente negarte lo que Aides, pues duermes en los brazos del
poderosísimo Zeus.

214 Dijo; y desató del pecho el cinto bordado, de variada labor, que encerraba todos los encantos:
hallábanse a11í el amor, el deseo, las amorosas pláticas y el lenguaje seductor que hace perder el
juicio a los más prudentes. Púsolo en las manos de Hera, y pronunció estas palabras:

219-Toma y esconde en tu seno el bordado ceñidor donde todo se halla. Yo te aseguro que no
volverás sin haber logrado lo que tu corazón desea.

222 Así dijo. Sonrióse Hera veneranda, la de ojos de novilla; y, sonriente aún, escondió el ceñidor
en el seno.

224 Afrodita, hija de Zeus, volvió a su morada y Hera dejó en raudo vuelo la cima del Olimpo, y,
pasando por la Pieria y la deleitosa Ematia, salvó las altas y nevadas cumbres de las montañas
donde viven los jinetes tracios, sin que sus pies tocaran la tierra descendió por el Atos al fluctuoso
ponto y llegó a Lemnos, ciudad del divino Toante. Allí se encontró con el Sueño, hermano de la
Muerte, y, asiéndole de la diestra, le dijo estas palabras:

233 -¡Sueño, rey de todos los dioses y de todos los hombres! Si en otra ocasión escuchaste mi voz,
obedéceme también ahora, y mi gratitud será perenne. Adormece los brillantes ojos de Zeus
debajo de sus párpados, tan pronto como, vencido por el amor, se acueste conmigo. Te daré como
premio un trono hermoso, incorruptible, de oro; y mi hijo Hefesto, el cojo de ambos pies, te hará
un escabel que te sirva para apoyar las nítidas plantas, cuando asistas a los festines.

242 Respondióle el dulce Sueño:

243 -¡Hera, venerable diosa, hija del gran Crono! Fácilmente adormecería a cualquier otro de los
sempiternos dioses y aun a las corrientes del río Océano, del cual son oriundos todos, pero no me
acercaré ni adormeceré a Zeus Cronión, si él no lo manda. Me hizo cuerdo tu mandato el día en
que el muy animoso hijo de Zeus se embarcó en Ilio, después de destruir la ciudad troyana.
Entonces sumí en grato sopor la mente de Zeus, que lleva la égida, difundiéndome suave en torno
suyo; y tú, que intentabas causar daño a Heracles, conseguiste que los vientos impetuosos
soplaran sobre el ponto y lo llevaran a la populosa Cos, lejos de sus amigos. Zeus despertó y
encendióse en ira: maltrataba a los dioses en el palacio, me buscaba a mí, y me hubiera hecho
desaparecer, arrojándome del éter al ponto, si la Noche, que rinde a los dioses y a los hombres, no
me hubiese salvado; lleguéme a ella huyendo, y aquél se contuvo, aunque irritado, porque temió
hacer algo que a la rápida Noche desagradara. Y ahora me mandas realizar otra cosa peligrosísima.

263 Respondióle Hera veneranda, la de ojos de novilla:

264 -Oh Sueño, ¿por qué en la mente revuelves tales cosas? ¿Crees que el largovidente Zeus
favorecerá tanto a los troyanos, como en la época en que se irritó protegía a su hijo Heracles? Ea,
ve y prometo darte, para que te cases con ella y lleve el nombre de esposa tuya, la más joven de
las Gracias [Pasitea, de la cual estás deseoso todos los días].

270 Así habló. Alegróse el Sueño, y respondió diciendo:

271 -Ea, jura por el agua inviolable de la Éstige, tocando con una mano la fértil tierra y con la otra
el brillante mar, para que sean testigos los dioses de debajo de la tierra que están con Crono, que
me darás la más joven de las Gracias, Pasitea, de la cual estoy deseoso todos los días.

277 Así dijo. No desobedeció Hera, la diosa de los níveos brazos, y juró, como se le pedía,
nombrando a todos los dioses subtartáreos, llamados Titanes. Prestado el juramento, partieron
ocultos en una nube, dejaron atrás a Lemnos y la ciudad de Imbros, y siguiendo con rapidez el
camino llegaron a Lecto, en el Ida, abundante en manantiales y criador de fieras; allí pasaron del
mar a tierra firme, y anduvieron haciendo estremecer debajo de sus pies la cima de los árboles de
la selva. Detúvose el Sueño antes que los ojos de Zeus pudieran verlo, y, encaramándose en un
abeto altísimo que había nacido en el Ida y por el aire llegaba al éter, se ocultó entre las ramas
como la montaraz ave canora llamada por los dioses calcis y por los hombres cymindis.

292 Hera subió ligera al Gárgaro, la cumbre más alta del Ida; Zeus, que amontona las nubes, la vio
venir; y apenas la distinguió, enseñoreóse de su prudente espíritu el mismo deseo que, cuando
gozaron las primicias del amor, acostándose a escondidas de sus padres. Y así que la tuvo delante,
le habló diciendo:

298 -¡Hera! ¿Adónde vas, que tan presurosa vienes del Olimpo, sin los caballos y el carro que
podrían conducirte?

300- Respondióle dolosamente la venerable Hera:

301- Voy a los confines de la fértil tierra, a ver a Océano, origen de los dioses, y a la madre Tetis,
que me recibieron de manos de Rea y me criaron y educaron en su palacio. Iré a visitarlos para dar
fin a sus rencillas. Tiempo ha que se privan del amor y del tálamo, porque la cólera invadió sus
corazones. Tengo al pie del Ida, abundante en manantiales, los corceles que me llevarán por tierra
y por mar, y vengo del Olimpo a participártelo; no fuera que to irritaras si me encaminase, sin
decírtelo, al palacio del Océano, de profunda corriente.

312 Contestó Zeus, que amontona las nubes:

313 -¡Hera! Allá se puede ir más tarde. Ea, acostémonos y gocemos del amor. Jamás la pasión por
una diosa o por una mujer se difundió por mi pecho, ni me avasalló como ahora: nunca he amado
así, ni a la esposa de Ixión, que parió a Pintoo consejero igual a los dioses; ni a Dánae Acrisiona, la
de bellos talones, que dio a luz a Perseo, el más ilustre de los hombres; ni a la celebrada hija de
Fénix, que fue madre de Minos y de Radamantis igual a un dios; ni a Sémele, ni a Alcmena en Teba,
de la que tuve a Heracles, de ánimo valeroso, y de Sémele a Dioniso, alegría de los mortales; ni a
Deméter, la soberana de hermosas trenzas; ni a la gloriosa Leto; ni a ti misma: con tal ansia te amo
en este momento y tan dulce es el deseo que de mí se apodera.
3-29 Replicóle dolosamente la venerable Hera:

3» -¡Terribilísimo Cronida! ¡Qué palabras proferiste! ¡Quieres acostarte y gozar del amor en las
cumbres del Ida, donde todo es patente! ¿Qué ocurriría si alguno de los sempiternos dioses nos
viese dormidos y lo manifestara a todas las deidades? Yo no volvería a tu palacio al levantarme del
lecho; vergonzoso fuera. Mas, si lo deseas y a tu corazón le es grato, tienes la cámara que tu hijo
Hefesto labró, cerrando la puerta con sólidas tablas que encajan en el marco. Vamos a acostarnos
allí, ya que el lecho apeteces.

341 Respondióle Zeus, que amontona las nubes:

342 -¡Hera! No temas que nos vea ningún dios ni hombre: te cubriré con una nube dorada que ni
el Sol, con su luz, que es la más penetrante de todas, podría atravesar para mirarnos.

346 Dijo, y el hijo de Crono estrechó en sus brazos a la esposa. La divina tierra produjo verde
hierba, loto fresco, azafrán y jacinto espeso y tierno para levantarlos del suelo. Acostáronse allí y
cubriéronse con una hermosa nube dorada, de la cual caían lucientes gotas de rocío.

352 Tan tranquilamente dormía el padre sobre el alto Gárgaro, vencido por el sueño y el amor y
abrazado con su esposa. El dulce Sueño corrió hacia las naves aqueas para llevar la noticia al que
ciñe y bate la tierra; y, deteniéndose cerca de él, pronunció estas aladas palabras:

357 -¡Posidón! Socorre pronto a los dánaos y dales gloria, aunque sea breve, mientras duerme
Zeus, a quien he sumido en dulce letargo, después que Hera, engañándole, logró que se acostara
para gozar del amor.

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