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La democracia liberal y el régimen político democrático de

sufragio universal.

Introducción.

Durante los siglos XIX y XX, lentamente, se fue generalizando la aceptación del principio
de la doctrina liberal que afirmaba que cada persona, como ciudadano, tenía derecho a
participar en el gobierno de su país.

El reconocimiento de la voluntad del pueblo como base de la autoridad del poder político
del Estado y del derecho al voto de los ciudadanos fue un proceso profundamente
relacionado con la consolidación del capitalismo como forma de organizar la producción y
la sociedad. Por esta razón, tuvo lugar primero en los Estados Unidos y los países de
Europa occidental, y en los de América Latina, Europa oriental y el Japón, más tarde.

En los territorios de Asia y África que durante la segunda mitad del siglo XIX fueron
conquistados y convertidos en colonias de los países industriales europeos (y que se
mantuvieron como tales hasta después de la Segunda Guerra Mundial), el
reconocimiento de los derechos políticos de los habitantes fue un proceso más conflictivo.
En muchos casos -todavía en la actualidad-, las personas que viven en ellos no pueden
ejercer estos derechos.

En los países que durante el siglo XX abolieron la propiedad privada de los medios de
producción –como la Unión Soviética, China y Cuba, entre otros–, los nuevos Estados
enfrentaron la compleja tarea de consolidar el nuevo orden social y, al mismo tiempo,
asegurar los derechos individuales de los ciudadanos.

El derecho de toda persona a participar en el gobierno de su país mediante elecciones


periódicas y por sufragio universal e igual y por voto secreto (u otro procedimiento
equivalente que garantice la libertad del voto), está incluido en la Declaración Universal
de Derechos Humanos de 1948 (artículo 21), en el Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos de 1966 (artículo 25), y en otros pactos, tratados y convenciones
regionales que obligan a los Estados firmantes a reconocer este derecho y a protegerlo y
garantizar su ejercicio por parte de los ciudadanos.
Sin embargo, desde 1948 hasta el presente, han sido numerosos y frecuentes los casos
de países en los cuales, por diversas causas, se instalaron gobiernos que suspendieron o
limitaron el régimen político democrático de sufragio universal.

La democracia liberal en la historia: las oleadas revolucionarias en Europa (1815 a 1848)

Las revoluciones de 1830 dividieron Europa en dos regiones: al oeste del río Rhin, los
liberales moderados derrotaron a la alianza de los absolutismos; al este del Rhin, en
cambio, todas las revoluciones fueron reprimidas y la situación se mantuvo como antes
de 1830. En estos países, la mayor parte de la población estaba compuesta por
campesinos que todavía vivían sometidos a una organización económica de tipo feudal.
[…]
En 1848, la revolución estalló casi simultáneamente en Francia, en casi toda Italia, en los
Estados alemanes, en gran parte del Imperio de los Habsburgo y en Suiza. Aunque más
débiles, también hubo levantamientos en España, Dinamarca, Rumania, Irlanda, Grecia e
Inglaterra. Según el historiador inglés Hobsbawm: «Nunca se estuvo más cerca de la
revolución mundial soñada por los rebeldes de la época. Lo que en 1789 fue el
alzamiento de una sola nación, en 1848 era, al parecer, la primavera de los pueblos de
todo un continente». [Si bien estas revoluciones] deben ser analizadas teniendo en
cuenta los pueblos y regiones particulares en los que se desarrollaron, es cierto que
tuvieron una característica común: el ideal de liberación y de esperanza. […]
[Sin embargo], el régimen de gobierno establecido [en Francia] desde entonces favorecía
a la alta burguesía; pero negaba el sufragio universal a la baja burguesía y a los
intelectuales, y los trabajadores no habían obtenido ningún beneficio de él. La situación
se agravó cuando, a partir de 1845, se acentuó la crisis económica. Una serie de malas
cosechas provocó un fuerte aumento en los precios de los alimentos básicos de los
trabajadores: los cereales y las papas. El cierre de fábricas por causa de la crisis de la
industria textil había aumentado el desempleo, y el hambre se generalizó. En toda
Europa, casi simultáneamente, miembros de la baja burguesía y estudiantes se unieron a
las protestas de los obreros. La baja burguesía pedía una reforma del sistema electoral y
parlamentario para lograr un mayor grado de participación en el gobierno. En cambio, los
obreros pedían soluciones al problema de la desocupación y del hambre. En Francia, el
ejército y la policía se negaron a reprimir a los aliados revolucionarios: el rey abdicó y se
proclamó la república.
Fuente: María Ernestina Alonso, Roberto Elisalde y Enrique Vázquez (1994). «Las oleadas
revolucionarias». En: Historia. Europa moderna y América colonial. Buenos Aires:
Aique (fragmentos).

La historia del concepto democracia liberal.

Durante la primera mitad del siglo XIX, muchos pensadores y gobernantes de Europa
occidental estaban convencidos de que, en las sociedades de su época, el desarrollo del
capitalismo y el establecimiento de la democracia de sufragio universal eran objetivos
incompatibles. En esta afirmación coincidían, por ejemplo, pensadores liberales que
representaban el punto de vista de los burgueses –como el francés Alexis de Tocqueville
y el inglés John Stuart Mill- y un pensador socialista que representaba el punto de vista
de los trabajadores, el alemán Karl Marx.

El desarrollo del capitalismo había generado una multitud de trabajadores pobres que,
paulatinamente, se iban transformando en la mayoría de las poblaciones de las
sociedades europeas. Sobre la base de diferentes argumentos, tanto para Stuart Mill y
para Tocqueville como para Marx, el mayor número de los trabajadores pobres era la
razón que hacía incompatibles el capitalismo y la democracia. Para los liberales, la
extensión del sufragio universal, al establecer un voto por persona, iba a dar lugar al
gobierno de los trabajadores pobres, que no tenían ninguna educación. Desde su punto
de vista, al carecer de la preparación necesaria para ejercer el gobierno, gobernarían
exclusivamente en función de sus intereses, y la democracia dejaría de estar vigente.
Para los socialistas, en cambio, el gobierno de los trabajadores terminaría destruyendo al
capitalismo.
Sin embargo, el desarrollo del capitalismo continúa hasta nuestros días aunque desde
fines de la segunda mitad del siglo XIX, progresivamente, cada vez fueron más los
individuos reconocidos como ciudadanos con derecho a voto. En la actualidad, en casi
todas las sociedades capitalistas son ciudadanos todos los adultos, cualquiera que sea su
nivel de riqueza y de instrucción, su ocupación, su raza y su religión.
La democracia liberal es el sistema político que hace posible –simultáneamente- la
vigencia del sufragio universal, el mantenimiento del capitalismo como forma de
organización de la economía y la legitimidad de los reclamos de la sociedad por el
respeto por parte del Estado de los derechos sociales y humanos.
Fuente: María Ernestina Alonso, Roberto Elisalde y Enrique Vázquez (1994). «La
democracia liberal». En: Historia. Europa moderna y América colonial. Buenos Aires:
Aique (fragmentos).La democracia y la soberanía popular

Dos de los filósofos liberales más importantes, John Locke (1632-1704) y Jean Jacques
Rousseau (1712-1778), considerados los «padres de la democracia moderna», afirmaron
el principio de la soberanía popular pero con ideas distintas sobre quiénes integraban el
pueblo y sobre de qué forma el pueblo ejercía el poder legislativo.
Según Rousseau, el pueblo estaba constituido por el conjunto indiferenciado de todos los
individuos integrantes de una sociedad y el poder legislativo debía ser ejercido por el
pueblo en forma directa, participando en asambleas y expresando la voluntad general a
través del voto. Estas ideas de Rousseau son consideradas la base fundamental de la
democracia directa moderna.

Locke consideraba, en cambio, que el pueblo estaba formado sólo por aquellos individuos
integrantes de una sociedad con derechos reconocidos por ley y que el poder legislativo
no debía ser ejercido en forma directa sino por medio de los representantes del pueblo.
Las ideas de Locke se transformaron en el fundamento de la democracia representativa
moderna.
La organización del gobierno según un régimen representativo significa que la fuente de
la autoridad del Estado no es un príncipe investido por Dios pero tampoco «el pueblo»
como sujeto colectivo e indiferenciado –como proponía J. J. Rousseau–, sino individuos
que tienen derechos reconocidos por ley y que delegan el ejercicio del gobierno en
«representantes» –como sostuvo J. Locke.

Fuente: María Ernestina Alonso, Lía Bachmann, María del Carmen Correale (1998). Los
derechos civiles. Buenos Aires: Troquel (fragmentos).

Las dificultades de la democracia directa.

No cabe duda de que la democracia perfecta, la democracia ideal –si democracia significa
«gobierno del pueblo» y no «en nombre del pueblo»–, es la democracia directa, tal como
la imaginaba Rousseau. Pero Rousseau sabía que la democracia directa, la «democracia
de ágora» (del griego, plaza) era un régimen adecuado para los pequeños Estados,
precisamente para aquellos cuyas dimensiones permitían a los ciudadanos –que, por lo
demás, eran sólo una pequeña parte de los habitantes de una ciudad- reunirse en una
plaza. ¿Dónde están ahora los pequeños Estados? Los Estados siguen creciendo, y las
plazas sirven ya sólo para la multitud movilizada, no para los ciudadanos participantes.
La primera paradoja de la democracia de los modernos, contrapuesta a la democracia de
los antiguos, nace aquí: pedimos cada vez más democracia, en condiciones objetivas
cada vez más desfavorables. Y hace tiempo se explicó que nada es más difícil que hacer
respetar las reglas del juego democrático en las grandes organizaciones; y las
organizaciones, empezando por la estatal, se hacen cada vez más grandes.
Fuente: Norberto Bobbio (1976). En: ¿Qué socialismo?. México: Fondo de Cultura
Económica (fragmentos).

Los derechos políticos de las personas y el gobierno de las sociedades.

Desde la firma de la Declaración Universal de Derechos Humanos que la Asamblea


General de la ONU adoptó y proclamó el 10 de diciembre de 1948 hasta nuestros días,
han sido numerosos y frecuentes los casos de países en los cuales, por diversas causas,
se instalaron gobiernos que suspendieron o prohibieron el ejercicio de los derechos
políticos de las personas. Tanto es así que la ONU convocó, en 1993 a la Segunda
Conferencia Mundial de Derechos Humanos donde se estableció la necesidad de realizar
acciones concretas para, entre otras cosas, promover y proteger la democracia, el
desarrollo y los derechos humanos. A partir de la esta declaración, los derechos humanos
adquirieron una dimensión jurídica internacional y los gobiernos comenzaron a dar pasos
para que estos derechos dejaran de ser promesas que cada Estado hacía a los
ciudadanos y se convirtieran en una obligación contraída entre los diversos Estados de la
comunidad internacional.

Fuente: María Ernestina Alonso, Lía Bachmann, María del Carmen Correale (1998). «Los
derechos civiles». Buenos Aires: Troquel (fragmentos).

Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, sancionado


en 1966.

Artículo 29 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.

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