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Dedicatoria
Prólogo
Epílogo
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“El Infinito quedó
sin terminar…”
Dedicatoria:
A mi hija Melina,
y:
A: María Angélica, Héctor Testori, Rosa María Gómez, Mirta Gómez, Niky
Sunio, Genny y Victor Hugo, Juan Carlos Paré, Horacio Antonio Cao, Néstor
Ríos, Emilio Rappard, Maria Teresa Spak , David Sznek, Dora Paré, Liliana
Muñiz, Estela Schwindt, Liliana Vaca, Graciela Lialis, Alejandra Galzerano,
Tatiana, Gabriela Tenenbaum, Judith Romero, Aida Meneghetti, Adriana
Vieyra de Abreu, Gerónimo y Facundo, Adriana Cavara, Alejandra De Alba,
Claudia Liatis, Camila Rios, Lucía Ríos, Laura Paré, Oscar Dulitsky, Ponino
De Gemmis, Gustavo Garibaldi, Marcelo Langberg, Amilcar Pessagno,
Roberto Lucero, Andres Wanzek, Elizabeth González, Samuel Palikian, Rubén
Hallú, Horacio Games, Jorge Martínez, Rubén y Sergio Layaffa, Roberto
Merzek , Eduardo Bidegaray , Miguel Nuñez, Santiago Miguez y Delmiro.
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Prólogo
Enorme fue mi sorpresa al descubrir que, quien los había escrito, había
logrado poner en duda mi conciliación con mi pasado, presente y futuro.
Uno de tantos.
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“E L I N F I N I T O Q U E D Ó S I N T E R M I N A R . . .”
PARTE I
Postergaba mis sueños y advertido de lo inútil que era esa idea comencé
a diagramar una serie de deseos que cumpliría sin esperar un golpe de
fortuna. Uno más delirante que otro. Desechados los vengativos, me
quedé con los utópicos. Desechados los utópicos por definición, me
quedé con los imposibles. Anulados éstos, me quedé con los posibles y
fáciles.
Abolidos los fáciles, opté por los permitidos. Pero con algún grado de
dificultad. Por eso emprendí un viaje en velero sin fecha de regreso.
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Decreté que un día sería católico, otro budista, otro musulmán, tal vez
judío, acaso agnóstico, o tal vez politeísta. De todos modos y a pesar de
las convulsiones de mis pueblos internos, creo en el amor. Esa creencia
era tolerada hasta por mis acérrimos enemigos, y aplaudida por mis
neuronas fiesteras, las más desprejuiciadas y divertidas.
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Oteaba el horizonte, actividad que solo se puede hacer frente al
horizonte, por si algún otro navegante se le había ocurrido lo mismo que
a mí, irse. Pero no. Era muy tarde para salir a navegar y en día de
semana era poco probable que hubiera mucho movimiento en el Río de
la Plata. Salvo los buques de carga. Decidí entonces cargar el G.P.S que
es un navegador satelital con las coordenadas correctas para ir a la isla
Martín García. Allí haría mi primer desembarco antes de seguir rumbo
hacia el Uruguay, circundándolo por Piriápolis en donde me incorporaría
un chivito uruguayo para luego continuar mi derrotero a Punta del Este y
desde allí enfrentar al Atlántico hasta Ciudad del Cabo, en África y
después navegaría bordeando el continente africano por el Atlántico
hasta Portugal, entraría por el Canal de Suez hasta el Mar Mediterráneo
y me quedaría en Grecia una temporada, si los dioses me ayudan. Mi
“Zeuss” en Grecia...no estaría nada mal.
Me senté en proa con las piernas colgando y puse las manos como sostén
de mi cabeza, mirando hacia arriba. Estaba tranquilo puesto que el timón
automático estaba trabajando por mí. La única preocupación era que una
estrella fugaz me perfore la frente.
Ciertamente no siempre la navegación es plácida como la de ésta noche.
Muchas veces salimos con mis viejos adolescentes amigos, de noche
para ganar un día mas, rumbo a Colonia, o a Barra de San Juan o con
destino a Conchillas en Uruguay, y nos hemos encontrado con el Río de
la Plata de mal humor. Con olas que nos golpeaban por todos lados,
viendo barcos a proa que desaparecían y aparecían por el oleaje intenso.
U otras noches en que la niebla no dejaba ver más allá del metro y medio
y los haces de luz de las linternas que portábamos, morían a los dos
metros, como las espadas del Jedi en la Guerra de las Galaxias. Y luego
de navegar en esas condiciones, pasando ya casi la Isla Farallón se abría
esa neblina como una cortina, dejando ver al sol del amanecer charrúa.
El viejo y querido velero ¨Zeuss¨ es de madera con 21 pies, unos siete
metros, tiene cuchetas para cuatro personas, cocina, baño, una mesa
para las cartas de navegación, y adentro un desorden infernal que trato
de mantener cuidadosamente. Salvavidas, cuerdas, curitas, yerba mate,
alguna malla, una zapatilla, gorros, guantes, cuchillos, tenedores, un
almanaque de algún año que se me antoja fui feliz, una media, latas de
cualquier marca, procedencia y contenido incierto, una computadora
satelital, una radio Spica, platos, sal, mate, un cartón de cigarrillos que
no lo abro porque es un feo vicio, una bombilla, una botella de ron, unas
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de agua mineral, pastillas para el mareo, un reloj de arena, un reloj
digital, cartas náuticas, cartas de antiguas novias que me juraron amor
eterno, biromes, bidones, un compás, un transportador, crayones,
acolchados, almohadas, camperas, una foto de Gardel, una de Pampita,
un santo , una virgen, sin que guarde referencia a lo anterior, mi perro,
mi gato, mi tortuga, mis pececitos y la iguana, linternas, faroles y
finalmente una vieja caja de madera conteniendo un grabador, muchas
cajas de fósforos, un mazo de cartas que le faltaba una y un símbolo del
OM de plata, éstos objetos me inquietaban porque no recordaba de
donde salieron, ni quien me los había dado, ni para qué.
Tardé unas once horas en llegar porque navegué en contra de la
corriente, un poco la historia de mi vida. Me di cuenta tarde que
navegaba así y por mas que las velas me indicaran que el derrotero era
correcto, mas el motor que me aseguraba con su ruido que funcionaba,
los juncos de la costa se empecinaban en quedarse quietos. Una paradoja
extraña si avanzaba hacia delante ¿como era posible que el universo
entero se negara a un trayecto tan sencillo? Allí empecé a sospechar que
había algo oscuro y oculto que, por vaya uno a saber que extrañas
fuerzas interactuaban para que no llegue a Martín García. Intuí entonces
que navegaba en contra de la corriente. Finalmente divisé a la isla que
tiene la forma de un gran pan dulce y mientras me acercaba pensaba en
sus dos silabas MArtín GArcía y un escalofrío corrió por mi espina
dorsal pero no era miedo, eran unas gotas de agua que se colaron por las
velas y se escurrieron por mi nuca hasta la espalda. Anclé mas o menos
cerca de otro velero que se llamaba “Bolero” y me pareció un nombre
poco propicio para un barco, pero en fin, cada uno le pone el nombre que
quiere. Mas cerca del puerto no pude anclar porque había bajante y la
quilla podría quedar encajada en el lecho del río. Inflé el gomón y lo bajé
cuidadosamente al agua.
Lo até al barco, descendí hacia él. Desaté la cuerda que lo amarraba al
barco. El gomón se movió. Descubrí que había olvidado los remos en
cubierta. Con las manos en el agua intenté acercarme al Zeuss, pero la
corriente me lo impidió. Y luego de 1 hora con 22 minutos y 6 segundos,
a 50 metros del pequeño puerto llegué a la escalerilla habiendo dibujado
en el agua cientos de firuletes ante la mirada de un lugareño, que no
podía creer lo que veía, por las lágrimas en sus ojos producidas por su
interminable risa. Nunca había visto en mi vida reírse tanto tiempo a una
persona. Al subir la escalera al puerto, me ayudó este risueño lugareño.
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-Bienvenido a Martín García, soy El Industrial.-Me dijo estirándome
una mano.
-Mucho gusto, yo…-
-¿Te olvidaste los remos?- Inquirió con sorna-
-No, es una práctica que realizo cada vez que llego a puerto. Hace
bien a los músculos.- Le respondí mientras tomaba aire y metía el
estómago adentro. Mientras amarraba el gomón, observé que El
Industrial era una persona algo calva, con barba entrecana, ojos
desmesuradamente grandes y claros. De una bondad que se notaba en los
lugareños. Vestía una remera roja, un chaleco tejido a mano, unos
pantalones y zapatos blancos. Típico de la gente que vive en una isla.
Seres distendidos, por la belleza del lugar y cuya única preocupación es
ver por donde sale y se pone el sol.
-¿Sos de acá?- Pregunté sabiendo obviamente la respuesta.
-No, soy de Buenos Aires y vine unos días a descansar a la casa de un
amigo.
Es proverbial como me confundo con la gente. Pero así y todo parecía
ser un buen tipo. Uno de esos que vive en una isla. Un ser distendido por
la belleza del lugar y cuya única preocupación es ver por donde sale y se
pone el sol…
-¿De paseo también?- Me preguntó mientras encendía un cigarrillo. Feo
vicio.
-Algo así, me gusta mucho la isla y cada tanto vengo a visitarla-
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-¿Tu nombre es?-
-Me llamo…-
-Cuando termines de recorrer la isla, pasá si querés por la casa
donde estoy parando, está al lado del comedor de la isla.-
Se fue sin esperar respuesta, por el camino subrayado por dos antiguos
rieles rumbo a la isla propiamente dicha, con paso de murga y lo vi
perderse luego del cartel de “Bienvenidos”. Caminé lentamente puesto
que no tenía ningún apuro. Fui hasta el cementerio que tiene las cruces
torcidas unas para la derecha otras para la izquierda. Allí dejé enterrada
una ilusión y cada tanto voy a ver si resucita, pero aún no se produjo el
milagro reservado solo para elegidos. Dicen que en esas tumbas estaban
enterrados quienes habían sucumbido por cólera. Dicen que en esas
tumbas estaban enterrados quienes habían expirado en batalla, siendo la
parte horizontal de las cruces, torcida igual que la del palo mayor de los
barcos cuando son bombardeados. Y también dicen que cuando hicieron
las cruces, el cemento estaba fresco y las almas de quienes se habían
extinguido de cualquier manera, se levantaban y se apoyaban
distraídamente sobre ellas, inclinándolas de esa manera. De todos modos
ninguno de esos dichos me convencía. El cementerio de la Isla Martín
García está poblado de ilusiones, de promesas rotas, de sueños eternos,
de quimeras, de utopías, como la de Sarmiento D.F. que quería fundar
allí Argirópolis, la capital de los Estados Unidos de Sudamérica.
También hay pasto crecido, alguna lata tirada por algún desprevenido,
algún pucho con filtro amarillo pisado. Pero eso no es muy poético.
Prefiero pensar mientras obscurece, y en completa soledad como ahora,
mientras silba el viento entre los árboles, que estoy rodeado de
sentimientos dejados caer al azar. Me gustaría sentarme en el medio de
este lugar a tocar la guitarra, pero dos cosas me lo impedían, una que no
tenía guitarra y la otra que no sé tocarla. Daba como para tocar “Rasguña
las piedras”. Menos mal que se dieron estas dos complicaciones. Al irme
de allí vi a unos cuatro tipos grandes ya, riéndose nerviosamente con un
farol de kerosén entrando al cementerio. No parecían peligrosos, solo
eso, cuatro tipos grandes jugando a que tenían miedo. Posiblemente
abrían dejado algún tesoro escondido en algún árbol marcado con una
cinta roja.
Di una vuelta por la isla y me detuve frente al teatro. La fachada es
hermosa. Recordé una etapa vivida como director de teatro, y vinieron a
mi mente obras escritas abruptamente y bajo los efectos nocivos del
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mate, la sobreestimación, la mediocridad, la ineficacia autoral, pero
realizada con muchísimo amor. Tal vez lo maravilloso de esos ciclos
teatrales, fue la alegría de quienes las representaron.
Me senté frente a la fachada, en el medio de la calle, descuidadamente
porque allí no pasan autos, a lo sumo algún ciervo Dama perdido.
Quienes incursionan en teatro sabrán lo encantador y potente que es
estrenar una obra, luego de meses de ensayo, de errores, de alegrías
compartidas, de compañerismo, de celos inútiles, de vestuarios elegidos
minuciosamente, algo así como la previa presentación a un futuro amor
que nos espera en la esquina y que nos apetece delicioso. Aprendieron a
observar las conductas humanas, a dirigir la mirada, a hablar, a moverse
en escena, a improvisar, a seducir, a esperar un aplauso final. Casi-casi,
como quien abriga la esperanza de conocer al amor de su vida. Así de
parecidas son las situaciones en teatro. Luego, viene el aplauso. Un
aplauso fuerte y agradecido por haber hecho sentirse al auditorio, ajeno
por un instante a la realidad. O un aplauso de compromiso porque nos
estiman un poco. También puede suceder que se levanta alguien y se va
en medio de nuestra obra, pero debemos continuar aunque se haya ido
ese alguien... Y después, cuando se apagan las luces del escenario y solo
se oye el eco de la propia voz, uno se va con sus propios recuerdos y
pensando en la próxima obra, que deberá ser mejor. El amor de nuestra
vida, tal vez sea otro. Quizás el próximo, el adyacente, o será el que fue.
Me levanté con esos pensamientos contradictorios. Miré al cielo y una
estrella fugaz cruzó de oeste a este. Al menos eso me pareció. Sería ese
mi destino: el este. Me sentí un rey mago, siguiendo a una estrella. Si
encuentro a un recién nacido en mi viaje, por las dudas le diré que se
dedique a cualquier cosa menos a la religión. Caminé por las callecitas
levemente escarpadas de la isla, dejé atrás la cárcel histórica abandonada
y me dirigí al puerto. Se me cruzó un ciervo Dama y me saludó. Estoy
muy cansado, me dije, un ciervo no saluda y menos si es salvaje y
mucho menos si es Dama y detrás veo a dos chanchitos corriéndose
como si fueran cachorros caninos.
Estaba anocheciendo y recordé la invitación de El Industrial y retomé el
camino para despedirme. La casa estaba al lado del comedor de la Isla,
tal cual me había indicado. Una casita muy pintoresca, que al frente tiene
los números 2-5 1932 4-10, de paredes blancas y molduras rojas y una
altísima palmera a la derecha. Una entrada llena de plantas y flores. Una
cadena que oficiaba de llamador al golpear el badajo de una pequeña
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campana y un enano de jardín con un gorro azul, que me miraba con una
maceta al hombro. Tiré de la cadena, y contrariamente a lo que uno
supone cuando ejerce ésta acción, no salió ningún chorro de agua. Sonó
la campana y el enano dejó su maceta en el jardín y me preguntó a quien
buscaba. Lo miré extrañado y salió El Industrial y el amigo y me
invitaron a pasar. Una vez dentro de la casa y previo saludo al enano que
volvió a cargar su maceta al hombro, descubrí en el interior de ese hogar
una calidez particular. Había un piano, una computadora, un cuadro que
describía un amanecer, una mesita de caña oscura con vidrio y encima
muchas gemas de colores, una biblioteca abarrotada de interesantes
libros, una lámpara de ratán o algo parecido, unos sillones haciendo
juego con la mesita y con almohadones verdes, un tarro de lechero a un
costado y un espejo.
-Bienvenido, soy el Dueño del Comedor, El Industrial me contó de tu
desembarco en la isla.-
El Dueño del Comedor es una persona de unos dos metros. Con una
nariz prominente, una barba mínima y desprolija, cabello algo enrulado
entrecano y cortado de a ratos ociosos por una tijera desafilada. Ojos
marrones y una mirada de perpetua inocencia y sana ingenuidad. Tenía
puestas unas bermudas, una remera amarilla, unas zapatillas blancas y
una media sola. Algo divertido, me extendió su mano. Lo saludé y se
hizo presente una mujer. Ella es yogui y es la esposa de El Industrial.
Presentados todos, me invitaron a cenar. Un aroma a asadito invadía
amablemente mi olfato. No podía negarme. Salimos al fondo de la casa,
y mientras la parrilla despedía chispitas que volaban al cielo dibujando
eses en busca de estrellas ociosas, me convidaron con un muy buen vino
tinto, a la espera del golpe final de las brasas hacia esas carnes
argentinas. El enano de jardín, estaba a unos 10 metros de donde yo
estaba sentado. Esta vez tenía un gorro rojo y su infaltable maceta al
hombro. Algo inquieto me acomodé en el sillón de plástico blanco sin
sacarle demasiado los ojos de encima al menudo. Luego de libar unos
vinos, comenzamos a charlar animadamente El Dueño del Comedor, El
Industrial, La Yogui, y un hombre anónimo que oficiaba de cocinero.
-Yo soy profesora de yoga, y conocí a Indra Devi- me contaba La
Yogui.
Es una mujer de origen alemán, rubia, con ojos celestes o grises. Más
bien del color del tiempo. Si estaba despejado los ojos eran celestes, si
estaba nublado, se ponían grises, y si llovía se le llenaban de lágrimas.
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Una verdadera rareza. Vestía una túnica blanca, unos pantalones
marrones, y sandalias de cuero.
-El yoga es un arte y una ciencia de vida que nos ayuda a desarrollar
en forma armoniosa nuestros aspectos físicos, mentales y
espirituales- Me decía La Yogui. La miraba con un vaso de vino en la
mano y un cigarrillo en la boca. Me sentí algo incómodo. Apresuré la
sangre de Cristo a mi interior y tiré el pucho a un lado poniendo mis
dedos en forma de catapulta con el pulgar y la uña del mayor y
describiendo un impulso con éste último dedo hacia cualquier lugar, con
tanta puntería errada que se lo metí en el ojo al enano de jardín. Hubo un
grito y salió corriendo. Los demás no advirtieron la escena y La Yogui
continuó entusiasmada. Me hablaba de las asanas, del OM, de la
respiración rítmica, cósmica, del ejercicio de saludo al sol, de la postura
de la cobra, de la postura de la pinza, de la torsión, la pelviana invertida,
que se me antojaba el título de una película con restricciones. La Yogui
seguía hablando hasta que la tuvieron que desanudar, luego de tanta
demostración que pugnaba por demostrar. El cocinero anónimo nos
sirvió el asado con unas ensaladas y cenamos animadamente.
A los postres, y ya con varias botellas vacías, me preguntaron cual era el
motivo de mi viaje. Cuando me disponía a hablar, el enano de jardín y
otro mas con el ojo vendado estaban a mi lado. Los miré bien de cerca y
me animé a posar mi mano por su gorro y descubrí que eran de cemento.
Me miraron extrañados mis anfitriones y me preguntaron si estaba bien.
-Disculpen, es el enanito de jardín que me llama la atención.
-No entiendo- dijo El Dueño del Comedor apurando su vaso de vino.
-El enanito de jardín…ese y aquel que…No terminé de señalar que ya
no estaban los enanos. Me miraron con extrañeza.
Disimulando mi perturbación les dije que no tenía un motivo específico
mi viaje a la Isla, solo que quise pasar por aquí porque me gusta mucho
el lugar. La profesora de yoga me preguntó como llegué hasta allí y le
conté que primero cargué el navegador satelital para no errar el derrotero
seguí la Ruta por el Río de la Plata por pozos del
Barca Grande, y en el nombre puse Km.40, latitud
S longitud 34º19,017’ longitud W 58º 29,734’ y
en la descripción Boya Km.48 Canal Emilio Mitre
roja, después BARC1, S 34º 19,255' W 58º 28,860' 1º Waypoint
de ingreso a los Pozos del Barca Grande, luego PILO 0, S 34º 19,535',
W 58º 27,470', PILO1 , S 34º 19,527', W 58º 26,624', Pilote Nº 1 hasta
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el Pilote 14 y allí la divisé perfectamente y llegué. En ésta última parte
noté como que cabeceaban y los vi bostezar y adiviné en sus fauces
algunas emplomaduras.
-Buenas noches. El perro por poco no me deja entrar.-
Nos dimos vuelta y descubrimos a un hombre medianamente joven,
medianamente rubio, con una nariz de morondanga y una barba algo
desordenada pero barba al fin, y medianamente culto. Vestía unos jeans,
zapatillas, un pulóver azul, una camisa blanca y un saco.
-¡El Doctor en Administración!- Lo saludaron, y nos presentaron.
-El Doctor en Administración escribe para Le Monde de Paris, ex
funcionario de gobierno y un aventurero.- Informó El Dueño del
Comedor.
-Mucho gusto, El Doctor en Administración, mi nombre es:…-
-Pero seguí, seguí Carlitos - me apuró El Dueño del Comedor sin
darme tiempo a decirle que yo no me llamaba Carlitos, es mas, nunca
pude decir mi nombre, por alguna extraña razón me interrumpían.
-Y bueno…llegué a la Isla dejé los remos en cubierta y ahí conocí a
El Industrial.-
-Disculpame, que me haya reído tanto es que, nunca vi a una
persona remar como lo hiciste con los brazos durante tanto tiempo-
…Sonrió El Industrial.
-También tengo un velero: el “Bolero”, aquel que está cerca del
tuyo.- Hizo una pausa hasta que lentamente fue desapareciendo la
sonrisa.
Los grillos cantaban afuera…
…Larga la pausa...
Sacó de una carpeta unos negativos de fotos que estaban en la mesa y
para romper el hielo dijo:
-Mirá, estos negativos los colecciono porque son anónimos y los
encontré en varios de mis viajes por el mundo. Estas son las postales
que revelé de esos negativos perdidos o tirados por ahí. Abrió una
carpeta y descubrí caras que me parecían haber conocido en algún lugar,
alguna vez. Hice un esfuerzo titánico en mi malograda memoria y
cuando casi estaba por descubrir a una mujer…
-Yo colecciono cintas de audio en casetes o en rollos que muy de vez
en cuando encuentro por allí, pero no las traigo conmigo.- Dijo El
Dr. en Administración.
-¿Y que contienen esas cintas?-
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-En las cintas se pueden escuchar partes de música de todo tipo.
Promesas hechas de algún enamorado que se arrepintió. Canciones
de Xuxa. Amenazas de un nieto a su abuela. Risas de niños. Un
partido de tenis de Vilas. Canciones patrias de Islandia. Un tema del
disco de Alta Tensión y otro de Sótano Beat. Programas de radio.
Un gol del tanque Rojas. Un programa de radio llamado “en
ayunas”. Una voz de un tipo que parece que estaba algo trastornado
porque decía que estaba viendo un agujero en el cielo y después se
escucha una fuerte explosión. En fin lo que se te ocurra.- Se explayó
en Dr. en Administración mientras le pisaba la cola a un gato sin querer.
-Yo colecciono cajitas de fósforos. El Dueño del Comedor se levantó y
trajo una caja enorme con cajitas de fósforos de madera. Todas iguales.
…Un silencio se produjo entre todos. Nos miramos en silencio. De
nuevo los grillos coronaban la escena. Otra pausa enorme…
-¿Y vos coleccionas algo? Me preguntó la profesora de yoga
-Bueno, en realidad, hace años que tengo un inevitable, digamos,
impulso por coleccionar naipes.- Dije con cierto orgullo.
-¿Naipes?- Preguntó El Industrial.
-Si. A los doce años encontré un caballo de copas en la calle y desde
ahí en adelante sentí una especial atracción por coleccionar naipes.
Pero no distintos mazos, sino un solo y particular mazo.-
-¿Como es eso?- Pregunto el Dueño del Comedor que no dejaba de
jugar con sus fósforos, prendiéndolos y apagándolos de un soplido.
-Si, los iba encontrando en la calle, en las plazas, en los andenes, en
las playas, en el agua, en la tierra, en muchos lugares. Es una
colección extraña y difícil.-
-¿Tienen que ser cartas encontradas? ¿No sirve que te la regalen o
las compres?- Dijo La Yogui. -¡Mas que fascinante la idea de juntar
40 naipes perdidos, olvidados, dejados al azar en cualquier lugar del
mundo, para unirlos en un único mazo irrepetible e imposible de
copiar!.-
-Exacto.- Aseguré el concepto.
-¿Y ya tenés bastantes?- Inquirió El Industrial.
-Me falta una sola carta.- Dije con una inflexión de tristeza.
-¿Cual?- Preguntaron todos.
-No se los puedo decir porque esta búsqueda me lleva mas de treinta
años y si les digo por casualidad cual me falta, y si alguno de Uds.
por bondad deja esa carta que me falta para que la encuentre, me
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alegraré primero, pero sospecharé luego y ese no es el fin.
Excúsenme… en serio.-
-Entiendo.- Dijo El Industrial.
-Comparto.- Dijo El Dr. en Administración, mientras con el codo tiraba
un vaso.
-Me opongo.- Dijo El Dueño del Comedor, divertido, mientras apagaba
un último fósforo y los fundía antes de apagarse con los otros y formaba
esculturas asombrosas, como la Piedad, El David, La Torre Eiffel, El
pensador, El Molino Rojo, La fuente de las Nereidas. El obelisco muy
bien no le salía.
-Creo que tienen un “don”.- Dijo La Yogui.
-El único Don que tengo es Don Quijote y está en la biblioteca.
Respondí graciosamente…
…Volvieron a cantar los grillos…
-En verdad es asombroso que los cuatro coleccionemos cosas así. En
otro orden cosas, ¿tienen perro aquí?-
-Si. El bobi.- Me contestó El Dueño del Comedor. -¿No lo viste?-
-No, solo vi enanos de jardín.- Respondí con terquedad.
-¿Enanos de jardín?- Me preguntaron a coro.
-Estarás muy cansado. ¿Por qué no te quedas a dormir esta noche?-
Me propuso El Dueño del Comedor. Acá en la isla nadie tiene enanos
de jardín.-
Yo lo había visto y me había asustado y le quemé sin querer un ojo, y sin
embargo no había ninguno. Disculpándome ante mis nuevos amigos, me
dispuse a ir a dormir a un cuarto de la casa. Antes de apagar la luz me
pareció ver por la ventana a un enanito montado en un ciervo Dama
guiñándome un ojo y marchándose aprisa y perdiéndose entre la
espesura al grito de ¡AioooSilver! Me encontré solo con mis
pensamientos abrumadores y sumé uno más. Esas fotos que El
Industrial tenía, me eran muy sabidas pero no podía llegar a saber ni
cuando ni donde las había conocido o visto. Una fuerte tormenta se
desató, como si hubiese estado atada a algún mandato divino. La
habitación que ocupaba, tenía pisos de madera, y un techo muy alto. Una
cama como para 6 personas y un cabezal con figuras de dragones
talladas en ébano. Por los efectos de los relámpagos y el vino de la cena,
los dragones del cabezal parecían tomar vida. No sé por qué, pero quise
escuchar un tema de Rata Blanca. Por suerte había sobre la mesita de luz
una radio y estaban pasando “Mujer amante”.Mientras disfrutaba de
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éstos buenos músicos amigos, la tormenta se mostraba impetuosa y
desplegaba tras los vidrios de la ventana y sus cristales de colores, un
sinfín de rayos que jugaban con los animales fabulosos ornamentales,
haciéndolos revivir y volar entre las paredes carmesí. Me entregué al
sueño de los inocentes, mientras los dragones se desplazaban entre el
cielo raso y la tierra plana de éste recinto, y poco a poco con las últimas
notas de la virtuosa guitarra del músico, fui cerrando mis ojos y con una
inconsciente sonrisa me dormí.
A la mañana siguiente, me desperté muy temprano y mis anfitriones ya
estaban en el parquecito esperándome para desayunar. Luego de la
tormenta de anoche, el cielo estaba limpio y se respiraba una frescura
que sólo se puede disfrutar en una isla mezclándose las fragancias de las
plantas y árboles con el gratificante aroma a café.
No estaba el cocinero, pero apareció entre los árboles una figura que era
muy pequeña. Otra vez los enanos, pensé. Pero no. A medida que se iba
acercando tomo más altura, cosas de la perspectiva…
-Buenos días-
-Buenos días- dijeron todos, y al final como fuera de coro esbocé un
“mbsdias”
-Te presento a La veterinaria- Se apresuró El Dueño del Comedor.
Me levanté y noté que era una mujer bajita, no un enano, para mi
tranquilidad.
-Ella es vecina nuestra, y es veterinaria.- Informó La Yogui.
-Mucho gusto, mi nombre es…-
-Pero sentate, sentate- invitó El Dueño del Comedor y le acercó un
café.
-¿De visita en la isla?- Me preguntó, y no pude responder puesto que
mis anfitriones se encargaron de ponerla al tanto.
La veterinaria, aparte de ser bajita, tiene el cabello lacio, una dentadura
exultante. De piel muy blanca y ojos chispeantes y la habilidad de no
dirigirse a nadie usando el voceo ni el tuteo. Cubría su cuerpo con un
poncho rojo que dejaba ver unos vaqueros gastados y unos zapatos con
plataforma.
-Y que tal La veterinaria, ¿mucho trabajo tenés últimamente en la
isla? Preguntó El Dr. en Administración mientras se desperezaba tirando
un vaso de jugo de naranjas al pasto.
-Si. Hoy me trajeron un coipo que se había tragado una nuez.
La miré con cara de: ¿que corno es un coipo…?
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-Un coipo es una nutria- me dijo sonriendo mientras leía mi cara de
interrogación.
-Muchos animales curaste La veterinaria.- Aseveró La Yogui.
-Bueno, es mi pasión. Ayer sin ir más lejos me quedé en la isla a
atender a un hermoso ejemplar “pico de plata”-
Me miró como esperando que pusiera cara de: que es un pico de plata,
pero imaginé que sería un pájaro o algo así, y puse cara de nada.
Así transcurrió la mañana entre medialunas y café con leche, hasta que
pedí permiso y me dispuse a dar una última vuelta por la isla antes de
partir. Me prestaron una bicicleta, y allí montado en mi todo terreno de
dos ciclos me dirigí por el camino recorriendo la isla y en mi discman
sonaba Wolfgang Amadeus Mozart, que vivió solo 35 años y perdura su
música desde el año 1775.
Fue descubierta en 1516 a la tardecita, por Juan Díaz de Solís quien la
bautizó así: Martín García, en honor a su cocinero muerto a quien
sepultó en el lugar. Por su estratégica posición fue codiciada
sucesivamente por franceses, ingleses, españoles y portugueses, no así
por suizos, tailandeses ni eslavos que, como sabemos, es distintivo el
desinterés de esos pueblos por la Isla Martín García que ni siquiera
sospechan que existe, hasta que a partir de 1.850 por la tarde,
precisamente a las 18.50 hs., fue objeto de litigio entre uruguayos y
argentinos.
Velozmente frente a mi, pasó una Lady Godiva pelirroja en monociclo,
que se perdió entre la espesura. Gracias o por culpa de mis reflejos, clavé
los frenos.
En 1958 fue declarada Lugar Histórico, la isla me refiero. Finalmente, en
1973 se firmó el tratado del Río de la Plata y su frente marítimo por lo
que pasó a la jurisdicción de la provincia de Buenos Aires.
De la Lady ni noticias.
Llegué hasta la pista de aterrizaje y vi con asombro como bajaba un
globo aerostático tripulado por un hombre grande, con unos anteojos de
aviador, una campera de cuero con cuello de piel. Mientras bajaba
convulsionó la reserva ecológica en la que pude observar la huída en
manada de ciervos, nutrias y más de doscientos variedades de aves mal
predispuestas e intolerantes a los globos. Bajó en la pista un poco para
mi gusto, con excesivo ímpetu. Descendió y me saludó estirando su
mano derecha por entre la canasta que lo cubría y el piso. Me acerqué y
le ayudé a incorporarse sacándole de encima la pesada cesta. Tenía
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puesto unos auriculares Ken Brown de donde se dejaba escuchar “Quien
para la lluvia” de Credence. Y veía que sus labios se movían como
diciendo algo.
Le hice señas con mis índices derecho e izquierdo sobre mis oídos para
que se saque los auriculares.
Se los sacó e hizo idéntico gesto sobre sus oídos para que me saque los
míos que ya estaban encajados entre el yunque y el martillo.
Una vez oyentes de nuevo nos presentamos.
-Gracias, soy el aeronauta…-
-Encantado, yo soy…-
-A tierra al fin llegué- me decía mientras se sacudía un polvo
inexistente de la campera y el pantalón camuflado.
-¿Decirme podría usted, que comarca es ésta?-
-Usted en Martín García, está- le dije con hidalguía. Me pareció que
decírselo con hidalguía parecía como muy importante. Apagó el fuego
que intentaba quemar al globo. Sacó un habano y me pidió lumbre para
encenderlo. Feo vicio el del hombre.
Advertí que estaba perdido. Oficié de guía turístico, cosa que aceptó
irremediablemente ya que estaba en medio de una pista de aterrizaje en
una isla que no tenía la más mínima idea de cual se trataba.
Corrimos al globo, por si algún aviador se aventuraba a bajar y puesto ya
a resguardo, lo subí al manubrio y antes de partir me dijo: -Aguarde un
instante. Olvidé a mi compañero.-
Corrió hasta la canasta y hurgando entre sus cosas sacó a un loro.
-Perico es su nombre, salude Perico.-
El loro no me dirigió ni una palabra, ni la mirada siquiera. Los invité a
subir al manubrio de la bicicleta con cierto desagrado del loro que
miraba de soslayo y los llevé a recorrer un poco la isla.
Visitamos la Capilla Nuestra Señora del Carmen; el teatro y el antiguo
laboratorio donde trabajó el doctor Ángel Mazza, descubridor de la
vacuna contra el mal de Chagas. El primer faro y observé a una chica
joven de cabellos lacios y castaños y dos mechitas a los costados rubias
y piel muy blanca que entraba presurosa. Pasamos por la ex Batería
Buenos Aires, la panadería de 1913. Allí compramos pan dulce artesanal
que fue la delicia de Perico, y pocas migas nos dejó. La casa donde
estuvo detenido Juan Domingo Perón en 1945, y la casa en donde el
poeta nicaragüense Rubén Darío se alojó temporalmente para reponerse
de una profunda depresión, como la mía al no poder probar el pan dulce.
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El paseo terminó, por el sur, con la visita al misterioso barrio chino,
invadido por culebras y lagartijas que se pasean por sus semidestruidas
paredes de barro.
-¿Y las cabezas gigantes?- Preguntó El aeronauta.
-¿Y los gigantes de Pascua?- Siguió indagando El aeronauta.
-Ehh, no… no acá no es- Dije entre tímido y temeroso de que se ponga
loco. -¡No me diga que ésta no es la isla a la que me dirigía! ¿Como
pude equivocarme tanto? ¡Perico a bordo de nuevo, partiremos a la
brevedad! ¡Chofer a la pista!-
No dudé un instante y volví pedaleando con mis últimas fuerzas hasta la
pista en donde estaba el globo. El loro me miró con desaprobación.
Como si yo tuviera la culpa de que no estaban en la isla de Pascua. Pero
uno que es grande ya sabe como se comportan estas aves cuando quieren
ir a un lugar y llegan a otro. Mientras le ayudaba a poner al globo en
posición, y darle fuego para que lo infle, una nutrida bandada de aves se
hizo presente. Uno de los grupos faunísticos más notables, tanto por su
variedad como por sus coloridos plumajes y los cantos que emiten,
invitaron, cual canto de sirenas al loro a que se les sume. La garza
blanca, el biguá y el caracolero, un rapaz de espléndido plumaje negro
que posee un pico marcadamente curvo para extraer con facilidad el
cuerpo de los caracoles que constituyen su alimento, se acercó
demasiado al globo y el Perico se fue con una bandada de cotorras dando
hurras. El aeronauta, no tenía consuelo. Nunca había hablado el loro y
ahora grita ¿HURRA? El globo ya estaba listo para partir. Ya estaba
anocheciendo y mis nuevos amigos de la isla, se acercaron.El
Industrial, El Dueño del Comedor, El Dr. en Administración, La
Yogui y La veterinaria habían salido a buscarme. Les presenté a El
aeronauta y les conté brevemente que había ocurrido y la fuga del loro.
Invitaron a El aeronauta a pasar la noche en casa de El Dueño del
Comedor, ante la mirada de no comprender bien la invitación que él no
había cursado y desarmamos nuevamente el globo. Y nos fuimos todos
en bicicleta.
-Disculpen- dije- Pero no pedaleo.
-No te preocupes. Subí que entramos-Dijo El Industrial. Y así los siete
nos subimos a la bicicleta por la pista de aviones y dejamos a un globo
descansando, rumbo a la casa que nos cobijaría otra noche en la Isla.
Llegamos a la casa del dueño de la misma, y ya la noche nos estaba
invitando a cenar. El cocinero, nos había preparado frutos del mar que
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no se de donde los sacó. Nuevamente estaba preparada la mesa en el
parque. Vino a mi memoria, las imágenes de los enanos, pero esa noche
no apareció ninguno. El aeronauta, se presentó formalmente y comenzó
así:
-Son Uds. muy amables en invitarme a cenar y a pernoctar esta
noche, puesto que me he perdido. No solamente mi rumbo erré, sino
también que mi preciado loro me ha abandonado-. Una lágrima, le
recorrió el rostro y cayó sobre el mantel luego de incursionar por sus
innumerables arrugas producidas por el sol y por su vida aventurera, no
tanto por su edad.-Salí de Piriápolis y me dirigía a la Isla de Pascua,
porque es el único lugar del mundo que no conozco, y aparecí aquí,
en Martín García.-
-¿Pero, como fue el desvío? Preguntó La veterinaria.
-Venía volando a 1000 metros de altura, con dirección a Santiago de
Chile, y de pronto, apareció de la nada, como un rayo, una nave con
forma de platillo y me enganchó con algo, en el cenit del globo y me
arrastró hasta aquí. Me soltó en el medio del afluente puesto que el
objeto aparentemente bajó en Buenos Aires.-
Lo miré como diciendo: “¿Que se sentirá estar volando en un globo a
merced de los vientos bajo una llama que si se apaga no hay escapatoria
y sentirse arrastrado por un platillo volador? ¿Que se siente estar en una
pequeña cesta entre el cielo y la tierra? ¿Por qué a veces triunfa la
sinrazón en pos de una gratificación arriesgando la vida? ¿Será que,
justamente, en algunos de nosotros la respuesta está en la pregunta? ¿Tal
vez la serenidad que inconscientemente abrazamos al emprender una
actividad fuera de lo rutinario, nos garantiza una supervivencia carente
de miedo? ¿O tal vez lo hacemos de puro inconscientes que somos? En
realidad, no dista demasiado el riesgo de navegar en cielos o en aguas o
saltar al vacío, más que quedarse en casa a ver por la ventana como pasa
la vida. Probablemente activar ciertos riesgos, alimenta nuestro espíritu
sediento de experiencias con una buena dosis de adrenalina. Sin ella el
alma se marchita y los huesos del cuerpo se secan. Animarse, es decir, a
dar ánima o alma a algo que pretendemos es novedoso y desconocido,
nos invita a disfrutar más intensamente de la vida, y cuando ya nos
empieza a gustar, y nos sentimos más sabios y menos torpes y
despreocupados, nos ponen en pantalla los títulos del final y ni siquiera
podemos salir a saludar. No es una preceptiva general, es solo mi forma
de ver la vida. El espíritu que nos vivifica es travieso y está hambriento
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de nuevos platos desconocidos y deliciosos que hay que degustar. Es
como la emoción que sentía cuando era chico y hacía ring-raje. O
cuando nos encontrábamos con una chica por primera vez. O la primera
mentira. O la última verdad...
Y miles de actitudes que el alma nos invita a experimentar sin pedirnos
permiso y tomando la delantera en acciones por demás impensadas y son
éstas y solo éstas las que permanecen impresas en nuestra mente. Las
medidas, no. Una buena dosis de ingenuidad y la capacidad de asombro
intacta como la de un niño pequeño, que enciende su mirada llena de
ansiedad los 24 de Diciembre a las 12 de la noche, son inmensamente
necesarias para aventurarse a vivir mas sorprendentemente. Cada uno de
nosotros tendrá su tabla periódica de nivel de asombro. Pero esa tabla
debe ser amplia y continente de nuevas aventuras”. No encontré una
respuesta a esta serie de pensamientos imprecisos que empezaron con
una pregunta. Claro que fue difícil decir todo esto con una mirada.
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Una vez detenido su giro totalmente, se abrió una escotilla y
descendieron diez seres algo mareados, por el giro constante del aparato.
Bajaron un artefacto mucho más pequeño, sin tocarlo, y sin ayuda
mecánica desde la nave, también circular parecido a un juego de parque
de diversiones.
Se sentaron en su interior y se dirigieron flotando lentamente al Luna
Park, seguido por dieciséis helicópteros, descansando la nave en la
superficie del gasómetro y cerrándose muy lentamente la escotilla.
-Les dije que era todo mentira… Dijo el El Dueño del Comedor
sirviendo unas copas de vino.
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Las preguntas se sucedían sin cesar. Se produjo un silencio entre
nosotros. Salimos corriendo hacia fuera y miramos al cielo. Solo vimos
una espectacular bóveda celeste con millones de estrellas pero ningún
vórtice.
Volvimos a sentarnos frente al televisor, para seguir la conferencia de
prensa.
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“E L I N F I N I T O Q U E D Ó S I N T E R M I N A R . . .”
PARTE II
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El aeronauta encendió una pipa con tabaco que tenía aroma a chocolate,
feo vicio. Miles de conjeturas vinieron a poblar nuestros pensamientos
en voz alta. Sin embargo flotaba cierta duda, aparte del aroma. Era todo
muy increíble. Para colmo estábamos justo debajo del supuesto vórtice.
Tal vez los enanos y los ciervos Dama que había visto y oído eran
producto de esa rareza atmosférica, o del pan dulce de la isla. ¡Bah!, no
sé… como diría una amiga mía.
Pensamos que si uno viaja en el tiempo, como vimos en tantas películas
¿que edad tendría? ¿Sería más viejo en el futuro? ¿O mantendría la
misma edad de la que tenia cuando partió? Desde que uno nace no hace
otra cosa que emprender su carrera hacia la muerte. ¿Y las
intervenciones que uno haga en esos tiempos no serían paradójicas?
Sinceramente nunca creímos llegar a ver tal situación fuera de lo
estrictamente cinematográfico. Pero paradojas en el futuro no puede
haber. ¿Será por eso que no pueden viajar al futuro? Siempre al pasado.
Como si las leyes del destino se autoprotegieran. Tal vez todas las visitas
que hubo en la historia fueron de nosotros mismos en el futuro.
Luego, cada uno se fue a dormir con esos pensamientos y con cara de no
haber llegado a ninguna conclusión, como llegar al umbral que se llega
al pensar: ¿en donde termina el infinito?
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tanto a un loro. El aeronauta lo estrujó en su plexo solar y casi lo asfixia,
a no ser por la veterinaria que vino de visita.
-¿Donde estuviste Perico mío?- preguntó entre lágrimas el aeronauta.
Lejos de esperar una respuesta, todos nos acercamos al periquito, y éste
con sus últimas fuerzas, me propinó un picotazo en la nariz. El cocinero,
nos cebó mate con pan dulce de la isla. Yo estaba bastante preocupado y
eso se advirtió en el Dueño del Comedor que me preguntó:
-¿Que te preocupa amigo?-
-El Zeuss. Mi barco debe estar moviéndose bastante y no sé si lo dejé
bien fondeado.-
-Yo te acompaño- me dijo El Industrial. Yo algo sé de veleros.
-Yo los acompaño-Dijo el Dueño del Comedor.
-Voy también.- dijo el Dr. en Administración.
-Yo iría pero éste reencuentro con mi Perico, me lo impide.- acotó el
aeronauta.
Así, los cuatro nos fuimos al puerto para ver que suerte corría el velero,
y confirmar que mis fieles amigos estén bien a pesar de todos los
recaudos que tomé para su supervivencia.
En el trayecto y con alguna dificultad por la tormenta, nos movíamos.
En alguna casa de las que dejábamos atrás, sonaba un piano que me
pareció que era un tema de Chopin Nocturno Nº 2, Opus 9.
Y como en los casos anteriores, está invariablemente ligados los
recuerdos a la música, y los hechos destacables. Así me sucede casi
siempre. Sino es fortuitamente, imagino la música, como para imprimir
en mi memoria una escena.
Y bajo esas condiciones de viento, esa música y un camino sinuoso,
apareció ante nosotros una mujer enigmática. De cabellos lacios, un
flequillo dispar. Vestida con una túnica negra que la cubría hasta los
pies. A medida que nos acercábamos, descubrí una mirada displicente,
una nariz muy particular y una tez muy bronceada. Una sonrisa parecida
a Gioconda. Ya estábamos a casi un metro, cuando el Dueño del
Comedor la saludó y ella contestó:
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Unos rayos de sol se dejaban ver entre las turbulentas aguas. El final se
avecinaba, y no pude contener una lágrima que se diluyó rápidamente en
el río que me atrapaba. Era como el llanto en la lluvia.
En éste momento me estoy ahogando…
La memoria está bloqueándose...
Estoy tratando de asumir una actitud científica con respecto a la muerte,
aunque después de todo, conlleva una cierta dosis de impacto, malestar y
desconcierto Naturalmente la filosofía se diluye. Y eso es lo que temo
que me suceda en breve. Los egipcios tenían la idea de vivir
eternamente, y querían que sus cuerpos vivieran para siempre. Me
parece que es algo tarde para convertirme en egipcio, dadas las
circunstancias. Uno predice con bastante facilidad sobre el tema de la
muerte al ser un asunto que tanto abarca, si está sentado en un sillón
fumando una pipa y bebiendo ron. A mi me resulta muy sencillo
imaginar cielos, infiernos, ángeles y todo tipo de cosas que van a tomar
mi alma. Los antiguos romanos nunca consideraron la muerte muy
seriamente. Probablemente tenían una idea muy precisa de lo que les
pasaba. La muerte es en sí un asunto técnico. Y esos fueron mis últimos
pensamientos confusos, borrosos e indeterminados. Traté de
desdramatizar la idea porque no me quedaba otra. Con el último hálito
de vida miré al cielo y una mano femenina me aferró y me llevó
rápidamente a la superficie. Di una bocanada de oxígeno como nunca
antes y miré a mi alrededor en busca de quien era la dueña de mi nuevo
destino y no la encontré jamás. Al segundo subió abruptamente, El
Industrial. Lo siguió el Dr. en Administración e inmediatamente el
Dueño del Comedor. Y recién allí terminó la música que había quedado
grabada en mi convulsionada mente, la de Chopin.
Instantáneamente nos encontramos en la casa del Dueño del Comedor,
con un viento fuerte. Volvía a parecer que la Isla se movía en todas
direcciones. Me dirigí muy inquieto al amplio salón de la casa y por los
ventanales, veíamos como los árboles se inclinaban a diestra y siniestra.
Volví a ver con asombro un bólido verde viajar a gran velocidad hacia el
ventanal. El aeronauta, con rápidos movimientos, abrió la ventana y
atajó al plumífero cohete…La Yogui cerró prestamente la ventana, y el
cuadro era exactamente igual a horas, o minutos antes. Un helado sudor
corría por mi espalda. Un enorme “Dêja Vou” se producía con una
intensidad pasmosa. Miré de reojo al Industrial y lo vi algo inquieto
también, el Dr. en Administración parecía como petrificado
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compartiendo la escena, el Dueño del Comedor estaba pálido. El
aeronauta entró y estrujó en su plexo solar al lorito y casi lo asfixia, a no
ser por la veterinaria que estaba de visita. El cocinero, nos cebó mate con
pan dulce de la isla. -¿Que te preocupa amigo?- me preguntó alguien
que no distinguí.
-Nada…nada…Gracias…-Alcancé a esbozar con tremenda
perturbación. La Yogui y la veterinaria, se dirigieron a la cocina a ver
televisión. La noticia de los visitantes había quedado olvidada por un
instante. Nos encontramos los cuatro, sin contar al aeronauta que estaba
en profundo dialogo con su loro, en una situación de perplejidad.
Nuestras ropas estaban perfectamente secas. Rápidamente me toque la
frente y estaba cabalmente bien. Sin ninguna herida. Tardamos un buen
rato hasta que El Industrial preguntó:
-¿Que pasó?-
El Dr. en Administración algo repuesto comenzó describiendo lo que
parecían ser sus últimos instantes:
-Sin que mediara ningún elemento de transición, comenzó a pasar
una película ante mis ojos. Eso me enfureció. ¿Quién había dado la
orden de setear mi cabeza en autoplay en caso de muerte inminente?
Peor aún; quien así había actuado se equivocó de casete, y puso
primero unos recortes de una vida que no me pertenecía y después
entró Peperina, cortadas las tomas de Serú y sólo con las escenas
que involucraban a Andrea del Boca. Fuesen las imágenes que
fuesen, estaba decidido a no perder estos últimos minutos momentos
en film alguno. Apreté stop y puse todos mis sentidos en evaluar la
situación y buscar alguna salida. En un primer momento no tuve
suerte. Lo único que encontré fue la cara de mis tres compañeros,
colorados como una bandera de la URSS. Me sorprendió ver a
Sebastián con el rostro reconcentrado, como si no pasara nada.
Claro, tenía esa actitud porque Sebastián no estaba ahí, en verdad
nunca había existido... Entonces ¿por qué había aparecido ante mis
ojos?
Basta de imágenes, películas, pensamientos, alucinaciones, me dije,
acción, acción, es el momento de la acción, insistí. Al fin y al cabo
iban a ser mis postreros segundos, lo último que dejaba antes del
final, y quería dejar cabal testimonio de mi bronca por lo
prematuro, de que todavía tenía algo por hacer. Un destello, pensé,
un último mensaje a la eternidad que se abría hacia un futuro en el
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que yo ya no estaba. Saqué papel y birome, pero escribir bajo el
agua es francamente difícil. Además, ¿a quién dirigir el recado?
¿Encontraría un correo abierto a esta hora? Era una tarea
inmensamente compleja, aun para los que están atrapados y van a
morir. Finalmente, apareció el barba, y me dijo: Ya es hora. La
seguridad con que fueron dichas estas palabras, tuvo un efecto
devastador sobre mi consigna hacia la acción. No había tiempo para
más, todo había terminado. ¡Si! Ahora y siempre es la hora si Ud.
tiene un Jacquer, que te tic, que te tic, que te tac. ¿A quién se le
ocurrió meter una propaganda justo ahora? Primero una vida
extraña, luego Peperina, Sebastián y ahora un barbeta que hacia de
Dios, pero que en verdad laburaba de sponsor del film de mi muerte.
Esto no puede continuar. Y ahí no más, me dispuse a morir.
El Industrial pasándose la mano sobre la barba entrecana y con los ojos
algo rojizos relató lo que en ese instante efímero y eterno pensó:
Ya no hay escapatoria, es ineludible, era la única certeza que
teníamos desde que nacimos, solo faltaba saber el momento, la
incertidumbre había terminado, estábamos allí y sabíamos que
había llegado nuestra hora. ¿Como uno puede alegrarse de la
muerte? Solo por saber que nos restaban los últimos minutos y allí
estábamos juntos, que estábamos hermanados después de aventuras,
vivencias, desgracias y alegrías futuras a compartir, íbamos a
acompañar los últimos momentos mágicos de nuestras vidas, cuánto
tiempo más nos quedaba, no lo sabíamos, minutos solamente, la
primera sensación que pasó por mi mente es que quería ser el
primero, no quería irme con la imagen del sufrimiento de ellos.
Luego de la primera sensación de desesperación, vino la calma, no se
que tipo de mecanismo se dispara en mi mente en ese momento, pero
las sensaciones, las imágenes, los pensamientos se disparan a una
velocidad infernal, lo raro era que mi mente los captaba y entendía
todo al mismo tiempo, 5, 10 , 100 sensaciones al mismo tiempo,
procesadas al instante, todas claras y concisas, temor, paz,
desasosiego y bienestar al instante, no hay tiempo, no existe,
desaparece de mi mente que intenta ordenar ideas, como uno intenta
hacerlo toda su vida, pero no, no se puede, me veo en la cama de un
hospital al lado de mi hermana, con once años, viendo la muerte
llegar y pensando que ya había vivido lo suficiente, que había
disfrutado mis pocos años, y que había visto al hombre pisar la luna,
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como si eso hubiese colmado mis expectativas de vida, y sentirme
mal por mis padres, por como iban a sufrir ellos nuestra muerte,
pero conforme y a mano con la vida, y luego de habernos salvado,
sentir que la vida me había dado más de lo que yo imaginaba, que
desde mis 11 años en adelante todo fue un bonus, que había nacido
nuevamente y con la idea de que cada minuto de mi vida era un
premio, de hecho muchas veces había toreado a la vida, como
desafiándola, sabiendo que era la única pelea que perdería, que era
ineludible, pero le mostraba la capa como para incitarla, la imagen
sobre una tumba en Martín García con el insulto en la mano, en una
pelea desigual, perdiendo el respeto por la muerte sabiendo que un
día tendría que afrontarla y resignarme. Veía imágenes en un
velero, desafiando tormentas, sintiéndonos parte de la naturaleza
mágica, midiendo fuerzas, hasta llegar al agotamiento, y la sensación
de haber podido empatarle, porque no eran victorias, éramos parte
de esa vorágine en la que podíamos salvar o perder el pellejo, pero
solo era ganar un tiempo más. Nos veía a punto de volcar en un
auto, donde también se detuvo el tiempo, en un precipicio a punto de
caer, en un campo a punto de ser dinamitado, en una caída desde
una moto, en un paredón de fusilamiento, una sensación múltiple de
varias muertes, salvo que ésta era la última, y desde allí no habría
nada. También veía al mismo tiempo imágenes placenteras, llorando
de felicidad mirando un Glaciar, cenando en un campamento a las
nueve de la noche a plena luz del día en el sur frente a un fogón,
imágenes de mi hija dando sus primeros pasos, la mirada que nos
cruzamos al nacer ella, donde nos conectamos por y para toda la
vida con un hilo invisible. La falta de oxigeno trae la confusión,
dolor, siento los latidos de mi corazón como golpes de tambor dentro
de mi pecho, el cuerpo no resiste, ya los pensamientos pasan sin que
los pueda registrar, estoy perdiendo el conocimiento, es una lucha de
mi mente contra mi cuerpo, mi vida comienza a apagarse, se que mi
cerebro sucumbirá a la falta de oxígeno, y se perderá todo, solo seré
recuerdos para algunas personas, mi cuerpo será un envase ya sin
mí. Abro los ojos, quiero fijar aunque sea una última imagen
nuestra, estamos juntos, nos llegó la hora, cada uno con su muerte,
pero juntos, daremos el paso al mas allá o a la nada, es el momento,
mi mente ya no puede racionalizar, son solo imágenes sensaciones,
agua alrededor, no existe ni arriba ni abajo, no existe tiempo ni
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palabras, solo líquido, siento calor, siento un encierro, siento los
latidos de mi madre, voy a morir, voy a morir... voy a nacer…pensé.
El Dueño del Comedor estaba muy confundido, desconcertado,
desordenado, trastornado, alterado, aturdido, chiflado, perturbado e
inquietado, como para esbozar palabra alguna. Sólo prendía y apagaba
fósforos.
¿Y a vos que te sucedió? Me preguntaron.
-Lo voy a resumir en dos palabras:
No tengo.
La más.
Mínima idea.-
Respondí algo confuso.
El aeronauta estaba atento a los relatos y encendiendo su pipa (feo vicio
ese) dijo:
-Un típico vórtice de tiempo.-con pasmosa serenidad, mientras dejaba a
su loro que respirase.
-¿Otro?- Preguntó el Dueño del Comedor.
-Un vórtice diferente, un remolino, un torbellino, una disposición
concéntrica que adopta a veces…el tiempo.-Sentenció con una
naturalidad sospechosa el aeronauta.
El Industrial preguntó: -Entonces quiere decir que lo que vivimos…o
lo que morimos… ¿existió o no?-
-En éste plano, no. Uds. entraron en pánico al ver que el velero de él
-me señaló con su dedo de madera, porque tenía un dedo de madera…
(Después me contó que el dedo lo había perdido señalando una
guillotina) -…estaba en peligro y en el instante que se tiraron los
cuatro al agua, entraron en el vórtice de tiempo que se produce
cuando una o varias personas entran en pavor. Se produce una
suma de energía negativa tan grande que logra abrir éste vórtice y
Uds. viven una realidad en un plano diferente a éste.-
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-¿Como que nunca nos fuimos?, recuerdo bien que dije: El Zeuss.
Mi barco debe estar moviéndose bastante y no sé si lo dejé bien
fondeado.-
-Yo te acompaño- me había dicho El Industrial. Yo algo sé de veleros.
-Yo los acompaño-Dijo el Dueño del Comedor.
-Voy también.- dijo el Dr. en Administración.
-Yo iría pero éste reencuentro con mi Perico, me lo impide acotó Ud.
aeronauta. Y recuerdo que los cuatro nos fuimos al puerto para ver
que suerte corría el barco.-
-En realidad lo que sucedió es que, salieron pero no se fueron. Yo los
seguí hasta el muelle y los vi desaparecer en el vórtice y al llegar a la
casa de nuevo estaban Uds. allí. Por lo tanto nunca se fueron. El
vórtice de tiempo tiene esas cosas, que no dominamos por estar
limitados a tres dimensiones nada mas, siendo que hay veintitrés
dimensiones comprobadas según Fabio Zerpa.
Siguió el aeronauta mientras el loro le picoteaba el dedo de madera y él
no se daba cuenta. Entre nosotros...el loro no le creía mucho a Fabio
Zerpa.
-Entonces, en la otra dimensión ¿nos morimos o que? Recuerdo que
una mano de mujer me tomó del brazo y me sacó a la superficie.-
Dije con algún nerviosismo.
-A mi también- dijeron los otros tres amigos.
-Fue una intervención divina que los salvó.-Sentenció sin mucha
claridad el aeronauta.
-Hay entidades desplazándose entre las dimensiones que a veces
actúan de tal o cual manera. O les arrancan la vida súbitamente o
los salva de la misma forma… Cuando los muertos no se dan por
enterados de su situación y continúan su existencia en otro plano en
donde nada aparentemente cambió, solamente las lágrimas y el
sufrimiento de sus deudos de ésta dimensión los puede sacar de la
suya y allí es traumático para todos. Descubren que ya no
pertenecen a éste plano y el alma sigue su curso habitual. Cuando se
los recuerda en momentos felices, esa energía pasa al otro plano y
los alimenta y siguen allí y se alegran sin saber el por qué.
…¿Nunca se alegraron sin saber el por qué?...¿ Nunca tuvieron un
Dêja Vou? Sus 21 gramos volvieron a sus cuerpos. No se preocupen.
Está comprobado que el cuerpo cuando muere pesa 21 gramos
menos. Y ese peso, es el del alma.
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Los mortales, no podemos siquiera con el deseo, lograr que un
estadio con setenta mil personas y su fanática pretensión, dirigir la
trayectoria de un balón de fútbol al arco del equipo contrario. Una
simple pelota de fútbol, se resiste al deseo de 70.000 inteligencias.
Somos títeres del destino si quieren llamarlo así. -
Extraña comparación pensé y procedí a desmayarme un rato.
Ya repuesto de mi desvanecimiento, que no fue advertido por mis
amigos que pensaron que estaba tomando una siesta súbita, me dirigí de
nuevo a puerto.
Se me cruzó de nuevo esa mujer enigmática con su extraño flequillo y
me saludó con su típico: “El veloz murciélago hindú comía feliz cardillo
y kiwi.”
A lo que respondí: -La cigüeña tocaba el saxofón detrás del palenque
de paja.-
Me dijo entonces: -Sé que estás de paso por la isla parando en el
comedor, sé que tenés un velero con el nombre de “ Zeuss”, sé que
naciste en 1957, sé que te operaron del apéndice, sé que viajaste con
amigos a muchos lados, sé que llevás en tu barco una caja de madera
conteniendo un grabador, muchas cajas de fósforos, un mazo de
cartas al que le falta una y un símbolo del OM de plata y te
preocupa no saber de donde provienen éstos objetos.-
Me quedé absorto. No entendía como sabía tanto de mi pasado, porque
el presente pudo saberlo fácilmente, pero…¿el pasado? Recordé lo que
había dicho el Dueño del Comedor, que leía el pasado, no el futuro.
Menudo poder el de ésta mujer. Y también me asombró que volvía a
sonar la música de cuando la vimos por primera vez. Tendrá un walkman
con parlantes en los bolsillos, pensé, pero no. Salía de algún lado que no
podía precisar.
La saludé como para irme al puerto, pero me dijo que no me olvide que a
la noche en el teatro habría una reunión de todos los isleños y estaba
invitado.
-Soy quien quieras que sea-. Me dijo con una seguridad pasmosa.
En mi destino hacia la pista de aviones, vi a los cuatro hombres que
estaban tiempo atrás jugando a tener miedo en el cementerio y que no
parecían peligrosos, cuatro tipos grandes jugando a que tenían miedo,
desplazarse entre unos pastizales dorados de espigas a una velocidad
increíble, después descubrí que estaban andando en bicicleta por ahí
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dentro y desde mi lugar de observación parecían seres fugaces
divirtiéndose inocentemente. Por supuesto de la pelirroja la más mínima
noticia. ¿Se habrá ido a Holanda? Ni bien pisé la pista de aterrizaje,
encontré al aeronauta con su Perico al hombro cual pirata aéreo. Buscaba
en la canasta un bolso de cuero que había olvidado. Me descubrió y me
saludó.
-Acercate, vení que quiero mostrarte algo.- Me invitó.
Sacó un gran bolso de cuero repleto de cosas. Me mostró una foto.
-Mirá esta que ves aquí, era mi mujer. Este mas alto es mi hijo
menor que es escritor, el de al lado mi hijo mayor que es marino
mercante.- Observé que la mujer era algo bajita, de cabello castaño y
una mirada desafiante. El hijo menor tiene el cabello largo algo enrulado
y una sonrisa indefinida. El otro hijo, mas bajo dueño de una nariz
preponderante, con bigotes y guardapolvos blanco. Miraba para otro lado
en la foto y sonreía con una jeringa en la mano.
-¿Este es el marino mercante?- Pregunté.
-Si. Es médico, pero se embarcó y está navegando por los océanos
vaya uno a saber hacia donde.-
Terminó de contarme la foto y la guardó, no me animé a preguntar que
había sido de ellos.
-Vine a buscar mi bolso, preocupado por mi olvido, pero contento
porque aquí nadie se lleva lo que no es propio.-
Anduvimos bordeando el río y encontramos una casa de bombas
abandonada. Bombas de agua gigantescas en desuso por estar rotas y
oxidadas. Se accedía a ellas bajando una escalera a un recinto amplio. Y
nos acordamos del libro “La invención de Morel” de Adolfo Bioy
Casares en donde había algo parecido que era una máquina que
capturaba momentos felices de la gente a costa de su propia vida, para
repetirlos indefinidamente y esa gente los volvía a vivir como si fueran
nuevos. Esa máquina del cuento era activada por las mareas.
Salimos y nos dirigimos a la casa del Dueño del Comedor.
-Se eligió la reunión en noche de luna llena por dos sencillas razones:
Primero sabrán que la luna es la tierna protectora de amores
tardíos, amiga de poetas y solitarios, responsable de los caprichos
del mar y de los ríos. Selene es su nombre y es hija de Hiperión y
Teia y hermana de Helios y Eos. Selene personificó la luna en el
antiguo panteón griego. Mas tarde fue fundida con otra diosa,
47 47
Artemis. Con Zeus fue madre de Herse, el rocío, de sus amores con
Endimión dio a luz a Eolo y cincuenta hijas. Fue adorada por los
etruscos, los sabinos, los romanos, y naturalmente por nosotros. La
luz de la luna tarda en llegar a la tierra 1,2 segundos pero sabemos
aparte de esto que nos vio nacer, que nos verá partir, que nos hará
reflexionar en una noche fría…
-¿Y la otra razón? Indagué.
-Porque a la noche se ve mejor todo en la isla.
-Esta noche nos veremos, sin lugar a dudas.- Dijo el aeronauta como
hipnotizado. Seguimos nuestro camino hasta la casa del Dueño del
Comedor, y nos volvimos a cruzar a los cuatro personajes que no
parecían peligrosos, espadeando con unas estalactitas. Podría decir que
me hubiera asombrado que espadeen con estalactitas, pero a ésta altura
ya poco me sorprendía. Se hizo de noche y una luna exageradamente
grande crecía sobre el río dibujando un gran signo de admiración, para
emprender su ascenso lentamente hasta describir un ángulo perfecto para
bañar las copas de los árboles. Lentamente nos dirigimos al teatro para la
reunión. El Industrial, La Yogui, el Dr. en Administración, El Dueño del
Comedor, el cocinero, dos enanos de jardín, La Veterinaria, El
Aeronauta, la joven de cabellos lacios castaños y dos mechitas a los
costados rubias que vivía en el faro, La Vidente de la Isla, la quien
quiera que sea ( la mujer de los gatos), La señora de la extraña belleza,
un ciervo Dama, los dos chanchitos, mi perro, mi gato, la tortuga y la
iguana, el loro Perico , los cuatro personajes que no parecían peligrosos,
la Lady Godiva pelirroja en monociclo pero vestida y otros habitantes
mas que no había tenido el gusto de conocer, todos con un bolso
pequeño al hombro que me llamó la atención.
Entramos al teatro y una música nos recibió: “Extraños en la noche”.
No sé si instalaban esa música por nosotros, el aeronauta, mis mascotas
y yo, pero creó un buen clima.
Las sillas del teatro formaban un círculo grande en una de las dos salas,
el escenario estaba vacío. El motivo en este caso era una reunión.
Se acercó al centro del ambiente una persona que creí que sería la
encargada de la isla. Una mezcla de rey, presidente, gobernador,
intendente, director, jefe y maestro al mismo tiempo. De cara regordeta,
medio colorado, con cabellos largos blancos y un gorro. Un pilotín azul
hasta los pies con mangas y solapas rojas, una remera y unos pantalones
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blancos, un cinturón amarillo, unas botas azules hasta las rodillas, dos
estrellas en los hombros y una espada en la mano apoyada en el piso,
mixtura de Quaker y Principito. Y comenzó diciendo:
-“Lo esencial es invisible a los ojos”-
Todos lo aplaudieron ovacionándolo casi tres minutos.
Y aplaudí un poquito, para no quedar mal. Pero tres minutos me pareció
algo exagerado. Saludó y se fue.
Tomó la palabra la señora de extraña belleza:
-Como bien escuchamos recién, “lo esencial es invisible a los ojos”.-
Empezaron todos a aplaudir nuevamente pero ella levantó una mano y
cerró el aplauso muy cortésmente y continuó:
-Sin embargo fui testigo del vórtice. Vi como en el cielo parecía
abrirse un embudo y salió disparado un objeto enorme y plateado
rumbo a Buenos Aires e inmediatamente se cerró. Estamos viviendo
una realidad que se nos antoja ficción. Sabemos que un vórtice de
tiempo se abrió en la isla y es muy probable que se vuelva a abrir,
puesto que según mis cálculos y los de varias eminencias de ésta
comarca llegaron a la misma conclusión. Será dentro de
exactamente 24 horas…
Miró hacia un lado del círculo y movió su cabeza como afirmando lo
dicho y los cuatro personajes asintieron. No eran peligrosos esos
hombres. Ya me parecía…
-Una nueva era puede estar comenzando ya. Si vienen del futuro
mas visitantes en forma fortuita o no, lo ignoramos, pero lo que si
sabemos es que se corre un riesgo enorme pues SI se pueden
producir paradojas con intereses que ignoramos y hasta nuestra isla
puede desaparecer y todos nosotros. Sabemos que Sarmiento D.F.
imaginaba crear aquí a Argirópolis, una capital de estados unidos
de América y hasta tenemos una piedra con esa inscripción. Por
distintos motivos que sucedieron no se logró. Pero si se consigue
viajar en el tiempo, como ya vimos, puede ser un caos. No por la
creación de Argirópolis solamente, sino lo que puede llegar a
pasarle a ésta isla. Perderemos éste paraíso que buscamos todos los
que vivimos aquí. Sin mencionar los cambios políticos, sociales,
económicos de América del Sur. Además todos habrán visto la
figura en el prado. Es la imagen exacta de lo que se viene sino
hacemos algo. Esa figura es reveladora y no hay duda alguna.
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La pregunta es, ¿podemos aprovechar la nueva apertura del vórtice
para viajar en el tiempo y evitar que se envíe al satélite “KEO”que
fue lo que generó el vórtice?-
Fue así que esa noche parecía un sueño salido de los libros infantiles.
Caperucitas rojas bailando con Batmanes. Osos Carolinas bailando con
Cenicientas. Los cuatro mosqueteros bailando con cuatro Damas de pics,
corazones, tréboles y diamantes. A mi me tocó el disfraz del hombre
invisible y francamente tuve algo de frío.
Antes que amaneciera, los cañones que hay en la plaza fueron
acondicionados y apuntados hacia arriba y como fin de la fiesta,
dispararon fuegos artificiales. Una lágrima se escapó sin pedir permiso.
Será un buen “Tempus fugit”, pensé.
A la mañana las tareas en la isla eran incesantes.
Las mujeres entusiasmadas cocían la tela para el globo. Juntaron
polleras, vaqueros, manteles, sábanas, vestidos de seda en desuso. Luego
las pintaron con un protector liquido especial, para evitar que el calor se
disipe por el entramado de las telas.
El barco que traía los tubos con los gases “diversos zx”, ya estaba en
puerto.Pedí ir con mi velero “Zeuss” y mis amados animales, quienes al
oír mi petitorio huyeron despavoridos. La tortuga marcó 10 segundos la
milla.
El aeronauta, el Dr. en Administración, el Industrial, el Dueño del
Comedor y los cuatro hombres que parecían peligrosos, me ayudaron a
eliminar la quilla y el palo mayor con las velas, puesto que eso aliviaría
dos toneladas el peso del velero.
Lo subimos a tierra con ayuda de las dos grúas del puerto de Martín
García que si todo sale bien seguirán allí y procedimos a acondicionarlo
rápidamente puesto que se acercaba la hora del despegue según los
cálculos.
Una enorme fila de isleños que no se de donde salió, transportaba el
globo enrollado como una gran alfombra.
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Detrás 254 gatos mas el mío. Sonaba a lo lejos una melodía de Astor
Piazzolla, “Buenos Aires Hora Cero”, interpretada por el bandoneón del
cocinero.
Bajados los grandes tubos del misterioso gas en puerto se procedió
lentamente al llenado del gigantesco globo.
Faltaban aún algunas horas para que se produzca el vórtice.
Uno a uno vino a despedirse y me dijeron:
La “quien quiera que yo sea”: Hacé lo que tenés que hacer. Sé que lo
harás.
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Uno de los cuatro personajes que no parecían peligrosos precisamente
uno de tantos y al cual nunca pude hablarle me hizo llegar una caja
pequeña de madera impecable con un plástico resistente al agua.
Llegué al “Zeuss”. Lo primero que hice fue buscar aquella vieja caja que
tenía en el barco cuando venía hacia aquí, esa especie de arca
conteniendo un grabador, muchas cajas de fósforos, un mazo de cartas
que le faltaba una y un símbolo del OM de plata, que me inquietaban
porque no recordaba de donde salieron, quien me los había dado ni para
qué… y ya no estaba.
Sonreí y comprendí.
Desde el velero miraba a toda esa gente amiga y querida, con mucha
serenidad. El atardecer se presentaba con un frente de tormentas.
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Se reflejaban en él las figuras del cielo y de la isla. El gigantesco globo
fue tomando forma. Sus parches multicolores comenzaron a irradiar
verdes, rojos, amarillos, fucsias, blancos, azules, celestes. Fuimos
soltando poco a poco las cuerdas que me amarraban a éste tiempo
presente con la peregrina misión de destruir o demorar a un trasbordador
que llevaría a un satélite que no me acuerdo como se llamaba, a punto
de despegar de Francia o Guyana para evitar que en el futuro se lo lleven
por delante y se abra un vórtice. ¿Adonde iré a parar? ¿A que tiempo?
¿Y si me paso? ¿Y si estalla el globo antes de llegar? ¿Y si no se abre el
agujero? ¿Y si me arrepiento y no voy nada? ¿Y si aparezco cuando
nací? ¿Y si tengo que volver a vivir todo de nuevo? ¿Y si mejor hablo
con el que se le ocurrió lo del satélite y lo convenzo que no lo largue?
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¿Con que argumentos? No me va a creer ¿Y si demoro la salida del
satélite? Con demorarlo un minuto, la trayectoria del meteorito del
futuro no lo golpeará y no pasaría nada. ¿Y si no aparezco en Francia y
se larga de Guyana o viceversa? ¿Como voy allí o allá? ¿Y si caigo en
Irak con el velero? ...¿Y si mejor me bajo? Ya están desamarrando al
velero. Mi campera roja, amarilla y azul refleja la luz y no me deja ver
bien por donde voy. Bueno…total no manejo. Solo me dejo llevar hacia
algún lugar. Como siempre. Es la historia de mi vida. Debo escribir estas
últimas notas antes de:
¿Y ESO?
¡MI DIOS!
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Epílogo
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“Un ángel de cuatro caras”
El infinito quedó sin terminar
Editorial Dunken
Buenos Aires 2006
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Dedicado a
Melina.
A los ángeles que decidieron convertirse en tales:
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“Pensaba que nada…nada… fija tan intensamente en la
memoria como el deseo de olvidarlo.”
Prólogo
El génesis del “El infinito quedó sin terminar...” se debió a unos escritos
rescatados en la isla Martín García, a la orilla del Canal del Infierno, en
el año 2004, en una caja de madera cubierta por un plástico resistente al
agua, luego de una “explosión en el cielo”.
En esa especie de arca, se encontró una cantidad de hojas garabateadas
pero legibles y afortunadamente numeradas.
Como, quien tradujo por vez primera, esos papeles está esperando el
regreso de su circunstancial amigo, como se refería a si, es mi tarea
desgrabar una cinta de audio que encontré prolijamente guardada en un
arca de madera en el puerto de Martín García, y en donde había un
cartelito escrito a mano que decía: “A quien corresponda”.
Se apreciará sin demasiado esfuerzo, que no pasó por el tamiz de un
literato y sucumbió al pensamiento sin pruritos.
Nuestro circunstancial amigo, logra sortear una puerta compleja y
sorprendente, sin complejos y poco sorprendido. En un tiempo
caprichoso y tarambana.
Esta novela “Un ángel de cuatro caras ” hija del “Infinito quedó
sin terminar”, sigue huérfana de palabras introductorias de mentes
brillantes. Mitad por mi timidez absoluta a esa solicitud y mitad por mi
ineficacia literaria, que trato de disimular sin lograrlo.
Otro de tantos.
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“La Lady Godiva y la joven de mechitas que mora en el faro
de la Isla Martín García, miraba hacia ese punto, con
lágrimas contenidas y tomándose de las manos humedecidas
por la tensión.”
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Otra amarilla que rige de oído a oído para perder la audición, y estoy
grabando a tientas si se me permite la expresión inexacta.
Una fucsia que entra por mis ojos para producir un flash que me impide
ver.
Y la última, creo hasta entonces, blanca y cálida hasta que se acerca a mi
cuerpo y me priva de todo tacto y sensación de temperatura.
Mi cabeza seguía funcionando muy a mi pesar y pensé: “Me volví a
morir”, esto ya me está aburriendo. ¿Me muero o no? ¿En que
quedamos?
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Tenía la premisa de detener la partida del satélite “Keo”, para evitar que
se abra el vórtice en el que estaba justamente inmerso.
Eso lo recordaba bien.
Una misión, más que imposible, era estúpida; más que estúpida,
irrealizable; más que irrealizable, absurda; más que absurda, imposible.
Y hasta ahí llegué con mi pensamiento circular.
Era consciente que estaba en un velero sin quilla, con un globo inmenso
de colores, atado al palo mayor como un “Odiseo” errado, con un cofre
con algunos elementos prácticamente innecesarios en una caja de madera
conteniendo un grabador, que es el que uso, muchas cajas de fósforos, un
mazo de cartas al que ya no le faltaba una y un símbolo del OM de plata.
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Estos objetos me inquietaban porque recordaba que me lo regalaron en la
Isla Martín García y no se aún para qué.
Tal vez lo mas parecido que haya vivido a esto, fue cuando me
empezaron a gestar.
Ciego, sordo, mudo.
Flotando en un ambiente nuevo para mí como innato.
Con la única diferencia que yo conservaba mi memoria.
Quizás, cuando estuve por nacer, conservaba mi memoria hasta que me
dieron una palmada que me hizo llorar, y allí se van los recuerdos de
vidas pasadas, si es que tuve.
Posiblemente haya tenido vidas vencidas…y muertes pretéritas.
Posiblemente, no probablemente.
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que tomo, sino por los momentos que me dejan sin respiración. Este
momento era uno de esos.
De pronto, ante mi estupor vi con asombro a un ángel. Un muy extraño
ángel que miraba a todos los puntos, un ángel de cuatro caras que me
proporcionaba una paz perdurable, cuatro rostros perfectos de mujer,
invitaban a enamorarme instantáneamente.
Al menos, si perecía viendo ese o esos cuatro rostros femeninos tan
agraciados, podría irme feliz sin importarme ya, nada.
Me invitó a tomarle la mano. Una mano de color porcelana.
Atado como estaba, me era imposible siquiera estirar un dedo sumado a
mis inertes músculos.
Mi mente estaba contrariada, en un camino sin retorno.
El gusto y tacto volvían para mi pesar, porque percibí una sensación
agria y un frío intenso.
El tornado me traspasó con sus imágenes, lacerándome virtualmente.
Ya al borde del desmayo observé con asombro como ese hongo giraba a
una velocidad increíble desagitándose en la nada.
Esa nada invadió la escena.
Seguidamente, la proa del barco iba abriendo camino sobre una materia
que parecía gelatina azul.
Recobrado ya el cuerpo con sus sensaciones de temperatura y mis
músculos que comenzaron a funcionar nuevamente y a pleno, me fui
desanudando de la soga y miré hacia un arriba caprichoso, puesto que no
sabía como esta posicionado, ni en donde.
Ese arriba era color negro que lentamente se iba azulando. En ese cielo
azul intenso danzaba mi ángel de cuatro caras, sonriéndome.
Miré hacia mi muñeca buscando el reloj y vi que eran las 6.30 a.m. del
año 1973.
Mi reloj tiene año también.
Volví a mirarlo y vi 1973 ¿cómo puede atrasar tanto?
Salí en 2006 y el reloj marca ¿1973?
Será la pila pensé…pero en 1973 no estaba hecho el reloj.
Lentamente fuimos descendiendo, el piso liquido y el barco, a juzgar por
la velocidad de ascensión de los astros.
Me encontré seguidamente en un puerto de aguas bajas difícil de
determinar.
Con el “Zeuss” bastante escorado ya que estaba sin quilla, pero por
suerte, el lecho del río estaba cerca e impedía que me diera vuelta.
Divisé la costa.
Estaba cerca.
Tiré el ancla y noté que había muy poca profundidad y podía llegar a ella
caminando con el agua a la cintura.
Opté por el gomón, esta vez con los remos.
A medida que me iba acercando, me parecía muy familiar ese lugar.
En mi mente estaba el tema del satélite “KEO” que yo personalmente
tenía que tratar de postergar su despegue, pero estaba en otro tiempo.
Además mi reloj me preocupaba: 1973 por qué 1973? La hora seguía su
trayecto, marcaba las 7.55 a.m.
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Mientras remaba hacia mi destino continental, notaba que me sentía muy
bien físicamente.
No me cansaba tanto.
Tal vez había descansado mucho tiempo sin darme cuenta.
Llegué a unas playas de arenas muy limpias.
Un cartel anunciaba “Playa Dorada”.
Me suena tanto esto…
Subí el gomón a la arena y comencé a caminar para tratar de establecer
donde estaba.
Encontré otro cartel que decía “El Ancla”.
Ahí me desmayé.
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No terminé mi profundo pensamiento que se me acercaron unos chicos
de unos dieciséis años riéndose y empujándose, con uniformes de
colegio secundario.
Con saco azul, pantalón gris, corbata desanudada y la camisa afuera.
Me escondí tras una escalera que daba a la playa.
Y me puse a observarlos.
Eran cuatro. Como los que había visto en la Isla Martín García y no
parecían peligrosos.
Se sacaron los sacos y dejaron los libros y las carpetas que estaban
unidas por un elástico negro.
Se sacaron los pantalones y se quedaron en malla.
Hicieron un bollito con las ropas y se metieron en el Río de la Plata,
limpio.
Me eran muy conocidas esas caras…pero ¿de donde?
Cuando ya estaban en el agua mojándose, a una distancia prudencial,
emprendí mi retirada hacia el gomón.
Me subí rápidamente y volví al “Zeuss”.
Desde allí veía a esos chicos jugando en el agua limpia del río, riéndose
y salpicándose.
Eran felices y se notaba.
Prendí un cigarrillo, feo vicio el mío, pero hacía 33 años que no
fumaba…el último fue en el 2006…esto no tiene mucho sentido…
Aeronauta… ¿Como pudo equivocarse tanto?
¿Como puedo salir de aquí, de este tiempo y cumplir con la misión que
se me encomendó sin pedirla?
Tengo hambre.
Por suerte el barco está lleno de alimentos que no vencieron.
Es mas, no están hechos todavía…
Con esa idea salté dentro del barco y por suerte había mucha comida.
No entendía bien que estaba pasando.
Pero no quise saberlo tampoco.
Me dispuse a alimentarme y disfrutar de empanadas y frutas.
Luego me hice un mate.
79 79
- ¿Otro mate? Invitó el Princiquákero a la Sra. de extraña
belleza.
- Bueno. ¿Que habrá sido de éste héroe anónimo? ¿Estará
bien? ¿En dónde estará? Decía preocupada por tantas
cuestiones, más que por el contenido.
- No se preocupe, recuerde que no lo vemos porque…
- Si ya sé, lo esencial es invisible a los ojos…
Caminé entre ellos con una cara de asombro que no podía ocultar.
Mis ojos estaban abiertos como un dos de oros.
Me dirigí hasta “El Ancla”, tal el nombre de esa playa y vi como
presurosos se vestían y disponían a irse.
¿Que hago?
¿Los sigo?
A una prudente distancia los empecé a seguir.
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Tomaron la calle Hipólito Yrigoyen y comenzaron a caminar hasta la
Avenida del Libertador.
Siguieron rumbo a Maipú haciendo zigzag entre las calles y por fin
llegaron a la avenida y la calle Melo.
En esa esquina está, ahora, el depósito de la fábrica de gaseosas “Bilz”.
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Al amor se llega cuando se intenta abarcar el bien con su totalidad hacia
algo y no se consigue. Un desbordamiento hacia algo ilimitado.
Entonces de esa propiedad, la de la luz que atrae, es difícil tratar de
abarcar el bien en su totalidad. Cuando se ama, se juntan todas las
mejores propiedades de los entes más maravillosos y perfectos que se
considera en el mundo, y como estos son similares con el objetivo, es
considerado como esa imagen maravillosa, ese algo perfecto, en un
universo nacido del caos.
Le respondí en silencio, mis más que confusas prerrogativas sobre el
amor.
Hoy, en este momento sostenido, es renunciación.
Hay que ser muy valiente para dejar un tesoro a la vista.
Los ángeles tienen alas. Yo no.
Los ángeles deslumbran. Yo no.
Los ángeles son prodigios. Yo no.
Los ángeles no mueren. Yo si.
Un mazazo de luz, no siempre sucede, ni volverá a suceder nunca más,
por su bien, debo dejarla volar a otras comarcas más seguras.
Esta comarca en la que se detuvo, está llena de errores y solo tiene una
virtud. La de dejar libres a los ángeles.
Nunca la olvidaré.
¿Como podría?
Volví en mí luego de ese encuentro fugaz y ya no estaba el ángel de
cuatro caras… ¡también…con semejantes pensamientos! ¿Qué otra cosa
podría haber hecho? ¡Volar!
Considerando de nuevo la situación: ¿Por qué el destino se encaprichaba
conmigo en ponerme frente a mi mismo, pero 33 años después? ¿Debía
hacerme conocer? ¿Me creería mi yo chico?
Seguramente no me hubiera escuchado. Yo haría lo mismo…Claro si
soy yo mismo… ¿Como puedo convencerme? ¿Para que? Para
adelantarme a sucesos que indefectiblemente iban a suceder y así
quitarle el sabor de lo sorpresivo. No me parecía coherente, ni para mi
mismo ya grande. Traté de recordar el año 1973. Que estaba haciendo
por ahí… ¡Me había fugado del colegio!
¿Para qué, entonces, presentarme a mi mismo? No podía hacer posible lo
imposible. Ni quería hacer imposible lo posible. Mi yo chico se tomó el
colectivo 71 y se fue. Me quedé mirándolo desde la vereda. Ahora
recuerdo esa mirada. La de un tipo que me observaba como
83 83
queriéndome decir algo. Era la mía. La de ahora. De mi ahora y del
ahora de ese joven de dieciséis años. ¿Que camino hubiera tomado si me
hubiera encontrado?
Tal vez, si me hubiera escuchado, no estaría aquí ahora diciéndome lo
que me iba a decir. Menuda paradoja, aunque desconfío de las paradojas.
Si tengo alguna virtud, aparte de carecer de alguna seria, es que
desconfío de las paradojas.
No es lo que quiero.
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- Ahí viene la Lady. Dijo la Vidente.
- ¿Al futuro?
- No…al pasado.
- Ajá. dijo el Dueño del Comedor, cuya boca fue tapada por diez
manos al mismo tiempo.
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1973. En este momento esta cerca de los 12 ciclos. Se detiene
a los 13 ciclos.
91 91
- El Calendario Maya predijo todos los cambios que están
ocurriendo ahora. Para el 2012 habremos entrado a la
quinta dimensión
Esa campera…
Miré mi reloj y observé que se detuvo…
El hombre algo cansado de remar con sus brazos, sin mirarme se bajó de
su nave acuática y caminando sobre las aguas (no era santo, estaba bajito
el nivel acuoso) se dirigió a mi “Zeuss” por casualidad y se paró frente a
proa con sus ojos desmesuradamente abiertos, como otro dos de oros.
Me incorporé para ver mejor de quien se trataba y ambos nos miramos
un largo rato.
Nos estudiamos preocupadamente nuestro rostro; más yo que él.
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Ambos levantamos nuestras manos y allí un enorme e interminable
suspiro mutuo, modificó el aire existente en todo el Río de la Plata.
Una lágrima empezó a recorrer su rostro.
Esa misma lágrima salió de mi rostro y lo recorrió.
Con actitud temblorosa lo invité con un gesto a subir al “Zeuss”,
invitación que aceptó latiendo su corazón audiblemente.
Aunque no estoy muy seguro si era el suyo o el mío o ambos que
seguían el mismo ritmo y la misma frecuencia y el mismo tono.
No hablamos.
Se sentó en cubierta y busqué una botella de vino tinto muy fino, que
llevaba entre mis cosas desordenadas.
El viejo y querido velero ”Zeuss” es de madera con 21 pies, unos siete
metros, tiene cuchetas para cuatro personas, cocina, baño, una mesa
para las cartas de navegación, y adentro un desorden infernal que trato
de mantener cuidadosamente.
Encontré el buen vino tinto y por casualidad encontré también el
sacacorchos, situación que no sucedía a menudo.
Lo destapé, le serví una copa y otra a mí.
Nos miramos en silencio y con una enorme pregunta muda.
Levantó su copa y yo la mía y brindamos y dijo:
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A esta altura, las situaciones que me superan, esta vez por tres, solo
requieren de mi parte una sonrisa que neutralice ese pasado, presente y
futuro y procedí a incorporarme el fruto del dios Dionisio...
No podía con mi yo actual, menos podría con mi pasado y mucho menos
con mi futuro circular.
Buenas noches.
Me voy a dormir, total estoy solo y acompañado a la vez…como tantas
otras veces…
Como cuando hasta mi sombra me había abandonado en busca de otro
destino.
Como cuando un teléfono nunca más fue atendido.
Como cuando veía una dirección de mail que ya no existía y me negaba
a borrarlo.
Como cuando esperaba bajo la lluvia a mi princesa azul que exiliaron
por siempre, a la fuerza, unos tipos innombrables.
Como cuando solo el eco de mi voz retumbaba llamándola.
Como cuando veía despojarse los pétalos de una flor que había tirado al
mar como un saludo preciso.
Como cuando su aro de oro me gritaba por qué no la escuché.
Como cuando…
Como cuando…
Como cuando…
Como cuando…
Como cuando…
Quizás porque ellos y solamente ellos dos, sabían del origen de esa
joven mujer que moraba en el faro.
Tal vez porque esta joven que dijo a la temprana edad de tres años y
señalando una imagen del Universo, del libro “Cosmos” de Carl Sagan,
de allí provengo. El Princiquákero y la mujer de extraña belleza sabían
la verdad, y temieron que esta joven mujer de dos mechitas en su
cabello, al decir su solución, el encanto dimensional fluctúe y sean
todos absorbidos a un plano del que nunca debían haber salido.
- Pues bien…
97 97
En la isla Martín García bajó un contingente turístico concurrido.
Pero ese día, a esa hora alguien con pura inocencia se le ocurrió
sacarse una foto al lado de la piedra de Argirópolis y moviéndola a su
posición original.
Como siempre que busco algo, encuentro otra cosa y me distraigo con
esa otra cosa. Encontré el mapa de la Isla Martín García y acaso para
hacer caso a mi distracción que pugnaba por “mirar las musarañas” le
hice caso. Me dispuse a marcar los lugares que estuve para no olvidar.
Algo recordaba y eso era más que auspicioso. Me parece que todo esto
que estoy grabando terminará en la nada. Ahora recordé lo que buscaba,
mi computadora portátil…cuando me encontré con el hombre de mi
superfuturo, octogenario ya, pero entero y sonriente, me entregó algo
parecido a un compact disk , pero tan fino como una hojita antigua de
afeitar y tal vez allí encuentre las respuestas a mis preguntas que son
tantas y tan diversas y tan simples, que no creo que me las responda en
esta línea que entra justo en mi PC en el lugar del CD…Pongo ésta línea
y espero a que cargue la información…y apareció en la pantalla, el
hombre octogenario hablando así:
¡Será de dios! Pensé que con los años iba a ser menos complicado,
pero abandono la idea por lo que veo…
100 1
- Mi querida Yogui. Este dedo de madera así como lo ve tiene
tendones cibernéticos que me permiten moverlo y sentir cuando
me toman de él. No así la temperatura, ni los picotazos de mi
loro Perico que, hablando de él, no se donde se metió…
- ¿Donde le duele?
- Aquí en la pierna…
¡Entre tantas cosas que tengo aquí en el barco no tengo una pinza
pequeña caracho! Miro mi palma de la mano derecha para saber si
está escrito algo y… ¿esta pincita de depilar de donde salio? Ya
dudo de todo y tan pocas cosas me pueden asombrar que no me
detendré a averiguar como apareció esta pinza de depilar en mi
mano. Creo que sirve…a ver…si…ahí está…con cuidado que ya
101 1
casi…casi la tengo…si…aquí está…despacito…despacito…la
tengo!...a ver ¿que tiene?…es una línea tan finita…a través de los
dos soles reflejan como un arco iris…y…ahí hay una basurita…la
soplo…la soplo varias veces…así pude arreglar muchos
electrodomésticos en mi vida…es así…de sencillo…sólo soplar y no
hacer botellas…voy a poner de nuevo con cuidado la “lineapod” y
presionar “Enter”…
- “... es llegar como pueda con el “Zeuss” hasta donde nazca el arco
iris que se formará cuando los dos soles se junten…”
103 1
- lo veré nacer y no lo veré morir porque ya estaré en el lugar
donde nace y desde allí no se ve donde termina…Sé que el
“Zeuss” está bastante averiado, pero hay una forma de hacerlo
funcionar…buscá los elementos que te dieron antes de partir…
106 1
El canal del Infierno, en Martín García, se iba tornado rojizo por la
puesta de sol.
- Ud. Industrial?
- ¿Qué creo?
- ¿Aeronauta?...
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La mecha del cañón se encendió siendo previamente apuntado al centro
del arco iris…
¡Ahí está! ¡Los dos soles se van a acercando! ¡Ya es la hora! ¡Está
apareciendo el arco iris! Fósforo, el fósforo, dónde metí el fósforo…acá
está…ahí va, que sea lo que los dioses quieran…
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piratas…eso…hacia donde termina…ahí está marcándome el destino y
el destino es el final…claro…hacia allí voy.
- ¿Cumplimos?
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El movimiento cesa y veo solo una luz muy lejana en medio de la nada
arriba ni abajo ni a babor ni a estribor, solo una luz en proa.
Una fucsia que entra por mis ojos para producir un flash que me
aumentó la visión.
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En Martín García, el cañón disparó su esfera hacia el arco iris. Una
traza luminosa dejó tras sí el proyectil que se perdió en medio del arco
iris, abriendo una luz muy blanca.
Cada cosa era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos
los puntos del universo.
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Vi a una mujer que no olvidaré, a otra mujer que tampoco olvidaré,
cabelleras rubias, pelirrojas, morenas, castañas, bellos cuerpos
anfitriones, vi al mismo tiempo todas las lágrimas, todas las risas.
Vi una bolita japonesa entre dos espejos que la multiplicaban sin fin.
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promesas a plazo fijo, retos, susurros, mentiras, verdades, quejidos,
balbuceos, detonaciones, estallidos, explosiones.
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“Ad augusta per angusta”. A resultados grandes por vías estrechas.
No se llega al triunfo, sino venciendo dificultades.
El Industrial, que era de esas personas que uno cree haber conocido
desde siempre y que su bondad e inteligencia traspasaba cualquier
cuestión; dueño de un alma brillante como una armadura medieval.
El cocinero, quien no era otro que el verdadero Martín García, que tenía
la habilidad de hacerse transparente.
Una gran explosión hizo que ese Arco se convierta en una sola línea
recta fusionando todos los colores e inmediatamente sus puntos
extremos se unieron velozmente hasta formar uno solo y desaparecer
ante la mirada absorta de todos.
Ajá.
Como no puedo dominar el vuelo, solo rezo a mis dioses que volvieron a
sonreírme.
Esta vez no eran unas gotas de agua que se hayan colado por las velas,
ya que no existían, ni se escurriesen por mi nuca hasta la espalda. Era,
asombro extraordinario.
Con mucho cuidado, bajé de mi barco al agua y nadé hasta ver el nombre
de su velero.
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que veía, por las lágrimas en sus ojos producidas por su interminable
risa.
Los vi irse con paso de murga hacia el interior de la Isla, pero antes me
cercioré de su rostro y ya… a esta altura… nada me sorprendía.
Me senté en proa con las piernas colgando y puse las manos como sostén
de mi cabeza, mirando hacia arriba.
Pensé un rato.
No había dudas.
Había caído en Martín García a la misma hora en que llegué por primera
vez.
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No se que pasó ni quiero saberlo tampoco.
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Desde el faro de la isla, me está saludando la joven de cabellos lacios y
castaños y dos mechitas a los costados rubias, dueña de una piel muy
blanca, iluminándose su joven rostro por el destello suave y cansino de
la luz del faro y me pareció escuchar su “hasta pronto” y le respondí
“hasta siempre… hija”.
EPILOGO
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La Vía Láctea brillaba gozosa.
La Yogui.
El Industrial.
El Dr. en Administración.
La Veterinaria.
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La mujer de los gatos.
El Princiquákero.
La Vidente.
Me susurró al oído:
“Quiero captar para siempre este momento, mientras meneas
suavemente la copa con el fruto de Baco. Deseo que la vida no deje de
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sorprenderte, en donde la ficción se adueña de tu realidad, aunque no lo
adviertas, sin preanunciarse, sin pedir permiso, sin condicionamientos y
sin esperar una explicación racional.
Decreto, mientras vemos a la luna, mi residencia, a través de tu copa,
transfigurándola y coloreándola, beberla imaginariamente mientras
cierras tus ojos.
Prométeme escribir estos hechos para que, quien los lea, pondere a su
infinita alma, su atesorado pasado, la inasibilidad del presente y la
certeza por el devenir inmortal.
Conforme a estos dictámenes que solamente vos percibís, captura en tu
memoria la escena, como viéndola en un instante fijo y con la segura
esperanza que cada vez que alguien la relea, volverá a revivirse una y
otra vez. Es mi única manera de seguir viva”
INDICE
Dedicatoria……………………………………………………………7
Prólogo……………………………………………………………….. 9
128 1
Episodio II (El Viaje)………………………………………………...13
Apartado X ( El regreso)……………………………………………..51
Epílogo………………………………………………………………...67
130 1
131 1