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Paco, el marido de Manoli, la amable anciana que la había acogido en su casa, accedió
sin poner ninguna pega a llevarla hasta “Mirador de los Abedules”. Si bien la anciana
era más jovial y había estado charlando con ella en todo momento, su marido era mucho
más cerrado. No había abierto la boca en todo el viaje. Y sólo le había dirigido la
palabra al entrar por la puerta de la casa y verla en pijama. Pese al silencio incómodo, el
Prácticamente veinticuatro horas después de lo que había previsto desde que el profesor
- Aquí tienes tus cosas, moza – Luna se sobresaltó al ver como aquel silencioso
hombre volvía a dirigirle la palabra, mientras le ofrecía una bolsa para ella
desconocida.
– Dijo que como no llevabas nada e ibas a estar aquí por algún tiempo, tal vez
con entusiasmo.
Tras ver como el coche levantaba una estela de polvo en su camino de regreso, se fijó en
el cartel del refugio, que con caracteres toscamente estilizados, rezaba: “MIRADOR DE
LOS ABEDULES”.
- Bueno, ya estoy aquí – se dijo en voz alta – ¡Ha sido una caminata de lo más
***
- ¡Un día entero sin dar señales de vida! – la recriminaba el profesor Balboa. -
¿¡Sabes lo que pasaría si tus padres llegaran a enterarse!? – “Tú bien que lo
después fue una extensa charla airada de más de una hora de duración. Cuando terminó
su habitación, para colocar sus cosas de una vez y reunirse por fin con el resto de sus
compañeros. Por lo pronto, la habían prohibido participar en las actividades de tarde del
próximo día, a modo de castigo. Luna consideraba injusto que fuera a ser castigada
después de todo por lo que había pasado, más aún si el castigo provenía de unos
educadores que ni siquiera recordaban que ella no tenía madre. “No sé ni porqué he
vuelto”, pensó.
Al llegar a las escaleras que conducían a las habitaciones de las plantas de arriba, se
topó con Joaquín, que la esperaba en el recibidor. Sentada en el tercer escalón, su amiga
detenidamente, que la miraba con la boca abierta, como si hubiese visto una aparición.
“Por el amor de Dios…”, se dijo al verle bien. “Si hasta se ha traído el maldito
croissant.”
- ¿L-Luna? – empezó él, extrañado. Agarraba con fuerza el croissant con la mano
izquierda. – Luna, ¿d-dónde has…? – Luna se fijó en que tenía los ojos
enrojecidos.
- Joaquín – saludó ella, intentando poner buena cara – Vaya, ¿al final me has
- N-No vuelvas… - tenía una voz lastimera y la cabeza gacha, le costaba articular
las palabras - ¡No vuelvas a hacer algo así! – la increpó, mirándola entre
lágrimas. Luna se sobresaltó. - ¡No vuelvas a irte sola por tu cuenta! ¿¡Quién
sabe lo que podría haberte pasado!? - jamás había visto al chaval tan
perturbado.
- Joaquín, yo… - miró hacia al suelo, como arrepentida. “¿¡Qué coño estoy
- Mira… Está bien, ¿vale? – dijo ahora, en un tono ligeramente airado – Yo sólo
quería darte esto – le entregó el bollo, aún limpiándose las lágrimas. Luna no
veré mañana… Buenas noches. – empezó a subir las escaleras – A las dos. –
añadió al pasar junto a Teresa, y dicho esto, Luna lo perdió finalmente de vista.
No sabía que decir. Pasados unos segundos que parecieron horas, se dirigió a su
sonriente.
cultivar ciertas maneras, Lunita mía – ella frunció el ceño. Samuel alzó las
manos cómicamente a modo de rendición – Sólo diré que cierta zona del perfil
sonriente.
mano en el bolsillo y sacó una ristra de condones. Ella los contó a ojo. Había
cinco.
quedado sin polvo, por lista! – anunció – Yo que pensaba quitarte esas tonterías
- Creo recordar que fue por tus dotes de seducción en la cama por lo que me hice
lesbiana – le recordó ella. Por primera vez, Samuel no supo con qué replicar.
- Touché! – rió Luna. Teresa la acompañó. Samuel esbozó una sonrisa, pero por
no quedarse solo.
cojones.
doblado del dolor en el suelo. Pese a lo que acababa de hacer, Teresa se arrodilló
con dulzura para llevarlo a hombros. – En fin, nosotros vamos tirando para
arriba. No sé qué clase de aventurilla habrás tenido por ahí fuera, pero te
dulzura.
- Te tengo dicho que no me llames así – le dijo ella entre dientes, mientras le
los hombres.
- Y así es – Teresa se inclinó para susurrarle al oído, aunque Luna fue capaz de
Samuel no volvió a abrir la boca en lo que quedaba de camino, mientras Luna los veía
subir las escaleras. Puede que una afirmase ser homosexual, y que el otro pregonara a
los cuatro vientos la multitud de coños que había desvirgado, pero Luna habría apostado
lo que fuera porque entre esos dos, sin duda alguna, había algo.
***
mano, Luna decidió seguir el consejo de su amiga e irse a la cama. Los acontecimientos
del día anterior finalmente acabaron por pasarle factura, y cuando terminó de subir las
escaleras hasta la planta en la que estaba su habitación, que compartía con Teresa, notó
como le faltaba el aire. Con el cuerpo cargado por el cansancio, aunque sin demasiado
sueño, se vistió con uno de los pijamas que le habían regalado, dejó el croissant de
Mantuvo la mirada perdida, fija en las cortinas, mientras escuchaba el canto nocturno de
los grillos. Todavía tenía muchas preguntas. Si los relatos y las historias de ficción
estaban acertados, no le cabía duda de en qué se había convertido. Aquel lobo no era
normal, no tenía que ser especialmente perspicaz para darse cuenta de ello. Ni tampoco
era muy normal perder la consciencia durante la luna llena, y despertar al día siguiente
rodeada de cadáveres. Además, la historia de Manoli y las horas que ella había
asesinado a cuatro jóvenes en el bosque, y, no contento con eso, había atacado el rebaño
de ovejas de una granja cercana. Según comentaba Paco, el marido de la anciana, aquel
bicho era extremadamente grande. Y aquella mañana, ella había amanecido cubierta de
sangre. Luna no podía olvidar estos hechos. Le gustara o no, todo apuntaba a que ella
era ese monstruo con aspecto de lobo. Y ella había matado a aquellos cuatro jóvenes.
Por extraño que pareciera, ahora, mientras estaba tumbada en su cama, no se encontraba
tan traumatizada como aquella mañana. En lugar de eso, se sentía rara. “Me han
intentado violar, y ahora soy una asesina. Probablemente, un monstruo que no tiene
reparo en devorar carne humana. Y sin embargo, he me aquí, con mis compañeros de
clase, durmiendo en la misma habitación que una amiga de toda la vida, como si no
hubiera pasado nada”. No sabía si sentir pena o desprecio por sí misma. Tal vez hubiera
asimilado la situación con gran rapidez. O tal vez, aún no hubiera asimilado nada.
Tras darle unas cuantas vueltas al asunto, empezó a pensar en Joaquín. Había sido la
última persona a la que había visto antes de aquel incidente. Se había separado de él de
forma apresurada, y no con muy buenas maneras. Y ahora, al volver con los demás, el
chaval había mostrado una actitud hasta ahora desconocida para Luna. Teresa decía que
era porque estaba enamorado, pero Luna jamás había visto un indicio de esto. Salvo el
Se giró hacia la mesilla de noche. El croissant seguía allí. Luna no sabía porque lo
contemplo detenidamente, como si este fuera a darle las respuestas a todo. Una ligera
brisa la hizo sobresaltarse cuando la sábana se deslizó para abrirse y notó como un bulto
- Sí.
- Ese croissant… - Teresa lanzó una ligera y nerviosa carcajada - ¿Significa algo
para ti?
- No. Sí. No lo sé – “¿Por qué coño estaban hablando del posible valor
Joaquín que me pillara algo para desayunar – sonrió con tristeza – Antes de que
nos separásemos.
Hasta he oído como derramaba alguna que otra lágrima en el baño de los chicos.
- ¿Otra vez con lo mismo? – se quejó ella – Pensé que la primera vez estabas de
coña. ¿Además, que tengo yo para gustarle? – notó como el cuerpo de Teresa se
- ¿Es que aún no te has dado cuenta de lo mona que eres? – la susurró al oído con
- ¿¡Por quién me tomas, por Samuel!? – se quejó ella – No es un rabo lo que tengo
ni nada por el estilo, pero ese chico se ha pegado a ese croissant de forma casi
enfermiza. Lo sostenía como si fuera el único vínculo que lo uniera a ti. O qué
sé yo.
- Vaya, se te da muy bien – dijo Luna.
- ¿El qué?
- Yo más bien diría que preocupante – y las dos se echaron a reír. Pasado un rato
- Tú no desapareces así como así – le dijo - Has estado todo un día fuera. Yo no
soy Joaquín, pero también lo he notado. Me has tenido preocupada. ¿Hay algo
- No.
- ¿¡Luna!? – le dijo con tono acusativo. Tras pensarlo un rato, ella se dio la vuelta
niñas, siempre habían hablado las cosas importantes así, cara a cara. Quién no
las conociera, hubiera jurado que eran dos amantes. Pero ellas se consideraban
hermanas.
- Bueno, como quieras – dijo – Pero ya sabes que puedes confiar en mí.
- Lo sé – sonrió apenada.
- ¿Sí?
por mí.
la cama.
Teresa decidió dormir con ella, en su cama, pese a lo pequeña que era para las dos, pero
a Luna no le importó. Comprobó con sorpresa que seguía teniendo el tan comentado
croissant entre las manos. No habría esperado que Joaquín sintiera por ella lo que su
amiga decía que sentía. El chaval no le caía mal, pero Luna jamás se había imaginado
chico, decidió aceptar su “presente”, dado que ella misma se lo había pedido. Pese a que
el croissant era de aquella mañana, seguía estando bueno. Mientras comía en silencio,
notó como el bollo tenía un cierto regusto salado. Las lágrimas acudieron a su rostro.
Mientras masticaba el último pedazo del bollo, empezó a sollozar en silencio, sin saber
“Nacida en Luna Llena”. Novela online. Andrés Jesús Jiménez Atahonero. Todos los derechos reservados.