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PLATÓN
Nada es sencillo en el estudio e interpretación de Platón. Hay
múltiples pasajes oscuros en los diálogos, así como afirmaciones que
parecen ir en direcciones opuestas. Pero resulta patente que la filosofía
es para Platón el punto de partida de la religión. Esta visión de las cosas
impregna la entera obra platónica y el proyecto intelectual y vital que el
gran filósofo propone. La filosofía es la ciencia de la vida humana, y por
tanto abarca la religión, pero lo hace de modo muy diferente de como
entiende Hegel esta misma afirmación. Para Hegel, la filosofía supera a
la religión como máxima expresión del Espíritu objetivo. En Platón
ocurre que la filosofía incorpora la religión y la mantiene junto a sí y
dentro de sí, sin negarla ni relativizarla, sino más bien potenciándola y
haciéndola ser ella misma.
Platón es un filósofo y a la vez un escritor religioso. Filosofía y
religión desembocan la una en la otra, hasta formar una única realidad
de vida intelectual y espiritual. En el libro décimo de Las leyes, nuestro
autor analiza cuestiones teológicas de modo expreso y directo, pero el
tratamiento de temas que consideramos religiosos es una constante en
todos o casi todos los diálogos. Se entienden bien los motivos por los
que el platonismo pudo convertirse, durante los siglos IV y V, en una
verdadera religión, última manifestación de lo que se ha denominado
«reacción pagana». Se ha dicho que la Ilíada es todo lo menos religioso
que puede ser un poema épico antiguo. Puede decirse, por el contrario,
que los escritos de Platón son todo lo religiosos que pueden ser unos
textos filosóficos. Todas sus afirmaciones científicas y especulativas
llevan un colorido religioso1.
Platón aborda el tema presentando a su gran Maestro Sócrates.
Cuando leemos su testimonio, sobre todo tomado del Diálogo de Critón,
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de Delos.
Los contenidos de la religión, pues, no son en Platón una fuente
independiente para el pensar. Vienen todos dados por la filosofía y en
la filosofía. Ésta aborda necesariamente las cuestiones fundamentales e
inevitables de lo divino, el ser de Dios, la creación, el alma humana, su
naturaleza y ascensión al mundo de las ideas, el problema del mal, la
providencia, la justicia, el más allá. La filosofía platónica es ya en sí
misma y desde dentro filosofía de la religión. La única aproximación y
entrada posible a la religión se hace desde la filosofía.
No podemos eludir acudir aquí al famoso mito de la caverna
porque en él se encuentra el compendio de la filosofía platónica. Platón
dice expresamente que el mito de la caverna sirve para ilustrar
dura para mí y para todos tus amigos; por mi parte, no creo que pudiera recibir otra más dura.
Sócrates ¿Qué noticia? ¿Acaso ha llegado ya la nave procedente de Delos a cuyo regreso es
preciso que yo muera?
Critón Todavía no ha llegado, pero me parece a mí que llega hoy, según lo que han dicho
algunos que vienen de Sunion y la han dejado allí. Según éstos, es evidente que la nave llega
hoy y, por lo tanto, será forzoso, Sócrates, que mañana pongas fin a tu vida.
Sócrates Pues si así agrada a los dioses, Critón, que así sea en buena hora. Sin embargo, no creo
que llegue hoy la nave.
Critón ¿De dónde deduces eso?
Sócrates Te lo voy a decir. De alguna manera, según parece, yo he de morir al día siguiente de
aquel en que llegue la nave.
Critón Por lo menos así lo afirman los que tienen autoridad sobre estas cosas.
Sócrates Pues bien, no creo que llegue hoy la nave, sino mañana. Me baso en cierto sueño que
he tenido esta noche, hace un momento. Y has sido muy oportuno al no despertarme.
Critón Y bien, ¿qué sueño ha sido ese?
Sócrates Me parecía que una mujer hermosa y de noble aspecto se me acercaba, vestida de
blanco, y llamándome me decía: “Sócrates, al tercer día llegarás a la fértil Ftía".
Critón Extraño sueño, Sócrates.
Sócrates Esclarecedor, a mi modo de ver, Critón.
Critón Demasiado, según parece. Pero, querido Sócrates, aun así, hazme caso y sálvate. Porque
para mí, si murieses, no sería una única desgracia, sino que, aparte de verme privado de un
amigo como jamás encontraré otro igual, además de eso, muchos de los que no nos conocen bien
a ti y a mí, podrían creer que, siendo capaz de salvarte, si hubiera querido gastar dinero, lo
descuidé. Y ciertamente, ¿qué fama sería más vergonzosa que ésta de parecer que se estima en
más el dinero que a los amigos? Porque la mayoría no se convencerá de que tú mismo te negaste
a salir de aquí, a pesar de nuestros ruegos.
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no mira las cosas así; más bien mira lo material como un recurso que es
útil a nuestra condición humana, un recurso que nos eleva a lo
inteligible. Por supuesto, una vez que estamos en el nivel de lo
inteligible, al volvernos hacia lo sensible, lo descubrimos insuficiente.
Diremos al volver a la tapa que es un círculo insuficiente, esta tapa tiene
algo de círculo, participa de la forma circular. Este descubrimiento es
aplicable a muchísimas otras cosas.
A Platón no le preocupaba menos el tema de la justicia que el de la
matemática. De hecho el diálogo de su libro “La República” es el diálogo
más largo que tiene. Por eso en la polis podemos hacer un análisis
semejante. Un joven ateniense se acostumbraba a escuchar, desde niño,
argumentos y a ver a los adultos tomar decisiones. Y muchas veces, en
el curso de esas largas deliberaciones, argumentos llenos de retórica,
sucedía que un joven como Platón podía sentir: aquí se hizo justicia, pro
aquí no se hizo verdadera justicia. Supongamos el caso de una persona
que ha robado y que, para hacer ese delito, termina matando al dueño
de esa casa. Tenemos un doble delito: robo y asesinato. Pero como es
una persona que tiene muy buenos padrinos, gente influyente que lo
puede proteger, y al hacerse el juicio público, se le castiga solemnemente
por el crimen de haber robado, pero no por el homicidio que sería
mucho más grave. Finalmente, después de mucha disputa, se le condena
a la cárcel por el robo por cinco años, pero nunca se menciona el
asesinato. Un joven inteligente como Platón ve lo que pasa y deduce que
se hizo justicia, pero no total justicia, más bien se cometió una grave
injusticia contra aquella familia que perdió un ser querido.
Lo mismo que en el caso de la tapa y el círculo, también en el caso
de la justicia, la persona puede decir: esto que veo en mi polis me hace
pensar en la justicia, pero la verdadera justicia, una justicia que fuera
digna de ese nombre, no hubiera dejado pasar a este señor simplemente
con una historia de un robo sin haber mencionado el terrible crimen del
homicidio. Ese es el modo cómo se pasa de lo sensible a lo inteligible. Yo
termino descubriendo que lo inteligible es participado (hay algo de…)
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por lo sensible.
De estos descubrimientos Platón saca conclusiones muy prácticas
y de muy largo alcance. Si yo, por ejemplo, que en 10 años de juicios
hechos en el ágora de Atenas, unas veces más y otras veces menos, se ha
aplicado la justicia; dentro de mí hay claridad: la justicia existe, pero a
veces la aplicamos más y a veces menos, a veces honramos lo que es
justo y a veces deshonramos lo que es justo. La multiplicidad de las
instancias sensibles contrasta con la unicidad y permanencia de la
sustancia inteligible. Yo me doy cuenta de que la justicia existe y sé que
la justicia existe porque frente a la justicia, descubro las imperfecciones,
las limitaciones de las aplicaciones de justicia que encuentro en la polis.
Es como si yo pudiera tener dentro de mí algo que no existe en la
realidad. Así como yo pudo tener dentro de mí el concepto perfecto de
lo que es un círculo, pero si yo busco círculos compruebo que no
corresponden exactamente a la noción de círculo que yo tengo. Y si yo
le pido a un artista –el mejor que yo conozca- y le pido que me dibuje el
círculo exacto aún que utilice los mejores instrumentos de medición, me
defraudo porque no se acopla con la noción perfecta que yo tengo de
círculo. Ni siquiera el mejor pintor puede hacer un círculo. Me doy
cuenta, pues, de que dentro de mí hay algo que no está afuera. Yo soy
capaz de entender algo, de ser juzgado por algo, de tener acceso a algo
que no encuentro sensiblemente. Yo sé lo que es un círculo, pero podría
recorrer Grecia entera, el mundo entero y jamás voy a encontrar un
círculo perfecto. Podría recorrer ciudades y ciudades, países y naciones
y ¿dónde voy a encontrar que hay una justicia perfecta? Podría recorrer
de nuevo razas y países y ¿dónde voy a encontrar la alegría perfecta, o
la risa perfecta, o la belleza perfecta? Y sin embargo, a la luz de eso que
hay en mí, pero que no está afuera, yo soy capaz de decir: eso no es un
círculo perfecto, eso no es una alegría perfecta, eso no es una justicia
perfecta.
¿Qué hay, pues, dentro de mí, qué ha sucedido dentro de mí, para
que yo pueda juzgar lo sensible? A la luz de un círculo que no existe en
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que este mundo estaba más allá del firmamento (ὑπερουράνιον τόπον).
Pero resulta que más allá del firmamento no es una ubicación sensible.
Si hay algo que caracteriza el mundo de las ideas en Platón es que
precisamente, por sus características de permanencia, no pueden tener
ni una localización de una época. Porque lo que tiene un tiempo y un
espacio son las cosas sensibles.
El ser verdadero, que la filosofía venía buscando desde
Parménides, no está en las cosas, sino fuera de ellas: en las ideas. Estas
son, pues, unos entes metafísicas que encierran el verdadero ser de las
cosas; son lo que es auténticamente, lo que Platón llama όντως ón. Las
ideas tienen los predicados exigidos tradicionalmente al ente y que las
cosas sensibles no pueden poseer: son unas, inmutables, eternas; no
tienen mezcla de no ser; no están sujetas al movimiento ni a la
corrupción; son en absoluto y sin restricciones. El ser de las cosas, ese
ser subordinado y deficiente, se funda en el de las ideas de que
participan.
Vemos, pues, la necesidad de la idea:
1°. Para que yo pueda conocer las cosas como lo que son.
2°. Para que las cosas, que son y no son —es decir, no son de
verdad—, puedan ser.
3°. Para explicarme cómo es posible que las cosas lleguen a ser y
dejen de ser —en general, se muevan o cambien—, sin que esto
contradiga a los predicados tradicionales del ente.
4°. Para hacer compatible la unidad del ente con la multiplicidad
de las cosas.
De esta manera, Platón inicia la escisión de la realidad en dos
mundos: el de las cosas sensibles, que queda descalificado, y el de las
ideas, que es el verdadero y pleno ser.
Hacer la pregunta: ¿dónde está el mundo de las ideas? ¿Puedo
llegar hasta él en un cohete y admirar así la belleza pura y la justicia
pura?, plantear las cosas de este modo es una caricatura. Vendría a ser
lo mismo que preguntar qué longitud tiene un litro de leche. Alguien
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podría aducir que si ponemos una gotita detrás de otra lograremos una
longitud, pero es un absurdo, porque la leche se mide en peso o en
volumen. Aquellas personas que puedan aducir que la teoría de Platón
es absurda, están haciendo un corto circuito porque están tratando las
ideas como si fueran algo sensible. Por supuesto, si yo construyo un
pensamiento que es contradictorio y luego no lo encuentro, eso no es
motivo para decir que eso no existe. Si construyo en mi mente, por
ejemplo: hagan el favor de encontrarme un círculo que sea
perfectamente cuadrado, o en su defecto un cuadrado que sea
perfectamente circular. Como la idea admite contradicción, eso no se va
a dar nunca. Eso es lo que sucede si la gente concibe el mundo de las
ideas de Platón como una cosa contradictoria consigo misma. Como si
Platón estuviera diciendo que el mundo de las Ideas no tiene tiempo ni
tiene espacio, pero si nos vamos lejos sí lo vamos a encontrar.
3No es esta una idea original de Platón, pues ya Anaximandro que sucedió a Tales a mediados
del siglo VI en la
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esta materia sin forma, sería algo así como un escultor que plasma en
sombras de las formas eternas en mayor o menor grado en los distintos
seres tales cuales existen.
La idea es interesante, pero cuándo se entra en un análisis crítico
de dónde está ese Demiurgo, de qué está compuesto, etc, nos caemos en
el mito. Pero resulta interesante que esta teoría de las formas que son
responsables de la existencia específica y particular de la realidad, esto
lo tomará también Aristóteles. Aunque él no habla de un Demiurgo, la
conjunción de la forma y la materia va a ser la manera cómo él explica
la realidad. Forma y materia, teoría conocida como hilemorfismo, hunde
sus raíces en este tipo de estructura que presenta Platón.
Como se ve la teología filosófica (o filosofía teológica) de Platón no
es en absoluto una investigación más o menos sistemática sobre la
esencia de la divinidad, sino un discurso más bien ocasional y
fragmentario sobre lo divino. La compleja y polifacética categoría de lo
divino es el centro de la religión platónica. Dios es primariamente para
Platón, como para los griegos en general, un concepto predicativo,
mucho más que sustantivo. Lo importante no es Dios o los dioses, sino
lo divino, que se aplica a todo lo que encierra un significado elevado y
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cuerpo; entonces ese primer motor sería como el alma cósmica de que
nos habló Platón, y por consiguiente no sería un Dios trascendente; ello
se debe a que en este libro Aristóteles no rebasa el plano físico y su
reflexión está condicionada por las concepciones científicas de su
tiempo.
El segundo paso para la prueba se da en la Metafísica (XII),
donde subsana la anterior deficiencia. Ahora sí razona en campo
estrictamente metafísico y concluye que existe una sustancia
trascendente, es decir, ontológicamente distinta del mundo, inmóvil o
incambiable y eterna, que es Dios. El largo razonamiento puede
resumirse de la siguiente manera: todo lo que está en movimiento se
mueve por otro, pues lo que pasa de potencia a acto (de carencia a
posesión), no puede hacerlo sino en virtud de otro, que sea acto; no vale
suponer que ese otro sea una serie infinita de móviles o seres todos
sucesivamente dependientes, porque no se daría la razón última del
movimiento, pues de la carencia de acto, aunque se multiplique al
infinito, no resulta acto; en otras palabras, del no ser, aunque se
multiplique al infinito, no sale el ser. Por consiguiente, debe existir un
motor inmóvil o no movido, es decir, uno que no depende de ningún
otro, lo que vale decir que es el primero. Este primer motor inmóvil,
carece de toda potencia (es acto puro), no depende de nada (es absoluto)
y por lo mismo es necesario, o sea,- existe por sí mismo, pues si tuviera
la posibilidad de no existir, no sería acto sino potencia.
Para Aristóteles es tan claro todo esto que ni siquiera le parece
“prueba”; no le hace falta prueba de la existencia de Dios porque para
su mente metafísica es tan cierta como que algo existe. Si estamos ciertos
de que algo existe, estamos ciertos de que Dios existe. Y este algo
necesario, no contingente; es fundamento, base primaria de todas las
demás existencias; este algo es inmóvil, no puede estar en movimiento.
Y no puede estar en movimiento porque, para Aristóteles, el
movimiento es el prototipo de lo contingente (que equivale a
cambiante).
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enderezarse más que a sí mismo, porque ningún otro objeto más que sí
mismo tiene Dios como objeto del pensamiento. ¿Por qué es esto así?
Simplemente porque el pensamiento de Dios no puede dirigirse a las
cosas más que en tanto en cuanto son productos de Él mismo; en tanto
en cuanto son sus propios pensamientos realizados por su propia
actividad pensante. Así es que no hay otro objeto posible para Dios sino
pensarse a sí mismo.
La teología de Aristóteles termina con esas resonancias de puro
intelectualismo, en que Dios es llamado "pensamiento del
pensamiento", "noesis noeseos".
Como se puede observar, en esta formidable y magnífica
arquitectura del universo que Aristóteles nos ha dibujado, las cosas
están ahí, ante nosotros, y nosotros somos una de esas múltiples cosas
que existen y que constituyen la realidad.
Cada una de esas cosas es lo que es, además de su existir, por la
esencia que cada una de ellas contiene y expresa.
Y cada una de esas cosas y las jerarquías de las cosas están todas en
el pensamiento divino; tienen su ser y su esencia de la causa primera
que les da ser y esencia. Y ese pensamiento divino en el cual toda la
realidad de las cosas está englobada, es el pensamiento de sí mismo; en
donde Dios piensa sus propios pensamientos, y al punto de pensar sus
propios pensamientos van siendo las cosas en virtud de ese
pensamiento creador de Dios.
Esta magnífica arquitectura del universo concuerda perfectamente
con el impulso del hombre natural, espontáneo. Aristóteles ha logrado
por fin dar al realismo espontáneo de todo ser humano una forma
filosófica magnífica.
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