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Taylorismo:
La obra Principios de la Administración Científica es reconocida como pionera en el campo
de la Administración, y su autor, Frederick Winslow Taylor, es calificado como el padre de
la disciplina, su primer exponente teórico formal, quien se interesó por primera vez en
abordar la complejidad inherente al proceso productivo que caracterizaba a las empresas
de fines de siglo XIX, principios de siglo XX. Ahora bien, ¿Por qué adquiere relevancia el
análisis de una obra centenaria teniendo en cuenta los cambios contextuales que han
transcurrido en ese lapso? ¿Es que tienen vigencia los aportes taylorianos? ¿Significa esto
que la Administración no ha cambiado en los últimos 100 años? La Administración es la
disciplina científica que estudia a las organizaciones, intentando descubrir cómo nacen,
cómo evolucionan, cuáles son sus objetivos, de qué manera pueden optimizar su gestión,
y cuál es su función en la sociedad.
Entendemos que estudiar la evolución histórica del pensamiento en Administración
adquiere relevancia práctica dado que las distintas teorías, enfoques y escuelas que
conforman la disciplina han surgido oportunamente para resolver las problemáticas de las
organizaciones de su época.
Sin embargo, esta necesaria referencia histórica de los aportes de cada autor muchas
veces es soslayada cuando se analiza y sugiere la aplicación de sus ideas, o bien, son
objeto de críticas extemporáneas. Por otro lado, a nivel académico, podemos decir que
existe un escaso debate epistemológico en torno a las diferentes posturas, se trata de
recortes no contextualizados de las principales obras, donde la neutralidad se asume
como premisa.
El objeto principal de la administración ha de ser asegurar la máxima prosperidad para el
patrón, junto con la máxima prosperidad para cada uno de los empleados.
Las palabras máxima prosperidad están empleadas en su sentido más amplio, para dar a
entender no sólo grandes dividendos para la compañía o para el propietario, sino también
para el desarrollo de todas las ramas del negocio hasta su estado más elevado de
excelencia, de manera que la prosperidad pueda ser general y permanente.
De igual manera, máxima prosperidad para cada uno de los empleados significa no solo
salarios más elevados que los que ordinariamente reciben los hombres de su clase, sino
que lo que aun tiene mayor importancia, significa también la formación de cada hombre
hasta llegar al estado de su máxima eficiencia, de manera que, hablando en términos
generales, sea capaz de hacer la calidad más elevada del trabajo para el que lo hace apto
su capacidad natural, y significa también darle a hacer esta clase de trabajo siempre que
sea posible.
Habría de ser mas notorio el hecho de que la máxima prosperidad del patrón, junto con la
máxima prosperidad del empleado, deberían constituir los dos objetivos directores de la
administración, que declararlo así habría de ser innecesario. Y, sin embargo, no cabe negar
que, en todo el mundo industrial, una gran arte de la organización de los patronos, lo
mismo que los empleados, entran por la guerra más que por la paz, y quizá la mayoría de
cada bando no cree en la posibilidad de arreglar las cosas de manera que sus mutuos
intereses y relaciones lleguen a ser idénticos.
Frederick W. Taylor fue un ingeniero norteamericano, hijo de una familia de cuáqueros de
origen inglés. Nació en la ciudad de Germantown, Pennsylvania el 20 de mayo de 1856 y
falleció en Filadelfia, el 21 de marzo de 1915. Provenía de una familia acomodada, hecho
que facilitó el acceso a su educación, aunque abandonó sus estudios universitarios de
Derecho por un problema en la vista, y fue a partir de 1875 que se dedicó a trabajar como
obrero en una de las empresas industriales siderúrgicas de Filadelfia. Taylor tenía una
personalidad singular, que no pasaba desapercibida. A los 22 años empezó a trabajar en la
Midvale Steel Works como jornalero, fue ascendiendo a encargado, ayudante de
sobrestante, sobrestante, maestro mecánico, jefe de delineantes hasta llegar a ser
ingeniero jefe. Hizo su carrera de ingeniería mientras que trabajaba en la Midvale. Su
formación, capacidad personal y observación práctica condujeron a Taylor a interesarse
por analizar el trabajo, descomponiéndolo en tareas simples, cronometrarlas y exigir a los
trabajadores la realización de las tareas necesarias en el tiempo que se hubiera fijado
como estándar.
De la propia letra de Taylor podemos inferir los supuestos filosóficos esenciales que guían
su teoría. Recibe de la filosofía positivista una influencia que lo orienta hacia una
investigación sostenida y se inicia en la aplicación del método científico a través de la
observación de la administración del trabajo. Pone el acento constantemente en la
ciencia, y considera a la misma, como eje de su propuesta, intentando en todo momento
ser objetivo y utilizar datos experimentales. De tal modo, que la organización del trabajo
debe ser ante todo una ciencia experimental, tal como lo anuncia en el primer principio de
la organización científica del trabajo.
Así mismo se reconoce como ambientalista, ya que da más importancia al ambiente que a
lo innato para dar cuenta de las capacidades, facultades y estados de las personas.
Influido por el empirismo, el ambientalismo subraya el papel del aprendizaje y en el caso
del hombre la importancia de la sociedad.
Los cuatro principios comprenden (Taylor 1969, p. 113):
Es evidente que para Parker Follett es muy importante comprender a las personas como seres
comunitarios, y es preciso establecer la ineludibilidad del comportamiento moral de los
administradores. El juicio moral, para la autora, se construye comunitariamente, el individuo sólo
no puede establecer lo que es correcto de lo que es incorrecto en el sentido de que el ideal social
se construye colectiva y no individualmente; solo viviendo con lo demás desarrollamos nuestro
propio juicio moral.
Por la importancia de los problemas que resolvía y por las repercusiones sociales que se derivan
de la administración, Parker Follett estaba convencida de que era necesario mejorar los
conocimientos y la práctica administrativa.
Ella propuso que la administración de los negocios se profesionalizara con un fuerte vínculo con la
ética profesional, ya que consideraba que así se podría fortalecer tanto los conocimientos en los
que se sustenta la práctica administrativa como una práctica más ética del administrador de
negocios. Al instituirse como un gremio, los administradores podrían vigilar la calidad de su
ejercicio profesional y reunirse en asociaciones profesionales para establecer, mantener y
perfeccionar estándares de comportamiento profesional.
Tanto en la sociedad en general, como en los negocios, la idea de cooperación es fundamental
para lograr un desarrollo tanto individual como grupal. Para Mary Parker, lo que la sociedad
requería era una forma cooperativa de pensar, la forma competitiva que había imperado en la
manera de administrar nunca más debía regirse por inteligencias individuales, sino por
inteligencias en interacción, ejerciendo una influencia recíproca de manera incesante. Asimismo,
en la medida en que la autoridad fuera menos restrictiva para con los individuos, éstos podrían
liberar en mejor forma sus potencialidades, creando organizaciones y sociedades cada vez más
progresivas. En palabras de la autora: “…los negocios modernos requieren, sobre todo, de
individuos que puedan unirse, que no sólo puedan unir sin fricción, sino que sean capaces de sacar
provecho a esa unión. El hombre de negocios exitoso de hoy en día es el individuo que posee una
inteligencia con capacidad cooperativa”. (Parker, 1920, reimpreso en Pauline Graham,1997, p.
234).
La conciencia moral nace del vínculo de un ser humano con otro ser humano. El empresario y el
administrador de empresas al reunirse con otros miembros de su sociedad pueden estar
orgullosos de sus negocios y de su profesión. Se puede afirmar que en la obra de Mary Parker el
ser humano es valorado en todas sus dimensiones, el trabajador deja de ser concebido como una
mera herramienta al servicio de la producción, y el hombre de negocios deja de ser visto
exclusivamente como ser perverso y ambicioso, que sólo tiene un afán de ganancias.