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CORRIENTES PSICOLÓGICAS
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INTRODUCCIÓN.
I.
Si es cierto que las disciplinas se fragmentan y que la mayoría de las innovaciones más
importantes se producen en las fronteras interdisciplinarias, ¿cómo conciliar esto con la noción
de paradigma disciplinario? Teóricamente, existe una incompatibilidad entre las dos nociones:
una ciencia dominada por un paradigma debería ser suficientemente coherente para evitar la
apertura, la fragmentación en especialidades y dejar que estas especialidades se recombinen a
uno y otro lado y de la frontera disciplinaria. Cabe dudar pues de la validez de la noción de
paradigma en general, y de su aplicabilidad a las ciencias sociales.
Sin embargo, admitiendo que para las ciencias naturales la noción de paradigma es adecuada,
conviene subrayar que los paradigmas aparecen muy frecuentemente en el punto de
convergencia de las especialidades interdisciplinarias. Tomemos por ejemplo la biología
molecular que es una síntesis de varias especialidades. “La biología molecular no nació de los
amores ideales y espontáneos entre la física y la biología, sino de un complicado entrecruzarse
de ideas e investigaciones sumamente diversas” (Thuillier Pierre).
No obstante, ¿puede decirse que la noción de paradigma sea pertinente también para las
ciencias sociales? Thomas Kuhn admitió explícitamente que en esas ciencias seria excesivo
hablar de paradigma, dados los desacuerdos permanentes que las caracterizan. En su prefacio
a “Las estructuras de las revoluciones científicas” explica que fue en ocasión de su estancia en
el Centro de Estudios Avanzados de Palo Alto, en California, dentro de un grupo dominado por
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¿Existen en las ciencias sociales alteraciones paradigmáticas análogas a las que produjeron
Copernico, Newton, Darwin o Einstein? ¿Podemos calificar de paradigmáticas las teorías de
Keynes, Chomsky o Parsons? ¿El progreso en las ciencias sociales, se obtiene mediante
revoluciones paradigmáticas o mediante procesos acumulativos? En suma, ¿existen
verdaderamente paradigmas en las ciencias sociales?
En el interior de una disciplina formal pueden cohabitar diversas teorías principales, pero el
paradigma se da únicamente si una sola teoría verificable domina a todas las demás, y es
aceptada por el conjunto de la comunidad científica. Ahora bien, en el campo de las ciencias
sociales asistimos, en el mejor de los casos, a la confrontación de varias teorías no verificables.
La mayoría de las veces ni siquiera se produce la confrontación: los teóricos se evitan
cuidadosamente o se ignoran soberbiamente, lo que es relativamente fácil si se tiene en cuenta
el tamaño de las comunidades científicas, divididas en escuelas. Esto ocurre en todos los
países, grandes o pequeños.
Esta ignorancia mutua es un viejo hábito de la sociología. A comienzos de siglo, los grandes
sociólogos apenas se comunicaban entre sí, o no se comunicaban en absoluto. En los escritos
de Weber no hay ninguna referencia a su contemporáneo Durkheim. Esta observación puede
extrapolarse a otras disciplinas; si bien hoy día no hay excusa suficiente gracias al Internet.
La confrontación de las teorías no es de por si objetable. Pero es menester que haya debate.
En las ciencias sociales no hay paradigmas porque tampoco hay, en el interior de cada
disciplina, una comunicación suficiente.
Para que haya paradigma es necesaria otra condición: las teorías deben referirse a aspectos
esenciales de la realidad social. Ahora bien, cuanta más ambiciosa sea una teoría, menos
posible es ponerla a prueba directamente con los datos disponibles. En las ciencias sociales no
se hacen descubrimientos fundamentales, como ocurre de vez en cuando en las ciencias
naturales, mas bien se construyen teorías no verificables, en parte porque la propia realidad
social cambia. Además, y sobre todo, “los errores de los gigantes de las ciencias naturales son
insignificantes en comparación con los fundamentales errores cometidos por las lumbreras de
las ciencias sociales y económicas” (Andreski).
Basta con aceptar una comparación asincrónica entre la Inglaterra de su tiempo y el Tercer
Mundo actual para admitir la validez asincrónica de su teoría. ¿Debemos ir más lejos y hablar
de un paradigma malthusiano? Por mi parte no veo la utilidad, pero, de todos modos, si hay un
paradigma se trata de una fusión de diversos segmentos de la economía, la demografía, la
sociología y la historia, o sea de un paradigma compuesto.
¿Existe por lo menos un progreso acumulativo en las ciencias sociales? Existe evidentemente,
ya que cada disciplina tiene un patrimonio propio, compuesto de conceptos, métodos, teorías y
praxis. Se ve enseguida si alguien es un profesional o un aficionado. Existen progresos
acumulativos incluso en el ámbito de la teoría.
Una teoría puede quedar anticuada, pero siempre subsistirá algo de ella, que se integrara en
las nuevas teorías, ya que se aprende muchos de los errores. Un error denunciado no se
repite. En épocas mas recientes, los progresos de las ciencias sociales son imputables a una
larga serie de descubrimientos empíricos sectoriales.
Por ejemplo, la correlación establecida por D. Lerner entre los grados de urbanización,
alfabetización y comunicación se ha incorporado definitivamente al acervo de nuestros
conocimientos. En estos sectores especializados –sean híbridos o monodisciplinarios- no
hacen falta teorías ambiciosas, nos contentamos con lo que Robert Merton llamo “teorías
medias”.
Tomemos como ejemplo concreto un proceso acumulativo. Uno de los grandes hallazgos de la
ciencia política es la influencia de las técnicas electorales en los sistemas de los partidos
políticos. Una bibliografía sobre este tema, incluso muy selectiva, podría comprender fácilmente
de dos a trescientos títulos en ingles, sin hablar de las múltiples y variadas observaciones
procedentes de la experiencia directa de los políticos en numerosos piases. Desde Condorcet,
John Stuart Mill, Bachofen, Hare y d¨Hondt hasta Hermes, Downs, Duverger, Lipjhart, etc...la
teoría se nutre de las contribuciones y mejoras sucesivas introducidas por un número muy
elevado de especialistas.
Por tanto, es un hecho reconocido que ningún paradigma importante propone ya ordenar, y aun
menos unificar el campo de las ciencias sociales. Como escribió Mark Blaug “el termino
paradigma debería excluirse de los trabajos sobre la materia, o escribirse siempre entre
comillas”.
II.
En la historia de las ciencias se observa un doble proceso: por una parte, una fragmentación de
las disciplinas formales, y por la otra, una recombinación de las especialidades derivadas de la
fragmentación. Conviene distinguir entre la especialización en el interior de una disciplina
formal y la especialización en la intersección de especialidades monodisciplinarias. La segunda
especialización, la llamada hibridación, no puede producirse sino después de que la primera
haya llegado a la fase de maduración.
El nuevo sector híbrido puede acabar siendo completamente independiente, como en el caso
de la psicología social o seguir reconociendo una doble paternidad, como en el caso de la
geografía política. En este ultimo caso, podríamos dudar entre una incorporación a la geografía
o una integración en la ciencia política.
Si combinásemos todas las ciencias sociales, no todos los casilleros quedarían ocupados,
algunos quedaran vacíos, pero más de las tres cuartas partes se ocuparían con especialidades
hibridizadas que gozarían de una cierta autonomía.
Estudios sociométricos demuestran que numerosos especialistas están mas relacionados con
colegas dedicados oficialmente a otras disciplinas que con colegas de su propia rama. La
“Universidad Invisible” descrita por Robert Merton, Diana Crane y otros sociólogos de la
ciencia, es una institución eminentemente interdisciplinaria, ya que asegura la comunicación no
solo entre las universidades a través de las fronteras nacionales, sino también y sobre todo
entre especialistas asignados administrativamente a disciplinas diferentes. Las redes de
influencia transdisciplinaria dejan sin efecto la vieja clasificación de las ciencias sociales.
Siete disciplinas pertenecen a la vez a las ciencias sociales y a las ciencias naturales: la
antropología, la geografía, la psicología, la demografía, la lingüística, la arqueología y la ciencia
cognitiva. Esto solo hace que cada una de estas disciplinas este fracturada, y la cohabitación
de las dos partes bajo un mismo techo disciplinario plantea a veces un problema. Tomemos
como ejemplo ilustrativo a la sociología, a efectos de ilustrar el proceso de especialización,
fragmentación y recombinación de los fragmentos por hibridación.
Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con la sociología urbana. El urbanismo cuenta hoy, con más
expertos e investigadores que toda la sociología tradicional. Entre esos expertos figuran
algunos representantes de la sociología urbana, pero son minoritarios en la masa de urbanistas
procedentes de múltiples disciplinas, geografía, economía, arquitectura, etc..., que han cortado
el cordón umbilical con la disciplina madre. Pero la disciplina que tiene más adeptos en Estados
Unidos es la sociología de la medicina, cuyas investigaciones acaban, en su mayoría, en un
callejón sin salida, desprovisto de horizonte teórico.
Pero, ¿qué ocurre cuando una disciplina tiende a replegarse sobre sí misma? No se abre
suficientemente, no se produce un proceso de hibridizacion de sus especialidades, no progresa
“en simbiosis con otras ciencias sociales. Diriase que la autarquía entraña mas tarde o mas
temprano un retroceso en las fronteras, pero rápidamente (lo que se observa) otros cultivan
rápidamente las tierras abandonadas de aquellos. Parece ser, entonces, que el proceso de
hibridizacion en las ciencias sociales, es inevitable.
Parece ser que el progreso científico se consigue en su mayor parte mediante la recombinación
de las especialidades resultantes de la fragmentación de las disciplinas. Las ciencias sociales
están genéticamente programas para dar a luz a mestizos. Se establece así una red variada y
compleja de nuevos sectores híbridos, que hacen irreconocible el antiguo mapamundi de las
ciencias formales.
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Solo se producen intercambios entre ciertos sectores. El psicólogo social que estudia los
motivos no se interesa en el funcionamiento de la administración central y por consiguiente no
se pondrá en contacto con el sociólogo de las organizaciones.
III.
La Modernidad.
Las reflexiones anteriores nos obligan a detenernos un poco sobre la Modernidad. El término
“moderno” tiene una larga historia, que ha sido investigada por Hans Robert Jauss. La palabra
“moderna” en su forma latina “modernus” se utilizo por primera vez en el siglo V a fin de
distinguir el presente, que se había vuelto oficialmente cristiano, del pasado romano y pagano.
El termino “moderno”, con un contenido diverso, expresa una y otra vez, la conciencia de una
época que se relaciona con el pasado, la antigüedad, a fin de considerarse a sí misma como el
resultado de una transición de lo antiguo a lo nuevo. Por lo tanto desde épocas anteriores, se
estableció la diferencia entre lo moderno y lo antiguo.
Pero a los efectos de lo que nos interesa, el siglo XX, entre otras cosas, se caracterizo por la
crisis de los paradigmas, y esta crisis ha conmovido los pilares de nuestra cultura
contemporánea. El proyecto de la modernidad, que rigió los destinos humanos a lo largo de los
siglos, es agredido desde los más diversos lugares. El sujeto, aquella unidad cartesiana
atribuida a las ciencias humanas tradicionales, es objeto de múltiples interpelaciones: la idea de
lo “post” permea el conjunto de las ciencias sociales.
A diferencia del pensamiento pagano –que posee una concepción circular de la historia-, el
pensamiento judeocristiano –que ordena los hechos en base a un objetivo lineal- opero un
cambio radical en la concepción del sentido de la historia.
Filósofos, de la talla de Vico y Hegel, pretendieron determinar el sentido del suceder histórico,
concibiéndolo como un todo. Con esto, pretendieron descubrir las leyes que gobiernan el
devenir en la historia. De acuerdo a esto, los acontecimientos históricos se unifican en una
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Ahora bien, ¿por qué la historia debiera desembocar en un fin?, ¿por qué una historia que no
estaría gobernada por nadie, sino librada a los determinismo de los individuos, se dirigiría hacia
un fin, por ejemplo, la sociedad sin clases? ¿Por qué la aventura ha de terminar bien? Por tanto
podemos decir, que esa visión de sentido de la historia ha sido obra de la modernidad.
El fantasma de la esperanza
El hombre moderno.
El hombre moderno es aquel que rechaza cualquier creencia u obediencia ciega. Según Hegel,
el hombre “ha de poseer un conocimiento propio de las diferencias del bien y del mal en
general: las determinaciones éticas como las religiones no deben exigir su seguimiento en tanto
que leyes externas y preceptos de una autoridad, sino que deben obtener adhesión,
reconocimiento y también fundamento en su corazón, en su disposición de animo, en su
conciencia e inteligencia”.
El inicio de la modernidad.
Desde el punto de vista de la historia universal el fin del mundo premoderno se suele marcar
con el ocaso de la Edad Media europea. Los manuales de historia se refieren a la época
moderna como la que va desde el Renacimiento a la Revolución Francesa y a los comienzos
de la industrialización de Gran Bretaña.
Los siglos que abre el Renacimiento están dominados por la lucha de la razón contra los
poderes establecidos. No se trata solamente de la oposición de los modernos hacia los
antiguos, sino de la lucha, en nombre de las luces de la razón y de la naturaleza, contra la
dominación fundada en la tradición.
El triunfo de la razón.
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La idea de modernidad, en su forma mas ambiciosa, fue la creencia de que el hombre es lo que
hace y que debe existir una correlación entre la producción –cada vez mas eficaz por la ciencia
y la tecnología-, la organización de la sociedad por medio de la ley y la vida personal movida
por la voluntad de liberarse de todas las coacciones. Y esta correspondencia entre una cultura
científica, una sociedad ordenada e individuos libres se lograría mediante el triunfo de la razón.
G. Duby nos aclara: “Ya hemos hablado del sentido de la historia: yo creo que no la tiene. La
generación de la que formo parte todavía cree fuertemente en el progreso. ¿Cuántos, entre
nosotros, creen verdaderamente en el, espontáneamente, sin hacer un esfuerzo? Este viejo
mito termina de dislocarse ante nuestros ojos; y nos acostumbramos a juzgar como ilusorio,
alienante, aquello que antiguamente convencía a nuestros padres de que iban camino a la
felicidad: el crecimiento económico, el alza del nivel de vida...Burla. Este desencanto es una
característica capital del momento histórico en que vivimos, y su repercusión sobre la conducta
de la gente se hace cada vez más perceptible. Las ilusiones se disipan”.
El fin del proyecto moderno y el declive de sus valores se expresa como el fin de la historia
entendida como portadora de un sentido en el cual estaba embarcada toda la humanidad. La
modernidad entra en crisis cuando la historia deja de tener una dirección o un sentido. De esta
idea básica parte el pensamiento posmoderno.
IV.
La crisis de la modernidad.
En sus expresiones mas acabadas, los reparos lanzados contra el proyecto de la modernidad
plantean la disolución de tres grandes hitos: a) la totalidad del mundo; b) el sentido unitario de
la historia y c) el sujeto auto central.
Las creencias que pautaron el pensamiento histórico, tales como el desenvolvimiento lineal,
progresivo, y acumulativo, han sido pulverizadas desde el pensamiento posmoderno. En ese
sentido el teórico Gianni Vattimo puntualiza que las tres esferas kantianas: la ciencia, la moral y
el arte, que confluían en una unidad plena (admitiendo una objetividad absoluta de la ciencia,
una legalidad universal de la moral y una lógica interna en el arte) fueron relativizadas desde
autores tan dispares como Nietzsche o Freud: la historia unitaria esta agotada, la verdad no es
absoluta y el error no es algo a develar sino que es el acompañamiento mismo del pensar,
afirma el pensamiento posmoderno.
Este debate se enmarca en el agotamiento de la razón, tanto por su incapacidad para abrir
nuevas vías al progreso humano, como para prever lo que se avecinda. Como consecuencia de
ellos vislumbramos a nivel de la política el fin del Estado de Bienestar y un triunfo, a lo Pirro, del
monetarismo. En los ámbitos de la ciencia, el reinado de la cibernética y la robotización; en el
arte, la imposibilidad de establecer normas estéticas validas y la difusión del eclecticismo, en el
campo de la moral, la secularización sin fronteras de los valores, y finalmente, a nivel de la
subjetividad actual, una tendencia creciente de lo perverso, en detrimento de lo neurótico.
Dos son los elementos que hacen eclosión, en esta crisis, el consumo seguido de la
comunicación de masas. Ambos hacen entrar en la vida pública el mundo de los deseos, de lo
imaginario y, más simplemente, del cuerpo que el racionalista había repudiado o encerrado.
V.
La nueva subjetividad.
Teniendo como base de reflexión lo anterior, nos atrevemos a detallar algunos rasgos de lo que
llamare la subjetividad postmoderna.
La subjetividad postmoderna no es, entonces, otra cosa que la elevación del principio del placer
a la categoría de nuevo “interés particular”. La espiritualidad postmoderna disuelve todas las
fronteras de la cultura por obra de la revolución tecnológica. Shakespeare es igualado al vídeo
clip, Mozart al ruido ensordecedor del rock.
Como diría lacónicamente Finkielkraut: “Una identidad habría triunfado sobre las otras: el
adolescente. Toda la sociedad postmoderna trabaja para la exaltación de este nuevo “sujeto”, al
que se ha incapacitado para conocerse a sí mismo. La Humanidad, por fin, ha devenido
adolescente”.
Para terminar, estas reflexiones pretenden abrir nuevas interrogantes. La Psicología que nació
formando parte del proyecto moderno, se enfrenta ahora ante una nueva realidad. Las crisis de
la humanidad no le son ajenas. Su objeto de estudio, en su época gloriosa, es decir: El hombre
moderno, se encuentra en crisis. El nuevo sujeto (el sujeto postmoderno) le reclama y le
interpela. Escucharlo, seria el desafío actual de nuestra disciplina.
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“¿Quién mejor que él (Freud) confesando sus sueños supo trenzar la cuerda donde se
desliza el anillo que nos une al ser, y hacer lucir entre las manos cerradas que se lo
pasan en el juego de la sortija de la pasión humana su breve fulgor”.
Jacques Lacan.
Introducción.
Es difícil no tener alguna noción sobre el Psicoanálisis previa a cualquier estudio algo más
sistemático acerca de él. Más aún, es habitual que, como teoría, más allá de lo que sepamos
de ella, despierte en cada uno de nosotros distintas significaciones que nos llevan a adoptar
una posición generalmente nunca indiferente, de gran expectativa o de un rechazo más o
menos marcado. Esta situación que se ha repetido, aunque con variaciones, en la historia del
psicoanálisis se explica, en parte, por los temas que esta corriente psicológica ha encarado.
En particular, el tema de la sexualidad humana y el del inconsciente. El mismo psicoanálisis
ha intentado explicar por qué el tema de la sexualidad despierta esa actitud contradictoria de
interés, de curiosidad, y al mismo tiempo de ocultamiento, de alusión indirecta y aún de
desconocimiento.
Por otra parte, el tema del inconsciente, como dimensión propia de todo sujeto, tampoco puede
provocar en cada uno de nosotros mayor indiferencia. El descubrimiento por parte del
psicoanálisis de fenómenos inconscientes en cada uno de nosotros, provocó, como señala el
mismo Freud, un duro golpe a la autoestima del hombre, en cuanto a su fantasía de control y
de autoría de sus propios deseos, pensamientos y conductas. Así es que Freud asimila el
surgimiento del psicoanálisis a la tercera herida al narcisismo del sujeto. La primera había sido
determinada por la teoría de Galileo-Copérnico, que lo había desalojado del centro del
universo; la segunda, infligida por la teoría evolucionista de Darwin, le había quitado el
privilegio de ser un ser biológico especial y originalmente diferente, y la tercera representada
por el psicoanálisis, lo hería ahora, haciéndole sentir que no era aún dueño de su propia casa,
su psiquismo.
Debemos señalar que los entusiasmos o las reticencias, más allá de sus orígenes, deben
permanecer cómo interés de saber o de cuestionamiento y duda para permitir una adecuada
asimilación del conocimiento. La rápida adhesión, cuando no implica un interrogarse, puede
también transformarse en un obstáculo en el aprendizaje.
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El Psicoanálisis, que constituye a partir de sus descubrimientos una teoría del sujeto y como tal
una aproximación al conocimiento del sujeto, establece, a través de sus conceptos
fundamentales, la particular concepción que tiene del sujeto, lo que le permite discriminar su
objeto de estudio del de otras disciplinas.
Así, por ejemplo, en el trabajo de Freud sobre Los trastornos psicógenos de la visión, se
puede comprender cuál es el punto en que se ubica el psicoanálisis frente a su objeto de
estudio. El trastorno de la función visual puede ser estudiado por distintas ciencias
(psicofisiología, neurología, psicología y hasta la sociología) pero se constituye como objeto del
psicoanálisis en la medida que se suponga en esa conducta la existencia de un sujeto
inconsciente que opera a través de sus deseos.
Es sólo en este punto particular, el del sujeto como un ser que está movido por deseos
inconscientes y que se estructura a partir de ellos, que el psicoanálisis recorta su objeto de
estudio.
El Psicoanálisis constituye una teoría del sujeto. Fue elaborada por Sigmund Freud en el primer
tercio del siglo XX. A partir del descubrimiento freudiano y de sus desarrollos surgieron luego
algunas escuelas divergentes (Jung, Adler), como también otras que continuaron con sus
principios y aportaron conceptualizaciones que los han enriquecido (M. Klein, J. Lacan).
¿Por qué cuando Freud comenzó a hablar del inconsciente y de la sexualidad infantil, resultó
un escándalo? ¿Por qué hoy en día, todavía el Psicoanálisis es resistido?
El escándalo sigue vigente y con buena razón. Freud es escandaloso, y ojalá lo siga haciendo
mucho tiempo. Esto por dos razones. La primera, que es la más conocida y aparentemente la
más importante es que él calificó su descubrimiento del inconsciente como sexual y como
infantil. ¿Quién podría negar que el caso del pequeño Juanito sea un caso clínico maravilloso?
Pero precisamente en ese caso él no nos relataba nada que tuviese relación con una
observación psicológica del niño, él se servía del relato del padre de Juanito (pues no atendió
directamente al niño) para sacar sus conclusiones acerca de la existencia de tal sexualidad. Lo
que hacía allí Freud era una experiencia con la palabra, no una experiencia de laboratorio. Lo
que pasa es que Freud utilizaba únicamente la palabra como su exclusivo material clínico,
dándole una finalidad científica para llegar hasta el extremo donde lo llevaba tal experiencia.
Efectivamente, Freud descubría los estados libidinales del niño en el análisis de los adultos, por
medio de la librea asociación, método que le separa de un análisis neuropsicológico de las
causas.
Una cosa es descubrir eso en una experiencia de lenguaje y otra muy distinta es cambiar de
nivel epistemológico para tratar de dar una prueba “científica” de ese desarrollo en la realidad o
en la observación psicológica del desarrollo infantil. Freud no escribió nunca un libro de
neurología del desarrollo, él habló como psicoanalista descubriendo el funcionamiento del
inconsciente.
Veamos, al respecto, lo que nos dice Freud: “El caso más extraordinario era el de un joven
que había exaltado cierto brillo sobre la nariz a la categoría de fetiche. Esta simple
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elección pudo ser sorprendentemente explicada por el hecho de que había sido criado
primero en Inglaterra, pasando luego a Alemania, donde había olvidado casi por
completo su lengua materna. El fetiche, derivado de su más temprana infancia, debía
descifrarse en inglés y no en alemán; el Glanz auf der Nase (brillo sobre la nariz) era en
realidad una “mirada sobre la nariz” (glance – mirada) o sea que el fetiche era la naríz, a
la cual, por otra parte, podía atribuir a su antojo ese brillo particular que los demás no
alcanzaban a percibir”. (S. Freud. Obras Completas. Fetichismo).
Tal es la revelación hecha a Freud por sus pacientes, y ese descubrimiento lo llama
inconsciente. Se puede ver así cómo, lejos de buscar ser un libertador sexual, Freud define lo
sexual o por lo menos su funcionamiento como algo muy bien determinado por lo que Lacan va
a llamar el significante.
En ese sentido, la perversión es más bien una cárcel que una liberación, vale decir, que en esa
determinación psicopatológica el sujeto se descubre, en su modo de gozar, completamente
determinado por algo que va más allá de su subjetividad, o sea que su relación con el objeto
está determinada completamente por algo que ha marcado su historia y que lo sigue
determinando. Así pues, no se puede hablar de un libertador sexual de ese sujeto quién, al
revés, nos demuestra cuánto somos “asujetizados” a una ley simbólica que nos sobrepasa. Ese
es el segundo escándalo del psicoanálisis, que va mucho más allá de la existencia de la
sexualidad infantil, que es un hecho que solo quienes nunca han escuchado a los niños más de
cinco minutos podrían negar.
Además, sin buscar una verificación o una afirmación experimental de la teoría freudiana en la
observación, su genial técnica de la asociación libre lleva al paciente hacia estos lugares
secretos de su vida sexual infantil. En el caso del HOMBRE DE LAS RATAS, Freud definía así
el inconsciente: como lo sexual y lo infantil, y esto a partir de las palabras mismas de su
paciente. El descubrimiento del inconsciente no requiere ser una teoría puesta en evidencia
antes de empezar a escuchar pacientes, es, ante todo, una genial hipótesis de trabajo que se
verifica cada vez que el paciente tiene una oreja analítica para escucharlo. El inconsciente es
también así una experiencia que constituye la esencia misma del psicoanálisis; la experiencia
del inconsciente.
No se trata entonces de ver el inconsciente y sus consecuencias como algo marginal, de lo cual
sería posible pasar de largo. El psicoanálisis va mucho más allá de una descripción
fenomenológica, nos instala en las preguntas fundamentales del ser humano, en lo cual él es
justamente un ser humano, es decir que él habla, y esta inscripción en el lenguaje está lejos de
pasar sin consecuencias. El lenguaje va más allá de lo que queremos decir, y allí también está
el resorte del inconsciente.
Decir entonces que el psicoanálisis “es una alternativa que debe plantearse sólo para algunos
pacientes o en determinados momentos de la evolución de estas personas” no da cuenta de la
cura analítica. Puede hacer un análisis toda persona que quiera saber algo de su inconsciente,
mejor dicho, que quiera saber que es su deseo inconsciente. El psicoanálisis no es ni un
producto de exportación ni el método terapéutico más de moda, es la consecuencia del
descubrimiento fundamental de Freud.
El Psicoanálisis no existiría sin la histeria, que es el principal encuentro de Freud, que lo hace
cambiar de la neurología a esta nueva disciplina que se ve llevado a fundar, disciplina que no
había aprendido en Francia con Charcot, pues éste se interesaba más en buscar una lesión
cerebral que explicara los síntomas del cuadro clínico de la histeria, sino más bien con la
historia de amor entre Breuer y Anna O, historia en la cual encontramos ya todos los
fundamentos de lo que va a ser la teoría analítica: la otra escena, la división del yo y la cura por
la palabra.
En un segundo tiempo, el genio de Freud se abocó a relacionar los mitos más antiguos y
universales con lo que le contaban sus pacientes. No es necesario pasar demasiado tiempo
con los pacientes para llegar a darse cuenta cómo nos van llevando al mito edípico, que
construye y constituye su mundo inconsciente. Sin embargo ya no es suficiente trabajar para
hacer entender a un paciente que quizá inconscientemente quiso matar a su padre y casarse
con su madre, puesto que el efecto tremendo de interpretación de Freud en su época ya se
disolvió en la cultura, la que, merced a su enorme capacidad de digestión, está siempre
tratando de mojar la pólvora. Por lo demás la propia histeria ha demostrado que sabe utilizar
muy bien los progresos de la ciencia para mejor disfrazarse cada vez. Pero del Complejo de
Edipo podemos por lo menos sacar una conclusión: es el único mito en el que un hijo supera a
su padre. Y sabemos que esto no era únicamente un problema de Freud, sabemos que sigue
vigente.
El psicoanálisis está siempre amenazado de desaparición, no solamente por parte del efecto
represor de la cultura sino también por el desconocimiento de los conceptos que lo fundan,
cosa que no viene sin incidencia en la práctica. No está garantizada la supervivencia del
psicoanálisis, siempre existe el riesgo de que sea desconocido, descalificado y también
recuperado por maneras de pensar más bien tradicionales.
El hecho de haber nacido más bien como una terapia, es decir, de tener un aspecto curativo
oculta en realidad también sus posibilidades. El psicoanálisis va más allá de una práctica
curativa. Es más bien una experiencia del inconsciente. El analista no es quien lleva a los
enfermos al camino “normal” de la salud, aún cuando produzca la cura. Aunque comienza con
el sufrimiento de sus pacientes, el analista no puede ofrecerles más que esa experiencia de su
inconsciente, con la mejoría o curación que se sobreentiende.
A principios del siglo XX, se robustecía intensamente el quehacer científico; las ciencia
naturales se erguían señeras sobre la posibilidad de conocimiento del mundo, La química, la
física eran validadas desde todos los ámbitos del saber como promesas certeras de un futuro
mayor conocimiento de la realidad y, al mismo tiempo, como promesas, también, del control y
manejo humano del mundo y su variabilidad.
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Este era el entorno que rodeaba a Freud y a todos los investigadores de aquel entonces. Una
gran cuota de optimismo científico inundaba sus quehaceres. Aún faltaba un buen tiempo para
que al interior de la misma ciencia surgieran opiniones disidentes, contrarias a la objetividad de
los métodos, y faltaba aún historia científica para que los científicos como lKuhn y Feyerabend
se cuestionaran sobre la validez per se de toda verdad científica y recogieran de los vaivenes
de la ciencia enseñanzas sobre las diversas motivaciones de la investigación y el
descubrimiento científico.
¿Freud fue un científico? ¿Hasta cuándo lo fue? Es difícil saberlo, pienso que lo fue siempre y
creo, aun más, que su intento permanente fue darle un carácter riguroso y reflexivo a todas sus
proposiciones. Una prueba de ello es la corrección y revisión honestas y comprometidas,
permanentes y públicas a las que sometía sus textos y conceptualizaciones.
Si, el psicoanálisis tomó como objeto de estudio las producciones humanas sobre las cuales lo
científico era aplicable sólo en cierta medida, pero esta naturaleza de lo inconsciente,
ciertamente, desborda o muchas veces se escapa de este molde.
Es allí que el mismo Kant daría razón a Freud, cuando en su Crítica de la razón pura, obra
fundamental de la epistemología moderna, señala que el conocimiento llega sólo hasta el
fenómeno, lo otro, no abordable mediante el dispositivo de la razón, será un territorio no
especulativo, no teórico, sino práctico, de realización en el mundo.
¿Qué interrogante tuvo Freud? ¿O mejor dicho, qué lo interrogó? Un lenguaje particular, una
significación desconocida, que provenía de un cuerpo desfalleciente, de una conciencia
dividida, esto es, de la sorpresa. Si, así es, la sorpresa que cada sujeto tiene ante sí mismo
cuando relata un sueño, cuando yerra en el discurso, cuando olvida algo inolvidable, cuando
sufre por sus ideas o por su cuerpo. ¿Qué ocurrió allí? ¿O quién hace el sueño? ¿Quién se
equivoca, quién permanece en el comportamiento inadaptativo a pesar de las mil razones que
existen para dejar de sufrir?
Freud arribo al umbral de sus descubrimientos desde un camino distinto que el de la psicología
o de la filosofía de su época. Freud proviene del campo de la medicina.
Muchas veces va a ser su interlocutor el saber médico de su época del que, por sus diferencias
teóricas, se apartó para discriminar el objeto de estudio del psicoanálisis. Su trayectoria
médica, especialmente en el campo de la neurología, deja en Freud marcas duraderas: como
discípulo del Laboratorio de investigaciones neurológicas de Brucke, se forma en la rigurosidad
del método de la observación, deseo de rigurosidad y precisión que mantuvo siempre a lo largo
de su obra. La especulación no fue nunca su especial instrumento de conocimiento, siempre se
atuvo a sus observaciones clínicas y la teorización realizadas volvían a ellas. También su
contacto con Brucke dejo en Freud el deseo de hacer de la psicología (en el particular punto
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donde la ubica Freud) una ciencia natural, en tanto la ciencia natural –especialmente la física-
era el modelo de conocimiento científico imperante en aquella época. Podríamos decir que
fueron sus propios descubrimientos los que lo llevaron a que tuviera que alejarse de ese
modelo.
El hecho de provenir del campo de la medicina ubica a Freud de entrada frente al problema de
la patología y de la cura, campo al cual era totalmente ajena la psicología de su época. La cura
lo sitúa frente a la escena en que se encontraba la medicina en ese momento.
El avance de los conocimientos médicos, en gran parte posibilitado por los instrumentos
provenientes del progreso de la física y de la química (óptica, laboratorio, etc), había permitido
también que la novel neurología se constituyera como especialidad médica. A partir de ella
surge el intento de dar alguna explicación a aquellas enfermedades conocidas como neurosis
que – cuando ya no se quemaba a los enfermos como portadores del demonio como en la
Edad Media – habían dejado siempre al médico sin saber qué otra solución ofrecer más que
una sangría o una ducha helada. Aunque luego, y tal vez más por “humanidad” que por
conocimiento, se sustituyeran por los baños termales o por el pasaje de pequeñísimas
descargas eléctricas, cuyos resultados, de haberlos tenido, no hubieran aportado por ello idea
de alguna de la causa de estas enfermedades.
En este contexto donde se darán las tres experiencias que marcaron a Freud y que le
permitieron la elaboración inicial de su teoría:
Considero la hipnosis, igual que la histeria, como una condición morbosa del sistema
nervioso (la Histeroepilepsia). Supuso que la hipnosis tenía sus raíces en la patología como
trastorno nervioso.
Redujo, como después su discípulo Janet, la histeria a una desintegración mental causada
por el agotamiento cerebral en sujetos con una constitución débil.
El Concepto de Inconsciente.
Existen fenómenos fuera de la conciencia desconocidos por el sujeto, que pueden ejercer
efectos sobre él, sin que él mismo lo sepa. Más aún, que esta condición de
desconocimiento otorga a lo desconocido mayor poder de eficacia sobre su
comportamiento.
1. Aquello “desconocido” no puede ser ubicado, como sostenían las concepciones de Charcot
y Janet en las estructuras del sistema nervioso. No tenía, para Freud, ninguna ubicación
anatómica. Plantea así la idea de que el inconsciente tiene carácter psíquico. Freud
sostiene que allí donde los demás postulan la existencia de un “concomitante somático
nosotros postulamos la idea de nuestro inconsciente” (Freud. Esquema del
Psicoanálisis).
Esto implica una ruptura con la concepción médica y discrimina el objeto de estudio propio del
psicoanálisis: Independiza el concepto de inconsciente de lo somático y acorde con esto llama
a la neurosis, ahora, psiconeurosis.
4. Freud descubre, a través del estudio de sus pacientes, que la dificultad de éstos para
recordar lo apartado de la conciencia no se debía a falta de fuerza o de pertinencia o de
interés, sino todo lo contrario. Se trataba de ideas que poseían enorme importancia pero
que fueron apartadas de la conciencia por los efectos de la represión.
Toda vez que el psicoanálisis abordó las razones que determinaban el conflicto que culminaba
con la represión encontró en ellas un origen sexual.
El concepto de sexualidad humana para el psicoanálisis se diferencia tanto del concepto vulgar
como del de la concepción médica, ya que en ambos se hace coincidir sexualidad con
genitalidad.
Fue el estudio de los síntomas neuróticos de los sueños, como también su aproximación al
estudio de las perversiones y de la vida infantil lo que llevó a Freud a precisar este concepto.
La sexualidad no coincide con la genitalidad. Esta forma parte de aquélla, que es mucho
más amplia. La sexualidad no comienza con la pubertad con la llamada maduración sexual,
sino que se inicia desde el nacimiento.
La sexualidad humana no puede ser explicada por un puro instinto. Para el Psicoanálisis no
hay instinto sexual en el hombre sino pulsión sexual. Esta se diferencia de aquél en la
ausencia de un objeto y fin predeterminado y fijado por herencia, que tiende a la adaptación del
sujeto o de la especie a su entorno.
Freud, así como había discriminado el concepto de inconsciente de su filiación somática o sea
del concomitante somático, y del inconsciente de los filósofos, discrimina también la sexualidad
de la genitalidad y del concepto de instinto, es decir de su definición como tendencia puramente
biológica.
Si la sexualidad del sujeto se estructura en su historia infantil, debemos puntualizar que dentro
de ella es el complejo de Edipo la figura fundamental que la organiza. Veamos como el
psicoanálisis conceptualiza la historia del sujeto, historia que no está basada solamente, o
necesariamente, en los hechos reales vividos por el mismo. Por ejemplo, Freud descubre que
la neurosis histérica no estaba fundamentalmente provocada por un trauma (en el sentido de
un hecho real ocurrido con suficiente fuerza patógena en un momento en que el sujeto no está
en condición de reaccionar de manera adecuada ante él) como había sostenido en su primera
conceptualización acerca de su etiología.
Al seguir escuchando a sus pacientes, se da cuenta de que un hecho real puede tener igual
eficacia que una construcción fantaseada. Esto lo lleva a abandonar la consideración del efecto
patógeno del trauma o de la “seducción” como causa de la histeria.
A partir de esta diferencia entre el hecho real y la “realidad psíquica”, Freud se pregunta como,
o desde donde, se construye esta última, ya que, como vimos, no es necesariamente efecto de
los hechos reales. Para responder a esta pregunta establece la existencia de “fantasías
originales” que, como el complejo de Edipo, trascienden al mismo sujeto y a su propia biografía.
19
Ahora bien, la ubicación de estas “fantasías primordiales” es referida por Freud, a lo largo de su
obra, tanto a lo “constitucional” del hombre (es decir, a lo transmitido por la herencia y
reactivado en cada vida en particular) como a la historia previa de los propios padres que, por
vía de la tradición, le llega al sujeto.
Sobre este último punto Freud expresa en Las cinco conferencias sobre el Psicoanálisis:
“El niño toma a sus dos progenitores, y especialmente a uno de ellos, como objeto de
sus deseos eróticos, con lo cual no hace generalmente más que obedecer a un estímulo
iniciado por sus mismos padres, cuya ternura posee los más claros caracteres de una
actividad sexual, si bien desviada en sus fines. El padre prefiere en general a la hija, y la
madre al hijo, y el niño reacciona a ello con el deseo si es varón, de hallarse en el puesto
de su padre, o en el de su madre si es hembra”.
Son estas fantasías primordiales, fundamentalmente el complejo de Edipo, las que van a
organizar y darle significación particular a los sucesos vividos por cada sujeto.
En sus Tres Ensayos sobre una Teoría Sexual, (1905), Freud dice que existe una concepción
vulgar de la sexualidad que consiste en creer que la sexualidad no existe en la vida infantil, que
el sexo hace su irrupción en la pubertad y que solamente se determina en la vida adulta.
Tal determinación de la sexualidad del adulto significa (según la creencia vulgar) que el sujeto
está de entrada comprometido, prometido a su objeto, el objeto de la exigencia normal del
instinto sexual. Freud entiende por objeto a la persona de la tendencia, a la persona a la que
se dirige la exigencia sexual. De tal manera, y según esta determinación de la sexualidad en la
vida adulta, el sujeto buscará un objeto (que le será dado) y la realización de un acto, el acto
sexual. Un objeto y un fin, el coito. He ahí en resumen todo el Saber vulgar sobre la sexualidad;
pero se podría decir más: Todo el Saber pre-freudiano o no-freudiano sobre la sexualidad.
Pero gracias al descubrimiento freudiano se iría a pique la idea del niño inocente y del adulto
normal. Lo primero que Freud va a mostrar es que no es cierto que durante la vida infantil no
haya sexualidad. Sino más bien lo contrario, ya que a los cinco años, en la teoría freudiana, el
niño ya tiene determinada su estructura sexual, y la que irrumpirá en la pubertad no será
distinta de la estructura ya constituida en la primera infancia.
Pero además, y aquí está el punto que nos interesa, que la relación que une al sujeto a sus
objetos sexuales no es tan fuerte; a saber, que esa relación de determinación es bien lábil, que
el objeto es lo que más puede variar, lo que el sujeto más puede cambiar, y también que el fin
buscado puede ser otro y distinto del coito normal. Comienza entonces un largo capítulo sobre
las perversiones sexuales. Capítulo que hace historia y que ningún trabajador de la salud
mental debería ignorar, puesto que es a partir del primero de los Tres Ensayos que las
perversiones cobran racionalidad, quedan integradas a una teoría sobre los trastornos
psíquicos o a un discurso sobre sufrimientos y terapias.
20
Es la primera vez que tal tipo de discurso (el discurso psicoanalítico) se constituye sin
necesidad de expulsar a las perversiones sexuales de su campo. O más aún, un discurso que
no sólo otorga racionalidad a la perversión sexual (que se permite pensarla, tornarla inteligible),
sino que de alguna manera afirma que su propia racionalidad como discurso depende de lo que
las perversiones sexuales nos muestran y nos obligan a indagar. Tal es el discurso freudiano.
Antes de Freud o en tiempos de Freud existían ya tratados sobre la sexualidad. Por ejemplo, la
famosa Psichopathia Sexualis de Kraft-Ebing, o los trabajos de Havellock Ellis. Pero en
aquellos textos no se hacía más que describir los infinitos tipos de perversiones: un listado de
todas las posibilidades sexuales perversas. Pero eran descripciones, realizadas desde afuera:
las perversiones mismas no adquirían gracias a esas descripciones, más allá del escándalo de
su existencia, ningún interés. Las perversiones en aquellos textos pertenecen todavía al campo
de la patogenia incomprensible. Es bien distinto lo que ocurre en el discurso freudiano.
En primer lugar la indagación de las perversiones sexuales le sirve a Freud para la constitución
de su propio campo de conceptos. Surge así el concepto de pulsión, que Freud distingue del
concepto de instinto animal. La pulsión (en alemán: Trieb) tiene en Freud como característica
fundamental la labilidad de eso que la liga al objeto. En términos de querer definir habría
entonces que decir que en Freud, y en primer lugar (y está en la base de su teoría) no hay una
relación de determinación de la pulsión a su objeto. A saber, que la pulsión no tiene un
objeto dado natural. Que la relación de determinación de la pulsión a su objeto no es una
relación de determinación necesaria. .
A partir de entonces, y para que ustedes .puedan medir, la consecuencia de esta posición no es
tan fácil por ejemplo decir qué es un coito. Todo el mundo sabe qué es un coito. Pero si se
acepta el concepto freudiano de pulsión, ya no será tan fácil decir qué es un coito. Y por lo
mismo, aceptado este punto de partida, puede ya uno dejar de escuchar a la gente cuando
habla de “relaciones sexuales”. Quiero decir, dejar de escuchar a quienes creen saber sobre
ese “objeto” del que están hablando.
Para delimitar el campo de la teoría habrá que comenzar por decir que la pulsión, a diferencia
del instinto animal, no tiene objeto. Esta idea es fundamental. Y sólo a partir de ella se puede
pasar a hablar de las otras dos grandes ideas a través de las cuales el psicoanálisis se
constituyó en tanto tal: el inconsciente freudiano y la transferencia. Tales son las tres ideas
que constituyen el pilar teórico del Psicoanálisis.
Freud, en 1905, intenta dar una respuesta a tales interrogantes. Lo que el sujeto reprime es lo
sexual, en tanto la pulsión carece de un objeto dado de antemano. Lo que el sujeto reprime es
que, tratándose de cosas sexuales, tiene que arreglárselas solo. Ni la pulsión le facilita la
determinación del objeto, ni hay Saber del objeto que la pulsión podría determinar.
Lo que está en juego en el sexo es el Saber del objeto. La pulsión no facilita ese Saber. En este
sentido se podría afirmar que el concepto de inconsciente es isomórfico a la razón por la cual el
sexo debe ser reprimido; o mejor, el inconsciente es simétrico e inverso a esa razón: El sujeto
no sabe sobre aquello que está en el origen de los síntomas que soporta porque nada
quiere saber de que no puede saber que no hay Saber sobre lo sexual.
¿Por qué un objeto, a veces, un trapo sucio e incluso oloroso, puede hacerse preferir a la
persona del sexo opuesto?. ¿Cómo es que hay seres que se las arreglan mejor con trapos que
con personas?. Pregunta bien lacaniana. ¿Cómo es que hay seres que pueden alcanzar el
21
orgasmo con un trapo insignificante, banal, o un objeto sucio; pero siempre y cuando tala objeto
cumpla ciertas determinadas condiciones?.
En 1905 Freud se ocupa del fetichismo en el primero de los Tres Ensayos. En ella comienza a
desarrollar el concepto de libido. Este es una palabra para significar la pulsión, la que por
definición carece de objeto. Lo que Freud vino entonces a decirnos es que la sexualidad del
adulto tiene que ver con ciertas maneras que tiene el niño de referirse a sus primeros objetos.
Freud llamo fases a esas maneras: oral, anal, fálica, etc. Lo importante, que estas maneras son
especies de modelos por donde el niño erogeniza su propio cuerpo.
Entre 1893 y 1896 Freud insiste en la teoría del trauma. Esta consistía en una seducción del
niño por un adulto, acontecimiento real que insiste en la idea del trauma. A partir de esta teoría,
Freud observa que detrás de toda sintomatología surge un trauma de seducción soportado de
un modo pasivo en la primera infancia. Pero pronto, en 1897, abandona la teoría del trauma. A
propósito se cita siempre una carta de Freud a su amigo Fliess (1897) en la que con pesar
confiesa “que ya no cree más en sus histéricas”. Freud descubrió que sus pacientes le
“mentían”, que las escenas sexuales relatadas sobre la primera infancia no habían en verdad
ocurrido. Pero en la misma carta, Freud encuentra la salida a aquella encrucijada, nada menos
que el descubrimiento del concepto de fantasía.
Ya había en esto algo propio del discurso psicoanalítico, y que tiene que ver con la noción de
verdad: el discurso del paciente se torna verdad (aparece la fantasía) en el mismo momento
que la realidad del referente (la escena sexual infantil) se manifestaba como falso.
Protofantasía de la escena primaria: a saber, la visión (no interesa en principio si real o no) del
coito parental. Desde un punto de vista psicoanalítico, algo perturba al sujeto infantil, un motivo
profundo de disgusto y miedo. En cuanto a la protofantasía de castración, en primer lugar es
que Freud otorga estatuto de protofantasía a la castración. A saber, estatuto de dato arcaico y
valor fundante, valor de estructura. ¿Pero no delimita la suma de las tres protofantasías el
campo mismo del complejo de Edipo?.
Pero, ¿qué hay que entender por complejo de Edipo?. La ligazón del niño con el padre del sexo
opuesto y la hostilidad contra el padre del mismo sexo. ¿Qué es lo que, en el Edipo, tiene
fuerza causal, capacidad en todo caso de mover las relaciones?. O bien, ¿qué es lo que allí se
juega?. ¿En qué están los personajes interesados?. El niño en cometer el incesto, el padre en
conservar a la madre. ¿Pero y la madre?. No es tan sencillo.
Es que no se puede reflexionar sobre el Edipo freudiano sin introducirnos en la cuestión del
Falo. Pero les dire, que el falo no es el pene. Según Freud el Falo es la “premisa universal del
pene”, es decir, la loca creencia infantil de que no hay diferencia de los sexos, la creencia de
que todo el mundo tiene pene. En la teoría de Freud se parte de esta posición del sujeto
infantil: sólo existe un órgano genital y tal órgano es de naturaleza masculino.
22
El complejo de castración es entonces “envidia del pene” en la mujer. Pero no significa darle
privilegio alguno al varón. Tener un pene no asegura de nada. La teoría freudiana lejos de ser
antifeminista ofrece un punto de partida adecuado para plantear al feminismo como necesidad
y como cuestión.
Si se dijera que el hombre nace hombre y la mujer nace mujer, se podrá asignar después,
según los intereses de cada cual, ciertos privilegios a uno que quitaré a otros. Pero si se parte
de que uno y otra están vueltos a una exigencia común, el Falo (el “debe de haber” solo pene),
las cosas cambian bastante. Tener el pene, para el hombre, no significa ventaja alguna: si lo
tiene, es porque puede perderlo. Su situación no es mejor a la de la mujer, quien sumida en la
referencia fálica, envidia el pene. No hay privilegio que venga a sellar entonces la diferencia
anatómica.
¿Qué es lo que hay en el sexo que lo sexual o algo de lo sexual deba siempre ser reprimido?.
No necesito insistir en la respuesta: de lo que el sujeto no quiere saber nada (rechazo original
por donde hay inconsciente) es de la estructura misma de la pulsión, la que no lo conduce a un
Saber de ese objeto, puesto que por definición es lo que ella tiene de más lábil: el objeto. Y
además, o simultáneamente, el sujeto nada quiere saber de eso que el Falo articulo, o
introduce; de que hay “corte” en lo real, fisuras, agujeros, heridas; a saber, la castración. El
sujeto no quiere Saber nada del problema con respecto al Saber del objeto, que no hay
“razones” para que haya objetos que faltan, pero que estos faltan. Pero estas faltas
introducidas por la estructura de la pulsión y la castración son estructurantes.
Cuando hablo de “Saber” me refiero a algo que tiene que ver con esas faltas. Lo cual sólo en
apariencia resulta contradictorio con la descripción que Freud nos dio del sujeto infantil, el niño
interesado en el conocimiento de las cosas sexuales. El niño, según Freud quiere Saber. La
cuestión es que quiere Saber de eso que casualmente nada quiere Saber. De ahí que Freud
describiera al niño Leonardo da Vinci interesado en una investigación que dejaría siempre
inconclusa, actitud que repetiría el adulto: Leonardo en la investigación de la naturaleza. Lo que
Freud llama la “investigación sexual infantil” es un impulso que por decirlo así encuentra su
propio freno en sus objetivos.
El niño ese investigador incansable de cosas sexuales, nada quiere Saber de aquello mismo
que motiva su investigación: la diferencia de los sexos. Es decir, que nada quiere Saber de que
no es cierto que sólo haya un solo genital, el masculino. Si Freud otorga tanta importancia a la
investigación sexual infantil, es en primer lugar porque sospecha las consecuencias sobre la
sexualidad del adulto. Esa relación al Saber (temprana, propia del sujeto infantil) es constitutiva
de la sexualidad. Repitámoslo, porque el Saber se quiere Saber de un objeto que la pulsión no
alcanza a determinar.
La “indefensión” propia del sujeto lo ubica de entrada, para poder subsistir y también para
poder constituirse como hombre, en una relación de dependencia con respecto a otro sujeto, un
semejante. Este es a su vez un sujeto construido y constituido en base a su propia historia, en
la que se ha plasmado su particular relación con su respectivo ambiente familiar y cultural. En
este sentido, el recién nacido va a tener un doble encuentro con el semejante y a través de éste
con su cultura.
El psicoanálisis plantea que el sujeto va a constituir sus deseos, que son considerados como el
verdadero motor del aparato psíquico, relación con su semejante. Es en este sentido que el
semejante tiene enorme importancia:
Es el que satisface las necesidades biológicas que el bebé por su inmadurez es incapaz de
cumplir.
Despierta a través del cumplimiento de esta función, el la llamada experiencia de
satisfacción, el placer pulsional. Es en este sentido que la pulsión sexual se “apoya”
originalmente en la satisfacción de la necesidad, por ejemplo, la alimentaria. Ese placer se
puede desprender luego de la alimentación y despertarse “autoeroticamente” como por
ejemplo, en el chupeteo.
Es en el encuentro con el semejante, en esa experiencia que se genera el deseo. Para
Freud, el deseo es definido como el impulso o el movimiento del bebe tendiente a hacer
reaparecer los rasgos que de aquella experiencia de satisfacción quedaron en él inscriptos
y que funcionan como signo de aquello que le provocó placer. Posteriormente, o sea en
ausencia de la satisfacción (cuando reaparezca la tensión de necesidad) surge el deseo
como anhelo de aquélla, que significa ahora el hacer cesar el displacer actual.
Esta elaboración que comienza ya desde sus primeros escritos encuentra su forma más
definitiva en los trabajos de la Metapsicología (1913 – 1915).
Podemos subrayar que los conceptos pilares de la primera tópica son el concepto de
inconsciente y el concepto de represión.
Los dos primeros pueden aparecer unificados como sistema Prec – Cc.
Con la palabra “sistemas” se alude a lugares psíquicos, no entendiendo como tales a ninguna
ubicación espacial ni anatómica. Son lugares virtuales, que guardan una relación entre sí, un
orden, una secuencia.
Podemos considerar, como se vio anteriormente, que el objeto de estudio del psicoanálisis es
el inconsciente, aunque esto no implica que el psicoanálisis no haya elaborado una
conceptualización de todo el aparato psíquico del sujeto, ya que contempla también la
conciencia y el preconsciente. Pero el psicoanálisis pone el acento, a diferencia de la psicología
tradicional de la conciencia, en el inconsciente, es decir, para esta escuela el eje del sujeto lo
constituye su sistema Inc, justamente aquello que desconocemos de nosotros mismos, y la
conciencia o el preconsciente son emergentes, sustitutos, expresiones o efectos de lo
inconsciente que es aquello que nos estructura psíquicamente. Freud compara el aparato
psíquico con un iceberg: la conciencia es sólo la parte menor que está sobre la superficie del
agua.
Estos sistemas o lugares (topos = lugar) están caracterizados por un distinto funcionamiento.
Freud, como se dijo antes, considera que el contenido del sistema Inc está constituido por:
deseos, representaciones o ideas investidas por disposiciones afectivas. Al respecto Freud
expresa que son “pensamientos saturados de afecto”. Pero el funcionamiento que sufren esas
ideas o esos deseos inconscientes es muy distinto al funcionamiento que impera en el sistema
Prec. – Cc.
25
Freud describe entonces las leyes que rigen cada sistema postulando dos legalidades
diferentes.
La falta de contradicción: pueden subsistir en él sin estorbarse, sin generar conflictos, sin
pretender la más mínima síntesis o articulación, mociones afectivas o de deseos que desde
nuestra conciencia se presentan como opuestos, como antagónicos o como lógicamente
contradictorios.
El inconsciente se guía por el principio del placer, en el sentido de que sus mociones
desiderativas tienden a desplazarse buscando imponer el deseo o el placer generado por la
descarga pulsional, insistiendo en ello sin atender a las condiciones, posibilidades o
requerimientos de la realidad exterior, entendida aquí como aquello que puede hacerle
obstáculo al deseo. Hay en el inconsciente un predominio de la realidad psíquica sobre la
realidad material. El inconsciente interpreta la realidad sólo acorde a sus deseos.
Lo que caracteriza aún más la legalidad del sistema Inc es el llamado proceso primario
que podría simplificarse entendiendo que en el sistema Inc existe posibilidad de desplazar
y condensar los valores o investiduras que las representaciones o ideas tienen, en tanto
constituyen deseos, sin guardar un anclaje insustituible con representación alguna. (*)
Freud descubrió estos mecanismos analizando los sueños y los síntomas de sus pacientes. En
ellos pudo descubrir series de pensamientos que diferían de los de la vigilia o de aquellos de
los cuales somos conscientes. Estaban organizados con una legalidad que chocaba a la lógica
de nuestra conciencia.
El sistema Prec está constituido por aquellas representaciones que siendo descriptivamente
inconscientes, o sea, no estando en ese momento en la conciencia, son capaces de hacerse
conscientes sin tener que vencer para ello una gran resistencia, como en el caso de las
inconscientes.
____________________
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(*) Para ejemplificar estos mecanismos observe en Freud, Olvido de nombres propios en
Psicopatología de la vida cotidiana. Los efectos del desplazamiento y de la condensación
que dan lugar a la aparición de los nombres Boltraffio y Boticelli, en vez del buscado Signorelli.
Así como decíamos que la pulsión sexual se organizaba dentro de esa historia, que a partir de
las fantasías primordiales como el Edipo, la organizan marcándole con qué objeto y a través de
qué fines habrá de vivir el placer sexual, así también es en estas fantasías donde se le marca
lo que debe ser causa de displacer y de represión.
Como se señalo anteriormente, lo reprimido es la historia sexual infantil, que requiere para su
comprensión analizar el concepto de deseo y el complejo de Edipo, ya que fundamentalmente
lo reprimido son esas mociones o deseos infantiles.
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Así existieron onirocríticos, así se escribieron claves para su lectura. Se trataba de encontrar un
sentido, un segundo sentido, a lo allí expresado que lo tornara inteligible. Freud, cuando teoriza
el sentido y el mecanismo de los sueños, a pesar de las diferencias, se sitúa más cerca de este
saber popular o arcaico que del saber médico, que en su época los consideraba como producto
de un funcionamiento anómalo del sistema nervioso durante el estado de reposo.
Freud encuentra en los sueños significación. Hay en ellos un sujeto inconsciente que se
expresa y elabora el sueño, diferente al “yo”, que es lo que somos capaces de reconocer en
nosotros como propio y que lo llamamos con el pronombre de la primera persona.
El sueño como expresión del inconsciente va a mostrar todos los mecanismos propios del
sistema inconsciente, pero por ser una expresión que llega a la conciencia, que puede ser
relatada por nuestro yo, no va a aparecer tal cual su contenido inconsciente, como tampoco
ocurre en el síntoma; es decir, resulta una expresión enmascarada de lo inconsciente, una
transacción, un sustituto del mismo. Freud lo designa, como a todas las formaciones del
inconsciente, formación sustitutiva.
Si como se dijo anteriormente, al referirnos a la primera tópica, el psiquismo del sujeto está
escindido, no habrá forma de acceder o de que se exprese el sistema inconsciente en la
conciencia si no es a través de una deformación, de una alusión.
Es decir, los sueños, como todas las formaciones del inconsciente, son efectos del sistema
inconsciente, que para llegar a la conciencia han sufrido muchas transformaciones.
Sin embargo, debemos señalar una diferencia en estas formas de expresión; mientras que el
síntoma neurótico implica la participación de una estructura neurótica, es decir, se instala en el
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Pero aquí debemos establecer una puntualización que hace el psicoanálisis. Así como todos en
función del inconsciente somos capaces de soñar y cometer actos fallidos, también somos
capaces, en determinadas circunstancias, de constituir síntomas neuróticos. Para el
psicoanálisis, entre la normalidad y la patología hay una línea continua más que una frontera
infranqueable. Nuestra constitución como sujetos que provoca esa escisión en nuestro
psiquismo es al mismo tiempo la disposición universal del sujeto hacia la neurosis.
Las formaciones del inconsciente son, entonces, los efectos de los deseos inconscientes, y
constituyen cumplimientos de deseos. Es decir, implican un intento, una fantasía plasmada
en las palabras, en las imágenes o en el cuerpo de que aquellos deseos insatisfechos se vean
allí cumplidos.
El Edipo es para Freud no sólo aquello que ha de estructurar lo fundamental del psiquismo
humano, sino que también es aquello que está en la base de nuestra cultura.
El relato de sus pacientes, que siempre recala en el pasado infantil, llevó a Freud a considerar
al complejo de Edipo como situación universal y como nuclear del sujeto. Esta situación se
puede sintetizar en: la atracción del varón hacia la madre y el deseo de sustituir al padre que,
por la prohibición, ejercida por el padre que despierta lo que ha sido llamada la angustia de
castración culmina con la represión de esos deseos.
Como se dijo, esta situación tiene para el sujeto una fundamental importancia en la
estructuración de su psiquismo que se puede resumir en lo siguiente:
Esto último, que implica una elección exogámica, la que a su vez le permite al sujeto
ubicarse en una situación de intercambio, es lo que asegura la constitución de la sociedad,
formada por familias que realizan determinados intercambios entre sí.
La asunción de una imposibilidad edipica lo marca como sujeto, que va a mantener un
anhelo, un deseo que funciona como brújula en su vida.
A través de esta prohibición, la asunción de toda la legalidad que rige al sujeto.
¿Por qué iniciar con Hegel el estudio del pensamiento de Lacan?. ¿Por qué el
Psicoanálisis tuvo que recurrir a Hegel?. ¿Era necesario o fue una contingencia, un
accidente en la formación de Lacan?.
Si ustedes han podido leer la dialéctica del amo y del esclavo en Hegel, de Kojéve, verán
que aparecen algunos conceptos que van a ser decisivos en la obra de Lacan, a saber: el yo
(je) como sujeto del deseo, el deseo como revelación de la verdad del Ser, el yo (moi) como
lugar de ilusión y fuente de error.
De acuerdo a lo anterior, nos centraremos en tres aportes capitales de la obra de Hegel, vía
Kojéve, con el objeto de introducirnos en una concepción del inconsciente, que plantea Lacan,
a saber:
La intención de Lacan, a lo largo de toda su obra, para con el Psicoanálisis, consistió en definir
a éste como una experiencia dialéctica, en contraposición a la psicología de la época, cuyo
intento principal fue el de objetivizar determinadas propiedades del individuo y de pensar el
Psicoanálisis según el esquema clásico del conocimiento, que implica un sujeto del
conocimiento y un objeto a ser conocido.
Hegel dirá que en el trayecto de la realización del concepto, la conciencia pierde su verdad
primera. El sujeto y el objeto estaban originariamente unidos y tienen en común una historia de
escisión, y cuando el sujeto o conciencia, se introduce en el camino de la duda, el saber
transforma tanto al sujeto como al objeto; con lo cual se supera aquella vieja oposición entre el
sujeto y el objeto propia de la lógica kantiana.
Con esto, Hegel retoma la dialéctica del diálogo socrático, que a través de la interrogación al
oponente se saca a la luz las posibles contradicciones del discurso llevando al interlocutor a la
no-verdad de su saber; a un estado similar al estado de confusión y desamparo que Lacan
equipara a las primeras fases de un análisis.
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En ese sentido, cuando Hegel hace hablar a las conciencias (teorías) logra algo inesperado, no
solo que la conciencia no diga lo que dice saber sobre el objeto sino que diga lo contrario, que
escuche su contradicción y caiga en la desesperación, la penetración en la no-verdad del saber
se manifiesta, para el cual lo más real de todo es lo que solamente es en verdad el concepto no
realizado.
La Negatividad.
El hombre es un animal que se niega como ser natural y se conserva como ser humano.
En él su animalidad se encuentra a la vez conservada, ya que no dejamos de ser
animal, pero negada puesto que no somos estrictamente animales, aúnque a
veces no lo parezca y superada puesto que somos otra cosa que animales.
Esta negación, en términos hegelianos, representa una supresión dialéctica. La idea del
hombre como el ser que niega su ser natural, fundamental en la obra de Hegel y en
Lacan, trae enormes consecuencias para la teoría psicoanalítica. La negación de su ser
natural tiene un carácter antropogeno, es decir: no habría sujeto sin la negatividad.
Hegel postula que el entendimiento resulta ser una potencia absoluta, ya que es lo
verdadero y mas propio de lo humano y que se manifiesta en y por la actividad de
separación. El pensamiento humano es esencialmente discursivo.
Cuando se describe un objeto cualquiera, se hace abstracción del resto del universo y
puede en ese mismo pensamiento combinarlos como le parezca. Esta acción transforma
realmente el mundo natural, creando con ello un mundo cultural.
El concepto de una cosa es esa cosa separada de su aquí y ahora dado. De tal manera el
concepto, por ejemplo de perro, no se separa en nada del perro real concreto, salvo que
el real concreto está aquí, mientras que el concepto esta en todas partes y en ninguna
parte.
La potencia del entendimiento separa una esencia de su soporte natural y la une ahora
si como sentido a un discurso concreto. El concepto es el sentido del ser y en nada se
separa del mismo ser. Sin la operación del entendimiento la esencia de una cosa
existiría solo en ella, en tanto n natural e inmediata. Pero cuando gracias a la potencia
absoluta del entendimiento la esencia deviene sentido y se encarna en una palabra, ya
no hay relación natural.
Hegel postula que toda entidad puede suprimirse y por lo tanto es dialéctica. Por ejemplo, un
grano de maíz puede suprimirse para dar lugar a una planta, esto implicaría una
dialéctica propia del SEIN. Lo real mismo es dialéctico y lo es porque implica además de
la identidad, la negatividad; ambos elementos constitutivos fundamentales del Ser.
El ser real concreto es a la vez identidad y negatividad. No es solo ser estático dado (sein)
sino también devenir (tiempo y historia). No es solo identidad o igualdad consigo, sino
también negación de sí mismo, en tanto que dado y creación de si como algo distinto de
lo dado. En otros términos, no es solo existencia empírica (dasein) y necesidad
(notwendigkeit), sino también acción y libertad.
En otras palabras, este ser es ser a la vez y lo que no se es. Devenir otro que lo que se
es, significa tomar posición frente a sí mismo es existir. Es el ser para sí. Es un ser
escindido en ser real y discurso revelador.
Ahora bien, el acceso al objeto puede estar obstaculizado por otro sujeto. Puede darse
el caso de que dos conciencias se disputen el mismo objeto; en cuyo caso no solo hay
otro a quien deberá doblegar sino que él mismo también deviene objeto para ese otro.
De este modo, surge la angustia ante la muerte, porque el otro puede infligirle la muerte.
(*) “No estoy bien; mi enfermedad y las secuelas del tratamaiento se complementan en
una proporción que desconozco y provocan este estado. Mis allegados intentan crear a
mi alrededor una atmósfera de optimismo, me dicen que el carcinoma se está
reduciendo y las reacciones al tratamiento son pasajeras. No lo creo y no me agrada ser
engañado. Aceptare de buen grado cualquier cosa que acortara ese proceso cruel”.
Carta a Marie Bonaparte. Freud. 28 de abril de 1939.
Hegel, apoyandose en Aristóteles, admite una diferencia radical entre el AMO y el EXCLAVO.
Según Hegel, el hombre puede aparecer en la naturaleza o crearse en tanto que hombre a
partir del animal que era, solo si una lucha a muerte con miras al reconocimiento termina en
una relación entre un hombre libre y un hombre sometido. La diferencia radical entre el amo y
el exclavo solo existe al comienzo y puede ser suprimida en el curso del tiempo.
El amo es aquel que ha ido hasta el final de la lucha, dispuesto a morir en caso de no ser
reconocido, mientras que el esclavo ha tenido miedo de la muerte y se ha sometido
voluntariamente, reconociendo al amo sin ser reconocido por éste.
32
El hombre crea su humanidad, solo negándose en tanto que animal. Para Hegel la negatividad
se describe como una lucha a muerte por el reconocimiento o como el riesgo de la vida.
Querer arriesgar su vida que es toda la realidad del ser viviente, en provecho de algo que no
existe y que no puede existir como existen las cosas reales inertes o solo vivientes, significa
negar lo dado que se es en sí mismo como ser libre o independiente de ello. Pero negarse así
en sentido estricto y mantenerse en la existencia es crearse en tanto que algo nuevo y por
tanto existir en tanto que creado por sí mismo o sea como libre.
La lucha por puro prestigio, absolutamente privada de toda razón de ser biológica, de todo
interés vital es ese riesgo lo que constituye la acción negatriz. El hombre crea su humanidad
(libertad) arriesgando su vida tan solo por la gloria o en función de su sola vanidad.
El hecho de que los adversarios permanezcan con vida, los somete a las necesidades de la
existencia; pero esta necesidad acaese en el esclavo (que ha rechazado el riesgo a morir),
mientras que el Amo (que ha aceptado el riesgo a morir) queda “libre”. El esclavo sufre en su
trabajo las leyes de lo dado, pero el amo ocioso, que consume sus productos ya humanizados
por el trabajo del esclavo, no sufre la violencia de la naturaleza.
Se podría decir, también, que el amo es en efecto humanamente muerto en la lucha, ya que no
actúa en sentido estricto ya que permanece ocioso. Ël vive como si estuviera muerto. Por eso
no evoluciona en el curso de la historia. Su existencia es una simple supervivencia o una
muerte diferida. Mientras, el esclavo se libera progresivamente por el Trabajo que manifiesta su
libertad; pero debe finalmente retomar su lucha y aceptar el riesgo para realizar esa libertad.
El deseo humano no recae sobre ningún objeto natural. Su objeto es el deseo tomado como
objeto, otro deseo, que revela de ese modo un vacio. La presencia de una ausencia (véase el
juego del fort-da de Freud). El deseo humano es fundamentalmente deseo del deseo del otro;
incluso, cuando se dirige a un objeto natural, éste se encuentra mediatizado porque el deseo
del otro recae sobre el mismo objeto.
Según Kojeve, basándose en Hegel: “Hablar del oriegen de la autoconciencia implica por
necesidad hablar de una lucha a muerte por el reconocimiento. Sin esa lucha a muerte hecha
por puro prestigio no habrían existido jamás los seres humanos sobre la tierra. En efecto, el ser
humano no se constituye sino en función de un deseo dirigido sobre otro deseo, es decir, de un
deseo de reconocimiento.
Este deseo que provoca la lucha es el deseo de un deseo. Es decir, de algo que en realidad no
existe. El deseo es la presencia manifiesta de la ausencia de una realidad. Querer hacerse
reconocer es querer hacerse aceptar como un valor positivo, vale decir, hacerse desear.
El Deseo humano debe dirigirse sobre otro Deseo. Para que haya Deseo humano es
indispensable que haya ante todo una pluralidad de Deseos. El hombre no puede, en
consecuencia, aparecer sobre la tierra sino en el seno de un rebaño. Por eso la realidad
humana solo puede ser social. De este modo, por ejemplo en la relación entre un hombre y una
mujer, el deseo humano consiste en no desear el cuerpo del otro, sino el deseo del otro.
Así el Deseo que se dirige hacia un objeto natural no es humano, sino en la medida en que
está mediatizado por el Deseo de otro, dirigiéndose sobre el mismo objeto. Es humano desear
lo que desean los otros, porque lo desean. Así, un objeto totalmente inútil desde el punto de
vista biológico, tal como una decoración o la bandera del enemigo, puede ser deseado porque
es objeto de otros deseos. En suma, la historia humana es la historia de los Deseos deseados.
33
En esa lucha a muerte entre dos adversarios, si ambos perecen se suprimen completamente,
porque el hombre después de la muerte no es ya más que un cuerpo inanimado. Y si uno de
los adversarios queda con vida pero mata al otro, no puede ya ser reconocido por él.
De nada sirve al hombre la lucha para matar a su adversario; debe suiprimirlo dialécticamente.
Es decir, debe dejarle la vida y la conciencia y destruir solo su autonomia. No debe suprimirlo
sino en tanto que se le opone y actúa contra él. Dicho de otra manera, debe someterlo.
De esta manera se establecen dos conciencias. Por un lado, la Conciencia Autónoma, para la
cual el ser-para-si es la realidad esencial, y la Conciencia Servil, para la cual la realidad
esencial es la vida animal, el ser-dado para una entidad-otra.
Pero ese reconocimiento es unilateral, el amo es reconocido por el esclavo pero el amo
no reconoce al esclavo. Es entonces reconocido por alguién a quién él no reconoce.
Aquí, precisamente, está la insuficiencia y lo trágico de la situación del amo. Éste, por lo
tanto, es reconocido por una cosa. Ha errado su camino. Si el hombre no puede ser
satisfecho sino por el reconocimiento, el hombre que se conduce como amo no lo será
jamás.
El amo, por no poder reconocer al otro que lo reconoce, se encuentra en un callejón sin
salida. Mientras, que el esclavo puede trascender y superarse, le bastará imponerse a él,
hacerse reconocer por él, para que se establezca el reconocimiento mutuo y recíproco.
Es sin duda, la conciencia servil la que realiza y revela en última instancia el ideal de la
autoconciencia autónoma y que expresa asi su verdad.
La materia de la Lingüística está constituida por todas las manifestaciones del lenguaje
humano. Saussure nos advierte que la realidad del lenguaje es inclasificable, en tanto es al
mismo tiempo: física, fisiológica y psíquica, así como individual y social. La originalidad del
aporte del autor reside en el abordaje de esta cuestión que será la construcción de un objeto de
estudio al que llamará la lengua.
La Lengua constituye una determinada parte del lenguaje; es un producto social de la facultad
del lenguaje y un conjunto de convenciones necesarias adoptadas por el cuerpo social para
permitir el ejercicio de esa facultad de los individuos. Es lo que hace la unidad del Lenguaje.
No existe mas que en una especie de contrato establecido entre los miembros de la
comunidad. Por lo demás, el individiuo tiene necesidad de un aprendizaje para conocer su
funcionamiento.
La Lengua, distinta del habla, es un objeto que se puede estudiar en forma separada.
Mientras que el Lenguaje es hetergéneo, la Lengua es de naturaleza homogénea. Es un
sistema de signos en el que solo es esencial la unión del sentido y de la imagen acústica y
donde las dos partes del signo son igualmente psíquicas.
La Lengua no es menos que el habla, es un objeto de naturaleza concreta: Los signos
linguisticos no por ser psíquicos son puras abstracciones. Son una realidad que tiene su
asiento en el cerebro. Además, los signos linguisticos de la Lengua son tangibles. La
escritura puede fijarlos en imágenes convencionales.
Para Saussure, el signo linguistico, base fundamental de toda lengua, es una entidad
psíquica que posee dos caras y que se representa por el siguiente esquema:
Concepto
I
Imagen Acústica
Por lo tanto, llamaremos signo linguistico a una combinación necesaria e imprescindible del
concepto y de la imagen acústica, no de una cosa y un nombre. Debemos aclarar que la
imagen acústica no es el sonido material, sino su huella psíquica. El primero llamado
significado y el segundo llamado significante.
La elipse representa lo cerrado del signo, la unión indisoluble como si fueran las dos caras de
una misma moneda, entre el significado y el significante. Las dos flechas aluden a la
implicación recíproca entre ambos elementos. La línea horizontal tiene y adquiere valor de
vínculo.
35
SIGNIFICANTE (S)
______________
SIGNIFICADO (s)
Con esto, invierte los términos, logrando lo que se ha llamado: la supremacía del significante
y su autonomia en relación al significado. Desaparece la elipse, que garantizaba la unidad
del signo y marcaba la relación positiva en tanto significación. Ya no se trata de las dos
inseparables caras del signo, sino de dos etapas del algoritmo. La barra, lejos de indicar
relación, indica separación de dos ordenes diferentes, y además se estaría perdiendo la
biunivocidad designada por las flechas.
La posibilidad misma del inconsciente esta condicionada por el hecho de que un significante
puede insistir en el discurso de un sujeto sin ser asociado por ello a la significación que podría
importar para ese sujeto. Entonces, el lenguaje es la condición del inconsciente. De igual modo,
el sintoma que dice algo de una manera indirecta, inaudible, puede ser considerado como el
significante de un significado inaccesible para el sujeto.
Pero para que algo sea considerado significante, se debe reunir por lo menos tres criterios, no
linguisticos, pero si psicoanaliticos:
El síntoma, en tanto significante, más que un simple sufrimiento o malestar viene de un modo
oportuno a articularse y aparece como la pieza que falta.
Pero, ¿quién hace esta operación?. No es el ser-hablante, quién habla, más bien es un saber.
Pero, ¿cuál saber?. El saber del inconsciente.
Entonces podemos decir, que el inconsciente es una ronda de significantes y que rebota de uno
en otro sujeto. No hay, entonces, un inconscente individual ni menos colectivo, a la manera
junguiana.
Esto, nos va a llevar a dos hipótesis fundamentales del psicoanálisis lacaniano, a saber: EL
INCONSCIENTE ESTRUCTURADO COMO UN LENGUAJE Y EL INCONSCIENTE ES EL
DISCURSO DEL Otro.
En clase hemos visto el caso de Signorelli, tratado por Freud en su obra: Psicopatología
de la vida cotidiana. Ya estamos en condiciones de abordar este capitulo.
Cuando el filosofo afirma que el hombre esta en el mundo como un emperador en su imperio,
este piadoso deseo no hace sino expresar la más tenaz ilusión del espirítu y de la tradición
racionalistas, estableciendo a otro nivel enlace con luna ilusión más arcaica. Tal omnipotencia,
de existir, no podría resultar sino de una primacia absoluta de la razón. Si tal primacia es en si
ulusión, nada, jamás, podrá convertir al hombrer en omnipotente. He aquí, pues, a la filosofía
confrontada con el problema del estatuto de la razón.
El discurso es, efectivamente y en el sentido más estricto, juego de una y de otro, remisión
infinita de la una al otro. Es preciso, entonces, atribuir a la conciencia una esencial dimensión
de ambigüedad, ya que este discurso en cuanto no haya alcanzado al saber absoluto, podrá e
incluso deberá no ser jamás absolutamente transparente. Al que lo realiza.
Aquí han de tenerse en cuenta, esencialmente dos aspectos: En primer lugar, la temporalidad
cesa de ser concebida como exterior a lo que es temporal y se convierte en el despliegue
mismo de aquello que se temporaliza: cosa, percepción, imagen, proyecto o mundo. El
correlato de ello consiste en que hay tantos modos de temporalización como tipos de ente o de
modos de ser que se temporalizan. En segundo lugar, toda temporalización deriva de una
temporalización original, que es la del sujeto consciente o ser-ahí.
37
El sujeto parlante habla para significarse a sí mismo, pero igualmente habla verdaderamente
para darse a ser, para darse ser por medio de la palabra. Por lo tanto, toda significación que el
discurso establece de si mismo, exige, para que este discurso sea verdadero, ser reconocido
por el Otro.
Lo inconsciente es el discurso del Otro. El discurso del Otro consta de varias capas
superpuestas, que resulta necesario localizar exactamente:
El Otro es lo transindividual del discurso, entendiendo así que el sujeto no puede acceder a
sí mismo más que por un universal, del cual no alcanzará jamás ni el dominio ni la libre
disposición.
Se subraya la prevalencia del significante sobre el significado, lo cual va a llevar mi
discurso, convertido por ello en discurso del Otro, más allá de aquello que el pensamiento
consciente desea confiarle como sentido.
Esta primacia nos hará admitir la evidencia de que el sujeto está , desde antes de su
nacimiento y más allá de su muerte, captado y capturado en la cadena simbólica, la cual ha
fundado la trama de que borda en ella la historia.
Todo ello no agota, aún la verdad que comunica lo inconsciente al discurso del Otro. Este
discurso del Otro es asimismo el depósito, en aquel que habla, de las vicisitudes reales o
imaginadas de sus relaciones con otro constituyente. De ahí que Lacan dirá que el Otro es
el tesoro de los significantes.
Lean a Freud. En “estudios sobre la histeria”, se desprende que el síntoma aparece en el lugar
de lo no dicho y la psicoterapia del lenguaje, lo hace desaparecer. La palabra se muestra
entonces consustanciada con el síntoma histeríco que aparece así como un decir en el sujeto
aún cuando este ignore las relaciones entre ese su discurso y su cuerpo estigmatizado. No es
casual que Freud, refiriendose al síntoma histérico, habla del lenguaje del cuerpo.
Este segundo aspecto no cesara de cobrar importancia en toda la obra de Freud. Es el caso de
Elizabeth von R, de quién Freud nos dice que su simbolización no era particularmente rica,
donde se detiene asombrado ante este fenómeno divertido y sorprendente de la relación entre
un dicho y el sintoma: El “no puedo dar un paso más” y el efecto de parálisis de la astasia-
abasia.
Igualmente en el caso de Cecilia M, su neuralgia facial estaba directamente relacionada con las
ofensas del marido que eran “una bofetada en la cara”. En ambos casos el síntoma procedió
tomando un proverbio metafórico al pie de la letra.
Freud, al escuchar el síntoma en la palabra, abre el camino para pensar al cuerpo sufriente y
gozante en relación con un discurso. Lacan, al retomar tales planteos y al aplicarles
instrumentos linguisticos actuales, da una nueva vuelta de tuerca y subvierte el esquema del
paralelismo todavía vigente en Saussure entre el significante y el significado, para volcar la
determinación del lado del significante, primacia del significante en la producción de sentidos.
La metafora, tal ocomo aparece ejemplificada por el síntoma histérico, es pues un factor
productivo y no se limita simplemente a reproducir.,
Lacan replantea el estaturo de lo inconsciente a partir del campo del lenguaje. Al hacerlo trata
de demostrar que la noción de inconsciente solo toma su sentido pleno si se fundamenta en la
función simbólica.
En este sentido, el sueño (en tanto formación del insconsciente) tiene la estructura de una frase
y al analizarlo, Freud descubre las lelyes del proceso primario, a saber: condensación y
desplazamiento. Que, por demás, son las mismas leyes que descubrer el análisis linguistico
con la metáfora y la metonimia. Lacan añade que si el síntoma se resuelve en un análisis de
lenguaje es porque él mismo está estructurado como un lenguaje cuya palabra debe ser
liberada.
Lo lnconsciente no es significado latente sino significantes en cadena que en otro lugar, en otra
escena, se repiten e insisten para interferir en el discurso y el pensamiento conscientes.
Irrupción de un no-sentido lógico, articulado de acuerdo con ciertas leyes que le son propias, y
que por ello es contrario a la razón, discordante con la vida de la conciencia. Por lo tanto, lo
inconsciente no es sentido sino que es letra. Lo inconsciente está escrito y puede ser leido y
esto significa que lo único que puede encontrarse son inscripciones, rastros del objeto perdido.
Esta huella (la letra) de lo perdido es la materialización del significante. Resulta ingenuo creer
que el significante responde a la función de representar al significado. La estructura del
significante es su articulación con otros significantes en una cadena que se caracteriza por la
oposición diferencial entre sus términos. El sentido no se encuentra en otro sitio que en las
correlaciones de un significante con otros significantes, y es allí donde hay que buscarlo,
porque el sentido insiste en la cadena significante, sin que ningún significante pueda ser
reducido a una significación.
leyes propias. Lo inconsciente es otro discurso, un discurso que se sitúa ewn otro lugar,
constituyendo un dominio distinto al del significado.
La prevalencia otorgada al significante modifica la relación del sujeto con el lenguaje, porque de
ser su creador pasa a ser su servidor. En efecto, si se da prioridad al significado y a la
capacidad significativa o expresiva de los sujetos parlantes, el lenguaje es considerado como
un instrumento al servicio de las necesidades de la comunicación humana.
En cambio, para Lacan el orden simbólico es constituyente del sujeto, porque desde que habla
o hablan de él está dentro de un discurso que lo trasciende. Es decir, dentro de una cadena
significante en la que deberá estructurarse. Resulta, entonces, ilusorio creer que el orden
simbólico se forma por la conciencia. Si el sujeto llega a pensar el orden simbólico es porque
está allí apresado de entrada en su ser.
Es el mundo de las palabras el que crea el mundo de las cosas. Lo real en sí mismo es
vertiginosamente caótico e inabordable y es por la función de la palabra que eso puede ser
articulado y ordenado de certa manera. La noción de lo simbólico es la única que puede dar
cuenta de la articulación de sentido, pues nada nos sería accesible si no estuviera marcado por
el sello del significante y de sus leyes. El sujeto tiene la ilusión de que esta frente al mundo,
pero él y su relación con el mundo están envueltos por el lenguaje. Esto subvierte la teoría del
conocimiento, puesto que si la relación del sujeto con el objeto pasa por el lenguaje, no hay
conocimiento de lo real sino aproximación a la verdad.
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Pero la palabra que engendra las cosas, es también la muerte de las cosas. En cuanto nombra
una ausencia, la palabra implica la ausencia de la cosa, de la misma manera como el deseo
implica la ausencia del objeto. El lenghuaje no informa sino que evoca. Al respecto, Lacan dirá:
que: “el símbolo se manifiesta primeramente como muerte de la cosa y esta muerte constituye
en el sujeto la eternización de su deseo”.
Al estar la palabra en el centro del pensamiento de Lacan, también lo está la falta, el vacío, la
hiancia. ; vacío que es el deseo indestructible. Por el escamoteo del objeto el deseo es siempre
deseo de otra cosa, nostalgia del objeto perdido que se tiende en repetición hacia el infinito.
El que habla es el Otro, y éste es el principio del poder de la palabra. El Otro no es otro sujeto
real, sino un lugar que puede ser aproximadamente definido como el lugar de despliegue de la
palabra, el garante de la verdad a quén el sujeto dirige sus interrogantes esperando encontrar
un oráculo, pero de donde le vuelve la p regunta, ¿qué quieres?.
¿Por qué presentamos este tema? Tal vez para ustedes resulta ser un tema conocido y
quizá de relativo valor. Si uno revisa la obra de Freud, se puede apreciar un derrotero
bastante azaroso de tal concepto. Parece ser que el mismo Freud no se sentía muy
cómodo con dicho concepto. Marchas y contramarchas jalonan toda su obra. No
obstante, si uno realiza una lectura atenta, se puede apreciar una preocupación
constante a lo largo de su obra.
A su vez, debido a estas vicisitudes teóricas en Freud, éste dejo un legado no muy claro
a sus discípulos. Es así que algunos enfoques, como el psicoanálisis ingles o la
Psicología del Yo inflaron el concepto de narcisismo, hasta llegar a convertirlo en un
supuesto central de sus teorías y técnica.
El tema que nos convoca nos lleva a tomar como punto de referencia el Mito de Narciso,
que como todo mito, éste ejerce su eficacia estructural y estructurante en el sujeto.
Por otro lado, la primera referencia al narcisismo en una obra impresa aparece en el
agregado de 1910 a “Tres ensayos de una teoría sexual” (1905). En este apartado, el
término narcisismo está considerado con respecto al tipo de elección de objeto.
En “Un recuerdo infantil de Leonardo Da Vinci” (1910), Freud da cuenta del mito de Narciso.
El concepto de narcisismo aparece en esta obra, vinculado al tipo de elección de objeto
en el origen de la homosexualidad, explicando como los objetos homosexuales elegidos
no son otra cosa que sustitutos del propio sujeto infantil.
En esta obra, Freud desarrolla algunas ideas que más tarde, un año después, estará
presente en “Introducción del narcisismo” (1914), y que en el caso Schreber (1911)
aparecen esbozadas. Estas ideas son: el narcisismo como estadio intermedio entre el
autoerotismo y el amor objetal, la noción de una primera unificación de las pulsiones y
la idea de la formación del yo en esta etapa que luego Freud mencionará como “la
constitución de un nuevo acto psíquico”.
42
A su vez, aparece en este texto, una idea que Freud mantendrá a lo largo de todo su
pensamiento: El narcisismo no es sólo una etapa en el desarrollo libidinal, sino que se
mantiene durante toda la vida (“...sospechamos que esta organización narcisista ya nunca
desaparecerá del todo. El sujeto permanece narcisista en cierto grado, incluso después de
haber encontrado objetos externos para su libido...”).
En “Introducción del narcisismo” (1914), Freud señala lo siguiente: “El término narcisismo
proviene de la descripción clínica, y fue elegido por Paul Nacke en 1899 para designar aquellas
conductas en las que un individuo trata a su propio cuerpo de modo similar a como trataría a un
objeto sexual: es decir, lo mira con placer, lo acaricia y lo mima hasta llegar a través de estas
actitudes previas a la total satisfacción”. A continuación señala: “...el narcisismo se ha
convertido en una perversión que engloba toda la vida sexual del sujeto: cumple todas las
condiciones que se nos han revelado con el estudio de las demás perversiones...”. Se puede
entrever que el propósito es ubicar al narcisismo en su original sentido como
denominador de un cuadro clínico específico, tal como lo utilizara P. Nacke. Esta primera
acepción, encuadrada en el marco de las perversiones, implicaría la investidura del
propio cuerpo como objeto sexual.
Pero, se puede apreciar en esta obra, que junto a la idea del narcisismo en tanto forma
de perversión y de elección de objeto en la homosexualidad, surge la idea del
narcisismo tomado como parte del desarrollo psicosexual: “...Finalmente, esto nos hizo
sospechar que en el desarrollo sexual se encuentran colocaciones narcisistas de la libido
mucho más frecuentemente y podría llegar a ocupar un lugar en el desarrollo sexual común a
los seres humanos...”.
En el mismo texto, Freud describe el narcisismo primario como un estadio normal del
desarrollo, donde la libido estaría depositada en el propio yo. Del estudio de la
parafrenia deduce la existencia de un narcisismo secundario, proceso que se
constituiría por la sustracción de la libido del mundo exterior y la reconducción de ésta
hacia el yo. Con este repliegue se intentaría restablecer el sentimiento de omnipotencia
que acompaña al narcisismo primario, donde el yo se contentaba a sí mismo. El
narcisismo secundario resultaría en un incremento del narcisismo persistente durante
toda la vida. Como se puede apreciar, el concepto de narcisismo que partió
originalmente como una perversión, llega a ser un elemento fundamental y estructural
en la teoría de la libido.
En dicha obra; Freud se plantea sobre los motivos de trasponer los límites del
narcisismo e investir los objetos. Por la importancia de esta para los comentarios
finales, me permito transcribir textualmente dicha interrogante: ... ¿por qué razón la vida
anímica es forzada a traspasar los límites del narcisismo e investir los objetos? La respuesta
que dimana de nuestro camino de pensamiento nos indica que esa necesidad surge cuando la
investidura libidinosa del yo ha sobrepasado cierta medida. Un intenso egoísmo protege de la
enfermedad, pero a la larga debemos empezar a amar para no enfermar; y enfermamos si una
frustración nos imposibilita amar”. El narcisismo, los objetos, el yo, el amor: conceptos
trabajados por Lacan. ¿Amamos para no enfermarnos?, ¿o acaso el amor es un síntoma
de nuestra alienación fundamental?
En el agregado de 1915 a: Tres ensayos de una teoría sexual (1905), Freud reitera aquellos
conceptos que ya había expuesto en “Introducción del narcisismo” con relación a la
persistencia del narcisismo primario, que constituye el fondo constante libidinal del
sujeto. Las repetidas investiduras y desasimientos de objetos, al revertirse en el yo,
conforman el narcisismo secundario y enmascaran al primario.
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En la obra antes citada Freud plantea una aseveración de importancia: “...el encuentro con
el objeto no es más que un reencuentro” y en el mismo párrafo, agrega que la elección de
objeto puede seguir dos caminos: el modelo de apuntalamiento o el modelo narcisista,
que buscando al propio yo, lo reencuentra en los otros. Esto último no sorprende, lo
podemos encontrar en algunos aportes de Lacan, especialmente en el Estadio del
Espejo, en el cual, el sujeto se anticipa a una imagen, se identifica a un semejante y de
este modo se constituye el yo.
En “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), Freud define a la pulsión como una fuerza
constante interna, una necesidad que busca una satisfacción, es un concepto fronterizo
entre lo psíquico y lo somático, es la representación psíquica de los estímulos que
provienen del interior del cuerpo. En esta obra, anterior a “Más allá del principio del
placer”, Freud plantea una clasificación dualista de pulsiones: las yoicas o de
autoconservación y las sexuales. En el curso de su desarrollo las pulsiones pueden
tener variados destinos. Ellos son: 1) desviarse hacia lo contrario; 2) la vuelta hacia la
propia persona: 3) la represión y 4) la sublimación. Estos destinos pueden entenderse
como defensas frente a la prohibición de la satisfacción directa de la pulsión.
Freud, en la misma obra, subraya que en el caso del placer pasivo de ver, si bien la
acción tiene un objeto externo, existe un cambio de destino de la pulsión basado en la
identificación narcisista. El “otro” sería una parte del yo propio, y en definitiva, eso que
se hace al “otro” se desearía hacerlo sobre sí mismo.
entonces a constituir parte del yo. En otras palabras, el yo deposita sus aspectos ideales
sobre el objeto.
En “Lo ominoso” (1919), Freud subraya la importancia del doble. Este al principio se
constituyo a modo de una defensa contra la destrucción del yo, y acota Freud: “...que es
probable que el alma inmortal fuera el primer doble del cuerpo”. Pero otrora vivido como
protector pasa a ser persecutorio; “...pasa a ser el siniestro mensajero de la muerte”.
Freud escribe “Más allá del principio del placer” (1920), obra densa y enigmática en su
desarrollo teórico. En ella aparecen algunos conceptos que nos interesan para nuestras
reflexiones. Por ejemplo el de “cicatriz narcisista”, entendida como un daño permanente
que sufre el sujeto por la pérdida de amor del otro. A su vez, se establece un paralelismo
entre el yo en el estadio narcisista (situación en la que la libido está concentrada dentro
del mismo) con las células cancerosas. Hipótesis atrevida, ya que entiende el cáncer
como un trastorno narcisista donde hay un desconocimiento, por parte de la célula, de
que está inserta en un todo, y se comporta entonces desconectada del organismo al que
pertenece. Podría deducirse de lo que Freud plantea aquí, aunque no lo dice
explícitamente, la existencia de un narcisismo al servicio de las pulsiones de vida y otro
al servicio de las pulsiones de muerte. (André Green: Narcisismo de vida y narcisismo
de muerte).
Continuando con el “Más allá...” en el capítulo V, se lee lo siguiente: “...Ahora bien, ¿cómo
derivar la pulsión sádica, dirigida al daño del objeto, del Eros conservador de la vida? Cabría
suponer que ese sadismo es realmente una pulsión de muerte que fue apartada del yo por el
influjo de la libido narcisista, de modo tal que sale a la luz sólo en el objeto”. Al parecer, en el
triunfo de la libido narcisista sobre la pulsión de muerte, el narcisismo operaría a la
manera de mecanismo de defensa: el yo prefiere dañar al objeto antes que dañarse él,
manifestándose el sadismo. A partir de esta conceptualización, Freud revé su
concepción del masoquismo, enunciada en “Tres ensayos...” (1905) y “Pulsiones y
destinos de pulsión” (1915). Deduce la existencia de un masoquismo primario al
suponer entremezcladas en el yo, desde el principio del ser, tanto la libido como la
pulsión de muerte. Se daría así la coexistencia del narcisismo primario junto con un
masoquismo primario.
En “Psicología de las masas y análisis del yo”(1921), Freud afirma que en toda relación
afectiva existen también sentimientos hostiles. Estos aparecen claramente en las
agrupaciones humanas, sean familias, cofradías o pueblos emparentados por muchos
elementos en común. Asimismo, toda relación íntima y prolongada conlleva una
hostilidad reprimida, a pesar de que se ame profundamente, provocando sentimientos
de ambivalencia. Esto se explica por la existencia de un amor de sí (narcisista) que se ve
coartado por la presencia y exigencias del otro. Las restricciones que finalmente se
imponen al amor propio narcisista se explican por los procesos de identificación,
desapareciendo esta hostilidad o intolerancia en el fenómeno de masa, por efecto de las
ligazones libidinosas que en ella se dan.
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En esta obra, el término “narcisismo” alude al hecho de que los hijos aparecen como
prolongación del yo de la madre, algo que formó parte de ella, y poder amarlos le
permite recuperar el sentimiento de completud. Los hijos son investidos, entonces, por
la libido narcisista de la madre. Esto nos recuerda un concepto lacaniano, conocido por
todos nosotros, a saber. Ser el falo de la madre.
Siguiendo con “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921), me detendré en un
párrafo que resulta ser interesante, por sus posibles nexos con la obra de Lacan: “En los
albores de la historia humana, el padre de la horda primitiva fue el superhombre que Nietzsche
esperaba que adviniera en el futuro. Aún actualmente los individuos integrantes de una masa
requieren de la ilusión de que el conductor los ama de manera igual y justa; pero el conductor
mismo no le hace falta amar a ningún otro, él puede ser de naturaleza divina, absolutamente
narcisista, ero totalmente seguro de sí mismo e independiente. Sabemos que el amor pone en
tinieblas al narcisismo, y podríamos demostrar que así ha devenido en importantísimo factor de
cultura”. Freud nos presenta Otro no castrado, un padre narcisista, un padre que no le
hace falta amar a ningún otro, autosuficiente e independiente. En definitiva un padre
imaginario que produce efectos de ilusión en los otros.
En “El Yo y el Ello” (1923), Freud subraya que el Ello constituye el reservorio de la libido.
Aquel carga directamente a los objetos, pero ante la necesidad de abandonarlos, el yo
se identifica con el objeto y se ofrece al ello como objeto de amor. Según esta
argumentación teórica, el narcisismo sería siempre secundario... La teoría de que el ello
ese reservorio de la libido será más adelante modificada, sosteniendo que es en el yo
donde se almacena desde un comienzo la libido.
En el capítulo V: Las dependencias del yo, se describe las relaciones entre el ello, el yo y
el superyó y se menciona los tres tipos de vasallajes que afectan al yo, amenazado por
tres tipos de peligros relacionados con el mundo exterior, la libido del ello y el rigor del
superyó. Estos peligros están asimismo en el origen de la angustia que, residente en el
yo, se moviliza ante el peligro de sojuzgamiento o de destrucción, proveniente del
mundo exterior o de la libido del ello, o ante la amenaza de la castración, convertida en
conciencia moral en el superyo. Al no existir en el inconsciente nada equiparable al
concepto de “muerte”, Freud plantea como única posibilidad para la angustia de muerte
el abandono por parte del yo de sus cargas libidinales o libido narcisista. Esto ocurriría
al ser perseguido y odiado por el superyó, como por ejemplo en la melancolía, situación
en la que el yo se abandona y se deja morir.
En “El sepultamiento del complejo de Edipo” (1924) el concepto de “interés narcisista” está
vinculado a la defensa de la integridad corporal, en este caso desencadenada por la
amenaza de castración que pesa sobre el pene, a raíz de la prohibición edípica.
Igualmente, la constatación de la ausencia de pene en la mujer actualiza y pone de
relieve anteriores referencias a la castración.
En “El malestar en la cultura” (1930), y siguiendo lo que ya había mencionado en “El tabú
de la virginidad” (1918), en “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921) y tal como
lo hará en “Moisés y la religión monoteísta” (1939), vuelve a describir el “narcisismo de
las pequeñas diferencias”, entendido como una vía de satisfacción de las tendencias
agresivas, que facilita la cohesión entre los miembros de una comunidad:”... las
comunidades vecinas y aún con algún parentesco, son las que más pelean y se desprecian
entre si...”..
vínculo primario dual que resulta atrapante y sometedor. Finalmente, que el narcisismo
requiere de objetos para instituirse como estructura psíquica.
Lacan nos dice: “Mi perra me habla. (Evidentemente le habla, a través de sus ladridos y
resoplidos). Mi perra me habla porque me ama. . De eso no hay duda. Lo que a mi perra
nunca le pasa es algo con lo que en el campo interhumano nos confrontamos constantemente:
mi perra nunca se equivoca, nunca me toma por otro”.
En el campo de lo humano siempre nos toman por alguien que no somos. Esto es lo que
Freud descubre y lo llama transferencia. Esta capacidad de transferir a nivel de la
palabra es propia del ser humano. Lacan, afirma, yendo más allá de Freud, que es al
tomarnos por otro, el sujeto hablante nos pone en el lugar del gran Otro. Lugar del Otro
que es el lugar del lenguaje. Ese lugar es el que mi perra, dice Lacan, no tiene. Lugar del
Otro “siempre evocado desde que hay palabra”. Tercer lugar que existe siempre en relación
al otro, al pequeño otro, al semejante, desde que hay articulación significante. Tercer
lugar, ese gran Otro, constituido en algo que suponemos organizado en un Saber.
Ese tercer lugar, el sujeto lo lleva a pesar suyo. Puede decir que sí o que no, que es eso
o que no es eso para nada, pero de todas formas siempre es absolutamente eso. Esto es
lo que Freud llamo el Inconsciente, y es lo que Lacan expresa: “El inconsciente es el
conjunto de los efectos del lenguaje sobre un sujeto. El inconsciente es el discurso del gran
Otro”.
Este gran Otro, que es a la vez necesidad y necesario como lugar, al mismo tiempo está
perpetuamente sometido a la pregunta de aquello que lo garantiza en ese lugar, es otro
perpetuamente evanescente que nos hace a su vez igualmente evanescentes. ¿Qué
quiere decir que somos evanescentes a causa de este gran Otro? En tanto que Saber,
este Otro está fallido, se encuentra castrado
Basta observar en la actualidad, la relación particular del sujeto con su propio cuerpo:
ritos del tatuaje, incisión del cuerpo con objetos metálicos y otros.
Para Freud el yo es ante todo una superficie corporal, o más bien la proyección de esa
superficie. Además, para Freud el yo se forma por identificación y que su constitución
implica un nuevo acto psíquico. Justamente esto es lo que viene a explicar el estadio del
espejo.
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Habrán visto a un niño, entre los 6 meses y 18 meses de vida, frente a un espejo. Desde
el comienzo esa experiencia cobra para ese niño una importancia estructurante. Frente
al espejo, ensaya una serie de gestos y mímicas, experimentando júbilo por ello.
2. Más tarde, el niño cesará de tratar a esa imagen como un objeto real, y no intentará
apoderarse de aquel otro, que se escondía detrás del espejo. Se da cuenta,
simplemente, que es una pura imagen.
Esta conquista pone término a una vivencia psíquica muy particular, a saber: la imago
del cuerpo fragmentado: consecuencia inmediata de la insuficiencia biológica del ser.
Dicha imago, al parecer, se inserta en un tiempo pre – especular, en el cual el niño se
vive como despedazado, no haciendo diferencia entre su cuerpo y el de su madre, entre
él y el mundo exterior.
Arrancar las cabezas, agujerear el vientre, estropear las muñecas, como lo hace el pintor
Hans Bellmer al desarticular las muñecas de sonido y de madera, mutilar los animales,
servirse de los dientes, como en algunas puestas en escena del teatro de “avant-garde”,
son de las tantas supervivencias o hallazgos de la imago del cuerpo fragmentado. En
ese sentido, Lacan evoca reiteramente la obra del pintor Jeronimo Bosch: “atlas de todas
estas imágenes agresivas que atormentan a los hombres”.
Por lo tanto, el sujeto, desde sus orígenes, se identifica con algo que no es él como tal,
sino con la imagen óptica, con algo externo a él. Se identifica con un doble de sí mismo,
con una imagen que no es él mismo, pero que le permite re-conocerse. Por eso es
alienante esta experiencia, abriendo un largo camino de desconocimiento.
Esta identificación resulta un engaño. Lo es porque se apoya sobre una ausencia que
Lacan califica de hendidura (estado de lo que está abierto, desgarrado, hendido).
Reposa sobre el intercambio entre el yo y cualquier otro y esto pone en evidencia que
cada uno de estos dos, puestos frente a frente no ven más que la imagen alienada del
otro; lo que será el fundamento de la pasión amorosa y de toda relación ínter subjetiva.
49
Igualmente, ustedes habrán visto a niños de 3 a 5 años. ¿Qué sucede cuando se juntan
niños de edades similares? El niño los agrede o los imita, trata de dominarlos. Juega a
que los decapitan, los descuartiza, y a falta de pequeños seres humanos, se ejercita con
muñecos. Pega y dice que le han pegado, ve caer a otro niño y llora.
Estas relaciones agresivas con sus semejantes, son similares a la experiencia del
cuerpo frente a la imagen del espejo. Ambas experiencias se caracterizan por la
confusión entre este yo incipiente y el otro. En definitiva, es alienante porque el niño no
tiene ninguna distancia frente a su doble (imagen del espejo o niño-otro) y confunde su
cuerpo con el de su semejante.
En “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en Psicoanálisis” (1955) Lacan señala: “la
identificación precipitada del yo con el otro en el sujeto tiene por efecto una distribución, de
carácter excluyente, que se instituye sobre el tu o el yo, permanente de una guerra en que está
en juego la existencia del uno o del otro”.
La experiencia del Estadio del Espejo; viene a organizar una falta de identidad propia, de
ser propio. Esta falta de ser propio se resuelve en términos de una elección forzada que
responde a dicha estructura.
Lacan señala que: “El estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se precipita de la
insuficiencia a la anticipación” y “la armadura por fin asumida de una identidad enajenante.
Como se puede apreciar, lo que se juega aquí es, justamente, la constitución de la propia
subjetividad. Y en este sentido, el primer tiempo es un tiempo vacío, puesto que lo que
importa de lo real de la prematuración no es el hecho biológico en si mismo, sino la
subjetivación que se hace de ese real. Es decir, de que manera se inscribe dicha
insuficiencia, por biológica que sea, en el orden de la subjetividad.
Resumiendo, el Estadio del Espejo estaría constituido por tres tiempos: Primer tiempo,
conjunto vacío, ya que el sujeto no es nada, cuenta simplemente la “insuficiencia
biológica”. Segundo tiempo, el sujeto se identifica a la imagen del otro. Tercer tiempo,
ese otro se desdobla en una serie infinita de elementos semejantes o dobles. O si
ustedes quieren, una cadena de reemparchamientos del yo.
Esta cadena infinita de los a¨- a¨¨ - a¨¨¨- constituye una “elección” obligada, ya que del
otro lado lo que hay es el conjunto vacío. Desde un punto de vista subjetivo, esta cadena
de los sucesivos a¨- a¨¨ - a¨¨¨, etc. se organiza como una guerra interminable entre el yo y
el otro.
El estadio del espejo se entiende, entonces, como una operación de reunión, que abre
un espacio a una elección forzada, de carácter alienante. En tal sentido, la lógica del
estadio del espejo denuncia la insuficiencia del sujeto. Precisamente, porque la imagen
que adviene no pretende calmar una supuesta frustración fundada en la incoordinación
motriz. Todo lo contrario, abre el camino de una identificación alienante. Todo comienza
por una impronta que proviene del campo del otro, que testimonia de un modo
retroactivo (apres coup) la insuficiencia de ser originaria del sujeto. En otras palabras, la
identificación precipitada a una imagen, que proviene de otro, denuncia la insuficiencia
de todo ser.
En el Seminario II: El Yo en la Teoría de Freud, Lacan nos dirá: “El ser humano tiene una
relación especial con la imagen que le es propia: relación de hiancia, de tensión alienante. Ahí
se inserta la posibilidad del orden de la presencia y de la ausencia, es decir, del orden
simbólico. La tensión entre lo Simbólico y lo Real está ahí subyacente”. Aquí se anuda, según
Lacan, lo Real (representado en este caso por la insuficiencia biológica) con lo
Simbólico. Es decir, con la entrada precursora de los significantes de los otros.
“A partir del momento en que la noción de narcisismo entró en la teoría analítica, la nota de la
agresividad ocupó cada vez más el centro de las preocupaciones técnicas. .....Para eso
exactamente sirve el estadio del espejo. Evidencia la naturaleza de esta relación agresiva y lo
que significa. Si la relación agresiva interviene en esa formación que se llama el yo, es porque
le es constituyente, porque el yo es desde el inicio por sí mismo otro, porque se instaura en una
dualidad interna al sujeto. El yo es ese amo que el sujeto encuentra en el otro, y que se instala
en su función de dominio en lo más intimo de él mismo. Si en toda relación con el otro, incluso
erótica, hay un eco de esa relación de exclusión, él o yo, es porque en el plano imaginario el
sujeto humano está constituido de modo tal que el otro está siempre a punto de retomar su
lugar de dominio en relación a él, que en él hay un yo que siempre en parte le es ajeno. Amo
implantado en él por encima del conjunto de sus tendencias, de sus comportamientos, de sus
instintos, de sus pulsiones... ¿Y dónde esta ese amo? ¿Adentro o afuera? Está siempre a la
vez adentro y afuera, por esto todo equilibrio puramente imaginario con el otro siempre está
marcado por una inestabilidad fundamental.”.
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Este fragmento nos recuerda la dialéctica hegeliana del Amo y del Esclavo. En ella, el
Amo es tal en la medida que ha arriesgado su vida y no ha temido a la muerte. En tanto,
el esclavo es tal, porque ha temido a la muerte y se somete. Ser Amo y Esclavo, dice
Hegel, es el resultado de una lucha a muerte por el reconocimiento. El amo respeta la
vida del esclavo para ser reconocido como tal.
Hegel dirá, que el deseo humano es fundamentalmente deseo del deseo del otro. Incluso
cuando se dirige a un objeto natural este se encuentra mediatizado porque el deseo del
otro recae sobre el mismo objeto. Por lo tanto, el sujeto se constituye fundamentalmente
en función de un deseo dirigido sobre otro deseo, es decir de un deseo de
reconocimiento.
Para que haya deseo humano, es indispensable que exista una pluralidad de deseos. El
hombre no puede, en consecuencia aparecer sobre la tierra sino en el seno de un
rebaño. Por eso la realidad humana solo puede ser social. Por lo tanto, la historia de la
humanidad es la historia de los deseos deseados.
El sujeto se reconoce como tal, al arriesgar su vida para satisfacer su deseo, un deseo
que se dirige sobre otro deseo. Desear el deseo de otro es pues en última instancia
desear que el valor que yo soy o que represento sea el valor deseado por ese otro.
“...Sin embargo, esta situación (está hablando de la relación del amo y del esclavo) va a
desarrollarse. Su punto de partida es mítico, puesto que imaginario. Pero sus prolongaciones
nos introducen en el plano simbólico. Ustedes conocen esas prolongaciones; son las que
permiten que se hable de amo y esclavo. En efecto, a partir de la situación mítica, se organiza
una acción y se establece la relación del goce y del trabajo. Al esclavo se le impone una ley:
satisfacer el deseo y el goce del otro. No basta con que pida clemencia, es necesario que vaya
a trabajar. Y cuando se va al trabajo aparecen normas, horarios: entramos en el dominio de lo
simbólico.
Si lo miran más de cerca, este dominio de lo simbólico no se encuentra en una simple relación
de sucesión con el dominio imaginario cuyo pivote es la relación ínter subjetiva mortal. No
pasamos de uno a otro por un salto de lo anterior a lo posterior, tras el pacto y el símbolo. De
hecho, el mito mismo sólo solo puede ser concebido como ya ceñido por el registro simbólico,
en función de lo que ya señalé hace un rato: la situación no puede estar fundada en no sé qué
pánico biológico ante la cercanía de la muerte. Nunca la muerte es experimentada como tal,
nunca es real. El hombre sólo teme un miedo imaginario. Pero esto no es todo. En el mito
hegeliano, la muerte no está ni siquiera estructurada como temor, está estructurada como
riesgo y, por decirlo todo, como apuesta. Porque existe desde el comienzo, entre el amo y el
esclavo, una regla de juego”.
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Lacan nos plantea preguntas inquietantes sobre el vínculo del sujeto con el Otro. El
deseo de uno es el deseo del Otro. En esta dialéctica subyace un goce por parte del
sujeto a fin de someterse a los deseos del Otro, vía sus semejantes.
Lacan, en el texto: La agresividad en Psicoanálisis, culmina con una frase, que resulta
inquietante: “¿Hasta que punto, el temor de la muerte, del Amo Absoluto”, está
psicológicamente subordinado al temor narcisista de la lesión del cuerpo propio?”.
Si estamos de acuerdo con esto, quizá a la base de todo lazo social se encuentre algo de
la dimensión de lo totalitario y de lo perverso. Basta observar, para esto, los vínculos
sociales cotidianos para apreciar una especie de “inercia” a la instrumentalización.
Freud definió el término Narcisismo para “aquellas conductas en las que un individuo trata a
su propio cuerpo de modo similar a como trataría a un objeto sexual: es decir, lo mira con
placer, lo acaricia y lo mima hasta llegar a la total satisfacción”. Lacan, en uno de los textos
citados, se pregunta: ¿Hasta que punto el temor al amor absoluto no corresponde a un
temor narcisista por la lesión del cuerpo propio?
El cuerpo del psicoanálisis, es un cuerpo sexual, un cuerpo – goce. ¿Por qué llamarlo de
este modo? No olvidemos, que el cuerpo es todo goce y el goce es sexual. ¿Qué otra
cosa es el goce sino el empuje de energía del inconsciente cuando está engendrado por
los orificios erógenos del cuerpo?
Cuando hablamos del cuerpo – hablante, no nos referimos a un cuerpo de carne y hueso,
más bien un cuerpo tomado como un conjunto de elementos significantes. Tomemos un
ejemplo, la cara, en tanto se encuentra compuesta por líneas, expresiones y rasgos
diferenciados y ligados entre sí. Cuando esta cara despierta un sentimiento, estamos
ante un cuerpo – imagen; pero cuando esta misma cara suscita un decir inesperado
estamos ante un cuerpo - significante. Esta cara será significante en la medida que
determine una intervención inesperada en el curso de la sesión de análisis; no que me
despierte simpatía o antipatía.
Con esto nos referimos a una suerte de dialéctica de la parte con el todo. El
psicoanálisis privilegia la parte, porque en lo inconsciente solo existe lo parcial. Ya sea
que estemos en la dimensión de lo real, de lo simbólico o de lo imaginario,
permanecemos siempre dentro de los límites de lo parcial.
Si nos atenemos al estatuto real del cuerpo, debemos reconocer que el goce es siempre
parcial y, en consecuencia, puesto que el cuerpo es goce, se puede concluir que
también el cuerpo es parcial. E incluso, afirmamos que el cuerpo se estrecha y se reduce
en el hecho mismo de gozar. Aún, en el plano imaginario, esto es válido. Cuando esta
casa es parte o prolongación de mi cuerpo – imagen, siempre son aspectos parciales
que están cargadas de sentidos. Lo mismo con el cuerpo – hablante: La cara, en tanto
cuerpo – significante se lo concibe como cuerpo parcial. (Una boca, un grano, etc.). Por
lo tanto, la supuesta totalidad es una ficción, igualmente necesaria para la constitución
de lo imaginario y necesaria para la eficacia de lo simbólico.
Otras imágenes parciales del cuerpo: Las botas, los cascos, las águilas (como símbolo
del Nazismo) que tanto encanta a EEUU. Realmente, es una suerte de encantamiento por
las prolongaciones del cuerpo –goce, del cuerpo – imagen y del cuerpo – hablante.
Es el cuerpo concebido por Sade. Un erotismo propio de una sociedad disciplinaria, una
sociedad reglamentaria, anatómica, jerarquizada, con su tiempo cuidadosamente
distribuido, sus espacios delimitados, sus obediencias y sus vigilancias.
Entonces, queda pendiente la pregunta planteada por Lacan: ¿Quizá el temor al amo
absoluto, sea consecuencia necesaria a un temor narcisista por la lesión del cuerpo
propio?
En 1879, Wilm Wundt funda el primer laboratorio de Psicología Experimental. Esta fecha
marca el inicio de la psicología como ciencia. Como no puede ser de otro modo, la
llamada Psicología Experimental toma prestado el modelo de las Ciencias Naturales.
Esta, como es tradición, descompone la realidad en elementos más simples y de ahí se
pretende establecer leyes que puedan explicar el funcionamiento de la realidad. A este
enfoque se le ha llamado “Elementalismo Asociacionista”. Veremos mas adelante, que el
Conductismo le critico a esta incipiente psicología, su imposibilidad de abandonar el
estudio de aspectos “mentalistas” como fue la conciencia y el uso del método
introspeccionista. Por otro lado, la Psicología de la Gestalt le critica el modelo
asociacionista.
Tanto Wundt como Titchener, expresaron que la conciencia o los procesos mentales
pueden llegar a ser objeto de la observación científica. La Psicología es una ciencia de la
experiencia y distinta a la Metafísica.
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A igual que Wundt, afirmo y sostuvo la importancia del “paralelismo psicofisico”. Los
procesos mentales y físicos marchan como dos corrientes paralelas, ninguna es causa
del otro, ni hay interacción entre ambos. Pero un cambio en uno es seguido siempre por
un cambio en el otro. Por lo tanto, es posible referirlos uno al otro.
Dicho escuela persigue un enfoque biológico, en tanto que los procesos psíquicos son
útiles a un organismo vivo en la tarea de adaptarse a su ambiente. Su preocupación giro
en estudiar los procesos psíquicos no como elementos que entran en una comprensión,
sino como actividades que conducen a consecuencias practicas.
Dewey acentúa la estrecha relación que existe entre el individuo y su ambiente y usa el
concepto de “habito” como llave para la Psicología Social. La conciencia siempre esta
presente en el proceso de adaptación del organismo.
El Conductismo.
El Conductismo dio pie para una profundización en el estudio del aprendizaje. Este
puede definirse como cualquier cambio relativamente permanente en el repertorio
comportamental de un organismo, que ocurre como resultado de la experiencia.
En su pretensión que la psicología sea una ciencia, postulo como principio básico la
observación repetida y se debe dejar de lado el estudio de los fenómenos mentales,
privilegiando la conducta, ya que esta puede ser cuantificada y medida objetivamente.
Watson pensaba que la conducta es producto del cerebro y debe seguir principios
similares en mamíferos dotados de cerebros mas o menos similares.
Tanto en la rata como en el hombre, la unidad básica del aprendizaje es el habito y este
se adquiere como consecuencia del fortalecimiento de un nexo neural entre un estimulo
y una respuesta.
De modo que Watson, en cierto sentido, penso mediante su traquea que el no tenia
mente.
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Para el autor existen dos leyes básicas, que dan cuenta del aprendizaje:
Watson negó toda importancia a los efectos del refuerzo (ley del efecto de Thorndike).
Afirmo que un acto ejecutado con éxito se convierte tanto en la respuesta mas reciente
como en la mas frecuente.
Dentro de esta línea teórica, encontramos un autor de la talla de Edwin R. Guthrie (1886-
1959). Su hipótesis fundamental radica que la conducta simple es una cuestión de
conexiones entre estímulos y respuestas simples, y la conducta compleja consiste en
una multitud de conexiones de estímulos y respuestas simples.
Al igual que Watson concibió el cerebro a modo de una tabula rasa y resto importancia a
los principios de la organización innata y motivacional. Al igual que Watson, utilizo la
palabra “condicionamiento” para abarcar casi todas las formas de aprendizaje. Además
dio mayor importancia a los factores ambientales en el moldeamiento de la conducta.
Propuso una sola ley, a efectos de dar cuenta del aprendizaje: La Ley de la Contigüidad:
“Una combinación de estímulos que ha acompañado a un movimiento tendera, al
presentarse de nuevo, a ser seguida por ese movimiento.
La critica a su teoría se centra que la mayor parte del aprendizaje parece ser adquirida
gradualmente, mas bien que en la forma abrupta, es decir, mediante un aprendizaje con
un ensayo.
La respuesta de Guthrie a esa critica, consistió en que una situación puede parecer una
sola señal, pero en realidad esta compuesta por una masa de estímulos que cambian en
cada momento y lo mismo con las respuestas.
Uno de esos elementos puede combinarse con cada uno de los otros, y lo que se forma
con un ensayo son esos diminutos vínculos. En cada ensayo, muchas de esas pequeñas
respuestas quedan vinculadas con muchos de los estímulos. La mayoría, por lo tanto,
equivale al aprendizaje de un numero cada vez mayor de movimientos más correctos.
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La critica realizada a esto, consiste que los organismos no logran aprender a responder
a menos que sean recompensadas o que, al responder, escapen de consecuencias que
les provocan aversión.
A esta critica, nuestro autor defiende su teoría diciendo que la contigüidad es el único
mecanismo del aprendizaje, explicando que la recompensa es una fuente de estímulos
que sirven para relacionar otros grupos de señales.
La Ley del efecto: Aquellas respuestas dadas inmediatamente antes de una situación
satisfactoria tienen mayor probabilidad de ser repetidas. De acuerdo con este
concepto, los animales tienden a mantener estados satisfactorios y no los estados
insatisfactorios. Los factores de satisfacción estampan respuestas y las de molestia
las borran. Esos estampados son directas, mecánicas y no implican conciencia o
percepción del aprendizaje. El definió el aprendizaje en función de vínculos:
estimulos-respuestas que se estampan gradualmente en el cerebro.
La Ley de la predisposición: La satisfacción y la molestia dependen del estado del
Organismo, en el momento en que actúa.
La Ley del ejercicio: El uso de las conexiones las fortalece y su desuso las debilita. El
principio del uso explica actos repetitivos. El principio del desuso explica el olvido
en general. Se considera que esta ley fue una concesión que realizo el autor a la
teoría de la contigüidad.
Aparte de estas tres principales, nuestro autor postula cuatro leyes menores, pero que
se complementan con las anteriores:
Ley de la respuesta por analogía: Se refiere a la capacidad para reaccionar ante una
situación nueva mediante respuestas aprendidas en una situación conocida. Es
posible transferir respuestas de una situación a otra.
Ley del cambio asociativo: Se refiere a una transferencia de control de una señal a
otra. No es ni más ni menos que el condicionamiento clásico.
Las leyes de la conducta consisten en las relaciones causa y efecto entre las variables
independientes (hechos ambientales externos) y las variables de las respuestas
(Dependientes). No rechaza el mecanismo de contigüidad (Pavlov, Watson, Guthrie).
La conducta operante es emitida espontáneamente por el organismo que sigue tal o cual
conducta. Sin embargo, una respuesta operante a menudo contrae una relación con un
estimulo particular y esta ocurrencia puede ser controlada en parte por ese estimulo.
REFUERZO:
Por ejemplo; el choque eléctrico (estimulo adversivo). Una rata debe girar una palanca
que abre una puerta para correr desde una cámara electrificada a una cámara segura. El
refuerzo negativo es el alivio dado por el escape (un refuerzo), que fortalece la secuencia
de respuestas: girar la palanca y correr.
Cuando se plantea que los procesos cognitivos constituyen un posible objeto de estudio
de la psicología, en realidad estamos aludiendo simultáneamente a dos significados que
conviene explicitar en un primer momento.
Es decir, el estudio de los procesos cognitivos puede ser entendido en una acepción
amplia y en otra restringida, si bien entre ambas pueden encontrarse nexos históricos y
epistemologicos. Uno de esos nexos, tal vez el principal, es la ruptura con las
posiciones más radicales del conductismo; aquellas que niegan la posibilidad de un
estudio científico de los procesos internos.
A las corrientes psicológicas que se ocupan de estudiar los procesos cognitivos se les
atribuye el mérito, por el hecho de haber recuperado y revalorizado el concepto de
conciencia, tan desacreditado luego de la revolución conductista. Esta conciencia que
vuelve a ser tematizada como objeto de estudio, no es considerada como un simple
epifenomeno, sino como un factor relevante para la organización del comportamiento
por su función de dotar de significado al mundo con el cual estamos en permanente
interacción. Es decir, se rehabilita la relevancia de la conciencia, a partir del
reconocimiento de su función directiva, organizadora y controladora del
comportamiento.
Otra de las características de las distintas escuelas psicológicas que se ocupan del
estudio de los procesos cognitivos es que, a diferencia de las concepciones imperantes
en el siglo anterior, parten de un enfoque estructural que entiende al psiquismo humano
como una totalidad organizada según leyes especificas que los investigadores tratan de
establecer. Para describir el funcionamiento de tales estructuras recurren a conceptos
tomados en préstamo de diversas disciplinas: la física, la biología, lo lógica, la
cibernética, la informática.
La mayoría de los autores que se proponen historiar los últimos años de la psicología
(De Vega, 1984; Lucio, 1986) consideran que la escuela cognitiva marca una verdadera
ruptura epistemologica con el Conductismo del cual proviene. Sostienen que luego de
un periodo en que el paradigma conductista entra en crisis, especialmente en los años
50, se va gestando un nuevo paradigma, el cognitivo, a fines de esta década y en la
siguiente, que será desde entonces el dominante en la psicología académica, y a partir
del cual se generan las investigaciones en psicología y se realiza la transmisión
universitaria.
Otros autores, sin embargo, niegan que este cambio implique una verdadera ruptura
epistemologica (Minguzzi, 1978).
Jean Piaget, el gran investigador y teorizador en psicología, que ya para entonces había
producido casi lo fundamental de su Psicología Genética, no fue prácticamente
conocido en los EEUU hasta la publicación de J.H. Flavell, “La Psicología del desarrollo
de J. Piaget” (1963) y con la traducción de su obra, cuando la Psicología Cognitiva ya
había surgido.
1. La Teoría de la Comunicación.
F T CANAL R D
___________________________________________________________
NOTA:
Así fue que G. Miller establecio la analogía canal=mente. En 1951 comenzó a estudiar la
información y transmitida por los procesos mentales que volcó en el libro “Lenguaje y
Comunicación”; que tiene valor como trabajo pionero y precursor de la Psicología
Cognitiva.
Pero este modelo fue abandonado rápidamente por las dificultades de la medición y la
imperfecta analogía de la mente con un canal de información, dado el carácter
inminentemente activo de aquella, que no se limita a transmitir información sino que
codifica, almacena, procesa, etc.
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2. La Cibernética.
Wiener, que como matemático debió enfrentarse durante la Segunda Guerra Mundial al
problema practico de diseñar un proyectil capaz de autocorregir su trayectoria en
función de la posición cambiante del blanco, desarrollo la noción de retroalimentacion
(feed back), que describe este proceso de autorregulación y control.
Fue el quien acuño el termino cibernética (del griego Kybernetes, el piloto o timonel de
un navío) para la nueva disciplina que trata de los sistemas de control.
Fue a partir de esta disciplina que se produjo una verdadera revolución tecnológica que
permitió construir maquinas basadas en principios diferentes de las de Newton, que
transforman energía en movimiento y viceversa. Así surgieron los ordenadores digitales
(computadoras), que son maquinas de propósito general que producen procesamiento
de información.
3. La Psico-lingüística.
También desde adentro del Conductismo se opera una crisis, que en el contexto
generado por las influencias extradisciplinarias, va a permitir el nacimiento de esta
nueva psicología.
Conviene, entonces, hacer una observación a este respecto, para salir al paso de cierta
forma, bastante laxa, de entender la Psicología Cognitiva. Cuando se habla de enfoque
cognitivo o psicología del procesamiento de la información, no se refiere meramente a
que la psicología este ahora mas interesada que antes en lo que, desde siempre, se
habían considerado como procesos cognitivos. Nos referimos, sobre todo, a que se trata
de una manera global de entender la psicología donde los procesos cognitivos, aparte
de ocupar un lugar central en la explicación de la conducta, son estudiados con un
aparato teórico mucho mas refinado o consistente, gracias a los aportes provenientes
de la ciencia de la computación.
Un autor como De Vega señala que la metáfora del ordenador digital puede ser utilizada:
Una versión “fuerte” no considera esta analogía desde una perspectiva instrumental.
Los que sostienen esa posición están interesados en una teoría unificada de todos
los sistemas de procesamiento de la información y se despreocupan de las
particularidades de la mente como sistema. Esta versión corresponde a una nueva
disciplina que es la Ciencia Cognitiva y suele desarrollar programas de inteligencia
artificial.
2. Otra critica esta centrada en los limites que establece la metáfora del ordenador
digital para encarar fenómenos mentales mas complejos como para ser definidos en
términos pasibles de series aplicado el modelo computacional.