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Son numerosas las normas, reglas o sugerencias para un discurso eficaz, que persuada
y transmita exactamente lo que usted, como orador, desea que capten sus interlocutores.
Concretemos en los siguientes 10 puntos esas sugerencias, que hemos denominado
“Decálogo del Discurso Persuasivo”:
Es vital, antes de preparar el discurso, que usted sepa a dónde va; si usted tiene claro
qué es lo que quiere, usted podrá lograrlo. Si usted no sabe lo que quiere, usted no llegará
a ningún lado, o llegará adonde lo lleven. Es común entre los que se inician en la oratoria,
caer en el error de dar por sobreentendido el objetivo, sin precisarlo con exactitud. Ese es
un mal comienzo.
“No hay viento bueno para quien no sabe a dónde va”, escribió Séneca con sobrada
razón. Determine a dónde va, de qué va a persuadir a su audiencia. Este es un buen
comienzo.
Si por ejemplo usted va a dar un discurso sobre el tema “NO A LAS DROGAS”,
está obligado a plantearse qué objetivo persigue, el cual seguramente debe ir más lejos,
más allá del simple rechazo a los estupefacientes. Usted podría desear persuadir a la
audiencia sobre cómo prevenir el consumo de drogas: sería un mensaje preventivo; o,
quizás persuadir a autoridades o funcionarios policiales y de aduana, sobre la necesidad
imperiosa de controlar y sancionar, de manera más rigurosa al narcotráfico, tal vez la
conveniencia de reformar las leyes de la materia: sería un discurso represivo. Los dos
objetivos que hemos mencionado apuntan hacia el tema “NO A LAS DROGAS”, pero
dirigidos a propósitos distintos. No obstante lo dicho, usted podría aún concretar más su
tema, reducir el objetivo hacia puntos más específicos. En el caso del discurso
preventivo, tal vez enfatizar en uno u otro medio que aleje a los muchachos del consumo,
tal como la siembra de nuevos valores, o la insistencia sobre los daños físicos,
consecuencia de la drogadicción, o cualquier otro.
De modo pues, que su primera tarea es definir lo que quiere lograr con sus palabras, a
dónde quiere llevar a sus oyentes, qué desea sembrar en ellos, cómo aliarlos en el
propósito que usted persigue.
Por último, hagamos buenas las palabras de Charles De Gaulle: “Avoir un plan
mauvais c’est mieux que pas du tout de plan”; cuánta verdad, “es mejor un mal plan, que
no tener plan”.
Podría ser de su interés saber cómo está distribuida la audiencia por sexo o religión, o
conocer cuánto, en realidad, conocen esos jóvenes del tema a tratar. Las respuestas a
estas interrogantes lo ubican mejor para la preparación del discurso que, probablemente,
variaría también si se trata de un auditorio cerrado o de una plaza abierta, de una
disertación por televisión o de un aula de clases.
La definición y precisión de la audiencia, del escenario o ambiente, son
indispensables para una eficiente preparación de su discurso persuasivo.
Conociendo la audiencia con antelación, usted puede prepararse para ser más
persuasivo; podrá acercarse a ella desde el comienzo de diferentes maneras. Acuda
vestido de forma tal que se identifique con sus interlocutores, como si fuera uno de ellos;
utilice un lenguaje apropiado, con términos que lleguen y que ellos aprecien; hable en
plural, “nosotros”, cada vez que le sea posible; adapte el fondo de su discurso a su
público, a los seres específicos que tiene delante; si al final se trata de sacar una
conclusión, haga que la audiencia entienda que la conclusión es de ella, y no que usted
pretende imponérsela.
Todo lo antes dicho ayuda a hacer más persuasivo su discurso; usted estará
facilitando la persuasión, que es el objetivo final del discurso.
Adicionalmente, sepa que usted tiene una larga preparación para ese discurso
específico, tan larga como su vida y como las experiencias y vivencias que usted ya ha
tenido. La preparación mediata o genérica es toda la experiencia de su vida, todos sus
estudios, partiendo de la escuela básica, todas sus lecturas y viajes, todos los discursos
que haya pronunciado anteriormente, o que haya escuchado, todo eso, todo lo que usted
conoce o ha hecho le servirá en cualquier discurso. Esa es la base sobre la cual usted va a
construir en la etapa de la preparación inmediata.
Quien más estudia, lee y en general tiene vivencias de todo tipo, posee un bagaje más
favorable, una base más sólida sobre la cual partir. Por ejemplo, si usted es profesor,
estará arrancando de un punto más avanzado, tanto por la práctica de investigación, como
de exposición, que quien ha hecho menos uso de la oratoria, así el tema sobre el cual
vaya a intervenir, le sea relativamente desconocido, o el enfoque que le vaya a dar le sea
novedoso. De modo pues, que toda experiencia previa es preparación mediata o genérica
del discurso que usted pronunciará algún día.
Primero anúncielo: ... “yo quisiera decirles y dejar perfectamente claro -para eso he
venido hoy- que el consumo de drogas afecta a toda la sociedad y es problema de
toda ella; eso les diré, porque”...
Segundo dígalo: ... “es indubitable, el consumo de drogas afecta a toda la sociedad
y es problema de toda ella, que nadie lo dude”...
Los mensajes secundarios sirven para fortalecer el principal, para darle piso o sostén,
en fin, son pivotes que hacen más robusta la idea fuerza de su discurso. Ellos deben ser
ordenados, de forma tal, que queden interconectados unos con otros, que el primero lo
lleve al segundo, éste al tercero y así sucesivamente.
Al pronunciar un discurso sobre las drogas -se tienen innumerables opciones- estas
podrían ser, a manera de ejemplo, las ideas principal y secundaria:
Idea Secundaria Nº 4: El consumo, por afectar a toda la sociedad, toda ella debe
defenderse, prevenir y actuar. En consecuencia, es problema del Estado, de la Iglesia,
de la familia, de la escuela y de toda la sociedad organizada, de toda ella se espera
respuesta.
Los de emocionar.
Los de convencer.
Los argumentos de emocionar son aquellos que apuntan al corazón, están en la línea
de lo afectivo, de lo psicológico, de la emoción, mientras que los segundos atacan la línea
de la lógica. De ordinario, si emocionamos, si llegamos a lo afectivo, será más fácil
convencer luego. Dicho de otra manera, si tocamos primero el corazón, es más fácil
llegar luego a la razón. Cuando un buen orador echa mano a lo emotivo, a los
sentimientos, si lo hace acertadamente, si se le percibe sincero y no demagogo, se pone
adelante, amarra afectivamente a su audiencia; luego le será más fácil que sus escuchas
admitan y compren sus argumentos lógicos, los que tienen que ver con la razón.
La oratoria moderna, sin que lo que vamos a decir sea un dogma, suele organizar así
la argumentación:
Esta es una organización pedagógica de los argumentos, pero que puede variar
dependiendo del orador, del tema, de la capacidad emotiva de los interlocutores y, por
supuesto, del momento.
Podríamos recordar ahora el cuento del Obispo que fue a visitar a sus feligreses en un
apartado pueblo. Monseñor le reclamó al Cura, por qué no había hecho sonar las
campanas en señal de alegría por la visita del Pastor espiritual de la Diócesis. Con
humildad el Padre le respondió:
- Monseñor, tenemos cien razones para no haber tocado las campanas. La primera,
aquí no tenemos campanas. La segunda...
El Obispo lo interrumpió para decirle:
- Pare, pare ahí, no es necesario decir más nada.
Hay quienes sostienen que la oratoria no es para persuadir, sino para disuadir,
para distanciar a la audiencia de posiciones previas que pudiera tener. Quizás podamos
decir que primero se disuade y luego se persuade, como lo comentamos en el Capítulo
I.
Aristóteles, el extraordinario retórico griego, decía que “la virtud es el centro entre
los extremos vicios”. Hay que aspirar al equilibrio virtuoso y huir, por igual, de la
hipoargumentación como de la hiperargumentación.
Mientras más ideas, información y argumentos tenga usted, más está obligado a
ponerlos en orden, ya que a mayor número de ideas, mayor confusión si no se clasifican y
jerarquizan. Napoleón decía, en relación a la guerra, lo que podemos decir de la oratoria:
“El arte de la guerra es una ciencia en la que nada sale bien, si previamente no se le
calcula y medita”. Calcule, sopese sus argumentos y ordénelos de la manera más
convincente. Si usted no les da un orden, y dispara sus argumentos sin concierto, su
discurso se convierte en un arroz con mango, no será fácil que le comprendan, y habrá
perdido usted la oportunidad de persuadir a sus interlocutores.
6) Escriba su discurso o, según el caso, prepare la
“chuleta” o esquema del mismo
Luego de los cinco pasos anteriores, proceda a escribir la totalidad de su discurso o a
preparar su chuleta o esquema, según el caso. Permítame explicarle. El discurso, como se
sabe, puede ser leído o improvisado. En ambos casos debe ser preparado con el mismo
rigor y bajo las normas del Decálogo. La más de las veces el discurso es improvisado,
entiéndase, no leído, si bien es recomendable que tenga a la mano su esquema o
“chuleta” para que le asista y le mantenga dentro del orden argumental que se propuso al
prepararlo.
Puede decirse que existen dos tipos de discurso improvisado: el que tiene preparación
inmediata o específica, y aquél que sólo tiene la preparación genérica o mediata, porque
su “inmediatez” le impidió la preparación específica. Del primero, el orador tiene
conocimiento previo de que lo pronunciará, lo que le permite prepararse específicamente,
consultar fuentes y seguir el proceso del Decálogo; del segundo, del que se da de
improviso, la intervención se genera a partir de una circunstancia o hecho inesperado,
una circunstancia o hecho que lo obliga -de un sopetón- a ponerse de pie y arrancar la
disertación.
Las circunstancias que originan el discurso inesperado, donde el orador sólo cuenta
con su preparación genérica o mediata, pueden presentarse en una reunión de trabajo, en
una asamblea, cuando alguien le solicita su opinión o información sobre un hecho
específico (de manera abrupta, no planificada, menos aún esperada) o cuando le piden
decir unas palabras en la celebración de un cumpleaños, en un aniversario, en el
recibimiento o despedida de un jefe o compañero de trabajo o estudio, en un acto de
entrega de premio o reconocimiento o, en fin, en un momento no esperado, como podría
ser en un cementerio cuando, antes de descender el ataúd, alguien le pide que hable, o
usted tiene el impulso de hacerlo.
Aun en las circunstancias en que medien sólo escasos segundos, un instante, entre el
momento en que usted entiende que debe hablar y el inicio de sus palabras, podrá pensar
rápidamente y hacer un esquema mental que le permita, por lo pronto, escoger las
primeras palabras, las del impacto inicial y en lo posible, trazos fundamentales de lo que
va a decir.
Una improvisación de las del segundo tipo, de las que sólo tienen preparación
mediata, puede usted enriquecerla con la emoción y con la manera de decir, con la forma
de pronunciar su discurso. Recuerde que la exposición oral, por supuesto que vale por lo
que se dice, al igual que la escrita, pero adicionalmente y a diferencia de ésta, vale por la
manera de decir, por el ímpetu con la que pronuncia la alocución, por la modulación y la
vitalidad de su gesticulación, por la fuerza de su voz y toda su expresión corporal.
“No tratemos de recordar los discursos palabra por palabra. Esto lleva tiempo e
invita al desastre. A pesar de esta advertencia, algunos de los que esto lean
probarán a hacerlo. Pues bien, cuando se levanten a hablar, ¿en qué estarán
pensando?, ¿en el discurso? No. Estarán tratando de recordar la fraseología
exacta. Estarán pensando hacia atrás, no hacia adelante, invirtiendo el proceso
normal de la menta humana. La exposición será dura, fría, insípida, inhumana. No
malgastemos, lo pido por favor, horas y energía en inutilidad semejante”.
A) Impacto inicial o exordio. Son las primeras palabras, frases o gestos con los
cuales iniciamos una intervención. Ellos son fundamentales. Podríamos decir que de
ellos depende todo. Si no impactamos positivamente al comenzar, la gente se nos va,
esto no necesariamente significa que físicamente se ponen de pie y se marchan del
auditorio, pero su mente se aleja de nosotros.
Nuestro interior es inquieto, tenemos muchas cosas en qué pensar y podemos ser
distraídos por innumerables elementos externos e internos. Si al pronunciar el
exordio, el oyente lo percibe interesante, original, que vale la pena escuchar, se
quedará sintonizado más tiempo, y si se desliga (como es probable) es más fácil que
tienda a reconectarse, de lo contrario su mente vuela, y quizás tengamos sentados a
muchos aparentes oyentes, que NO están oyendo; el ser interior de ellos estará
trabajando en otra cosa, y al final, cero persuasión, habremos perdido nuestro tiempo
y se lo habremos hecho perder a la audiencia.
El impacto inicial o exordio es una o son varias palabras que atraen la atención del
público, que tienen pegada, que son interesantes y que, de alguna manera, insinúan o
focalizan de una vez la esencia de nuestro mensaje. “Haced un buen principio y un
buen final, y en medio poned lo que os agrade”, escribió Víctor Murdock, mientras
que en el mismo sentido Lockwood Torpe dijo: ...“en los discursos públicos, es de
primerísima importancia comenzar bien. En el de suyo arduo proceso de pronunciar
un discurso, nada es tan arduo como establecer un contacto suave y hábil con el
auditorio. Mucho depende de la primera impresión y de las palabras iniciales. A
menudo, se gana o se pierde un auditorio con las cinco o seis primeras frases”.
Un buen exordio generalmente llena tres requisitos: 1) Es una frase que anuncia el
tema o lo sugiere; 2) Es breve, de pocas palabras; 3) Constituye un impacto, hace
ruido, deja huella y da en el blanco.
Tal vez es oportuno recordar ahora el refrán inglés que reza: “A good beginning
makes a good ending”. No tiene pérdida: “Un buen comienzo hace un buen final”.
De ordinario quienes actúan como oradores sin gran experiencia, comienzan con una
palabra que no dice nada, tal como “Bien”, “Bueno”, “Gracias”, o con palabras que
no constituyen un gancho para atrapar, que no son una invitación a seguir el discurso.
Se ha dicho muchas veces que la primera impresión es la que cuenta, y es verdad, con
el agravante de que para ese específico discurso que estamos pronunciando “nunca
recibiremos una segunda oportunidad para lograr una buena impresión”, escribió
Camilo Cruz: “la impresión que transmites en los primeros dos segundos en tan
fuerte, que toma aproximadamente 4 minutos más para agregar un 50 % más a esa
primera impresión. Y ¿sabes qué?, esos dos primeros segundos son casi
exclusivamente visuales, porque en dos segundos no has tenido la oportunidad ni de
abrir la boca”.
Veamos cinco formas erróneas de impacto inicial utilizadas con frecuencia por
oradores noveles, o no tan noveles. El Dr. Carnegie hace énfasis en las dos
primeras.
a) Comenzar con una disculpa. En general, el auditorio espera que usted pronuncie
un buen discurso, o que por lo menos deje un mensaje claro. Probablemente la
mayoría supone que usted lo va a hacer bien. No puede comenzar excusándose,
con frases como “Me da pena, yo no estoy acostumbrado a esto”, “Excúsenme,
pero yo no soy orador”, “No sé qué quieren que les diga”, u otras semejantes que,
de entrada, lo disminuyen ante el auditorio. “Yo no estoy preparado para hablar”,
¿entonces para qué va a hablar?, el auditorio podría pensar que usted no lo
valoriza, que usted NO se molestó en preparar el discurso.
El error de comenzar con una disculpa puede verse subsanado, si ello es sólo para
dar paso a una idea complementaria importante, que deje sin efecto lo antes dicho.
Cuide en extremo su primera frase. Comenzar con una excusa es comenzar mal. La
gente podría desenchufarse si lo siente inseguro, si estima por su excusa inicial que
usted no tiene nada interesante qué decir; si es así, ¿para qué escucharlo?
Comenzar con una disculpa puede ser un autogol.
Sea cauto en el uso de la primera persona: “Yo”. No es fácil que el “yo” caiga bien,
a no ser que se muestre usted humilde: “Yo no soy quien para pretender darle
lecciones a ustedes, pero tengo la obligación de”...
e) Comenzar por un cuento humorístico. Eso puede ser fatal, incluso para los
oradores que sean humoristas. El buen humor en el discurso no es soplar y hacer
botella. La mayor de las veces lo que mueve a risa al público no es el chiste, sino el
propio orador. Sólo si usted es un gran humorista puede tomarse la licencia de
hacer de un cuento humorístico su impacto inicial. Que el buen humor sea el
adorno del pastel, “la crema que le da color”, pero no el pastel mismo. Se relata
que Gillilan, el mejor conferenciante humorista de los Estados Unidos, tiene por
regla no contar nunca una narración humorística durante los tres primeros minutos
de sus conferencias. Si a él le resulta prudente este sistema, no veo por qué no a
nosotros.
Algo que suele dar resultado y que le genera simpatía al orador entre sus escuchas,
es contar un cuento en el que quien lo cuente sea la víctima. Se trata de que el
orador se describa en situación apretada o incluso ridícula, lo que, de ordinario,
estimulará la risa y relajará a la audiencia. No obstante, sea cauteloso, sobre todo al
iniciarse como orador, mientras no tenga la experiencia que le pueda permitir, si
fuere el caso, levantar vuelo después de un mal comienzo. Parece preferible no
arriesgarse.
a) Citar frases de algún personaje famoso. Se trata de algo dicho o escrito por
alguien reconocido, respetado o admirado. Por ejemplo, usted podría comenzar
diciendo: “El dominio de la elocuencia no se logra, sino por el dominio del tema
que se desea tratar”, así lo expresó Lloyd George.
d) Comenzar con una aparente casualidad. “En estos días, marchando a dar mi
clase en la Universidad, encontré a cinco jóvenes -que quizás no pasaban de los 18
años- tirados en el piso, inhalando droga. Los vi con profunda tristeza y no pude
dejar de pensar en Alberto, un muchacho de 19 años que conocí en el curso pasado,
cuando iniciaba su vida universitaria: se perdió en el mundo de las drogas para no
salir jamás de ese infierno de ficción y muerte”. Usted habría iniciado sus palabras
narrando un hecho real, pero como si lo estuviera recordando en ese momento por
casualidad, y no tal como fue, previamente seleccionado, ajustando cada palabra
con escrupulosa meticulosidad, pensando en el impacto que produciría la frase. Es
un comienzo aparentemente ligero, narrativo, coloquial, pero que pone de entrada
el dedo en la llaga, que conmueve.
e) Hacer una pregunta. “¿Estamos preparados los padres, está preparado usted para
decirle a su hijo qué hacer para no caer en la espiral de la droga y la muerte? Yo
hago la pregunta, la respuesta tenemos que darla cada uno de nosotros”. La sola
interrogante, así formulada, podría impactar a sus escuchas.
Preguntar de forma tal que el público se sienta obligado a responder, puede ser
interesante, pero podría relajar la audiencia y escapársele de las manos, si usted no
tiene la experiencia necesaria.
Mostrar un objeto genera una inmensa curiosidad: ¿qué quiere éste al mostrar una
inyectadora?, ¿para qué la muestra? Refuerce la intriga con su silencio, que se
prolongará lo necesario como para que todo el mundo lo perciba, con el buen
cuidado de no prolongarlo más allá de lo prudente, ya que podrían desatarse en la
audiencia chistes, preguntas o cualquier reacción que rompa el silencio reflexivo,
producto del impacto que genera usted al presentar ese objeto sin mediar palabra.
g) Comenzar con una narración. Sin más, sin necesidad de decir “Les voy a contar
una historia”,...sin anuncio, simplemente comience: “Una vez, hace ya algunas
semanas, cuando me encontraba”... El público, generalmente curioso, le gusta la
anécdota, disfruta el cuento. Si usted selecciona una narración interesante, no
demasiado extensa, seguramente que atrapará a sus interlocutores desde el inicio
de sus palabras.
h) Comenzar con un poema. Leer o recitar un poema o breves estrofas de él, puede
ser una buena vía para atrapar con suavidad a su audiencia, y vincular la esencia
del mensaje del poema, con el tema fundamental que usted quiere exponer.
B) Idea principal e ideas secundarias. La idea principal es la esencia del discurso, lo que
usted quiere decir, informar o transmitir, es de lo que usted quiere persuadir a la
audiencia. Expóngalo con absoluta claridad y nitidez, no deje lugar a dudas sobre el
propósito de su alocución. Qué triste, si al final de sus palabras, el auditorio se
pregunta qué dijo, qué quiso decir en realidad, ¿es que está a favor o en contra?
Exponga la idea principal y haga conocer las ideas secundarias que se suceden unas a
otras, y que presentan el cuerpo de la proposición que usted hace a la audiencia, es la
esencia de su mensaje.
a) Ejemplos
b) Juicios de expertos
c) Analogías
d) Estadísticas
e) Hechos
f) Experiencias personales y vivencias
a) Ejemplos. Cuando sus interlocutores consideren que el ejemplo que usted ha
puesto se parece a la situación en cuestión, éste será persuasivo. Un ejemplo no es
otra cosa que una situación específica, con diversos factores claves, que se
asemejan a la idea a la que usted se está refiriendo.
Se ha dicho que las citas, para ser efectivas, deben ser breves. Por supuesto que eso
no es un dogma, hay citas extensas que llaman a reflexión, pero como
recomendación general es válida.
Como se sabe, analogía es uno o son varios puntos de similitud entre cosas diferentes,
que pueden exagerarse sin ofender la inteligencia de nuestros interlocutores. De
ordinario las buenas analogías no se borran fácilmente de la memoria de nuestros
escuchas, quedan registradas en el “disco duro” de ellos.
Sepa que a todo el mundo le gusta una historia, amén de que ella refresca el
ambiente y eleva la atención del auditorio. De ordinario cuando narra
adecuadamente una vivencia personal, la atención será cercana al 100%. Cuando
traiga una historia a su discurso, cuéntela, simplemente nárrela, no comience a
explicarla. Arranque por el comienzo, ubicándola con precisión en el tiempo,
añada detalles para que la audiencia lo siga e imagine con facilidad el escenario
donde se desarrollan los hechos, y oiga lo que usted oyó, y sienta como usted en
aquel momento. Use diálogos: “entonces le dije...; ella me respondió...; más
adelante concluyó preguntándome...”
Durante mis largos años de vida política activa en el escenario nacional, cuando
en una asamblea o reunión yo pedía a mi audiencia esfuerzo, estudio o trabajo
para surgir, y alguien o algunos me decían “bueno para ti es muy fácil decir eso,
porque tú eres Abogado y Diputado”, yo solía responder con éstas o parecidas
palabras, que son vivencias y por ello convincentes.
Mis padres eran obreros, supe lo que era pasar hambre, cuando ellos quedaban
desempleados; supe lo que es estudiar con libros viejos; supe lo que es vestir ropa
usada por otros y no estrenar en diciembre, o lo que es ver juguetes en vidrieras
de tiendas o en manos de otros niños, sin poder disfrutar de unos iguales.
De modo pues, que yo sí sé lo que digo, cuando hablo de surgir y superarnos por
esfuerzo, estudio y trabajo”.
Esta vivencia, o cualquier otra parecida que usted o yo compartamos con nuestros
interlocutores, normalmente atrapan la atención de ellos y puede resultar
persuasiva. Recuerde que lo humano, lo testimonial, historias o anécdotas, suelen
mover más el ánimo de la gente, que una larga disertación filosófica o racional.
En todo caso, lo fundamental en este punto es dejar claro que usted debe
confirmar con pruebas sus ideas principales y secundarias.
D) Impacto final o epílogo. Son las palabras finales con las cuales cierra el discurso.
Ellas deben impactar al auditorio, ya que por ser las últimas, podrían ser las que los
oyentes recuerden más fácilmente. Un buen final es vital para lograr que el discurso
sea recordado por la audiencia. El epílogo, muchas veces, es una frase que resume o
caricaturiza la idea central o proposición del discurso, otras veces el epílogo puede
estar constituido por las mismas palabras o frases del exordio, es decir, concluir la
disertación con las mismas palabras con las que se inició.
Las últimas palabras de su discurso, por ser tan trascendentes e importantes como el
impacto inicial, no deben ser dejadas a la improvisación o inspiración del momento.
El orador medirá cada palabra, redondeará una frase de peso e impacto, porque una
vez pronunciada, una vez que usted haya concluido su discurso, ya no podrá añadir
nada más. Lo dicho no podrá ser alterado, la audiencia se quedará -en gran medida-
con eso que usted dijo al finalizar.
El “final” es muy importante para “dejarlo para el final”, prevéalo desde temprano.
Hay oradores que lo primero que hacen es precisar cómo van a concluir, incluso
escriben su frase final, su epílogo, antes que el impacto inicial o el resto de lo que
constituirá su chuleta; yo me cuento entre ellos.
También, en la vida real, fuera del laboratorio, he encontrado oradores que ya dijeron
lo que tenían que decir, cuando comienzan como un avión a descender buscando
pista, pero vuelven a tomar vuelo porque no supieron ponerle fin al viaje;
recomenzarán el aterrizaje y repetirán la historia anterior, tantas veces, que lo bueno
que dijeron al inicio y en el transcurso de sus discursos, se pierde al final, al prorrogar
inconvenientemente sus disertaciones por no tener preparado el impacto final, por no
saber dónde aterrizar.
Tampoco usted debe terminar de sopetón, sin haber preparado el ambiente, como si
se le hubiera acabado la gasolina o perdido las ganas de hablar. Usted montará su
frase final en un pedestal que fabricará previamente. La audiencia, preparada por
usted, estará esperando las palabras de remate, el puntillazo. Sus interlocutores deben
saber o intuir que están frente al epílogo. En consecuencia, el buen orador abre el
camino y genera la expectativa que permita colocar en alto su final, para que sea
recordado. De alguna manera es como el amor, que no debe concluir abruptamente:
se anuncia el final, es esperado y genera un estado anímico especial.
El orador no debe quedar como balanceándose en una cuerda, tiene que colocar de
manera visible el punto final, y éste debe ser contundente, resumir la idea principal,
recordar lo que se dijo, aquello de lo que se persuadió o pretendió persuadir.
Exhortar y retar son dos instrumentos útiles para un buen final. El exhorto es una
invitación a hacer, es estimular y animar a la acción de acuerdo al mensaje del
discurso. Retar a hacerlo puede ser un buen complemento. Desafíe después de haber
exhortado a actuar. Desafiar no es agredir, es invitar a ponerse metas y a cumplirlas,
el desafío debe ser siempre en beneficio directo o indirecto de la audiencia, de los
interlocutores.
Así como el orador debe evitar la prisa por concluir, como si quisiera quitarse un
escaparate de encima, tampoco debe hacer interminable la conclusión. Si usted
anuncia que va a finalizar, finalice. Es frecuente escuchar discursos en los que diez
veces se nos dice, con minutos de intervalo, “ya para concluir”, “y por último”, “al
final de mi discurso quiero”, “concluyo diciéndoles”, y otras expresiones semejantes
que nos indican que se lanza, pero no cae.
Cosa distinta es cuando usted siente que tiene agarrado al público, y a pesar de haber
hablado bastante, aún tiene que decirle, podría expresar algo así como, “ya se han
hecho muy largas estas palabras, yo quizás debería concluir ahora”... Si escucha un
contundente “no” o un “continúe”, puede hacerlo, pero no exagere, recuerde que
breve y bueno es dos veces bueno. Por el contrario, sería lamentable que se entere
que algunos respondieron “finalice de una vez”, “menos mal”, “hace tiempo que
debió concluir”.
Por el comienzo y el final se determina, en mucho, la calidad del orador. Allí debe
concentrar buena parte de su tiempo al preparar el discurso. “Por las entradas y los
mutis los conoceréis”, es un refrán referido a los actores en el teatro. Puede decirse
exactamente lo mismo de los oradores.
Winston Churchill, el gran orador de la Gran Bretaña del siglo pasado, habría
expresado con razón que “Un buen discurso es un buen comienzo, cualquier cosa en
el medio, y un buen final”. Por supuesto que Churchill sabía de la importancia de lo
que se dice en el discurso, de la sustancia de él, es decir de lo que se quiere persuadir,
pero quiso con esta frase poner de manifiesto la importancia del impacto inicial y del
impacto final: cuando estos son buenos y el discurso es breve, será siempre un buen
discurso.
En definitiva, como expresa el dicho popular, “Bien está lo que bien acaba”.
No exagere con los apoyos, de forma tal que su propio discurso quede tapado, oculto
entre tantos elementos que son para complementar, para ayudar, no para sustituir. Utilice
lo que le resulte eficiente y mejore su comunicación.
Por supuesto que usted debe conocer la variedad de recursos que pone a su
disposición el avance de la técnica, y debe aprender a utilizar aquellos en los que se va a
apoyar, sabiendo cuáles se adaptan mejor a su estilo y a la exposición misma que hará.
Recuerde siempre que el apoyo es “apoyo”, si le ayuda a conseguir su objetivo. El apoyo
debe servirle a usted, no usted a él.
Si ha decidido hacer uso de algunos apoyos, debe diseñarlos dentro del contexto de su
discurso, deben estar incluidos en su chuleta, con indicación del momento preciso en el
cual deben aparecer en escena. La precisión acá es muy útil, la improvisación es
desaconsejable.
Luego grabe la práctica de su discurso, bien sólo la voz, o mucho mejor aún en video,
para luego oírse, verse y auto corregirse.
Después de practicar solo, resulta conveniente que una o varias personas le escuchen,
le hagan observaciones y den opiniones; incluso mejor si los estimula previamente a que,
una vez concluida su exposición, le formulen preguntas, además de hacerle
observaciones y críticas que le permitan avanzar.
¿Qué puede salir mal? Si hay algo que usted está convencido que saldrá mal, le saldrá
mal, en consecuencia subsane el problema antes de producirse, utilice opciones y vías
alternas. Prever contingencias resulta importante, incluso, contingencias de alto calibre
tales como si comienza a llover en un auditorio abierto o semi-abierto, si se va la
electricidad, si falla el micrófono o el videobeam se estropea. Prever las contingencias le
permite estar preparado ante ellas. Repetiré una vieja frase, que por vieja no pierde valor:
“Más vale prevenir que lamentar”.
Al medir el tiempo de su discurso durante los ensayos, incluya el uso de los apoyos
previstos, para tener una medición real de la longitud del mismo. Cuando practique para
medir la duración de su alocución, pronuncie su discurso con las pausas o rapidez, con el
tono y ritmo de voz que piensa utilizar en el escenario. Si el desarrollo de la chuleta
preparada excede del tiempo previsto, NO acelere el ritmo de su discurso, sería un error;
lo acertado es revisar su chuleta y disminuir las cosas a decir, para que pronunciándolo
con el ritmo y modulación deseados, el tiempo le alcance. Un discurso bueno y breve -ya
está dicho- es dos veces bueno.
b) Léalo en voz alta y marque donde hará pausas (tal vez un slash “/” le servirá
para marcarlas). Haga señas donde le gustaría subir o bajar el volumen de la voz,
(es probable que una flecha indicando hacia arriba o hacia abajo pueda serle
útil). Determine y marque los énfasis que le gustaría hacer, y dónde desearía leer
más rápido o más despacio ciertas palabras o frases.
c) Pronuncie claramente las palabras que lee y hágalo con naturalidad, sin
deletrearlas; vocalice bien.
e) Gesticule, su rostro, sus manos y todo su cuerpo deben transmitir lo que lee.
Usted hace llegar a sus interlocutores lo que está leyendo, no solo con las
palabras que emite, sino con sus ojos y su gesto, con su expresión corporal.
Haga que su cuerpo hable, como si usted fuera mudo y solo se estuviera
comunicando con gestos.
“Puedo asegurarle que todas estas molestias -a veces parecerán exactamente eso-
tendrán una espléndida recompensa. Al aparecer ante el grupo al que vaya a
dirigirse, se sentirá más seguro y más tranquilo de lo que imaginaba, y, cuando
termine, dará a su intervención una nota mucho más alta de lo que preveía. Pocas
sensaciones le procurarán un más exquisito placer que la acertada pronunciación
de un buen discurso ante un público receptivo. Resulta muy satisfactorio comprobar
que, gracias a una rigurosa y atenta preparación, y sin la ayuda de compañeros o
un esfuerzo común o el favor de algún benefactor, ha conseguido usted imponerse y,
durante un breve período de tiempo, ser un triunfador.
Para poder hacerlo con soltura, tiene que prepararse y practicar. La preparación
no puede sustituirse por nada”.
Escuchar una lectura puede ser algo pesado y aburrido para el escucha, si el lector
no modula su voz, lee incorrectamente y no observa los signos de puntuación, o
respira de manera impropia sin tomar el aire necesario para pronunciar
adecuadamente todas las palabras. Por el contrario, hacer las pausas correctas,
entonar bien y hacer los énfasis necesarios, todo con buena gesticulación y contacto
visual es un deleite para el escucha-interlocutor, quien encontrará sentido a la
lectura.
Respire profundo, haga respiración abdominal para que llene plenamente sus
pulmones. Nunca comience a hablar sin haber inhalado profundamente, así estará en
mejores condiciones para arrancar la tarea.
Recuerde que su discurso es algo más que ideas y palabras, es emoción. Si usted está
frío anímicamente, su disertación será igualmente fría. Conmueve el que está conmovido,
emociona el que está emocionado, luego levante su estado anímico.
La primera pregunta que usted debe hacerse es si logró sus objetivos, si persuadió y
en qué grado. Hay interrogantes elementales que usted debe responderse y sería útil que
otros le ayudasen a responder, para añadir a la autocrítica, la crítica buena que puedan
hacerle otras personas, para la retroalimentación de su experiencia. Pregúntese, ¿cómo lo
hizo?, ¿cómo lo vieron?, ¿cómo lo oyeron?, ¿está satisfecho con la forma como
transmitió su mensaje?, ¿percibió que la gente captaba?, ¿cuánto convenció?, ¿cuál fue su
mayor acierto, lo que hizo mejor?, ¿qué hizo mal?, ¿qué podría mejorar?, ¿cómo utilizó
su tiempo? Evalúe su respiración así como su contacto visual, su gesticulación y por
supuesto, su voz y las modulaciones que hizo durante el discurso. Complemente su
evaluación con la opinión espontánea que otros le den, sin usted solicitarla, con aquello
que comenten y, por último, con lo que respondan los amigos a quienes usted interrogue
al respecto.
Con la evaluación que usted haga, habrá concluido el ciclo del discurso, habrá
cumplido con el “Decálogo del Discurso Persuasivo”, habrá dado los 10 pasos que
comenzaron con la definición del objetivo y concluyeron con el balance de lo logrado.
Ya está usted preparándose para sus próximas alocuciones. Dio un paso adelante, siga
dándolos, el camino es suyo.