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Lo humano en la investigación

“un problema de investigación no se resuelve con aparatos; se resuelve en la cabeza y (el


corazón) del hombre”.

La investigación en educación encarna un reto, una vivencia trascendental, pero


ante todo una necesidad vital incuestionable, para transitar por el campo
educativo, donde confluyen, aterrizan y se transformar tantas realidades como
personas hay en ella. Además, en la escuela, recaen las implicaciones de los
cambios en políticas públicas, planes de desarrollo y vinculaciones tecnológicas,
bien sea como miras netamente formativas o económicas. Sin la investigación en
educación estaríamos mucho más perdidos de lo que seguramente estamos. En
educación no hay nada cien por ciento seguro, ni estable, ni fijo, entonces la forma
que investiga este interesante fenómeno, debe por poco, ser flexible, empático,
humano y resiliente.

De manera muy personal, considero que, si bien la normatividad legal y


metodológica son importantes para la ejecución de cualquier proyecto
investigativo, son vitales lo considerado como lo ético y lo contextual; porque en
esencia son en estos dos elementos en los que se salvaguardan la humanidad de
todos los participantes de la investigación. Los procesos cualitativos y más en
educación deben reposicionar lo humano como el factor determinante en toda la
praxis. No podemos investigar desde lo cuantitativo solamente, tratar a las
personas como datos, cifras, afirmaciones y negaciones, esperando desde esos
resultados poder establecer aportes a la práctica pedagógica, acciones desde una
justicia y equidad social o transformar currículos, sería contradictorio y
terriblemente dañino: (Señudo, 2003) “La utilidad y la relevancia no sólo implican
impacto e influencia, involucran una reconceptualización radical acerca de lo que
educativamente se define como útil y relevante, ya que es potencialmente
peligroso desarrollar fines que no valen la pena educativamente”. Y cuando
hablamos de fines que no valen la pena educativamente, nos referimos, considero,
a objetivos que se desvirtúan de la esencia de la relación enseñanza-aprendizaje;
de los roles de los sujetos involucrados y de la práctica como tal, para construir
saberes pedagógicos alrededor de un mundo que es bombardeado y
responsabilizado de muchos aspectos, pero que a veces, por lo mismo, se auto
desconoce en su esencia, perdiéndose en todos esos aspectos exteriores que los
rodean.

Lo ético nos lleva a cuestionarnos sobre cómo acercarnos, cómo tratar, qué
publicar y cómo hacerlo, cuando los involucrados son otras personas con un
histórico que conforma el cuerpo de lo investigado, su maleta hace parte de, no se
pueden desprender de ella, pero la pregunta redunda, ¿hasta dónde podemos
exponerlos?, ¿hasta dónde es ético visibilizarlos?. Desde ahí, más que existir un
manual o receta estandarizado, es fundamental que los sujetos investigados estén
al tanto y comprendan lo que se pretende y cómo se mostrará para que ellos
puedan decidir la forma en la cual se presentará dicha información. Ahora, cuando
se investiga con niños, niñas y adolescentes, las autorizaciones obviamente
recaerán sobre los adultos responsables de ellos, salvo algún manejo específico
del material que no deje en evidencia a nadie de modo particular.

La investigación educativa es un reto latente, viviente, andante, el cual se


transforma antes de ser conscientes de su transformación, porque en ella recae un
campo que vive en continuo cambio, permeado por múltiples intereses.

Ahora, referente al contexto, bueno es fundamental. En el contexto conviven todos


lo universo que habitan cualquier espacio educativo o formativo, impregnado de
realidades sociales particulares y construcciones culturales que los hacen únicos y
maravillosos. La investigación educativa, debe permitir que cada vez con mayor
fortaleza y seguridad lo nuevos investigadores sean capaces de adentrarse a
realidades con menos esquemas en la cabeza y más empáticos. Podrá sonar a
cliché pero solo desde la vinculación afectiva, se pude incluirse en espacios tan
diversos. El mayor esquema que se debe derrumbar, es que para la investigación
educativa no hay recetas, ni formulas, a veces ni métodos, porque muchas veces
el paso más difícil es lograr la confianza de quienes están en ese medio y cuando
se logra, se debe construir todo en el cotidiano, en el diario, en medio de la
incertidumbre y la sorpresa de no saber qué esperar. Este proceso podría llegar
asociarse con la felicidad, que, en lugar de ser la meta, es el camino, porque no
hay un lugar a donde llegar, sino un espacio, en este caso académico-formativo,
que se va construyendo en el andar.

Y es precisamente, ese vínculo entre lo ético y lo contextual lo que le da la


investigación educativa ese carácter transformador, esa responsabilidad social,
ese todo que la hace tan sumamente necesaria como lo mencionaba al inicio. Los
maestros debemos en esencia generar investigación educativa, es nuestra mejor
herramienta evaluativa, valorativa y reflexiva, para poder llegar a una práctica
coherente, humana y aterrizada. Eso de transformar no se puede quedar en un
discurso bonito procedente de los diferentes planes de desarrollo, debe ser una
realidad, un cotidiano y una ficha imperdible de todo este rompecabezas
educativo.

Claramente mi visión desde la titulación del trabajo que pretendo generar está
ligada a lo mencionado anteriormente: permitirme un autoconocimiento suficiente,
reconocerme en ello y a través de ese trabajo poder reconocer a los otros, a lo
otro, vincularme y desde ahí crecer, cuestionar, indagar y ojalá, en el algún
momento, transformar. En esencia esto: (Señudo, 2003) “No es sólo sobre la
escuela donde sería necesario actuar, sino preguntarse por la mejora de la
sociedad en su conjunto, pero debe ser iluminada por los trabajos de los
investigadores. El triángulo: teoría, práctica e investigación”.
Referencias
Señudo, L. E. (2003). La ética en la investigación. Redalyc.org.

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