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TEMA 1.

LAS BASES DE LA EXPANSIÓN EUROPEA

INTRODUCCIÓN

Si la alta edad contemporánea se corresponde con la fase de irrupción y progresiva


implantación de la revolución industrial, el periodo 1870-1914 se identifica con su fase
de plenitud. Ya, desde mediados del XIX se inició un nuevo ciclo de la Revolución
Industrial, que fue impulsada por la aparición de nuevas fuentes de energía, nuevos
procedimientos y nuevos sectores industriales.

Como había ocurrido antes de la revolución industrial, la nueva fase trajo consigo un
reequilibrio de las fuerzas económicas en el mundo. La industrialización se consolidó
definitivamente en los países que ya la habían iniciado con anterioridad, que pasaron a ser
grandes potencias industriales (Reino Unido, Francia, Alemania y Estados Unidos); se
extendió a nuevas zonas, llegando a Escandinavia, los Países Bajos, partes de la Europa
Oriental y Mediterránea, Canadá e incluso Asia (al Japón de la era Meiji). Al amparo del
imperialismo ─una consecuencia lógica de la expansión del poderío industrial─, la
economía del mundo que se había forjado durante el período precedente acentuó su
internacionalización, dando lugar a un fenómeno propio del siglo XX sin solución de
continuidad: la interdependencia económica.

Este período de portentosa expansión económica no se inició con perspectivas muy


halagüeñas. A partir de 1873 se produjo una pausa en el crecimiento económico, algo
que los coetáneos dieron en llamar gran depresión, desde luego sin vislumbrar su
pequeñez en comparación con las crisis que habría de sobrevenir en el período de
entreguerras. El término, sin embargo, estaba plenamente justificado por el pesimismo
que embargó al mundo de los negocios, generalizándose un ambiente de malestar
económico, y por tanto social, a causa de la disminución de precios y beneficios en la
industria y la profunda crisis en la agricultura. Por primera vez, algunos mercados se
vieron inundados de productos a bajo precio, lo que provocó la quiebra de pequeñas
empresas y la ruina de muchos campesinos, acelerándose el ritmo de urbanización y de
las grandes emigraciones transoceánicas con destino a los nuevos países. Pero aquella
depresión no fue sino una crisis de crecimiento de la economía capitalista, una especie de
respiro que ésta se tomó antes de dar un nuevo impulso y acelerar su expansión.

La afanosa búsqueda de soluciones para salir de aquel impasse propició la puesta en


práctica de algunas alternativas que luego se afianzarían cuando el susto pasó. Por una
parte, se inició un proceso de concentración empresarial a expensas de la libre
concurrencia, al objeto de garantizar los beneficios, lo cual sirvió para amparar situaciones
de monopolio u oligopolio, quebrándose así los principios básicos del liberalismo
económico clásico. Por la otra, se adoptaron políticas proteccionistas a costa del
librecambismo anterior, con el fin de defender a los productores nacionales de la

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competencia exterior. Al mismo tiempo, la doble necesidad de rentabilizar inversiones y
de capturar mercados coadyuvó, junto a otras causas, a dar una nueva dimensión a la
expansión europea a ultramar, por medio de la exportación masiva de capitales, el reparto
de zonas de influencia y la conquista de territorios coloniales. Y por si todo ello fuera
poco, estaba teniendo lugar una nueva revolución científico-tecnológica, de resultas de
la estrecha asociación del laboratorio y la fábrica, lo que desarrolló enormemente las
capacidades industriales. Esta investigación aplicada (ciencia y tecnología) hizo posible
la aparición de nuevos materiales (metales, dinamita, productos químicos), nuevas formas
de tratar los antiguos (el acero) y nuevas fuentes de energía (la electricidad y el petróleo,
con sus múltiples aplicaciones). Todo ello contribuyó a que mejorasen sustancialmente
las capacidades industriales, con lo que se consiguió el perfeccionamiento de las viejas
industrias (las textiles, pero sobre todo las siderúrgicas, siendo ésta la <<era del acero>>),
la maquinización de las industrias tradicionales (alimentación, papel, construcción) y la
aparición de otras nuevas, especialmente en los sectores metalúrgico, eléctrico, químico
y de automoción.

En cuanto a las formas de concentración empresarial, podría resumirse en tres tipos


diferentes, pero complementarios:

1.- Convenios que regulan niveles de producción, precios o reparto de mercados, bajo
formas diversas que van desde la más simple, los acuerdos provisionales (gentlemens´s
agreements), los cuales servían para fijar precios en una determinada región, a los
cárteles: sólido compromiso a largo plazo, en el que empresas participantes todavía
mantienen su independencia jurídica.

2.- Los holdings. Sociedades de participación que facilitan el dominio financiero de otras
empresas con gran ahorro de capital. Normalmente, es el instrumento de penetración
financiera más utilizado por los bancos. El mecanismo es muy simple: un banco o grupo
financiero constituyen un holding, del que controlan el 51 por 100 de sus acciones; a su
vez, el holding adquiere la mayoría de las acciones de las empresas que interesan al banco
patrocinador. Gracias a esta fórmula, un banco puede dominar un número considerable de
empresas sin comprometer la totalidad de sus recursos disponibles; basta una inversión
que asegure la cómoda mayoría en el consejo de administración de la empresa que se
quiere controlar.

Como escribió el economista alemán Heymann en 1903:

El dirigente controla la sociedad fundamental; ésta a su vez ejerce el dominio sobre las sociedades que
dependen de ella (sociedades hijas); estas últimas sobre las sociedades nietas y así sucesivamente. De tal
forma es posible sin poseer un capital demasiado cuantioso dominar sobre ramas gigantescas de
producción. En efecto: si la posesión del 50 por 100 es siempre bastante para controlar una sociedad
anónima, al dirigente le basta poseer sólo un millón para estar en condiciones de controlar ocho millones
de capital de las sociedades nietas. Y si esta combinación va todavía más lejos, con un millón se pueden
controlar 16,32 millones, etc.

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Éste sistema de participación fue el instrumento que posibilitó el ensamblaje entre la
banca y el mundo fabril, es decir, la irrupción del capital bancario en el desarrollo
industrial.

3.- La fusión empresarial o trust. Es la forma más elevada de concentración. Las empresas
que se aglutinan en el trust pierden su independencia jurídica. A fines del siglo XIX este
tipo de concentración todavía es minoritario con respecto a los dos anteriores.
Estas tres formas de concentración lo que pretenden conseguir es maximizar los
beneficios. No podía ser más explícito uno de los fundadores del Standard Oil Trust al
declarar:
Si por consentimiento mutuo, y de buena fe, los refinadores aceptan reducir las cantidades producidas a una
cuota para cada uno, establecida según la oferta y la demanda, podría regularizarse el mercado con una
ganancia razonable para todo el mundo. El petróleo cuesta hoy quince centavos el galón. Un reparto tal de
los negocios haría subir, sin duda, los precios a veinte centavos. Para que produjeran un justo beneficio, el
petróleo debería venderse a veinticinco centavos por galón.

El fenómeno de la concentración empresarial no es característico únicamente de esta


época, sino que es más bien un proceso continuo que simplemente se acelera en la época
que hemos tratado. Igual comportamiento tendrá el capitalismo durante el siglo XX,
especialmente después de la Segunda Guerra Mundial con el impacto del consumo de
masas.

La intensificación y extensión de la industrialización hizo que las dos décadas que


precedieron al estallido de la Primera Guerra Mundial fueran años de crecimiento y
prosperidad, la prosperidad de la belle époque. El crecimiento no fue sólo cuantitativo,
sino también cualitativo. Los negocios, sobre todo los grandes, conocieron una etapa de
esplendor, al tiempo que se perfeccionaron en sus métodos organizativos y de gestión
adoptando nuevos procedimientos racionalizadores.

NUEVAS FUENTES DE ENERGÍA

Aún es el carbón representa la mayor parte de la energía utilizada, cuya extracción es cada
vez más fácil pero las nuevas fuentes de energía propias de la segunda revolución
industrial son la electricidad y el petróleo. La electricidad es el descubrimiento
fundamental por su aplicación a la industria y a los transportes desde 1870. Al descubrir
Edison la bombilla en 1880 extiende la iluminación eléctrica, el alumbrado público. Desde
1900 hay una aplicación general para el transporte y la industria y el uso doméstico con
el establecimiento de centrales y líneas de distribución.

El petróleo es la segunda fuente de energía y la máquina de vapor movida por carbón


pierde su predominio sustituida por el motor de explosión y sus aplicaciones. En EEUU
se extraía desde 1859 y desde 1875 se trasladaba a través de oleoductos. Se trata de una
sustancia aceitosa que, por sus compuestos de hidrógeno y carbono, se denomina

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hidrocarburo, que puede estar en estado líquido o gaseoso. Al primero se le llama “crudo”
y al segundo “Gas natural”. A finales del XIX se utilizaba ya para hacer funcionar motores
de automóviles, equipos industriales y otros.

Si EEUU fue líder en el sector petrolífero con Compañías como la Estándar Oil de John
Rockefeller, a finales de siglo, Rusia se convirtió en la primera potencia al explotar sus
yacimientos de Bakú. Algunas compañías holandesas y británicas (Royal Dutch-Shell;
Anglo-Iranian Oil Company controlaban los procesos de extracción, comercialización en
Europa. Con sus prospecciones en Oriente Próximo dominaron, junto a las
estadounidenses, el mercado mundial de petróleo en las primeras décadas del XX.
La utilización en el sector del automóvil y de los transportes en general, llevará a que el
petróleo se convierta en una materia prima que se asocia a los nuevos conflictos y a las
áreas disputadas por las potencias desarrolladas.

AGRICULTURA

La agricultura, al perfeccionarse los sistemas de cultivo, extenderse los abonos químicos


y profundizar en su proceso de mecanización, incrementó sustancialmente su
productividad, a la par que se ponían en cultivo nuevas tierras. La necesidad de alimentar
a una creciente población y las posibilidades de aplicar el progreso industrial fueron de
gran ayuda: el maquinismo agrícola, los abonos químicos y los nuevos tipos de cultivos
y ampliación de terrenos.

El maquinismo agrícola. La cosechadora combinada desde 1860; las cargadoras de paja


de 1876; atadoras en 1896, el tractor a vapor desde 1888. Los abonos químicos naturales
/desde Perú y Chile) o industriales incrementaban la producción; además grandes
extensiones de terreno se incorporan a la explotación agrícola: EEUU, Canadá, Argentina
o Australia. Unido a todo ello la industria alimenticia hace grandes progresos, destacando
los procedimientos de conservación en envases de metal esterilizados (enlatados) y la
utilización de frigoríficos en 1878. Aumenta la producción industrial de alimentos y
bebidas.

INDUSTRIA

A partir de la situación de base conseguida por la primera revolución industrial las


sociedades occidentales alcanzan su más alto nivel de desarrollo. La industria textil
mantiene su nivel de producción y se modernizaba con la introducción de sistemas
automáticos. Destacan la metalurgia y la química. La metalurgia se pone a la cabeza de la
actividad, aumenta la capacidad de los altos hornos y de la obtención del acero. Métodos
como el Bessemer, Siemens o Gilchrist permiten la aplicación a construcciones de
buques, locomotoras o puentes. Las aleaciones contribuyen a que sean posibles otras

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máquinas como el fonógrafo (1887), gramófono (1887), la linotipia (1886) o la bicicleta
(1885).

Por otra parte, la industria química: la película fotográfica (que se desarrollará con el cine)
inventado en 1895, los perfumes, colorantes, las fibras. Bayer fabricó la aspirina desde
1893 y otras medicinas. La coca-cola tiene su origen en 1886.

El aumento de la inversión en el sector militar que varios países llevaron a cabo se


benefició de la producción siderúrgica. La técnica armamentística fue evolucionando
desde mediados del siglo XIX, la artillería y los blindados necesitaron aceros especiales
para su mejor funcionamiento, así como los submarinos y acorazados. La empresa
alemana Krupp se convirtió en un gran imperio empresarial y sus inversiones en
investigación y en la fabricación de todo tipo de armamento la llevaron a dominar este
sector industrial.

El volumen del comercio internacional se multiplicó, contribuyendo a ello el triunfo


definitivo del vapor en la navegación, y también se intensificó la movilidad de capitales a
la búsqueda de mayores rentabilidades. El mercado de bienes de consumo se amplió
considerablemente, resultado del aumento de población, la urbanización y la mejora del
nivel de ingresos. Y en los países más avanzados, los progresos sociales acompañaron al
crecimiento económico, de tal forma que fue una época dorada, no sólo para las burguesías
más pudientes, sino también para las clases medias. Incluso las clases trabajadoras
mejoraron su poder adquisitivo y sus condiciones de vida, mitigándose parcialmente el
escandaloso panorama de pauperismo social que acompañó a la primera fase de la
industrialización.

La industrialización también se propagó a nuevas regiones. Alrededor de ese centro


nuclear de países avanzados se encontraban otros países industrializados o en proceso de
industrialización. En el continente europeo, Holanda, Suecia, Dinamarca, Noruega y el
norte de Italia se añadieron a las pequeñas naciones que ya estaban industrializadas con
anterioridad, a Bélgica y Suiza. Mas hacia el este, la industrialización comenzaba a llegar
a los imperios autocráticos de base agraria: la Rusia zarista y determinadas regiones del
Imperio austro-húngaro, aunque bien es cierto que manteniendo una acusada dependencia
de las inversiones extranjeras. Fuera de Europa, Japón había iniciado su camino hacia la
conversión en nueva potencia industrial, y en otras zonas del mundo, sobre todo en los
dominios británicos, había regiones semiindustrializadas, lo que indicaba claramente que
la industrialización ya no era un fenómeno exclusivamente euro norteamericano.

COMERCIO Y LA BANCA

La mejora en los transportes: ferrocarriles, carreteras y canales; la invención del telégrafo


y del teléfono… contribuyeron. La gana de productos era amplia pero se concretaba en
productos textiles, metalúrgicos, alimentarios, cereales y materias primas. Gran Bretaña

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mantuvo la supremacía en el XIX. Las exposiciones universales, desde la de Londres de
1851 que reunió a 27.000 expositores, fue seguida de otras en Nueva York, Londres, París.
Desde 1848 Gran Bretaña se había abierto al librecambio; Francia en 1860. Así se
multiplicaba el volumen comercial.

Los bancos, que controlaban los capitales, los cambios y las inversiones también
experimentaron la concentración. En este período hay una situación de estabilidad
monetaria, en la que tiene importancia el oro, cuya producción aumenta por el
mantenimiento de las minas norteamericanas y el descubrimiento de las de África del Sur.
El monometalismo con base en el oro se va estableciendo en los principales países
industriales: Alemania en 1873; Rusia y Japón en 1897 o EEUU en 1900.

Como consecuencia del desarrollo del capitalismo aumentó la tendencia a la fusión entre
el capital bancario y el capital industrial: los Bancos entregaban a las empresas el capital
para su expansión y eran compensados con acciones. La concentración bancaria e
industrial creciente daba nacimiento al monopolio controlando una sociedad la mayor
parte de la producción en una actividad industrial o acordando diversas sociedades de una
industria las cantidades a producir y los precios y los precios de venta.

La segunda revolución industrial aceleró el crecimiento de la economía mundial,


especialmente en los países que habían sentado sólidas bases de desarrollo en la primera
etapa. Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos se convirtieron en grandes
potencias industriales, con economías nacionales dotadas de un gran dinamismo. Además,
en ese mundo de industrialización avanzada se produjo una sensible alteración de las
jerarquías de poder. La incuestionable supremacía que había mantenido Gran Bretaña
hasta 1875 comenzó a retroceder a partir de entonces: Estados Unidos le superó en
producción industrial a finales de la década de los ochenta, y poco después lo hizo
Alemania, que en vísperas de la Gran Guerra se convirtió en la segunda potencia industrial
con aspiraciones de dominio mundial. Pero esa redistribución del poder no impidió que
Londres siguiera siendo el centro comercial, naviero y bancario del mundo, afianzado por
la fortaleza de la libra esterlina y las instituciones financieras de la City.
A pesar de que el mundo industrializado se había hecho más plural, y más universal
también, lo cierto es que Europa aún constituía el centro internacional. La economía
mundial seguía sustentándose en el continuado crecimiento de la población europea, en
los grandes trasvases de mano de obra europea hacia los nuevos países, en las fuertes
inversiones de capitales europeas, en el desarrollo de una amplísima red de transportes y
comunicaciones, en gran parte bajo control de los europeos, y en los intercambios entre
regiones productoras de materias primas y regiones manufactureras, cuyos principales
puntos de origen o destino eran europeos. Ni siquiera Estados Unidos, que se había
convertido en la primera potencia industrial, podía desempeñar el papel de dirección que
estaba ejerciendo Europa sobre el resto del mundo; para culminar su proceso de
colonización interior, dependía aún de los flujos de población europea, y su mercado
interno tenía una demanda expansiva que le impedía ponerse a la altura de los europeos

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en el comercio internacional. Hubo que esperar, pues, a que terminara la Gran Guerra para
presenciar el declive del poderío europeo.

Ahora bien, hablar del poderío europeo durante esta etapa quería decir, esencialmente,
poderío de Europa occidental, y particularmente del Reino Unido, Alemania y Francia.
Porque junto a la Europa avanzada, la de los países industrializados o en proceso de
industrialización, existía la Europa atrasada, con una economía de base agraria en la que
numerosos obstáculos estructurales se interponían en el camino de la modernización. En
gran parte de la zona mediterránea y oriental, los brotes de industrialización coexistían en
medio de estructuras tradicionales que impedían el necesario crecimiento de la demanda
interior, la articulación de un mercado nacional integrado o la competitividad de las
producciones industriales en el mercado internacional. Las estructuras agrarias reflejan
estas persistencias del Antiguo Régimen con claridad: mientras que en España los
latifundios había ganado terreno a partir de la desamortización liberalizadora de las tierras,
en el extremo oriental de Europa (Rumanía, Hungría, Rusia, pero también partes de
Alemania) el fin de la servidumbre campesina no llevó aparejado el fin de todos los
privilegios.

En el último de los eslabones de la economía internacional se encontraba el mundo


dependiente. Se trataba de un conjunto de países independientes o semiindependientes,
zonas de influencia o simples colonias que se debatían en el círculo vicioso del
subdesarrollo y la dependencia. Con la plenitud alcanzada por el capitalismo y su mayor
grado de irradiación a todas las zonas del mundo, las relaciones entre países ricos y países
pobres se hicieron más variadas y complejas, y más desiguales al mismo tiempo. La tupida
red de intercambios, transacciones y comunicaciones que se tejió entre estos dos mundos
aseguró a los países industrializados el abastecimiento de materias primas en condiciones
muy ventajosas, la salida de nuevos mercados para una industria en expansión y la
colocación de capitales de gran rentabilidad. Y naturalmente, el control económico
garantizaba la difusión de valores, gustos y formas de vida del mundo desarrollado, que
se dio en llamar civilizado al mundo subdesarrollado, así como la expansión de esa
civilización occidental, que todavía era esencialmente europea. El mundo desarrollado era
competitivo. La cuestión primordial entonces pasó a estar centrada en dilucidar quién
llegaba primero a recoger los beneficios de esa expansión económica y de civilización. Se
desató entonces una fuerte pugna entre las grandes potencias industriales, en particular
entre las potencias europeas, por la captura de espacios y mercados en el exterior.

EVOLUCIÓN DE LA POBLACIÓN El crecimiento demográfico es común a todos los


pueblos europeos, siendo causa y consecuencia del desarrollo económico. Se impuso,
sobre todo en Europa Occidental un régimen demográfico nuevo definido por la
disminución rápida de la natalidad, cuya tasa desciende en los países industrializados se
mantiene en un 30% y por la disminución más rápida de la tasa de mortalidad, poniéndose
entre 10 y 20 % como consecuencia de una mayor higiene, mejor alimentación y progreso
de la sanidad. En las zonas más orientales descendía un poco la mortalidad pero se

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mantenía la natalidad muy alta, siendo el crecimiento más elevado y la población, joven.
Una nueva oleada migratoria llevaba a las personas de las zonas más orientales de Europa
al Centro y a América.

La población europea crecía de forma desigual: aumentaba más en Gran Bretaña (52%),
Alemania (60%) o Rusia, que dobló la población entre 1850 y 1900. EEUU que tenía 32
millones en 1860 pasó a 98 en 1914. Los países con más fuerte emigración fueron: Gran
Bretaña hasta 1890; Alemania hasta 1881; Italia desde 1880 y Europa Oriental en el
mismo período. Los países receptores principales eran EEUU, Canadá, Brasil, Argentina,
Australia, Nueva Zelanda y África del Sur. Se trata de nuevas potencias económicas que
se desarrollan y compiten con las europeas. El desarrollo urbano es otro fenómeno
asociado. En Europa, las ciudades crecieron más que nunca. A finales del XIX había 7
ciudades europeas con más de un millón de habitantes y en Europa occidental ya era la
población urbana mayor que la rural. Sobre todo en las ciudades, aumenta el nivel de vida
en general aunque no de forma homogénea y se dispone de una mejor sanidad,
alimentación, información o educación. También se desarrollan los barrios obreros con
sus chabolas y su problema de hacinamiento.

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