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Historia de Al-Andalus

El término Al-Andalus es utilizado en referencia al territorio de la península Ibérica bajo


el control político del Islam durante la Edad Media, desde el 711, cuando los árabes
invadieron el reino visigodo establecido en la actual España, hasta 1492, cuando su último
bastión, el reino de Granada, fue conquistado por los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón
e Isabel I de Castilla. El nombre Al-Andalus procede del pueblo germánico de los vándalos,
que había ocupado España en el siglo V.
Esquema
1. Invasión árabe de España y el Emirato Dependiente (711-756)
2. El Emirato Independiente de los Omeyas (756-929)
3. La Edad de Oro de Al-Andalus: el Califato de Córdoba (929-1030)
3.1. El período amirí: las campañas de Almanzor (976-1009)
3.2. La gran Fitna (1009-1030)
4) Las taifas y el Imperio almorávide (1030-1146)
5) Reunificación de Al-Andalus: el Imperio almohade (1146-1212)
6) El avance principal de la Reconquista y el Reino Nazarí de Granada (1212-1492)
6.1. El final de Al-Andalus: el Reino Nazarí de Granada (1237-1492)
7) Vida económica, social y política de Al-Andalus
7.1. El poder político-religioso
Invasión árabe de España y el Emirato Dependiente (711-
756)
Durante la segunda mitad del siglo VII, el Estado visigodo sufrió una auténtica guerra
civil originada por los esfuerzos de los reyes visigodos para imponerse a la nobleza, que
culminó en un conflicto entre las familias de los reyes Chindasvinto y Wamba, a inicios del
siglo VIII. El valí (gobernador árabe) del Norte de África, Musa ibn Nusayr (c.640-c.717),
planificó la conquista islámica de España aprovechando la crisis política interior del reino
visigodo. El subalterno de Musa, Tariq ibn Ziyad, gobernador de Tánger, desembarcó en
España con 7.000 hombres en abril del 711, logrando consolidar una cabeza de puente en
Gibraltar, tras ser reforzado con otros 5.000 soldados.
El rey visigodo Rodrigo (710-711), que combatía en el norte contra los vascones, debió
marchar apresuradamente al sur a enfrentarse a los invasores. En la batalla del Guadalete
(julio del 711), los musulmanes derrotaron al Ejército visigodo sin paliativos, debido a la
traición de los militares favorables a Agila II, hijo del predecesor de Rodrigo, Witiza (702-
710). Tras la muerte de Rodrigo, Tariq conquistó Toledo y Guadalajara. Musa ibn Nusayr
desembarcó en Gibraltar en 712 con 18.000 hombres y tomó Sevilla y Mérida, para
reencontrarse con Tariq en Toledo.
Desde allí, el Ejército islámico comandado por Tariq y Musa conquistó Zaragoza,
Asturias y Galicia. En septiembre del 714, Musa y Tariq fueron llamados a Damasco por el
Califa Omeya Sulimán I (715-717) para rendir cuentas de su invasión a España. Musa dejó a
su hijo Abd el-Aziz, como primer Emir de Al-Andalus (714-716), quien conquistó Portugal,
Málaga, Granada, Pamplona, Tarragona, Gerona y Narbona. Además, Murcia fue anexada tras
un acuerdo con el conde Teodomiro, en el cual, Egilona, viuda de Rodrigo, se casó con Abd
el-Aziz. La capital fue establecida inicialmente en Sevilla para después quedar finalmente en
Córdoba.
Durante los próximos 42 años, Al-Andalus fue una provincia del Imperio islámico de
los Omeyas, dirigida por un gobernador nombrado por el valí del Norte de África. Durante
esta primera etapa denominada Emirato Dependiente, se produjeron numerosos
enfrentamientos entre los bandos de la aristocracia árabe. Pero el conflicto más grave estuvo
protagonizado por los bereberes, en el 741, al sentirse discriminados frente a los árabes. Para
sofocar la rebelión acudió un importante contingente de sirios que acabaron asentándose en la
península Ibérica. La inestabilidad política de Al-Andalus permitió al reino de Asturias,
surgido tras la batalla de Covadonga (722), afianzar su independencia.
Los árabes no impusieron la religión musulmana a la población de la España recién
conquistada; ésta pasó a formar parte de las “gentes del libro”, es decir, de los adeptos a las
religiones reveladas. Al igual que las pequeñas comunidades judías, los españoles cristianos
pudieron conservar el libre ejercicio de su culto, pero al continuar vinculados a su antigua
religión, debían pagar impuestos especiales. Muchos españoles, a quienes el gobierno
visigodo había privado de sus bienes, optaron por la conversión al Islam, lo que les confería
de forma automática el disfrute del estatuto personal de los musulmanes de nacimiento.
Estos neo-musulmanes formaron el núcleo más nutrido de la población islámica, sobre
todo en el sur y este de España y eran denominados en al-Ándalus con el término genérico de
muwalladun (muladíes). Los españoles que no se convirtieron al Islam y conservaron la fe
cristiana fueron llamados mozárabes (musta'rib), los cuales constituyeron las comunidades
más numerosas y prósperas de Toledo, Córdoba, Sevilla y Mérida, a mediados del siglo VIII.
En cuanto a los judíos de España, que habitaban principalmente en ciudades conservaron el
derecho a practicar su culto, pero debieron pagar los impuestos especiales que recaían sobre
los tributarios. En 732, el emir Abd al-Rahman ibn 'Abd Allah al-Gafiqi invadió Francia,
llegando hasta Tours, donde fue derrotado por el regente franco Carlos Martel (688-741), en
lo que fue una batalla muy nivelada hasta que se conoció la noticia de la muerte de Abd al-
Rahman en combate, lo cual ocasionó la retirada de los mulsumanes. El límite septentrional
de Al-Andalus se estableció en el río Aude, al norte de los Pirineos.
El Emirato Independiente de los Omeyas (756-929)
En el año 750, la familia Abasí, descendiente del tío de Mahoma, Abbas, fomentó una
revuelta en Irán y derrocó al Califato Omeya, desacreditado en gran parte de los musulmanes.
Solo un joven de 19 años, Abd al-Rahman (731-788), logró escapar al Norte de África. En el
año 756 llegó a España, donde logró hacerse con el gobierno, proclamándose Emir
Independiente como Abd al-Rahman I (756-788). Éste tuvo que hacer frente a numerosas
revueltas e intentos secesionistas promovidos por los diferentes grupos árabes y bereberes. En
777 el gobernador de Zaragoza, Sulaimán, solicitó la intervención de Carlomagno para
desligarse de la autoridad cordobesa, en lo que terminó en un rotundo fracaso, pues las tropas
de Carlomagno no pudieron tomar la ciudad y en el retorno fueron aniquiladas por los
vascones en el paso de Roncesvalles (778).
Abd al-Rahman I se mantuvo en el poder con el respaldo de un Ejército de mercenarios
bereberes. El emir organizó el gobierno de al-Ándalus según el modelo de la corte de
Damasco. Durante su reinado se inició la construcción de la mezquita de Córdoba. A Abd al-
Rahman I le sucedieron su hijo Hisam I (788-796), que frenó el avance cristiano en el norte,
contra el que dirigió sucesivas campañas de castigo; Al-Hakam I (796-822), que afrontó el
descontento de la población muladí por la política filo-árabe de los Omeyas, con rebeliones en
Toledo (798) y Córdoba (818); y Abd al-Rahman II (822-852), que vivió en una época de paz
que le permitió llevar a cabo una profunda reorganización del Estado de acuerdo con la
administración Abasí.
Abd al-Rahman II favoreció el desarrollo de la industria y el comercio e impulsó el
proceso de urbanización del territorio andalusí con la fundación de nuevas ciudades como
Murcia, Madrid o Úbeda (Jaén). Durante su reinado, los normandos atacaron Lisboa y Sevilla
(844). Abd al-Rahman fue sucedido por su hijo Muhammad I (852-886), quien tuvo que hacer
frente a los movimientos separatistas de las marcas fronterizas. En el 879 comenzó la rebelión
de los muladíes andalusíes, dirigidos por Omar ibn Hafsun, que se prolongaría hasta
comienzos del siglo X; Al-Mundir (886-888), que en su breve reinado logró la rendición de
Omar ibn Hafsun, pero luego éste urdió un ardid para escapar; y Abd Allah (888-912), en
cuyo reinado se agudizaron las tensiones existentes en al-Ándalus entre la nobleza árabe y los
muladíes, sobre todo en Sevilla y Granada.
Pero el problema más grave que Abd Allah tuvo que enfrentar fue la rebelión de Omar
ibn Hafsun, que desde Bobastro había extendido su dominio en Andalucía. La autoridad de
Abd Allah sobre las marcas fronterizas era prácticamente inexistente. El emir controlaba la
capital y sus alrededores, pero el resto de al-Andalus estaba fragmentado en dominios
autónomos. La debilidad del Estado cordobés facilitó el avance cristiano, que había llegado al
río Duero. Abd Allah fue sucedido por su nieto Abd al-Rahman III (891-961).
La Edad de Oro de Al-Andalus: el Califato de Córdoba
(929-1030)
El nuevo Emir Abd al-Rahman III, de 21 años de edad, debió enfrentar la
desintegración en muchos poderes autónomos de al-Ándalus. El emir restableció el orden y la
autoridad de los Omeyas, tras acabar con el problema más urgente, la sublevación de Omar
ibn Hafsun, extendida por amplias zonas de Andalucía. La ocupación de la fortaleza de
Bobastro (sierra de Málaga) en 928 supuso el final de la rebelión, mantenida por los hijos de
Omar. Paralelamente fueron sometidos los señores locales semi-autónomos de Andalucía. En
929, Abd al-Rahman III (929-961) se proclamó Califa, sucesor del profeta Mahoma y
Príncipe de los Creyentes, lo que supuso la independencia religiosa de al-Ándalus con
respecto al Califato Abasí. En los años siguientes impuso su autoridad sobre las marcas
fronterizas, que desde el siglo IX se mantenían al margen de la autoridad de Córdoba.
Las acciones de Abd al-Rahman III no se limitaron a extender su poder político sobre
al-Ándalus. La debilidad del Estado había concedido un avance significativo de las fronteras
de los reinos cristianos hacia el sur. En 920 derrotó en Valdejunquera a la coalición formada
por el rey de León Ordoño II (914-924) y el de Navarra Sancho Garcés I (905-925). Pero en
939 fue vencido en Simancas por el rey de León Ramiro II (931-951). Pese a ello, el califa se
convirtió en el árbitro de las disputas entre los cristianos. En el norte de África, Abd al-
Rahman III consiguió compensar el poder de los Fatimíes al conquistar Ceuta (927) y Melilla
(931), ya que la pretensión fatimí de conquistar al-Andalus fue uno de los principales motivos
que impulsaron a Abd al-Rahman III a proclamarse califa.
Desde ese momento fue reconocida la soberanía andalusí sobre el territorio situado al
oeste de Argel. Abd al-Rahman III ejerció un poder absoluto, favorecido por una
administración eficaz y un Ejército vigoroso de mercenarios. Durante su reinado al-Ándalus
disfrutó de una época de paz y prosperidad. Córdoba fue ampliada y enriquecida y se inició la
construcción de la ciudad-palacio de Medinat al-Zahara al noreste de la capital (936). Su hijo,
Al-Hakam II (915-976), segundo Califa de Córdoba (961-976), conoció durante su reinado la
época más brillante de al-Andalus, al conjugarse la fortaleza militar, la prosperidad
económica y el esplendor cultural y artístico.
Al igual que su padre, Al-Hakam II mantuvo una política de intervencionismo y
arbitraje en los reinos cristianos, sin conflictos con éstos. No obstante, los embajadores
cristianos le rendían pleitesía al califa en Córdoba. En el norte de África, Al-Hakam II se
benefició de las rivalidades entre las tribus bereberes para mantener y agrandar su influencia
en Marruecos. Al-Hakam II apreciaba profundamente las artes y las letras y procuró que la
biblioteca califal fuera una de las mejores del mundo islámico, la cual llegó a contar con más
de 400.000 libros. La paz reinante en Al-Andalus solo fue interrumpida por los ataques
normandos contra Lisboa.
El período Amirí: las campañas de Almanzor (976-1009)
A la muerte de Al-Hakam II, Muhammad ibn Abí Amir (940-1002), cadí (juez)
perteneciente al gobierno califal, logró imponer, aliado al visir Yafar al-Mushafi, al hijo de
Al-Hakam II, Hisam II (965-1013?) como nuevo califa, en medio de las intrigas por el trono,
ya que muchos preferían como califa al hermano de al-Hakam II, al-Mughira. Para afianzar a
Hisam II en el trono, al-Mughira fue asesinado por Almanzor. El nombre castellanizado de
Almanzor procede de Al-Mansur (el Victorioso, en árabe), título ganado en 981 tras una gran
victoria contra los cristianos en Atienza, que habían aprovechado la crisis política interior del
Califato para invadir el valle del Tajo. Almanzor liquidó a sus rivales al-Mushafi y al célebre
general Galib. Además, Hisam II evidentemente padecía de retraso mental y severos
problemas de motricidad, debido a que tenía la parte izquierda del rostro paralizada.
Una crónica de la época afirma que “no tenía Hisam de la realeza otra cosa que la
invocación de su nombre sobre los púlpitos en la oración y su inscripción en las monedas y
banderas”, en referencia a su papel decorativo. Almanzor fue designado hayib (primer
ministro) e incluso edificó su propia ciudad-palacio: Almedina al-Zahira, adonde fue
transfiriendo las tareas de gobierno. Asimismo fue responsable de una considerable
ampliación de la mezquita de Córdoba. Las fuentes historiográficas árabes indican que dirigió
entre 50 y 60 campañas contra los reinos cristianos, de las que 2 fueron muy importantes,
pues finalizaron con los saqueos de Barcelona (985) y Santiago de Compostela (997), donde
sorpresivamente, respetó la tumba del apóstol Santiago. En 1002, cuando regresaba de su
última expedición, falleció camino de Medinaceli (según las crónicas cristianas, después de
haber sido derrotado en la batalla de Calatañazor, cerca de la actual Soria). Le sucedió en el
ejercicio de sus funciones su hijo Abd al-Malik.
La gran Fitna (“desintegración”)
En 1009, tras la muerte de Abd al-Malik, su hermano Abd al-Rahman Sanchuelo,
cometió el error garrafal de imponer su designación como heredero del Califa, lo cual generó
una rebelión en Córdoba que obligó a abdicar a Hisam II e instaló en el trono a Muhammad II
(1009-1010). Éste derrotó a Sulaimán al-Mustain, quien se había proclamado Califa. Sin
embargo, pocos meses después, era derrotado y muerto por los mercenarios eslavos, que
restauraron a Hisam II en el poder. Éste reinó hasta 1013, cuando fue depuesto por al-Mustain
(1013-1016). Después de su muerte, Alí ibn Hammud (1016-1018) impuso la paz junto a su
hermano Al-Qasim ibn Hammud (1018-1021).
Después de 1021, se inició una guerra civil o fitna (fraccionamiento). Entre 1021 y 1023
hubo 2 califas simultáneos en Córdoba y Málaga, hasta que en 1023 se restauró el califato
Omeya en Abd al-Rahman V (1023-1024) y Muhammad V (1024-1025). Éste último
emprendió una feroz represión sobre sus enemigos, pero no consiguió restablecer el orden y la
autoridad del Estado cordobés. A los pocos meses, los Hammudíes presionaron para recuperar
el poder y sitiaron la capital.
Muhammad III huyó de Córdoba, disfrazado de mujer, dejando el califato en manos de
Yahya ibn Alí ibn Hammud (1025-1027), miembro de los Hammudíes. Tras la muerte de
Yahya, las familias ilustres de Córdoba nombraron califa a Hisam III (1027-1031), quien
carecía de la fuerza necesaria para preservar la situación. En 1031 los notables de Córdoba
decidieron abolir el califato y sustituirlo por un consejo de gobierno, situación que desembocó
en los reinos de taifas.
Las taifas y el Imperio almorávide (1031-1146)
Desde que en 1009 el califa Hisam II fuera obligado a abdicar por la nobleza, al-
Andalus vivió años de profunda crisis, marcada por la guerra civil. Tal período, en el que se
sucedieron diversos califas, apoyados por las distintas facciones étnicas (árabes, bereberes y
eslavos), es conocido como fitna (fraccionamiento) y condujo finalmente, a la desintegración
del califato. Nominalmente, el último titular de éste fue Hisam III (1027-1031), pero la
quiebra política y administrativa, la desaparición del referente de una autoridad central, se
había producido en 1009.
En este contexto, múltiples gobernadores locales asumieron el poder en sus respectivas
áreas de influencia. Nacieron así los denominados reinos de taifas (del árabe ta'ifa,
“bandería”), que, en virtud de la identidad étnica de su clase dirigente, suelen ser divididos
para su estudio en bereberes, eslavos y andalusíes (árabes o muladíes). De ellos, los más
importantes fueron los de Badajoz, Toledo, Zaragoza (antiguas marcas Inferior, Media y
Superior, respectivamente), Granada y Sevilla. Pero existieron hasta casi 30 de estos pequeños
Estados, cuya vida sería efímera.
En 1085, el rey de Castilla y León, Alfonso VI (1072-1109), conquistó Toledo, lo cual
forzó a los reyes islámicos de Sevilla, Badajoz y Granada a solicitar la ayuda del Emir
almorávide Yusuf ibn Tasfin, que regía un vasto Imperio en el actual Marruecos, (reinado:
1061-1109). Yusuf derrotó en Sagrajas (23 de octubre de 1086) a Alfonso VI. En 1090, Yusuf
ibn Tasfin inició una campaña de expansión por la península Ibérica, conquistando Granada
(1090), Sevilla (1091), Badajoz (1094) y Valencia (1102), que había sido tomada en 1094 por
El Cid, que había fallecido en julio de 1099.
La Reconquista cristiana quedó paralizada con la unificación de Al-Andalus bajo el
Imperio almorávide. El vocablo almorávide procede de al-murabit, que significa “hombres
del 'ribat'”. El ribat es un monasterio fortificado islámico. Granada fue la capital española del
Imperio almorávide. En la batalla de Uclés (1108) infligieron una nueva derrota a Alfonso VI
y en 1110 tomaron Zaragoza, pero su dominio fue efímero. En 1118 el rey de Aragón Alfonso
I el Batallador (1104-1134) conquistó Zaragoza. Esta derrota constituyó una catástrofe para el
Imperio almorávide. En los años siguientes no consiguieron recuperar Toledo y el rey de
Castilla y León Alfonso VII (1126-1157) reanudó la ofensiva, derrotando a los almorávides
en diversas batallas entre 1139 y 1146. Al quebrarse su capacidad militar, la unidad de al-
Andalus se resquebrajó dando lugar a los segundos reinos de taifas. La decadencia del poder
almorávide en la península Ibérica coincidió con el declive de su Imperio norteafricano como
resultado de la expansión de los almohades.
El ocaso de los almorávides no se produjo solamente por factores externos. Su
implantación en al-Andalus tuvo un carácter militar y su fanatismo religioso contribuyó a
desintegrar la heterogénea sociedad de al-Andalus. La intransigencia de los almorávides
motivó la emigración de numerosos mozárabes y judíos hacia tierras cristianas, provocó el
descontento de la población y repercutió negativamente en el desarrollo de las letras, las
ciencias y la filosofía.
Reunificación de Al-Andalus: el Imperio almohade (1146-
1212)
En esas condiciones los cristianos, que en el Tratado de Tudillén (1151) se habían
repartido las futuras zonas de conquista, reanudaron el avance militar en al-Andalus. El rey de
Castilla Alfonso VIII conquistó Cuenca (1177), en tanto que el rey de León Fernando II tomó
Yeltes y Alcántara. Por su parte, Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de
Aragón, incorporó a sus dominios el bajo valle del Ebro al tomar Tortosa (1148) y Lérida
(1149). Su sucesor, Alfonso II, anexionó Teruel (1171). En el Norte de África, los almohades
surgieron como un movimiento religioso reformista que aglutinó a diversas tribus montañesas
del Atlas. Su dirigente, Ibn Tudmar (c. 1089-1128), se opuso radicalmente a los almorávides y
emprendió una reforma que suponía una reelaboración del dogma islámico. Sus seguidores
recibieron el nombre de al-muwahhidun, “los partidarios de la unicidad”.
Su primer Califa, Abd al-Mumin (1130-1163), conquistó los principales territorios
almorávides en el norte de África y España, con la toma de Marrakech (1147), que se
convirtió en la capital del Imperio almohade. Al tiempo que se extendían por el Magreb, los
almohades conquistaron el al-Andalus fragmentado en taifas. El dominio de España se inició
en 1147 con la anexión de Sevilla, pero no terminó hasta 1172, cuando el califa Yusuf I
(1163-1184) tomó Valencia y Murcia, que se había mantenido independiente bajo Ibn
Mardanis, “el Rey Lobo”. Sevilla se convirtió en la capital hispánica del Imperio almohade.
Además, Yusuf I recobró Alcántara en 1174. Sin embargo, murió en el asedio de Santarém,
en Portugal.
Consolidada la conquista de Al-Andalus, los almohades intensificaron su ofensiva
contra los reinos cristianos. El gran ataque se produjo en 1195 bajo el mando del califa Yusuf
II (1184-1199), que aplastó al Ejército castellano de Alfonso VIII en la batalla de Alarcos (19
de julio de 1195) y tomó Calatrava. En los años siguientes, los almohades dirigieron
campañas devastadoras contra León y Castilla. La gravedad de la situación obligó a los reyes
cristianos a relegar sus diferencias internas para unirse en un frente común contra los
almohades. En 1212 la coalición entre el rey de Castilla Alfonso VIII, el rey de Aragón Pedro
II (1196-1213) y el rey de Navarra Sancho VII (1194-1234), con el apoyo del Papa Inocencio
III (1198-1216), que le dio carácter de cruzada a la guerra con los almohades, lo cual propició
la intervención de nobles europeos, que al final, no intervinieron en la batalla decisiva.
El Ejército cristiano se reunió en Toledo. Desde allí, el 21 de junio, avanzaron hacia el
sur cosechando éxitos importantes, como la toma de Calatrava y tras la cual las fuerzas
europeas abandonaron al Ejército cristiano, al tiempo que se unía a éste el Ejército navarro de
Sancho VII. El contacto entre ambos ejércitos se produjo el 16 de julio —3 días después de
que las tropas cristianas divisaran el campamento del Ejército almohade comandado por su
califa Al-Nasir— en las Navas de Tolosa, donde los cristianos derrotaron sin paliativos a los
musulmanes. Esta gran victoria cristiana ocasionó la ruina del Imperio almohade y la división
de al-Andalus en los terceros reinos de taifas.
Los cristianos conquistaron gran parte de Andalucía. El régimen almohade fue una
dictadura militar. Sus dirigentes, que ejercían un poder absoluto, ostentaron el título de califa,
pero no contaron en ningún momento con el apoyo popular. Pese a todo, durante la
dominación almohade Al-Andalus vivió una época de indudable progreso económico y la
cultura y las artes tomaron un nuevo impulso. Los estudios filosóficos resurgieron en al-
Andalus de la mano de Averroes y Abentofail. La obra más conocida del arte almohade es la
Giralda de Sevilla, construida en el reinado de Yusuf II.
El avance principal de la Reconquista y el Reino Nazarí de
Granada (1212-1492)
Después de la victoria cristiana en las Navas de Tolosa, era obvio que la presencia
islámica en España había llegado a su final. Sin embargo, al-Andalus sobrevivió otros 2 siglos
y medio. Mientras tanto, los victoriosos reyes cristianos iniciaron el gran avance
reconquistador que redujo la presencia política islámica al reino de Granada, beneficiándose
de la división de Al-Andalus en un mosaico de taifas. En esta situación, el siglo XIII
contempló el máximo avance reconquistador de los cristianos de España. El primer rey
beneficiado de la victoria de las Navas de Tolosa, aunque no participó en ella, fue el rey de
León Alfonso IX (1188-1230), el cual tomó Cáceres (1227), Mérida y Badajoz (1230). Pero el
primer paso importante en la lucha contra el Islam lo dio Aragón, correspondiendo el
protagonismo de esa expansión a su rey Jaime I el Conquistador (1213-1276). En las Cortes
de Barcelona de 1228 se aprobó la campaña contra Mallorca. Una poderosa flota catalana
desembarcó en Mallorca, cuya capital, Palma, cayó en manos cristianas a finales de 1229.
En los años siguientes se anexaron Ibiza y Formentera, en tanto que Menorca,
convertida en tributaria, no fue incorporada hasta 1287. Aunque quedó en Mallorca población
mudéjar, acudieron a los repartimientos muchos pobladores catalanes. La conquista de
Valencia fue más larga, desde 1232 hasta 1245. La primera fase comenzó tras las Cortes de
Monzón de 1232, con la conquista de Burriana y Peñíscola. La segunda fase, iniciada en otras
Cortes de Monzón (1236), tuvo como hecho estelar la toma de Valencia en 1238. Poco
después, se procedió a un repartimiento de Valencia y sus ricos territorios próximos,
acudiendo a los mismos tanto catalanes como aragoneses. La tercera fase consistió en la
anexión del sur de Valencia, siendo sus momentos claves la toma de Cullera (1239) y Alcira
(1245). En Valencia permanecieron numerosos mudéjares, particularmente en el sur.
El protagonismo reconquistador del siglo XIII por lo que respecta a Castilla y León
correspondió al rey Fernando III el Santo (1217-1252), quien inició la actividad militar en el
alto Guadalquivir en 1224, con la toma de Andújar y Baeza. Tras la unificación de Castilla y
León en 1230, Fernando III reanudó la ofensiva en Andalucía con la anexión de Úbeda
(1233), Córdoba (1236) y Jaén (1246). En el avance hacia Sevilla cayeron Carmona, Lora y
Alcalá de Guadaira. Por fin, tras un largo asedio, tanto terrestre como fluvial, a finales de
1248 capituló Sevilla, la antigua capital de los almohades.
La Reconquista en el valle del Guadalquivir la completó Alfonso X, hijo de Fernando
III, con la toma de Jerez y Cádiz (1262). Se realizaron repartimientos en los territorios
andaluces recién ocupados, de cuyas ciudades fue expulsada la población musulmana.
Después de la revuelta de 1264, los mudéjares tuvieron que abandonar la Andalucía Bética.
Murcia, territorio que había sido adjudicado en los tratados de reparto en ciertas ocasiones a
Aragón y otras a Castilla, fue incorporado a Castilla en 1243, por obra del príncipe Alfonso,
futuro Alfonso X el Sabio (1252-1284). En los repartimientos murcianos hubo, junto a la
población mayoritaria castellana, una importante presencia de aragoneses. Los conflictos
fronterizos con Aragón, quien se había reservado la reconquista de Levante, se resolvieron en
el Tratado de Almizra (1244), firmado por Fernando III y Jaime I, en el cual se fijaban los
límites entre las zonas de expansión de Castilla y Aragón.
El final de Al-Andalus: El Reino Nazarí de Granada
Durante el caos en Al-Andalus durante la Reconquista cristiana, Muhammad I, sultán de
Arjona, entró en Granada en 1237 como rey (1237-1272) y tomó Málaga y Almería. Cuando
Fernando III tomó Jaén, en 1246, Muhammad I firmó una tregua de 20 años con éste. Pero
años después se alió con los Benimerines de Marruecos y apoyó las revueltas mudéjares de
Andalucía y Murcia, lo que motivó el ataque de Alfonso X contra Granada. Muhammad I
pertenecía a la familia árabe de los Banu Nasr, castellanizado como Nazarí. Los conflictos
internos de Castilla durante los siglos XIV y XV le permitieron a Granada mantener su
independencia. Los sucesores de Muhammad I fueron: Muhammad II (1273-1301),
Muhammad III (1301-1308), Nasr (1308-1313), Isma'il I (1313-1324), Muhammad IV (1324-
1332), Yusuf I (1332-1354), Muhammad V (1354-1358), Isma'il II (1358-1359), Muhammad
VI (1359-1361) y la restauración de Muhammad V (1361-1390). Durante el reinado de estos
monarcas, se construyó la Alhambra, obra monumental de Granada. El rey de Castilla
Alfonso XI (1312-1350), derrotó a Yusuf I en la batalla del Salado (1340), tras la cual tomó
Algeciras (1344).
Después de la muerte de Muhammad V, los hermanos Yusuf II (1390-1391) y
Muhammad VII (1391-1407) combatieron por el trono, emergiendo vencedor Muhammad
VII. Sin embargo, Yusuf III ascendió al trono a la muerte de Muhammad VII (1407-1417).
Después, el reino de Granada atravesó un período de inestabilidad política durante el reinado
de Muhammad VIII (1417-1419), que fue destronado por Muhammad IX (1419-1427).
Muhammad VIII regresó al poder en 1427 y gobernó hasta 1429, cuando los Abencerrajes
restablecieron a Muhammad IX en el trono hasta 1431, cuando fue vencido por el rey de
Castilla Juan II (1406-1454), en la batalla de la Higueruela. Juan II estableció en el poder a
Yusuf IV (1431-1432), aunque Muhammad IX logró recobrar el trono en 1432 y reinó hasta
1445, cuando fue brevemente sustituido por Muhammad X (1445), Yusuf V (1445-1446) y
Muhammad X (1446-1447). En diciembre de 1447, Muhammad IX retornó al trono por cuarta
y última vez y asoció en 1451 al trono a su yerno, hijo de Muhammad VIII.
A inicios de 1454 fue destronado y ejecutado por orden de su sucesor Sa’d al-Mustain
ibn Alí (1454-1462), que fue derrocado por Yusuf V (1462), para recuperar el poder hasta
1464, cuando su hijo Abu-l-Hasan ‘Alí (Muley-Hacén), lo derrocó y asumió el trono (1464-
1482). Durante sus 18 años de reinado hubo cierta estabilidad en Granada, pero los Reyes
Católicos, Isabel I de Castilla (1474-1504) y Fernando II de Aragón (1479-1516), iniciaron la
guerra de Granada (1481-1492), argumentando el ataque granadino a la plaza de Zahara
(Cádiz) por órdenes de Muley Hacén.
Inicialmente los Nazaríes disfrutaron de algunos éxitos, como la recuperación de Zahara
(1481), pero la impopularidad de Muley-Hacén ocasionó una rebelión contra él, dirigida por
su hijo Boabdil, en 1482. Éste, que ocupó el trono como Muhammad XI (1482-1483, 1486-
1492), fue vencido y capturado en 1483 en Lucena por Fernando el Católico, por lo cual
Muley-Hacén, que había huido a Málaga, regresó al trono. No obstante, la guerra civil
continuó. Finalmente, Muley-Hacén, gravemente enfermo, dejó el poder a su hermano, el
Zagal, en 1485. En 1486 Boabdil aceptó gobernar Granada como reino tributario de Castilla,
por lo cual Fernando II le restauró en el trono. Sin embargo, la guerra civil entre Boabdil y el
Zagal (Muhammad XII), que gobernaba en el este, facilitó el avance cristiano.
En los años inmediatos, las ciudades más importantes fueron conquistadas por los
cristianos: Álora (1484), Ronda (1485), Loja (1486) y Málaga (1487). Después de la caída de
Baza (1489), el Zagal capituló y entregó a Castilla las ciudades de Almería y Guadix. La
campaña final comenzó en la primavera de 1491 y concluyó el 2 de enero de 1492 con la
entrada en la capital. A pesar de la defensa mulsumana de la ciudad, Granada cayó en enero
de 1492. La ciudad estaba profundamente dividida sobre si debía o no rendirse, por lo que
antes de la rendición entraron en la ciudad tropas cristianas para evitar revueltas de los
irredentistas, pues Boabdil debía elegir entre seguir luchando o rendirse, optando por la
segunda opción, pues era consciente que mayor resistencia solo ocasionaría la destrucción de
Granada. Esa decisión protegió a la Alhambra de la destrucción.
Boabdil se retiró a la región de las Alpujarras, pero luego se trasladó a Fez (Marruecos),
donde murió. La famosa leyenda afirma que, ante las lágrimas de Boabdil al abandonar
Granada, su madre, Fátima, le dijo airada: “Llora como mujer lo que no supiste defender
como hombre”. Granada se integró en la Corona de Castilla, pero no todos sus habitantes
recibieron igual trato. Los habitantes de Granada se beneficiaron de las condiciones
favorables acordadas en la rendición de Boabdil, que se resumían en el respeto a sus bienes,
creencias y usos sociales; pero a los demás se les impuso la ley medieval de los vencidos. Sus
tierras fueron repartidas entre los nobles y municipios que habían sufragado la guerra y sus
habitantes quedaron sometidos a la servidumbre o la esclavitud.
La aristocracia granadina emigró al norte de África, pero 300.000 mulsumanes
permanecieron en Andalucía y Levante, generando la rebelión de las Alpujarras (1568-1571),
dirigida por Abén Humeya, descendiente de los Omeyas, que fue duramente reprimida por el
rey de España Felipe II (1556-1598). Su sucesor, Felipe III (1598-1621), influido por el duque
de Lerma, decretó la expulsión el 9 de abril de 1609, para proveer a España la unidad religiosa
y política. La operación, realizada en etapas, se preparó con gran sigilo pero con gran rapidez.
Los moriscos debían marcharse en 3 días, para evitar una rebelión general o que pidieran
ayuda al exterior.
Los primeros expulsados fueron los moriscos de Valencia, donde sólo se permitió
quedarse a los niños menores de 4 años y a un reducido número de familias para que
conservaran los cultivos e instalaciones. En 1614, aproximadamente unos 275.000 moriscos
habían salido de España. Los resultados de la expulsión fueron desiguales. Castilla, donde los
moriscos eran una pequeña parte de la población, resultó poco afectada. No así en Aragón,
donde eran el 20% de la población, por lo cual la agricultura se vio seriamente afectada y en
Valencia la ruina se extendió a toda la economía.
Vida económica y política de Al-Andalus
Al-Andalus se incorporó al sistema económico del mundo islámico, un mundo
fuertemente urbanizado. Sus ciudades eran centros de producción artesanal y de un activo
comercio. Al-Andalus mantuvo relaciones mercantiles con la civilización islámica y con los
países cristianos. La agricultura tuvo un papel secundario, aunque aportó importantes
novedades como la intensificación del regadío y la introducción de nuevos cultivos. La
población fue muy heterogénea. La religión actuó como el principal elemento diferenciador
entre musulmanes, cristianos y judíos.
Existían diferencias étnicas entre los musulmanes, que se encontraban formados por
distintos grupos tales como árabes, bereberes, hispanos, negros del Sudán y eslavos.
Ateniéndonos a criterios económicos existían diversas categorías sociales: de un lado, la
jassa, clase social más elevada, representada por la aristocracia árabe y de otro, la masa
popular urbana o amma, de la que formaban parte sobre todo muladíes y mozárabes. En el
mundo rural imperaron los aparceros, los pequeños propietarios vinculados al Estado
mediante el pago de tributos y los campesinos adscritos a la tierra.
El poder político y religioso
En Al-Andalus no existía separación entre el poder político y el religioso. Los califas
eran la máxima autoridad temporal y espiritual de Al-Andalus. Los organismos más
importantes del Estado islámico fueron la Cancillería, el servicio de correos y la Hacienda,
que se sustentaba de numerosos impuestos en un Estado esencialmente tributario. La justicia
estaba a cargo de los cadíes, que actuaban de acuerdo con las normas del Derecho canónico,
el Corán y la Sunna. El gobierno local estaba a cargo de los valíes, jefes de los distintos
coras (provincias) en los que se dividía al-Andalus.
Al frente del gobierno local se hallaban los prefectos de las ciudades. La vinculación
existente en el Islam entre el pensamiento y la religión resultó en cierta medida un obstáculo
para el desarrollo de la cultura. Sin embargo, Al-Andalus, concretamente hasta el siglo XI,
estaba en una posición cultural más avanzada que los reinos cristianos. Al-Andalus fue, por
otra parte, el cauce a través del cual la Cristiandad occidental pudo acceder al conocimiento
de gran parte de la cultura clásica.
Anexos
Invasión mulsumana de España

La mezquita de Córdoba

Campañas de Almanzor
Los reinos de taifas

Imperio almorávide en torno al año 1100

Imperio almohade a comienzos del siglo XIII


La Giralda

Conquistas de Jaime I de Aragón y Fernando III el Santo

La Alhambra de Granada

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