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1. VIOLENCIA SIMBOLICA
El concepto de violencia simbólica designa un poder de imposición de significados
cuya característica fundamental es que oculta su verdadera naturaleza, es decir, no
aparece como una imposición fundada en relaciones de fuerza en las cuales unos
ejercen poder sobre otros. El concepto de poder en la Reproducción surge de las
teorías de Marx, Weber y Durkheim sobre los fundamentos del poder. En la violencia
simbólica el poder de imposición no aparece como tal, sino que es aceptado por el
receptor de los significados que se imponen, en virtud de la legitimidad que el receptor
le otorga al transmisor. Esta representación de legitimidad que el receptor le otorga al
transmisor refuerza y perpetúa ese poder.
En el caso del sistema educativo, el poder consiste en la posibilidad que tiene un
agente (docente) de imponer determinados significados culturales (no cualquier
significado) y de imponerlos como legítimos, a otro agente (alumno) que no opone
resistencia a ello. En el sistema de enseñanza, este poder de imposición se ejerce de
manera sistemática y duradera por parte de agentes autorizados y especialmente
entrenados por el propio sistema para llevar a cabo la tarea de imposición. Por su
parte el que recibe la acción, otorga legitimidad al sistema y sus agentes, de modo que
considera que su deber es obedecer al mandato. Esta representación de legitimidad,
que corresponde al plano simbólico tiene carácter subjetivo y es lo que facilita y
perpetúa las relaciones de poder que, en el plano objetivo o estructural, son
propiamente relaciones de fuerza.
3. AUTORIDAD PEDAGOGICA
Para que el ejercicio de la acción pedagógica (AP) sea eficaz, es decir consiga su
objeto propio de inculcar significados (e inculcarlos como legítimos) debe estar dotada
de legitimidad o sea, debe constituirse como autoridad pedagógica (AuP).
No cabe duda que el concepto de AP remite a la sociología de Weber, que define la
autoridad como el ejercicio legitimo de la dominación. La AP es también una violencia
simbólica, pero investida de cualidad adicional, la legitimidad; en consecuencia, la
obediencia al mandatario y al mandato específico del que aquel es titular, aparece
como obligatoria para el dominado. El alumno se somete a la autoridad del profesor
porque reconoce4 su legitimidad para ejerce r el poder de imposición es decir para
imponer el mandato.
En el sistema educativo que es una formación social explícitamente destinada a
educar, los docentes actúan como mandatarios institucionales y en tanto tales, están
investidos de la autoridad necesaria (AuP) para que su mandato no pueda ser resistido
por el dominado. El alumno considera `natural’ que el profesor enseñe; difícilmente
definirá la tarea de enseñanza en términos de ‘ejercicio del poder de imposición’.
El reconocimiento objetivo de la autoridad pedagógica como autoridad legítima supone
dos cosas. Por una parte que quien ejerce la AP, en virtud de la posición que ocupa,
aparece como transmisor legitimo, o sea digno de transmitir lo que transmite,
autorizado para imponer su recepción y controlar su inculcación mediante sanciones
(físicas o simbólicas, positivas o negativas), socialmente aprobadas o garantizadas. Y
por otra, este carácter de imposición legítima refuerza el poder arbitrario que la
fundamenta y que ella disimula.
A su vez, lo receptores de la comunicación pedagógica, en virtud de la posición que
ocupan, están dispuestos a reconocer la legitimidad de la AuP de los transmisores y
de la información transmitida por estos y, por lo tanto, a recibir e interiorizar el
mensaje.
De esta manera, gracias a la AuP, se cierra un círculo que refuerza el poder de
imposición de los grupos o clases dominantes y refuerza también la vigencia de los
significados que se imponen, es decir, del arbitrario cultural que constituye el
contenido del mensaje que los agentes autorizados transmiten.