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Maynor Freyre sobre literatura cusqueña
Maynor Freyre sobre literatura cusqueña
Desde que en 1889 Clorinda Matto de Turner publicara su inmortal novela Aves sin
nido, fundando así el indigenismo andino en la narrativa, la que inclusive –como anota
Antonio Cornejo Polar– «echó sombra sobre sus otras dos novelas: Índole (1891) y
Herencia (1895), que inicialmente no tuvieron la misma acogida que Aves sin nido»;
desde aquella fecha el Cusco no había sido abordado novelísticamente con tal nivel.
José María Arguedas lo toca de paso al iniciar sus Ríos profundos, aunque con cierta
irreverencia, pues el protagonista de la obra se orina sobre la piedra de los doce ángulos.
Los cuervos de San Antonio (Lima, 1989) es la octava obra escrita por Ángel Avendaño
(Cusco, 1937) cuya gran factura ha pasado inadvertida para muchos críticos y lectores
impenitentes de narrativa. Lo cual no es óbice para resaltar, aunque tardíamente, el valor
que esta obra encierra. No sólo en cuanto al manejo de la prosa, barroca como la
mestiza ciudad del Cusco, donde se desarrollan los hechos contados, sino en el
desarrollo de la trama, que va subyugando al lector a medida que se desenvuelve, sin
recurrir –pese a la atmósfera de violencia que se respira a lo largo del relato– a
tremendismos beligerantes.
Es la Universidad Nacional San Antonio Abad del Cusco, el escenario propicio para
mostrar, a través de los tres estamentos que la habitan –profesores, alumnos y
trabajadores– la idiosincracia y el pensamiento de los cusqueños de esta segunda mitad
del siglo XX. La gran institución cultural traída por la conquista occidental europea y
hecha en el Perú por los españoles, aparece como una institución que va degradando
hasta los más altos ideales, en una «lucha por el poder» desarrollada en medio de
falacias continuas, cuya única verdad es el disfrute del mando, el arribo a las veleidades
del impudor y la traición a todos los principios enarbolados por uno y otro bando:
revolucionarios y conservadores. Avendaño nos muestra la sensualidad del poder hasta
en la precariedad del aislamiento y del acoso, así como las compoendas más absurdas
para obtenerlo, venciendo el asco por la traición efectuada contra los padres, contra los
ancestros.
Antes sólo conocíamos en el Perú una novela sobre los aspectos estudiantiles; Los tres
estamentos del cajamarquino Miguel Arribasplata, la cual aborda el mundo universitario
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En: Altas Voces de la Literatura Peruana y Latinoamericana (www.maynorfreyre.com).
en muchas de sus intimidades pero sin adquirir la profundidad de la obra de Ángel
Avendaño. Sucede que este último va caracterizando a los personajes prototípicos de tal
manera que se te impregnan en la mente y se quedan viviendo en el lector sólo como
logran hacerlo los grandes personajes novelísticos. Especialmente para quienes hemos
podido pertenecer, por vicisitudes de la vida, a esos tres estamentos.
Por supuesto que siendo universal por el centro donde se desarrolla el tema (la
universidad), la novela no deja de ser cusqueña. De ese Cusco: «material metafísico,
hermético, dimensión remota hecha de posteridades, de olvidos, de frases banales, de
posibilidades de lo imposible: desmemoria donde la muerte era menos eficaz que la
piedra, donde las piedras habían desmantelado hace tiempo la eternidad de sus arrugas»,
tal como lo medita Pachari, el estudiante que casi al final de la obra ya no racionará tan
poéticamente: «Allá estaba su universidad convertida en establo. Allá derechistas e
izquierdistas vivían en las heces del encomendero...»