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INTRODUCCIÓN:

En una de las cartas a Lucilio, cuando a este se le muere un hijo, se lamenta ante Séneca
y este le le responde de una manera heteróclita exponiéndole su propia concepción y le
dice: “¿Qué importancia tiene eso? Es una cosa inverosímil, es absurdo llorar por
semejante cosa.” Este es un rasgo de los estoicos, una distinción, el manejo de las
pasiones es un manejo despótico y se tiene que eliminar.
Estos rasgos son propios de los estoicos, personas que se resisten en su yo interior,
seguidores de una filosofía que data del siglo III A.C. en el contexto Helenístico-Romano.
Aunque se desarrollo comienza en Grecia con Zenón, Cleante y Crisipo, fue en Roma
donde resulto ser más popular donde p.e. Cicerón fue, entre los romanos ilustres, uno
de los que abrazó esta filosofía. En el periodo romano sus principales representantes
fueron el griego Epicteto y el emperador romano Marco Aurelio.
Más allá de todos los rasgos interesantes de los estoicos que fueron variando con el
tiempo, pero hay características esenciales que se han mantenido y que han influenciado
en otras filosofías y sistemas de pensamiento.
En cierto modo toda filosofía tiene un rasgo estoico en el sentido de ¿En qué culmina
toda filosofía? Que, es un decir, se dice lo que es.
En toda filosofía finalmente la sabiduría consiste en no oponerse a lo que es y que es el
saber en si mismo.
Y ha influenciado en grandes filósofos a lo largo de la historia, que tienen un cierto grado
de influencia estoica como por ejemplo Espinoza, Descartes , Leibniz cuando escribe
sobre la felicidad es un estoico total, Kant no se sabe hasta qué punto es estoico y fue
muy fuerte su influencia, Hegel termina diciendo si a lo que es y por ese se le acusa de
adorador de los hechos. Nietzsche termina diciendo sí a lo que es no negar lo que es
porque la negación es resentimiento. Heidegger en filosofía política sus técnicas tienen
influencia estoica. Asi mismo la moral y ética cristiana y en muchas religiones en el
mundo.
Entre otras respuestas los estoicos encontraron que la virtud de la existencia no puede
alcanzarse si se ignora la adversidad propia de la vida, y s posible que, paradójicamente,
por ese motivo la filosofía estoica cause tanta admiración a casi dos mil años de su
fundación.
Por ese motivo en esta monografía vamos a dar una descripción general de las
características y desarrollo del estoicismo.
ANTECEDENTES:

El estoicismo fue fundado por Zenón de Citio (aprox. 333-262 a. C.) —a veces llamado
Zenón el Estoico para distinguirlo de Zenón de Elea—, de origen chipriota y posiblemente
de ascendencia mixta, griega y oriental.Se trasladó a Atenas en el 311 a. C. después de
una vida agitada. Por aquel entonces Atenas era el centro cultural del mundo griego,
donde se congregaban las principales escuelas de filosofía. Durante su estancia, tomó
contacto con la filosofía socrática, en especial la de la escuela cínica, y la megárica.
Según Diógenes Laercio, inicialmente se inclinó por el cinismo, siendo alguien
especialmente cercano a Crates, pero pronto abandonó esta escuela al rechazar las
numerosas «exageraciones» en que estos incurrían, porque no podían ofrecerle ningún
programa de vida válido. Tras este abandono del cinismo, estudió con otros filósofos de
las escuelas platónica, aristotélica y megárica pero, insatisfecho con ellas, acabó
creando su propia escuela, en la que combinaba múltiples aspectos cínicos con los de
otros filósofos como Heráclito.Desde la antigüedad, se estudió la posible influencia sobre
Zenón de doctrinas semíticas tales como el judaísmo o las filosofías del Oriente Medio;
el considerable parecido entre el estoicismo y el cristianismo en algunas doctrinas, sobre
todo en la ética y en la cosmología, sugirieron a panegiristas cristianos como Quintiliano
y Tertuliano que Zenón estaba familiarizado, por su origen semita, con el judaísmo.

Zenón de Citio.
El término estoicismo proviene del lugar en el que Zenón comenzó, en el año 301 a. C.,
a dar sus lecciones en la Stóa poikilé (en griego Στοα, stoa, ‘pórtico’), que era el Pórtico
pintado del ágora de Atenas. Pronto atrajo a numerosos seguidores, quienes, tras la
muerte de Zenón, continuarían y expandirían su filosofía. El estoicismo fue la última gran
escuela de filosofía del mundo griego en ser fundada, y continuó existiendo hasta que en
el año 529 d. C. el emperador Justiniano clausuró la Escuela de Atenas. La escuela
cínica tuvo una clara influencia en la Stoa. Esto es evidente desde los inicios de esta,
pues las fuentes declaran que su fundador, Zenón de Citio, estudió directamente con un
cínico: Crates. Estoicos tardíos, como Epicteto, identificaban al cínico Diógenes de
Sínope como dechado de hombre sabio.

El corpus doctrinal del estoicismo se basaba en las escrituras de Zenón, hoy en día
perdidas; no obstante, se sabe que escribió numerosas obras entre cuyos títulos
destacaban: De la vida conforme a la naturaleza; De los universales; Argumentos
dialécticos y De las pasiones. Cuando Zenón muere en 261 a. C. se hacen cargo de la
escuela Cleantes y Crisipo. A decir de Laercio, a este último se le debe que el estoicismo
perdurase: «Sin Crisipo no habría habido la Stóa». En efecto, Crisipo, que dirigirá la Stóa
desde el 232 a. C. hasta su muerte, acaecida en 208 a. C., fijó el canon del estoicismo,
perfeccionó las investigaciones lógicas y sistematizó las enseñanzas de Zenón.
Desgraciadamente, de su obra solo han sobrevivido algunos escasos fragmentos y unas
pocas referencias hechas por otros autores, resultando complicado discernir qué partes
del ideario se deben a Zenón, a Crisipo y a Cleantes. En general, apenas si se han
conservado algunos fragmentos de los textos estoicos más antiguos.

Con la muerte de Crisipo, se dio por concluida la primera fase del estoicismo, llamada
Estoicismo antiguo. Esta primera etapa se caracterizó sobre todo por el establecimiento
formal de la doctrina. Tras Crisipo, dirigieron la escuela Diógenes de Babilonia y Antípater
de Tarso, comenzando la época denominada Estoicismo medio. Durante la misma se da
la expansión del estoicismo por todo el mundo mediterráneo, aprovechando el impulso
del mundo helenístico y las redes comerciales surgidas con el auge de Roma. Sus
principales figuras fueron Panecio de Rodas (185–109 a. C.) y, sobre todo, Posidonio de
Apamea. Quizá el hecho más destacado de este período fue la introducción del
estoicismo entre las élites romanas. La sociedad aristocrática romana de los siglos II y I
a. C. valoraba en mucho los tiempos de «nuestros padres», refiriéndose a los siglos
anteriores en que la relevancia económica y militar de Roma todavía era escasa. Se
idealizaba y exaltaba la sencillez y la sobriedad de la vida de aquellos tiempos y, como
en todo el mundo griego, se miraba con desconfianza los lujos y las costumbres
modernas, más sofisticadas, que se habían ido introduciendo conforme la República
Romana ganaba preeminencia. La doctrina estoica, muy favorable a esos puntos de
vista, fue introducida con éxito, y ganó adeptos tan conocidos como Catón el Viejo,
Escipión el Africano y Catón el Joven; la notable fama de estos favoreció todavía más al
estoicismo, que pronto fue la escuela filosófica más admirada por los romanos.
Séneca, parte de una doble herma (Antikensammlung, Berlín).
De los escritos del período medio apenas se conservan, de nuevo, más que unos pocos
textos fragmentados. Usualmente, se considera que tras la muerte de Catón el Joven y
la resolución de las guerras civiles que condujeron al establecimiento del Imperio
romano, surge la última etapa del estoicismo, el llamado Estoicismo nuevo o Estoicismo
romano. Los filósofos de esta etapa han llegado a ser mucho más famosos y conocidos
que los estoicos antiguos (y sus obras se conservan en mayor número), y materializaron
la implantación del estoicismo como la principal doctrina de las élites romanas. El
estoicismo romano destaca por su vertiente eminentemente práctica, donde las
consideraciones lógicas, metafísicas o físicas del estoicismo antiguo pasan a un segundo
plano para desarrollar, sobre todo, la vertiente ética de la escuela. Los principales
exponentes de esta etapa, y posiblemente los estoicos más famosos, fueron Lucio Anneo
Séneca (4 a. C.-65 d. C.), uno de los escritores romanos más conocidos y quizá el estoico
mejor conocido, Epicteto (50-130 d. C.), nacido esclavo, y el emperador Marco Aurelio
(121-180 d. C.). La obra de Séneca, Marco y Epicteto permite acercarse, de manera
sencilla y didáctica, a los principales aspectos del estoicismo, si bien no introdujeron
ningún elemento esencialmente original en la doctrina.

Tras la muerte de Marco Aurelio, se considera que el estoicismo entra en decadencia.


Las sucesivas crisis políticas, económicas y militares que asolan el Imperio romano
durante el siglo III, tienen como consecuencia una revalorización de la espiritualidad que
el estoicismo no puede afrontar, surgiendo el neoplatonismo, que, a partir de 250 d. C.,
desplazará al estoicismo como principal doctrina de las élites. El giro cultural de esta
época provoca que el plan de vida estoico pase a ser negativamente considerado; en
esta época, esencialmente, el estoicismo ganará su fama de envarado y rígido.
Igualmente, el auge del cristianismo afecta negativamente a todas las escuelas
filosóficas helenísticas, al ser rechazadas muchas de sus enseñanzas por contrarias a la
doctrina cristiana. Para el año 300, la única de estas capaz de objetar algo al cristianismo
es el neoplatonismo, y el triunfo de aquél sentencia definitivamente al movimiento
helenista en general, que formalmente concluye en el 529, cuando Justiniano cierra las
escuelas filosóficas de Atenas (el Liceo, la Academia, la Stoa).

Los grandes temas filosóficos de todos los tiempos es el de la Libertad; se encuentra en


casi todos los grandes filósofos, desde la antigüedad hasta nuestros días, aunque más
no sea sugerido. La cuestión de la libertad o el hecho de que significa ser libre es de los
más profundos problemas del espíritu humano. A veces se plantea incluso como una
duda: en ocasiones podemos dudar de que en realidad seamos libres; también podemos
imaginar que la libertad de la que creemos o sentimos dueños es una mera ilusión. Uno
podría sugerir, desde el punto de vista de una actitud ingenua, que detenerse a pensar
en el tema de la libertad (o en otros muchos temas fundamentales de la existencia
humana) puede constituir una ocupación puramente teórica y, en ese sentido, algo
desvinculado de lo que llamamos "realidad". Esta creencia ingenua, sin embargo, puede
ser rápidamente disipada cuando perdemos nuestra libertad (por las razones que fuere)
y el tema deja de ser algo teórico para pasar a ser algo tan necesario, vital e inmediato
como el alimento, el vestido o la vivienda.

¿Qué es la libertad?
Creo que existe una concepción ingenua de la libertad que consiste en la disposición que
solemos tener los seres humanos a pensar que somos dueños de nuestros actos, no
importa cuáles fueran las circunstancias en que nos encontráramos. En algún momento
de nuestra vida pasamos por la experiencia de creer que somos libres, que podemos
tener cierto grado de control sobre las más diversas situaciones. La conducta infantil es,
en este sentido, bastante ilustrativa: los niños pequeños no conocen límite alguno; creen
que son capaces de llevar a cabo las empresas más grandes e incluso que pueden tener
cualquier tipo de actitud o de conducta con sus semejantes. Desde luego que uno podría
decir que la supuesta libertad que estoy atribuyendo a los niños es en realidad parte de
su falta de conciencia, de su ignorancia del mundo y de los demás de las normas básicas
y elementales que rigen (o en el mejor de los casos deberían regir) las relaciones
humanas. Pero, en todo caso, los niños pequeños los seres más libres (entendiendo
“libres” en un sentido muy amplio) porque, precisamente, son los únicos que ignoran la
existencia de límites. La libertad, suele decirse, debe entenderse como “libertad con
responsabilidad” y, desde luego, nadie haría responsable de sus actos responsable de
sus actos a un niño pequeño.
Algo similar de lo que he descrito en el caso de los niños, sin embargo, suele suceder a
menudo suele suceder con personas adultas: muchos de nosotros ignoramos o no
queremos reconocer nuestros propios límites. A veces nos creemos dueños de la mayor
parte de las situaciones en las cuales debemos seguir un curso de acción u otro. Esta
actitud, que llamaré “conciencia ingenua de la libertad”, puede verse destruida por la
irrupción súbita de hechos que escapan de nuestro control. Tal vez el ejemplo extremo
de tales hechos es la muerte o el padecimiento de una enfermedad incurable que sin
duda sabemos que terminará con nuestra vida. Desde pequeños “sabemos” que en algún
momento moriremos; sin embargo, con frecuencia vivimos como si la muerte fuera algo
ajeno a nosotros, algo que “solo le sucede a los demás”. En cambio cuando la
experiencia de la muerte es cercana a nosotros (como cuando estamos en peligro de
muerte o muere un ser amado) la referencia que tenemos con esa situación, inevitable y
fundamental de nuestra existencia, deja de ser puramente conceptual y se convierte en
algo vital incluso más real que los objetos sensibles de nuestra experiencia cotidiana, los
cuales suelen conformar ”la realidad” en nuestra visión vulgar del mundo (“vulgar” aquí
no tiene un sentido peyorativo; remite al estado en el que la mayor parte de las personas
nos encontramos la mayor parte del tiempo).

Hechos extremos como la muerte destruyen (o al menos ponen en serias dudas) nuestra
creencia en el dominio de las situaciones que nos rodean. De todos modos, necesitamos
pensar que hay cierto grado de control de los hechos o acontecimientos de nuestra
experiencia: por ejemplo, creemos (a veces con muy buenas razones) que somos
capaces de ser responsables de nuestros actos, lo cual supone - al menos implícitamente
- que tenemos la posibilidad de elegir cursos de acción alternativos. AI hacer un análisis
conceptual de la cuestión podemos pensar que existe un ámbito de indeterminabilidad
que nos permite determinar por nosotros mismos qué es lo que vamos a hacer.
Según los estoicos, destino es también la razón (logos), de acuerdo con la cual se ordena
todo lo existente; es el poder motriz de la materia, que opera según reglas idénticas y se
identifica con la providencia y con la naturaleza. Según Crisipo, el tercer escolarca de la
Stoa, todo lo que ha ocurrido, todo lo que está ocurriendo y todo lo que ocurrirá es
controlado por el destino." Como se ve, el alcance del destino como factor causal se hace
extensivo incluso al futuro, lo cual puede poner en duda nuestra capacidad de decidir.
En un texto de Plutarco se atribuye a Crisipo la tesis de que "ninguna cosa particular, ni
siquiera la más pequeña, puede haberse producido de otra manera más que en
conformidad con la naturaleza universal y su razón" .A renglón seguido Plutarco no duda
en identificar a la naturaleza universal y su razón con el destino y la providencia.
La novedad importante que encontramos en los estoicos respecto del pensamiento
griego anterior es la idea de un principio de causación universal. Los estoicos, entonces,
son los primeros en sostener una posición determinista, esto es, una tesis que procura
mostrar que para todo lo que sucede existen ciertas condiciones de las cuales se
seguirán de un modo necesario ciertas consecuencias.
Me parece que es posible sugerir que en muchos textos atribuidos particularmente a
Crisipo se encuentra otro punto de vista acerca de qué es la libertad: se es libre cuando
se puede optar entre cursos de acción diferentes y el resultado de nuestra acción es un
efecto de nosotros mismos, no de un factor causal universal externo al cual debemos -
en forma consciente o inconsciente - someternos. Si esto es así, se admite que hay
acciones correctas e incorrectas porque de otro modo el único y universal responsable
de todo sería el destino. Debe existir, entonces, un ámbito de indeterminabilidad en el
que podamos ser causas de nuestros actos. Lo que estoy sugiriendo, por tanto, es que
(contra lo que han sostenido calificados intérpretes de la filosofía estoica primitiva) al
menos en Crisipo puede advertirse una tensión entre destino y moralidad, pues, en
efecto, si todo está determinado la voluntad humana no parece desempeñar ningún papel
efectivo.

CONCLUSIONES

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