Las formas semidirectas de democracia son mecanismos complementarios en un sistema
representativo de gobierno, como el que prevé el art. 1º de la Constitución, y que le asignan al pueblo una participación inmediata en la formulación de ciertos actos gubernamentales y en la determinación de la voluntad del Estado. Se trata de técnicas con las cuales se requiere la intervención del pueblo, representado a su vez por el cuerpo electoral, para que mediante el ejercicio del sufragio adopte decisiones gubernamentales sobre actos políticos, constituyentes, legislativos, administrativos o de índole judicial que, normalmente, deben emanar de los órganos ordinarios o extraordinarios de un gobierno representativo. Estos procedimientos, de raíz parlamentaria, están regulados en varias Constituciones europeas y americanas y fueron incorporados también por algunos sistemas presidencialistas. Los contenidos y características de las formas semidirectas son amplios y variables. Las más conocidas son el plebiscito, el referéndum o consulta popular, la iniciativa y la revocatoria. El plebiscito consiste en el pronunciamiento que emite el pueblo sobre la viabilidad de ciertos actos políticos fundamentales para la organización del gobierno o del Estado. El referéndum o consulta popular es la potestad conferida al pueblo para ratificar o rechazar actos o proyectos de actos del gobierno. Puede recaer sobre actos constituyentes, legislativos, ejecutivos y judiciales. La iniciativa es la facultad otorgada a un determinado número de ciudadanos para imponer la aplicación del referéndum o el tratamiento de un proyecto de acto constituyente, legislativo, ejecutivo y judicial, por los órganos competentes del gobierno. La revocatoria es el derecho político reconocido al pueblo para decidir, por votación popular mayoritaria, la destitución de un gobernante o la abrogación de un acto de gobierno, cualquiera sea su naturaleza. Son varias las bondades teóricas y los defectos prácticos que presentan estos mecanismos, en especial el plebiscito. Su inserción en las constituciones europeas sancionadas después de la Primera Guerra Mundial respondió al propósito teorizante de consolidar las nuevas democracias mediante una intervención más activa y directa del cuerpo electoral. Sin embargo, no se le asignó la debida importancia a las experiencias resultantes de los plebiscitos constitucionales impuestos en Francia por Napoleón I (1799, 1802 y 1804) y por Napoleón III (1851, 1852 y 1870). El excesivo optimismo o la ingenuidad de sus autores —a quienes Niceto Alcalá Zamora imputó el vicio de haber sido más cultos que sabios y más sabios que prudentes— les impidió prever las funestas consecuencias de tal mecanismo, que fue herramienta decisiva para el surgimiento de regímenes totalitarios en varios países europeos, algunos de los cuales condujeron a la humanidad a una de las etapas más nefastas de su historia. Fueron elecciones plebiscitarias las que concedieron un poder absoluto a Mussolini en Italia (1922) y a Hitler en Alemania (1932 y 1933). El plebiscito constitucional de 1933 consolidó el autoritarismo de Oliveira Zalazar en Portugal. Las elecciones plebiscitarias y fraudulentas realizadas en Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Rumania avalaron la instalación de las autocracias comunistas impuestas por la entonces Unión Soviética. También, por ley del 22/10/1945, el franquismo introdujo esa técnica en España. Estos resultados determinaron que en las Constituciones europeas posteriores a 1945 que implantaron sistemas democrático-constitucionales fueran limitadas considerablemente las técnicas de democracia semidirecta. Los constituyentes argentinos de 1853/60 tenían pleno conocimiento de las formas semidirectas de democracia. Muchos de ellos las habían padecido en carne propia, con motivo del plebiscito consultivo de 1835 que confirmó la concesión, a Juan Manuel de Rosas, de la suma del poder público. En esa especie de consulta popular votaron 9326 vecinos, de los cuales solamente cuatro se pronunciaron contra el otorgamiento de tales potestades: Juan Bosch, Juan Escobar, Gervasio Espinosa y Jacinto Rodríguez Peña. Seguramente esa experiencia y sus secuelas dolorosas para una vida en libertad impulsaron a los constituyentes de 1853/60 a descalificar las formas semidirectas de democracia, en razón de lo cual establecieron una forma de gobierno republicana y representativa (art. 1º CN) y dispusieron categóricamente que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por la Constitución (art. 22 CN). Los convencionales de 1994, deslumbrados por el parlamentarismo europeo y en particular por el español, se apartaron de estos antecedentes nacionales, optaron por seguir el temperamento prudente adoptado por algunas constituciones parlamentarias europeas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, e incorporaron, en los arts. 39 y 40 de la Ley Fundamental, el derecho de iniciativa y la consulta popular. Es importante señalar que las formas de democracia semidirecta incorporadas en los arts. 39 y 40 de la Constitución no alteran el principio general del gobierno representativo establecido por sus arts. 1º y 22. Son excepciones constitucionales al gobierno representativo que, como tales, son de interpretación restrictiva. 151. Derecho de iniciativa El art. 39 de la Constitución reconoce a los ciudadanos el ejercicio del derecho de iniciativa sujeto a las condiciones siguientes: 1) Solamente puede consistir en la presentación de proyectos de leyes. 2) Tales proyectos deben ser presentados únicamente ante la cámara de Diputados que actuará, necesariamente, como cámara de origen. 3) Los proyectos de ley generados por la iniciativa popular no pueden versar sobre temas atinentes a la reforma constitucional, a los tratados internacionales, a los tributos, al presupuesto y a la materia penal. 4) Consideramos que tampoco pueden ser objeto del derecho de iniciativa aquellos proyectos de ley que solamente pueden ser aprobados por mayorías especiales fijadas por la Constitución, así como tampoco aquellos proyectos para los cuales la cámara de origen es el Senado. Tales serían, entre otras hipótesis, la ley reglamentaria de la Auditoría General de la Nación (art. 85), la ley especial que regula los alcances y el trámite de la intervención del Congreso cuando el presidente de la Nación dicta decretos de necesidad y urgencia (art. 99, inc. 3º) y la ley especial que regula el Consejo de la Magistratura (art. 114). En todos estos casos la Constitución exige que los proyectos de ley sean aprobados por la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada cámara del Congreso. Otro tanto acontece con la aprobación de la ley convenio prevista en el art. 75, inc. 2º, párrafo cuarto, de la Constitución, no solamente porque se exige una mayoría igual a la de los casos anteriores, sino también porque el Senado es la cámara de origen. De todas maneras, consideramos que las leyes convenio recaen sobre una materia impositiva, de las expresamente previstas en el art. 39 de la Ley Fundamental, que vedan la aplicación del derecho de iniciativa popular. 5) La inviabilidad de tratar proyectos de ley sobre reforma constitucional, tratados internacionales, tributos, el presupuesto y la materia penal determina la exclusión de aquellas propuestas que contengan, de manera tangencial o secundaria, referencias sobre aquellas materias. 6) La presentación de proyectos de ley que, de manera general o tangencial, versen sobre materias vedadas por la Constitución, ya sea en forma expresa o implícita, no impide que la Cámara de Diputados o la propia Cámara de Senadores adopten como propia la sugerencia formulada por los ciudadanos y le asignen trámite legislativo. Sin embargo, en tal caso los ciudadanos no habrán ejercido el derecho de iniciativa, sino el derecho de peticionar a las autoridades previsto por el art. 14 de la Constitución. 7) Para el ejercicio del derecho de iniciativa es indispensable la sanción de una ley reglamentaria, ya que la cláusula del art. 39 no es operativa. Esa ley y toda modificación que se le introduzca deben ser aprobadas por la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros que componen cada una de las cámaras del Congreso. No será suficiente la mayoría de los miembros presentes, aunque se cumpla con el quórum del art. 64, si ella no coincide con la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara. 8) La ley reglamentaria del derecho de iniciativa no puede exigir, para que sea vinculante el ejercicio de este último, un apoyo explícito mayor del 3% del padrón electoral nacional. Esto impone el deber de mantener actualizado el padrón electoral o, al menos, de establecer lapsos regulares y breves a los fines de su actualización. 9) La ley reglamentaria debe contemplar una adecuada distribución territorial para suscribir la iniciativa. Esto significa que esa ley puede obviar un porcentaje global del padrón nacional y tornar viable el ejercicio del derecho de iniciativa sobre la base de la obtención de ese porcentaje en algunos distritos. Pero si en un solo distrito se llegara a obtener el porcentaje mínimo del padrón nacional que establezca la ley reglamentaria, el ejercicio del derecho de iniciativa será vinculante para la Cámara de Diputados aunque, en los restantes distritos, las adhesiones sean ínfimas o carentes de significación. 10) Ejercido el derecho de iniciativa dando cumplimiento a las condiciones establecidas por la ley reglamentaria, la Cámara de Diputados debe dar curso al tratamiento del proyecto conforme a su reglamento interno y dentro del plazo de doce meses. 11) La obligación de suministrar un tratamiento expreso al proyecto generado por la iniciativa no significa que el Congreso tenga el deber de sancionarlo con fuerza de ley. Si es rechazado en su totalidad por la Cámara de Diputados, o por la Cámara de Senadores previa aprobación por la primera, quedará agotado su tratamiento (art. 81 CN). Además, tanto la Cámara de Diputados como la de Senadores pueden introducir modificaciones al texto del proyecto presentado por la iniciativa. Es que, si pueden rechazarlo en su totalidad, no habrá reparos para que lo hagan en forma parcial con inserción de nuevas disposiciones en sustitución de las que fueron objetadas. 12) El proyecto de ley originado en la iniciativa y aprobado por ambas cámaras del Congreso puede ser objeto de veto total o parcial por el Poder Ejecutivo. En tal caso, se aplicará el procedimiento previsto por el art. 83 de la Constitución. 152. Reglamentación del derecho de iniciativa La ley 24.747, publicada el 24/12/1996, reglamentó el ejercicio del derecho de iniciativa. Establece que la iniciativa requiere la firma de un número de ciudadanos no inferior al 1,5% del padrón electoral utilizado en la última elección de diputados nacionales y que representen, por lo menos, a seis distritos electorales. Asimismo, si la iniciativa es de interés regional, ese 1,5% se determinará sobre la base del padrón electoral que corresponda únicamente a las provincias que integren esa región. En este caso, no se requerirá la representación de seis distritos (art. 4º). La iniciativa debe contener la petición redactada en forma de ley; una exposición de motivos; nombre y domicilio de los promotores de la iniciativa; detalle del origen de los recursos consumidos por los gastos realizados para formular la iniciativa; nombres, documentos, domicilios y firmas de los peticionarios (art. 5º). Antes de ingresar el proyecto a la Cámara de Diputados, deberá ser presentado a la justicia nacional electoral para verificar la existencia y autenticidad de la firma de los peticionarios. A tal fin, dentro de un plazo de 20 días, que puede ser prorrogado por un lapso similar, el tribunal electoral efectuará esa verificación sobre la base de una muestra que no podrá ser inferior al 0,5% de las firmas presentadas. El juez puede ampliar la muestra, y es conveniente que así lo haga, si se constatan firmas adulteradas o el nombre de peticionarios inexistentes. De todas maneras, el proyecto objeto de la iniciativa será desestimado por la justicia electoral si se constatan aquellas irregularidades al menos en un 5% de la nómina de los peticionarios. En todos los casos, verificada la irregularidad, se procederá a deducir del número de los peticionarios para la determinación del porcentaje exigido por el art. 4º de la ley (art. 7º). Presentada la iniciativa en la Cámara de Diputados, será remitida a su Comisión de Asuntos Constitucionales para que, en el plazo de 20 días hábiles, dictamine sobre la admisibilidad formal de la iniciativa. Las observaciones formales que realice esa Comisión deben ser corregidas o subsanadas por los promotores para dar curso a la iniciativa (art. 8º). Admitido formalmente el proyecto de ley, que no puede versar sobre las materias vedadas por el art. 39 de la Constitución, y previo paso por la Comisión de Labor Parlamentaria que organiza las tareas internas de la Cámara de Diputados, el proyecto podrá ser remitido a sus comisiones competentes por razón de la materia para que se expidan sobre su contenido en el plazo de 15 días (arts. 5º y 10). Vencido el plazo de 15 días, y aunque no exista dictamen de las comisiones, corresponderá el tratamiento del proyecto por la Cámara de Diputados dentro del plazo de 12 meses (art. 11). Aprobado el proyecto por la Cámara de Diputados, el Senado se deberá expedir sobre él y, de ser aprobado, quedará sancionada la ley si la promulga el Poder Ejecutivo. La ley no prevé cuáles son las consecuencias que acarrea la falta de tratamiento del proyecto. Entendemos que esa actitud debe ser interpretada como un rechazo al proyecto sin que sea viable acudir al órgano judicial para que obligue a las cámaras del Congreso a emitir un pronunciamiento expreso. Se trataría de una cuestión política insusceptible de control judicial. Conforme al art. 39 de la Ley Fundamental, la eventual sustitución o modificación de la ley 24.747 solamente podrá ser concretada por decisión de la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada una de las cámaras del Congreso. 153. Consulta popular El derecho a la iniciativa y la consulta popular son el anverso y reverso de una forma única de democracia semidirecta. La iniciativa es la facultad otorgada a un grupo de ciudadanos para requerir la producción de un acto gubernamental. En cambio, la consulta popular es la facultad otorgada al gobierno para requerir a los ciudadanos que produzcan un acto gubernamental o emitan su opinión sobre un proyecto o acto del gobierno. El art. 40 de la Constitución prevé dos tipos de consulta popular: la vinculante, que sólo puede versar sobre materias legislativas, y la no vinculante, que puede recaer sobre materias de competencia del Congreso o del Poder Ejecutivo. En ambos casos se impone necesariamente la convocatoria del cuerpo electoral para que los ciudadanos formulen su voto de aprobación o rechazo sobre el tema que somete a su consideración el gobierno. La consulta popular vinculante u obligatoria presenta las siguientes características constitucionales: 1) Sólo puede ser convocada por ley del Congreso a iniciativa de la Cámara de Diputados. Al tener en cuenta el carácter excepcional de las formas de democracia semidirecta en nuestro sistema representativo y la interpretación restrictiva en orden a la extensión de tales formas, entendemos que la convocatoria no puede ser efectuada por el Poder Ejecutivo mediante la emisión de un decreto de necesidad y urgencia (art. 99, inc. 3º, Constitución Nacional), ni como consecuencia de una delegación legislativa (art. 76, Constitución Nacional). 2) Necesariamente debe versar sobre un proyecto de ley que pueda tener origen en cualquiera de las cámaras del Congreso. No hay reparos para que la convocatoria se realice sobre un proyecto que ya tiene trámite congresual. Asimismo, aunque un proyecto de ley esté sujeto a la consideración y debate de la Cámara de Senadores del Congreso, la Cámara de Diputados puede promover la sanción de la ley de convocatoria a consulta popular sobre el contenido de aquel proyecto. 3) Tanto la ley de convocatoria a una consulta popular vinculante como la sanción de la ley por el voto afirmativo de los ciudadanos no pueden ser vetadas por el Poder Ejecutivo. El art. 40 lo establece expresamente para la ley de convocatoria, pero entendemos que el principio es extensible a la aprobación de la ley por el pueblo, porque el mismo art. 40 dispone que la sola aprobación del proyecto lo convierte en ley y que su promulgación será automática. 4) En la consulta popular vinculante, el voto es obligatorio para los ciudadanos con las características contempladas en el art. 37 de la Constitución. 5) La cláusula constitucional que establece la consulta popular vinculante no es operativa. La aplicación de esta forma semidirecta de democracia está condicionada a la previa sanción de una ley reglamentaria, que deberá ser aprobada por la mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada una de las cámaras del Congreso. En esa ley serán previstos las materias, los procedimientos y la oportunidad de la consulta popular. 6) Al margen de lo que disponga la ley reglamentaria, entendemos que la consulta popular no puede ser aplicada en materia de reforma constitucional, de tratados internacionales, tributos, presupuesto y en materia penal. Son los temas que el art. 39 de la Ley Fundamental excluye para el ejercicio del derecho de iniciativa. A ellos se agregan todas aquellas materias cuya regulación legislativa requiere de mayorías especiales, y aquéllas respecto de las cuales el Senado debe actuar como cámara de origen por mandato constitucional. Si bien, como consecuencia de una interpretación literal, el texto del art. 40 de la Constitución es permisivo, de una interpretación sistemática de la Ley Fundamental y restrictiva de las formas semidirectas de democracia resulta la imposibilidad de incluir en el temario de una consulta popular aquellas cuestiones que, de manera expresa o implícita, no pueden ser objeto del derecho de iniciativa. En cuanto a las características de la consulta popular no vinculante, son las siguientes: 1) Solamente puede ser convocada por ley del Congreso o decreto del Poder Ejecutivo. 2) Necesariamente debe versar sobre materias que son de competencia constitucional del órgano convocante. El presidente de la Nación no puede requerir una consulta popular sobre temas que son de competencia del Congreso o del Poder Judicial, ni el Congreso puede realizar la convocatoria para que la ciudadanía se expida sobre temas cuyo tratamiento la Constitución reserva a los órganos ejecutivo o judicial. 3) La ley de convocatoria a una consulta popular no vinculante sobre materias de competencia del órgano legislativo no puede ser vetada por el Poder Ejecutivo. 4) En la consulta popular no vinculante, el voto no es obligatorio. Tampoco la decisión que adopte la ciudadanía es jurídicamente obligatoria para el órgano convocante. 5) Consideramos que, a falta de ley reglamentaria, si bien no es viable la convocatoria a una consulta popular vinculante, no acontece lo propio con la consulta carente de obligatoriedad. La cláusula constitucional que prevé este tipo de consulta es operativa. 6) La consulta popular no vinculante dispuesta por el Congreso solamente puede tener por objeto aquellas materias sobre las cuales se puede convocar a una consulta obligatoria. 7) La consulta popular no vinculante es una especie de encuesta oficial con la cual se recaba la opinión de la ciudadanía. Esa opinión, si bien carece de relevancia jurídica, fundamenta la legitimidad política del acto gubernamental que, eventualmente, la adopte mediante una ley o decreto según se trate del Congreso o del Poder Ejecutivo. 154. Reglamentación de la consulta popular La ley 25.432, sancionada el 23/5/2001, reglamentó la consulta popular. Con respecto a la consulta popular vinculante establece que, por iniciativa de la Cámara de Diputados, el Congreso nacional puede someter a consulta todo proyecto de ley con excepción de aquellos que, conforme a la Ley Fundamental, requieran la intervención específica de una cámara de origen, o cuya sanción imponga la expresión de una mayoría calificada (art. 1º). La ley de convocatoria debe ser tratada en una sesión especial y aprobada con el voto de la mayoría absoluta de los miembros presentes de cada una de las cámaras (art. 2º). Convocada la ciudadanía a una consulta popular vinculante, el voto es obligatorio (art. 3º). La validez de la consulta popular queda supeditada a que emitan su voto no menos del 35% de los ciudadanos inscriptos en el padrón electoral (art. 4º). Consideramos que, si no se alcanza ese porcentaje, la convocatoria a una nueva consulta popular sobre el mismo tema requerirá la decisión en tal sentido del Congreso conforme al art. 2º de la ley. Si el proyecto sometido a consulta popular vinculante obtiene la mayoría de los votos válidos afirmativos, se convierte automáticamente en ley y debe ser publicado en el Boletín Oficial dentro de los diez días hábiles posteriores a la aprobación del comicio por la autoridad electoral (art. 5º). Si el proyecto obtiene un resultado negativo, no podrá ser tratado por el Congreso sino después de haber transcurrido dos años desde la realización de la consulta. Tampoco, durante ese lapso, se podrá repetir la consulta (art. 5º). La consulta popular no vinculante puede recaer sobre cualquier asunto de interés general, con excepción de aquellos para los cuales la ley, en su art. 1º, no permite la consulta popular vinculante. En este caso, el voto de la ciudadanía no es obligatorio (art. 6º). La convocatoria realizada por el Congreso puede ser requerida por cualquiera de las cámaras, previa aprobación por el voto de la mayoría absoluta de los miembros presentes de cada una de ellas (art. 7º). Si un proyecto de ley sometido a consulta popular no vinculante obtiene el voto afirmativo de la mayoría absoluta de los votos válidos emitidos, deberá ser tratado por el Congreso y quedará incorporado al plan de labor parlamentaria de la Cámara de Diputados de la sesión siguiente a la fecha en que se proclama el resultado del comicio por la autoridad electoral (art. 8º). Tanto en la consulta popular vinculante como en la no vinculante, la ley o decreto de convocatoria deben contener el texto completo del proyecto de ley o decisión política objeto de la consulta y detallar con precisión las preguntas que contestará el cuerpo electoral, de modo tal que las respuestas no admitan otra alternativa que un pronunciamiento afirmativo o negativo (art. 9º). La consulta popular se debe efectuar en un plazo no inferior a 60 días y no superior a 120 días corridos desde la fecha de publicación de la ley o el decreto de convocatoria en el Boletín Oficial (art. 12), y el día para la realización de la consulta no podrá coincidir con otro acto electoral (art. 14). 155. Las formas semidirectas y la reforma constitucional ¿Es viable aplicar el mecanismo de la consulta popular vinculante para concretar la reforma constitucional al margen del procedimiento previsto por el art. 30 de la Ley Fundamental? Los arts. 6º y 7º de la ley 24.309, que declaró la necesidad de la reforma constitucional realizada en 1994, establecen categóricamente que son nulas, de nulidad absoluta, todas las modificaciones que se introdujeran en las declaraciones, derechos y garantías contenidas en el actual Capítulo Primero de la Primera Parte de la Constitución, que abarca desde el art. 1º al art. 35. De modo que toda reforma que se hubiera introducido al art. 30, en forma directa o indirecta, carece de validez. Asimismo, toda interpretación que se le pretenda asignar a las nuevas cláusulas constitucionales, y que desemboque en una alteración del significado tradicionalmente atribuido al art. 30, estará desprovista de todo sustento jurídico por superar los límites fijados en la ley que declaró la necesidad de la reforma constitucional. Si se llegara a someter a una consulta popular la decisión de reformar la Constitución, tal procedimiento estaría al margen de las prescripciones del art. 30 de la Constitución, porque el único órgano habilitado para ejercer la función constituyente es una convención integrada por los representantes del pueblo. ¿Es viable introducir el mecanismo de la consulta popular vinculante para el ejercicio de la función preconstituyente contemplada en el art. 30, sustituyendo o complementando el rol asignado al Congreso? La respuesta a este interrogante quizá no resulte tan sencilla como en el caso anterior. Sin embargo, las dificultades se superan cuando el análisis jurídico se realiza con prescindencia de las opiniones y pasiones políticas que, muchas veces, impiden desarrollar una labor signada por la seriedad y objetividad que deben presidir toda labor científica. Labor esta última que otorga fundamentación racional a la seguridad jurídica. El art. 30 de la Constitución dispone que la función preconstituyente la ejerce el Congreso, declarando la necesidad de la reforma por el voto de las dos terceras partes de la totalidad de los miembros de cada Cámara. Es conocido el debate doctrinario suscitado sobre si el ejercicio de la función preconstituyente se materializa mediante una declaración o una ley. Si aceptamos que se trata de una declaración, la consulta popular resulta inviable porque solamente se puede aplicar para sancionar leyes o rechazar proyectos de leyes, quedando excluida del ámbito de expresión de aquellos actos del Congreso que no son leyes. Igual solución se impone si entendemos que la declaración de necesidad de la reforma constitucional se hace formalmente efectiva mediante la sanción de una ley, tal como aconteció siempre en nuestra práctica constitucional. En efecto, el art. 30 dice expresamente que la necesidad de la reforma debe ser evaluada y resuelta por el Congreso mediante un acto a través del cual se manifieste su voluntad. Si ese acto es una ley, será necesaria su sanción por el voto de los dos tercios de la totalidad de los miembros de cada una de las Cámaras. Habrá una ley sancionada que declare la necesidad de la reforma y no un proyecto de ley para declarar la necesidad de la reforma. Esto excluye la consulta popular, mediante la cual no es procedente ratificar o rectificar una ley, sino solamente un proyecto de ley. No hay motivo razonable para incluir en la consulta popular aquello que constitucionalmente, y de manera expresa, está excluido de las materias sobre las cuales cabe ejercer la iniciativa. De modo que la consulta popular, al igual que la iniciativa, no son viables cuando su ejercicio recae sobre proyectos de leyes referentes a la reforma constitucional, a los tratados internacionales, cualquiera sea su especie, a tributos, al presupuesto o a la materia penal. Otro tanto sucede cuando se trata de materias en las cuales el Senado interviene como cámara de origen, porque esa prerrogativa sería desvirtuada a raíz de la iniciativa asignada a la Cámara de Diputados en los procedimientos de democracia semidirecta de los arts. 39 y 40. Además, en todos aquellos casos en que la sanción de las leyes está condicionada a una mayoría especial, estimo que no es viable acudir a la iniciativa ni a la consulta popular. Ello como consecuencia de aquella interpretación restrictiva a que deben ser sometidas estas novedosas instituciones constitucionales en función de la cláusula del art. 22 de la Constitución.
Introducción al derecho internacional privado: Tomo III: Conflictos de jurisdicciones, arbitraje internacional y sujetos de las relaciones privadas internacionales