Está en la página 1de 4

Ficha de Cátedra Nº 2

Imperialismo1

El Orden Social Capitalista

A mediados del siglo XIX, el capitalismo se consolidó como orden social* en todo el
mundo. La utilización de la palabra capitalismo se hizo de uso común a partir de 1860.
Sus características más importantes son: la utilización de los medios de producción*
(estancias, maquinarias, edificios, industrias, transportes, etc.) como capital, lo que
significa, recursos para la obtención de ganancias para obtener más recursos; la
propiedad privada de dichos medios de producción, es decir, la posesión de esos bienes
por parte de individuos para beneficio propio que conforman la clase social burguesa y
la existencia de un conjunto de personas obligadas –pese a ser libres e iguales ante la ley
– a vender su capacidad de trabajo a cambio de una retribución en dinero para poder
adquirir lo que necesitan para vivir (coerción económica). Esas clases sociales estaban
en conflicto.

Transformaciones en el orden social capitalista: el imperialismo

El capitalismo comenzó su máximo desarrollo a partir de la Revolución Industrial, pero


durante la segunda parte del XIX, la industria recibió una segunda revolución
tecnológica motivada por un cambio en las fuentes de energía. De la máquina de vapor
alimentada a carbón, se comenzaron a utilizar el petróleo y la electricidad para mover
los nuevos motores a explosión y eléctricos. Esto generó también un cambio de los
transportes porque su utilización masiva condujo a una gran socialización; a esto se
sumó la incorporación del telégrafo sin cable y el automotor.
Al mismo tiempo, se desarrolló la industria del acero y el aluminio, metales que fueron
reemplazando al hierro en la fabricación de maquinarias y transportes. Las industrias
química y la de los textiles sintéticos también recibieron un fuerte impulso.
Si durante un siglo el algodón y el carbón fueron los productos más importantes, a partir
de entonces lo serían el petróleo, el acero, las grandes máquinas y los automóviles.
El proceso de concentración de capital que se estaba produciendo por las crisis cíclicas
de sobreproducción2 se profundizó en 1873. Por ejemplo, en la industria siderúrgica
tendieron a desaparecer los medianos altos hornos que utilizaban madera como
combustible. La nueva tecnología que los reemplazó demandaba una inversión inicial

1 Bulacio y otros: Argentina en la historia de América Latina. Buenos Aires, AZ 2007


2 Crisis cíclicas de sobreproducción: Las crisis capitalistas - a diferencia de las crisis precapitalistas que
eran de subproducción - son de sobreproducción y se explican no por la incapacidad para producir bienes
sino por la incapacidad de pago del consumidor. Dado que el objetivo de la producción capitalista es
lograr el máximo beneficio, que se consiguen con adelantos tecnológicos que permiten mayor
productividad y reducción de costos. Al expandirse la producción crece la cantidad de obreros y
empleados en fábricas y oficinas. Se expande el consumo. Sin embargo la necesidad de cada empresa de
producir mas, genera que la capacidad productiva de las fábricas sea superior al poder adquisitivo de los
trabajadores. El mercado de consumo se contrae y los precios bajan. La producción se paraliza, crece la
desocupación: reina el hambre en medio de la abundancia.

1
enorme que solo podían aportar la gran burguesía dejando fuera de la competencia a las
medianas empresas que terminaron cerradas o absorbidas por las grandes.
A su vez, los pequeños bancos fueron absorbidos por los grandes, que formaron uniones
monopolistas denominadas consorcios bancarios. Esos grandes bancos, que eran los que
podían auxiliar financieramente a los nuevos emprendimientos o salvar a los que se
estaban fundiendo, apostaron y financiaron a la gran concentración industrial.
Utilizando sus recursos monetarios libres, otorgaban préstamos a corto plazo y créditos
a largo plazo a las compañías industriales, y con ello lograron influir en la marcha de las
empresas. Finalmente adquirieron acciones de las industrias y esa fusión entre el capital
industrial y bancario dio origen al capital financiero, cuyos magnates lograron dominar
la economía desde esa etapa histórica.
Esta concentración entra en franca contradicción con los postulados del liberalismo en
los que se hablaba de la libre competencia e igualdad de oportunidades. De esta manera,
el proceso de expropiación de antiguos propietarios y de apropiación por parte de
nuevos, iniciado contra campesinos y artesanos continuaba ahora con los capitalistas
medianos y pequeños.
En los Estados Unidos, de 735 empresas siderúrgicas en 1880, quedaban 16 en 1950.
Esa concentración se convirtió en el marco propicio para lograr acuerdos, convenios,
agrupaciones y combinaciones entre las cada vez menos empresas en cantidad, pero
gigantes y cada vez más rentables. Así se fueron formando trusts y monopolios que, al
eliminar la competencia, frenaban transitoriamente el desarrollo económico, ya que al
tener un mercado cautivo no aumentaban la producción porque una mayor oferta bajaría
los precios con la misma ganancia. Por otra parte, no se modernizó la tecnología, ya que
requeriría mayores inversiones y el monopolio aseguraba la rentabilidad sin mayores
riesgos como los que implicaban los nuevos emprendimientos.

Las nuevas relaciones en el trabajo: taylorismo y fordismo.

Para maximizar las ganancias, las grandes empresas trataron de obtener un mayor
control del proceso de trabajo para que el obrero rindiera más. La denominada “gestión
científica”, inaugurada por Frederick Taylor, implicaba principalmente aislar a los
trabajadores, especializándolos en una sola tarea que debían repetir durante toda la
jornada supervisados y controlados directamente por la dirección, quien tomaba el
tiempo de máxima producción del obrero durante algunos minutos y que luego
trasladaba a toda la jornada intentando mecanizar al trabajador. Por último, proponía un
sistema diferencial de pagos al obrero según su producción. El método, denominado
taylorismo se generalizó en las empresas hacia 1910, pero empezó a aplicarse en 1880.
Henry Ford, dueño de la empresa norteamericana de automóviles, profundizó el sistema
de control del tiempo cuando estableció la cadena de montaje que marcaba los ritmos de
productividad al obrero. Este método se lo conoce con el nombre de fordismo.
En definitiva, la maximización de la rentabilidad se basó principalmente en la
explotación de los obreros y no en la racionalización de los recursos no humanos, como
ahorro de energía, reducción de costos de materias primas, tecnología más moderna, etc.
Este proceso implicó un aumento de la productividad que generó nuevas necesidades de
materias primas, mercados y lugar en donde radicar inversiones.

La expansión imperialista y la nueva División Internacional del Trabajo

2
Ese proceso de monopolización del capital significó un cambio del vínculo entre
diferentes regiones y países con relación a la etapa anterior. Hasta ese momento, la
división internacional del trabajo consistía en que los países centrales exportaban
manufacturas a los países periféricos. Luego, será el propio excedente de capital el que
se exportará a otras áreas en forma de préstamos, ferrocarriles, plantaciones o minería
generando la estrategia del capital a largo plazo. Por eso, el Estado –tanto el periférico
como el central – tendría que intervenir, porque debía garantizar la reproducción de
dicho capital para la burguesía inversora y para la nativa que se articulaba con aquella
en su función de productora de materias primas y alimentos en el mercado mundial.
Otro rasgo fue, justamente, la fusión entre los intereses de esas grandes empresas y el
Estado nacional central, que se transformó en el dinamizador de los objetivos del capital
desarrollando una política de expansión territorial sobre Asia y África. Ese proceso
conocido como “el reparto del mundo” hizo que hacia 1900 se conformara un sistema-
mundo con regiones atrasadas organizadas por los países industrializados como colonias
formales y otras – según algunos autores – como “colonias informales”. Las primeras
fueron aquellas en las que se estructuró un orden social colonial, imponiendo el país
central un gobierno propio que administraba al Estado colonial.
Las segundas eran países “formalmente independientes” pero dentro de ellos se
distinguieron, a su vez, dos particularidades: los semicoloniales y los dependientes. En
las semicolonias se respetaba formalmente la independencia de ese país, pero a cambio
los sectores dominantes locales le concedían a la potencia imperialista atributos propios
del Estado nacional, como el control aduanero de una región o puerto, inmunidad
jurídica para sus ciudadanos dentro de ese territorio e incluso cedían parte del
monopolio legal de la fuerza, propio de todo Estado, permitiendo que las potencias
contaran con fuerza militar con capacidad de acción sobre ese territorio y habitantes.
Por ejemplo, China, Persia y casi todos los países de América Central.
Los Estados nacionales dependientes fueron países cuyas burguesías realizaron un
proceso de acumulación de capital significativo unificado en el dominio del Estado
nacional. Allí la clase dominante nativa negoció con las burguesías o Estados
trasnacionales otorgándoles facilidades para la realización de sus inversiones. Las
mismas se articulaban con los intereses de dicha burguesía nacional; pero, dada la
magnitud de sus inversiones en áreas estratégicas para el modelo de desarrollo
económico pautado, lograban una notable influencia política. Por ejemplo, la relación
establecida entre Inglaterra y la Argentina durante este período.
Este ordenamiento mundial implicó un proceso en el cual los países centrales fueron
expropiando bienes materiales y culturales a los países periféricos, pero en todos los
casos el proceso contó con el apoyo de las clases dominantes nativas que interpretaban
que el progreso para sus naciones consistía – según las ideas que le daban sustento – en
integrarse de esa forma al mercado mundial.
A su vez, la economía-mundo generó un proceso en que las diferentes áreas productivas
del globo se conectaban de manera desigual siendo parte de un mismo proceso mundial
de acumulación. Por ello, se lo denomina desarrollo “desigual y combinado” y permite
comprender la interrelación existente entre la modernización y desarrollo capitalista de
unos países centrales y el empobrecimiento de regiones de los periféricos
complementadas con áreas muy modernas. La relación de dominio no llevó al
estancamiento de los países periféricos sino a una modernidad capitalista periférica
dependiente, porque desarrollaron sus fuerzas productivas y se instalaron relaciones
sociales asalariadas y estructuraron al Estados pero articulado de manera subordinada a
un mercado mundial, siendo diferente la capacidad de negociación de los dominantes
nativos en las semicolonias que en los dependientes.

3
Europa exportó el orden capitalista pero no la industrialización, al menos durante el
siglo XIX y la primera mitad del XX, y logró que los países ricos fueran cada vez más
ricos y los pobres o empobrecidos, cada vez más pobres. Esta desigualdad no fue
producto de falta de recursos o por un fenómeno natural, sino por una imposición
violenta y explotadora de unos sobre otros, en la mayoría con la aceptación interesada
de las minorías dirigentes de los países periféricos.
El excedente de capitales se exportó en forma de préstamos a los gobiernos de los países
periféricos. Los Estados nacionales lo utilizaban para obras de infraestructura que
servían al modelo dependiente: puertos, caminos, líneas férreas, telégrafos. Por otra
parte, estas obras eran construidas y explotadas por empresas de los países centrales.
Además, estos sistemas de comunicación y transporte servían para un mejor control y
dominación de las colonias, semicolonias o países dependientes.
De esta manera, el mundo se fue integrando en ese sistema denominado División
Internacional del Trabajo. Reparto que se hizo inicialmente de manera pacífica entre los
países centrales, teniendo en cuenta su poderío económico, por lo cual Inglaterra salió
beneficiada. Pero fueron violentas y criminales las relaciones entre los países
imperialistas y los países coloniales. Este reparto se dio entre 1875 y 1914 y se puede
asegurar que a principios del siglo XX todo el mundo estaba repartido en colonias o
áreas de influencia entre Gran Bretaña, Francia, los Estados Unidos, Bélgica, los Países
Bajos, Alemania, Rusia y Japón. África fue repartida entre diferentes países europeos
que realizaron inversiones en industrias extractivas, fundamentalmente minerales, y en
monocultivos.

La ideología del gran capital: darwinismo social

Para legitimar la sociedad capitalista en su fase imperialista, la burguesía se valió de un


aspecto de la ideología denominado “darwinismo social”. Charles Darwin, en sus
escritos acerca de la evolución de las especies, sostiene que los animales y plantas
luchan por la supervivencia; las especies más fuertes evolucionan y se adaptan mejor a
los cambios naturales.
Aplicando esa teoría a la sociedad, los ideólogos del capitalismo explicaron el triunfo de
los individuos (y naciones) económicamente por ser los más fuertes y mejor preparados:
la desigualdad entre ricos y pobres era generada por este mecanismo natural.

También podría gustarte