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Nos preguntábamos cómo iniciar este texto, cómo ser respetuoso con la
rigurosidad vivamente necesaria de la teoría (Reproducción) de Bourdieu y Passeron, cuya
teoría corresponde a visibilizar la “dulce y sutil”, pero finalmente “apocalíptica
simbólicamente hablando” función de la educación. Esta última que, desde hace décadas,
hasta nuestros tiempos, viene imponiendo a los sujetos y agentes una forma de violencia
pedagógica. Así mismo, ha venido enmarañando el concepto de educación con instrucción;
dicho así, la escuela como institución legitimada, cuya función va más allá de domesticar la
especie humana (Sujeto cultivado), cuyos propósitos están concentrados en intereses
económicos, productivos e industriales.
Legitimar una dominación es dar toda la fuerza de la razón a la razón (el interés, el
capital) del más fuerte, esto supone la puesta en práctica de una violencia simbólica,
eufemizada y por lo mismo socialmente aceptable, que consiste en imponer
significaciones, en hacer creer y hacer ver, para movilizar, la violencia simbólica,
entonces se sustenta en el poder simbólico. (p. 292)
Por lo tanto, es evidente que existe una lucha constante por adquirir el
poder simbólico que permita legitimidad para la imposición de convenciones
socialmente aceptadas; que, a su vez, son inculcadas por instituciones legítimas de
“formación”, producción o reproducción de las categorías existentes, entre ellas, la
escuela, la iglesia entre otras, que contribuyen a la perpetuación del poder.