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Capítulo 5
LA VERDADERA RELIGIÓN
ES LA RELIGIÓN REVELADA
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hombre con Dios. Puede decirse que Dios es el Autor de esta religión,
porque Él es el autor de la razón y de la voluntad, en que tienen su
fuente los principios y sentimientos religiosos. Así, la religión existe por
derecho natural y, como hemos probado, la falta de religión es, a la vez,
un crimen contra la naturaleza y una rebelión contra Dios.
b) La revelación. El padre de familia no desampara a sus hijos sin
darles una educación e instrucción convenientes. ¿Quién podrá decir
que Dios, después de haber creado a los primeros hombres, los dejó
entregados a las solas luces de su razón, si enseñarles las verdades y los
mandatos de la religión? Tal suposición carece de toda probabilidad. Es
evidente que Dios puede enseñarnos las verdades y los preceptos de la
religión natural. Pero, ¿no podría Dios revelarnos verdades nuevas,
verdades que la creación no manifiesta, e imponernos nuevos deberes?...
Nadie puede razonablemente dudarlo. La religión revelada es la que
encierra las verdades y los preceptos que Dios nos hace conocer de una
manera sobrenatural, exterior, expresa y positiva.
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¿Qué es la revelación?
La revelación es la manifestación de las verdades religiosas que Dios
hace al hombre, fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza. La palabra
revelar significa apartar el velo que cubre un objeto; es decir, manifestar
a alguien una cosa que él ignoraba o que había olvidado. Dios revela,
cuando manifiesta a nuestra inteligencia verdades hasta entonces
desconocidas olvidadas o mal comprendidas.
La revelación es la manifestación de las verdades religiosas,
porque Dios no revela más que verdades o hechos históricos útiles para
la salvación de los hombres. Deja de un lado las artes y las ciencias, que
sirven únicamente para la vida temporal.
Se añade: Fuera de las leyes ordinarias de la naturaleza, para distinguir
la revelación de que se trata aquí, de la revelación natural, que se hace por
la luz de la razón, y por los otros medios naturales otorgados al hombre
para adquirir conocimientos. La revelación es un acto sobrenatural de
Dios, mediante el cual manifiesta a los hombres las verdades de la
religión, sea que nos hable directamente Él mismo, sea que nos hable
indirectamente por medio de enviados. En el primer caso, la revelación es
inmediata; y mediata cuando Dios nos habla por embajadores o legados.
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§ 2° NECESIDAD DE LA REVELACIÓN
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§ 3° EL HECHO DE LA REVELACIÓN
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Hijo divino hecho hombre, al que nosotros adoramos, y por eso somos
cristianos: Jesucristo es el Mesías prometido a Moisés y a los profetas.
Esta incontable generación de nuestros días ha sido precedida por
otra generación anterior; ésta por otra, y así sucesivamente durante
veintiún siglos. Cortando solamente tres generaciones de 500 millones
de cristianos por siglo, tenemos más de veinte mil millones de hombres
que han creído y creen todavía que Dios ha hablado a los hombres. La
humanidad cristiana es para nosotros un testimonio perpetuo e
irrefutable de la revelación divina.
3° Existe un libro admirable, el más antiguo, el más venerable, el
más importante que se conoce en el mundo: se llama la Biblia, o sea, el
libro por excelencia.
La Biblia, más que un libro, es una colección de libros que se
dividen en dos grandes categorías: los del Antiguo Testamento, anteriores
a la venida de Jesucristo, y los del Nuevo Testamento, escritos después de
Jesucristo. Estos libros compuestos en distintos tiempos y lugares y por
autores diferentes, forman un todo: se encadenan, se explican y se
complementan los unos a los otros.
Los cinco primeros libros de la Biblia, llamados el Pentateuco, no
cuentan menos de 3.400 años de existencia; resultan, pues, anteriores en
más de 500 años a los anales escritos de los pueblos más antiguos.
Moisés, autor de los cinco primeros libros, vivió más de mil años antes
de Herodoto, el historiador profano más antiguo cuyos escritos hayan
llegado hasta nosotros. Lo que da a Moisés una autoridad incomparable
es que, después de transcurrir 4.000 años, la ciencia misma viene a
confirmar sus narraciones, a pesar de haber intentado mil y mil veces
desmentidas. Los recientes descubrimientos hechos por los sabios en
Egipto, en Caldea, en Palestina, hacen resaltar aún más la veracidad de
la Biblia.
El Antiguo Testamento encierra 40 libros, divididos en tres clases:
libros históricos, libros didácticos y libros proféticos.
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1En todos los apologistas modernos, Cauly, Rutten, Devivier, Poey, Gouraud, etc., pueden verse
detalladas las pruebas de la autenticidad, integridad y veracidad de los libros del Antiguo y del
Nuevo Testamento. La crítica moderna no se atreve ya a negar la autoridad de los Libros Santos,
porque tienen caracteres de veracidad mil veces más notables y seguros que todas las historias
del mundo.
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2 1° La religión natural y la religión revelada son distintas; la una no es la otra; pero son
inseparables. La religión natural es cimiento y sostén del edificio; la religión sobrenatural es la
perfección y el coronamiento.
2° La religión revelada encierra todos los dogmas y todos los deberes de la religión natural; sin
embargo, ésta nunca ha existido sin aquella porque Dios, desde el principio, quiso someter al
hombre a una religión revelada con un fin y medios sobrenaturales.
3° No solamente no puede existir contradicción entre ellas, sino que reina armonía perfecta,
porque una y otra son obra de Dios, autor del orden natural como del orden sobrenatural.
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1) La autosalvación gnóstica3.
3 Cf. Julio Meinvielle, De la Cábala al Progresismo, Ed. Calchaquí, Salta, 1970; T. Molnar, Los
nuevos gnósticos, Atlántida n° 39, VII (1969), pp. 329-336; H. Cornelis y A. Leonard, La gnosis
eterna, Andorra 1961; F.C. Burkitt, Church and Gnosis, Cambridge 1932; H.C. Puech, Oú est le
probleme du gnosticisme?, en: “Rev. de l’Univ. de Bruxelles”, enero-marzo 1934; L.F. Mateo
Seco, Gnosticismo, en: Enciclpedia GER, XI, pp. 61-63; G. Bareille, Gnosticisme, en: D.Th.C., X,
col. 1434-1467; Étienne Cornélis, Soteriología y religiones de salvación no cristianas, Mysterium
Salutis, III, Madrid 1980, pp. 1029 ss.
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4 En realidad, el concepto de “gnosis” es ambiguo, pues puede admitir un sentido bueno (y como
tal es usado por muchos Padres de la Iglesia, particularmente de la Escuela de Alejandría) y un
sentido peyorativo. Nosotros lo usamos principalmente en este segundo sentido.
5 Algunos autores han hablado de una doble cábala. Una ortodoxa que tiene origen en Adán, y
que contenía las principales verdades sobrenaturales a las que el hombre llega sólo por
revelación divina (particularmente los dos misterios centrales: la Trinidad y la Encarnación), y
las principales verdades naturales. Se caracteriza por una actitud de esencial apertura a la
verdad (natural y sobrenatural). Otra, en cambio, sería una cábala espuria que deforma y
falsifica (por la rebelión del hombre) la revelación primigenia y las verdades naturales que hacen
de soporte filosófico a tales verdades reveladas. Tanto el conocimiento natural como
sobrenatural parten del sujeto, el cual construye y elabora la verdad y la realidad. Este es el
sentido que a lo largo de los siglos ha ido tomando el término “gnosticismo”, es decir, un
conocimiento de la realidad y de Dios que diluye su aspecto misterioso y trascendente.
6 De la Cábala...; op. cit.., p. 266.
7 De la Cábala...; op. cit.., p. 307.
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2) La hetero-salvación cristiana
10Entre los principales conceptos del gnosticismo podemos señalar los siguientes (cf. De la
Cábala...; op.cit.., pp. 418-429): a) Existencia de una sola y única sustancia (los sistemas gnósticos
son emanatistas, aunque hablen de “creación”, como puede verificarse tanto en los sistemas
gnósticos clásicos como en el gnosticismo de Teilhard de Chardin); b) Emanación evolutiva del
ser (la creación no puede ser concebida sino a modo de emanación de todo el universo a partir
de un principio primero); c) Emanación e inmanencia (negando la creación, y por tanto, la
distinción fundamental entre el Creador y la creatura la emanación se entiende como absoluta
inmanencia: Dios y el mundo son una sola cosa); d) El Dios “total” es superior a Dios mismo (el
Dios manifestado en el universo y en el hombre es superior al Dios indeterminado que es
principio, en cuanto la emanación agrega perfecciones al Dios del cual emana); e) Desaparición
de los contrarios (a partir de una misma e idéntica sustancia, desaparecen todas las distinciones
y oposiciones: materia y espíritu, naturaleza y gracia, mal y bien, tesis y antítesis; como
consecuencia se identifica la naturaleza y la gracia); f) El hombre encerrado en sí mismo (el
hombre no tiene más fin que sí mismo y no hay salvación que venga de fuera; señalaba Ignace
De la Potterie que en la gnosis no hay verdadera soteriología: el hombre está salvado ya por su
naturaleza, es un ser divino caído del cielo; por tanto, un “salvador gnóstico” no tiene más tarea
que la de proclamar un mensaje: “el despertarse del sueño de la ignorancia” Cf. Rev. 30GIORNI,
Febbraio 1990, p. 59).
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Dos son los principios claves que guían toda esta sección de la
antropología teología, uno gnoseológico y otro ontológico.
El principio gnoseológico es que el hombre sólo puede ser
entendido a la luz del misterio de Cristo: “En realidad, el misterio del
hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el
primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor,
Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su
amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta
aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona” (GS 22).
Este principio se apoya sobre otro principio ontológico que dice
que Cristo ha elevado toda la humanidad a la semejanza divina al
encarnarse: “El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el
hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina,
deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no
absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de
Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”11.
11GS, 22. El texto sigue: “Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró
con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo
verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado.
Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En El Dios nos
reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo
que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí
mismo por mí (Gal 2,20). Padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y,
además abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren
nuevo sentido. El hombre cristiano, conformado con la imagen del Hijo, que es el Primogénito
entre muchos hermanos, recibe las primicias del Espíritu (Rom 8,23), las cuales le capacitan para
cumplir la ley nueva del amor. Por medio de este Espíritu, que es prenda de la herencia (Ef 1,14),
se restaura internamente todo el hombre hasta que llegue la redención del cuerpo (Rom 8,23). Si
el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó
a Cristo Jesús de entre los muertos dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de
su Espíritu que habita en vosotros (Rom 8,11). Urgen al cristiano la necesidad y el deber de
luchar, con muchas tribulaciones, contra el demonio, e incluso de padecer la muerte. Pero,
asociado al misterio pascual, configurado con la muerte de Cristo, llegará, corroborado por la
esperanza, a la resurrección... Este es el gran misterio del hombre que la Revelación cristiana
esclarece a los fieles. Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que
fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad. Cristo resucitó; con su muerte
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destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba,
Padre!”
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Dios invisible (Col 1,15), el Verbo. Pero Dios no recompone vasijas rotas
sino que plasma nuevas creaturas. Esa nueva creatura es Cristo. De Él,
de su nueva costilla, brota un nuevo pueblo de hombres. Por eso el Adán
Definitivo, Cristo, resume en Sí todo el esplendor del Hombre: la
grandeza del viejo Adán y la majestad del nuevo.
Con toda razón dijo san Juan Pablo II: “en Cristo el hombre se hace
más hombre”12. Y también: “La Encarnación del Hijo de Dios, al mismo
tiempo, tiene significado para todo ser humano independientemente del tiempo
y el lugar. Hay un lazo irrompible entre el hombre creado a imagen de Dios (Gn
1,27) y Cristo que tomó sobre sí nuestra condición humana, apareciendo en su
porte como hombre (Fil 2,7). Desde toda la eternidad fue la causa ejemplar de
todas las cosas, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho (Jn 1,3). En la
Encarnación, Jesucristo, imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura
(Col 1,15), se convirtió en la fuente de una nueva creación: A todos los que le
recibieron, los que creyeron en su nombre, les dio poder para llegar a ser hijos
de Dios (Jn 1,12). Como escribió San Pablo: Si alguno está en Cristo, es una
nueva creación: lo viejo ha pasado, lo nuevo ha venido (2 Cor 5,7). Conocer el
ejemplar es tener un más perfecto conocimiento de los que fueron hechos a su
imagen. Por eso Juan enseña que Cristo es la luz verdadera que ilumina a todo
hombre (Jn 1,9). Cristo revela lo que hay en cada uno de nosotros, Por eso el
Concilio Vaticano II pudo decir que Cristo, en la misma revelación del Padre,
‘manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad
de su vocación’”13.
2. La finalidad de la redención
¿Qué finalidad persigue Dios con la Encarnación y la redención del
hombre? Dios ha creado a la creatura racional para darle un verdadero
consorcio con la divinidad; para hacerla accesible a las divinas Personas
elevándola al mismo nivel de Dios, lo que se realiza por la visión
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14 Otros testimonios bíblicos son: Dios es caridad, y el que vive en caridad permanece en Dios,
y Dios en él (1 Jn 4,16); ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros?... El templo de Dios es santo y ese templo sois vosotros (I Cor 3,16-17); ¿O no sabéis
que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios?
(1Co 6,19); Vosotros sois templo de Dios vivo (II Cor 6,16); Guarda el buen depósito por la virtud
del Espíritu Santo, que mora en nosotros (II Tim 1,14).
El mismo testimonio encontramos en el Magisterio. Dice, por ejemplo, León XIII: “Dios,
por medio de su gracia, está en el alma del justo en forma más íntima e inefable, como en su
templo; y de ello se sigue aquel mutuo amor por el que el alma está íntimamente presente a
Dios, y está en él más de lo que pueda suceder entre los amigos más queridos, y goza de él con
la más regalada dulzura. Y esta admirable unión, que propiamente se llama inhabitación, y que
sólo en la condición o estado, mas no en la esencia, se diferencia de la que constituye la felicidad
en el cielo, aunque realmente se cumple por obra de toda la Trinidad, por la venida y morada
de las tres divinas Personas en el alma amante de Dios -Vendremos a él y haremos mansión en
él (Jn 14,23)-, se atribuye al Espíritu Santo. Y es cierto que hasta entre los impíos aparecen
vestigios del poder y sabiduría divinos; mas de la caridad, que es como una nota propia del
Espíritu Santo, tan sólo el justo participa” (DS, 3330b-3341). También el Símbolo de Epifanio,
obispo de Salamina (año 374): “creemos en el Espíritu Santo que... habita en los santos” (DS, 44).
Trento, al hablar de la atrición (= contrición imperfecta) dice que “es un don del Espíritu Santo,
que todavía no inhabita, sino que mueve solamente” (DS, 1678). Pío XII, en la Mystici Corporis:
“Adviertan que aquí se trata de un misterio oculto, el cual, mientras estemos en este destierro
terrenal, de ningún modo se podrá penetrar con plena claridad ni expresarse con lengua
humana. Se dice que las divinas Personas habitan en cuanto que, estando presentes de una
manera inescrutable en las almas creadas dotadas de entendimiento, entran en relación con ellas
por el conocimiento y el amor, aunque completamente íntimo y singular, absolutamente
sobrenatural” (D-H, 3814).
También la tradición patrística y litúrgica es testigo frecuentísimo de esta verdad. Así los
Santos Padres griegos: Bernabé (Rouet de Journel, Enchiridon Patristicum [en adelante: R] n. 36),
Ignacio de Antioquía (R. 40), Hermas (R. 89), Taciano (R. 158), Ireneo (R. 219, 251), Afraates (R.
683), Atanasio (R. 770, 780), Cirilo de Jerusalén (R. 813), Basilio (R. 944), Dídimo (R. 1071), Juan
Crisóstomo (R. 1186), Cirilo de Alejandría ((R. 2107, 2114). También los Padres latinos:
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Novaciano (R. 607), Hilario (R. 872), Agustín (In Io. 75ss; De Trinitate, 15,1719), etc. Igualmente
la tradición litúrgica. Por ejemplo, el himno Veni Sancte Spiritus: “Altissimi donum Dei... Dulcis
hospes animae”.
15 Podemos considerar soluciones inadecuadas las que sostienen la inhabitación sin una gracia
creada (como Pedro Lombardo ) y los que sostienen que la inhabitación es realizada únicamente
por la gracia creada (como Ripalda y de Viva por un lado, y Vásquez y Ruíz de Alarcón por
otro). Esta opinión reviste dos formas: a) La de Ripalda y de Viva (Ripalda, De ente
supernaturali, disp. CXXXII, n. 95; Viva, De gratia, disp. IV, q. III, n.4), para quienes la presencia
de las personas divinas se explica por la sola gracia. No hay presencia sustancial de la Trinidad;
el Espíritu Santo habita en el alma únicamente por su operación, pero no por esencia y
subsistencia. b) La tesis de Vasquez, Ruíz y Alarcón (Vasquez, In Iam. part. Sum. S. Thomae, q.
VIII, a. 3, disp. XXX, c. III; Ruíz, disp. CIX, sect. III; Alarcón, dispo. IX, c. IX) quienes afirman que
Dios, obrando en el alma para producir allí los efectos que no produce en ningún otro lugar,
puede y debe ser considerado como que está presente de modo particular. Esta opinión no
distingue claramente entre el modo de presencia propia en las almas de los justos y el modo de
presencia en los demás seres.
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Dios, no aquella por la cual Él es justo, sino aquella por la cual Él nos justifica”;
justicia que nos es “inherente”.
c) La naturaleza de la inhabitación.
Pío XII, apoyándose en Santo Tomás, señala que la inhabitación
envuelve dos cosas:
1° Una presencia física o dinámica de las personas divinas, que
hacen y conservan en nosotros la gracia (y los demás dones
sobrenaturales).
2° Una presencia intencional que no es otra cosa que la potestad de
gozar de Dios por los actos de la inteligencia y de la voluntad en modo
sobrenatural y amigable.
Por esto León XIII la llama “cierta anticipación o incoación del gozo
eterno” y que difiere del mismo “sólo en condición y estado”.
La inhabitación consiste en esa presencia de Dios que se realiza por
la gracia y por la operación de la creatura; es el modo propio de los
santos (por encima de la presencia de inmensidad por la cual Dios está
presente en todas sus creaturas): “Dios está en las cosas de dos modos. Uno,
como causa eficiente; es el modo como está en todas las cosas creadas por Él.
Otro, como el objeto de la operación está en el operante... De este segundo modo
Dios está especialmente en la creatura racional, que lo conoce y ama en acto o
en hábito. Y como esto la creatura racional lo tiene por la gracia... se dice que
está de este modo en los santos por la gracia”16. Entonces, si la producción y
la conservación de la gracia santificante es el efecto de la venida en
nosotros de la Santísima Trinidad, la inhabitación de las divinas
16 S.Th., I, 8, 1. Escribe Régnon: “Es la presencia substancial y personal del Espíritu Santo quien
nos santifica formando en nosotros su impronta. Sin duda, la gracia habitual no es el Espíritu
Santo, así como la impronta en la cera no el sello impresor. Pero la presencia del sello es necesaria
tanto para formar la impronta como para conservarla. Pues el alma es como el agua que no
guarda la figura impresa sino en tanto que el sello permanece en ella como una especie de virtud
informante”. Por tanto, “la gracia santificante es una cualidad que afecta la sustancia misma del
alma. Pero... esta cualidad, que informa el alma, es el resultado inmediato de la Trinidad como
el color de una flor es el resultado de la presencia de la luz” (Études, t. IV, p. 484, 562).
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17“Para la razón de misión no se requiere que haya conocimiento actual de la misma persona,
sino tan solo habitual, a saber, en cuanto en el don conferido, que es un hábito, está
representada lo propio de la divina persona como en su semejanza” (In I Sent., d. 15, q.4, a.1,
ad 1).
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llegaron a conocer por ella el misterio de la inhabitación de las divinas personas aun antes de
que nadie les hubiera hablado ni tuvieran la menor noticia de él. Esto ocurrió con la Beata Isabel
de la Trinidad, que se sentía, desde joven laica, “habitada” sin conocer el misterio inefable de la
divina inhabitación, que le explicó después el P. Vallée, O.P., a quien interrogó sobre su sublime
experiencia: “Mientras Isabel interrogaba al eminente religioso sobre el sentido de los
movimientos de gracia que experimentaba desde hacía algún tiempo y que le daban la
impresión de que estaba habitada, el Padre Vallée, con la evocadora pujanza de palabra que lo
caracterizaba, le respondió: ‘Pero ciertamente, hija mía, el Padre está ahí, el Hijo está ahí, el
Espíritu Santo está ahí’. Y le desarrolló como teólogo contemplativo, de qué manera, por medio
de la gracia bautismal, llegamos a ser ese templo espiritual de que habla san Pablo; y cómo, al
mismo tiempo que el Espíritu Santo, la Trinidad entera está allí con su virtud creadora y
santificadora, estableciendo en nosotros su propia morada, viniendo a habitar en lo más secreto
de nuestra alma para recibir en ella, en una atmósfera de fe y caridad, el culto interior de
adoración y de oración que le es debido. Esta exposición dogmática la embelesó. Ya que la gracia
la impulsaba, podía pues, con toda seguridad, abandonarse a su inclinación interior y habitar
en el más profundo centro de su alma. En el transcurso de esa conversación, invadióla un
recogimiento irresistible. El Padre seguía hablando siempre. Pronto pudo percatarse de que
Isabel Catez no lo escuchaba ya. ‘Tenía prisa porque se callase’, decía ella más tarde a la priora”
(Cf. Philippon, La doctrina espiritual de sor Isabel de la Trinidad, c.1, n.8 y c.3 n.1).
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2) La visión beatífica
La inhabitación trinitaria en el alma no es más que el preludio
maravilloso de la visión beatífica que Dios prepara en la vida futura para
el hombre redimido y salvado por Jesucristo. Es ciertamente en la visión
de Dios cara a cara donde el hombre llegará a ser más plenamente
hombre, alcanzando la perfecta imagen de divina en su alma.
20 DS 1000 (“Vident [sc. animae sanctorum] divinam essentiam visione intuitiva et etiam
faciali, nulla mediante creatura in ratione obiecti visi se habente, sed divina essentia immediate
se nude, clare et aperte eis ostendente”).
21 474 DS 1304-1306 (“Intueri [sc. animas sanetorum] clare ipsum Deum trinum et unum, sicuti
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que Dios tenga débito porque Dios tenga obligaciones respecto a la criatura,
sino más bien en cuanto que la criatura debe someterse a Dios para que en ella
se cumpla el orden divino, el cual dicta que tal naturaleza tenga tales
condiciones o propiedades y que quien obra tales cosas consiga tales otras. Así
pues, los dones naturales no tienen el carácter de débito en el primer sentido,
aunque sí en el segundo; pero los sobrenaturales carecen de él en ambos
conceptos, por lo cual les compete especialmente el nombre de gracia» (I-II, 111,
1 ad 2).
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muchas maneras por los profetas, nos ha hablado en estos últimos tiempos y en
nuestros días por medio de su Hijo.
”Y gracias a esta revelación divina, todos los hombres pueden, aun
en el estado presente del género humano, conocer prontamente, con
certeza absoluta y sin mezcla de error, las verdades divinas que no son de
suyo accesibles a la razón humana.
”Mas no por eso la revelación es absolutamente necesaria, sino
porque Dios, en su bondad infinita, ha destinado al hombre a un fin
sobrenatural, es decir, a la participación de los bienes divinos, que
superan enteramente la inteligencia humana: pues ni el ojo del hombre vio,
ni su oído oyó, ni su entendimiento pudo jamás comprender lo que Dios tiene
preparado a los que le aman”.
Cánones. – 1° Si alguno osare decir que el Dios único y verdadero,
nuestro Criador y Señor, no puede ser conocido con certeza por la luz
natural de la razón humana, mediante los seres creados, sea anatema.
2° Si alguien dijere que no es posible, o que es conveniente que el
hombre sea instruido por la revelación divina acerca de Dios y del culto
que le es debido, sea anatema.
3° Si alguien dijere que el hombre no puede ser elevado a un
conocimiento y a una perfección que superen a los naturales, sino que
por sí mismo puede y debe, por un progreso perpetuo, llegar finalmente
a la posesión de toda la verdad y de todo bien, sea anatema.
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firma de su autor. Un rey tiene su sello real para autorizar sus decretos;
un hombre tiene su firma con que subscribe sus cartas. Dios también
debe tener un sello, una firma que nadie pueda falsificar. El sello de
Dios, la firma de Dios, es el milagro y la profecía.
En lo tocante al milagro y a la profecía, tenemos que considerar tres
cosas:
1° Su naturaleza y posibilidad.
2° Su comprobación.
3° Su valor probatorio.
¿Qué es un milagro?
El milagro es un hecho sensible, que suspende las leyes ordinarias
de la naturaleza, supera su fuerza y no puede ser producido sino por
una intervención especial de Dios, como la resurrección de un muerto,
la curación de un ciego de nacimiento.
La palabra milagro designa un acontecimiento extraordinario que
excita la admiración y causa sorpresa. Y en este sentido se habla de los
milagros del genio, de la elocuencia, de la ciencia, etc. Tomado en este
sentido general, el término milagro es completamente impropio. El
milagro es un hecho divino que supera las fuerzas de la naturaleza y
suspende sus leyes. Clive S. Lewis explica: «Uso la palabra milagro para
significar una interferencia con la naturaleza, obrada por un poder
sobrenatural. A menos que exista, además de la naturaleza, algo más que
podemos llamar lo sobrenatural, no puede haber milagros».24
Para un verdadero milagro se necesitan tres condiciones:
1° Un hecho sensible, capaz de ser visto o percibido por los sentidos;
si falta dicha condición, no puede servir como prueba de la revelación.
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cristianos por haber pensado, que semejantes prodigios no pudieran hacerse sin
intervención divina? ¿Creéis que con el tiempo haya de descubrirse un secreto
para resucitar a los muertos, y no como quiera, sino haciéndolos levantar a la
simple voz de un hombre que los llame? La operación de las cataratas, ¿tiene
algo que ver con el restituir de golpe la vista a un ciego de nacimiento? Los
procedimientos para volver la acción a un miembro paralizado, ¿se asemejan,
por ventura, a este otro: «Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa»? Las teorías
hidrostáticas e hidráulicas, ¿llegarán nunca a encontrar en la mera palabra de
un hombre la fuerza bastante para sosegar de repente el mar alborotado y hacer
que las olas se tiendan mansas bajo sus pies y que camine sobre ellas, como un
monarca sobre plateadas alfombras?
No se nos hable, pues, de leyes ocultas, de imposibilidades aparentes; no
se oponga a tan convincente evidencia un necio «¿quién sabe?...» Esta
dificultad, que sería razonable si se tratara de un suceso aislado, envuelto en
alguna obscuridad, sujeto a mil combinaciones diferentes, cuando se la objeta
contra el cristianismo, es no sólo infundada, sino hasta contraria al sentido
común.
a) Suponiendo que el milagro trastorna esas leyes, ¿deberíamos
concluir que es imposible? No; porque quien tuvo suficiente poder para
establecerlas, debe tenerlo también para suspenderlas, para mudarlas y
aun para abolirlas si tiene buenas razones para ello. Las leyes de la
naturaleza quedan siempre sometidas a la voluntad todopoderosa de
Dios. Esas leyes no son, en manera alguna, necesarias por sí mismas:
Dios podría haber dictado otras. Si las leyes matemáticas y las leyes
morales son inmutables por naturaleza, por estar fundadas sobre la
esencia de Dios, que es siempre la misma, las leyes físicas no lo son,
porque Dios las ha establecido libremente, ya que podía haber creado
otro orden de cosas.
b) El milagro no destruye ni las leyes ni la armonía de la naturaleza.
Es una simple suspensión de una ley en particular y en un caso
particular. Esta suspensión no destruye esa ley ni las otras; por todas
partes y siempre la excepción no hace más que confirmar la regla. Si el
director de un colegio concede un día de asueto, ¿queda acaso por ello
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“No es necesario conocer todas las leyes de la nación, ni todos los artículos
del código, para asegurar que el homicidio voluntario constituye una infracción
de la ley. Tampoco es necesario conocer todos los recursos de la medicina para
saber que con un poco de saliva no se cura a un ciego de nacimiento, y que con
una simple palabra no se hace salir del sepulcro a un cadáver.
”En nuestros días hay quien opone a los verdaderos milagros los efectos
del hipnotismo y de la sugestión. Que el poder de la sugestión produce
fenómenos nerviosos más o menos extraordinarios, es indudable. Que puede
calmar y aun curar enfermedades nerviosas, también se comprende. Pero
devolver la vista a los ciegos de nacimiento, el oído a los sordomudos, curar
llagas y úlceras, he ahí lo que no puede hacer. La imaginación y la voluntad son
impotentes para renovar los órganos destruidos, así como para darles vida”25.
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¿Qué es la profecía?
Es la predicción cierta de un acontecimiento futuro, cuyo
conocimiento no puede deducirse de las causas naturales. Tales son, por
ejemplo, el nacimiento de un hombre determinado, los actos de este
hombre anunciados muchos siglos antes.
La profecía se diferencia esencialmente de la conjetura; es cierta y
absolutamente independiente de las causas naturales. Así, las
predicciones del astrónomo que anuncia los eclipses; las del médico que
predice las resultas de una enfermedad; las de un hombre de Estado que
prevé un cambio político, no son profecías: son deducciones de causas
naturales conocidas. El demonio, superior al hombre en inteligencia,
puede hacer conjeturas más serias que las del hombre, pero no puede
hacer profecías, porque no conoce lo porvenir.
¿Qué se requiere para una verdadera profecía?
Se requiere:
1°, que la predicción se haga antes del acontecimiento y con tanta
certeza, que no quepa duda alguna respecto de su existencia;
2°, que el hecho anunciado sea de tal naturaleza, que ninguna
inteligencia creada pueda preverlo por medio de las causas naturales;
3°, que el hecho se cumpla según la predicción, porque la profecía
en tanto prueba, en cuanto el acontecimiento anunciado la justifica.
¿Cuáles son los acontecimientos que no pueden ser conocidos por la
ciencia?
Son aquellos que dependen de la libre voluntad de Dios o de la libre
voluntad del hombre. Y como estas cosas no dependen de las causas
naturales, el profeta no puede verlas en ellas. No puede verlas sino
donde están, en la inteligencia de Dios, que es el único que conoce lo por
venir. Por consiguiente, la profecía es un milagro del orden intelectual,
una palabra divina.
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§ 2° COMPROBACIÓN DE LA PROFECÍA
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mezcladas con las del Mesías, a fin de que las profecías del Mesías no quedaran
sin pruebas y las profecías particulares no quedaran sin frutos”.– (Pascal.)
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de los textos del Antiguo Testamento para hacerlos más inteligibles y actualizarlos en función de su época, sino que
en ellos el punto de partida son los acontecimientos en tomo a Cristo, que constituye la novedad total» {o.c., 36).
Por su parte, confiesa también Diez Macho: «Una tesis doctoral importante sería la investigación sistemática de
cómo los hagiógrafos neotestamentarios arrancan de los hechos y del kerigma cristiano y acuden al Antiguo
Testamento para señalar que son su cumplimiento o su superación, o simplemente para justificarlos con la palabra
sagrada» (G. PÉREZ, La infancia de Jesús (Salamanca 1990) 17.
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29Los evangelios de la infancia (Barcelona 1967) 7-8. Dice así también B. Forte: «La tendencia cristiana ha sido teológica-
alegórica: se establece entre ambos testamentos un paralelismo representativo, en virtud del cual lo narrado en el
Nuevo es visto como ya presente en el Antiguo bajo la forma de tipo o alegoría. El origen de este modo de
interpretar parece remontarse ya al hecho de que, cuando el canon neotestamentario todavía no estaba redactado
ni fijado, los cristianos se esforzaban por ver en el único canon de que disponían, el veterotestamentario, la historia
de Jesús, centro y fundamento de su fe. Por este camino, se llegó a presumir que todos los signos y acontecimientos
del anuncio evangélico debían estar como ocultos en las palabras de la Escritura de Israel» (cfr. B. FORTE, Jesús de
Nazaret, Historia de Dios, Dios de la. historia [Madrid 1983] 62).
30 Dice así McHugh: «El autor de Lc 1-2 ha trastocado el procedimiento (del Midrash): en lugar de mirar el pasado
y de buscar en él y descubrir una lección para el presente, se ha afirmado en el presente y se ha esforzado por
desentrañar toda la significación, interpretándola a la luz del pasado, es decir, por medio de temas y textos antiguos.
En lugar de partir del Antiguo Testamento, ha tomado como punto de partida un acontecimiento contemporáneo:
el nacimiento del Salvador, y se ha servido del procedimiento midriáshico para esclarecer su significación» (J.
McHugh, La mere de Jésus dans le N. Testament (París 1975) 168.
31 A. FEUILLET, Jésus et sa. mere dans les récits de l'enfance de san Mat. et de St. Luc (Vaticano 1990) 154.
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amplia libertad para lo que sería la mentalidad moderna, pero para ellos
no era en el fondo una falsificación de la Escritura, sino más bien se
trataba de descubrir su sentido latente. En concreto, por ejemplo,
cuando Mateo dice que Jesús fue a habitar en Nazareth para que se
cumpliera el oráculo de los profetas (Mt 2,23), no podemos menos que
constatar que no hay profecía alguna al respecto. Sin embargo, a Mateo
le basta ver una analogía entre el nombre de Nazareth (nasraf) y el de
neser (retoño); término este que se encuentra ciertamente en los profetas.
El hebreo estaba convencido de que la palabra de Dios tiene sentido para
todos los tiempos, y el escritor cristiano no podía menos de ver en el
Antiguo Testamento referencias constantes a la persona de Cristo.
En este sentido, no podemos hablar, por tanto, de profecía estricta.
Y muchos de los argumentos antiguos han caído por ello en desuso.
2) Por otro lado, hoy en día nos hemos hecho también
conscientes de la existencia del sensus plenior de la Escritura, que viene
a ser un sentido más profundo, quizás no previsto por el autor del
Antiguo Testamento, pero buscado por Dios y que la Iglesia descubre
en el Nuevo Testamento. Pongamos un ejemplo: a decir verdad, de la
resurrección de Cristo no hay profecía clara en el Antiguo Testamento.
Sin embargo, san Pedro, en Hch. 2,14ss, alude al salmo 16 que dice: «No
dejarás ver a tu siervo la corrupción», san Pedro comenta que todos
pensaban que David se refería en dicho salmo a sí mismo, pero su
sepulcro está entre ellos. Por tanto David, siendo profeta se refería a
Jesús, al Mesías que no habría de conocer la corrupción. Éste es el sensus
plenior, el autor del salmo no se refería a Jesús, pero el hecho es que ahí
hay una frase, cuyo sentido pleno se descubre en Jesús. Esto es lo que
hace la predicación de san Pedro.
Otro ejemplo de sentido pleno lo podríamos encontrar en Is 7,14,
en el cual el profeta da como señal que una doncella va a dar a luz un
hijo y le pondrá el nombre de Enmanuel. Tal como recuerda la Biblia de
Jerusalén, la señal aquí propuesta es el próximo nacimiento del futuro
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como son las relativas al siervo de Yahvé y al Hijo del hombre de Daniel.
No en vano, se han dado conversiones de judíos que han leído los
pasajes del Siervo de Yahvé, como es el caso del gran rabino de Roma
Zolli y de Rafael Stern, que se conmovieron ante textos como éste:
«Todos nosotros, como ovejas erramos; cada uno marchó por su camino y
Yahvé descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido y él se humilló
y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado y, como la oveja ante
los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio,
fue arrebatado, y de su causa, ¿quién se preocupa? fue arrancado de la tierra de
los vivos, por nuestras rebeldías fue entregado a la muerte y se puso su
sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo
atropello ni hubo engaño en su boca» (Is 53,5-9).
Desde el punto de vista histórico, en la institución de la Eucaristía
está claro que Jesús se aplicó la función de Siervo de Yahvé, que muere
en expiación por nosotros y lo hace como sello de la nueva y definitiva
alianza que Jeremías ha vaticinado32. Con ello, Jesucristo interpreta su
muerte en la línea del Siervo de Yahvé, como cumplimiento y sello de la
nueva y definitiva alianza.
Finalmente, no podemos olvidar algunos textos precisos, como el
nacimiento de Cristo en Belén, que había vaticinado Mi 2,1. Lo trae
Lucas (2,1-7), explicando que tuvo lugar por el empadronamiento que
hizo realizar César Augusto, pero también lo trae Mateo (2,1), que para
nada alude a dicho empadronamiento y que relata el hecho con la mayor
sencillez: «Nacido en Belén de Judea, en tiempos del rey Herodes». La
preocupación de Mateo va por otro lado: mostrar que Jesús, a pesar de
no provenir físicamente de José, pertenece a la estirpe de David, por la
paternidad legal que ejerce sobre él.
Tendríamos que recordar también la entrada triunfal de Jesús en
Jerusalén, que aparece en Juan y en los sinópticos (Jn 12, 12-18; Mt 21,1-
9; Me 11,1-10; Le 19,28-38) y que había sido predicha por Zacarías (Za 9,
32 Cfr. J. A. SAYÉS, El misterio eucarístico (BAC Madrid 1986)
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9).
El argumento profético se realiza, pues, en Cristo, aun cuando haya
que tener en cuenta las precisiones necesarias sobre el género midrash y
el sensus plenior. Pero hay que recordar también que Cristo, al igual que
los profetas del Antiguo Testamento, hace profecías, como las relativas
a su muerte y resurrección, de forma velada y solemne, cual es el caso
de Mc 8,31 y par.; Mc 9,31 y par.; Mc 10,33 y par., de las que no se puede
negar su contenido histórico33. Su resurrección, no profetizada en el
Antiguo Testamento, la profetiza Cristo mismo en persona. Pentecostés
es también una profecía de Cristo (Jn 16ss.), así como todo lo relativo a
la persecución que sufrirán los suyos.
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