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CAPÍTULO 2:

SOBRE EL LENGUAJE HUMANO1


Rafael Echeverría
Hemos dicho que los seres humanos, en tanto individuos, son seres
lingüísticos, seres que viven en el lenguaje. En esta sección exploraremos,
primero, la naturaleza del lenguaje, particularmente del lenguaje humano, y
segundo, la relación entre el lenguaje y el individuo. Una vez acometido lo anterior,
volveremos al tema de la ontología del lenguaje.

EL LENGUAJE
El lenguaje como dominio consensual
Normalmente comprendemos el lenguaje como una capacidad individual,
como la propiedad de una persona. Decimos así, que los individuos tienen una
capacidad para el lenguaje. Esto, como podemos ver, le otorga precedencia al
individuo con respecto al lenguaje. Implica que es el individuo el que habla y
escucha. Asume al individuo como precondición del lenguaje.
Nos oponemos a esta visión. Postulamos, al contrario, que los individuos —
no como miembros particulares de una especie, sino tal como hemos identificado
a los individuos humanos, esto es, como personas— se constituyen asimismo en
el lenguaje. Esto implica que le otorgamos precedencia al lenguaje con respecto al
individuo. Y ello, como veremos, no es un postulado banal. Por supuesto, no
estamos negando que, una vez constituido, el individuo hable y escuche y que, por
lo tanto, tenga la aludida capacidad de lenguaje. Pero al tomar al individuo como
ya constituido, para derivar de él el lenguaje, se nos cierra precisamente la
posibilidad de comprender su propio proceso de constitución en cuanto individuo.
Está claro que, para que un ser humano sea capaz de hablar, deben darse
ciertas condiciones biológicas. Como el biólogo Humberto Maturana —en quien
nos apoyaremos fuertemente en esta sección— siempre insiste en recordárnoslo,
sólo podemos hacer lo que nuestra biología nos permite; no podemos traspasar
los límites de nuestras capacidades biológicas. Sin la estructura particular del
sistema nervioso humano, y sin los desarrollados sentidos con los que están
equipados los seres humanos, no tendríamos la capacidad de oír y hablar en la
forma en que lo hacemos. Pero el lenguaje no es generado por nuestras
capacidades biológicas. Los «niños-lobo» (aquellos niños criados en la selva por
los lobos y no por seres humanos), que tienen todas estas capacidades biológicas,
no desarrollan aquello que conocemos como el lenguaje humano. El lenguaje,
postulamos, no es desarrollado por un ser humano aislado. El lenguaje nace de

1
Echeverría, Rafael Ontología del Lenguaje. Capítulo 2: “El Lenguaje” Obtenido
desde:www.uchile.cl/.../ontologia-del-lenguaje-echeverria-pdf_90752_0_5938
[20012016]

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la interacción social entre los seres humanos. En consecuencia, el lenguaje
es un fenómeno social, no biológico.
Es en la interacción entre diferentes seres humanos particulares —antes
incluso de que podamos hablar de un proceso de individualización en el que nos
constituimos como personas— donde aparece una precondición fundamental del
lenguaje: la constitución de un dominio consensual. Hablamos de
consensualidad dondequiera que los participantes de una interacción social
comparten el mismo sistema de signos (gestos, sonidos, etcétera) para designar
objetos, acciones o acontecimientos en orden a coordinar sus acciones comunes.
Sin un dominio consensual no hay lenguaje. Una vez que aceptamos lo anterior,
no podemos seguir considerando al lenguaje como una propiedad individual. El
dominio consensual se constituye en la interacción con otros en un espacio social.
Un mundo lingüístico de entidades lingüísticas
Es importante hacer notar, sin embargo, que estamos hablando sobre el
lenguaje a través y desde el lenguaje no podemos evitarlo, y esto implica una
trampa de la que debemos precavernos. Los signos, los objetos, los eventos y las
acciones son constituidos como tales en el lenguaje. En cuanto tales, no existen
por sí mismos.
Solemos citar a Gertrude Stein diciendo que «una rosa es una rosa es una
rosa.» Pero una rosa no es una rosa independientemente del lenguaje. Sea lo que
sea, es lo que es para nosotros en el lenguaje. Lo que sea en sí misma,
independientemente del lenguaje, no lo sabemos. Una rosa es una rosa para
nosotros, para los que la ven como una rosa en un dominio consensual dado. Es
una rosa sólo como una entidad designada en el lenguaje, una entidad que resulta
de una distinción lingüística, que separa la entidad, en tanto entidad, del resto.
Un objeto es siempre una relación lingüística que establecemos con nuestro
mundo. Los objetos son constituidos en el lenguaje. En tanto tales, traen siempre
nuestra propia marca humana y siempre dicen algo de nosotros. Una taza de té es
sólo una taza de té para nosotros, no para la mosca que vemos posada sobre ella.
Y la mosca sólo es una mosca para nosotros, no para la araña que vemos
acercársele. Y así podemos seguir ad infinitum. Insistimos: No existe otro
camino que el del lenguaje; fuera del lenguaje no existe un lugar en el que
podamos apoyarnos. Los seres humanos vivimos en un mundo lingüístico.
El lenguaje como coordinación de coordinación de acciones
Nuevamente, siguiendo a Maturana, planteamos que un dominio
consensual, importante factor en numerosas formas de comunicación, aún no es
suficiente para producir el fenómeno del lenguaje. Hablamos de lenguaje sólo
cuando observamos un tipo particular de comunicación. Muchas especies se
comunican. Siempre que vemos a miembros de una especie coordinando
acciones comunes, hablamos de comunicación.
Sin embargo, decimos que hay lenguaje —y con ello estamos sugiriendo
una determinada convención para referirnos al lenguaje— sólo cuando ocurre un
tipo particular de coordinación de acciones: cuando observamos a los miembros

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de una especie en la coordinación de la coordinación del comportamiento. El
lenguaje, en cuanto fenómeno, es lo que un observador ve cuando ve una
coordinación consensual de la coordinación de acciones —cuando los
miembros participantes de una acción coordinan la forma en que coordinan
juntos la acción. El lenguaje, sostenemos, es coordinación recursiva del
comportamiento.
Tomemos un ejemplo que puede ilustrar la forma en la que esos dos
sistemas de coordinación de acciones — implicados en la coordinación
recursiva— funcionan juntos. Le digo a mi hijo Tomás: «¿Podrías abrir esa puerta,
por favor?» Él contesta: «Bueno». Examinemos lo que ha sucedido. Hice algunos
sonidos que tomamos por signos compartidos en un dominio consensual ya
constituido. Basándose en los significados compartidos ligados a estos sonidos,
Tomás respondió a mi pregunta. Al hacerlo, también emitió algunos sonidos,
sonidos diferentes a los míos. Nuevamente, ambos le otorgamos a estos sonidos
un significado particular que resulta de nuestro dominio consensual compartido.
Hasta ahora, lo que hemos hecho es muy parecido a una danza. Hemos
coordinado la acción en el nivel de producción de los sonidos.
Podemos notar la gran diferencia que existe para los que comparten este
dominio consensual con respecto a los que no lo comparten. Para los extraños a
este dominio consensual, lo que hemos hecho Tomás y yo suena muy parecido a
una jerigonza, a una seguidilla impredecible de sonidos. Sin embargo, éste no es
el caso para nosotros. Antes bien, estamos danzando juntos en un dominio
consensual bien orquestado. Por medio de los sonidos que pronunciamos, ambos
escuchamos palabras que designan objetos de nuestro mundo común, y
escuchamos una pregunta y una respuesta, etcétera.
La danza no termina aquí. Además de este primer nivel de coordinación de
acciones, puede esperarse que tenga lugar otra danza, otro nivel de coordinación
de acciones. Tomás puede dirigirse a abrir la puerta. Una vez más, esta acción no
es arbitraria. Surge directamente de lo que ocurrió en el primer nivel de
coordinación de acciones, cuando ambos pronunciábamos sonidos. Hubiera sido
extraño, por ejemplo, que hubiera ido a abrir la ventana. O que no hubiera hecho
cosa alguna. Una vez que haya abierto la puerta, Tomás puede esperar de mí que
le diga «Gracias», a lo cual podría replicar «De nada». Si en vez de eso me dijera
«cachorritos», probablemente me parecería nuevamente extraño.
El ejemplo anterior nos muestra que el lenguaje surge a partir de la
generación de un dominio consensual que es producido en la interacción social.
Pero, esta interacción entre Tomás y yo ¿es excepcional? En absoluto. Nosotros,
los seres humanos, no somos las únicas especies que han desarrollado este
patrón dual de coordinación de acciones que llamamos lenguaje. Este es un rasgo
que encontramos a menudo en otras especies. Un clásico ejemplo de ello es la
danza oscilante de la abeja, decodificada en 1945 por el biólogo alemán Karl von
Frisen. Los pájaros también han desarrollado sistemas de lenguaje. Por medio de
la acción de cantar, coordinan otras acciones. Los mamíferos igualmente
muestran sistemas de lenguaje bien estructurados. Un típico ejemplo de esto es el
lenguaje de los delfines.

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La capacidad recursiva del lenguaje humano
La diferencia principal entre la capacidad lingüística de los seres humanos y
la que muestran otras especies vivientes es, primero, nuestra capacidad para
abarcar un número muy grande de signos consensuales y, especialmente, para
crear nuevos. Existe un segundo factor importante de diferenciación entre el
lenguaje humano y el que observamos en otras especies. Le llamamos la
capacidad recursiva del lenguaje humano. Hemos dicho que el lenguaje es la
coordinación recursiva del comportamiento. Decimos, ahora, que el lenguaje
humano es lenguaje recursivo. Esto significa que nosotros, los seres humanos,
podemos hacer girar el lenguaje sobre sí mismo. Podemos hablar sobre nuestra
habla, sobre nuestras distinciones lingüísticas, sobre nuestro lenguaje, sobre la
forma en la que coordinamos nuestra coordinación de acciones. Y podemos
hacerlo una y otra vez. Podemos decir, por ejemplo, «¿qué quieres decir con
esto?» o «¿de qué puerta estás hablando?»
Esta capacidad recursiva del lenguaje humano es la base de lo que
llamamos reflexión y es la base de la razón humana. Si viéramos la reflexión
como lo hicieron los metafísicos, como una propiedad individual, como la actividad
de una facultad individual que ellos llamaron «la mente», escindida de toda
conexión con el lenguaje, y si aceptamos que esa reflexión —que, como lo hemos
dicho, es la base de la razón— es un rasgo típicamente humano, podemos
comprender por qué los metafísicos llegaron a caracterizar a los seres humanos
como seres racionales. La razón, sin embargo, es una función del lenguaje.
Somos seres racionales porque somos seres lingüísticos viviendo en un mundo
lingüístico.
Condiciones estructurales e históricas para el surgimiento del lenguaje
humano
¿Cómo es posible que los seres humanos hayan desarrollado esta
capacidad especial para el lenguaje? Esta es una pregunta que puede ser
respondida al menos de dos maneras: de una manera estructural y de una manera
histórica.
Cuando la contestamos de una manera estructural, debemos examinar las
condiciones biológicas que nos permiten operar en el lenguaje. Esto nos conduce
a examinar la estructura de nuestro sistema nervioso y de nuestros órganos
vocales y auditivos. El trabajo pionero del biólogo Norman Geschwind ha
constituido un pivote en el estudio de la relación entre el lenguaje y el cerebro.
Philipp Lieberman ha hecho importantes contribuciones en el campo de la
fisiología de la dicción.
En el sentido de una explicación histórica o evolutiva, permítaseme
compartir la hipótesis que me sugiriera una vez mi amigo, el biólogo y genetista de
población, Carlos Valenzuela. El sugería que el desencadenamiento de factores
evolutivos que conducen al surgimiento del lenguaje en los seres humanos podría
deberse al abulta-miento de los glúteos de las hembras. Este es un rasgo físico
que distingue a los humanos de los otros primates.

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Los glúteos de la hembra humana, especulaba Valenzuela, podrían haber
sido el factor desencadenante que contribuyó a alterar nuestro equilibrio físico y a
facilitar la posición erecta. Esta última, permite a los seres humanos liberar sus
manos para la recolección de alimentos y la fabricación de herramientas. A su vez,
unos glúteos más abultados pueden haber contribuido a la expansión de la pelvis
femenina, permitiendo el nacimiento de niños con una mayor capacidad craneana
y, por lo tanto, con cerebros más grandes. Con una pelvis femenina más angosta,
como sucede de hecho en otros primates, esos niños simplemente no podían
nacer. Los seres vivos con cerebros más grandes tienen las capacidades
neurológicas necesarias para formas de lenguaje más desarrolladas.
Hay que aclarar, sin embargo, que este tipo de explicaciones no logran
realmente dar cuenta del surgimiento del lenguaje propiamente tal. Sólo explican
el desarrollo de las condiciones biológicas que se necesitan para hacerlo posible.
Como dijimos antes, el lenguaje no es una capacidad individual, sino un rasgo
evolutivo que, basándose en condiciones biológicas específicas, surge de la
interacción social. Una vez que las capacidades biológicas están en su lugar,
necesitamos de la interacción social como caldo de cultivo para el surgimiento del
lenguaje.
EL INDIVIDUO COMO CONSTRUCCIÓN LINGÜÍSTICA
Los individuos como fenómenos sociales
Hemos postulado que los seres humanos son seres lingüísticos.
Examinemos el significado de este postulado. Un aspecto importante de lo que
estamos diciendo tiene que ver con que el individuo, en términos de la persona
que somos, es un fenómeno lingüístico. En tanto individuos, somos un tipo de ser
vivo que, como condición de su propia existencia, vive constreñido a su capacidad
de generarle un sentido a su vida, siempre interpretándose a sí mismo y al mundo
al que pertenece. Ello lo hacemos en cuanto operamos en el lenguaje.
La forma en que damos un sentido a nuestras vidas, es obviamente
lingüística. Basta preguntarle a alguien «¿quién eres?», para reconocer que lo que
obtenemos de vuelta es un relato, una historia en la que «relatamos» quiénes
somos. Nuestra identidad está directamente asociada a nuestra capacidad de
generar sentido a través de nuestros relatos. Al modificar el relato de quiénes
somos, modificamos nuestra identidad.
Se podría objetar lo que estamos diciendo y argüir que no podemos
confundir la historia que tenemos de nosotros (o de otros) con el sujeto al que se
refiere el relato en cuestión. Una cosa es, se nos podría contradecir, el relato y,
otra cosa muy diferente, el sujeto del relato. Pero el punto es precisamente que el
individuo no puede ser separado de su relato. Ese relato es constitutivo de lo que
el individuo es, ya que es, en los relatos que hacemos de nosotros y de otros,
donde generamos lo que somos. La gente con diferentes relatos sobre ellos
mismos son diferentes individuos, aunque puedan haber pasado por experiencias
muy similares. Somos el relato que nosotros y los demás contamos de nosotros
mismos. Reiteramos, al modificar ese relato, modificamos lo que somos.

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Lo señalado, sin embargo, no agota nuestra comprensión de los individuos
como seres lingüísticos. El problema principal que hay con ello es que sigue
siendo una comprensión individual del individuo y, como tal, no toma
suficientemente en cuenta el carácter social del lenguaje. Se debe establecer, por
consiguiente, un segundo punto importante a este respecto.
Postulamos que, en tanto individuos, somos lo que somos debido a la
cultura lingüística en la que crecemos y a nuestra posición en el sistema de
coordinación de la coordinación del comportamiento (esto es, del lenguaje) al que
pertenecemos. En este sentido, el individuo, no sólo es construcción lingüística, es
también una construcción social. Aunque pertenecemos a una tradición que tiende
a separar al individuo de lo social, e interpreta a ambos como términos opuestos
de una polaridad, el individuo, postulamos, es un fenómeno social.
Examinemos este postulado detalladamente. La forma en que nos damos
un sentido y la forma en que actuamos en la vida no es arbitraria y no nos es
posible, en tanto individuos, trascenderla por completo. Las formas como
conferimos sentido y como actuamos descansan tanto en la historia como en las
prácticas vigentes de la comunidad a que pertenecemos.
Las historias que contamos de nosotros y de los demás están fabricadas a
partir de un trasfondo de relatos e historias generados históricamente por la
comunidad para darse un sentido. Nosotros, en tanto individuos, nos constituimos
siempre dentro y a partir del trasfondo de esos meta relatos que llamamos
discursos históricos. Si queremos comprender mejor a un individuo, debemos
conocer los discursos históricos a partir de los cuales éste se constituye. Es dentro
de los principios de coherencia de estos discursos históricos donde podemos asir
la coherencia que hace de un ser humano el individuo que es.
El lenguaje, sin embargo, va más allá de nuestra capacidad de contar
historias, va más allá del discurso. El lenguaje, hemos dicho, es un sistema de
coordinación de la coordinación del comportamiento y está presente en nuestras
acciones. La producción de relatos es sólo una forma, aunque muy importante, de
actuar en la vida. Existen muchas otras formas de enfrentar la vida que no siempre
están incluidas en los relatos que contamos sobre nosotros. Y cada comunidad
desarrolla sus propios modos de enfrentar la vida, de hacer las cosas. Estos
modos de hacer las cosas, de la manera como las hace la comunidad, los
llamamos las prácticas sociales.
La forma en que la gente se comporta en una comunidad es a menudo muy
diferente de como la gente se comporta en otra comunidad. Aunque se atienda a
asuntos similares (tales como asuntos relacionados con la familia, la intimidad, la
muerte, el trabajo, etcétera) la manera como nos hacemos cargo de ellos son muy
diferentes de una comunidad a otra. Por ello es que tenemos costumbres distintas,
formas diferentes de ejecutar el cortejo, de alimentarnos, de vivir en familia,
etcétera. Nuestra coordinación de la coordinación del comportamiento cambia de
una comunidad a la otra. Los franceses, los chinos, los somalíes, los mexicanos,
son todos diferentes porque pertenecen a diferentes sistemas de lenguaje.
Pertenecen a diferentes discursos históricos y prácticas sociales que nacen

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precisamente de diferentes caldos de «cultivo» y, en consecuencia, de diferentes
«culturas», para la emergencia de distintos tipos de individuos. Diferentes culturas
lingüísticas producen diferentes individuos.
Como dicen los miembros del pueblo Xhosa de Sudáfrica, «soy porque
somos». Los individuos son generados dentro de una cultura lingüística dada,
dentro de un sistema de coordinación de la coordinación del comportamiento
dado, dentro de un lenguaje dado, dentro de una comunidad. Una vez que asimos
el lenguaje de la comunidad, podemos comprender mejor al individuo.
Los individuos se constituyen como tales a partir del lugar que los seres
humanos ocupan dentro de sistemas lingüísticos más amplios.
Ya hemos hablado acerca de la importancia, para el individuo, de aquellos
metarelatos que hemos llamado discursos históricos. Constituyen un aspecto
importante del lenguaje de una comunidad. Pero son sólo un elemento particular
dentro de ese lenguaje. Visto como una totalidad, el lenguaje es el sistema de la
coordinación de la coordinación de acciones mantenida por una comunidad y,
como tal, está enclavado en sus prácticas sociales, en la forma en que sus
miembros interactúan entre ellos. Sabemos que no todos los individuos franceses,
somalíes o mexicanos son similares. Existen fuertes diferencias individuales entre
ellos. Claro está, algunas de estas diferencias pueden ser atribuidas a factores
biológicos, ya que todos tenemos diferencias genéticas que surgen como distintas
predisposiciones biológicas. Sin embargo, no es sólo en el campo de la biología
donde podemos fundamentar las diferencias individuales, puesto que el individuo
siempre es una entidad lingüística, una unidad significativa dentro de un sistema
más amplio de lenguaje. Las diferencias biológicas, cuya importancia no negamos,
adquieren su significado y su sentido dentro del sistema de lenguaje.
Un sistema de lenguaje no es un espacio uniforme. Al contrario, es una
estructura de interacción diversificada en la que cada miembro de la comunidad
desempeña un papel diferente. En el sistema de coordinación de la coordinación
del comportamiento, no todos ocupan el mismo lugar ni efectúan las mismas
acciones. El sistema de lenguaje es una estructura de relaciones, y la posición de
cada miembro de la comunidad dentro de esta estructura es un aspecto
importante a considerar en el proceso de individualización, en la constitución de
los individuos como individuos.
Somos lo que somos a partir de las relaciones que establecemos con los
demás. El individuo es constituido como la suma de sus relaciones con los demás.
Las individualidades serán diferentes si en un sistema somos el empleador o el
empleado, el padre o el hijo, el hijo mayor, el del medio o el menor, el actor o el
espectador, etcétera. Uno de los principales méritos de la psicología sistémica ha
sido precisamente reconocer la función de los sistemas sociales (en especial el de
la familia) en la configuración del proceso de individualización.
La historia nos provee de muy buenos ejemplos de personas que se
convirtieron en los personajes que los hacen famosos debido, precisamente, a la
posición que ocuparon en la estructura social. Un ejemplo clásico es el de Thomas
Beckett durante el reinado de Enrique II, en la Inglaterra del siglo XII. Beckett

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había sido el gran amigo de infancia de Enrique y, por lo tanto, fue a quien éste
escoge, una vez Rey, para suceder al Arzobispo de Canterbury cuando éste
fallece, en medio de una gran disputa entre la Iglesia y la Corona. Al nombrar a
Beckett como nuevo Arzobispo, Enrique cree haber resuelto el conflicto a su favor.
Sin embargo, en su nueva posición, Beckett se transforma en un individuo
diferente. Su comportamiento ahora, ya no es el de antiguo amigo del Rey, sino el
que Beckett interpreta que corresponde a la principal autoridad de la Iglesia en
Inglaterra. Su nueva posición, por lo tanto, lo convierte en el gran enemigo de las
acciones emprendidas por la Corona inglesa. Beckett muere asesinado en las
puertas de su catedral, por caballeros de la Corona, presuntamente enviados por
Enrique.
La relación mutua entre los sistemas lingüísticos y el comportamiento
individual
Un principio básico del enfoque sistémico es el reconocimiento de que el
comportamiento humano es modelado por la estructura del sistema al que
pertenece el individuo y por la posición que ocupa en ese sistema. Cuando la
estructura del sistema cambia, puede esperarse que también cambie el
comportamiento individual. Lo que se hizo alguna vez puede no ser hecho
nuevamente, y/o lo que parecía imposible en el pasado puede súbitamente
volverse posible, para los mismos miembros del sistema. Esto es algo que muchas
veces pasa inadvertido. No nos damos cuenta de cómo los sistemas a los que
pertenecemos nos hacen ser como somos.
Nos percatamos a menudo, por ejemplo, de que algunas empresas parecen
reclutar a gente capaz mientras que otras parecen hacer lo contrario. La diferencia
reside frecuentemente, sin embargo, no en el reclutamiento sino en los distintos
sistemas de comportamiento que esas empresas son. Diferentes sistemas de
administración, por ejemplo, generan tipos diferentes de individuos, que son
capaces (o no) de hacer las cosas de muy distintos modos y, por lo tanto, de
volverse (o no) cada vez más capaces. Lo dicho con respecto a las empresas es
igualmente válido en relación a cualquier otro sistema social (v. g. sistema familiar,
sistema educativo, sistema de salud, sistema de gobierno, etcétera).
Basándonos en lo recién dicho, podríamos fácilmente caer en la adopción
de una estrecha aproximación determinística estructural que postularía que lo que
somos en cuanto individuos está determinado por la estructura de los sistemas a
los que pertenecemos. Siendo éste, en un cierto nivel, un postulado válido,
necesita sin embargo ser equilibrado, en otro nivel, por un postulado opuesto. No
podemos olvidar que, mientras que el sistema condiciona lo que somos en tanto
individuos, no es menos válido que somos nosotros, en tanto individuos, los
creadores de ese mismo sistema. ¿Cómo puede ser esto posible? Si aceptamos
que los individuos son fenómenos sociales, ¿cómo pueden entonces ser al mismo
tiempo los diseñadores de su espacio social? No hay aquí ninguna contradicción.
Una vez constituidos como individuos, debido a la capacidad recursiva del
lenguaje humano, somos capaces de observarnos a nosotros mismos y al sistema
al que pertenecemos, y de ir más allá de nosotros y de esos sistemas. Podemos

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convertirnos en observadores del observador que somos y podemos actuar según
nuestras posibilidades de acción.
Nuestra capacidad de reflexión nos permite especular, entablar
conversaciones con los demás (y con nosotros mismos) acerca de nuevas
posibilidades, arriesgarnos e inventar —despojándonos de nuestras ataduras
respecto de nosotros mismos y de nuestro medio social.
El fenómeno del liderazgo arroja luces precisamente sobre esta capacidad
humana de intervenir en el diseño de nuestros entornos sociales y, al hacerlo, de
intervenir también en el diseño de muchos otros individuos. Y el liderazgo,
postulamos, está basado en un conjunto de capacidades lingüísticas
determinadas. Es una de las más claras manifestaciones de la capacidad
generativa del lenguaje.
Dijimos anteriormente que no sólo actuamos de acuerdo a como somos,
sino que también somos de acuerdo a como actuamos. Ha llegado la hora de
complementar esa tesis con otra que nos lleva de la relación entre el ser y la
acción a la polaridad entre el individuo y el grupo (o sistema) social al que aquél
pertenece. Basándonos en lo dicho anteriormente, reconocemos, por lo tanto, que
los seres humanos son seres históricos, seres que viven y operan en el marco de
ciertas condiciones históricas.
No todo es posible para un individuo. Por el contrario, lo que es posible es
siempre un movimiento histórico dado, bajo condiciones sociales específicas e
influenciado por ellas. Los individuos no pueden hacer cualquier cosa. Operan
dentro de los límites de lo que les es históricamente posible. Y lo que es
históricamente posible para un individuo está en función de los sistemas de
lenguaje a que pertenece. Aunque los individuos trasciendan lo que está
históricamente dado, aunque inventen nuevas posibilidades, aunque generen
nuevas realidades históricas, y aunque se proyecten a sí mismos hacia el futuro, lo
hacen como resultado de lo que les es históricamente posible. Esto nos lleva al
tercer principio de la ontología del lenguaje.
Tercer principio:
Los individuos actúan de acuerdo a los sistemas sociales a los que
pertenecen. Pero a través de sus acciones, aunque condicionados por estos
sistemas sociales, también pueden cambiar tales sistemas sociales.
Sólo nuestra estrecha ideología individualista puede cegarnos respecto del
poderoso efecto de los sistemas sociales en nuestra formación como individuos. Si
queremos crear sistemas más efectivos, como por ejemplo lo están haciendo los
japoneses en el campo de la empresa y los negocios, debemos abrirnos a un
nuevo examen de la relación entre los individuos y los sistemas sociales.
Los seres humanos están en la intersección de dos sistemas muy
diferentes. Por un lado, somos un sistema biológico y estamos determinados por
nuestra estructura biológica. En este nivel es donde podemos situar nuestra
capacidad biológica para el lenguaje. Pero, como lo hemos ya señalado, nuestra
capacidad biológica para el lenguaje no genera el lenguaje. El lenguaje surge de la

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interacción social, de la convivencia de unos con otros. Por lo tanto, nos
constituimos como individuos desde el sistema de relaciones que mantenemos
con los demás. Los individuos son componentes de un sistema social más amplio,
el sistema del lenguaje. Su posición dentro de ese sistema es lo que los hace ser
los individuos particulares que son. El énfasis, sin embargo, no debe ser puesto en
el sistema social ni en sus componentes individuales. Es en la relación entre el
sistema social y el individuo, entre el todo y sus partes, que se produce la
dinámica del devenir. El sistema social constituye al individuo, del mismo modo en
que el individuo constituye al sistema social.

COMUNICACIÓN E INFORMACIÓN
José Antonio Paoli Bolio

COMUNICACIÓN
Entiendo la comunicación como el acto de relación entre dos o más sujetos,
mediante el cual se evoca en común un significado.
Antes de entrar a desarrollar el concepto, veamos brevemente qué vamos a
entender por significado. Tomaremos la terminología de Ferdinand De Saussure y
“llamaremos signo a la combinación del concepto y de la imagen acústica”.2 Es
decir, el signo es la combinación de dos elementos: significado y significante. El
significado es aquello que nos representamos mentalmente al captar un
significante. Para nosotros el significante podrá recibirse por cualquiera de los
sentidos y evocará un concepto. El significante podrá ser una palabra, un gesto,
un sabor, un olor, algo suave o áspero.
Para comunicarnos, necesitamos haber tenido algún tipo de experiencias
similares evocables en común. Y para poderlas evocar en común necesitamos
significantes comunes. Cuando dos sujetos están juntos y oyen cantar un gallo, los
dos pueden evocar su imagen, aunque uno hable zapoteca y el otro inglés.
Requerimos experiencias comunes y cuanto más ricas sean éstas, más y
mejor podremos comunicarnos. Es curioso que, aunque nunca hayamos
compartido nada aparentemente, los fenómenos se repiten en el mundo y
podemos evocarlos en común. También, cuando se tiene el mismo lenguaje,
tenemos un mismo tipo de codificación de la realidad y, aunque éste pueda tener
muy diversos matices, nos será más fácil evocar algo en común. Por otra parte, la
comunicación no necesariamente se da evocando al mismo tiempo los
significados comunes; podemos evocar lo que Shakespeare evocó, aunque quizá
en un sentido distinto. Así, escribir se convierte en un lanzar mis pensamientos
mediante una codificación, para que alguien evoque algo en común, aunque yo no
sepa que lo hizo.

2
Curso de lingüística general, Ed. Losada, Buenos Aires, 1975, pág. 129.

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Roland Barthes dice que escribir es ofrecer la última palabra al otro.
La razón de ello es que el sentido de una obra (o de un texto) no puede
hacerse solo; el autor nunca llega a producir más que presunciones de sentido...3
Evocamos algo en común a pesar del tiempo, pero el contexto social le
imprime un nuevo sentido o, si se prefiere, un nuevo uso espiritual, según la
experiencia histórica de cada tiempo y de cada pueblo. De tal manera que lo
comunicado se informa de modo distinto.
En la comunicación la pluralidad de individuos pasa a ser unidad de
significados. Pero esta unidad es tan sólo en relación a los significados
estrictamente comunes. Entre sí, los individuos, los grupos, las clases sociales, las
culturas, tiene serias diferencias en sus concepciones, aun cuando tienen también
posibilidades de evocar siempre algo en común. Después, al relacionarlo con su
contexto, vuelve a transformarse el sentido. Lo común se vuelve otra vez algo
diferente.
Decir que una idea o una representación tienen el mismo sentido es decir
que pueden ser usadas para lo mismo.
Pongamos un ejemplo: un negro de las tribus Nuer al centro este de África y
un ganadero de Chihuahua se encuentran. El nuer es ganadero también, porque
todos los de su tribu lo son; ellos organizan su vida en relación al ganado vacuno
que es central en su cultura; sus actividades, sus viajes, sus posibilidades de
matrimonio, su cohesión social, tienen relación con el ganado. Ambos sujetos
pueden evocar la imagen de una vaca en común. Para el nuer cuarenta cabezas
significan, por decir algo, la posibilidad de obtener una esposa y para el ganadero
de Chihuahua doscientos mil pesos. La experiencia vivida es notablemente
distinta. Dos nuer o dos chihuahuenses pueden evocar en común muchas más
cosas sobre el ganado que los dos sujetos de nuestro extraño encuentro.
El modo de interpretar y valorar la realidad depende del contexto social. La
relación de conocimientos que tengo de una cosa no es inmediata; siempre es mi
cultura, asimilada por mí, en un contexto social y un medio ambiente
determinados, que me permiten conocer el objeto y darle ciertas funciones. Esto
no implica que entre los individuos que forman mi grupo no hayan diferencias, sino
que es más amplio el campo de los significados comunes evocables en común y
más las posibilidades de que les demos un sentido similar.
Dentro de un mismo contexto también surgen diferencias: uno es el padre
de la novia y otro el pretendiente, uno el que manda y otro el que obedece, uno el
que produce y otro el que administra, uno el que hechiza y otro el hechizado, etc.
Los individuos no pueden, desde su posición, relacionar las cosas del mismo
modo que el que está en la posición opuesta. El padre y el pretendiente pueden
evocar la imagen de la muchacha, pero no tener las mismas expectativas en

3
Ensayos críticos, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1973, pág. 9.

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relación a ella y, mucho menos, evocarlas en común; en ese sentido no pueden
comunicarse. Pero, en otro sentido, la comunicación es perfectamente factible. Un
sujeto al pedir la mano de una muchacha provoca una reacción esperada y esa
petición significa algo socialmente.
La vida de todos los días se comparte con otros, me hace conocer las
cosas y las relaciones que debo guardar con ellas y con mis semejantes. Cuando
realizo alguna acción, como vestirme a la moda, espero que la gente de mi grupo
social diga que soy un sujeto de buen gusto; si efectivamente lo piensan así, estoy
realizando una acción social,4 y, con ello, estoy evocando un significado común:
me estoy comunicando.
En una guerra civil un general tiene significados comunes con el jefe del
bando contrario, los dos quieren tomar la ciudad para ganar la guerra. Como
ambos conocen el terreno, los deseos del contrincante y aproximadamente su
fuerza, pueden prever con relativa certeza los movimientos del enemigo. Si el
general toma la ciudad, el jefe contrario se considerará perdido y el general será
triunfador. Obviamente hay entre ellos una relación de enemistad que depende del
conjunto social y, al ganar uno, los dos saben quién es el triunfador, pero ese
triunfo no tiene para ambos el mismo sentido. Estamos aquí frente a una relación
social,5 en ella hay un cierto significado común, pero interpretado de un modo muy
distinto. La comunicación es más pobre, pero de alguna manera hay
representaciones comunes. Según Weber, cuando deja de existir la probabilidad
de que una forma de conducta tenga algún sentido previsible para unos o posea
un sentido entendible para otros, deja de ser social. Y nosotros diríamos, deja de
haber comunicación humana.
Ahora, tanto la relación social como la acción social pueden evocar una
pluralidad de conceptos, esto quiere decir que no necesariamente son unívocas.
Aquí entenderemos acción social cuando haya una idea central evocada por los
sujetos, a raíz de la acción de uno o varios de ellos, con el mismo sentido. Y
relación social, cuando el significado común tiene un sentido para éste y otro para
aquél, pero ambos tienen alguna probabilidad de predecir cómo actuará el otro o
por qué actuó así.
Los hombres pueden evocar en común algunas cosas y otras no; y aun lo
evocado puede tener distintos sentidos.
Tratemos de resumir un poco: los hombres pueden evocar en común
algunos conceptos mediante diversos significantes. Estos significantes pueden ser
palabras, gestos, etc., que evocan una pluralidad de sentidos, entre los cuales uno
es preponderante y se evoca en común. En algunas ocasiones lo comunicado

4
Uso el término en el sentido de Max Weber. Véase el primer capítulo de Economía y sociedad, Fondo de
Cultura Económica, México, 1969.
5
Ibid.

12
tiene el mismo sentido para lo que se comunican, y en otras tiene sentidos
diferentes, pero entendibles para los que participan de la relación comunicativa. Si
no hay aunque sea un mínimo de sentido comprensible para los sujetos, no hay
comunicación.
Las preguntas que le haríamos a una teoría o a una corriente sociológica,
que estudiara la comunicación, serían sumamente ambiciosas: ¿qué mecanismos
hacen que algunos de nuestros significantes puedan ser comunes, aunque no
compartamos la misma lengua?, ¿qué mecanismos hacen que podamos compartir
los mismos significados, seamos o no miembros de la misma cultura, clase social,
que pertenezcamos a distintos grupos o que desempeñemos roles diferentes?,
¿qué tipos de significados y por qué no podemos evocarlos en común, si
pertenecemos a distintas culturas, o clases sociales, o a distintos grupos y roles?,
¿por qué si los significados evocables por un significante son muchos, podemos
tomar uno como preponderante?, ¿por qué un mismo significado, puede tener
usos o sentidos iguales y otros, aun siendo evocados en común, tienen sentidos
diferentes?
Por otra parte preguntaríamos: ¿cómo son afectados todos estos
mecanismos por los diversos medios (T.V., cine, periódico, gestos, palabras, etc.),
ya que los medios no sólo son trasmisores, sino que afectan los modos de
percepción y significan de modos diferentes?
Quizás un ejemplo ayude a entender mejor esta última pregunta. Georg
Lukács, ya en 1913,6 pensaba que era una equivocación decir que el cine
desplazaría el teatro. “Porque la raíz del efecto teatral no se encuentra en las
palabras y en..., sino en el poder mediante el cual un hombre, el vivo deseo de un
hombre vivo, se trasmite sin mediación y sin ningún conducto obstaculizador a una
persona igualmente viva. El escenario es presente absoluto”.7 “La ausencia de la
situación presente es la característica esencial del ‘cine’... No se trata de un
defecto del cine, sino de su límite, su principium stilisationis”.8
Lukács continúa hablando de las consecuencias que se derivan de estas
peculiaridades. Así, las características de los diversos medios también hacen que
los significados adquieran sentidos diferentes.
Como podrá suponerse, una teoría de la comunicación así, tendría que
concebirse junto con una teoría de la sociedad global, que responda a estas
ambiciones y sería complejísima. Sin embargo, diversas corrientes teóricas han
abordado la problemática general con cierta coherencia interna. No digo que un
solo individuo haya dado respuestas perfectamente estructuradas a todos los

6
En “Reflexiones sobre una estética del cine”, escrito en 1913. Publicado por Editorial Península. De
Barcelona, en 1968, entre un conjunto de escritos de Lukács reunidos bajo el título de “Sociología de la
literatura”.
7
Ibid., pág. 71.
8
Ibid., pág. 72.

13
puntos de tan ambicioso proyecto, pero sí que diversos individuos a través de
muchos años de trabajo, manteniendo ciertos rasgos que los caracterizan como
una corriente, han procurado con una relativa coherencia plantearse estas
cuestiones. Los siguientes capítulos están dedicados a tres de ellas, que
consideramos dominantes en nuestra época.
Antes de presentar en rasgos generales estas tres corrientes, me parece
importantes esbozar otro concepto muy relacionado con el de comunicación y que
es, al mismo tiempo, estructurante de la comunicación humana, Se trata de la
información.

INFORMACIÓN
Entiendo por información un conjunto de mecanismos que permiten al
individuo retomar los datos de su ambiente y estructurarlos de una manera
determinada, de modo que le sirvan como guía de su acción.
No es lo mismo que comunicación, aunque la supone. En la información no
necesitamos evocar en común con otro y otros sujetos. Ahora bien, si queremos
que se difunda el modo de dirigir la acción que yo diseñé a partir de los datos de
mi medio ambiente, tendré que trasmitirlo en los términos de los otros, de tal modo
que podamos evocarlo en común y entendernos.
Pongamos un ejemplo. Cuando hablamos de la caída de los cuerpos,
hablamos de un fenómeno general, pero cuando un arquitecto habla de la
plomada, se refiere a una línea recta dirigida al centro de la tierra. De este modo
ha informado el concepto general de gravedad, le ha dado una forma que le ayuda
a construir. Puede utilizarse como guía de verticalidad. Si al arquitecto quisiera
enseñar esta guía, debe referirse a significados comunes; en este caso la
gravedad como significado común pasa a constituir una novedad que dirige
nuestra actividad de constructores.
El mismo fenómeno o el mismo significado de gravedad se informaría de
modo distinto, si habláramos del tiro parabólico.
La información del significado expresa algo en relación a un modo de
actuar.
La información periodística es tal, en tanto los datos publicados sobre la
bolsa de valores indiquen a los corredores qué hacer y en tanto la opinión del
editorialista nos haga cambiar de idea respecto a algo. La historia nos informa, en
tanto orienta nuestra imaginación hacia los posibles resultados de nuestro actuar
sobre la realidad social. Pero con más precisión, diríamos que nosotros
informamos los datos al darles una utilidad específica: la información no son los
datos sino lo que hacemos con ellos.
Nuestro contexto social nos enseña formas más o menos comunes de usar
las cosas y las relaciones; en este sentido podemos decir que nuestros
significados comunes están informados o que nuestra comunicación está
informada, aunque en muchas ocasiones no sepamos exactamente por qué o para

14
qué. Pongamos un ejemplo: cuando un cuento le dice a un niño que el patito
puede ganar muchísimo dinero si hace tal o cual cosa, que además es muy buena
moralmente hablando, ese cuento está trasmitiendo valores éticos que son guías
para la acción, y podemos decir que tiende a informarle sus acciones futuras.
Sería muy distinto que le señalara que, para hacerse rico, se necesita usar del
trabajo ajeno y que eso es muy malo. Ambos serían modos de informar la
comunicación.
Cuando los significados comunes se informan de la misma manera,
tendemos a actuar de modo similar. Dos sujetos tienen la misma información, no
cuando tienen los mismos datos, sino cuando tienen el mismo modo de orientar su
acción. Y cuando evocan en común el significado de su acción, se comunican la
misma información.
Un científico, trabajando en su gabinete, está tratando de informar la
actividad propia o ajena, aunque su labor sea sólo descriptiva; ya que con ello
dará bases para reorientar la acción.
La comunicación humana evoluciona y con ella la acción social, gracias a
las nuevas informaciones. Por otra parte, los significados comunes pueden dejar
de serlo, cuando se han informado de una manera distinta. Pongamos un ejemplo:
antes de Cristo, la cruz significaba castigo para los malhechores, algo así como la
silla eléctrica de hoy; después de Cristo, el significado de la cruz cambió para los
primeros cristianos, evocaba en ellos la redención del género humano; indicaba
también pautas de conducta a seguir. El significado para ellos había cambiado
notablemente. Para los paganos significaba lo mismo que antes. Cuando para
unos era señal de castigo y humillación, para otros evocaba vida eterna. La
comunicación, en este sentido, se había roto entre los dos grupos.
Si en el mundo se dieran solamente procesos de información, no podría
haber sociedad. Afortunadamente esto no es posible.
Una teoría de la información debería darnos instrumentos para reconocer
los mecanismos sociales que posibilitan la transformación de los sentidos de la
acción social que remodelan los significados de un grupo.
Cuando un partido toma el poder político tiende a informar, según sus
tendencias, a la sociedad. ¿Cómo es que puede lograrlo o no? Esta respuesta
habrá que responderla en el contexto histórico concreto, según los modos
peculiares en que construye y orienta sus organismos para el aprendizaje, la
diversión, la hacienda, las obras públicas, etc. La información concreta habrá de
analizarse en su contexto, como algo determinado y determinante que tiende a
conformar el conjunto social.
Una teoría de la información también deberá brindar instrumentos lógicos
que nos ayuden a comprender la lógica social de las distintas sociedades, para
conocer la guía de transformación que un grupo humano está dispuesto a seguir.
Como se ve, la comunicación y la información son fenómenos ligados, son
como hermanos siameses que comparten el corazón y dependen el uno del otro.
Sin embargo, paradójicamente, se oponen. Una nueva información contradice la

15
anterior y esta nueva información no puede hacerse social y dirigir la acción del
conjunto, si no puede evocarse en común.
Así, comunicación e información son dos aspectos de la totalidad de una
sociedad. La sociedad no puede ser tal sin la comunicación y no puede
transformarse sin la información. Ambos conceptos no pueden separarse del
estudio de la sociedad global. Si se concibieran como elementos separados
perderían su razón de ser, sus raíces, el fundamento de su sentido. En la práctica,
frecuentemente, se les separa del proceso social global, pero entonces no puede
entenderse el sentido de los significados que evocan en común, no puede
entenderse el porqué de las nuevas informaciones.
PAOLI Bolio, José Antonio. Comunicación e Información Edit. Trillas, México,
1991.Capítulo 1: “Comunicación e Información”, pp.11-17

FUNCIONES DE LA COMUNICACIÓN1

EL PROBLEMA DE LAS “FUNCIONES“

El análisis de los componentes de la comunicación es, sin duda, preliminar


a cualquier discusión al respecto y nos permite hacer frente a una serie de
problemas del ámbito psicosocial. Una vez dejado en claro que el lenguaje es sólo
uno de los sistemas de comunicación de que dispone el hombre, aunque sea el
más conocido y estudiado, nos podemos preguntar: ¿cómo actúan los diversos
sistemas de comunicación?’, ¿qué funciones desarrolla y qué significados
trasmiten?’ El interés en este caso se enfoca a analizar no ya “qué es” la
comunicación y cuál es su estructura sino “para qué sirve”, cómo se emplean en la
realidad los diversos sistemas, cómo interactúan en la codificación y
descodificación de los mensajes. El análisis de las funciones de la comunicación
nos permite, por tanto, concentrarnos en el dinamismo del proceso de la
comunicación. Antes de proceder a la exposición de las diversas funciones, es
conveniente precisar algunos aspectos característicos de este tipo de análisis.
El dato más relevante es el ligado al hecho de que en literatura nos
encontramos a menudo frente a una serie innumerable y compleja de listas de
funciones (sobre todo a propósito del lenguaje, por cuanto que es un tema más
“antiguo”, pero ahora también a propósito de los aspectos no verbales), cada uno
de los cuales es expresión de puntos de vista diversos del autor o autores que los
han propuesto.

1
Ricci y Zani. La comunicación como proceso social. Capítulo II: Funciones de la comunicación. México, Grijalbo-CNCA,
1990. pp. 55-73.

16
Cualquier catalogación corre el riesgo de ser arbitraria y poco sostenible,
puesto que, como recuerda Robinson (1972), “no se puede inmediatamente ni
demolerla ni confirmarla por vía experimental” (trad. it.,51). Éste en efecto, es uno
de los motivos por los que en psicología no es muy popular el enfoque “funcional”
basado en clasificaciones que inevitablemente quedan sujetas a críticas por su
arbitrariedad, porque no están completas y por su escasa utilidad.
Por eso nos parece oportuno retomar las consideraciones de Robinson
(1972) acerca de las exigencias que debería cumplir cualquier taxonomía definitiva
sobre las funciones del lenguaje:
a) debería cubrir todos los usos del lenguaje. El sistema debería ser
jerárquico, además de categorial, y en este sentido parece semejante a los
sistemas de clasificación de las ciencias biológicas;
b) debería incluir todos los aspectos para y extralingüísticos de los
enunciados;
c) las categorías deberían ser claramente definibles respecto de su uso.
Ello exige que a) para todo término del sistema sea preciso especificar la
relación con los demás términos, sobre todo por lo que respecta a semejanzas
y diferencias; b) deben proporcionarse indicaciones para reconocer una
categoría de una manera inequívoca cuando se la encuentra;
d) sin embargo, no hay que perder de vista la inadecuación de cualquier
taxonomía que se proponga, debido en parte a la naturaleza misma del
comportamiento de la comunicación: siempre es posible reorganizar la categoría
de manera diversa y más convincente (Robinson, 1972). A la luz de estas
consideraciones hemos procedido a distinguir una taxonomía de las funciones,
con el propósito de poner de relieve los aspectos dinámicos del proceso de la
comunicación en su conjunto, habida cuenta de todos los componentes verbales y
no verbales.
Entre las propuestas de la bibliografía (pocas en realidad, y las más
numerosas se centran sólo en el lenguaje) hemos tomado como base la
clasificación formulada por Scherer (1980) acerca de las funciones de los signos
no verbales en la conversación y por Fraser (1978) sobre los tipos de
comunicación: las hemos ajustado e integrado con otras categorías que nos
parecen necesarias para proporcionar un cuadro de referencia más completo. Ha
resultado de ahí un esquema probablemente no exhaustivo, y desde luego no
definitivo, que comprende las siguientes funciones:
a) referencial (o representativa);
b) interpersonal (o expresiva);
c) de auto y heterorregulación (o de control);
d) de coordinación de las secuencias de interacción;
e) de metacomunicación.

17
Respecto a esta lista es oportuno precisar que todo suceso comunicativo
puede desempeñar, a la par, más de una función. Más aún, la comprensión
completa de un suceso de comunicación comporta por norma el análisis
plurifuncional. Por ejemplo, la frase “Te prohíbo que salgas” expresada de manera
enfática con tono amenazante, se puede emplear en un contexto donde constituya
una tentativa de regulación del comportamiento de otra persona, pero puede
también expresar características referentes a la personalidad del emisor, a su
estado emotivo; definir la relación con el otro; además, desde luego, de que
trasmite un contenido bien preciso. Está claro, pues, que en la exposición que
sigue las varias funciones se tratarán por separado sólo con fines analíticos.
Además, es preciso recordar que los diversos sistemas de comunicación
son sustituibles entre sí y se pueden emplear para expresar cualquiera de las
funciones catalogadas. Una relación de superioridad/inferioridad se puede
manifestar tan claramente con una expresión lingüística del tipo: “Yo soy el que
manda”, o bien con una mezcla de ademanes, movimientos de la cabeza, de la
mirada, posturas. Sin embargo, como precisa Fraser (1978)
Parece que existen diferencias netas acerca del tipo de comunicación que
se produce de ordinario en los diversos sistemas. La comunicación referencial es
en gran parte ámbito del lenguaje, con su estructura sistemática y su mapa
semántico, que se forma con su relación al mundo no lingüístico. Por otro lado,
gran parte de la regulación de la interacción no es lingüística, y se puede
demostrar con facilidad que todos los sistemas comportan informaciones
interpersonales (Fraser, 1978, trad. it., 145).

FUNCIÓN REFERENCIAL
Se la considera como la función fundamental de la comunicación, y consiste
en el intercambio de informaciones entre los interlocutores sobre un objeto o
“punto de referencia”. De ordinario se toma como punto de referencia un hecho del
mundo exterior, un suceso sobre el que un sujeto emisor desea proporcionar
informaciones al oyente. Es lo que se ejemplifica en el modelo tradicional de
comunicación. Ya se ha dicho (véase capítulo I) que esta definición no abarca
todos los intercambios de una comunicación (no siempre la transmisión de
información viene al caso), pero constituye sin duda un capítulo central en el
estudio de la comunicación, sobre todo de la comunicación lingüística. Está claro,
desde luego, que aun siendo posible en ciertas situaciones transmitir
informaciones mediante modalidades no verbales, es sobre todo con el lenguaje
como ciertos contenidos se codifican.
Profundizar el análisis de esta función significa hacer frente al problema del
“significado”, o sea, de la semántica del lenguaje. El término “semántica” indica las
relaciones entre formas lingüísticas y el mundo extralingüístico al que se aplican:
un estudio adecuado a nivel semántico comporta el análisis del modo como el
hablante de una lengua organiza el mundo en torno a sí, las formas lingüísticas
que usa y el modo como vincula esos dos elementos (Fraser, 1978).

18
Para que se tenga un intercambio de comunicación “consumado” (o eficaz)
a nivel referencial y se eviten malos entendidos, es importante que los
interlocutores compartan una misma estructura semántica. Esto refiere a la
especificación de los puntos de referencia concretos, no sólo de cada una de las
palabras (y por lo tanto la conciencia de fluctuación semántica intrínseca de todo
término), sino también de expresiones lingüísticas más amplias y complejas (baste
pensar en las expresiones idiomáticas o en las “maneras de decir”, en las
connotaciones positivas o negativas de una expresión según el contexto, en las
modalidades irónicas al comentar un hecho o una situación). Se regresa, en suma,
a todos los problemas que entran en la codificación y descodificación de los
mensajes y que, por tanto, y como se ha dicho, abarcan aspectos no verbales: por
esto se subraya la oportunidad de desarrollar de manera adecuada el estudio de la
semántica, incluso de los demás sistemas de comunicación (Fraser, 1978). A este
propósito, Scherer (1980), al delinear una tipología de la función de los signos no
verbales, afirma que éstos funcionan semánticamente cuando en sí mismos
significan un punto de referencia, o bien cuando inciden en el significado de los
signos verbales concurrentes. En el primer caso, el de la significación
independiente, se hace referencia a los “emblemas” (Ekman y Friesen, 1969), o
sea, a las señales gestuales y faciales codificadas de ordinario de una manera
invariable y discreta, que sustituyen a los signos verbales: ocurre sobre todo
cuando la comunicación es imposible por la distancia, los ruidos o por encuentros
en extremo rápidos.
En el segundo caso se puede tener, en cambio, una amplificación, una
contradicción o una modificación del significado de expresiones verbales
empleadas en el comportamiento no verbal. Los signos no verbales pueden
enfatizar, ilustrar o esclarecer todo lo que se ha expresado lingüísticamente,
mediante insistencias paralingüísticas (por ejemplo, elevando el tono de la voz,
intercalando pausas), expresiones faciales, ademanes (véase más adelante). Se
tiene contradicción en el caso de una discrepancia entre el significado del
comportamiento verbal y el no verbal en un acto de comunicación. Es el caso de la
ironía, donde el significado de una frase verbal se pone en duda o se contradice
por signos no verbales inadecuados, como un énfasis exagerado de la entonación
(se habla entonces de “incoherencia entre los canales”, cf. sección “Componentes
del acto de la comunicación” en el capítulo I).
La construcción del mapa del lenguaje en el mundo lingüístico es sólo parte
de un análisis de la comunicación representativa. A menudo, en efecto, lo que se
verbaliza o expresa de manera manifiesta no es más que una parte de los
elementos que se hallan presentes en la mente de quien comunica, aspectos que
en general se dan por descontados o “se presumen”. El uso de las presunciones
en la comunicación es un dispositivo necesario para tener intercambios veloces y
proceder sin vernos constreñidos cada vez a redundancias inútiles. Baste pensar
que si no fuere así estaríamos obligados a increíbles paráfrasis como lo
demuestra claramente el siguiente ejemplo de Osgood (1971). Si un padre le dice
a su hijo: “Por favor, cierra la puerta”, es probable que así se realice sin que se
deba añadir nada más. Pero si la información referencial debiera explicarse en su
integridad, el padre debería decir algo así: “Ambos sabemos que tú eres capaz de

19
cerrar la puerta. Hay una puerta al otro extremo de la sala. Esa puerta se
encuentra abierta. Yo, como tu padre, deseo que cierres esa puerta”.
Por fortuna comenta Fraser (1978) al traer ese ejemplo, el padre, como
cualquier otra persona, presume (da por sentado) gran parte de su discurso, y así
puede expresarse con cinco palabras en vez de treinta y tres. Sin embargo, un
estudio sistemático de las presunciones exige mucha dedicación, porque es un
cometido en extremo complejo. Para darnos cuenta de qué parte de las
informaciones se da por sentada, a veces no es suficiente con tener presentes los
elementos que constituyen el contexto social inmediato en que tiene lugar la
comunicación. Las presunciones pueden ir ligadas también a factores no
deducibles del contexto, que remiten a un acervo de conocimientos comunes y de
afirmaciones compartidas (véase más adelante).
La comprensión de las presunciones, básica para la comunicación en que
predomina el aspecto (o función referencial), comporta también un análisis de lo
que se intercambia a nivel interpersonal.

FUNCIÓN INTERPERSONAL. (O EXPRESIVA)


Un mensaje verbal no es nunca una transmisión neutra de informaciones
sobre el mundo circundante, sino que siempre hay también una comunicación
entre quien habla y sus interlocutores. Es un grave error, recuerda Danziger
(1976), suponer que la gente dice siempre lo que parece estar diciendo: las frases
que se intercambian pueden referirse a un suceso del día anterior, a una película,
a un episodio a que se ha asistido, pero al conversar sobre ese tema, las personas
confirman o ponen en tela de juicio la relación social existente entre quien habla y
quien escucha.
El mundo al que hacen referencia en tal caso los mensajes, de una manera
más o menos directa, es el mundo del status o posición social o del poder, del
amor o de la “solidaridad”, de la hostilidad y de la afectividad. Danziger habla en
este caso de “función de presentación”, para distinguirla de la función de
“representación” (o referencial). Ambas comportan una relación entre un
significante y algo que es un significado, pero de manera muy diversa. Las frases
constituyen una representación explícita de su contenido semántico, pero al
mismo tiempo, cuando se pronuncian en determinado contexto interpersonal,
presentan interrogantes cuya referencia es la relación entre los interlocutores. Por
ejemplo, el planteamiento no se expresa con afirmaciones explícitas del tipo “Yo
soy superior a ti, por lo tanto te mando”, si no que se pueden trasmitir de manera
implícita por el tono de la voz, la mirada, el mantenerse a cierta distancia. Son
signos significativos aunque no exista un diccionario de estos significados.
Las informaciones que se intercambian hacen referencia, por tanto, a
muchos aspectos que tienen que ver con los que participan en la interacción y las
relaciones que existen entre ellos. Según las indicaciones de Fraser, tales
informaciones se pueden reagrupar en tres clases principales: a) identidad social y

20
personal: b) estados emotivos temporales o actitudes habituales: c) relaciones
sociales.
a) Toda la gama de rasgos extralingüísticos, paralingüísticos y lingüísticos
es portadora de informaciones referentes a la identidad y a la personalidad del
emisor. Del lenguaje se pueden extraer muchas inferencias acerca de las
características de una persona: el plan de su discurso, los empleos gramaticales y
léxicos pueden ser útiles indicadores de las características demográficas, como
edad, sexo, ocupación, educación, procedencia. Por ejemplo, no tenemos
particulares dificultades en captar la procedencia geográfica (si es del norte o del
sur de Italia) de alguien que habla, por cuanto que características fonológicas
además de sintácticas nos permiten una identificación inmediata. Así como el uso
de un lenguaje técnico nos hace comprender que el interlocutor es un “entendido”
de ese ramo, un procedimiento análogo de inferencias se pone en acción a
propósito de las características de la personalidad del emisor: de la manera como
uno habla, de sus actitudes, de cómo se mueve y se viste es posible sacar
conclusiones acerca de algunas dimensiones de la personalidad como su
inteligencia, extroversión, etcétera.
En parte se trata de aspectos que una persona puede utilizar
conscientemente presentándose, o sea, proponiendo a los demás cierta imagen
de sí: la persona en cuestión puede obtener el resultado querido (por ejemplo,
parecer excéntrica, de posición social elevada de gran ingenio) mediante la
manipulación del aspecto exterior (indumentaria arreglo personal, maquillaje), por
los aspectos no lingüísticos del discurso (acento, tono de voz, ritmo) y el estilo
global del comportamiento tanto verbal como no verbal.
b) La expresión de los estados emotivos puede ser explícita, o sea,
declarada verbalmente (por ejemplo, “Hoy me siento feliz”) o bien se puede
realizar mediante señales no verbales (por ejemplo, una sonrisa, una expresión
facial relajada, un semblante soñador).
Esto vale también para la comunicación de actitudes para con los demás
(por ejemplo, amistad, afabilidad). En todos estos casos, los sistemas no verbales
parecen estar dotados de mayor eficacia de comunicación. Argyle y sus
colaboradores llevaron a cabo diversos experimentos con este propósito (cf.
sección “El canal” del capítulo I) y llegaron a la conclusión de que el efecto de los
indicios no verbales era notablemente superior al de los indicios verbales al influir
en los juicios de actitudes como las de inferioridad y superioridad (Argyle, Salter,
Nicholson, Williams y Burgess, 1970).
Los resultados del experimento demuestran que los estímulos verbales
operan sólo como intensificadores en el caso de reforzar la naturaleza percibida
por el mensaje; pero cuando los elementos se contradecían entre sí, los indicios
verbales no sólo carecían de eficacia, sino que eran sobre todo los sistemas no
lingüísticos los que proporcionaban las informaciones.
Resultados semejantes fueron los obtenidos en otra investigación donde se
analizó la comunicación en una situación de “amistad-hostilidad” (Argyle, Alkema y

21
Gilmour, 1972). En este caso, por el contrario, los estímulos no verbales, incluso el
tono de voz, se consideraron seis veces más eficaces que los verbales.
Por lo que respecta a la comunicación de las emociones hay que recordar
que en los últimos años ha sido objeto de muchos estudios, sobre todo el mundo
no verbal (véase el capítulo VI).
Las emociones más comunes, en efecto, se expresan de manera evidente
mediante el comportamiento exterior. Por ejemplo, un estado de ansiedad se
puede revelar por el tono de la voz, la expresión facial (tensión, aumento de las
pupilas, transpiración), por los ademanes (actividad general del cuerpo y de las
manos, que manosean objetos continuamente), por la mirada (rápida, fugaz).
Incluso movimientos corpóreos difusos, al parecer sin propósito, pueden ser
índices de excitación emotiva, así como gestos particulares pueden indicar
estados emotivos específicos; por ejemplo, apretar los puños revela agresividad,
rascarte el índice indica incomodidad, secarse la frente indica cansancio (Ekman y
Friesen, 1969).
Entran también en este ámbito los problemas de control, simulación y
disimulo de emociones. Los interlocutores, en efecto, pueden tratar de esconder
su real estado emotivo o manifestar condiciones emotivas distintas de las que
sienten (véase más adelante sobre estos aspectos). Por lo que respecta a las
actitudes para con los participantes, durante la interacción se expresan también
actitudes frente al tema de discusión. Se puede estar interesado, involucrado,
hastiado, disgustado, respecto de lo que se discute, y esto se puede expresar con
gestos, posturas, actos paralingüísticos, así como mediante la elección de ciertas
expresiones o palabras clave que expresan una actitud positiva o negativa frente
al objeto. Wiener y Mehrabian (1986) han hablado a este propósito de
“inmediatez”, poniendo de relieve cómo, por ejemplo, la comunicación de
sentimientos negativos puede llevarse a cabo mediante el uso de demostrativos
“especiales” como por ejemplo el de “ese” en vez de “este”, indicando
distanciamiento (“esa gente”, “esa clase de personas”).
c) En todo trato social se intercambian informaciones referentes también a
las relaciones sociales (o de rol) que existen entre los participantes. Las
particulares relaciones de parentesco, familiares, poder, se caracterizan por el
derecho o deber de usar determinadas formas lingüísticas asociadas a
expresiones no verbales adecuadas. Esto no sorprende, porque se trata de
modalidades utilizadas comúnmente en la comunicación cotidiana con base en las
convenciones existentes en determinada cultura y que constituyen, por tanto,
patrimonio de cualquier adulto competente. Este aspecto es más problemático, en
cambio, para el niño que, en su actividad de adquisición de la competencia
comunicativa, debe arrostrar este cometido, aprendiendo gradualmente la
oportunidad de expresarse de manera diferente según la relación entre él y el
interlocutor que tiene enfrente (un coetáneo, un adulto con el que tiene
familiaridad, un adulto extraño; véase capítulo VIII).
Uno de los aspectos más estudiados del lenguaje de las relaciones sociales
se refiere al uso de alocutivos, es decir los modos como una persona se dirige a

22
otra y los significados que comportan. A este respecto ya es un clásico el brillante
estudio efectuado por Brown y Gilman (1960) sobre el desarrollo de las reglas de
selección de las formas pronominales, seguido por una serie de investigaciones
del mismo tipo sobre los aspectos sociolinguísticos. Se ha puesto de relieve que
todas las sociedades tienen modos culturalmente definidos de dirigirse a los
demás: el uso del nombre propio o bien el título, más apellido, así como el uso de
la forma familiar o bien de la formal de los pronombres (tu y lei en italiano, tu y
vous en francés, du y sie en alemán) se basan o indican relaciones precisas entre
quienes actúan. La elección entre las dos posibilidades, en suma, especifica el
modo como yo presento la relación con el otro y el tipo de relación que pretendo
que se establezca entre nosotros. Los autores citados han subrayado que son
sobre todo dos los aspectos de la relación social a los que se hace referencia con
el diferente uso de alocutivos y pronombres: poder (o status) y solidaridad. El uso
recíproco de formas familiares (o de formas de cortesía) indica solidaridad; la
modalidad no recíproca del uso de formas familiares revela la existencia de
diferencia de status en la relación, donde la persona de nivel superior recibe el
alocutivo más formal, mientras que usa la forma familiar con el subordinado. En la
medida en que una pareja procede de una forma de cortesía recíproca a un uso
recíproco de alocutivos de familiaridad, es la persona de status superior la que de
ordinario da pie al cambio.
“Además de los alocutivos y del uso de pronombres existen otras
modalidades que desempeñan un papel en el lenguaje de las relaciones sociales.
Brown (1965) recalcó cómo el complejo sistema de los títulos honoríficos de
carácter lingüístico, propio de muchas sociedades del Lejano Oriente, permite
cambios sistemáticos según la relación de status y de intimidad. Brown y Ford
(1961 encontraron que también las fórmulas de saludo tienen una forma familiar y
otra de cortesía: la primera es más usada ordinariamente entre los íntimos, la
segunda es más común con los superiores y con los que apenas se conocen.
Y también la denominación múltiple cuando se emplean diversas versiones
del nombre de la persona, como apodos y diminutivos varios, se considera una
señal que indica relaciones muy íntimas, por ejemplo entre las parejas, donde es
posible advertir series enteras de nombres especiales (para un extenso análisis
del problema de las características de las relaciones de rol, cf. Robinson, 1972,
capítulo VI).

FUNCIÓN DE AUTO Y HETERORREGULACIÓN (O DE CONTROL)


Existe un aspecto de la comunicación que se puede llamar en general
instrumental o de control del comportamiento, cuyo propósito es conseguir un
objetivo concreto. Pedirle el periódico al vendedor de periódicos, indicar con el
ademán o la mirada el salero en la mesa, pedir que se abra una ventana en una
estancia llena de humo, son ejemplos de comunicación cuyo propósito es
satisfacer algunas exigencias personales sirviéndose de otros.
Para realizar la regulación del comportamiento ajeno tenemos a disposición
muchas posibilidades a nivel lingüístico, formas más directas que se expresan

23
como “mandos” y “ordenes” con modalidades indirectas (uso de verbos modales
como “conviene”, “sería necesario”, “es preciso”, unidos a verbos de acción).
Obviamente, la elección de tales expresiones depende de factores varios
vinculados al contexto y a los participantes, por lo que hay ciertas formas
consideradas más apropiadas que otras. Por ejemplo, Soskin y John (1963) han
distinguido seis diversos modos verbales, todos potencialmente eficaces para que
a uno le presten un saco de vestir:
Hace frío hoy (enunciativo).
Préstame el saco (directivo).
Tengo frío (señalativo).
Tu saco es caliente (mensurativo).
Brr... (expresivo).
Me pregunto si habré traído el saco (dubitativo)
Considérense las modalidades de que dispone el adulto para controlar el
comportamiento de un niño y obtener de él algo. Halliday (1971), al analizar el
lenguaje como sistema de opciones, presenta de manera ejemplar toda la gama
de posibilidades que una madre tiene a su disposición para expresarle al hijo las
propias intenciones respecto de lo que desea que sea hecho o no hecho. Cada
una de las opciones– que están ligadas al particular contexto de socialización en
que se está operando– se pueden expresar mediante formas léxico-gramaticales
diversas. Puede ser un mandato directo, una amenaza, un llamado, y en este
último caso puede recurrir a su autoridad de adulto, o bien acogerse a la razón y
explicar que es lo oportuno: cada una de estas opciones se puede realizar a través
de una vasta gama de diferentes categorías gramaticales y voces léxicales. Pero
no se puede olvidar que igualmente vasta es la gama de posibilidades no
verbales, como todo padre bien sabe, con las que se puede controlar el
comportamiento del hijo: un ademán, una mirada, arquear las cejas, son
igualmente significativos y eficaces; así como los elementos paralingüísticos,
como el tono de voz, el énfasis, etc., asociados a expresiones verbales. A veces,
en fin, controlar a los demás alcanza no sólo a su comportamiento sino a los
estados afectivos: bromas, tomadas de pelo, insistencias molestas y semejantes.
Por lo que respecta a la función de autorregulación, no existen
investigaciones que la hayan analizado de manera sistemática. Sin embargo, es
interesante a este propósito un trabajo de Siegman (1977), según el cual no sólo
codificamos la conversación de manera que controlemos, el comportamiento de
nuestro interlocutor, sino que a menudo, controlamos también nuestra propia
charla con el fin de poner a buen recaudo la impresión que damos a los demás:
Siegman afirma que en el contexto de las entrevistas, tal autorregulación tiene
consecuencias lingüísticas sobre todo en lo que se refiere a los aspectos
temporales del discurso. Demuestra que cuando el entrevistado percibe al
entrevistador como alguien distanciado y de nivel superior, sus modales al
expresarse contienen muchas más pausas silenciosas, que cuando el
entrevistador es visto como afable o de nivel semejante. Esta actividad se

24
considera reflejo de la autorregulación, porque en el primer caso el que habla
siente la necesidad de estar más atento a lo que dice y gasta energía de carácter
cognoscitivo en tal operación. Cuando, en cambio, el entrevistador es considerado
de igual nivel, fascinante, gentil, disminuye la necesidad de autocontrol y se hecha
menos mano de las pausas silenciosas. En esta condición el entrevistado se abre
más y, dato interesante, Siegman interpreta esto como efecto del aumento
concomitante de regulación del comportamiento ajeno.
Hay que subrayar, además, que las modalidades de la comunicación de
que disponemos están sujetas a diversos grados de control voluntario. Si
suponemos que una persona trata de dar la impresión de amistad, las fallas en los
estímulos no verbales que se proporcionan hacen que sea juzgada como
insincera, mientras que las fallas del contenido verbal la vuelven confusa: es como
si no se pudiera explicar por qué alguien deba hacer observaciones hostiles
cuando los demás elementos implican una actitud distinta, por lo que sólo cabe
presumir que esté confundido. Por otro lado sabemos que el control del tono de la
voz y del rostro es más difícil de conseguir que el control del contenido verbal
(sobre esto véase la sección “Función de metacomunicación” del capítulo II).
A este respecto los estudios más famosos y sistemáticos son los de
Vigotskij y de Lurija referentes a la función reguladora del lenguaje en el
funcionamiento del pensamiento y el desarrollo en los niños.
Por lo que hace a la “naturaleza” de este control cognoscitivo ejercido por el
lenguaje, Vigotskij (1967) afirma que en el primer periodo del desarrollo infantil,
hasta más o menos los tres años, el lenguaje del adulto es el que dirige el
comportamiento del niño: se trata, pues, de un mecanismo de regulación externo,
aunque sometido a ciertas limitaciones. Por ejemplo, el adulto no le puede pedir a
un niño de esa edad que comience una acción diversa de la que está llevando a
cabo y que le ha pedido el mismo adulto; el niño tenderá primero a concluir la
acción iniciada y sólo después emprenderá la nueva.
Desde los tres años hasta más o menos de cuatro a seis, el niño utiliza el
lenguaje (que Vigotskij llama “egocéntrico” y “sincrético”) por él producido
espontáneamente y en voz alta, con el fin de controlar su comportamiento
cognoscitivo. Las características de este lenguaje derivan del hecho de que se
utiliza no tanto para comunicar –dado que esta función es realizada por otros
instrumentos sobre todo no verbales– sino para guiar el comportamiento: (el
lenguaje egocéntrico) no se circunscribe a acompañar la actividad del niño, sino
que sirve de orientación mental y para la comprensión consciente; ayuda a
superar las dificultades: es el lenguaje por sí mismo, íntima y útilmente vinculado
con el pensamiento del niño (Vigotskij, 1967. 133).
Este lenguaje egocéntrico inicial nace del lenguaje comunicativo y es una
fase de transición entre el lenguaje en voz alta del todo desarrollado y el
pensamiento silencioso.
En una fase siguiente, de los cuatro y seis años hasta más o menos los
siete años, el lenguaje egocéntrico se interioriza, se convierte en lenguaje interno

25
o pensamiento verbal; al mismo tiempo se desarrolla un tipo de lenguaje exterior
más idóneo para la comunicación interpersonal.
Los estudios posteriores llevados a cabo por Lurija (1971) 2 sobre la “forma”
del control cognoscitivo ejercido por el lenguaje han permitido distinguir:
a) el control del lenguaje sobre el reflejo de orientación: algunos experimentos
han demostrado cómo, al hablar con un niño, es posible remodelar su
percepción de determinado estímulo compuesto, al grado de volver
predominante el componente físicamente más débil de ese estímulo (por
ejemplo, si con instrucciones verbales se le recalca el fondo coloreado de
algunas figuras, que era el elemento más débil del conjunto, se convierte en
señal primaria, e incluso los niños pequeños comenzarán a reaccionar al fondo
antes que las figuras en relieve);
b) el control del lenguaje mediante la fundación de código: para efecto de esta
función nominativa –que consiste en decir el nombre de lo que se está
haciendo- el sujeto puede organizar su reacción cognoscitivo-motora. De este
modo, el lenguaje entra a formar parte del comportamiento activo del niño, y en
un principio acompaña sus actividades prácticas, para luego convertirse en una
verdadera y propia función de programación;
c) el control del lenguaje mediante la función de generalización ligada al
significado de las palabras: hacia los cuatro o seis años más o menos, el
control del comportamiento cognoscitivo-motor se efectúa con base en el
significado que tienen las palabras y con base en este significado es como
también se ejerce una capacidad de inhibición sobre la acción práctica. En
síntesis, la influencia reguladora del comportamiento deriva ahora de un
sistema de conexiones específicas y dotadas de significados, que han sido
producidas por el lenguaje.

FUNCIÓN DE COORDINACIÓN DE LAS SECUENCIAS INTERACTIVAS


Para que tenga lugar el intercambio de información del tipo que sea, es
preciso obviamente que la interacción entre los participantes sea iniciada y
mantenida; sobre este tema se ha centrado el interés de algunos investigadores,
entre los que vale la pena recordar a Goffman (1963) y Argyle (1969), así como a
otros analistas de conversación, v.gr. Schegloff (1968).
Desde determinada perspectiva, pues, como ha subrayado Susan
Shimanoff en su obra de 1980, el problema central para todo estudio (y teoría)
sobre comunicación es el del análisis de las reglas que gobiernan y subyacen a
todo intercambio interactivo. Para que sea posible una comunicación y no un
acercamiento caótico e incomprensible de ademanes y palabras, es preciso, en

2
Se trata de una serie de importantes investigaciones llevadas a cabo en laboratorio y referentes al “análisis
del desarrollo del papel regulador del sistema verbal en la ontogénesis y de su desintegración en ciertas
condiciones patológicas del cerebro” (Lurija, 1971).

26
efecto, que los interlocutores compartan reglas sobre el uso de símbolos, además
de una serie de elementos, como son el turnar los papeles de hablante y oyente,
saludarse, despedirse, etcétera.
En este particular desempeñan un papel predominante los elementos no
verbales, en cuanto que permiten la segmentación del flujo de la conversación en
unidades organizadas jerárquicamente y favorecen la sincronización de las
intervenciones de los participantes (Scherer 1980 habla a este propósito de
funciones sintácticas de los signos no verbales).
De las investigaciones de Argyle y Kendon (1967), Argyle (1969), Kendon
(1967-1970) es posible recabar un cuadro detallado de cómo actúan las posturas,
gestos, miradas y otros rasgos del comportamiento en la conversación cara a
cara. La mirada, y en particular el fenómeno del contacto visual, han sido objeto de
estudios experimentales específicos, dado que en la comunicación se pasa un
lapso de tiempo mirándose recíprocamente, mientras que el tiempo restante se
dedica a miradas no recíprocas y hasta a evitar la mirada del otro. Se ha podido
comprobar así que la conversación puede iniciarse con un contacto visual
recíproco que señala el deseo y la intención de los participantes de interactuar.
Una vez iniciada la conversación, cada persona mira de tanto en tanto a la
otra. Quien habla de ordinario quita la mirada al comienzo de frases largas y la fija
en el oyente cuando se encuentra al final de su parlamento: el apartar la mirada,
incluso durante las pausas, no le da al oyente la posibilidad de intervenir, y al
propio tiempo señala la intención del hablante de proseguir con sus afirmaciones.
Fijar la mirada en el oyente al acabar el discurso puede ser una manera de
ofrecer la posibilidad de intervenir y, por tanto, de intercambiar los papeles. Las
miradas durante la interacción tienen también una función más específica de
control, en el sentido de que proporcionan al hablante una retroalimentación sobre
cómo su mensaje ha sido recibido y comprendido. Al mirar al oyente, el que está
en uso de la palabra puede desear controlar, en caso de que aún se mantenga la
atención del otro, y de informarse sobre los efectos producidos por el mensaje
transmitido. El análisis atento del rostro del otro, de las expresiones de la boca, de
las cejas, de los movimientos de la cabeza, le permiten captar informaciones
precisas acerca del grado de atención, interés, asentamiento, comprensión sobre
lo que se está comunicando. A la luz de las informaciones recibidas, le es posible
al hablante regular su comportamiento continuando con la interacción iniciada, o
bien modificándola; por ejemplo, repitiendo o parafraseando lo que se acaba de
decir, con el fin de llegar a la meta que se había prefijado con la mayor eficacia
posible.
En caso de que el interlocutor no se encuentre presente (por ejemplo, en la
conversación telefónica o cuando no es posible recurrir a señales visuales; en un
diálogo con una persona ciega), se recurre a un comportamiento auditivo más
verbalizado, interponiendo expresiones del tipo “interesante, cierto, de verdad, sí,
uhm, etcétera” (Argyle, Lalljee y Cook, 1968).
Por lo demás, durante cualquier conversación, tanto los aspectos
lingüísticos como los paralingüísticos y kinésicos intervienen en regular los

27
intercambios y en definir la alternancia de las veces o turnos (véase el análisis
detallado de Duncan, 1972, sobre señales y reglas del turn-taking). Un tema
interesante en este punto y muy estudiado se refiere a las modalidades con que el
niño adquiere esta capacidad de “turnarse”, elemento fundamental para establecer
una conversación (sobre esto véase el capítulo VII). Incluso los aspectos kinésicos
desempeñan un papel en la regulación de la interacción. Dittman y Llewellyn
(1969) pusieron de relieve que los movimientos del cuerpo, sobre todo de las
manos, se realizan con mayor frecuencia al comienzo de proposiciones fonéticas
(o sea, de unidades naturales del ritmo del discurso que comprenden una serie de
palabras con una única tonalidad) y menos en otros momentos.
Pero si la proposición no se pronuncia de un tirón, si existen titubeos en el
discurso, los movimientos tienden a acompañar estos titubeos. Ello significa,
según los autores, que modificar un mensaje comporta cierta cantidad de tensión
que se puede expresar en algunos casos a través del movimiento.
Movimientos de la cabeza, unidos a ciertas vocalizaciones de asentimiento
o desavenencia, van siendo producidos por el oyente casi con exclusividad al fin
de las unidades rítmicas del discurso del emisor, con el fin de indicar ora el deseo
de insertar un comentario o incluso una pregunta, ora de proporcionar una
retroalimentación.
En general, gran parte del movimiento de quien escucha, según ha
subrayado Kendon (1972), sirve para preparar al otro para que asuman el papel
de hablante. La cabeza, las articulaciones y a veces todo el cuerpo adoptan una
nueva postura, con lo que indican un cambio en el proceso interactivo.
Particularmente interesante es el análisis efectuado por Scheflen (1964) sobre el
comportamiento no verbal de los psiquiatras durante las sesiones
psicoterapéuticas. Las tácticas particulares de que echa mano el psiquiatra se
reflejan claramente es sus movimientos, además de en la postura que asume en
los diversos estudios de la interacción: en la fase de audición, el terapeuta se
encuentra arrellanado en el sillón, apartado del paciente, con la cabeza
ligeramente inclinada, con el propósito de permitir asociaciones libres en el
paciente. En la fase activa de interpretación, por el contrario el terapeuta se
inclina hacia adelante, levanta la cabeza y se mantiene erguido.
Al final de su intervención, vuelve a bajar la cabeza y regresa a la postura
de audición. Scherer (1980) ha hablado a este propósito de “funciones de
reacción”, de señales no verbales, refiriéndose a esas propuestas, relativamente
breves y bien delineadas, que el oyente envía al locutor como retroalimentación.
Cabe distinguir tres tipos principales de señales reactivas: señales de atención,
para comunicar a quien habla que se está escuchando y prestando atención,
señales de comprensión, para mostrar por ejemplo que se ha comprendido el
mensaje, señales de evaluación de las expresiones del locutor para expresar (por
ejemplo, meneando la cabeza o encogiéndose de hombros) las dudas o el
desacuerdo.
El característico alternarse de los papeles, propio de una conversación
requiere, por tanto, que cada participante emita y reciba una serie de señales con

28
el fin de regular lo que está sucediendo, en el sentido ya sea de mantener la fase
presente ya de permitir el paso gradual a una fase posterior. No se trata empero
de una simple distribución de roles, sino que implica también una coordinación
recíproca de movimientos, definida por Condon y Ogston (1966) como sincronía
de la interacción. Se ha visto, en efecto, que los cambios en el flujo del movimiento
entre los participantes tienden a coincidir. “Es como si quien habla y quien
escucha usaran sus movimientos para marcar el tiempo como si se tratara de una
banda de música” (Danziger, 1976, trad. iit., 82).
Pero hay más, Kendon (1970) demostró que incluso una tercera persona
presente pero que no participe directamente en el intercambio comunicativo puede
también operar cambios de posición exactamente en los puntos límites del ritmo
del discurso de quien habla. El autor presenta el ejemplo de una interacción
filmada entre dos hombres en presencia de una muchacha que está fumando: ésta
se inclina hacia delante para sacudir la ceniza y se echa para atrás exactamente
en sincronía con el ritmo del discurso de los interlocutores directos.
En los diversos tipos de encuentros sociales, además, entran en la
sincronía de interacción otros numerosos mecanismos. Puede darse la
coordinación recíproca de acciones que tiene lugar, por ejemplo, cuando una
persona le prende el cigarro a la otra. Una sincronía particular se da cuando una
persona repite, como ante un espejo, los movimientos de otra. A inclina la cabeza
a la derecha y B a la izquierda; o bien A se arrellana en el sillón y B hace lo
mismo. Por lo general es quien escucha el que reproduce los movimientos del
hablante, subrayando de esa manera el estrecho enlace existente entre ambos.

FUNCIÓN DE METACOMUNICACIÓN
Como ya se ha señalado en el capítulo I, toda comunicación tiene dos
aspectos, uno referente al “contenido” del mensaje, de la noticia trasmitida, y otro
referente al modo como tal mensaje se ha de tomar y, por tanto, “la relación” que
existe entre los que se comunican.
El aspecto relacional constituye la comunicación sobre la comunicación, o
sea, la metacomunicación. Ésta tiene lugar unas veces mediante expresiones
verbales: “estoy bromeando” o “era un cumplido”, y otras de manera no verbal, por
ejemplo, gritando, sonriendo, arqueando las cejas, etcétera.
“La capacidad de metacomunicar de manera adecuada –afirman
Watzlawick y sus colaboradores (1967), trad. it.,46) –no sólo es la condición sine
qua non de la comunicación eficaz, sino que está estrechamente vinculada con el
gran problema de la conciencia de sí y de los demás.”
Metacomunicar, por tanto, comporta dos operaciones distintas aunque a
menudo conexas: a) percatarse de que el propio sistema de codificación
lingüística puede ser diverso del de los otros; b) evidenciar los aspectos
relacionales propios del intercambio comunicativo. Mizzau (1974) habla del primer
aspecto como “conciencia metalingüística”, consistente en la capacidad de llevar a
cabo una acción de reflexión sobre el lenguaje usado. Si bien el concepto de

29
metalenguaje ha sido formulado por los estudiosos de la lógica, es parte integrante
de nuestra producción lingüística habitual. Como observa Jacobs (1966): “A
menudo en un discurso los interlocutores controlan o supervisan si los dos están
usando el mismo código: ¿Me sigues? ¿Entiendes lo que quiero decir? Entonces,
sustituyendo la señal de dubitación por otra señal que pertenece al mismo código,
el emisor del mensaje trata de hacer este último más accesible al destinatario.”
Esta actividad de análisis del código se vuelve necesaria para una correcta acción
de descodificación de los mensajes: por ejemplo, comprender si cierta frase tiene
carácter ofensivo o irónico, dar una interpretación literal o metafórica a una
concurrencia, decidir si determinada expresión es informativa o directiva.
El éxito de la comunicación consiste, por tanto, en saber poner a discusión
el mensaje, el código y las premisas; cambiar los esquemas de referencia en
función de los contextos; analizar la relación signo-significado en el propio
lenguaje y en el otro; confrontar los códigos sobre la base de los sistemas de valor
propio y ajeno (Mizzau 1974.
Está claro, pues, que una acción de esclarecimiento a nivel del contenido
puede resolver malos entendidos en cuanto al uso y significado atribuido a ciertas
palabras y frases; pero es igualmente claro –y la patología nos brinda una
extensísima gama de ejemplos- que a menudo el desacuerdo y la falta de
comprensión se basan en la relación existente entre los interlocutores, en la
definición de sí que cada uno pretende proponer, en la aceptación o rechazo de tal
propuesta por parte del otro, etcétera.
Se ha hablado especialmente del lenguaje; pero también los aspectos no
verbales tienen un papel importante a este propósito.
Ekman y Friesen (1968) analizaron en particular la función
metacomunicativa del comportamiento no verbal, subrayando cómo proporciona
elementos mediante los cuales se interpreta el significado de las expresiones
verbales: al evaluar los sentimientos reales de quien habla, las señales no
verbales que acompañan el discurso pueden constituir índices determinantes. A
este propósito los dos autores citados elaboraron el concepto de canal de
dispersión: el comportamiento no verbal, en suma, queda menos sujeto a la
intervención de la censura inconsciente que el lenguaje; además de que es menos
susceptible de falsificación consciente. Mediante un proceso de automatización de
los comportamientos, el individuo tiende a utilizar cada vez menos en la vida social
la retroalimentación interna e interpersonal, hasta privarse de las informaciones
necesarias para ajustar, armonizar y controlar su comportamiento no verbal. Más
aún, muchas personas no son conscientes de lo que hacen con su cuerpo y a
menudo la conciencia y el control del propio comportamiento no se ponen de
manifiesto, y cuando ocurre suelen manifestarse mediante tensión muscular,
torpeza, incomodidad y ansiedad.
Es difícil engañar fingiendo una experiencia no sentida; resulta más fácil
para los profesionales, los actores consumados, los diplomáticos expertos, los
abogados litigantes avezados. De hecho, estos papeles han vuelto a sus

30
protagonistas hábiles y convincentes “simuladores” del comportamiento no verbal
(y verbal).

Capítulo 2
PERCEPCIÓN DE UNO MISMO Y DE LOS DEMÁSi

PROCESO DE PERCEPCIÓN

La percepción es el proceso de atender selectivamente la información y de


asignarle un significado. Tu cerebro selecciona la información que recibe de tus
órganos sensoriales, la organiza, interpreta y evalúa.

Atención y selección

Aunque estamos sujetos a una constante ráfaga de estímulos sensoriales, solo


enfocamos nuestra atención en algunos cuantos. La manera en que los elegimos
depende, en parte, de nuestras necesidades, intereses y expectativas.
Necesidades. Es probable que pongamos atención a la información que satisface
nuestras necesidades biológicas y psicológicas. Cuando estés en clase, tu nivel de
atención dependerá de la importancia que asignes a la información que estás
recibiendo, es decir, si satisface una necesidad personal.
Intereses. Es probable que pongamos más atención a la información que
corresponde a nuestros intereses. Por ejemplo, es posible que ni siquiera te des
cuenta de que hay una música de fondo hasta que, de pronto, te descubres
escuchando alguna “vieja melodía favorita”. Asimismo, cuando realmente te atrae
una persona, es más probable que pongas más atención a lo que está diciendo.
Expectativas. Por último, es probable que veamos lo que queremos ver y que
ignoremos la información que no cumple nuestras expectativas. Toma un
momento para leer las frases en los triángulos de la figura 2.1. Si no has visto
estos triángulos con anterioridad, es probable que leas “París en la primavera”,
“Una vez en la vida” y “Pájaro en mano”. Pero si examinas las palabras, por
segunda ocasión, verás que lo que has leído no es exactamente lo que está
escrito, ¿aprecias ahora las palabras repetidas? Es fácil pasar por alto la palabra
repetida porque no esperamos ver semejante repetición.

31
París Una vez
Pájaro en
en la en la
en mano
la primavera la vida

la la
2.1 Una prueba sensorial de expectativas

Organización de los estímulos

Aun cuando nuestro proceso de atención y selección limita los estímulos que
nuestro cerebro debe procesar, el número absoluto de estímulos discretos que
atendemos sigue siendo, en cualquier momento dado, sustancial. Nuestros
cerebros siguen ciertos principios de organización para poner en orden estos
estímulos, de manera que tengan sentido. Dos de los principios más comunes que
utilizamos son la simplicidad y el patrón.

Simplicidad. Si los estímulos son demasiados complejos, el cerebro los simplifica


dentro de una forma comúnmente reconocida. Con base en una rápida
interpretación de la indumentaria, la postura y la expresión facial, podemos
advertir si una desconocida es “una exitosa mujer de negocios”, “una reconocida
doctora” o bien, “la mamá de un futbolista”. De manera similar simplificamos los
mensajes verbales que recibimos. Así que, por ejemplo, luego de una larga
reunión de análisis con su jefe, en la que éste describió los cuatro puntos fuertes y
las tres áreas de perfeccionamiento de Toño, éste podría salir y decirle a Joel, su
compañero de trabajo, “¡bueno, será mejor que me ponga a trabajar porque si no,
me van a despedir!”

Patrón. Un segundo principio que la mente utiliza cuando organiza la información


es el de encontrar patrones. Un patrón es un conjunto de características utilizadas
para diferenciar unas cosas de otras. Un patrón hace que sea más sencillo
interpretar el estímulo. Por ejemplo, cuando ves un grupo de personas, en lugar de
percibir a cada uno de ellos como individuos, los puedes agrupar por sexo y “ver”
hombres y mujeres, o los puedes agrupar por edad y “ver” niños, adolescentes,
adultos y ancianos. Cuando alguien te pida que menciones qué fue lo advertiste
de la gente, se te estará pidiendo que discutas el patrón. En nuestras
interacciones con los demás, tratamos de encontrar patrones de conductas que
nos permitan interpretar y responder a su comportamiento. Por ejemplo, cada vez
que Javier y Beto se encuentran a Sara, ella se acerca y comienza una animada
conversación. Sin embargo cuando Javier está solo y se la encuentra, ella apenas
lo saluda. Después de un tiempo, Javier puede detectar un patrón en la conducta

32
de Sara. Ella es cálida y amable en presencia de Beto, pero no lo es cuando éste
está ausente. Basándose en este patrón, Javier puede interpretar la conducta
amable de Sara como un “coqueteo a Beto”.

Interpretación de los estímulos

Al seleccionar y organizar la información que recibe de los sentidos, el cerebro


también interpreta la información asignándole significado. Observa los tres
conjuntos de números que aparecen a continuación. ¿A qué conclusión puedes
llegar?

A. 5631 7348
B. 285 37 5632
C. 4632 7364 2596 2174

En cada uno de estos conjuntos, tu mente buscó pistas que dieran algún
significado a cada una de las cifras. Puesto que utilizas este patrón de números
todos los días, existe una probabilidad de que interpretes la serie de números A
como un número de teléfono. ¿Qué tal B? es posible que lo hayas visto como un
número de registro de seguro social. ¿Y C? La gente que le gusta visitar los
centros comerciales y realizar compras con frecuencia pudo interpretar el conjunto
como un número de tarjeta de crédito.
Nuestra interpretación de la conducta de los demás en la conversación afecta la
manera en que nos relacionamos con ellos. Si Javier cree que Sara solo está
interesada en Beto, podría no participar en las conversaciones que ella inicia.
En el resto del capítulo, aplicaremos esta información básica acerca de la
percepción al estudio de las percepciones de uno mismo y de los demás en la
comunicación.

PERCEPCIÓN DE LA IDENTIDAD: AUTODEFINICIÓN Y AUTOESTIMA

La autodefinición y la autoestima son dos percepciones de uno mismo que tienen


un importante impacto en la forma en que nos comunicamos. La autodefinición
es tu propia identidad (Baron y Byrne, 2000, p. 160), la idea o la imagen mental
que tienes acerca de tus habilidades, capacidades, conocimientos, aptitudes y
personalidad. La autoestima es la evaluación general que realizas de tu aptitud y
méritos (basado en Mruk, 1999, p. 26). En esta sección, describiremos la manera
en que puedes llegar a comprender quién eres y a determinar si lo que eres está
bien. Después, examinaremos lo que determina el grado en que estas
autodefiniciones coinciden con las percepciones que tienen los demás de ti y el
papel que desempeñan en tu comunicación con los demás.

33
Formar y mantener una autodefinición

¿Cómo nos enteramos de cuáles son nuestras habilidades, capacidades,


conocimientos, aptitudes y personalidad? Nuestra autodefinición proviene de las
interpretaciones únicas que realizamos de nosotros mismos y que hemos
concluido basándonos en nuestra experiencia, así como también en las
respuestas y reacciones de los demás hacia nosotros.
Autodefinición. Nos formamos impresiones acerca de nosotros mismos
basándonos en nuestras propias percepciones. A través de nuestras experiencias,
desarrollamos nuestro propio significado de las habilidades, capacidades,
conocimientos, aptitudes y personalidad que poseemos. Por ejemplo, si adviertes
que es fácil para ti empezar conversaciones con extraños y que disfrutas platicar
con ellos, puedes concluir que eres extrovertido y amigable.
Tendemos a subrayar la primera experiencia que tenemos con un fenómeno en
particular. Por ejemplo, alguien que ha sido rechazado en su primer intento de cita
romántica podría verse a sí mismo como una persona que no resulta atractiva
para el sexo opuesto. Si las experiencias siguientes producen resultados similares
a los de la primera, esta primera percepción será fortalecida. Aun cuando la
primera experiencia no se repita inmediatamente, es probable que se requiera
más de una experiencia positiva para cambiar la percepción negativa original.
Cuando tenemos experiencias positivas, es posible que creamos que somos
poseedores de las características personales que asociamos a esa experiencia y
que estas características se vuelven parte de nuestra imagen propia de quiénes
somos. Así que si Sonia resuelve rápidamente los problemas de un programa de
computación con el que Tania ha tenido problemas, es muy probable que
incorpore “resolución competente de problemas” a su autodefinición. Su
experiencia positiva confirma que ella tiene esa habilidad, así que es reforzada
como parte de su autodefinición.
Reacciones y respuestas de los demás. Aparte de las percepciones que
tenemos de nosotros mismos, nuestra autodefinición se forma y mantiene por la
manera en que los demás reaccionan y responden ante nosotros (Rayner, 2001,
p. 43). Usamos los comentarios de los demás para verificar nuestras
autodescripciones, que sirven para validar, reforzar o alterar nuestra percepción
de quién y qué somos. Por ejemplo, si durante una sesión de lluvia de ideas en el
trabajo uno de tus colaboradores te dice: “realmente eres un pensador creativo”,
puedes decidir que este comentario se ajusta a la imagen de quién eres. Además,
como lo sugiere Rayner, tales comentarios son especialmente poderosos, pues
pueden afectar tu propia percepción si respetas a la persona que ha hecho el
comentario. El poder de estos comentarios es mayor cuando el elogio es
inmediato, más que diferido (Hattie, 1992, p. 251).
Algunas personas tienen autoconceptos muy ricos; pueden incluso describir
numerosas habilidades, capacidades, informaciones, aptitudes y características de
personalidad con las que cuentan. Otros tienen conceptos propios débiles; no
pueden describir las habilidades, capacidades, conocimientos, aptitudes o

34
características de personalidad que poseen. Cuando más fértil sea nuestro
autoconcepto, mejor entenderemos y sabremos quiénes somos y también
estaremos mejor capacitados para lidiar con los desafíos que enfrentaremos al
relacionarnos con los demás.
Nuestros autoconceptos empiezan a formarse desde muy temprano en nuestras
vidas y la información que recibimos de nuestra familia moldea nuestra
autodefinición (Demo, 1987). Una responsabilidad mayor de los miembros de la
familia es hablar y actuar en formas que ayudarán a desarrollar autodefiniciones
fuertes y precisas en el resto de los miembros de la familia. Por ejemplo, la mamá
que dice: “Roberto, tu habitación se ve muy limpia, eres muy organizado” o el
hermano que comenta: “Karen, el dinero que le prestaste a Lilia realmente la
ayudó; eres muy generosa”, ayudan a Roberto y a Karen a darse cuenta de partes
importantes de sus personalidades.
Por desgracia, en muchas familias los miembros dañan la imagen propia de los
demás y, en especial, las autodefiniciones que los niños apenas están
desarrollando. Culpar, apodar y señalar repentinamente los defectos del otro es
particularmente dañino. Cuando papá grita: “¡Gustavo, eres tan estúpido! Si te
hubieras detenido a pensar, esto no habría sucedido”, daña la opinión que
Gustavo tiene de su propia inteligencia. Cuando la hermana mayor bromea: “Oye,
Tontina, ¿cuántas veces tengo que decirte que eres demasiado babas para ser
bailarina de ballet?”, socava la percepción de gracia de su hermana menor.
Desarrollar y mantener la autoestima

Como recordarás, la autoestima es la evaluación general que realizamos de


nuestra capacidad y mérito personal. Es además, la evaluación positiva o negativa
de nuestra autodefinición. La evaluación de nuestro mérito personal tiene sus
raíces en nuestros valores y se desarrolla con el tiempo, como resultado de
nuestras experiencias. Como señala Mruk (1999): “La autoestima no es,
solamente, lo bien o lo mal que hacemos las cosas (autodefinición), sino también
la importancia y el valor que damos a lo que hacemos bien o mal” (p.27). Por
ejemplo, como parte de su autodefinición, Alfredo cree que es físicamente fuerte,
pero si se considera que la fuerza física no es una característica que vale la pena
tener, y si piensa lo mismo de sus otras características, entonces no tendrá una
autoestima elevada. Mruk argumenta que, para tener una autoestima elevada, es
necesario tener la percepción de poseer una característica, pero también creer, de
manera personal, que esa característica es de un valor positivo.

Al utilizar exitosamente nuestras habilidades, capacidades o información en


esfuerzos que valen la pena, aumentamos nuestra autoestima. Cuando no
tenemos éxito al utilizar nuestras habilidades y capacidades, o cuando las usamos
en esfuerzos que no valen la pena, disminuimos nuestra autoestima.

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Precisión de la autodefinición y autoestima

La realidad o exactitud de nuestra autodefinición y autoestima depende de la


precisión de nuestras percepciones y de la manera en que procesamos las
percepciones que, sobre nosotros, tienen los demás. Todos experimentamos éxito
o fracaso, y todos escuchamos algún elogio o crítica. Si ponemos más atención a
las experiencias de éxito y a las respuestas positivas, nuestra autodefinición
puede desarrollarse excesivamente y terminaremos sobreestimándonos. Por el
contrario, si percibimos y nos concentramos en experiencias negativas, dando
poco valor a las positivas, o si sólo recordamos las críticas que recibimos, nuestra
imagen propia estará pobremente formada y nuestra autoestima, indebidamente
baja. Ni nuestra autodefinición, ni la autoestima reflejan, de manera precisa y en
ninguno de los casos, quiénes somos en realidad.
Incongruencia es la brecha entre las percepciones inexactas que tenemos de
nosotros mismos y de la realidad, y construye un problema porque nuestras
percepciones de personalidad pueden afectar más nuestro comportamiento que
nuestras capacidades reales. Por ejemplo, es posible que Ramiro posea en
realidad todas las habilidades, capacidades, información, aptitudes y
características de personalidad para un liderazgo efectivo, pero si él no advierte
que tiene estas características, no dará un paso al frente cuando se necesite
demostrar actitudes de liderazgo. Desafortunadamente, los individuos tienden a
fortalecer sus propias percepciones al ajustar su conducta, conformándose con
esas percepciones. Por tanto, las personas con una autoestima elevada tienden a
conducirse en formas que los llevan a una mayor afirmación, mientras que la
gente con una autoestima baja tienden a actuar de maneras que confirman la baja
autoestima que poseen. La inexactitud de la imagen distorsionada de uno mismo
se magnifica a través de profecías de realización y de mensajes filtrados.
Profecías de realización. Son eventos que resultan de un presagio, pensamiento
o conversación y pueden ser de creación propia o impuesta por otros.
Las profecías de creación propia son esas predicciones que haces de ti mismo.
Con frecuencia “nosotros mismos nos inducimos” al éxito o al fracaso. Por
ejemplo, Ernesto se considera alguien muy social, capaz de conocer a las
personas muy fácilmente y se dice: “Me voy a divertir esta noche en la fiesta”.
Como resultado de su autodefinición positiva, espera encontrarse con extraños, y
precisamente, como lo predijo, conoció distintas personas y se la pasó muy bien.
Arturo, por otra parte, se ve a sí mismo como poco hábil para establecer nuevas
relaciones; se dice: “Dudo que conozca a alguien, me la voy a pasar muy mal”.
Puesto que teme encontrarse con extraños, se siente incómodo como para
presentarse él mismo y, justo como lo predijo, se pasa la mayor parte del tiempo
solo y esperando la hora de retirarse.
La autoestima tiene un efecto importante sobre las profecías que realizamos. Por
ejemplo, las personas con una autoestima positiva ven el éxito de la misma
manera y vaticinan, con confianza, que lo pueden repetir; la gente con una
autoestima baja atribuye su éxito a la suerte y predicen que jamás volverá a
repetirse (Hattie, 1992, p. 253).

36
Las profecías impuestas por otros también afectan nuestro desempeño. Cuando
los maestros actúan como si los estudiantes fueran capaces, ellos “compran” esa
expectativa y aprenden. Del mismo modo, cuando los profesores actúan como si
los estudiantes no fueran capaces, éstos pueden vivir “de acuerdo” con estas
profecías impuestas y no tener éxito. Así que, la forma en que nos hablamos a
nosotros mismos y tratamos a los demás afecta las autodefiniciones y la
autoestima.
Mensajes filtrados. Una segunda forma en que nuestras percepciones pueden
distorsionarse es a través de la manera en que filtramos lo que los demás nos
dicen. Tendemos a poner atención a los mensajes que refuerzan nuestra imagen
propia, mientras que podemos no “registrar” o subestimar los mensajes que lo
contradicen. Por ejemplo, supongamos que preparas una agenda para tu grupo de
estudio. Alguien comenta que eres un buen organizador. Si pasaste tu infancia
escuchando lo desorganizado que eras, es posible que en realidad, no escuches
este comentario o que lo subestimes. No obstante, si piensas que eres un buen
organizador, pondrás atención al cumplido y quizá lo refuerces al responder,
“Gracias, he trabajado mucho para aprender a ser así. Y conviene serlo”.
Cambio en las autodefiniciones y la autoestima.
La autodefinición y la autoestima son características sólidas, pero pueden
cambiar. En su análisis de distintos estudios, Cristopher Mruk (1999, p. 112)
encontró que la autoestima se incrementa con el trabajo y la práctica, la práctica y
más práctica (sencillamente, no podemos eludir este básico hecho existencial).
Entonces, ¿cuál es la importancia de la autoestima en la comunicación? Nuestra
autoestima influye en nuestra elección de las personas con quienes vamos a
relacionarnos. Los investigadores han descubierto que “la gente con autoestima
elevada se compromete más con parejas que los perciben de manera más
favorable; mientras que la gente con baja autoestima se compromete más con
parejas que las perciben de manera menos favorable.” (Leary, 2002, p. 130)
En este libro consideramos muchos comportamientos de comunicación
específicos que han sido diseñados para aumentar tu capacidad de comunicación.
Al comenzar a perfeccionar y a utilizar estas habilidades, podrás empezar a recibir
respuestas positivas con respecto a tu conducta. Si continúas desarrollando estas
habilidades, las respuestas positivas que recibas perfeccionarán tu autodefinición
e incrementarán tu autoestima.

37
Autodefinición, autoestima y comunicación

Así como nuestra autodefinición y autoestima afectan la precisión de la forma en


que nos percibimos a nosotros mismos, también influyen en nuestra comunicación
moderando los mensajes internos que compiten en nuestro diálogo interior e
influyen en nuestro estilo de comunicación personal.
Las autodefiniciones moderan el diálogo interior. El diálogo interior es la
conversación interna que tenemos con nosotros mismos. Es posible que las
personas con una autoestima elevada emprendan diálogos internos positivos,
tales como “sé que puedo hacerlo” o “me fue muy bien en esta prueba”. Observa
el diálogo interior que tuvo Adolfo al regresar de una entrevista de trabajo:
Creo que causé una buena impresión en la jefa de personal, es decir, platicó conmigo por
un buen rato. Bueno, conversó conmigo, pero quizá solo estaba tratando de ser amable.
Después de todo, ése es su trabajo. No, no tenía que haber pasado tanto tiempo conmigo.
Además se entusiasmó de verdad cuando le mencioné sobre el internado que hice en el
hospital. De hecho, dijo que estaba interesada en mi internado. Claro que haber hablado
de eso no significa que vaya a marcar alguna diferencia en la opinión que tiene de mí como
prospecto de empleado.
Observa que muchos de los mensajes en este diálogo interior son contradictorios.
Es muy probable que lo que determine a cuál de las voces escuchará Adolfo
dependa de sus autodefiniciones. Si tiene una autoestima elevada, con toda
seguridad, concluirá que la persona que lo entrevistó fue sincera. Si, por el
contrario, tiene una baja autoestima y su autodefinición no incluye la aptitud en las
habilidades y capacidades que son de importancia para el empleo, es más
probable que “escuche” a las voces negativas en su cabeza y que concluya que
no lo elegirán.
La autodefinición influye en la forma en que hablamos sobre nosotros
mismos con los demás. Si nos sentimos bien con nosotros mismos, existe la
probabilidad de nos comuniquemos de una manera positiva. Por ejemplo, las
personas con una autodefinición sólida y con una autoestima elevada, por lo
regular, reconocen sus logros. Del mismo modo, la gente con autodefiniciones
saludables tienden a defender sus opiniones, incluso tienen el valor para enfrentar
argumentos que se oponen a ellas. Si nos sentimos mal con nosotros mismos,
seguramente nos comunicaremos de una manera negativa, subestimando
nuestros éxitos.
¿Por qué algunas personas se subestiman a pesar de lo que han realizado? La
gente que tiene una autoestima baja no está segura del valor de sus
contribuciones y espera que los otros los observen de una forma negativa. Como
resultado, los individuos con una autodefinición mediocre, o una autoestima baja,
consideran menos penoso subestimarse a sí mismos, que escuchar la crítica de
los demás. Por lo tanto, para evitar que los demás critiquen primero su falta de
méritos, lo hacen ellos mismos.

38
Presentaciones

Nos presentamos a los demás a través de las distintas representaciones, o roles,


que actuamos. Una representación es un patrón de conductas aprendidas que la
gente utiliza para satisfacer las exigencias requeridas en un contexto en particular.
Por ejemplo, en un solo día, puedes desempeñar los roles de estudiante, hermano
o hermana y empleado.
Nuestras representaciones pueden ser el resultado de nuestras propias
necesidades, de las relaciones que formamos, las expectativas culturales, las
expectativas de los grupos a los que elegimos pertenecer y de nuestras propias
decisiones conscientes. Por ejemplo, al primogénito de una familia numerosa
puede adjudicársele el papel de padre sustituto, o de modelo a seguir, para los
hermanos menores. O si tus amigos te consideran un “bromista”, puedes seguir
llevando a cabo tu representación, riendo y contando chistes, aun cuando en
realidad te sientas lastimado u obligado. Todos representamos numerosos roles
diariamente y giramos en torno a diferentes habilidades y atributos al representar
estos papeles. Con cada nueva situación, podemos poner a prueba un rol que
sabemos representar, o bien podemos decidir intentar representar un nuevo papel.
Diferencias culturales y de género

La cultura influye en la percepción y afecta las perspectivas de identidad de la


gente. La mayoría de los estadounidenses comparten lo que se llama “la visión de
identidad occidental”, la cual sostiene que el individuo es una entidad autónoma
que comprende distintas capacidades, rasgos, motivos y valores, y que estos
atributos originan la conducta. Además, las personas con esta visión occidental
ven al individuo como la unidad social más básica; así, las nociones de
autodefinición y autoestima están elaboradas a partir de la idea de independencia
de los demás y del valor de descubrir y expresar la unicidad individual. (Samovar y
Porter, 2201, pp. 61-65).
La gente que comparte una visión de identidad oriental cree que la familia, no el
individuo, es la unidad social más pequeña. En estas culturas las habilidades,
capacidades, información y características de personalidad que son valoradas son
radicalmente diferentes. Los niños que son educados en culturas occidentales
llegan a valorar características personales que están asociadas con la
independencia, valor que implicará una autoestima elevada para ellos. Sin
embargo, en las culturas orientales, el niño participa en la aculturación hacia una
mayor interdependencia (Samovar y Porter, 2001, p. 120). Estos niños
desarrollarán una autoestima más elevada cuando se perciban más serviciales,
útiles y modestos.
Del mismo modo, en muchas sociedades, los hombres y las mujeres se adaptan al
medio social para concebirse de manera diferente y valorar quiénes son de
acuerdo a si su comportamiento corresponde a lo que es esperado de su sexo. En
las culturas en las que se espera que las mujeres sean las que eduquen a los
hijos, brinden cuidado y atiendan la vida del hogar y la familia, aquellas que

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perciban que tienen esas habilidades, capacidades, información, aptitudes y
características de personalidad requeridas para desempeñar tales labores,
tendrán definiciones propias enriquecidas y una autoestima elevada. En cambio,
es probable que las mujeres que no posean esos atributos tengan menos
confianza en sí mismas y una autoestima más devaluada.

PERCEPCIÓN DE LOS DEMÁS

Cuando nos relacionamos con los demás, nos enfrentamos con un importante
número de interrogantes: ¿tenemos algo en común?, ¿nos aceptarán y
valorarán?, ¿seremos capaces de salir adelante? Puesto que esta incertidumbre
nos inquieta, tratamos de mitigarla. Charles Berger describe el proceso que
utilizamos para superar nuestro malestar como reducción de incertidumbre, es
decir, el proceso de monitorear el medio ambiente social para aprender más
acerca de uno mismo y de los otros (Littlejohn, 2002, p. 243). Cuando la gente
actúa de manera recíproca, obtiene información y se forma impresiones de los
demás, las cuales serán reforzadas, intensificadas o cambiadas al desarrollarse
las relaciones. Del mismo modo que con nuestras autodefiniciones, las
percepciones sociales que tenemos de los demás no siempre son precisas. Es
probable que los factores que influyen en las percepciones que tienes de los
demás incluyan tanto sus características físicas y conductas sociales, como tu
empleo del estereotipo y estado emocional.
Análisis de las características físicas y de las conductas sociales
Las percepciones sociales, en especial las famosas “primeras impresiones”, con
frecuencia se forman con base en las características físicas y las conductas
sociales. Usamos las primeras impresiones como herramientas que nos ayudan a
comprender a los demás y, para construirlas, utilizamos las características físicas
en el siguiente orden: raza, género, edad, apariencia, expresiones faciales,
contacto visual, movimiento, espacio personal y tacto. Es probable que a partir de
la atracción física que las personas ejercen en nosotros (rasgos faciales, altura,
peso, arreglo personal, indumentaria y tono de voz), las clasifiquemos en
amigables, amistosas, inteligentes, tranquilas o todo lo contrario (Aronson, 1999,
p. 380). En un estudio realizado recientemente, la gente valoró a las mujeres
profesionistas vestidas de traje como más poderosas que las que están vestidas
de otra manera. (Temple y Loewen, 1993, p. 345). Muestra a un amigo una
fotografía de tu hijo, de tu tío o de tu abuela, ¡seguro que tu amigo podrá formarse
una impresión completa de la personalidad de tu pariente basándose solamente
en la fotografía!
Las primeras impresiones también pueden basarse en las conductas sociales de
la persona. En ocasiones, formamos nuestras impresiones al observar sólo un
comportamiento único. Por ejemplo, luego de una fiesta organizada en la oficina,
Carlos le preguntó a Sara lo que opinaba de Gabino, uno de los representantes de
servicios a cliente. Sara, quien en una ocasión había visto la manera en que

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Gabino interrumpía a Yolanda, contesto, “¿Gabino? Ah sí. Se cree muy
importante”.
Algunos de los juicios que realizan los demás se basan en teorías implícitas de
personalidad, premisas que la gente ha desarrollado acerca de algunas
características y rasgos de personalidad o conducta que están asociadas con
otras (Michener y DeLamater, 1999, p. 106).
Si tu propia teoría implícita de personalidad dice que ciertos rasgos van juntos, es
probable que generalices y que adviertas que una persona tiene un conjunto
completo de características cuando, en realidad, has observado sólo una
característica, rasgo o comportamiento. Cuando esto ocurre tu percepción muestra
lo que se conoce como efecto de halo. Por ejemplo, Hilda ve que Susana saluda
y da la bienvenida personalmente a cada una de las personas que llegan a la
reunión. La teoría implícita de personalidad de Hilda relaciona esta conducta con
la calidez; la calidez con la bondad, y la bondad con la honestidad. Como
resultado, advierte que Susana es buena, honesta y cálida.
En realidad, Susana podría ser una embustera que utiliza su calidez sólo para
inducir en la gente una falsa sensación de confianza. Este ejemplo demuestra un
“halo positivo” (Hilda le asignó características positivas a Susana), pero también
utilizamos la teoría implícita de personalidad para atribuir características negativas
de manera poco precisa. De hecho, Hollman (1972) descubrió que la información
negativa influye en nuestras impresiones con más firmeza que la información
positiva. Por ello, es más probable que veamos el efecto de halo negativo en los
demás que el positivo.
Los efectos de halo parecen ocurrir más frecuentemente bajo una, o más de estas
tres condiciones: 1) cuando el que percibe juzga rasgos en los que tiene una
experiencia limitada, 2) cuando los rasgos tienen fuertes tonos morales y 3)
cuando se trata de una percepción producida por alguien que el que percibe
conoce bien.
Dado que estamos influidos por cantidades limitadas de información, tendemos a
llenar los huecos con detalles. Esta tendencia nos lleva a un segundo factor que
afecta la percepción social: el estereotipo.
Estereotipo
Tal vez el factor más conocido que influye en nuestras percepciones de los demás
sea el estereotipo. Los estereotipos son “atribuciones que cubren las diferencias
individuales y que asignan ciertas características a un grupo entero de personas”
(Hall, 2002, p. 198). Así, cuando nos enteramos de que alguien es hispano o
musulmán, jugador de ajedrez, maestro de primaria o enfermero (en síntesis,
cualquier grupo identificable), usamos esta información para atribuir a la persona
un montón de características de grupo que, en su conjunto, pueden ser positivas o
negativas, exactas o inexactas. (Jussim, McCauley y Lee, 1995, p. 6).
Es probable que desarrollemos percepciones generalizadas acerca de cualquier
grupo con el que entremos en contacto. Entonces, cualquier número de pistas de
percepción (color de piel, acento, estilo de ropa, una medalla religiosa, cabello

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cano, sexo, etc.) puede llevarnos a proyectar nuestra percepción generalizada
sobre un individuo en particular. Según Hall (2002, p. 201), no formamos la mayor
parte de los estereotipos que utilizamos a partir de nuestra propia experiencia,
sino que los aprendemos de la familia, los amigos, los compañeros de trabajo y los
medios masivos de comunicación. Así que adoptamos los estereotipos antes de
tener cualquier “prueba” personal. Y, puesto que los estereotipos guían lo que
comprendemos, nos pueden llevar a tomar en cuenta la información que los
confirma y a pasar por alto la información que los contradice.
El estereotipo contribuye a las imprecisiones en la percepción, pues ignora las
diferencias individuales. Por ejemplo, si el estereotipo que David tiene de los
abogados incluye que son poco éticos, entonces utilizará este estereotipo cuando
conozca a Denise, una mujer de altos principios y que resulta ser una abogada
exitosa. Seguramente podrás pensar en ejemplos en los que hayas sido víctima
de un estereotipo que se basó en tu género, edad, herencia étnica, clase social,
características físicas o cualquier otra identidad de grupo. Si es así, sabes lo
perjudicial que puede ser el uso del estereotipo.
Cuando utilizamos los estereotipos como base de nuestra interacción social, nos
arriesgamos a tener una mala comunicación y a herir los sentimientos de los
demás. Un amigo afroamericano que fue educado en un hogar de clase media,
cuenta la siguiente historia acerca de su primer día en la universidad. Se
encontraba en la oficina de registro, donde acababa de seleccionar sus clases. Al
momento en el que se dirigía a la caja para realizar el pago que cubría su
colegiatura, el decano de la universidad lo saludó cálidamente, le dio la bienvenida
a la escuela y lo condujo a la fila de solicitud de becas. Él se sintió ofendido.
Parece que parte del estereotipo que tenía el decano era que los estudiantes
negros que asisten a la universidad lo hacen gracias al sistema de becas.
Como lo sugiere este ejemplo, estereotipar puede llevarnos al prejuicio y a la
discriminación. De acuerdo con Hall (2002), el prejuicio es “una actitud rígida que
se basa en la pertenencia a algún grupo y predispone al individuo a sentir, pensar
o actuar de manera negativa hacia otra persona o grupo” (p. 208). Toma en cuenta
la diferencia entre un estereotipo y un prejuicio: mientras que un estereotipo es un
conjunto de convicciones o expectativas, un prejuicio es una actitud positiva o
negativa; ambas se relacionan con la pertenencia a algún grupo. Los estereotipos
y los prejuicios son cognoscitivos, lo que significa que son cosas que pensamos.
La discriminación por otro lado, es una acción negativa hacia un grupo social, o
hacia sus miembros, debida a la pertenencia a un grupo (Jones, 2002, p. 8).
Mientras que el estereotipo y el prejuicio tienen que ver con las actitudes, la
discriminación implica una acción negativa. Por ejemplo, cuando Laura descubre
que Wasif, un hombre al que acaba de conocer, es musulmán, puede
estereotiparlo como chauvinista. Si ella es feminista, puede usar este estereotipo
para prejuiciarlo y asumir que él espera que las mujeres sean serviciales y
sumisas. Por tanto se forma un prejuicio sobre él. Si actúa de acuerdo a su
prejuicio, puede llegar a discriminarlo, por ejemplo, si se niega a participar con él
en un proyecto escolar. De este modo sin llegar a conocer a Wasif, Laura utiliza su
estereotipo para prejuzgarlo y discriminarlo. En este caso, puede ser que Wasif

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nunca llegue a tener la oportunidad de ser conocido por lo que realmente es, y
Laura puede haber dejado pasar la posibilidad de colaborar con el mejor
estudiante del salón.
Los estereotipos, los prejuicios y la discriminación, al igual que la autodefinición y
la autoestima, pueden ser difíciles de cambiar. La gente es propensa a mantener
sus estereotipos y prejuicios aun enfrentándose a evidencias que los contradigan.
El racismo, el etnocentrismo, el sexismo y otros “ismos” ocurren cuando un grupo
con poder cree que sus miembros son superiores a aquellos que pertenecen a
otro grupo, y que esta superioridad le otorga el derecho de dominar o discriminar
al grupo “inferior”. Debido a que los “ismos” pueden estar profundamente
inculcados y ser sutiles, es muy fácil que pasemos por alto comportamientos que
adoptamos y que son racistas y sexistas.
Toda la gente puede ser víctima de los prejuicios y todos pueden discriminar. Sin
embargo, “los prejuicios de los grupos de poder son más determinantes en sus
consecuencias que otros” (Sampson, 1999, p. 131).
Estados emocionales

Un factor final que afecta la exactitud con la que percibimos a los otros es nuestro
estado emocional en el momento de la interacción. Con base en sus hallazgos,
Joseph Forgas (1991) concluyó que “existe una amplia y penetrante tendencia de
la gente a percibir e interpretar a los otros en términos de sus (propios)
sentimientos en un momento dado” (p. 288). Si por ejemplo, te enteras de que te
dieron el servicio de internado que solicitaste, es posible que tu buen humor
provocado por la noticia, se desborde y te lleve a percibir las otras cosas y
personas de manera más positiva de lo que lo harías bajo otras circunstancias. Si
por otra parte, recibes una baja calificación en un trabajo que pensaste que estaba
bien escrito, es probable que las percepciones de la gente que te rodea estén
coloreadas por la desilusión y el enojo que la calificación te produjo.
Nuestras emociones también nos motivan a comprometernos con percepciones
selectivas, ignorando la información inconsistente. Por ejemplo, si Dora siente una
atracción física hacia Nico, se enfocará sólo en el lado positivo de su personalidad
y tenderá a no fijarse en el lado negativo, que es obvio y aparente para los demás.
Nuestro estado emocional también afecta nuestras atribuciones (Forgas, 2000, p.
397). Las atribuciones son las razones que damos para la conducta de los otros.
Además de realizar juicios acerca de la gente, intentamos fabricar razones para su
comportamiento. De acuerdo con la teoría de atribución, lo que determinamos,
correcta o incorrectamente, que son las causas del comportamiento de los otros
tiene un impacto directo sobre nuestra percepción de ellos. Por ejemplo, imagina
que un colaborador con el que tenías una cita para almorzar no llegó a las 12:20.
Si te cae bien y lo respetas es probable que atribuyas su tardanza a algo externo:
una importante llamada telefónica de último minuto, la necesidad de terminar un
trabajo antes del almuerzo o algún accidente. Si no tienes interés personal en tu
colaborador, es probable que atribuyas su tardanza a algo interno: olvido,
desconsideración o mala intención. En cualquier caso, tu atribución casual

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afectará la percepción que tienes de él y, probablemente, la manera en que lo
tratarás en el futuro.
Al igual que los prejuicios, las atribuciones casuales pueden ser tan fuertes que
resistan la evidencia contraria. Si la persona no te interesa de manera particular,
cuando llegue y explique que tuvo una llamada de emergencia de larga distancia,
es probable que no le creas o que minimices la urgencia de la llamada. Un primer
paso para perfeccionar nuestra exactitud de percepción es estar consciente de
que nuestras características físicas y conductas sociales, los estereotipos y los
estados emocionales afectan las percepciones que tenemos de los otros.
Ahora queremos presentarte tres principios y una técnica de comunicación que
puedes utilizar para mejorar la precisión de las percepciones sociales que tienes
de los otros.
Cómo mejorar la percepción social

Ya que las inexactitudes en la percepción son comunes e influyen en la manera en


que nos comunicamos, mejorar la precisión de la percepción es un primer paso
fundamental para convertirse en un comunicador competente. Los siguientes
principios pueden ayudarte a construir una impresión más realista de los demás,
así como a evaluar la validez de tus propias percepciones.
1. Cuestiona la precisión de tus percepciones. Para hacerlo, deberás
comenzar diciéndote: “Sé lo que creo que vi, escuché, probé, olfateé o sentí,
pero podría estar equivocado. ¿Qué otra información debería tener?” Al
aceptar la posibilidad de un error, puedes motivarte para buscar una
verificación ulterior. En situaciones en las que la exactitud de la percepción es
importante, toma unos cuantos segundos para verificar. Valdrá la pena el
esfuerzo.

2. Busca más información para verificar las percepciones. Si tu percepción se


basa en uno o dos fragmentos de información, intenta obtener información
adicional para que tus percepciones estén mejor fundadas. Toma en cuenta
que tu percepción es tentativa, es decir, sujeta a cambio.

La mejor manera de obtener información acerca de la gente es platicar con


ella. Por desgracia, tendemos a evitar a las personas que son diferentes a
nosotros, por lo que no sabemos mucho de ellos. Como consecuencia,
basamos nuestras percepciones (y luego, nuestra conducta) en estereotipos.
Está bien sentirse inseguro acerca de la manera en que debemos tratar a
alguien de otro grupo, pero, más que dejar que tu incertidumbre te lleve a
cometer errores, platica con la persona y pídele la información que necesitas
para estar más cómodo.

3. Entiende que las percepciones que tengas de una persona cambiarán con
el tiempo. Con frecuencia, la gente fundamenta su comportamiento en
percepciones que ya son obsoletas y que se basan en información incompleta.
Así como tú has cambiado, también lo han hecho los demás. Cuando te

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encuentres con alguien que no has visto en mucho tiempo, permite que su
comportamiento actual, más que su comportamiento en el pasado, o su
reputación, sea lo que influya en tus percepciones. El hecho de que un antiguo
compañero de clases fuera un “rebelde” en la escuela preparatoria, no significa
que no haya cambiado y se haya convertido en un adulto maduro y
responsable.

Víctor, el mensajero de la compañía, entrega un memorando a Edith. Al leer la nota, los


ojos de Edith se iluminan y esboza una sonrisa. Víctor dice: “Oye, Edith, pareces muy
complacida. ¿Tengo razón?”

César, quien habla en frases cortas y precisas, con un tajante tono de voz, entrega a
Enrique su asignación del día, y éste dice: “Por el tono de tu voz, César, no puedo evitar
tener la impresión de que estás molesto conmigo, ¿cierto?

La evaluación de las percepciones te permite verificar tu percepción o corregirla


antes de actuar con base en ella. Por ejemplo, cuando Enrique dice: “No puedo
evitar tener la impresión de que estás molesto conmigo, ¿cierto?”, Cesar puede
responder: 1) “No, ¿qué te dio esa impresión?” En ese caso, Enrique puede
describir, de manera más amplia, las pistas que recibió; 2) “Sí, lo estoy.” En cuyo
caso Enrique puede hacer que César especifique lo que ha provocado esos
sentimientos, o 3)”No, no eres tú; es sólo que tres miembros de mi equipo no se
han presentado a trabajar.” Si César no está molesto con él, Enrique puede
considerar las claves que lo llevaron a malinterpretar los sentimientos de César; si
César está enojado con él, Enrique ha creado una oportunidad para limar
asperezas. Aun cuando tus percepciones iniciales pueden ser correctas, cuando
no realizas una evaluación de percepción verbal, corres el riesgo de actuar a partir
de hipótesis engañosas.

ii
Verderber y Verderber. ¡Comunícate! Capítulo 2: “Percepción de uno mismo y de los demás” pp.
25-43, Thomson. 11ª. Edición, México: 2005

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