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La recuperación de la voluntad

Acaba de publicarse en castellano 'El test de la golosina', de Walter Mischel, un famoso


psicólogo que fue uno de los primeros interesados en reivindicar la importancia de la
voluntad

Uno de los niños durante el experimento de las golosinas. (Stanford University)


Autor
José Antonio Marina
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Fecha21.04.2015 – 05:00 H.
Tags
 Educación
 Psicología
 Pedagogía

En 1997 publiqué El misterio de la voluntad perdida, donde analizaba una de las


peripecias más curiosas de la psicología moderna: la desaparición del concepto de
voluntad. El término había adquirido connotaciones moralistas o dictatoriales. La
película que hizo Leni Riefenstahl sobre el congreso del partido nazi en Múnich se
titulaba El triunfo de la voluntad. La voluntad se había travestido en “voluntad de
poder”. El caso es que la noción que había servido para explicar la conducta humana
durante más de dos mil años se desvaneció sin que nadie protestara, y fue sustituida por
otra que aparentemente significaba lo mismo, pero que pertenecía a un sistema de ideas
diferente: la motivación.

Puesto que “motivación” significa en términos vulgares “tener ganas de hacer algo”, ese
cambio supuso la introducción en el mundo educativo de un principio falso y por ello
muy peligroso: “No se puede hacer una cosa si no se tienen ganas de hacerla, es decir, si
no se está motivado”. En consecuencia, como las ganas no dependen de mí, mi conducta
tampoco. En ese momento comenzó la angustia por motivar o por ser motivado.
Mientras que la voluntad funda la libertad personal, la motivación la diluye. Hay, de
hecho, una gigantesca industria de la motivación, que va desde el adoctrinamiento a la
publicidad, cuyo objetivo es despertar en la gente las ganas de hacer algo, es decir,
dirigir su conducta.

En aquel lejano libro auguré que antes o después tendríamos que recuperar la voluntad.
Ese momento ha llegado, y es importante que la sociedad y la escuela se enteren. La
idea ha retornado, es verdad, con algunos cambios. Antes se consideraba que la
voluntad era una facultad innata. Ahora sabemos que son varias capacidades
aprendidas. Son las que denominamos funciones ejecutivas. Es para mí una enorme
satisfacción dirigir la primera cátedra sobre este tema que hay en la Universidad
española, "Inteligencia ejecutiva y educación", en la Universidad Nebrija de Madrid. Al
no tratarse de una facultad innata, es preciso adquirirla mediante el necesario
aprendizaje, cosa que se ha descuidado durante los últimos decenios por la confusión
psicológica que he mencionado.
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Hablo hoy de este tema, porque acaba de publicarse en castellano El test de la golosina,
de Walter Mischel, un famoso psicólogo, ahora en la Universidad de Columbia, que
fue uno de los primeros interesados en reivindicar la importancia de la voluntad. El
título hace referencia a un famoso test que elaboró para conocer la capacidad de
autocontrol –de rechazar las tentaciones– que tienen los niños de preescolar. Se les
ofrece una alternativa. Pueden comerse un pastel inmediatamente o esperar unos
minutos y entonces podrán comerse dos. Pueden ver los deliciosos videos de estas
pruebas en YouTube ("marshmallow test").

Hay niños que sucumben al atractivo presente y niños que son capaces de aplazar la
recompensa. Lo interesante es que el equipo de Mischel ha seguido la evolución de esos
niños durante más de treinta años, y ha comprobado que esa sencilla prueba predice
mejor su evolución académica, familiar, laboral y social que los test estándar de
inteligencia. La conclusión, corroborada por muchas investigaciones, es que la
adquisición de esas funciones ejecutivas –es decir, de la voluntad– es esencial para el
desarrollo futuro de nuestros niños y adolescentes.

La inteligencia ejecutiva

A Mischel le preocupa un tema que he investigado durante años: la inteligencia


fracasada. ¿Por qué personas muy inteligentes pueden comportarse estúpidamente?
Mischel distingue entre un “pensamiento cálido” y un “pensamiento frío”. Aquel se
mueve por arrebatos, este por razonamientos. No podemos prescindir de ninguno de los
dos, porque el pensamiento sin emoción es paralítico, y la emoción sin pensamiento es
ciega. Se trata, pues, de fortalecer un sistema de mediación, de control inteligente,
que es lo que llamamos inteligencia ejecutiva y los antiguos llamaban voluntad.

En una revisión del tema hecha por la Universidad de Harvard se la compara con el
sistema de control del tráfico aéreo. ¿Cómo podemos hacer que la voluntad, el
pensamiento frío, las funciones ejecutivas, puedan imponerse si es preciso a la fuerza de
las emociones? ¿Cómo puedo rechazar la satisfacción inmediata para conseguir una
recompensa mayor pero demorada? Hablando en plata: qué he de hacer para cumplir
mis buenos propósitos de Año Nuevo. Su respuesta es: adquiriendo unos mecanismos
automáticos "If-then". SI sucede A, ENTONCES haré B.

Todos sabemos que hay cosas que no tenemos ganas de hacer, pero que hacemos porque
consideramos que es nuestro deber hacerlas

Aprovechar la fuerza y la eficacia de los automatismos aprendidos es algo que hacemos


continuamente. El médico que trabaja en urgencias tiene que dominar alguno de esos
procedimientos automáticos: SI llega un enfermo con fibrilación,
ENTONCES… Todos los protocolos para actuaciones complejas tienen ese mismo
patrón. Y deben funcionar de la manera más mecánica posible, porque el médico en
casos urgentes no tiene tiempo de reflexionar, deliberar, buscar antecedentes, razonar.
La sabiduría de la experiencia debe concentrarse en ese automatismo IF-THEN.

Mischel afirma que ese mecanismo es el que nos permite actuar como hemos
proyectado, a pesar de las intermitencias del corazón, y que debe formar parte
importante de la educación. Muestra así una de las paradojas de la inteligencia humana:
consigue alcanzar la libertad apoyándose en mecanismos psicológicos muy elementales.
El escritor tiene que automatizar los elementos básicos de su estilo literario, y
Rafael Nadal tiene que automatizar cada uno de sus golpes. A partir de ahí, su
inteligencia ejecutiva se ocupará de utilizarlos con soltura y eficacia.
Si se fijan bien, este es el mismo automatismo del deber. SI es tu deber, ENTONCES
tienes que hacerlo. Todos sabemos que hay cosas que no tenemos ganas de hacer, pero
que hacemos porque consideramos que es nuestro deber hacerlas. Movidos por la
estupenda intención de que los niños sólo tengan sentimientos positivos y sean
creativos, hemos eliminado de nuestro arsenal pedagógico el concepto de obligación. Se
ha generalizado la idea de que hacer una cosa “porque me apetece” es más digno que
hacerla por deber, porque este parece una degradación de la libertad. Se valora más lo
espontáneo, aunque se trate de una espontaneidad disparatada o cruel. Se ha olvidado
que antes de ser una norma moral, el deber, como estructura Si sucede A, yo haré B, es
un componente esencial de la regulación de la propia conducta. La palabra autonomía,
que indica una aspiración de todos los humanos, no significa “no tener deberes”, sino
“yo soy quien me impongo los deberes”.

Creo que el retorno de la voluntad es una buena noticia. Ahora sólo falta dar un paso
más y convertirla en “buena voluntad”.

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