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Cuando en 312 a. C. el joven Zenón, «delgado, más bien pequeño y de piel oscu-
ra», desembarcó en el Pireo, totalmente imbuido de la lectura de los clásicos y ardien-
do en deseos de conocer «dónde residían tales hombres» (DL, VII, 1) ·, el espectáculo
.que se le ofreció en aquella Atenas de finales del siglo IV le llevó a encontrar en la
«vida cínica» el único refugio, en rigor, de toda aquella ciudad de desorden.
Como quiera que el fundador de la escuela estoica fue durante muchos años dis-
cípulo del filósofo cínico Crates, la «herencia cínica» (ct cuadro en p. 9) se transmiti-
rá de un maestro a otro hasta la tercera generación, es decir, hasta el final de la
primera escuela estoica, la única ateniense. Más tarde, un bibliotecario de Pérgamo,
a pesar de ser él mismo estoico, y por ende de estirpe en algún modo cínica, arran-
cará de los libros de los antiguos maestros estos «pasajes escandalosos•>. Hijos de la
crisis de la Ciudad, los cínico-estoicos serán condenados bajo el poder romano, que
se complacerá en confeccionar las imágenes antitéticas del digno estoico y del cínico
desaliñado, retratos que quedarán así fijados para la posteridad.
Pero dejemos ahora esto y volvamos a Zenón, cuando todavía era ese «pequeño
fenicio», resetvado y serio, que escapaba .a todo coqer·de las pesadas bromas filosó-
ficas de su maestro, pero que, sin embargo, volvía siempre, obstinadamente, tras los
pasos del «Perro»; y eso a pesar de su. poca disposición para llevar públicamente el
escándalo ejemplar de la.«vida cínica». Qué extraño vínculo, aunque realmente dura-
dero, entre este mercader oriental, respetuoso con todas las costumbres, exigente
con su dignidad y que compensaba su castidad con un apego al dinero que la leyen-
da se ha cuidado de no olvidar, entre este Zenón «triste,.amargo y tenso», y el gordo
Crates, hijo de una rica familia beocia, que renegó de su condición y renunció a su
· D/.: Diógenes Laercio: Vidas, Doctrinas y SttútlldG b /ilílsDfiJs ilustres.. ·Utilizaremos, asimismo, las
siRuientes abreviaturas: SVF: Stoicorum veterum fi~. Vea Arnim;Sttittgart, 1974 (antología de tex-
tos estoicos); CG: ús Cyniques grecs, {ragments el U.
tawa, 1975.
,....._porI.éonce Paquet, ed. de I'Université d'Ot-
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fortuna, y al que le encantaba ofrecer a los griegos la imagen, hasta entonces inédita, ·
de un filósofo copulando en público (DL, VI, 97). ¿Qué relación pudo unir a Zenón,
«el más digno de los hombres, que rechazaba casi todas las invitacion·es a cenan> y
que en los espectáculos elegía la grada más elevada con el fin de evitarse una parte
al menos de las molestias de estar en público (DL, VII, 4), con Crates, el provocador
público, «que perseguía a propósito a las prostitutas para acostumbrarse a recibir sus
injurias», se paseaba por Atenas con inscripciones en el rostro y se dejaba arrastrar
por los pies mientras recitaba, sonriente, versos de Homero (DL, VI, 87-90)?
En lo que sigue, intentaremos mostrar ese proyecto común entre ambas corrien-
tes que pudo más que las divergencias, de las que la Historia de las ideas nos ofrece
dos modalidades bien distintas: la tradición escrita y la tradición oral. Así, a la biblio-
teca del estoicismo de Atenas, prodigio de poligrafía, responde el drama didáctico
que, en solitario, recitaba en el ágora el <<loco de dios», el cínico.
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La «herencia cínica» del estoicismo
1. Los Sabios compartirán las mujeres, y el se en los templos, acostarse o morir en
primero que llegue usará de la primera ellos (III, 753).
que encuentre (SVF, I, 269). 9. No hay ningún mal en vivir con una prosti-
2. La homosexualidad no es un mal (l, 249). tuta ni en vivir del trabajo de una p.rostituta
3. No hay diferencia alguna entre las relacio- on. 755).
nes homosexuales y las heterosexuales, 10. Diógenes, que se masturbaba en publico,
femeninas o masculinas. Tan convenien- es digno de elogio (lll, 706).
tes son unas como otras (I, 250,252, 253). 11. Se comerá carne humana si las circuns-
4. El Sabio podrá unirse a su hija si las cir- tancias lo piden (1, 254).
cunstancias lo piden (III, 743). 12·. Crisipo dedica mil versos a aconsejar que
5. Cualquiera podrá unirse a su madre, a sus se coma a los muertos (I, 254).
hijas, a sus hijos; el padre podrá unirse a su 13. No sólo se comerá a los muertos, sino inclu-
hija, el hermano a su hermana (III, 745). so la propia carne en el caso de perder
6. Cualquiera podrá unirse a su madre, a su algún miembro, para que así se convierta
hija, a su hermana (III, 753). · en parte de otro de nuestros miembros (HI,
7. No es vergonzoso frotar con el miembro 748).
el sexo de la propia madre. A propósito 14. Se comerá a los hijos, a los amigos, a los
de Edipo y de Yocasta, Zenón dice que padres y a la esposa muertos (III, 749). '
no es vergonzoso dar friegas a la madre 15. Se tratará el cadáver de los padres como
de uno si eslá enfenna ni tampoco darle a cabellos o uñas cortados; y si las carnes
masaje..o; para proporcionarle placer y son comestibles, se servirá uno de ellas
curarla del deseo. Entre servirse de la como de un alimento, y comerá sus pro-
mano para darle masajes o deJ miembro píos miembros amputados (IH, 752).
para aliviarla, no hay diferencia. (I, 256). 16. Los hijos cocerán y comerán a su padre,
8. Debemos tomar como ejemplo a las bes- y si alguno de ellos se negard a hacerlo,
tias y considerar que nada de lo que será a su vez devorado (l. 254).
hacen es contrario a la naturaleza. Ac;í, 17. Los hijos llevarán a sus padres al sacrifi-
no tiene nada de reprensible emparejar- cio y se los comerán (III, 750).
El gran historiador del estoicismo, Émile Bréhier, ha dicho, refiriéndose a los tex-
tos transgresores que acabamos de ver, que tenían como función la de «escandalizar
al buen ciudadano>> (Bréhier, 1951). Pero vayamos más lejos: la subversión cínico-
estoica invierte todos los emblemas de la especificidad humana y «deconstruye» las
normas tradicionales de una manera muy precisa.
Si para Homero los hombres <<civilizados» son «los que se alimentan de pan»,
para los cínicos «los Cíclopes eran dignos de estima y tenían mil veces razón en no
trabajar la tierra, pues ella les proporcionaba todas las cosas de manera espontánea»
(CG,47).
El matrimonio monógamo y generador de descendencia es otra norma cultu-
ral, y contra este aspecto de la normalidad brillará con un resplandor especial el
btío subversivo de nuestros contestatarios . La vuelta a la unión libre que predi-
can las dos escuelas anula toda la obra de un «héroe civilizador», el segundo tras
Prometeo en verse arrojado de su pedestal: nos referimos a Cécrope, segundo rey
de Atenas, que inventó el matrimonio e hizo que los atenienses pasaran del sal-
vajismo a la civilización (Escolios a Aristófanes, Plutus, 773). La prostitución, la
homosexualidad y el incesto son, evidentemente, otros tantos adversarios del
matrimonio. En el universo mental de la Ciudad, la esposa se opone a la cortesana
como la sabiduría fecunda al vicio estéril. Pero es la homosexualidad la que repre-
senta la unión estéril por excelencia, la sexualidad sin finalidad: de ahí que algunos
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reyes míticos como i..ayo, o tiranos como Pisístrato, hayan recurrido a ella para evi-
tar descendencia. . ·· · · ·
Así, contra todos los mandamientos de la <<religión sacrificial»; 1os cínicos procla-
man su rechazo a mantenerse dentro de los limites de lo hrnnano, ·y ·s e rodean con
delectación de. todos lo~ signos de lo bestial y salvaje; y podríanios:ampliada lista:
desde Antístenes, que se daba ·a·sí mismo el sobrenombre de iJerdatkr() perro (DL,
VI, 13), los cínicos no desaprovechaban ninguna ocasión para recordar su identidad
canina; y ·no precisamente como perros domésticos. Diógenes se compara con un
león y con una bestia salvaje:'.Se declara nacido para la caia y pide que se le lleve a
cazar. Por lo demás, él mismo lleva de caza a los hijos de su señor, q1.1e recibieron de
él una perfecta educación cínica.{DL, VI, 31, 33, 75). Hiparquia, la compañera de era-
tes, se comparaba con la cazadora Atalanta (ibid., 98). ·El propio Diógenes colocaba a
la masturbación bajo el signo de lo salvaje: su inventor --decía- es el dios Pan, señor
de la montaña, que la regaló a los pastores, estirpe asocial por antonomasia (CG, 74).
Pero aparte de la esfera inmediata de la simbología sacrificial, también hay otros
signos que separan lo humano de lo animal. Así, por ejemplo, ir vestido o realizar en
privado los actos naturales de la vtda se cuentan entre los rasgos seguros de ta esp~
cificidad humana. Comer en el ágora es un acto vergonzoso, y así se lo reprocharon
los atenienses a Diógehes más de tina vez (DL, VI, 58, 61, 69; y CG, 82): «Cuando
comía en la plazá pública.. nos dice uno de estos textos, la gente que pasaba lo trata-
ba siempre de perro». Podemos por tanto concluir que la masturbación pública de
Diógcnes y la copulación pública de Crates e Hiparquia, que no son sino la renuncia
al carácter privado de la vida sexual, constituyen una profesión de animalidad. Dió-
genes asocia directamente estos actos públicos: «Si no es malo comer, tampoco será
malo comer en público>>. Asimismo-se masturbaba siempre en público, diciendo:
«Pluguiera al cielo que bastara igualmente frotarse el vientre para aplacar el ham-
bre.>> (DL, VI; 69). Publicidad de los gestOs, publicidad del cuerpo: Diógenes se decla-
raba partidario de la desnudei (CG, 105); y Crates, el día que le pidió a Hiparquia que
se convirtiera en su compañera, se despojó de sus ropas delante de ella y le dijo: «He
aquí tu futuro y todo tu haber» (DL, VI, 96).
Existe, por último, otra gran característica de lo humano: las co.stumbres funera-
rias. También en este terreno ·la voluntad subversiva de nuestros coºtestatarios se
ejercerá con una reforzada agresividad: no se ofrecerán a los muertos honores fune-
rarios; se los echará a las bestias. Diógenes pedía «QUe se dejara su cuerpo sin sepul-
tura para que los :perros pudieran coger ·un pedazo», o bien que •<lo arrojaran al río
·llisos para que fuera útil a sus hermanoS» (DL, VI, 79) , «Si los perros despedazaban
su cadáver, solía decir, tendría una sepultura al modo de los hircanos; si eran los bui-
tres los que se abalanzaban sobre él, sería una sepultura al modo hindú» (CG, 95).
Estos animales necrófagos prefiguran al propio cínico: cada cual debe comer a sus
parientes cercanos una vez muertos.
Los estoicos retoman este principio. para darle un considerable desarrollo: «Crisi-
po dedica mil versos a aCQnsejar que se.coma a los muertoS» (cf. cuadr.o, p. 9, nQ 12).
Los muertos no son más que un alimento; y un alimento que habrá que cocer: «El
padre será. cocido y comido .por. sus ·propios hijos; y si alguno de ·ell9s no quisiera
hacerlo o se negara a tocar una parte cualquiera de ~sta comida, él setá a su vez d~vo
rado». Cío icos y estoicos invitan a los hijos a (<sacrificar y comer a sus padres» (SVF,
1, 254, IJJ, 750)' . .·
De esta manera hemos alcanzado la transgresión máxima. Pero, a la vez, es aquí tam-
bién donde -estalla la paradoja; la necrofagia se asocia a lo «cocido». .El acto caníbal con-
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tra los propios padres introduce el salvajismo en. el sentido más fuerte; pero~ al mismo
tiempo, al tratarse de un sacrificio, se convierte en el acto cultural por excelencia.
Si nos atenemos a los índices formales, estamos ante el eje que nos permitirá des-
cubrir el otro aspecto de las cosas, lo que nos permitirá abrir la segunda parte de este
tema y constatar así que, en la región que encontramos una vei franqueada las fron-
teras de lo humano, los rasgos salvajes y bestiales. están inextricablemente unidos
con los rasgos divinos. ·
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<<hombre divino»· más que aquél que consiga arrancar de sí su ser sensible y camal.
Aquel que aspire a esta·eleváción -dice Platón en el Fedón- deberá ejercitarse duran·
te toda su vida en separar el alma del cuerpo imponiéndose sin desfallecimiento la
más noble de las reglas, el·ejercicio de la muerte. Por eso, en el último día de su vida,
Sócrates se alegra de morir: para él, la muerte realiza al fin la separación del alma .y
el cuerpo por la que había trabajado durante toda su vida
Diógenes está animado por un análogo «deseo de muerte». Su muerte será tan
«responsable» como la de Sócrates; será completamente fruto de una elección: muere
asfixiándose voluntaria~ente por «retención de la respiración» y «ha subido al cielo
apretando los labios contra.los dientes para aguantar la respiración». Hay que señalar
que también otro cínico, Metrocles, murió asfixiándose voluntariamente (DL, VI, 95).
Es evidente que la leyenda les atribuye la práctica del Apnoun, «Sin-respiración»,
técnica precisa de separación del alma y el cuerpo en los círculos mágico-místicos.
Símbolo de lo que Platón llama la «muerte elegida» (Fedón, 67a; 81a), parece que el
suicidio filosófico fue una tradición retomada también por Jos estoicos de Atenas;
Zenón muere suicidándose, y Cleantes se deja morir de hambre. Eligiendo el
Apnoun, Diógenes renueva una tradición que está unida a los nombres de Empédo-
les y Pitágoras, y hace de s u muerte una proeza espiritual que lo eleva al rango de los
«hombres divinos» más·célebres. Ya en la vejez respondia a los que le aconsejaban
moderar su ascesis: «Si yo hiciera una carrera de fondo en el estadio, ¿debería mode-
rar mi velocidad cerca de la meta o más bien lanzarme hacia ella con todas mis fuer-
zas?» (DL, VI, 34). Estamos ante la más clara descripción de la muerte-proeza. Y
como conclusión de toda una vida, le valdrá a Diógenes los honores del héroe. Al
igual que en la Ilíada los personajes se disputan los cuerpos de los héroes, «Sus ami-
gos se disputaron su cuerpo para ver quién lo enterraba». Según la costumbre grie-
ga de situar la tumba de los héroes cerca de las puertas de la ciudad para qtie
aquéllos sean sus guardianes, Diógenes «fue enterrado cerca de la puerta de la ciu-
dad, la que conduce al Istmo». El proceso de heroización culmina con la erección «de
una coltunna funeraria de mármol de Paros coronada con un perro». El PeJTo ocupa,
de la manera más ostensible posible, la posición de lo «alto» (CG, 94-97).
Todos los elogios póstumos a Diógenes hacen justicia a su doble naturaleza. Antí-
patro de Sidón lo alaba como «Sabio Perro», Ausonio afirma que el Perro ha subido
al cielo, «allí donde la estrella del León brilla con toda su fuerza». De una manera aón
más bella, el poeta Cércidas de Megalópolis lo llamará «Perro celeste» (DL, VI, t7, y
ce, 96) .
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