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ESTUDIO DE CASO: CONTAMINACIÓN DE LA CUENCA PARANÁ PLATA POR LAS ACTIVIDADES

PRODUCTIVAS DEL SECTOR AGROPECUARIO

Paraná: muerte y destrucción por la bomba química del agro negocio.


Por Valeria Foglia para Revista Sudestada. 14 de mayo del 2021

Su nombre en guaraní significa “pariente del mar” porque puede llegar a los 800 metros de ancho. Sin el río
Paraná, el noreste argentino vería muy comprometido su abastecimiento de agua potable. Pero más de dos
décadas de actividades contaminantes y extractivas sin control en su cuenca lo han convertido en mero
canal de navegación comercial o desagüe de tóxicos del agro negocio. La Cuenca es, por su extensión
geográfica y por el caudal de sus ríos, una de las más importantes del mundo. Ocupa la quinta parte de
Sudamérica, abarcando territorios de cinco países: Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay.
Las aguas de dos grandes ríos confluyen en el Río de la Plata: el
Paraná y el Uruguay que, a su vez, recogen el caudal de otros
ríos muy importantes, como el Paraguay, el Bermejo, el
Pilcomayo y el Iguazú, entre muchos otros. La cuenca es, la
segunda más grande de América del Sur después del
Amazonas y se convirtió en vaciadero del agro negocio:
plaguicidas y antibióticos usados en animales terminan como
residuos peligrosos en sedimentos,aguas superficiales y peces.
Las nuevas obras proyectadas para la hidrobia Paraguay-Paraná sumarán más problemas. El agua del río más
largo y caudaloso de Argentina, el que provee alimento a todo el país, deja de ser potable, y la fauna y flora
de sus bosques, deltas y humedales está en peligro. Las ganancias son privadas, pero el costo de estas
actividades lo pagan la sociedad y las futuras generaciones. Por eso las poblaciones y organizaciones
ambientales reclaman que la Corte ejerza una “tutela anticipatoria” que proteja toda la cuenca de la
aplicación de cualquier tipo de agro tóxico o fertilizante sintético, prohibiendo fumigaciones aéreas a menos
de 1500 metros y terrestres a 1000 metros. Pero no se trata solo de restricciones a un modelo que
consideran agotado e inconstitucional: el espíritu de su reclamo es la idea de que es posible y necesaria una
transición hacia la agroecología, una forma de producir que sustituye productos químicos por biológicos.

El agro negocio es política de Estado


Según datos de facturación de la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes, en 2020 se aplicaron 600
millones de litros de agro tóxicos en Argentina, y solo se acierta al objetivo en el 20-30% de los casos. El
resto termina sepultado en sedimentos del Paraná, suspendido en el aire, arrastrado por el viento y las
lluvias o en nuestras mesas y canillas. Hoy los principales cultivos transgénicos -soja, maíz y algodón- ocupan
el 70% de la agricultura local. Aunque hubo multas millonarias a Bayer-Monsanto, Syngenta, Dupont y otras
empresas por no gestionar correctamente los envases vacíos de agro tóxicos, como informamos en
Sudestada, lo que prima Gobierno tras Gobierno es la luz “verde dólar” al modelo sojero.
A nivel internacional existe formalmente un Comité Intergubernamental Coordinador de la Cuenca del Plata
integrado por varias de las “repúblicas unidas de la soja”, como Brasil, Paraguay y Argentina. En el ámbito
local ni siquiera eso, pese a la importancia sanitaria, social, cultural, climática y ecológica del Paraná. Son
muchos los organismos del Estado y jurisdicciones involucrados en esta cadena: en el amparo se les reclama
información sobre monitoreo, estudios de impacto ambiental y restricciones. El Senasa tendrá que dar
cuenta de si realizó “controles de inocuidad alimentaria” por los agro tóxicos detectados en peces del Paraná
y afluentes. Aysa también tiene mucho que explicar sobre el estado del agua cruda y de red con que
abastece a millones: su planta potabilizadora Juan Manuel de Rosas, en Tigre, está en el mayor foco de
contaminación con agro tóxicos.

La hidrovía, una ruta peligrosa


Las obras de dragado y redragado proyectadas para la hidrovía Paraguay-Paraná empeoran el escenario:
podrían remover y dispersar sedimentos, verdaderos “sumideros móviles” de pesticidas en el área más
contaminada de la cuenca, el corredor Rosario-Ciudad de Buenos Aires, donde se transportan cientos de
millones de toneladas de sólidos en suspensión por año. Por esto reclaman que la Corte frene la nueva
licitación hasta que se expida sobre el amparo. Del mismo modo en que se habilitó la hidrovía hace
veinticinco años, es decir, sin estudios de impacto ambiental, ahora planean llevarla a doce metros de
profundidad para permitir el paso a grandes embarcaciones.

El agua ya no es más agua


Más de mil estudios científicos han documentado unos cuarenta y cinco agro tóxicos en sedimentos, aguas
superficiales, materia suspendida y peces del Paraná y afluentes. Por su carácter inmunosupresor, pueden
desencadenar patologías virales y respiratorias, dañar estructuras celulares, provocar mutaciones de ADN,
esterilidad y abortos espontáneos.
Si de contaminación del agua hablamos, los herbicidas como el glifosato y la atrazina suben al podio de los
plaguicidas. Pero también se detectan insecticidas como clorpirifos, cipermetrina y endosulfán, entre otros.
Aunque hay más de dos mil principios activos y más de cinco mil productos autorizados, el Código
Alimentario Argentino evalúa la calidad del agua en base a una decena. Su listado está groseramente
desactualizado: el 90 % son sustancias prohibidas hace más de treinta años y ya en desuso.
La realidad es que el Senasa deliberadamente no consideró la abundante evidencia científica desde el 2000
en adelante, incluso cuando muchos de estos agros tóxicos fueron declarados cancerígenos (como el
glifosato y el 2,4-D) y prohibidos en diversos países.
Unos ocho mil millones de litros de fertilizantes sintéticos se sumarían en 2021 a la sopa antiecológica del
Paraná. Sus efectos quedaron expuestos en noviembre de 2020 por la histórica bajante del río, que hizo
visible una invasión de cianobacterias que tiñó de verde las aguas. Estas bacterias prehistóricas producen
toxinas que provocan alergias, conjuntivitis, vómitos y cefaleas, e incluso daños al hígado de niños y
animales. Como si no fuese suficiente, criaderos industriales descargan al Paraná residuos de antibióticos a
través de las heces de vacas y aves.

El veneno sobre la mesa


Envenenar también es violencia, y la sufren sobre todo los más pobres, las mujeres y los niños. El Senasa
detectó ochenta principios activos de agro tóxicos en más de siete mil controles a 48 alimentos en toda la
Argentina entre 2017 y 2019: son frutas, hortalizas, cereales y verduras que consumimos.
Pero no solo las plantas se ven invadidas: está probado que la exposición al glifosato en ríos y lagunas de la
región pampeana produce cambios en el metabolismo energético de peces nativos y afecta su sistema
nervioso central. Los que no llegaron a los hogares perecieron masivamente, como en el río Salado de Santa
Fe a fines de 2020.
La salida
La agricultura acompaña a la humanidad desde hace más de diez mil años. Pero los primeros tractores del
modelo industrial recién aparecieron hace poco más de cien, y fue medio siglo atrás, con la llamada
“revolución verde”, cuando se difundieron masivamente los agro tóxicos.
Monocultivos, grandes maquinarias, enorme consumo de agua, fertilizantes y plaguicidas fueron adoptados
por los dueños del campo a mediados del siglo XX para aumentar el rendimiento con la excusa de “acabar
con el hambre y la desnutrición en países subdesarrollados”.
La descarga de químicos sin control vuelve urgente una transición hacia otro modelo en armonía con la
naturaleza: la agroecología. A diferencia del agro negocio, repara en lo ecológico, económico y social; desde
lo local, apuesta a la diversidad biológica y a que las plagas sean bloqueadas por enemigos naturales.
El modelo agroindustrial está agotado, es insostenible e inconstitucional, ya que pone en peligro el bienestar
de las generaciones futuras.
En América Latina, asediada por megaproyectos multinacionales, los derechos de la naturaleza son un tema
muy sensible. Pero aun en países donde hubo reconocimiento constitucional y legal, como en Ecuador y
Bolivia, los activistas ambientales sufren ataques y persecuciones, mientras los Gobiernos, con la excusa de
atraer divisas, avalan el avance extractivista. Hay que ponerles freno.

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