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Un explorador

John Mackay

Para completar este cuadro queda por decir, sin


embargo, que no todos los radicales sociales de la
nueva generación de Sudamérica son comunistas, y
mucho menos hostiles al cristianismo. Tengo presente
a uno en particular, el más grande de todos ellos, que
después de pasar por todo el ciclo del pensamiento
y la acción revolucionarios, inclusive el comunismo,
se ha venido a convencer de que el experimento
social de Rusia jamás puede ni debe tener porvenir
en Sudamérica. Me refiero a Haya de la Torre, que ha
sido la figura más representativa y revolucionaria en
los círculos obreros y universitarios de la América del
Sur en los últimos años. Es sin duda la más brillante
figura de la nueva generación, destinado al parecer
a desempeñar un papel importante en la vida futura
del Perú y del continente entero.
Vástago de una de las familias más antiguas y nobles
del norte del Perú, Haya de la Torre vino a interesarse
en el problema social durante los primeros días de su
vida de estudiante de Lima. Debido a su radicalismo,
su familia lo privó de su pensión, y el joven quedó
abandonado por completo a sus propios recursos.
Difícil le fue hallar empleo, y durante algún tiempo
vivió al borde de la inanición. Una terrible experiencia
de hambre le hizo conocer personalmente los
sufrimientos de una gran parte de sus compatriotas,
y en ese mismo punto y momento resolvió dedicar su
vida a la causa del proletariado. Su recién adquirida
conciencia de vocación lo llevó a prepararse. Física
y moralmente para la tarea a que iba a consagrar su
vida. Dos cosas eran necesarias: primera, desarrollar
su cuerpo para capacitarlo a soportar las fatigas que
se le presentaban, y, segunda, ofrecer un modelo de
vida recta a los estudiantes y obreros que le seguían.
En un principio, Haya de la Torre compartió el punto
de vista de los jóvenes radicales sobre la religión.
Uno de sus dichos, pronunciado en los primeros días
de su vida estudiantil en Lima, es éste. “Cada vez que
trato de pronunciar las palabra ‘Dios’ se me hace
náuseas en la boca”. Posteriormente descubrió que en
los escritos de los profetas del Antiguo Testamento y
en las enseñanzas de Jesús había más incandescentes
denuncias de la opresión y el mal que las que él o
sus compañeros pudieran haber hecho. Lo iluminó
entonces la idea de que no sólo podría sino debería
hacer una unión entre la religión y la ética, y que
esta unión existía ya en la religión proclamada por la
Biblia. Con lo cual el Libro comenzó a tener para él un
nuevo significado.
Entre 1919 y 1923 el joven revolucionario llevó a cabo,
como Presidente de la Federación de Estudiantes
Peruanos, una notable labor educativa y social entre
las clases obreras de Lima y sus alrededores. No sólo
se les impartieron los rudimentos de la educación,
sino se les dio además instrucción en la higiene y el
civismo bajo la dirección de una banda voluntaria de
jóvenes y entusiastas estudiantes. Con ello comenzó a
efectuarse una transformación en la manera de vivir y
pensar de una sección del proletariado. Los indios de
los valles y de las altas punas de los Andes vieron un
rayo de luz en su porvenir. Pero un gobierno tiránico
y sin entrañas, temeroso de las consecuencias si
este nuevo movimiento social se propagaba, adoptó
rigurosas medidas contra los que lo dirigían. Unos
cuantos meses después de haber Haya de la Torre y
sus amigos impedido la consagración del Perú a una
efigie del Sagrado Corazón, fueron él y sus amigos
expulsados del país. Esto sucedía en octubre de 1923.
En octubre de 1931, Haya figuraba como candidato a
la presidencia de su país.
Ocho años de destierro habían sido la mejor clase
de preparación que el futuro candidato presidencial
podía haber tenido. Su primera gran experiencia fue
en Rusia, donde entró como comunista en 1924, a
invitación especial de Trotsky. Se le mostró todo,
desde el Neva hasta el Volga, y entre ello muchas cosas
que el visitante ingenuo nunca alcanza percibir. “Lo
que vi entonces —decía más tarde— me curó para
siempre de mi comunismo”. Comprendió con claridad
que la América Latina demandaba algo diferente. Muy
especialmente se rebeló contra el esfuerzo soviético
por desarraigar el sentimiento religioso.
Su salud se quebrantó después de la visita a Rusia,
y se hizo necesario que pasara varios de meses de
reposo en un sanatorio de los Alpes suizos antes que
recuperara su buena condición. Logrado esto, marchó
a Londres, el período que pasó en Inglaterra, donde
estudió en la Escuela de Economía de Londres, y en
el Colegio Ruskin, de Oxford, y se puso en contacto
estrecho con miembros del Partido Laborista
británico, hizo toda una época tanto en la formación
de su carácter como en el esclarecimiento de sus ideas
sociales. Al mismo tiempo, la organización e ideales
del Kuo-ming-tang chino produjeron una impresión
extraordinariamente profunda en sus conceptos
políticos. Entre el modelo chino y el moscovita se
decidió por el primero.
Una visita muy provechosa a los Estados Unidos, México
y los países centroamericanos en 1928 terminó con
la deportación de Haya de la Torre a Alemania por los
funcionarios norteamericanos del Canal de Panamá,
cuando regresaba a México por la costa del Pacífico.
Los primeros meses de su estada en Alemania fueron
de terrible sufrimiento: pero su voluntad de hierro
permaneció inquebrantada. Mantuvo infatigable
correspondencia con grupos de exiliados peruanos en
diversas partes de Europa y América Latina, a quienes
había organizado ya en un nuevo partido llamado el
Apra, o Alianza Popular Revolucionaria Americana.
Haya se sostenía enseñando y escribiendo artículos
para la prensa latinoamericana, absorbido entre tanto
en el estudio de la Economía y de los problemas de
América Latina.
En diciembre de 1929, en el curso de un recorrido
de Europa, hice una visita de sorpresa a mi viejo
amigo y colega del Colegio Angloperuano de Lima,
donde había trabajado como profesor. Lo hallé en
el suburbio berlinés de Charlotenburgo. Era ya de
noche cuando llamé a la puerta de su morada. Se
abrió la puerta, y apareció Haya, envuelto en su bata
de dormir, como si fuera todavía de mañana. Fiel a
su antigua costumbre, había empezado el día con
una hora de ejercicios gimnásticos, para mantenerse
en buena condición, y después se había sentado a su
mesa de trabajo por el resto del día, sin haber echado
siquiera un vistazo al mundo exterior.
Habían pasado más de seis años desde que Haya fuera
expulsado del Perú. Descubrí que había madurado
mucho, y que posición espiritual era a la vez más
tranquila y más clara. Unas cuantas semanas antes
habían estado a verle un grupo de oficiales peruanos
que se hallaban en Europa, para proponerle que
encabezara una revolución en su país nativo. Pero
él se negó a tener algo que ver con la vieja clase de
revolución en que ellos estaban pensando. Una de
las primeras cosas que hizo esa noche fue sacar de
un estandarte de libros un pequeño ejemplar de la
Biblia. “Mire usted cómo la tengo marcada —me dijo,
abriéndola—: “este nuevo libro sobre la América
Latina que ahora estoy escribiendo, estará lleno de
citas de la Biblia”. A la noche siguiente, mientras
discurríamos por la avenida Unter den Linden, me
refirió una experiencia que había tenido durante
su última visita a México. Sucedió que el Ministro
Soviético y él se encontraron en un banquete a
que habían sido invitados. El primero pronunció
un discurso de sobremesa en que hizo la siguiente
declaración: “Considero que la organización social
que tenemos en Rusia es la solución ideal del problema
latinoamericano. Veo, sin embargo, que hay una gran
dificultad que estorba su introducción: el misticismo
innato del pueblo. Si se pudiera desarraigar éste,
la implantación del sovietismo sería coda bien
sencilla.” Cuando le llegó al revolucionario peruano
su turno de hablar, se volvió al representante de la
Rusia revolucionaria y le dijo: “¿Cómo os atrevéis,
siendo extranjero, a sugerir que eliminemos de este
continente ese sentimiento místico que en nuestro
más grande capital para el futuro? Entended, señor,
que hay hombres que ser proponen integrar ese
sentimiento en la inminente revolución social de
América Latina”.
Haya de la Torre está interesado en la conservación
y cultivo de los verdaderos valores religiosos. Siendo
tan revolucionario y teniendo un punto de vista tan
social como Mariátegui, reconoce en cambio lo que
no pudo reconocer el otro: que el problema humano
es antes espiritual que económico. Al mismo tiempo,
Haya de la Torre y el partido que ha creado, fruto
principal hasta ahora de la generación vigorosamente
social y latinoamericanista que surgió en Córdoba en
1918, representan las fuerzas revolucionarias más
constructivas de la América Latina en la actualidad.
Rechazando a la vez el comunismo y el fascismo, el
Apra se propone atacar los problemas concretos de
los países latinoamericanos, enfocando particular
atención en la cuestión del llamado imperialismo
económico. La importancia de este movimiento yace
en el hecho de que el nuevo partido fue a las urnas
electorales en 1931, y su jefe, aunque recién llegado
del destierro unos meses antes, y después de anunciar
un programa sumamente radical, estuvo a punto de
resultar elegido Presidente de la nación. En un futuro
no remoto este partido llegará al poder1. Puede
tenerse por seguro que la tendencia que representa
será seguida en otras partes del continente donde
se hizo sentir la generación de Córdoba con su
concepto continental. Aparecen ya evidencias de que

1
Esto sucedió en 1945. Pero para lograrlo, el Apra hubo de condescender a formar
una coalición con fuerzas conservadoras y a compartir el poder con ellas. Fue luego
traicionado y vuelto a perseguir por sus nuevos socios. (N. del Trad.)
está a punto de abrirse una nueva era en la política
sudamericana. Se adueña en un nuevo Ayacucho
que traerá como consecuencia la independencia
económica y espiritual del continente, así como la
última batalla de la Guerra Revolucionaria produjo la
independencia política hace más de un siglo. Se tiene
plena conciencia, sin embargo, de que la culpa de la
presente situación política, económica y espiritual
la tiene más el propio pueblo que cualquiera fuerza
externa. Razón por la cual el problema espiritual
tendrá un lugar al lado del económico y el político
en la mente de los caudillos futuros del continente.
Al mismo tiempo, en la gran lucha que se aproxima,
se buscará la simpatía comprensiva de los directores
cristianos, especialmente de los Estados Unidos y la
Gran Bretaña. Si se concede dicha simpatía de buen
grado no habrá peligro de que Sudamérica siga el
ejemplo de Rusia en su actitud espiritual. De otro
modo, se alzará sobre el futuro un gran signo rojo de
interrogación.
Por lo que toca a la religión, en cuanto ésta representa
una fuerza purificadora y creadora, será tratada
con simpatía, pero se combatirán el clericalismo y
la religión parásita, como ha sucedió en la España
republicana. El próximo gobierno del Perú decretará
sin duda la separación de la Iglesia y el Estado. Y
no sería de sorprenderse si se intentara romper la
conexión entre la Iglesia peruana y Roma2. Haya de
la Torre ha expresado la opinión de que una Iglesia
Católica libre e independiente en el Perú sufriría
inevitablemente una reforma espiritual y podría así
contribuir decisivamente a la vida nacional. No hay
ni la menor duda de que la aparición de una serie de
Iglesias nacionales en Sudamérica, emancipadas de
la influencia de Roma y de la orden jesuita, marcaría
la alborada de un nuevo día en la historia espiritual
del continente.

MACKAY, Juan A. El otro Cristo español. Un estudio de la historia espiritual de España


e Hispanoamérica, Edición especial de celebración de las Bodas de Diamante del
Colegio San Andrés (antes Anglo Peruano), Lima, noviembre de 1991, versión de
Gonzalo Báez-Camargo, pp. 238-243.
2
Ni una ni otra cosa han sucedido hasta el momento de redactar esta traducción,
1951. (N. del Trad.)
john mackay y la
educación peruana
luis alberto sánchez

Señor Director William Mackay, Dr. Neil MacKay,


Señoras y Señores:
Es usual decir que se agradece mucho una invitación,
y es usual que se diga que se agradece y no se agradece.
Es inusual que no se diga nada y que se sienta. Ven
ustedes por lo dicho lo que acabo de decir.
Es realmente un privilegio el de recordar los amigos
y recordar sobre todo a los amigos eminentes y a
los amigos eminentes que además de ser eminentes
tienen corazón, que es una manera de tener raíces
más que eminencias. Y es también un privilegio el
poder recordar aspectos de la educación que en buena
cuenta pueden constituir un prólogo para lo que va a
decir el Dr. Neil MacKay —Él va a hablar de “La Crisis
de la Educación”. Y simplemente me voy a referir a
una crisis de la educación peruana que tiene relación
con el Dr. Mackay. Conocí al Dr. John A. Mackay el
día que sustentaba su tesis sobre Unamuno en la
Facultad de Letras. Me parece que fue el año 18. No ha
cambiado en los años, ni siquiera encorvándose. Hay
gente que no se encorva ni por dentro ni por fuera,
Mackay es de ésos. Su tesis sobre Unamuno revelaba
la inmensa inquietud que había suscitado en Mackay
la presencia del espíritu español, y más que eso, la
presencia de un tipo de cristianismo beligerante
y polémico, agonista como decía Unamuno, que
causaba mucho con las perplejidades, vacilaciones
y certidumbres consiguientes que acompañaron
siempre el pensamiento cristiano de John Mackay.
Y perdone que le digo John Mackay, pero nosotros
le decíamos “don John” que es una manera graciosa
de mezclar las dos cosas, las dos lenguas, los dos
espíritus, las dos tendencias y una sola personalidad.
Desde entonces Mackay se incorporó al espíritu
universitario. Empezó en San Marcos al mismo
tiempo que fundaba el Colegio Anglo Peruano. Yo
fui su compañero ocasional, y lo vi de inmediato con
esa inquietud que tienen los jóvenes por descubrir a
quienes se les parecen en edad aunque los aventajen
en experiencia. Descubrí en él un espíritu amante, de
algo que entonces se instaba siendo un poco distante
del espíritu peruano, o del espíritu, más que del
espíritu de la externidad peruana, algo que a veces se
suma entre nosotros pero que felizmente se recupera
después.
Lo vi un amante decidido de la libertad. Vivía el Perú
en esos momentos en la iniciación de un gobierno
vigoroso, excesivamente autocrático, pero que ha
sido teñido de colores más oscuros de los que tuvo,
que no fueron claros desde luego, y se vivía en riesgo
y en amenaza. Mackay sin tomar parte en política
optó por estar con los amenazados. Los amenazados
entonces no eran precisamente los pobres. Casi
siempre los ricos han amenazado, es un signo de los
verbos recíprocos, ser y recibir, y así fue entonces. La
intelectualidad estaba representada por un puñado
de gentes, casi todos vinculados con San Marcos.
Hasta entonces no ser sanmarquino y ser intelectual
era casi una antimonia, salvo que se fuera bohemio y
entonces la sociedad lo despreciaba. Había que pasar
por esas aulas que consagraban con el óleo de su
sabiduría aunque fuera con mayúsculas o minúsculas,
pero de todos modos daban patente de viaje, de corso
no importa, pero daban patente para moverse. Una
de las partes de la élite intelectual estaba reunida en
el Mercurio Peruano que dirigía, a veces in absentia,
Víctor Andrés Belaúnde. Yo tenía entonces 18 años
y fui uno de los precoces miembros de eso que se
llamaba la protervia, de puro ser bueno lo llamaban
protervia, las paradojas se suelen hacer —los buenos
quieren parecer malos y los malos quieren parecer
buenos. Y como era una reunión de almas del Señor,
algunas no tan del Señor sino de los señores, pero de
todos modos lo mismo da en este caso, la Protervia.
Mercurio Peruano no fue una trinchera de la defensa
de la libertad pero tampoco sirvió a nadie. Mackay
concurría los martes sistemáticamente a las reuniones
de la protervia. Se discutía sobre el heroísmo, sobre la
educación, sobre la belleza, a veces algunos chistes,
otras veces algunas visitas y siempre un suculento
chocolate al final, que si bien evocaba la colonia, de
todos modos regocijaba los estómagos republicanos.
En esos días, entre el 18 y el 20, sufríamos una crisis
que no está tan aguda a través de la distancia como
la de hoy, pero era una crisis muy violenta. Acababa
de terminar la primera guerra mundial, acababa de
dictarse para los latinoamericanos un documento
que inquietaba ya las mentes abiertas de los que
curioseaban las ideas ajenas, se había dictado la
Constitución de Querétaro, aquella que dice que
la tierra y las materias primas son del país que las
poseen, aquella en la cual se fundaba la expropiación
del petróleo en Méjico hecho después el 38, aquella
que estableció la escuela única, aquella que prohibió
los uniformes, aquella que, en buena cuenta, dijo
que el salario tiene que ser un salario vital. Una
constitución que algunos llaman socialista pero que
fue sencillamente revolucionaria sin comillas de
ninguna especie y sin contrarrevolución posible. Los
contrarrevolucionarios, si fueron un millón, estaban
bajo tierra de manera que todo estaba en paz. Y
tuvimos además que enfrentarnos a otro hecho que
conmovió al mundo, la revolución bolchevique. En
octubre se había sacudido las bases del más viejo
imperio de Europa. Había empezado el primer
movimiento menchevique con Kerenski en el mes
de junio y en octubre la revolución bolchevique con
Lenin. De suerte que en los años 18 a 20 las discusiones
en el Perú sobre todo entre los jóvenes universitarios,
todas ellas tendían a rehacer el Perú, a remover los
escombros, a primero crear los escombros para
poder removerlos a efecto de crear un nuevo espíritu.
Es por eso que el año 18, año en que Mackay estaba
trabajando poniendo los cimientos del Colegio Anglo
Peruano, es entonces cuando estalla la Reforma
Universitaria y empieza un movimiento, también se
empieza a discutir la nueva ley de educación —la ley
que se aprobará solamente el año 20, y que entra en
funciones en lo que respecta a la Universidad de San
Marcos sólo el año 22 y después del receso político
del 21 y la reapertura del año 22, o sea que le toca a
Mackay, por un mandato del destino, por un fatum,
le toca asistir, a él, espíritu pacífico pero siendo un
agónico combativo y unamunístico, le toca asistir
al país a donde va fundar un colegio que rime las
necesidades contemporáneas con las tradiciones del
lugar, le toca afrontar una verdadera crisis. Esa crisis
que a través de la distancia parece una crisis infantil,
todas las crisis son infantiles hasta que lleguen a ser
adultas, entonces ya dejan de ser crisis y se vuelven
estables, pues esa crisis fue en la que Mackay tuvo
una gran participación. ¿Qué se discutía entonces
en la educación peruana? Se discutía lo que se ha
discutido siempre. No había discursos televisados, ni
había monopolio de la palabra para nadie, pero sin
medios de comunicación tan difundidos había mejor
número de participantes aunque hubiera menor
número de medios para participar. Así suelen ser
las paradojas, suele ocurrir que cuando hay muchos
automóviles hay menos pasajeros y al revés, que
cuando hay muchos pasajeros hay menos automóviles.
Esto es lo que se llama la contradicción del mundo
contemporáneo. Entonces pasaba exactamente lo
mismo. Había la necesidad de sacar la educación de
las manos singulares que la poseían. En esa época se
exigía como requisito mínimo para cualquier cosa,
simplemente saber leer o escribir, y eso era un requisito
nominal porque hasta ahora no saben leer ni escribir,
y algunos de los que aprendieron se han olvidado,
son accidentes del trabajo. El hecho es que tener
educación secundaria era prácticamente ser como un
post-grado de hoy. Se era empleado de cualquier cosa
con tercer año de primaria, el que terminaba el 5º
de Primaria era prácticamente un aprendiz de genio,
el que terminaba secundaria era un privilegiado de
la fortuna, y el que llegaba a la Universidad había
tocado las puertas del paraíso. Establecida así esta
jerarquía social, había que ampliarla, porque ya con
la revolución rusa, con la revolución mejicana, con las
conmociones sindicales y lo que Ortega ha llamado “la
rebelión de las masas” que se hace patente sobre todo
después del 18 y en forma a menudo cruenta como el
famoso paro del 1º de mayo de Buenos Aires en 1918,
y como en el paro de mayo de 1919 en que según la
prensa de entonces en Lima hubo 400 muertos sólo
en tres días de estado de emergencia —entonces no
se llamaba “emergencia” sino llana y sencillamente
con un lenguaje más directo “estado de sitio”, pues
bien, porque la ciudad estaba sitiada, el ciudadano
sobre todo estaba más que sitiado, pues después de
todo esto, era inevitable que la tendencia educativa
fuera ampliar sus bases. La rebelión de las masas
se hacía patente en una petición, en una exigencia
de las masas para poderse enterar de qué es lo que
ocurría y esto da lugar a la reforma que empieza por
la Universidad como era lógico entonces, empezaba
de arriba puesto que todo era cúspide, los que sabían
estaban en la cúspide, los demás no estaban en ningún
lado, era realmente el último escalón sin escalones
intermedios, se llegaba de un salto de otro modo o
se trepaba por una soga porque no había tampoco
otro medio, pues había que empezar esta reforma
no por las bases de la primaria como empezó en la
Argentina allá por el 1860 con Sarmiento, sino tuvo
que empezar por arriba y lo empezó la Argentina así
en 1918 en Córdoba y nosotros en 1919.
Es decir, cuando Mackay está en su segundo año
del Colegio Anglo Peruano, y cuando está rondando
ya la Universidad como Profesor de Metafísica, la
Universidad estalla en el movimiento de la Reforma
que pedía cosas que a Mackay le caían muy bien
porque rimaban con su espíritu cristiano. ¿Qué
querían? Querían que en la Universidad se estudiase,
cosa que hoy día resulta extraordinaria. Querían que
las materias que se estudiasen tuviesen relación con
el mundo actual, cosa que hoy día es exageradamente
caricaturesco. Querían que se estudiaran los temas
nacionales con lo cual no habría integración y otras
cosas. Pero éstas eran las tendencias fundamentales y
luego se pretendía que tuvieran acceso a la educación
todas las gentes. No había aún enseñanza gratuita
sino sólo en la letra de la Constitución del 20 para
la primaria y en los establecimientos del Estado,
pero todo lo demás naturalmente era pagado, todo
absolutamente inclusive en los colegios nacionales.
Pues bien, este primer choque en que las masas
piden enterarse de qué se trata y piden tener acceso
a la educación dio motivo para que, con el primer
Gobierno de Leguía, se acelerase una comisión de
Educación en la cual estaban representados los más
grandes valores circulantes de nuestra cultura de
entonces. Recuerdo a tres, no sé si eran cinco, pero sí
recuerdo a tres, cuyos solos nombres bastaban para
indicar cuál era la importancia que se daba a una
comisión que iba a reformar la educación. Estaba don
Manuel Vicente Villarán que el 22 sería ya Rector de
San Marcos, estaba don Alejandro Deustua que era
el viejo del espíritu filosófico por excelencia, sería
Rector el año 28, y estaba don Federico Villarreal,
que nunca llegó a Rector sino felizmente a dar
nombre a una Universidad contemporánea. Pero
estos tres nombres: Villarán, Deustua y Villarreal
representaban lo más excelso, lo más característico
de la Cultura Peruana y como es natural un país que se
respeta escoge para reformar su educación a hombres
que sean respetables, cuando no, lo que hagan los
hombres que no son respetables generalmente deja
de ser respetado.
Pues bien, discutieron los autores de este proyecto
de ley, discutieron entre otros con Mackay a quien
llamaron en consulta varias veces. Le llamaron no
creo porque creyeran que sabía mucho, sino porque
era extranjero, y esto ya es un mérito que indica que
el espíritu nacional estaba más poroso que otras
veces. Y se trató de plantear lo que pudiéramos
llamar, casi digo los andamios, pero no está de moda,
las estructuras diremos mejor, las estructuras de la
nueva educación. Pero había surgido un problema
nuevo y es que por primera vez los estudiantes
querían ser oídos, no gritaban, no, dejarse oír es cosa
distinta porque cuando uno grita no lo oyen,
sencillamente se queda uno sordo, en cambio cuando
uno habla, se escucha, el grito no se escucha, el grito
se oye, la palabra se escucha, son cosas diferentes,
por algo existe el verbo oír y el verbo escuchar, el
castellano en esto es muy sabio, muy sagaz, muy rico.
Los muchachos, los estudiantes querían ser oídos, no
los de las escuelas, de la universidad, y recuerdo
mucho algunas discusiones en el seno del Mercurio
Peruano en que Mackay apoyaba esta posición. Y
quiero recordar que entre uno de los amigos más
íntimos de Mackay, era un joven, no de muy alta
estatura, de cejas muy negras y bigotes tan negros
como las cejas, inquieto, deportivo, miembro de la Y.
M. C. A., que discutía siempre sobre temas teóricos y
le gustaba citar, citar quizá con exceso, a maestros
ingleses y norteamericanos, enamorado de Emerson
y Thoreau, que había sido ingeniero y que era
ingeniero pero que se iniciaba en las letras como
alumno de Letras. Se llamaba Edwin Elmore Letts,
murió de un balazo en una contienda ideológica por
mano del poeta Chocano el año 25. Todo esto para
indicar un poco la anécdota del problema. La ley del
20 salió. Por primera vez estableció la ley del 20, entre
otras cosas, los exámenes de admisión en las
Universidades. Hasta ahí los que salíamos de la
Secundaria entrábamos, a veces nos jalaban, la
admisión era después, si lo jalaban a uno cuando
entraba pero se quedaba en el dintel, si lo pasaban,
pasaba la puerta. Había menos presión sobre la
Universidad y era posible hacer eso. En el año 20 se
estableció por primera vez la representación de
estudiantes en los Consejos universitarios y se habló,
en las Actas consta, de la posibilidad de representación
de los padres de familia en los Consejos de los
Colegios, o sea de lo que se trataba era de ampliar las
bases de la escuela, de ponerlas más en contacto con
la sociedad. No se llamaba entonces a la sociedad
“sociedad” porque esos eran términos de la sociología
positivista que hablaba del “agregado social”. La
sociedad era la élite, la gente rica, los demás no
éramos sociedad, éramos sencillamente una clientela
de la sociedad, lo cual no estaba muy mal porque ser
cliente siempre es bueno porque a veces no se paga
la cuenta que presenta el profesional. En esta ley del
20 además se puso mucho énfasis en que las facultades
de ciencias y de letras deberían ser, como lo había
dicho ya una ley del año 1902, una antesala obligatoria
de las Universidades, o sea que de lo que se trataba
era que el profesional no fuera ya simplemente un
profesional, como se está queriendo ahora
nuevamente, cuando se llamó a la educación
universitaria profesional, cometiendo un error
tremendo, sino que se pretendía que el hombre
debiera tener siempre una cultura general, una base
de cultura humanística y luego su profesión, como
ocurre en todos los países civilizados a los cuales
naturalmente nosotros pertenecemos. Pues bien, la
ley del 20 que comenzaba a aplicarse desde entonces
fue sincronizada con un movimiento en el cual
participaron varios profesores del Colegio Anglo
Peruano. En el Colegio Anglo Peruano, Mackay, tuvo
un fino sentido de lo que pasaba en el Perú de acuerdo
con lo que ocurría en el mundo. Se dio cuenta de que
la fuerza transformadora estaba en una juventud,
pero una juventud que amaba la cultura por la cultura
mismo y la vida por la propia cultura, y en vez de
llamar a su colegio a lo que pudiéramos llamar los
profesionales de la educación que siempre saben
mucho de sistemática pero no siempre mucho de la
materia que se trata de aplicarse con el sistema, llamó
a jóvenes inquietos, capaces de remover el ambiente,
de ponerse en contacto con los alumnos, de discutir
con ellos de tú a tú y de, en buena cuenta, aprender
con ellos que es lo que hace todo buen profesor que
se estima y que estima su profesión. Aprende todos
los días y por consiguiente es alumno de sí mismo y
de los propios alumnos. En ese plantel de profesores,
todos ellos jóvenes, estaban Haya de la Torre, Raúl
Porras Barrenechea, Jorge Guillermo Leguía, y si mal
no recuerdo todavía no Jorge Basadre estaba
demasiado joven sino un poco después, Vega y Luque,
una serie de jóvenes que eran estudiantes y al mismo
tiempo profesores que no se habían graduado pero
eran ya universitarios. En buena cuenta Mackay hizo
participar en el Colegio a todos los que eran la
vanguardia, sin comillas esto de la vanguardia,
auténticamente la vanguardia de la renovación del
pensamiento en el Perú. Gran parte de estos jóvenes
que habían tomado parte en la Reforma Universitaria
un buen día casi abandona el Colegio en el año 20
para irse al Congreso de Estudiantes del Cuzco. El
Congreso de Estudiantes del Cuzco que no se ha
valorado todavía bien en los Registros Culturales del
Perú, mucho menos en lo de la Educación que creo
que también pertenecen a la Cultura, y es que en ese
Congreso. que fue el primer Congreso Nacional del
Cuzco, por primera vez se planteó lo que se llamaba
la Universidad Popular —y en esto no estoy haciendo
llevar agua a ningún molino porque hay molinos que
ya no necesitan agua porque la tienen y a veces se
inundan, de manera que es mejor dejar el asunto de
las aguas en paz a su verdadero nivel, sino que, la
Universidad Popular era una respuesta que se quería
dar desde el punto de vista de la inquietud de las
masas, de las grandes masas, del hambre de saber, el
hambre de nivelar por dar, sino por muy arriba,
siquiera por la mitad, no por debajo, una respuesta
que se quería dar a la demanda de cultura del pueblo,
y además era una sincronización con lo que estaba
ocurriendo en otras partes. En un libro que no quiero
mencionar, porque también parecería lo del agua y el
molino, hay una carta del fundador de las Universidades
Populares del Perú, una carta de Lunacharsky que
era entonces el Comisario de Instrucción del primer
Soviet de Lenin, dirigida a las Universidades Populares
porque en ese momento la Revolución Rusa en el afán
de iniciar la campaña contra el inveterado
analfabetismo del Mujik ruso, había abierto las
compuertas de la enseñanza y creado centros
populares en los cuales unos eran maestros de los
otros, el que más sabía era maestro del otro y no se
pedían títulos sino se pedían saber y ganas de enseñar.
La Universidad Popular sale de la Universidad, que es
una reforma fundamental y que está siendo adoptada
en todas partes, sale en el Perú, sale del Congreso del
Cuzco y por cierto la ponencia respectiva fue
planteada por Basadre de acuerdo con los promotores
del certamen. El que lea las Actas podrá tener alguna
sorpresa comparando nombres de ayer y nombres
de hoy, pero es natural que la gente cambie, a veces
para mal, a veces para bien, en general es para
cambiar, el cambio es siempre saludable aunque el
cambio por el cambio dicen que no es tan bueno
porque resultan cambistas. De todos modos este
Congreso del Cuzco fue realmente una obra en parte
del Colegio Anglo Peruano, no es que Mackay lo
inspirase, no es que fuese un promotor, no lo vayan a
juzgar hoy, in absentia todavía, que ahora se puede
juzgar en ausencia y hasta sentenciar en ausencia,
como promotor de un movimiento tal o cual en el
Perú, no, es que los que habían sido y los que eran
profesores juveniles estrenados en el Colegio Anglo
Peruano habían captado de Mackay ese calor humano,
esa necesidad de distribuirse prácticamente como
pan caliente para todos, casi cito un verso de Vallejo,
de entregarse a los que estaban ávidos de saber,
ávidos de mejorar, ávidos de perfeccionamiento.
Mackay fue un promotor aparentemente pasivo y su
colegio sufrió en esos tiempos serias embestidas. Yo
recuerdo ese viejo colegio que estaba en un Callejón
Largo, junto al antiguo Hospicio de los Huérfanos en
la Plaza la Recoleta, bajo unos portales que hoy día
son claudicantes y que a lo mejor desaparecen
cualquier día, en una de cuyas paredes está enclavada
la placa de José García Calderón muerto en la defensa
de Verdón del año 16. Yo recuerdo que pasar por el
Callejón Largo en ciertos días del año 22 y sobre todo
del 23, era pasar por un desfile de lo que entonces no
se llamaba con ningún nombre técnico sino tenía un
nombre un poco de soplo de la voz, en que rodeaban
el colegio para examinar quienes entraban y salían y
detener algún profesor. Varios profesores fueron
detenidos, uno de ellos, profesor de la promoción del
23 que están presentes. Los miembros de la promoción
del 23. Fue expelido violentamente en octubre del 23
y no pudo asistir a la primera promoción, no nombro
a nadie pero simplemente doy una fecha. Pues bien,
todo este movimiento que era la presentación de una
crisis peruana tiene de repente como eje o por lo
menos como uno de sus pilares al seráfico Mackay.
Mackay con su aire angelical, con su hablar suave, con
su mirar penetrante, con su lentitud para responder,
no porque le faltaran palabras sino porque no quería
que le sobraran que es cosa diferente, bastante
distinta. Con esa actitud había inspirado un respeto
moral enorme y se respetaba a Mackay, entre otras
cosas, porque sabía, entre otras cosas pequeñas
porque era digno, entre algunas más pequeñas
todavía porque era honesto. Y todo esto hacía que se
volviese un polvorín a veces el Colegio Anglo Peruano.
Hay profesores que están aquí presentes que entraron
solo el año 23 precisamente a consecuencia de la
crisis que se planteó en todo el colegio y en todo el
Perú. Coincidió además este espíritu liberal que
promovía el Colegio Anglo Peruano en que cabían
todas las tendencias, en que Mackay, perteneciente a
una confesión, a una iglesia determinada, no hacía
cuestión de la iglesia a que pertenecían sus alumnos
ni le interesaba de dónde venían social o
religiosamente, lo que quería es que quisieran saber
y que creyeran en Dios porque eso es bueno y el que
no cree en Dios acaba creyendo en que no hay Dios,
y creer en que no hay Dios es lo mismo que creer en
Dios solamente que es una contradicción con uno
mismo, lo que se llama creer a contramano y era
mejor creer a sigamano que es una manera más
directa de todas las cosas. Mackay no exigía realmente
nada de estas cosas, no exigía ninguna condición. Lo
que quería es que fueran gente activa, digna y limpia
y que tomasen parte dinámica, constante, en la
educación. Por eso es que de su plantel iban saliendo
gentes como parvadas de palomas mensajeras de
palabras raras: cultura, saber, dignidad, honestidad,
libertad y fue así una verdadera parvada precursora
que fue saturando y conmoviendo el ambiente y que
muchos de los cuales se convirtieron en líderes a
corto plazo. En los movimientos que vienen en el año
30 y el año 32 en el Perú, que plantean una crisis de
otro tipo, una crisis institucional y política, hay
muchos ex alumnos de las primeras promociones del
Colegio Anglo Peruano en los primeros puestos de
combate y de dirección de entonces.
Pero hemos venido a escuchar algo sobre la crisis
de la educación actual y simplemente le estoy
poniendo, como diría el futbolista, la bola en los pies
a Neil MacKay para que patee al gol. De todos modos
siempre cabe un regateo a la criolla. Quiero terminar
con unas palabras más sobre Mackay. Mackay se
fue del Perú realmente desgarrado, había hecho su
segunda patria del Perú. Se había acostumbrado, no
al Perú sino a tratar a los peruanos como amigos,
hijos y hermanos suyos. En San Marcos era uno de los
profesores más queridos. A sus clases no se faltaba
ni tampoco pasaba lista, no era necesario. Era el
profesor por excelencia a quien se consulta después
de clase, eso que tantos profesores quisiéramos que
terminada la clase haya gente que todavía no quieran
separarse de uno para preguntar algunas cosas útiles
o convenientes —cuando generalmente lo que ocurre
es que sonada la campana todo el mundo se va por
su lado “porque ya acabó el pesado ese”, dicen, “que
ocupó la tribuna”. No ocurría esto con John Mackay
y cuando se fue a la Argentina y siempre volvía acá
invitaba a discutir, generalmente en desayuno con
muy buena precaución porque en esa hora la mente
está fresca y los sueños también un poco olvidados
pues. Después, como una especie de mensaje a todos
sus alumnos de la América Latina, no solamente
del Perú, sino de Chile y de Argentina, escribe un
libro maravilloso, un libro que ha sido traducido
muchísimo después al castellano y me parece que
fue Alberto Rembao, un gran amigo mío y al mismo
tiempo ayudante de Mackay y de Rycroft en Nueva
York el que lo tradujo, es “El otro Cristo Hispánico”.
En este libro Mackay vuelca sus experiencias en
Latinoamérica y vuelca su experiencia no sólo desde
el punto de vista religioso que en realidad aparece
sólo al final, sino del punto de vista social y del punto
de vista educativo. Él había visto, había descubierto,
primero a través de Unamuno, que había una visión
del Cristo que él tenía dentro del corazón, distinta.
Era la visión de un español combativo, agonista,
polémico y terrible como era don Miguel, pero vio
después que esta versión hispánica del autor del
Cristo de Velásquez era distinta en América Latina y
se encontró con un continente en el cual la religión
empezaba a estar ausente, en donde se hablaba de
Cristo pero de labios para afuera con el corazón
vacío, o mudo, o quieto, sin calentar las palabras que
después brotaban por la boca, y escribió por eso,
sobre el Cristo Hispánico en su aspecto ardiente y
por el Cristo vario, plural, eso sí plural y pluralista
de los latinoamericanos, a través de un examen que
hace en los últimos capítulos sobre el Cristo que
presenta Navarro Monzó, sobre el Cristo que presenta
Ricardo Rojas, sobre el Cristo ocasional que presenta
José Gálvez, alguna de Belaúnde, en suma sobre las
diferentes fisonomías, facturas y presentaciones del
Cristo en la América Latina. Después nos dedicó a
nosotros otro libro, muy importante, que se llama
“That Other America”, aquella otra América, que es la
América invisible, la América que no aparece en los
textos, la América que no aparece en los reportajes
periodísticos, esa América que todos sentimos pero
que nadie ve y que nadie quiere describir porque
compromete y nos compromete a nosotros mismos
con lo más íntimo de nuestro ser al describirla. Y
escribió un libro de exégesis moral que se llama
“Mas yo os digo” y muchas cosas más y dirigió, en
donde lo encontré una de las últimas veces, dirigió
el Seminario Teológico de Princeton, en donde tenía
su casa al lado de la de Einstein en donde iban las
gentes a consultar a este hombre que era realmente
una fuente de sabiduría y de serenidad a quien se
iba a ver y a oír para serenarse. Muchas veces, lo
confieso, he conversado con Mackay y lo he buscado
en momentos de crisis, quizá porque no había
farmacopea tan fácil como ahora hay tantas píldoras
para tranquilizarse, le iba a buscar a Mackay como
un bálsamo verdadero de palabra y pensamiento. Y
así le hubiéramos querido tener hoy y nos hubiera
tranquilizado, y a lo mejor tranquiliza también al Dr.
Neil MacKay porque no habría crisis si está Mackay
aquí, sino sencillamente soluciones y serenidad.
Muchas gracias.

Fuente:
http://www.estudiantesdelanglo.com/index.php?option=com_content&view=art
icle&id=23:las73&catid=3:historia&Itemid=4
la crisis de la
educación peruana
neil r. mackay

Señor Director William Mackay, Dr. Neil MacKay,


Señoras y Señores:
Señor Director, Dr. Sánchez, Señoras y Señores:
Francamente yo no sé cómo puedo dirigirles la
palabra. La palabra vacilante mía, después de
escuchar el discurso magnífico del Dr. Sánchez, tan
lleno, no solamente de cosas interesantes acerca
de la época aquella de la que hablaba, sino lleno
también de gracia y de sabiduría. Me hace recordar
una anécdota de la historia de la Colombia del siglo
XIX. No me acuerdo ahora en qué parte se presentó
un seminarista a un examen ante un jurado presidido
por un señor Obispo. Este joven seminarista había
estudiado la filosofía, la escolástica y había caído en
la manía de decir “distingo” a cada momento, en cada
conversación. Los señores miembros del jurado,
menos el señor Obispo, comenzaron a interrogarle
y hacerle preguntas sobre distintas materias, y en
cada contestación les dijo: “distingo”. Luego comenzó
a distinguir. Pero después de algunos minutos el
señor Obispo, que no tenía grandes conocimientos
de la filosofía, se impacientó y dijo: “Cállese, cállese,
señor. Vamos a la teología”. Y preguntó: “¿Se puede
bautizar con caldo o no?” “Distingo”, dijo el otro, “con
caldo que toma vuestra reverencia, no; con el caldo
que nos dan en el seminario, sí”. Bueno: ustedes han
probado el riquísimo caldo del discurso del eminente
Dr. Sánchez y ahora tienen que contentarse con el
caldo aguado que yo les ofrezco.
Es un enorme privilegio para mí, motivo de honda
satisfacción y de emoción también, el encontrarme
de nuevo ante ustedes en este muy conocido Salón
de Actos. Además es una cosa muy inesperada. Hace
diez días yo estuve tranquilamente durmiendo a
pierna suelta a la una de la madrugada cuando sonó
el teléfono. A esas horas de la mañana se asusta
cualquiera al escuchar el teléfono. Mi señora se acercó
al instrumento y luego vino asustada diciendo: “Te
están llamando desde Lima en el Perú”. “Desde Lima,
dije para mí, pero ¡qué cosa!, ¡no puede ser! Pero sí,
llamaban haciéndome la invitación a venir aquí para
esta fecha. Felizmente, no tenía inconveniente en hacer
el viaje. Para mí y para mi esposa era una magnífica
oportunidad de volver a esta ciudad y a este colegio
para reconocer a nuestros amigos que trabajan aquí y
a nuestros queridos ex alumnos del plantel. Y para mí
es un honor muy grande y un privilegio tomar parte
en el mismo programa que cuenta con la participación
del conocidísimo Dr. Luis Alberto Sánchez, cuyo
nombre tiene mucha resonancia no solamente en la
América Latina, sino en todas partes del mundo.
Ahora bien, a mí se me ha pedido que les hable de la
educación y les voy a decir unas cuantas palabras sobre
este tema, “La Educación en Crisis”. La educación es un
tema de vastos alcances, que nos ofrece muy diversos
aspectos para nuestra contemplación. A pesar de ello
la mayoría de las personas la enfocan desde cierto
punto de vista, digamos del de la organización de
la educación nacional, o de la estructuración del
programa escolar, o de la metodología de algunas
de las materias de la educación. Pero, yo preferiría
dedicar el breve tiempo que nos queda en esta
reunión a reflexionar, de un modo necesariamente
desconectado y superficial, sobre la educación en sus
aspectos más amplios y generales, examinando, hasta
donde sea posible, los propósitos que le animan y
asimismo la manera en que estos propósitos se
perfilan y se cumplen en la actualidad.
Quisiera hacer dos observaciones preliminares
antes de entrar en el tema principal. Primera,
que la educación organizada es por su naturaleza
una actividad humana que mira siempre y
conscientemente hacia el futuro, siendo su propósito
el de echar los cimientos para ese futuro, tanto para
el individuo que es el recipiente de la educación
como para la comunidad que la provee. Al individuo,
la educación, esta actividad humana que mira hacia
el futuro, le proporciona los conocimientos y las
habilidades que son el legado de la acumulada labor
de los siglos, como también el mejoramiento de las
congénitas facultades que se ha logrado mediante el
progreso en el ambiente social, facilitándole así el
adaptamiento al medio en que le tocará vivir y actuar,
y ayudándole a alcanzar las metas a que se dirige en
el curso de su vida. Eso en cuanto al individuo. Para
la sociedad de la que forma parte, esta capacitación
del individuo representa una inversión para el
futuro. Anteriormente dicha inversión se concebía y
se expresaba en términos más o menos espirituales
o sociales, pero actualmente se va generalizando
la tendencia de calcular el valor de la inversión
educativa en términos cuantitativos y económicos
como cualquier otra inversión financiera, y el costo
para la comunidad de la capacitación del individuo
rendirá sus réditos cuando él comienza a utilizar esta
capacitación para mantener y adelantar el progreso
de la comunidad. Pero, y esto es lo que quisiera
subrayar, los que planifican la actividad educativa y
la inversión de caudales intelectuales y financieros
para el futuro, son adultos, gente madura, que se
han formado en un proceso más o menos parecido
y que son, por lo tanto, los productos de la época y
de las condiciones en que se han modelado, y que
se empeñan en proyectar sus valores y sus ideales
hacia el futuro. Dichos valores e ideas pueden derivar
en parte de la tradición que los planificadores han
recibido como parte de su educación, o pueden
ser en parte los frutos de una reacción o de una
rebelión contra la tradición heredada. Pero en
todo caso constituyen las fuerzas y las influencias
fundamentales en la evolución y la formación de
la filosofía, de la doctrina y del sistema para la
estructuración de esa actividad que mira hacia el
futuro y que llamamos la educación.
Con mucha razón, el gran pensador español del
Siglo XVI, contemporáneo de Erasmo y de Lutero,
Juan Luis Vives, dio el título de Tratandis Disciplinis
a su obra máxima en la que expone sus ideas sobre
la educación, y él insiste que la educación es la
transmisión de la tradición de una sociedad a otra.
Ahora bien, la segunda observación que quisiera
hacer, sigue de la primera, y es que los valores y
las ideas, y los conocimientos que una generación
transmite a otra mediante la educación organizada,
se han de determinar y orientar por ciertas actitudes
básicas, algunas atávicas y otras engendradas y
creadas dentro del clima de opinión de la época,
actitudes que constituyen la esencia de la cultura de
la comunidad educadora. De estas actitudes, de sus
orígenes y de su desarrollo histórico, como también
de los cambios que se han producido en ellos y de la
consecuente desintegración de la cultura occidental,
me ocupé en la charla que en este mismo recinto di
hace 6 años, fecha en que se celebraron las bodas de
oro de este Colegio.
No quiero volver sobre mis pasos; pero, si quisiera
recordar que en esa oportunidad sostuve que una
manera de realizar la muy difícil tarea de evaluar
la cultura de una época determinada, por ejemplo
si se quiere medir el flujo y el reflujo de la cultura
occidental en el transcurso de su historia milenaria.
Una manera, como dije, de evaluarla sería el de
preguntar qué se opinaba en esa época, o qué se
opina en nuestra época, y entre la gran mayoría de la
gente sobre la naturaleza y el destino del hombre. O
por decirlo de otra manera: ¿cuál es el pensamiento
dominante de la época con respecto a la cosmología,
o sea a la interpretación del cosmos, del universo en
que vivimos? Se puede objetar que esto es filosofía
o algo parecido a ella, y para ahorrar tiempo, como
asimismo contestar con mayor claridad, me valgo de
algunas palabras de Ortega y Gasset, el gran filósofo
español, que al hablar de semejantes conceptos, dijo:
“esto es filosofía, y esa filosofía o, la interpretación
de nuestra vida será aguda o roma, elemental o
sabihonda, espontánea o patente, pero lo que no puede
negarse es que el hombre, quiera o no, la ejercita. No
puede vivir sin interpretar su situación, sin filosofar.
De aquí que el mayor resumen de una época sea su
filosofía”. (Hasta aquí Ortega). Afianzándome en
estas palabras, vuelvo a decir que la interpretación
del universo generalmente aceptada en una época
es un buen índice del rumbo que sigue la cultura
de ésa época. Lo que no quiere decir, desde luego,
que no hay otros factores: genéticos, históricos,
geográficos, lingüísticos, etc., que pueden crear
una gran diversidad de subculturas y de climas de
pensamiento dentro del territorio donde reina la
interpretación cosmológica.
En efecto, la historia nos enseña que esa diversidad
existe dentro de la opinión general. De la diversidad
mana el dinamismo de la cultura. Ahora bien, es
innegable que en el mundo occidental (y cuando
digo occidental no lo hago con referencia alguna a
las ideologías o sistemas políticos de la actualidad,
sino con referencia a la antigua y todavía corriente
distinción que se hace entre el occidente y el
oriente, o sea, si se quiere, entre la cristiandad tal
como se concebía en tiempos anteriores y el resto
del mundo. Esa cristiandad, ese mundo occidental,
abarca toda Europa, parte del mundo Mediterráneo
y, por extensión, las Américas), es innegable, repito,
que el concepto cosmológico reinante en ese mundo
durante luengas centurias tenía su matriz en la
religión cristiana, si bien es cierto que en la formación
y la evolución de la cultura occidental se nota la
existencia y la persistencia de otros elementos de
suma importancia, tales como por ejemplo, la herencia
helénica y la organización romana. Pero el tribunal
de última instancia, por decirlo así, en cuanto a la
interpretación del cosmos, del universo y del destino
del hombre, se hallaba en las Sagradas Escrituras,
especialmente en el Evangelio que fue universalmente
aceptado como una revelación divina, o sea, como la
manifestación de un poder trascendente en la creación
del universo y la redención de la humanidad.
Un pensamiento dominante de esta índole, no
solamente llega a ser una cosa conocida y orientadora
en la cultura, sino que la dota de los símbolos
para dar expresión a las actitudes íntimas creadas
por el pensamiento, y asimismo para facilitar la
comunicación entre individuos y sectores sociales.
La arquitectura, el arte, la música, la literatura,
sirven para exteriorizar y traducir la interpretación
o la filosofía de la vida que todos, o por lo menos la
mayoría, aceptan, claro está, con distintos grados de
entendimiento intelectual. Y aún más, el pensamiento
dominante, la cosmología reinante, impone normas
de conducta que son matrices de códigos de derecho
y de instituciones políticas y sociales, y de moralidad
consuetudinaria. Cuando el pensamiento dominante
se afloja y deja de ser la fuerza coercitiva y directriz,
la cultura comienza a desintegrarse, paulatinamente
al principio y luego con mayor rapidez. Los antiguos
valores se marchitan y los símbolos pierden su
significación universal. Cada uno interpreta la vida
y el universo a su modo, o de conformidad con las
tendencias de un grupo o secta, y si bien es cierto que
la intuición estética y la imaginación creadora nunca
dejan de obtener sus victorias sobre las fuerzas de
las tinieblas, las artes y la literatura tienden a ser
cada vez más esotéricas o estériles.
Para la gran mayoría de la población, tales problemas
y preocupaciones han perdido toda importancia, en
la actualidad la interpretación de la vida se reduce,
como en otros tiempos antiquísimos, a “come, bebe y
huélgate, porque mañana morirás”. En la conferencia
anterior, es decir la de hace seis años, sostuve, y lo
sostengo hoy, que nuestra cultura occidental ha
entrado en esta etapa de desintegración y decadencia
a pesar del asombroso progreso tecnológico que
colma los anales de las últimas décadas, y que está en
peligro de desplomarse totalmente. Por eso vengo a
decirles esta noche que la educación, esa educación
que se ha desarrollado lenta, pero poderosamente,
en el mundo occidental a través de los siglos, está
en crisis, tanto en el sentido etimológico del vocablo
que quiere decir que está en tela de juicio, como en
la aceptación más llana que quiere decir que está
en peligro. Hemos visto ya que la educación es la
proyección hacia el futuro (y la elaboración de los
medios para realizar esa proyección) de los valores,
conocimientos y habilidades acumulados y atesorados
por la generación actual; y entre las habilidades
debemos siempre incluir la de poder escudriñar y
asesorar el valor de la herencia transmitida.
Por eso la educación viene a ser un correlativo
de la cultura, o mejor dicho una función, en el
sentido matemático de la palabra. Es una cantidad
cuyo valor depende del valor de otra variable; o,
adaptando para nuestro propósito la famosa frase
de Platón en el Timeo cuando habla del tiempo y
la eternidad, podemos decir que la educación es la
imagen movediza de la cultura. Y cuando la cultura se
desintegra, ¿qué del otro término del binomio? y ¿qué
de la imagen cuando la cultura desaparece? Ahora
bien, me detengo para considerar muy brevemente
una pregunta que seguramente se ha formulado en el
pensamiento de los que me escuchan, y que merece
toda nuestra atención. “Puede ser cierto, todo aquello
que usted dice de la obra de la cosmología y de la
filosofía cristiana en épocas pretéritas, pero ¿no es
igualmente cierto que en tiempos modernos tenemos
otra interpretación del universo, otra cosmología, la
científica, que da cohesión y dirección a la cultura
y que nos ha brindado una cantidad incalculable
de descubrimientos y tesoros para transmitir a las
generaciones venideras?”
El intentar contestar la pregunta con la seriedad y
amplitud que ella misma exige y que este distinguido
auditorio merece, resultaría imposible en los
minutos que me quedan del tiempo señalado para
esta actuación y les ruego que me disculpen si me
limito a una brevísima exposición de tres o cuatro
conceptos.
En primer lugar en cuanto a la antigua cosmología,
la cristiana, en esa cosmología lo transcendente,
lo divino, lo sobrenatural, es el elemento más
importante, muy por encima de lo temporal y lo
creado. Y en ese elemento de lo transcendente se
distinguen otros dos aspectos. Primero el de lo eterno
o la eternidad, que es cualitativamente distinto del
tiempo: no es una mera prolongación del tiempo. El
otro aspecto es el de lo santo, la exclusión total de
todo lo malo. El profeta Isaías da expresión notable a
estos conceptos cuando dice: “Porque así dijo el Alto
y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre
es el Santo”. Es la visión de Dios el Todopoderoso, el
creador de los cielos y de la tierra.
En segundo lugar es de notar que para la cosmología
cristiana, lo temporal y lo creado, no carecen de
realidad: aunque ocupan lugar secundario no carecen
de realidad. La naturaleza inorgánica y orgánica
que constituyen el universo no es una ilusión como
lo suponen ciertas religiones orientales. Tampoco
carece de orden y racionalidad; al contrario, revela
la sabiduría infinita del Creador. Pero no se trata
tampoco de un mecanismo que ese Creador ha dejado
a funcionar por sí solo; el poder divino se ejerce
continuamente en el controlar de los sucesos que
constituyen la vida del universo y así se distingue de
los conceptos griegos del absoluto y del infinito.
En tercer lugar, el hombre se sitúa en el espacio y en el
tiempo, pues es parte de lo creado, de la creación, pero
no totalmente encarcelado: tiene la potencialidad de
escapar y de entrar en la otra vida, la eterna que es
cualitativamente distinta. Lo que anula esa posibilidad
y esa potencialidad, y que le hace al hombre incapaz
de traspasar los límites del tiempo y del espacio es
el pecado, lo que se llama el pecado, que no consiste
solamente como muchos piensan, en la inmoralidad
o en la amoralidad, sino en desconocer la existencia
y la autoridad de Dios, y en el deseo de elevarse a sí
mismo al trono del universo. Sin embargo, al hombre
rebelde, según esta cosmología, Dios le ha abierto
la puerta hacia el mundo invisible en la persona y
en la obra de nuestro Señor Jesucristo, y además en
la misma Persona y por medio del poder divino, le
ofrece la oportunidad de una renovación espiritual
aquí en la tierra, tanto del individuo como de la
sociedad. Estos son, pues, en términos muy breves
e imperfectos, los elementos principales de esta
interpretación cristiana de la vida y del universo.
Por otra parte, la interpretación científica, en cuanto
es cosmología, elimina lo transcendental, dejando
al hombre prisionero en el tiempo y en el espacio y
sin más recursos que su capacidad intelectual y la
naturaleza que le rodea. Que esos recursos no sean
nada desdefiables se ha comprobado ampliamente
en la historia del mundo, sobre todo en los últimos
siglos de la historia del occidente.
Verdad que el hombre logra sus triunfos científicos
y tecnológicos, sin embargo los telescopios que el
mismo fabrica revelan cuan insignificantes son su
vida y sus hazañas en este universo tan enorme en
que se halla. Con razón decía Pascal (tengo que citar
las palabras de memoria porque no tengo el libro a
la mano), decía Pascal: “Cuando pienso en el hombre
perdido en un rincón del universo sin saber de dónde
viene, ni quién lo colocó allí, o cual sea su destino, me
maravillo de que la gente no se enloquece de terror”.
Así dice Pascal. Esto no quiere decir que la ciencia sea
todo un engaño, o que sea defectuoso o una mentira:
no, porque dentro de su campo de actividad y de los
límites de la razón, realiza una labor magnífica. El
error consiste en pensar que las llamadas verdades
de la ciencia tengan un valor absoluto.
Pero sin pensar más en estas grandiosidades, paremos
mientes en lo que va sucediendo en la vida diaria de
nuestro mundo, especialmente en los países llamados
desarrollados, los países de una tecnología industrial
muy avanzada, y entre ellos mi país. La falta de una
verdadera cosmología deja al hombre solo con la
naturaleza, frente a la naturaleza a la que intenta
dominar y explotar, lo que ha hecho con mucho éxito
en cuanto a la producción de bienes materiales. Pero
ahora se siente un gran desasosiego, gran inquietud
en los países más avanzados, y en mi país también.
¿A dónde vamos? se pregunta, ¿A dónde vamos con
todo este progreso, así llamado? ¿En qué consiste el
bienestar del hombre? Según la doctrina imperante
en todo el mundo occidental, consiste en mayor
desarrollo económico, en mayor producción de
bienes de consumo: y ¿con qué finalidad? ¿Para qué
cada familia tenga dos automóviles, o tres o cuatro
en lugar de uno y eso en el momento que va faltando
la gasolina? ¿Tener dos heladeras, tres lavaropas,
en fin, multiplicando los bienes hasta el hartazgo, y
luego qué? Esta es la pregunta que deja a muchos
intranquilos en mi país y en otros países del occidente:
es decir, que el mundo va progresando sin rumbo y
sin meta visible y con el único afán de aumentar la
industrialización y la producción económica.
Algo parecido ocurre en el mundo de la educación.
Las facilidades se han multiplicado y aumentado
enormemente. La educación se ha democratizado y
está al alcance de todos. La escolaridad obligatoria
se ha extendido a los dieciséis años para que los
jóvenes tengan oportunidades jamás soñadas por
los padres. A nadie le estorba la falta de recursos
para llegar al nivel universitario porque abundan
las subvenciones, las concesiones, los privilegios.
¿Y con qué resultado? ¿Una felicidad ilimitada al
poder entrar en una utopía semejante? No; mas una
desilusión muy grande que cunde en todos los niveles
de la educación y que señala un futuro cargado de
dudas y amarguras. La cultura cristiana del occidente
se ha desintegrado y la educación se reduce a la
transmisión de conocimientos y habilidades técnicas.
La juventud no hereda valores porque la generación
actual no los tiene para legar o transmitir. Y no
hemos de sorprendernos demasiado al saber de la
desorientación y la rebelión que se manifiestan entre
la juventud de nuestros días. Intuitivamente se dan
cuenta de que la educación los lleva a un callejón sin
salida, o a ese mundo en que predomina la ansiedad
de aumentar bienes materiales y en que no hay más
esperanza que la muerte a manos de la noche fría.
Por eso digo, señores, que la educación está en
crisis y que es necesario tomar medidas urgentes y
fundamentales, para afianzarla en bases espirituales
y fuertes. Y al decir esto, quisiera añadir mis pequeñas
palabras de homenaje a lo que el Dr. Sánchez ha
dicho acerca del Dr. Mackay, y los propósitos con
que él fundó este Colegio hace 53 años. Vino aquí
no solamente para colaborar en la instrucción de la
juventud peruana, lo que hizo de muy buena gana y
lo que el Colegio sigue haciendo hasta hoy con todo
corazón, pero él vino también con el deseo de afirmar
y mantener firme la interpretación del universo y
de la vida del hombre que ofrece la cosmología, o
sea la religión cristiana, y con el afán de proclamar
el mensaje del Evangelio, el mensaje de amor y
reconciliación que ofrece al hombre la esperanza de
una renovación de espíritu, tanto en el individuo
como en la sociedad. Él vino, efectivamente, a decir
que el hombre no vive simplemente del pan sino de
toda palabra que viene de la boca de Dios, y eso es lo
que el Colegio sostiene hoy, que para la restauración
y la renovación de la cultura occidental y para dar
nuevo impulso y nuevas energías a la educación
nuestra, hemos de tomar otro rumbo, no solamente
en busca de los tesoros materiales de este mundo,
sino como lo señaló nuestro Señor Jesucristo: Buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia y todas
estas cosas os serán añadidas.
Muchas gracias.
Leader tiene el privilegio de insertar en sus páginas los brillantes discursos
pronunciados por los Doctores Luis Alberto Sánchez y Neil A. R. MacKay, en la
celebración de las Bodas de Oro de la Primera Promoción del Colegio Anglo Peruano,
hoy San Andrés. Las versiones se deben a la gentileza y paciencia de la señorita
Administradora, Miss Florence Donaldson Campbell. Gracias, Miss Florencia.

Fuente:
http://www.estudiantesdelanglo.com/index.php?option=com_content&view=art
icle&id=22:neilmackay&catid=3:historia&Itemid=4
john a. mackay
luis alberto sánchez

Acaba de morir el 9 de junio en Princeton, New Jersey,


uno de los más altos acreedores del Perú y América
Latina, John A. Mackay, autor de libros decisivos como
The Other Spanish Christ. (El otro Cristo Americano)
y That other America (Esta otra América). Fallece
a los 94 años como profesor jubilado de la famosa
Universidad de Princeton, en la que era colega y
vecino de Alberto Einstein el padre de la teoría de la
relatividad.
Mackay había nacido en el norte de Escocia, después
de graduarse al 17 pasó a España a estudiar en
Salamanca Literatura y Filosofía Hispánica. En
Salamanca conoció a Unamuno quien era entonces
su Rector.
De la Iglesia Presbiteriana, Mackay fue destacado
al Perú. En 1918-19 se graduó de doctor en Letras
en la Universidad de San Marcos con una hermosa
tesis sobre Miguel de Unamuno. Sentía como éste
la vocación por la verdad y la justicia y le latía en
los pulsos “la Agonía del Cristianismo”, que inspiró a
don Miguel un famoso libro pocos años después.
Como doctor en Letras de San Marcos, Mackay pudo
fundar y dirigir el Colegio Anglo Peruano, hoy San
Andrés, uno de los centros de cultura y de educación
mas sólidos, austeros y democráticos del Perú.
Escogió un cuerpo de profesores renovador, joven,
entusiasta, con vocación apostólica: Haya de la Torre,
Raúl Porras, Jorge Guillermo Leguía, a quien recuerdo
de inmediato por su cercanía física y moral conmigo.
En 1923, a riesgo de perderlo todo, Mackay brindó el
asilo de su hogar al profesor de su plantel, Haya de la
Torre, perseguido entonces por Leguía. Una fotografía
de Mackay con Haya en el escritorio de aquel, donde
había como es natural, una bandera inglesa, fue el
pretexto para que se denunciara gráficamente como
un agente del imperialismo británico: torpezas que
dan vergüenza recordar ahora.
Mackay siguió profesando en el Perú hasta muy
avanzada la década de los veinte y frecuentó a los
más importantes intelectuales peruanos. José Gálvez,
Honorio Delgado, Hermilio Valdizán, Carlos Monge,
Julio C. Tello. Casi todos pasaron por la cátedra del
Anglo Peruano.
Después pasó a la Argentina y mucho más tarde, a
mediados de los treinta, se radicó en los Estados
Unidos en donde publicó La Nueva Democracia. Un
mensuario pluralista, cristiano y democrático.
The other Spanish Christ, editado a principio de los
treinta, es un libro fundamental para apreciar la
civilización latinoamericana. Podría considerarse
como un complemento de El Cristo Invisible de
Ricardo Rojas, el insigne ex Rector de la Universidad
de Buenos Aires. La preocupación por el espíritu
y por un Cristo ubicuo y profundo inspira a las
páginas de Mackay: lo rastrea a través de escritos
y declaraciones de los más conspicuos hombres de
América. El libro fue traducido veinte años después
por Alberto Rambaud. En That Other America,
Mackay traza una silueta de una América distinta
a la turística y a la histórica. Con su fino olfato
espiritual pesca almas y sentimientos que esclarecen
la presencia física de la colectividad americana. Es
un sondeo y una perspectiva manejados con mano
firme y certera.
Hay un libro de Mackay que es, si mal no recuerdo,
Yo os digo... En todos ellos, en sus artículos y en sus
prédicas, John A. Mackay fue tan limpio y puro como
su figura física: alto, delgado, ligeramente inclinado
hacia adelante como para escuchar, la voz dulce, los
ojos claros y apacibles, las manos ágiles, la tez blanca
ligeramente rosada, anguloso el rostro, tácito el paso,
conjunto de maestro y sembrador de ideas.
Lo despedimos quienes le conocemos y respetamos
con indisimulable emoción, con incurable y definitiva
nostalgia.

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