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LA FORMACIÓN DE LAS ACTITUDES

Las actitudes tienen varios orígenes reconocidos a través de la investigación experimental.


Algunas actitudes tienen un origen genético.
La formación de algunas evaluaciones está incorporada a nuestra filogénesis. Esto
es lo que ocurre con nuestra actitud hacia ciertos estímulos muy concretos, tales
como serpientes, arañas o determinados sonidos y sabores, y cuyo origen parece
radicar en mecanismos relativamente innatos que han favorecido a la especie en
épocas ancestrales.

Hay actitudes que se forman a partir de información cognitiva.


Otras actitudes se basan en juicios sobre lo que nos gusta, o con lo que estamos de acuerdo, en
función de lo que pensemos acerca de las cualidades positivas o negativas que posea el objeto de actitud
o bien, de cómo puede ayudarnos a conseguir nuestras metas. Estar en
contacto diariamente con numerosos objetos y personas provoca que
desarrollemos creencias que describen y valoran a esos objetos y personas.
Así, aprendemos que nuestros padres nos protegen, que las fresas tienen buen
sabor o que si manipulamos un cactus nos podemos pinchar. Por otra parte,
existe otro tipo de objetos y temas con los cuales puede que no hayamos
tenido una experiencia personal, y así, es probable que nunca hayamos
convivido con los aborígenes de Australia, ni hayamos probado la heroína, pero, basándonos en
experiencias indirectas, provenientes de terceras personas, somos capaces de desarrollar actitudes hacia
estos objetos. Nuestros grupos de referencia, ya sean los padres a edades más tempranas o nuestros
compañeros y amigos a lo largo de las etapas del desarrollo, nos van proporcionando criterios mediante
los cuales formar nuestras actitudes y comportamientos.

Hay actitudes que se forman a partir de información afectiva.


Un modo en que esto puede tener lugar es mediante el condicionamiento clásico, una forma de
aprendizaje en la que un estímulo que inicialmente no evoca ninguna respuesta emocional (estímulo
condicionado) termina por inducir dicha respuesta como consecuencia de su emparejamiento sucesivo
con otro estímulo (estímulo incondicionado), que sí provoca naturalmente la mencionada respuesta
afectiva.
En uno de los primeros estudios sobre formación de actitudes a través del condicionamiento clásico,
Staats y Staats (1958) presentaron de manera repetida a los participantes palabras significativas (por
ejemplo, grande) emparejadas con estímulos incondicionados aversivos (choques o ruidos fuertes). Más
tarde, aquellas palabras se presentaron solas y se pidió a los participantes que las
evaluaran una escala desagradable-agradable de siete puntos. Mientras completaban
esta tarea, se midió la excitación fisiológica de los participantes por medio de la
respuesta psicogalvánica de la piel. Consistente con la hipótesis del condicionamiento
clásico, los participantes mostraron un aumento de la excitación en respuesta a la
presentación de las palabras condicionadas, pero poca excitación en respuesta a
palabras de control. Además, en comparación con un grupo control que no había sido
sometido al tratamiento experimental, los participantes también expresaron
actitudes negativas más extremas hacia las palabras condicionadas.
La formación de actitudes a través de procesos de condicionamiento es un
procedimiento utilizado con mucha frecuencia ya que no requiere un esfuerzo mental por parte de la
persona condicionada. Así, la inclusión de estímulos atractivos, como modelos, música, humor o paisajes,
utilizados en las campañas publicitarias de las marcas comerciales, reflejan el intento de formar actitudes
a través del condicionamiento clásico, especialmente cuando se lanza alguna nueva marca de la que no se
tiene información previa.
Otra forma de aprendizaje mediante asociación afectiva es el que tiene lugar mediante priming
afectivo que es igual al proceso descrito anteriormente pero exponiendo el estímulo incondicionado antes
que el condicionado. En un experimento (Krosnick, Betz, Jussim, y Lynn, 1992) se presentó a los
participantes fotos de un grupo de amigos o fotos de serpientes seguidas de fotos de una persona
realizando distintas actividades. Los participantes juzgaron a la persona y las actividades que realizaba de
forma más positiva cuando habían visto antes material positivo (amigos) que cuando fueron expuestos al
material negativo (serpientes).
Finalmente, otra forma de aprendizaje por asociación afectiva tiene lugar por mera exposición. Esto es,
se pueden formar actitudes sin necesidad de emparejar unos estímulos con otros, basta con presentar un
estímulo repetidas veces para que acabe por gustar. La simple repetición de un estímulo puede llevar a
evaluaciones más positivas de dicho estímulo incluso cuando las personas no reconocen haberlo visto con
anterioridad.
Zajonc (1968) llevó a cabo varios experimentos en los que el incremento de la exposición produjo un
mayor agrado por objetos que antes eran neutrales. En un estudio, se les dijo a estudiantes universitarios
que iban a participar en un experimento sobre cómo las personas aprenden un idioma extranjero. Luego
se les mostraron diez caracteres chinos durante dos segundos, con instrucciones de poner mucha
atención conforme aparecían en la pantalla. Dos de los caracteres se presentaron una sola vez, otros dos
se presentaron dos veces, otros dos cinco veces, otros dos diez veces y otros dos 25 veces. Además de
estos diez caracteres, Zajonc tenía otros dos caracteres que los
participantes no vieron en absoluto. Una vez se terminó la exposición,
se dijo a los participantes que los caracteres eran adjetivos chinos y que
la tarea que debían hacer era adivinar su significado. El experimentador
se apresuró a agregar que sabía que sería casi imposible que adivinaran
el adjetivo exacto; por consiguiente, tan sólo deberían indicar si cada
carácter significaba algo bueno o malo en chino. A continuación los
participantes calificaron los caracteres mediante una escala
bueno-malo de siete puntos. Los resultados mostraron que cuanto más
a menudo era repetido un carácter, más favorable estimaban los participantes su significado.
Esto se debe a que la repetida exposición a un estímulo hace que sea más familiar, lo hace más fácil de
procesar y ello llevaría a una respuesta más positiva. Aunque las personas no reconozcan
conscientemente que un determinado estímulo se les ha presentado varias veces con anterioridad, eso no
implica necesariamente que no sean conscientes de que dicho estímulo es más fácil de percibir y procesar
(explicación de la fluidez perceptiva). Complementariamente, la familiaridad reduce tanto la
incertidumbre como la competición de respuestas que la nueva información genera, llevando
directamente a una mayor preferencia (Explicación de la reducción de incertidumbre).

Hay actitudes que se forman a partir de información conductual


La Psicología social se ha centrado en el estudio de los mecanismos psicológicos que explican la
influencia de la conducta sobre los propios estados internos. Los más conocidos se refieren al
condicionamiento operante, la autopercepción y los cambios producidos en la expresión facial. Hay otros
muy importantes que se fundamentan o se han derivado de la teoría de la disonancia
cognitiva que se tratan en otra lectura.
En efecto, las actitudes también pueden formarse por medio de refuerzos y castigos. De
acuerdo con los principios del condicionamiento operante, cuando una acción hacia un
objeto es recompensada o reforzada, es probable que se repita en el futuro. Por otra
parte, si el comportamiento no es recompensado o es castigado, son menos probables las
acciones futuras similares. Los teóricos del aprendizaje que estudian las actitudes sostienen que este
incremento o decremento del comportamiento será acompañado por una actitud consistente con el
comportamiento. Por ejemplo, si los padres y maestros de un niño lo elogian por salir bien en
matemáticas, puede redoblar sus esfuerzos y desarrollar una actitud positiva hacia matemáticas en
general. Sin embargo, si sus logros académicos pasan sin recompensa, su interés en las matemáticas
puede disminuir y con el tiempo extinguirse. Es probable que también desarrolle una actitud negativa
hacia la materia.
Aunque las actitudes pueden desarrollarse al ser recompensadas y castigadas en forma directa cuando
interactúan con el objeto de la actitud, también pueden desarrollarse a través medios indirectos de
aprendizaje por observación (Bandura, 1986). En tales casos, las actitudes son moldeadas al observar a
otras personas siendo reforzadas o castigadas cuando interactúan con el objeto de la actitud. Por tanto,
por ejemplo, usted podría desarrollar un desagrado por la escalada en roca después que un amigo se
lesiona mientras escala.
También la autopercepción es un modo de aprender actitudes. Daryl Bem afirma que con frecuencia
no sabemos cuáles son nuestras actitudes y, en consecuencia las inferimos a partir de nuestro
comportamiento y las circunstancias bajo las cuales ocurre el comportamiento. La teoría de Bem es una
explicación radical del concepto de actitud, debido a que sostiene que, en lugar que las actitudes causen
el comportamiento, es el comportamiento el que causa las actitudes. La teoría de la autopercepción
sostiene que cuando formamos actitudes, funcionamos como un observador, viendo nuestro
comportamiento y luego atribuyéndolo a una fuente externa (la situación) o interna (actitud). En forma
comparable con el principio de descuento en el modelo de covariación de Kelley de la atribución, Bem
afirmó que es más probable que hagamos inferencias de actitud cuando nuestro comportamiento es
elegido libremente en lugar de coaccionado. Si usted tiene un poco de experiencia previa con un objeto
de actitud, o sus actitudes están definidas con vaguedad, puede inferir sus actitudes al observar su
comportamiento. Sin embargo, cuando posee actitudes bien definidas sobre un tema particular, es mucho
menos probable que atender a su comportamiento influya en cualquier
cambio de actitud.
Finalmente, las actitudes pueden formarse por medio de cambios en
la expresión, facial, movimientos de cabeza y postura corporal. Por
ejemplo, en un experimento innovador, el psicólogo alemán Fritz Strack
y sus colegas (1988) pidieron a estudiantes universitarios que sostu-
vieran un bolígrafo en sus bocas mientras se les mostraba una serie de
caricaturas divertidas. Los participantes en la condición de labios fueron
instruidos a sostener con firmeza el bolígrafo con sus labios, mientras a
aquellos en la condición de dientes se les instruyó a sostener el
bolígrafo 'con sus dientes frontales. En una condición de control, a los
participantes se les dijo que sostuvieran el bolígrafo en su mano no
dominante. Después de leer las caricaturas, todos los estudiantes
estimaron qué tan divertidas eran utilizando una escala de diez puntos.
Los resultados indicaron que los participantes que sostuvieron el
bolígrafo entre sus dientes encontraron que las caricaturas eran más
divertidas, seguidos de aquellos que lo habían sostenido con la mano. Los estudiantes que sostuvieron el
bolígrafo con sus labios dieron a las caricaturas las calificaciones más bajas de diversión. ¿Por qué piensa
que fue así?
Este estudio es importante porque indica que aun cuando las personas no se percatan de que tienen
una expresión particular, el movimiento de los músculos faciales puede alterar su estado de ánimo. En
otras palabras, pueden no ser necesarios los procesos de autopercepción reconocidos de manera
consciente para que funcione la retroalimentación facial.

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