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CAPÍTULO 4: RUTINA Y AMIGOS

A la mañana siguiente, Luna despertó acompañada de la luz de un día bastante

prometedor y cargado de luminosidad. Había dormido realmente bien, pese al incómodo

duermevela inicial de la noche del día anterior. Estiró los brazos y se llenó el pecho de

un aire realmente puro. Con un rápido parpadeo repetido, se quitó de encima la modorra

restante, y calló en la cuenta de que Teresa no estaba con ella. Su amiga ya había

abandonado la estancia. ¿Qué hora sería? Un tanto alarmada, se incorporó de la cama y

se puso en pie.

Buscó en el pantalón que había llevado el día anterior su móvil, y luego cayó en la

cuenta de que lo había perdido tras “el incidente”. Echó un vistazo alrededor de la

habitación, y se topó con el móvil de Teresa. Lo utilizó para comprobar la hora. Las

diez en punto. Según recordaba de la charla de hace dos días de Balboa en el autocar, la

hora impuesta para “levantar el culo de las camas”, como él lo llamaba, era las nueve,

pero el desayuno del refugio se prolongaba hasta las doce. Luna desconocía cuál era el

programa de actividades de aquel día, pero como los profes habían decidido que no iba

a ser partícipe de él, tampoco es que le importara.

Dejó el teléfono de su compañera en la mesilla de noche de esta. No tardó en percatarse

de una nota que descansaba, cuidadosamente plegada, en el mueble. Luna la cogió, la

desplegó y leyó:
¡Por fin te despiertas, vaga de mierda! xD Mira, he decidido adelantarme y salir afuera sin
despertarte, en vista a lo mona que estabas con la baba colgando^^ He bajado a la
habitación de Samu, a putearle un ratito xD Es la número 13. Te esperamos hasta las
10:45, y luego bajamos todos a desayunar. ¡Date prisa, lentorra! xP

La carta no necesitaba firma, era del puño y letra de Teresa. “¡Mira que escribirme

esto!”, pensó Luna. “¡Ni que fuera su querida!”. En una hipotética relación lesbiana,

consideraba a su amiga “el hombre de la relación”. Ella se consideraba más femenina,

¡dónde iba a parar!

Sonriendo, volvió a doblar la nota y se la metió en el bolsillo de los pantalones, que

colgaban de la silla del único escritorio del cuarto; y se dispuso a vestirse. Daba igual

que se pusiera, todo quedaba fuera de época. Pero, como dicen, “a caballo regalado, no

le mires el diente”. Se puso aquello que le quedó más cómodo, sin ser demasiado

llamativo, y abandonó la habitación.

Cuando llegó a la habitación de los chicos, le llegó a los oídos una inquietante

conversación, nada más abrir la puerta:

- Mira, mira – decía la voz de Samuel – Mira hasta dónde se lo mete.

- ¡Oh, tío! ¡Qué asco! – oyó que decía la voz de Daniel, otro de sus compañeros -

¡Por Dios, quita eso! – Samu soltó una risa socarrona.

- ¡Mira…! ¡Tío, tío, tío! ¡¡Le han metido dos!! – dijo el chaval de pelo rubio.

- Jo-der – fue la única réplica de Dani. Samu se limitó a reír como un loco.

Samuel y Daniel estaban junto al escritorio de la habitación, el primero sentado en una

silla, y el otro al lado, de pie. Ambos miraban con interés el móvil de Samu, del que
provenían una especie de gemidos entremezclados. La voz de Teresa la sacó de su

ensimismamiento:

- Pensé que no ibas a venir nunca – oyó que decía su amiga. Se giró hacia ella y la

vio sentada en la cama de Samu, con las piernas recogidas en una postura de

yoga, y el netbook sobre ellas. Aún estaba en pijama.

- ¿Qué haces todavía en pijama, con las prisas que me has metido? – la increpó

Luna – Es más, ¿qué haces aquí?

- Ya te lo dije en la nota, ¿no? – se limitó a responder ella – Luego me visto.

- Sí, pero, ¿qué haces? – quiso saber. Señaló con la cabeza a los dos chavales -

¿Están viendo lo que creo que están viendo? – inquirió.

- ¿Qué otra cosa le iba a enseñar a alguien Samu? ¿Un documental de ballenas? –

respondió Teresa, y soltó una carcajada burlona – Mira, echa un vistazo a lo que

he escrito – dijo ofreciéndole el ordenador. Luna cogió el netbook y leyó en voz

algo baja lo que le había marcado en azul en el Word.

- “El sujeto S experimenta una necesidad irrefrenable de compartir su material

“didáctico” con sus compañeros varones. El sujeto D siente un cierto interés

inicial por dicho material, que se ve sustituido inmediatamente por una

sensación de asco. Falta comprobar si esta reacción se debe a un cierto pudor

que pueda mostrar por estar yo, como mujer, presente en la estancia, o si se debe

a los gustos sexuales que alberga realmente. El sujeto S, no obstante, no muestra

ninguna clase de pudor ante mí, ni ante ningún otro individuo, y parece alentar a

su compañero a hacer lo mismo. Se le ve animado, aunque no del todo excitado.

Esto probablemente se deba a que haya sido testigo de un contenido sexual más

explícito y bizarro, que sea más de su agrado. Probablemente el sujeto S indague

más a fondo en su hábitat, y guste de experimentar con sensaciones más fuertes,


haciendo búsqueda de un contenido sexual cada vez más desagradable.

Pendiente de estudio…” – terminó de leer - ¿Y esto? – dijo entre risas,

devolviéndola el ordenador.

- ¡Eh, Maritere, la he oído! – les increpó Samu, levantándose de la silla - ¿¡Qué

mierda estás escribiendo sobre mí!?

- ¿Q-Qué? – dijo Dani, que parecía no haber oído a Luna - ¿Qué es lo que ha

escrito?

- Es para un trabajo – dijo Teresa – No creo que te interese.

- ¡Claro que me interesa, joder! – soltó Samu - ¡Yo soy el objeto de estudio!

- Pues ya te pasaré los resultados una vez lo termine – dijo mientras se levantaba

de la cama y recogía el netbook - ¿Lo quieres en pdf o por powerpoint?

- ¡Serás…! – comenzó Samuel. Ella soltó una risita malévola.

- Vámonos, Luna – le dijo su amiga mientras la cogía de la mano – Después de

“llamar al timbre”, toca “correr” – Luna acabó siguiéndola de mala gana,

mientras cerraban la puerta del cuarto de Samu y Dani con un sonoro portazo de

despedida.

***

Cuando Teresa estuvo vestida, ambas bajaron a desayunar al comedor, cuando daban las

once y cuarto. Se había formado una buena cola de última hora, y se vieron obligadas a

situarse de pie con las bandejas, tras una larga fila de comensales. El lugar estaba

abarrotado. Muchos de sus compañeros de clase ya habían cogido sitio, y algún que otro

residente ajeno a la excursión, pululaba por los alrededores, en busca de mantequilla,

mermelada o un zumo de frutas. Cuando estuvieron servidas, se dispusieron a encontrar

una mesa sobre la que sentarse. Teresa le dio un ligero codazo en el brazo, y le señaló

una mesa con un solo ocupante: Joaquín. Luego la volvió a mirar:


- Ni-se-te o-cu-rra – le susurró entre dientes a su amiga. Esta le sonrió con

malicia, y avanzó triunfante hasta la mesa del chaval. “¡Será zorra!”, pensó para

sí. En vista a que hacia el ridículo parada en aquel sitio, decidió seguirla y

participar en su juego.

- ¡Buenos días, Joaquín! – saludó Teresa, la mar de contenta, al chaval. Este

levantó la cabeza cansado.

- Ah, sí. Buenos días – respondió.

Tras dejar la bandeja en un lado de la mesa, Luna intentó escabullirse hacia el servicio,

pero Teresa fue más rápida y la sujetó del brazo. La agarró de los hombros para

arrastrarla hasta Joaquín:

- Creo que Luna te debe una disculpa – dijo, y se colocó tras el chico, expectante.

- ¿Una disculpa? – se sorprendió él. Teresa comenzó a hacerla señales con la

cabeza. ¿Qué quería que hiciera? Como Luna no la hacía caso, intervino de

nuevo, mientras la agarraba de la manga.

- ¿Nos disculpas un segundo? – le pidió sonriente al chico.

- C-Claro – dijo él. Teresa se la llevó apresuradamente a un rincón apartado.

- ¿Qué te crees que estás haciendo? – le increpó cuando estuvieron a solas.

- ¿Cómo? – se extrañó Luna

- Mira que eres cortita, cariño – le recriminó – Discúlpate con el chaval.

- ¿Por qué?

- ¡Por dejarle tirado el otro día!

- ¡Yo no le dejé tirado! – se defendió. Su amiga se alarmó un poco, y echó un

vistazo en rededor.

- Baja la voz – dijo.

- Yo no le dejé tirado – repitió Luna, más calmada.


- Pues no era eso lo que me pareció a mí al verle llegar – explicó ella – Aquel

chico regresó completamente hundido. Como si te hubiera perdido en el campo

de batalla, o qué se yo – indicó – Te sientas culpable o no, le debes una disculpa.

Luna no podía hacer otra cosa más que extrañarse de la actitud de su compañero durante

los últimos días. En cierto modo, Teresa tenía razón. Había sido ella la que había dejado

de lado al chaval. ¿Pero de eso a disculparse? “¿¡Han estado a punto de violarme, e

incluso podrían haberme matado, y la mala soy yo!?”, se dijo para sí. No pudo evitar

esbozar una sonrisa sarcástica, que cómo no, su amiga malinterpretó:

- ¿¡Qué te resulta tan gracioso!? – la reprochó.

- Mi vida – se limitó a contestar Luna. Suspiró cansada – En fin, que remedio – la

miró con cara de resignada culpabilidad - Tendré que disculparme – su amiga la

sonrió y fue a cogerla del brazo, pero ella la señaló con el índice a modo de

advertencia – Pero sólo por esta vez. No quiero que vuelvas a meter esa naricilla

agujereada tuya en mis asuntos – Teresa se llevó la mano a la cabeza a modo de

saludo militar.

- ¡A la orden, mi capitana! – dijo mientras se ponía en posición de firmes. “La

muy guarra no piensa hacerme ni caso”, pensó Luna. Y sonrió en su fuero

interno.

Una vez dicho todo lo que tenían que decir, ambas volvieron a la mesa. Joaquín seguía

allí, con la cabeza en otra parte. Luna se dirigió a él, y por alguna extraña razón, se

sonrojó ligeramente. “Ten glóbulos rojos para esto…”:

- J-Joaquín… - empezó. El chaval levantó la mirada de su plato y la miró como si

no existiera otra cosa en el mundo. “Casi prefiero que me ignore”, pensó ella –

Joaquín, yo… Siento… Siento mucho… - Luna oyó un sonoro suspiro a su


espalda, y notó como una mano la cogía con fuerza de la nuca y la obligaba a

inclinarse. El gesto fue tan rápido y brusco que se dio en la frente con el borde

de la mesa.

- ¡Siento mucho haberte dejado tirado de forma egoísta y haberme ido por mi

cuenta! – oyó que decía por ella Teresa. Su amiga seguía sujetándola por la

nuca, ignorante del golpetazo que se había pegado. Luna estalló.

- ¡Animal! – la gritó, mientras se zafaba de su presa - ¡Ten más cuidado, has

hecho que me dé contra la mesa! – como burla del destino, el comedor recibió

con un profundo silencio su grito airado.

Los comensales se giraron hacia ellas, y Luna calló en el acto. Se quedó mirando a

la multitud sin saber qué hacer, con cara de boba y la frente enrojecida por el golpe.

Entonces Joaquín estalló en carcajadas, y todo el comedor le acompañó después,

Teresa incluida. Luna se ruborizó, y el rojo de la frente se propagó por el resto de su

rostro. Cuando terminó el jolgorio general, cada cual volvió a su plato, y Luna

volvió a hablar, tapándose la frente dolorida con la mano:

- Te parecerá bonito, – le dijo a Teresa por lo bajini – hacerme pasar este ridículo.

- Te pones muy bonita cuando te sonrojas – se limitó a decir su amiga, con una

sonrisa. Luna habría querido borrársela de un puñetazo, pero la voz de Joaquín

la detuvo.

- Te perdono – dijo el chaval, aún entre risas. Luego la miró fijamente, con una

sonrisa amable – Aunque en el fondo no hay nada que perdonar – prosiguió – Si

te digo la verdad, - se frotó la cabeza sonriente a modo de disculpa – casi creo

que habríamos llegado antes si te hubiera hecho caso desde un principio – si

Luna no estuviera tan atontada por el golpe, habría alzado los brazos al cielo y

exclamado un sonoro “¡Por fin!”. En su lugar vio como el chaval recogía la


bandeja, dispuesto a abandonar la mesa – Además, que el otro día actué de

forma un tanto patética… – dirigió la vista al suelo, mientras sonreía apenado –

¡En fin! – exclamó mientras la miraba sonriente, con una especie de renovada

alegría – Que soy yo el que debería disculparse. Si volvemos a formar equipo,

prometo tener en mayor estima tus decisiones – le dirigió otra sonrisa – Ahora,

si me disculpas, tengo un partido que jugar – y dicho esto, abandonó la mesa y

se dispuso a dejar el comedor.

Luna contempló como su figura se alejaba, sin decir nada. Aún seguía atontada por

el golpe. Después se dirigió a Teresa, que ya se había sentado a la mesa:

- ¿Partido? – la preguntó, mientras ella también tomaba asiento.

- Ah, sí – afirmó ella – Como los profes no traían muchas ideas para la excursión,

ayer dejaron a la clase elegir qué se iba a hacer hoy. Y como hay una especie de

descampado por aquí cerca, han optado por echar un partido de fútbol – explicó

– Incluso tenemos porterías.

- ¿Porterías? – se extrañó ella.

- Sí, alguien las instaló hace unos años – indicó Teresa – Menudo complejo

residencial, ¿eh? – dijo entre risas.

- Bueno, mientras no me encuentre una piscina. – dijo. Ambas rieron ante la idea.

Terminaron de comer en silencio. Luna estaba un tanto desanimada, y la idea de chupar

banquillo durante horas, por el simple hecho de estar castigada, no ayudaba a levantarle

el ánimo. Al menos había arreglado lo suyo con Joaquín, aunque seguía sin saber qué

demonios había que arreglar. Cerca ya de las doce, empezaron a mover el culo para ir

hasta los improvisados campos de fútbol:

- Sabes que me han dejado sin jugar, ¿no? – le dijo a Teresa.


- ¿Y eso? – se extrañó ella.

- Castigada por incumplir “las normas de convivencia” – explicó.

- Pues que faena – una sonrisa afloró en su rostro - ¿Sabes a quién tenemos de

profe de guardia? – la instó a adivinar.

- ¿A quién? – respondió desanimada.

- A “Cetro de Carne” – la dijo entre risas.

- ¡No me jodas! – se sorprendió - ¿Al de Música?

- El que viste y “marca” – asintió ella.

Phil Carter, o “Cetro de Carne”, como lo llamaban a modo de broma, era el profesor de

Música de su instituto. Un afroamericano que llevaba ya diez años residiendo en

España. Aquel tío era un negraco descomunal: de un metro noventa, atractivo, un

cuerpo trabajado en el gimnasio… Si bien siempre se ha glorificado la entrepierna de la

gente de color a modo de coña, en aquel caso la “leyenda” era cierta. No sabían si el

pobre hombre no se daba cuenta, o si lo hacía aposta, pero se pusiera el pantalón que se

pusiera, siempre acababa marcando paquete. De ahí su apodo:

- En fin, - resopló Luna – al menos tendré compañía.

- Y “qué” compañía – dijo Teresa entre sonrisas.

- Ya te vale – dijo ella - ¿Y tú no eras bollera? – su amiga le sonrió.

- ¿Sabes que sigues teniendo la frente roja? – la picó.

- ¿Y por culpa de quién? – se quejó ella. Teresa volvió a sonreírla.

- Anda, ven, que te doy un besito en la pupita – le dijo en el mismo tono maternal

que utilizaría una madre con su hijo. Y apoyándose en sus hombros, se irguió

ligeramente y le plantó un beso limpio y cálido en la frente, como el de la noche

anterior. Luego se quedaron mirándose un rato, sin decir nada, sondeándose con

la mirada en busca de Dios sabe qué. Finalmente, reemprendieron el camino.


- ¿Y de qué juegas, si puede saberse? – preguntó Luna con la intención de romper

un incómodo silencio.

- De portera – respondió su amiga.

- ¿De portera? ¡Pues a ver si te llevas un buen pelotazo en toda la cara! – la dijo

con malicia.

- Oh, vaya, que mala baba tienes. Y ese pelotazo, ¿me lo vas a dar tú? – respondió

tajante, con una sonrisa de triunfo. Luna se quedó sin nada con lo que replicar, y

caminó cabizbaja.

- Algún día de estos… - intentó seguir – Cuando me tengas muy harta – al

recordar el hecho de que se iba a quedar en el banquillo sin hacer nada, volvió a

deprimirse. Su compañera la dio un ligero puñetazo en el hombro.

- ¡Luna! – la instó. El repentino golpe la sorprendió. “No hace más que

sacudirme”, pensó – ¡Alegra esa cara mujer, que no se ha muerto nadie! – Luna

la miró a la cara, que la sonreía de forma amistosa. Ella le devolvió la sonrisa.

“¿Por cuál de los cuatro quieres que empiece?”, habría querido decirle.

“Nacida en Luna Llena”. Novela online. Andrés Jesús Jiménez Atahonero. Todos los derechos reservados.

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