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Relatoría no.

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Laing, Ronald, Phillipson, Herbert & Lee, Russell (1978). Interacción e interexperiencia en
las díadas. En: Percepción Interpersonal. Buenos Aires: Amorrortu Editores. Pp 19-32.

En el estudio y comprensión de la conducta humana, los autores plantean dos axiomas: “1)
La conducta es una función de la experiencia, y 2) La experiencia y la conducta están siempre
en relación con algo o con alguien distinto a uno mismo” (p.19). Por esto, para analizar la
conducta de una persona, hay que tener en cuenta su interacción con alguien más y la
interexperiencia que se da en esta. Es decir, lo que una persona hace se transforma en
experiencia de la otra con la que se relaciona.

Dicha transformación está medida por la percepción e interpretación que se haga de la


conducta, pues tal como lo señalan los autores, “la conducta de por sí no conduce
directamente a la experiencia. Debe ser percibida e interpretada de acuerdo con cierto
conjunto de criterios” (p.20). Por esta razón, es importante resaltar que las estructuras de la
percepción son constitucionales y aprendidas, y están condicionadas por la cultura. Es
precisamente en la familia - “como un subsistema que interactúa con la subcultura de su
contexto, las instituciones conexas y la cultura global” (p.20) - que las personas aprenden a
estructurar sus percepciones. Estos criterios y estructuras interpretativas, por lo general son
inconscientes, ya que los seres humanos no suelen detenerse a pensar en por qué juzgaron
de tal forma ciertos actos.

El problema en las dinámicas de interacción “consiste en la alteración de mi experiencia de


mi conducta con respecto a tu experiencia de mi conducta” (p.21), haciendo referencia a que
la interpretación de un mismo acto puede ser muy diferente entre dos personas. Esto se debe
a que la percepción tiene que ver con la selección y recepción que una persona hace de las
cosas que otra le comparte. Además, como se mencionó, “las interpretaciones se basan en
nuestro aprendizaje previo, en particular dentro de la familia (...), pero también en la sociedad
global en la que nos movemos” (p.22), y en el contexto en el que nos encontremos.

Las disyunciones o discrepancias en la interpretación de un acto revisten en dos situaciones.


Por un lado, si el caso es que las dos personas entienden y captan que difieren en el significado
atribuido a cierto acto, puede darse una discusión al respecto asumida como amenaza,
súplica, soborno o persuasión. Sin embargo, en el caso contrario, cuando no se da un

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entendimiento del desacuerdo, lo que sucede es que el punto de vista de la otra persona se
ignora o se desconoce, causando así una interrupción en la comunicación. En cualquiera de
los casos, se evidencia que “entre la experiencia de una persona y la otra media siempre la
categoría interviniente de la conducta de la primera” (p.23); por lo que “cualquier acción
sobre el otro tiene efectos sobre mí, y cualquier acción sobre mí mismo afecta al otro” (p.24).
Esto último tiene que ver con el objetivo de la mayoría de las acciones humanas: “inducir en
el otro determinadas experiencias con respecto a uno mismo” (p.24).

Con estas ideas, los autores quieren decir que en la interacción de una diada, siempre está en
juego la metaperspectiva y la metaidentidad, pues uno se relaciona con el otro de acuerdo a
lo que uno piensa que el otro piensa de uno. Incluso, se tiende a seleccionar a aquellas
personas para quienes se puede ser lo que se desea ser. Para esto, hay una forma de actuar
que influye en la experiencia del otro con respecto a uno, y que implica primero actuar sobre
la propia experiencia con respecto al otro. Esta forma de acción se llama proyección, y en
palabras de los autores, “se refiere a una manera de experimentar al otro según la cual
experimentamos nuestro mundo externo en términos de nuestro mundo interno” (p.26). Sin
embargo, suele confundirse la proyección con la falta de confrontación de las expectativas de
las personas que se relacionan. Puede decirse que la experiencia en sí está compuesta por
percepción, interpretación, fantasía y expectativas, y que “mediante mi conducta puedo
actuar sobre tres áreas del otro: sobre su experiencia de mí, sobre su experiencia de sí mismo
y sobre su conducta” (p.32).

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