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Introducción
Tras la muerte de Mahoma en el 632 D.C., el mundo islámico se expandió con rapidez a
expensas del Imperio Persa y del Imperio Bizantino. En el 661 subió al poder la familia de los
Omeya, que establecieron la capital en Damasco y crearon la figura del califa, que pasará a ser
la máxima autoridad política y religiosa del Islam. El libro sagrado de la religión islámica es el
Corán, que recopila las revelaciones que hizo Alá a su profeta Mahoma. Las ciudades sagradas
son La Meca y Medina, ambas situadas en la Península Arábiga. Los cinco pilares del Islam
son: peregrinar una vez en la vida a La Meca, dar limosna a los pobres, ayunar en el mes de
Ramadán, rezar 5 veces al día y profesión de fe (“Alá es Dios y Mahoma su profeta”).
En época Omeya el Imperio Islámico se expandió por el norte de África y Próximo Oriente.
Tariq y Muza eran los lugartenientes del extremo más occidental del norte de África y
aprovecharán una de las múltiples disputas internas del reino de Toledo, para establecer una
cabeza de puente al otro lado del Estrecho de Gibraltar. Desembarcaron en Tarifa y se
enfrentaron al ejército visigodo a orillas del río Guadalete. El rey Rodrigo tenía superioridad
numérica frente a los musulmanes, pero la traición de buena parte de su ejército supuso su
muerte en el campo de batalla y allanó la conquista de la Península Ibérica por parte de los
musulmanes, que gozaron con el apoyo de los judíos y buena parte de la nobleza visigoda.
Tras la conquista, la Península Ibérica pasó a ser una provincia más del Imperio Islámico,
recibiendo el nombre de Al-Andalus. Política y militarmente pasó a depender de un valí o emir
(gobernador), que dependía de los califas de Damasco. Desde la conquista hasta el año 750 los
emires eran leales a la dinastía Omeya, situación que cambió ese año tras la matanza de los
Omeya por parte de los Abasí, que pasaron a controlar el califato y trasladaron la capital a
Bagdad.
Abderramán fue el único miembro de los Omeya que sobrevivió a la matanza del 750. Logró
huir de Damasco y viajó hasta el punto más occidental del Imperio Islámico: Al-Andalus. En
el 756 protagonizó una rebelión en la que derrotó a los partidarios de los Abasí,
autoproclamándose emir independiente (de los califas de Bagdad) de Al-Andalus.
El peligro para los emires estará en el interior de Al-Andalus, con el descontento de los
bereberes respecto a los árabes, que copaban los cargos políticos y administrativos y gozaban
de una posición social y económica más ventajosa, dando lugar a protestas y motines en las
principales ciudades del emirato. Los mozárabes (cristianos asentados en territorio musulmán),
también protagonizarán varias revueltas debido a su precaria situación social y el impuesto
adicional que debían pagar por practicar su religión libremente. La liderada por Omar Ibn-
Hafsun será la más larga en duración e importante por el peligro que supuso para los emires
Omeya.
El emir Abderramán III subió al trono en el año 912. Durante los 17 primeros años de su reinado
puso fin a las revueltas bereberes y mozárabes, consolidándose su poder en el trono de Córdoba.
En el 929 se autoproclamó califa de Al-Andalus y en los años posteriores se centró en
imponerse tanto a los reinos cristianos del norte como a las tribus bereberes del norte de África,
imponiendo tributos a los primeros y controlando las caravanas provenientes del Golfo de
Guinea.
En el plano cultural y económico, Al-Andalus alcanzó sus cotas más altas de esplendor, siendo
Córdoba la ciudad de referencia en el Mediterráneo Occidental. En esos años se ampliaría la
Mezquita y se construiría la ciudad palaciega de Medina Azahara (hoy en día sólo se conservan
algunos restos arqueológicos de la segunda).
Al-Hakim II sucedió a su padre Abderramán III. Será el gran mecenas de las artes de Al-
Andalus, siendo recordado por la ampliación de la Biblioteca de Córdoba, equiparándose con
las más grandes de su época, como eran las de Damasco y Alejandría. A su muerte en el 976
le sucederá su hayib (valido o consejero principal) Almanzor, que usurpará el trono al heredero
de Al-Hakim II, al que confinará en Medina Azahara, sin contacto con el exterior.
El reinado de Almanzor se caracterizará por una política exterior agresiva, con numerosas
aceifas a los reinos cristianos (especialmente violentos fueron los saqueos de Barcelona y de
Santiago de Compostela) y un mayor fanatismo en el interior, con frecuentes persecuciones a
los mozárabes e incluso contra los musulmanes más aperturistas. El fin de Almanzor sería
violento, ya que caería en la batalla de Calatañazor en el año 1002. Sus hijos gobernarían hasta
el 1009, año en el que fueron asesinados tras una revuelta. El califato en sus últimos años
entraría en una espiral de conspiraciones y guerras civiles, hasta que los distintos gobernadores
provinciales acordaron la disolución del mismo en el año 1031.
Con la disolución del califato, las diferentes provincias de Al-Andalus pasaron a ser reinos
independientes. Del califato heredaron el esplendor cultural y económico, pero militarmente
eran mucho más débiles, dando la iniciativa por primera vez a los reinos cristianos del norte.
Durante décadas impusieron a los reinos de taifas el pago de tributos, pero en el año 1085 el
rey Alfonso VI de Castilla y León conquistó la taifa de Toledo, haciendo que saltasen todas las
alarmas en las restantes.
Las taifas solicitaron ayuda a la tribu bereber norteafricana de los almorávides, que cruzaron
el Estrecho de Gibraltar al año siguiente, derrotando a Alfonso VI en la batalla de Sagrajas en
el 1086. Los almorávides no se conformaron con frenar a los ejércitos cristianos, sino que
fueron conquistando una a una las diferentes taifas durante los años siguientes, teniéndolas
sometidas con el cambio de centuria. En el 1108 volvieron a enfrentarse con Alfonso VI,
derrotándole en la batalla de Uclés. Los almorávides aplicaron un mayor rigorismo islámico,
aunque no pudieron asentarse de forma indefinida, debido a los ataques almohades en sus
posesiones norteafricanas y el avance cristiano, con episodios como la toma de Zaragoza por
parte de Aragón en el año 1118.
En el año 1145 el reino almorávide colapsó debido a los ataques almohades, surgiendo los
segundos reinos de taifas, que tendrían una vida efímera, ya que los almohades conquistaron
las taifas de Al-Andalus en el 1147. Los almohades establecieron su capital en Sevilla y
proclamaron su propio califato, con un rigor islámico todavía más ortodoxo que los
almorávides. En el año 1212, una coalición de los reinos cristianos peninsulares (con la única
excepción de León) se enfrentaría al ejército almohade en las Navas de Tolosa, saldándose con
victoria cristiana y poniendo punto final a la presencia norteafricana en Al-Andalus.
Entre los años 1212 y 1248 surgieron los terceros reinos de taifas, que tuvieron una corta
duración debido a los avances de Castilla y León con Fernando III “el Santo” y Aragón con
Jaime I “el Conquistador” (el primero conquistó Sevilla, Jaén y Córdoba; mientras que el
segundo hizo lo propio con Valencia y Mallorca). El único reino de taifa que resistió fue
Granada (que abarcaba las actuales provincias de Granada, Almería, Málaga y Cádiz). Para
sobrevivir tuvo que rendir vasallaje y pagar tributos a Castilla, aunque también protagonizó
algunos episodios de rebelión, como cuando apoyaron a los ejércitos norteafricanos de los
benimerines (que fueron derrotados por Castilla y Portugal en la batalla del Salado en el año
1340) y la rebelión del año 1482, que derivó en una guerra contra Castilla y Aragón que duró
diez años y se saldó con la rendición y la anexión a Castilla en 1492.
Desarrollo
La base económica de Al Ándalus siguió siendo la agricultura, pero con notables mejoras
respecto a la época visigoda: se perfeccionaron las técnicas del regadío y se introdujeron
nuevos cultivos (el arroz, los agrios, la caña de azúcar, el azafrán, la morera o el algodón). Los
grandes terratenientes prefirieron residir en las ciudades y de este modo se rompió la tendencia
a la ruralización iniciada en el Bajo Imperio romano y acentuada con los visigodos. Las
ciudades se revitalizaron y desempeñaron un papel económico fundamental como grandes
centros de consumo que estimulaban la artesanía y el comercio. En la artesanía destacaban los
artículos de lujo (en especial textiles, cerámica y vidrio) e introdujeron la seda y el invento
chino del papel. El comercio se reactivó, sobre todo en el amplio circuito económico del mundo
islámico, y se benefició del control sobre el oro sudanés, que permitió una abundante
circulación monetaria.
La estructura social de Al Ándalus estaba determinada por criterios religiosos, que establecían
una división básica entre dos grandes categorías: musulmanes y no musulmanes, aunque por
encima de esas dos categorías y a pesar de las pretensiones igualitarias del Islam existían
notables diferencias sociales según el origen étnico, la riqueza o el poder. Entre los musulmanes
existían tres grupos principales: la aristocracia de origen árabe; los bereberes o
neomusulmanes, de origen norteafricano; y los muladíes, hispanos convertidos al Islam. Los
no musulmanes eran los judíos y los mozárabes (cristianos residentes en territorio musulmán)
al margen de criterios religiosos; y en la base de la estructura social estaban los esclavos, de
origen europeo (esclavones), o negros (la mayoría de origen sudanés). Sin embargo, la
esclavitud en el mundo islámico no constituía una pieza clave de la economía, como lo había
sido en la Antigüedad clásica.
El principal cambio cultural fue la extensión de la religión islámica, que afectó a todos los
campos del arte, la cultura y el pensamiento en mayor medida incluso que la influencia de la
Iglesia en los reinos cristianos. Por otra parte, Al Ándalus fue una de las principales vías de
transmisión a Occidente de la ciencia griega y de gran parte de la India (por ejemplo, el actual
sistema de numeración), que habían sido recuperadas y desarrolladas por los árabes. Además,
en Al Ándalus se hicieron grandes aportaciones científicas, en especial en el campo de la
filosofía y la medicina, con figuras tan relevantes como los musulmanes Avempace, Abentofail
y Averroes que conciliaron la doctrina islámica con la obra de Aristóteles. Entre los judíos,
destacan el poeta y filósofo neoplatónico Avicebrón y Maimónides, y su interpretación del
Talmud. Al igual que el resto del arte islámico, el andalusí no es figurativo y tiende al “Horror
vacui” (miedo al vacío), decorando todo con temática geométrica, vegetal y coránica. Los
materiales son pobres y fácilmente trabajables: ladrillo, yeso, madera… En Al-Andalus
destacará tanto la arquitectura religiosa (Mezquita de Córdoba, Giralda de Sevilla…), como la
civil (Alhambra de Granada, Palacio de la Aljafería de Zaragoza, Palacio de Medina Azahara
en Córdoba…). La arquitectura se conjugaba con la jardinería, la decoración y el agua (fuentes,
estanques, saltos…). A diferencia de época visigoda, las ciudades crecieron y se desarrollaron,
asentándose generalmente sobre antiguas ciudades romanas: Córdoba, Sevilla, Toledo,
Zaragoza, Mérida… Crecerán en tamaño y superarán a las de la Europa cristiana, debido a que
cumplían múltiples funciones: administrativa, comercial, militar, religiosa… El trazado
urbanístico era irregular, pero había dos partes claramente diferenciadas: La medina y los
arrabales. La medina era la zona intramuros dónde se encontraban los barrios y edificios
principales: zoco, alcazaba, aljama (mezquita principal) … Los arrabales estaban extramuros
y abarcaban los barrios pobres, el cementerio de la ciudad, los huertos…
Conclusión
La prolongada presencia musulmana en la Península Ibérica durante 8 siglos hizo de la
influencia islámica una de las más importantes de nuestro pasado histórico junto con la de los
romanos en la Antigüedad. Pese a la conclusión de la Reconquista en 1492 con la toma de
Granada, la huella de Al-Andalus ha perdurado en nuestro país hasta la actualidad en aspectos
económicos, sociales y culturales.
Introducción
En la Edad Media, los reyes ocupaban la cima del poder feudal y, por tanto, era el señor de
todos los habitantes del reino y la principal representación del poder político. Aunque, en
realidad, su poder estaba limitado por la autonomía de los señoríos y los privilegios de la
nobleza y el clero. El rey era la figura fundamental del gobierno, pero en torno a él, fue
creándose un grupo de personas que le ayudaban en estas tareas, al que se denominó Curia
Real.
Desarrollo
Conclusión
En la Baja Edad Media (siglos XIV y XV) el poder de la monarquía se fue incrementando
gradualmente frente al de los dos estamentos privilegiados, lo que hará que las Cortes, que
habían sido un contrapeso de los reyes frente a la nobleza y el clero, pierdan paulatinamente su
función, siendo convocadas de forma cada vez más esporádica. En la Edad Moderna la
monarquía recurrirá a otras instituciones como los consejos para ser asesorada en sus tareas de
gobierno, a la vez que busque otros mecanismos de financiación.
Introducción
Desarrollo
Se aplicó en las tierras situadas al norte del Duero y en el Piedemonte pirenaico. Fue impulsada
por la presión demográfica existente en los reducidos núcleos cristianos iniciales y tuvo a su
favor que los territorios ocupados estaban prácticamente despoblados, por lo que no requerían
una conquista previa. El sistema de presura consistía en la ocupación de tierras sin dueño, ya
que, según el Derecho romano, la puesta en cultivo de un terreno despoblado otorgaba al que
lo hiciera la propiedad sobre el mismo. Este procedimiento se realizó por iniciativa de grupos
de campesinos o por iniciativa de nobles y monasterios. El resultado fue el predominio de la
pequeña y mediana propiedad de tierras.
Se aplicó a las tierras situadas entre el Duero y los Montes de Toledo, en el sector occidental,
y en el valle del Ebro, en el oriental. Esta segunda fase repobladora se vio favorecida por el
crecimiento demográfico de los núcleos cristianos, que habían iniciado una fase de
recuperación y expansión. El territorio era dividido en concejos con grandes términos o alfoces,
regidos por una ciudad o villa cabecera, en la que se instalaba un representante del rey y un
grupo de caballeros para su defensa. Una vez constituido el concejo, el rey otorgaba un Fuero,
Carta de población o Carta Puebla. A los nuevos pobladores se les concedía un solar para
levantar su casa y tierras de cultivo, que al cabo de unos años pasaban a ser de su propiedad;
también se les permitía disfrutar de las tierras y bienes comunales (bosques, pastos, etc.). La
población musulmana en estas zonas era numerosa y en general se le respetaron sus
propiedades. La estructura resultante de la aplicación de este sistema se caracterizó por el
predominio de la propiedad mediana libre y la abundancia de tierras comunales.
Las zonas afectadas por esta repoblación fueron el valle del Guadiana (La Mancha y
Extremadura), en el sector occidental, y la provincia de Teruel y el norte de Castellón, en el
oriental. Se trataba de zonas extensas y poco pobladas, en cuya conquista habían destacado las
Órdenes Militares. Las Órdenes Militares recibieron grandes extensiones de tierra que
dividieron en encomiendas (Alcántara y Santiago, en Extremadura; Calatrava, en La Mancha),
al frente de las cuales situaban a un caballero de la Orden con cargo de comendador. La
estructura de propiedad predominante fueron los latifundios, dedicados a la explotación
ganadera, la solución más idónea para zonas extensas y con escasa población.
Se aplicó al valle del Guadalquivir y al litoral levantino de Castellón a Murcia, últimas zonas
reconquistadas. Tras la ocupación de una ciudad con sus territorios circundantes, los oficiales
reales hacían inventario de los bienes obtenidos y los repartían entre quienes habían participado
en la conquista, dividiéndolos en lotes (donadíos) cuyo tamaño y valor estaban en función del
rango social de quien los recibía. A los numerosos pobladores musulmanes de estas zonas se
les permitió permanecer como colonos, pero muchos prefirieron huir a Granada o África. El
resultado fue la creación de grandes latifundios en poder de la nobleza, las Órdenes Militares
y la Iglesia.
Conclusión
El resultado final de todo el proceso repoblador fue una estructura de propiedad de la tierra que
se ha mantenido hasta nuestros días prácticamente sin modificaciones, con el río Tajo como
línea de división entre una España latifundista al sur y una España de medianas y pequeñas
propiedades al norte.
Durante los siglos XII y XIII se consolida la sociedad feudal, caracterizada por un conjunto de
instituciones que obligan a la obediencia y servicio de un hombre libre llamado vasallo, hacia
un hombre libre llamado señor, que tiene obligaciones de protección y sostenimiento respecto
del vasallo. Los señores, tenían como principal ocupación la guerra y la explotación económica
de sus señoríos, territorios concedidos por el rey a un particular o también a una institución,
como un monasterio, como pago por algún servicio prestado.
Desarrollo
Hasta el siglo XII, en los comienzos de la Reconquista apareció el primer tipo de señoríos, los
denominados señoríos territoriales, cuyas tierras carecían de dueño previo, por lo que el nuevo
señor adquiría su propiedad. Esto fue frecuente en las zonas de repoblación por presura. Pero
a menudo, y en especial en las zonas ya pobladas, el monarca solo transfería aquellos bienes y
derechos que hasta entonces habían correspondido a la Corona (las tierras sin dueño, los
bosques, los montes, ciertas rentas, etc.), sin modificar las propiedades de los vecinos.
A partir del siglo XII, los monarcas empezaron a otorgar a los beneficiarios de estas donaciones
el privilegio de la inmunidad (garantía de que en esos territorios no intervendrían los agentes
del rey), por lo que tales lugares se convirtieron en señoríos jurisdiccionales, y sus pobladores
en vasallos del nuevo señor, que asumía sobre ellos las funciones propias del monarca:
administrar justicia, cobrar impuestos, nombrar autoridades…
Por tanto, las características del régimen señorial de la península Ibérica no eran muy
diferentes, en lo esencial, de las del feudalismo europeo:
• En el plano jurídico, implicaba un traspaso de competencias del rey: gobierno, justicia,
cobro de tributos… a los titulares del señorío.
• En el plano político, el poder efectivo del monarca se limitaba a las tierras de realengo,
es decir, las que estaban bajo su dominio directo, o lo que es lo mismo, las que no
formaban parte de los señoríos de la nobleza o el clero.
El feudo se dividía en dos partes: la reserva señorial y el manso. La reserva estaba destinado al
uso particular del noble y albergaba la residencia (generalmente un castillo), las tierras del
señor (cuya producción iba a parar íntegra a él, aunque la trabajasen sus campesinos) y los
edificios comunales (herrería, molino, horno…). El manso eran las parcelas que el noble cedía
a las familias campesinas para su disfrute, aunque debían pagar una renta por su disfrute (ya
fuese una parte de la cosecha o pago en metálico).
La sociedad estamental fue una sociedad agraria, rural y feudal, que presentaba una estructura
piramidal estamental. Los estamentos son grupos cerrados (sin movilidad social) definidos por
la sangre y que tienen jurídicamente derechos y obligaciones distintas (cada estamento se rige
por normas diferentes). El único estamento abierto era el clero, ya que se nutría tanto de
miembros de la nobleza como del estado llano, aunque con una clara delimitación de cargos
para unos y otros.
Conclusión
A finales del siglo XV tanto el régimen señorial como la sociedad estamental están plenamente
afianzados tanto en la Corona de Castilla como en la de Aragón, poniéndose fin a la
Reconquista por parte de los cristianos con la toma del reino nazarí de Granada en 1492 por
los Reyes Católicos.