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CAPÍTULO 3: BIENVENIDA Y CROISSANT

Paco, el marido de Manoli, la amable anciana que la había acogido en su casa, accedió

sin poner ninguna pega a llevarla hasta “Mirador de los Abedules”. Si bien la anciana

era más jovial y había estado charlando con ella en todo momento, su marido era mucho

más cerrado. No había abierto la boca en todo el viaje. Y sólo le había dirigido la

palabra al entrar por la puerta de la casa y verla en pijama. Pese al silencio incómodo, el

viaje se le antojó relativamente corto, y a las siete y media llegó al refugio.

Prácticamente veinticuatro horas después de lo que había previsto desde que el profesor

Balboa los dejara a su aire.

La construcción, aunque rural y no muy grande, parecía confortable:

- Aquí tienes tus cosas, moza – Luna se sobresaltó al ver como aquel silencioso

hombre volvía a dirigirle la palabra, mientras le ofrecía una bolsa para ella

desconocida.

- ¿Mis cosas? – se extrañó – Si no he traído nada.

- Regalos de mi Manuela. La bolsa lleva algo de ropa de mi difunta hija – explicó

– Dijo que como no llevabas nada e ibas a estar aquí por algún tiempo, tal vez

necesitarías mudas limpias.

- V-Vaya… - después de lo que había sufrido la noche anterior, a Luna le

asombraba ver tanta amabilidad viniendo de unos desconocidos – No tenía

porqué. ¡Muchas gracias! – hizo una ligera reverencia respetuosa – Se la

devolveré en cuanto pue…


- No hace falta – le cortó el hombre, negando con la cabeza – Puedes quedártela –

le sonrió. Luna volvió a inclinarse para agradecérselo nuevamente, y se despidió

con entusiasmo.

Tras ver como el coche levantaba una estela de polvo en su camino de regreso, se fijó en

el cartel del refugio, que con caracteres toscamente estilizados, rezaba: “MIRADOR DE

LOS ABEDULES”.

- Bueno, ya estoy aquí – se dijo en voz alta – ¡Ha sido una caminata de lo más

movidita! – y pese a que había acabado llegando al lugar en coche, no podía

estar más de acuerdo consigo misma.

***

- ¡Un día entero sin dar señales de vida! – la recriminaba el profesor Balboa. -

¿¡Sabes lo que pasaría si tus padres llegaran a enterarse!? – “Tú bien que lo

sabes, ¿eh?”, habría querido decirle.

Al poco de entrar al refugio, el profesor de Educación Física la cogió por banda y se la

llevó a la habitación del profesorado, situada en la planta baja. Lo que sobrevino

después fue una extensa charla airada de más de una hora de duración. Cuando terminó

el rapapolvo de turno, los profesores a cargo de la excursión la mandaron que subiera a

su habitación, para colocar sus cosas de una vez y reunirse por fin con el resto de sus

compañeros. Por lo pronto, la habían prohibido participar en las actividades de tarde del

próximo día, a modo de castigo. Luna consideraba injusto que fuera a ser castigada

después de todo por lo que había pasado, más aún si el castigo provenía de unos

educadores que ni siquiera recordaban que ella no tenía madre. “No sé ni porqué he

vuelto”, pensó.
Al llegar a las escaleras que conducían a las habitaciones de las plantas de arriba, se

topó con Joaquín, que la esperaba en el recibidor. Sentada en el tercer escalón, su amiga

Teresa la contemplaba también, divertida. Luna volvió a fijarse en Joaquín más

detenidamente, que la miraba con la boca abierta, como si hubiese visto una aparición.

“Por el amor de Dios…”, se dijo al verle bien. “Si hasta se ha traído el maldito

croissant.”

- ¿L-Luna? – empezó él, extrañado. Agarraba con fuerza el croissant con la mano

izquierda. – Luna, ¿d-dónde has…? – Luna se fijó en que tenía los ojos

enrojecidos.

- Joaquín – saludó ella, intentando poner buena cara – Vaya, ¿al final me has

guardado el desayuno? No tenías porqué… - el chico se acercó con paso

apresurado hacia ella, y la agarró de los hombros, tembloroso. – J-Joaquín…

- N-No vuelvas… - tenía una voz lastimera y la cabeza gacha, le costaba articular

las palabras - ¡No vuelvas a hacer algo así! – la increpó, mirándola entre

lágrimas. Luna se sobresaltó. - ¡No vuelvas a irte sola por tu cuenta! ¿¡Quién

sabe lo que podría haberte pasado!? - jamás había visto al chaval tan

perturbado.

- Joaquín, yo… - miró hacia al suelo, como arrepentida. “¿¡Qué coño estoy

haciendo!?”, se preguntó. “Yo no he hecho nada”. El chico poco a poco la soltó,

y se limpió las lágrimas con la manga de la camisa.

- Mira… Está bien, ¿vale? – dijo ahora, en un tono ligeramente airado – Yo sólo

quería darte esto – le entregó el bollo, aún limpiándose las lágrimas. Luna no

sabía que decir. - Me voy a la cama… – dijo – Estoy muerto de sueño… Ya te

veré mañana… Buenas noches. – empezó a subir las escaleras – A las dos. –

añadió al pasar junto a Teresa, y dicho esto, Luna lo perdió finalmente de vista.
No sabía que decir. Pasados unos segundos que parecieron horas, se dirigió a su

amiga, que seguía mirándola, sonriente:

- ¿Puedes decirme qué ha pasado aquí? – le preguntó a ella.

- ¿Que qué ha pasado? – se extrañó su amiga - ¿Es que no lo ves, cariño? Lo

tienes loquito – acompañó esto último con una bonita carcajada.

- ¿A Joaquín? ¿¡Yooooooooooooooo!? – preguntó, extrañada.

- Sí, túúúúúúúúúú – respondió ella, imitándola, y terminando con otra carcajada.

- ¡Tú estás fatal! – la reprochó Luna, algo avergonzada.

- Pues yo estoy de acuerdo con mi buena y lesbiana amiga – la voz de Samuel la

hizo sobresaltarse. “¿Desde cuándo estaba ahí?”. El chaval rubio la saludó

sonriente.

- ¿Y qué te hace pensar eso? – preguntó a modo de saludo Luna.

- Un “hola”. Un “qué tal”. “En tu cama o en la mía”. – respondió él – Hay que

cultivar ciertas maneras, Lunita mía – ella frunció el ceño. Samuel alzó las

manos cómicamente a modo de rendición – Sólo diré que cierta zona del perfil

de mi buen amigo Joaquín tiende a despuntar cuando tú estás cerca – dijo

sonriente.

- Eres un puto cerdo – le increpó Luna.

- Puede – dijo él – Pero digo lo que veo. Y lo que veo es amor.

- ¿¡Amor!? – se burló ella - ¿Y tú qué sabes del amor? – el chaval se metió la

mano en el bolsillo y sacó una ristra de condones. Ella los contó a ojo. Había

cinco.

- Ayer por la mañana eran diez – dijo él, sonriente.

- ¿¡Te has tirado ha…!? – empezó Luna.

- Se los ha confiscado el de Música – la cortó Teresa.


- ¡Joder, Maritere! ¡Ya me has jodido la historia! – se quejó Samuel – ¡Pues te has

quedado sin polvo, por lista! – anunció – Yo que pensaba quitarte esas tonterías

homosexuales mostrándote mis dotes de seducción en la cama.

- Creo recordar que fue por tus dotes de seducción en la cama por lo que me hice

lesbiana – le recordó ella. Por primera vez, Samuel no supo con qué replicar.

- Touché! – rió Luna. Teresa la acompañó. Samuel esbozó una sonrisa, pero por

no quedarse solo.

- Vamos, vamos, vamos – intentó disculparse él – No seas así, mujer – se acercó a

ella con intención de abrazarla. Teresa le correspondió con un rodillazo en los

cojones.

- Joder, Tere, ¡cómo te pasas! – le increpó Luna. - ¿Qué quieres, caparle?

- Por su bien y el del resto de la humanidad – puntualizó ella. Samuel yacía

doblado del dolor en el suelo. Pese a lo que acababa de hacer, Teresa se arrodilló

con dulzura para llevarlo a hombros. – En fin, nosotros vamos tirando para

arriba. No sé qué clase de aventurilla habrás tenido por ahí fuera, pero te

recomiendo que hagas lo mismo.

- Sí, creo que debería irme a acostar – asintió Luna.

- ¿Cómo andas, Samu? – preguntó Teresa al chico convaleciente, con cruel

dulzura.

- E-Eso no se hace, Maritere… – cada palabra iba cargada de un profundo dolor –

Hacerle eso a un amigo… Así, de repente.

- Te tengo dicho que no me llames así – le dijo ella entre dientes, mientras le

tiraba del carrillo. El chaval lanzó un quejido, pero ya parecía haberse

recuperado un poco del golpe de antes.


- En serio, a veces pienso que me odias - se quejó él - No sólo a mí, sino a todos

los hombres.

- Y así es – Teresa se inclinó para susurrarle al oído, aunque Luna fue capaz de

oírla – Pero tú eres mi preferido.

Samuel no volvió a abrir la boca en lo que quedaba de camino, mientras Luna los veía

subir las escaleras. Puede que una afirmase ser homosexual, y que el otro pregonara a

los cuatro vientos la multitud de coños que había desvirgado, pero Luna habría apostado

lo que fuera porque entre esos dos, sin duda alguna, había algo.

***

Tras pasarse unos minutos en el recibidor, pensativa, con el croissant de Joaquín en la

mano, Luna decidió seguir el consejo de su amiga e irse a la cama. Los acontecimientos

del día anterior finalmente acabaron por pasarle factura, y cuando terminó de subir las

escaleras hasta la planta en la que estaba su habitación, que compartía con Teresa, notó

como le faltaba el aire. Con el cuerpo cargado por el cansancio, aunque sin demasiado

sueño, se vistió con uno de los pijamas que le habían regalado, dejó el croissant de

Joaquín en la mesilla de noche, y se echó en la cama.

Mantuvo la mirada perdida, fija en las cortinas, mientras escuchaba el canto nocturno de

los grillos. Todavía tenía muchas preguntas. Si los relatos y las historias de ficción

estaban acertados, no le cabía duda de en qué se había convertido. Aquel lobo no era

normal, no tenía que ser especialmente perspicaz para darse cuenta de ello. Ni tampoco

era muy normal perder la consciencia durante la luna llena, y despertar al día siguiente

rodeada de cadáveres. Además, la historia de Manoli y las horas que ella había

permanecido inconsciente, casaban bastante bien. La noche pasada, un lobo había

asesinado a cuatro jóvenes en el bosque, y, no contento con eso, había atacado el rebaño
de ovejas de una granja cercana. Según comentaba Paco, el marido de la anciana, aquel

bicho era extremadamente grande. Y aquella mañana, ella había amanecido cubierta de

sangre. Luna no podía olvidar estos hechos. Le gustara o no, todo apuntaba a que ella

era ese monstruo con aspecto de lobo. Y ella había matado a aquellos cuatro jóvenes.

Por extraño que pareciera, ahora, mientras estaba tumbada en su cama, no se encontraba

tan traumatizada como aquella mañana. En lugar de eso, se sentía rara. “Me han

intentado violar, y ahora soy una asesina. Probablemente, un monstruo que no tiene

reparo en devorar carne humana. Y sin embargo, he me aquí, con mis compañeros de

clase, durmiendo en la misma habitación que una amiga de toda la vida, como si no

hubiera pasado nada”. No sabía si sentir pena o desprecio por sí misma. Tal vez hubiera

asimilado la situación con gran rapidez. O tal vez, aún no hubiera asimilado nada.

Tras darle unas cuantas vueltas al asunto, empezó a pensar en Joaquín. Había sido la

última persona a la que había visto antes de aquel incidente. Se había separado de él de

forma apresurada, y no con muy buenas maneras. Y ahora, al volver con los demás, el

chaval había mostrado una actitud hasta ahora desconocida para Luna. Teresa decía que

era porque estaba enamorado, pero Luna jamás había visto un indicio de esto. Salvo el

de este mismo día…

Se giró hacia la mesilla de noche. El croissant seguía allí. Luna no sabía porque lo

conservaba aún, cuando ya estaría incomible. Pese a todo, lo cogió de nuevo y lo

contemplo detenidamente, como si este fuera a darle las respuestas a todo. Una ligera

brisa la hizo sobresaltarse cuando la sábana se deslizó para abrirse y notó como un bulto

hacia presión en el colchón, para tumbarse a su lado.

- ¿Estás despierta? – le dijo la voz de Teresa, a su espalda.

- Sí.
- Ese croissant… - Teresa lanzó una ligera y nerviosa carcajada - ¿Significa algo

para ti?

- No. Sí. No lo sé – “¿Por qué coño estaban hablando del posible valor

sentimental de un bollo?”. Luna se sentía verdaderamente estúpida – Le pedí a

Joaquín que me pillara algo para desayunar – sonrió con tristeza – Antes de que

nos separásemos.

- Y el chico cumplió – dijo ella – No se ha separado de ese bollo hasta tu regreso.

- ¿En serio? – preguntó cansada. “¿Tan poco sabía ella de Joaquín?”.

- No ha hecho otra cosa que caminar en círculos nervioso – prosiguió su amiga –

Hasta he oído como derramaba alguna que otra lágrima en el baño de los chicos.

- ¿De verdad? – “¿Qué diablos pasaba con él?”.

- A ese chico le gustas – le explicó Teresa – Le gustas mucho.

- ¿Otra vez con lo mismo? – se quejó ella – Pensé que la primera vez estabas de

coña. ¿Además, que tengo yo para gustarle? – notó como el cuerpo de Teresa se

aproximaba al suyo, y la abrazaba con ternura.

- ¿Es que aún no te has dado cuenta de lo mona que eres? – la susurró al oído con

voz melosa, juguetona.

- No me jodas, Maritere, no me jodas. – la increpó Luna.

- ¿¡Por quién me tomas, por Samuel!? – se quejó ella – No es un rabo lo que tengo

entre las piernas, ¿sabes? ¡Además, soy tu amiga!

- Perdona – se disculpó ella. Teresa lanzó un suspiro.

- En fin, no sabría decirte el porqué con exactitud – prosiguió - No soy psicóloga

ni nada por el estilo, pero ese chico se ha pegado a ese croissant de forma casi

enfermiza. Lo sostenía como si fuera el único vínculo que lo uniera a ti. O qué

sé yo.
- Vaya, se te da muy bien – dijo Luna.

- ¿El qué?

- Psicoanalizar a la gente – explicó ella. Teresa soltó una carcajada.

- Pues espera a ver mi estudio sobre Samu – dijo ella.

- Anda, ¿y eso? ¿Es interesante? – preguntó Luna.

- Yo más bien diría que preocupante – y las dos se echaron a reír. Pasado un rato

de calma y silencio, Teresa volvió a hablar – Luna, ¿te ha pasado algo?

- ¿Cómo? – la pregunta la cogió desprevenida.

- Tú no desapareces así como así – le dijo - Has estado todo un día fuera. Yo no

soy Joaquín, pero también lo he notado. Me has tenido preocupada. ¿Hay algo

que quieras contarme?

- No.

- ¿¡Luna!? – le dijo con tono acusativo. Tras pensarlo un rato, ella se dio la vuelta

y la miró directamente a los ojos. Sus frentes prácticamente se tocaban. Desde

niñas, siempre habían hablado las cosas importantes así, cara a cara. Quién no

las conociera, hubiera jurado que eran dos amantes. Pero ellas se consideraban

hermanas.

- No quiero hablar de ello… - empezó Luna.

- ¿¡Qué no quieres hablar de…!?

- ¡No ahora! – la cortó Luna – Estoy confusa… Necesito descansar un poco.

- ¿Mañana tal vez?

- Puede… - dijo ella, insegura.

- Ese “puede” es un “no”, ¿verdad? – se quejó ella.

- Tere, yo… Lo siento, tengo que asimilarlo todo primero – se disculpó.

- ¿Tan grave es? – se asustó ella.


- Mucho – la preocupación se reflejó en el rostro de su amiga. Luego recuperó la

compostura, dando un suspiro.

- Bueno, como quieras – dijo – Pero ya sabes que puedes confiar en mí.

- Lo sé – sonrió apenada.

- Y otra cosa – añadió.

- ¿Sí?

- Lo de ayer… No lo vuelvas a hacer. Si no es por tu Romeo, que sea al menos

por mí.

- No volverá a pasar – prometió. Teresa sonrió con tristeza y le dio un beso

cariñoso en medio de la frente.

- Que descanses, Luna.

- Lo mismo te digo – le sonrió ella. Y ambas se giraron hacia el lados opuestos en

la cama.

Teresa decidió dormir con ella, en su cama, pese a lo pequeña que era para las dos, pero

a Luna no le importó. Comprobó con sorpresa que seguía teniendo el tan comentado

croissant entre las manos. No habría esperado que Joaquín sintiera por ella lo que su

amiga decía que sentía. El chaval no le caía mal, pero Luna jamás se había imaginado

correspondiéndole en la misma medida. No obstante, un tanto conmovida por aquel

chico, decidió aceptar su “presente”, dado que ella misma se lo había pedido. Pese a que

el croissant era de aquella mañana, seguía estando bueno. Mientras comía en silencio,

notó como el bollo tenía un cierto regusto salado. Las lágrimas acudieron a su rostro.

Mientras masticaba el último pedazo del bollo, empezó a sollozar en silencio, sin saber

muy bien el porqué.

“Nacida en Luna Llena”. Novela online. Andrés Jesús Jiménez Atahonero. Todos los derechos reservados.

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