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TEMA 41. Nacionalismo y liberalismo en la Europa del siglo XIX.

Introducción
Las ideologías del liberalismo y del nacionalismo se convirtieron en las
triunfantes a lo largo del siglo XIX, destronando al Antiguo Régimen, para
transformar de forma profunda e irreversible la vida política, social y cultural
conocida hasta ese momento. La burguesía vio en la Ilustración una oportunidad
para asaltar el poder, al mismo tiempo que las invasiones napoleónicas
supusieron la creación del nacionalismo moderno que, convertido en fuente de
conflicto, ha subsistido hasta nuestro momento actual. Además, la burguesía
también aprovechó el liberalismo económico como vía para, después de
conseguir poderes políticos, convertirse en la clase económica dominante del
mundo contemporáneo.

El esquema para desarrollar el tema es el siguiente:


1. Liberalismo y nacionalismo. Concepto y características.
2. El Congreso de Viena y las Revoluciones de 1820, 1830 y 1848.
3. Las unificación de Italia y Alemania. El Imperio austrohúngaro.

A nivel curricular los contenidos de este tema pueden ser trabajados en los
cursos 4º de ESO (Ciencias Sociales, Geografía e Historia) y 1º de Bachillerato
(Historia del Mundo Contemporáneo). Por lo tanto, el marco legislativo que
tenemos como referencia para aplicar el tema en el aula es el siguiente:

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1. LIBERALISMO Y NACIONALISMO. CONCEPTO Y
CARACTERÍSTICAS.
El liberalismo y el nacionalismo son dos doctrinas políticas que hunden sus
raíces en la Ilustración del siglo XVIII y posterior Revolución Francesa, y que se
extendieron a partir de las invasiones napoleónicas por toda Europa.
Puede definirse el liberalismo como un conjunto de teorías o ideologías políticas
generadas de la mano de la burguesía en el siglo XIX, surgidas como reacción
al modelo absolutista del Antiguo régimen que les impedía acceder a tener sus
propias libertades. Su principal ideólogo fue Benjamin Constant.
Dentro del liberalismo, podemos distinguir dos facciones:
Liberalismo político, cuya principal sede fue Francia, admite que, a través
de un sistema representativo, una nación puede gobernarse por sí misma.
Liberalismo económico, desarrollándose en Inglaterra, fue origen de la
Revolución industrial; conceptos como riqueza y propiedad debían ser de gestión
privada y basados en el principio de libertad individual, ideas que constituyeron
la base del sistema actual capitalismo.
El liberalismo no se entiende sin la Ilustración, movimiento cultural del siglo XVIII,
según el cual, con la razón, la educación y la intelectualidad, las personas
pueden convertirse en individuos capaces de participar en la vida política. Entre
los pensadores ilustrados, cabe destacar a Montesquieu, quien habló del
concepto de separación de poderes; Rousseau y su idea de soberanía nacional;
y Voltaire, defensor de las libertades individuales. A partir de estas ideas, se fue
fraguando la ideología política liberal que defiende los siguientes principios:
• Separación de poderes, en legislativo (Parlamento), ejecutivo (Gobierno)
y judicial (jueces y magistrados).
• Soberanía nacional. La capacidad de gobernar pertenece a los
ciudadanos, quienes escogen a sus representantes para ocupar los cargos
públicos a través del derecho de sufragio, el cual nos permite diferenciar entre:
o Liberalismo doctrinario. Tuvo su máximo esplendor en las
Revoluciones de 1820 y 1830, en las monarquías constitucionales con
soberanía compartida. Defiende el sufragio censitario: solo los ciudadanos
generadores de riqueza (grandes propietarios) deben tener plenos
derechos políticos.
o Liberalismo democrático. Aboga por el sufragio universal
masculino, una ampliación de las libertades individuales y colectivas y una
mejora de las condiciones de vida de las clases populares. Estuvo presente
en las Revoluciones de 1848.
• Igualdad de los ciudadanos ante la ley.
• Libertades individuales y colectivas.
• Abolición de los privilegios y los derechos feudales de la nobleza y del
clero, con la consiguiente separación entre Iglesia y Estado.
• Constitucionalismo. Redacción de una Constitución, un marco jurídico y
normativo que recoge ese contrato social entre los ciudadanos y el Estado.

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No obstante a todo ello, se mantuvieron las restricciones de voto, la desigualdad
económica y la marginación de las mujeres en el sistema político.
En el ámbito económico, se consagró el derecho a la propiedad privada, la
igualdad ante los impuestos y la libertad económica. Las propiedades de la
Iglesia fueron declaradas bienes nacionales y vendidas – desamortización – y se
obligó al clero a jurar fidelidad a la nueva constitución Con ello, se hicieron
realidad las aspiraciones de la burguesía acomodada; sin embargo, los
campesinos tenían que seguir redimiendo económicamente y la crisis continuaba
manteniendo en la miseria a gran parte de la población.
En cuanto al nacionalismo, se concibe como el sentimiento de identificación del
individuo con un grupo, el Estado-nación, entendido como un conjunto de
personas que habitan un espacio geográfico y comparten lengua, cultura y
tradiciones, constituyendo así la base de su identidad y de su transformación en
Estado soberano.
El origen del nacionalismo moderno – pues sus orígenes se remontan a la Edad
media – se conecta con los pueblos ocupados en las invasiones napoleónicas y
los valores liberales y revolucionarios que Napoleón trató de implantar, lo cual
terminó por forjar sentimientos de pertenencia a una nación. Fue coetáneo a la
eclosión de estilos artísticos como el romanticismo – estilo tenido como la
materialización del espíritu del pueblo –, retratado en la obra de Delacroix, La
libertad guiando al pueblo.
Del mismo modo, también podemos hablar de división en el seno del
nacionalismo. Orlando Figes distingue:
➢ Nacionalismo tradicional o francés. Heredero de la Ilustración y la
Revolución francesa. Por el mismo, los individuos expresan libremente su deseo
de convivir y ser gobernados por un solo gobierno elegido por los propios
ciudadanos sobre un territorio y donde el Estado-nación es garante de la
Constitución y resto de leyes.
➢ Nacionalismo alemán. Liderado por filósofos como Hegel. Vive de la
tradición de su pasado medieval, de la épica, de recuperar tradiciones antiguas
para revivirlas: es el “Volkgeist” o espíritu del pueblo. La pertenencia a una
nación se produce de forma particular por el uso común de una lengua,
costumbres y tradiciones. Se exalta su libertad individual, las pasiones y los
sentimientos humanos.
La expansión de las ideas nacionalistas por Europa se produjo con el fin de las
invasiones napoleónicas y la convocatoria del Congreso de Viena, para erradicar
las ideas de emancipación de la población y recuperar el absolutismo. Sin
embargo, ello desembocó ya no solo en multitud de revueltas en los Estados
europeos durante la primera mitad de siglo, sino, también en dos grandes
procesos nacionales que engrandecieron esta ideología, las unificaciones de
Italia y Alemania.

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2. EL CONGRESO DE VIENA Y LAS REVOLUCIONES DE 1820, 1830 Y
1848.
Tras la Revolución francesa, el general Napoleón Bonaparte dio un golpe de
Estado. Internamente, consolidó las conquistas revolucionarias moderadas y
forjó un Estado sólido y centralizado reformando la administración, promulgando
un nuevo Código Civil y desarrollando un sistema educativo nacional y más
igualitario.
Pero por lo que realmente se conoce a Napoleón es por su política de conquistas,
que lo llevó a dominar buena parte de Europa, con intención de implantar las
ideas revolucionarias y liberales francesas en los territorios dominados y
erradicar las monarquías absolutas. Sin embargo, una gran coalición europea
consiguió derrotarlo definitivamente en Waterloo (1815). Ahora bien, la semilla
del nacionalismo y de convertirse en Estados nación ya estaba sembrada en los
Estados que previamente ocupó, como respuesta al enemigo extranjero invasor.
Para frenar la expansión de los nuevos ideales y restaurar las monarquías
tradicionales, las potencias europeas vencedoras se dieron cita en el Congreso
de Viena, entre 1814 y 1815, dando lugar al sistema de la Restauración. A este
asistieron los principales implicados en las guerras napoleónicas: Reino Unido,
Prusia, Austria, Rusia y Francia. Sus acuerdos se pueden resumir en tres
principios, fundamentos del nuevo orden europeo:
✓ Principio de legitimidad de las dinastías reinantes antes de la Revolución
francesa.
✓ Principio de equilibrio, cuyo fin era evitar la hegemonía de cualquier
potencia y mantener cierta estabilidad política en las relaciones internacionales.
✓ Principio de intervención militar de las potencias vencedoras en cualquier
país europeo amenazado por una revolución liberal.
Para ello, se dotaron de dos instrumentos:
❖ Sistema de alianzas. Austria, Prusia y Rusia firmaron la Santa Alianza,
con el objetivo de contener el liberalismo; pacto al que posteriormente se
sumaron Reino Unido y Francia.
❖ Celebración de congresos para arbitrar soluciones a posibles conflictos
que alteraran el equilibrio internacional, como Aquisgrán (1818) o Verona (1822).
Fruto del Congreso de Viena, se reestructuró el mapa europeo, volviendo a las
fronteras previas a las guerras napoleónicas. Sin embargo, esta reorganización
no tuvo en cuenta el sentimiento nacionalista surgido tras las invasiones. Ello,
junto con la extensión de los principios liberales, contrarios al absolutismo, hizo
imposible la contención de las oleadas revolucionarias de 1820, 1830 y 1848.
Así pues, durante la década de 1820, los partidarios del liberalismo y
nacionalismo se organizaron en sociedades clandestinas que promovían la
insurrección armada contra el absolutismo. Dicha estrategia originó una primera
ola revolucionaria que, si bien triunfó en un primer momento, acabó por fracasar
debido a la intervención de las fuerzas absolutistas de la Santa Alianza.

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En España, se puso fin al Trienio Liberal inaugurado por el pronunciamiento de
Riego con el envío del ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis. En Nápoles y
el Piemont, las rebeliones impulsadas por los carbonarios no dieron sus frutos.
En Portugal, el triunfo de la revolución tuvo como consecuencia la pérdida de la
importante colonia de Brasil, cuyo líder fue el príncipe Pedro, hijo del rey Juan
VI. Por último, Grecia logró independizarse del Imperio otomano tras la Guerra
de Independencia griega y constituir un gobierno liberal en 1829.
La segunda ola revolucionaria llegó de la mano de la década de 1830. Esta vez
se formaron grupos y partidos liberales que se juntaron con un amplio sector
burgués, intelectuales y clases populares.
El movimiento se inició en Francia, con la caída del último Borbón (Carlos X) y la
implantación de una monarquía liberal con el rey Luis Felipe de Orleans a la
cabeza. El ejemplo francés se extendió por los estados italianos y alemanes, por
España, por Polonia – reprimida por Rusia –, por Bélgica – que consiguió la
independencia de Holanda– y por Reino Unido – que amplió los derechos
políticos –. El resultado fue el nacimiento de gobiernos liberales moderados en
la mayoría de países de Europa occidental.
Lo curioso fue que dichas ideas liberales también se extendieron por América.
La debilidad de algunas metrópolis y las guerras habidas en Europa en época
napoleónica favorecieron la aparición de movimientos liberales nacionalistas,
encabezados por la burguesía criolla, que rechazaba el dominio colonial. Fruto
de ello, entre 1808 y 1824, casi todos los territorios de la América española se
independizaron y formaron nuevas naciones, con líderes como Simón Bolívar,
José San Martín y Agustín de Iturbide.
La revolución de 1848 afectó ya a casi todo el continente. Supuso la caída de
la mayoría de las monarquías ante la inviabilidad del Antiguo Régimen, el
surgimiento de un movimiento nacionalista contra los grandes imperios y el
origen de las ideas democráticas por la aparición del proletariado y el movimiento
obrero, procedente de las transformaciones de la Revolución industrial: en ese
momento, eran ellos quienes reclamaban participación política, al igual que la
burguesía en el siglo anterior. Eso sí, fueron revueltas muy violentas.
La tercera ola de revoluciones se inició en Francia. La grave crisis económica y
el descontento popular frente al régimen de Luis Felipe de Orleans causó su
abdicación y la proclamación de la II República. En 1848, fue elegido presidente
Luis Napoleón Bonaparte, quién en 1852, tras un plebiscito, logró transformar la
república en el II Imperio y a él, en el emperador Napoleón III. Su política interior
fue autoritaria, aunque inició una progresiva liberalización. Al igual que su
homónimo, a nivel exterior inició una política colonial de conquista. La derrota en
la batalla de Sedán (1870) en la guerra franco-prusiana provocó una revuelta en
Francia que finalizó con la proclamación de la III República.
Algunos países aprovecharon para afirmar su nacionalismo a la vez que ponían
en marcha su revolución liberal. Fue el caso de Europa central y oriental,
sometidos a los Imperios austríaco y otomano, donde el desajuste entre fronteras

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políticas y comunidades nacionales era enorme. La revolución de 1848 hizo
emerger sus nacionalismos, de manera que paralelamente a la agitación liberal
y social, estalló una auténtica “primavera de los pueblos”, denominada así por
historiadores como Aróstegui. En Frankfurt, redactaron una constitución liberal y
le ofrecieron la corona al rey prusiano, quien la rechazó; en Prusia, sus dirigentes
se vieron obligados a promulgar una constitución, al igual que en el Piemont; en
Lombardía, los insurrectos pidieron la retirada de los austríacos; en Venecia, se
proclamó la república; y húngaros y checos se alzaron para independizarse del
Imperio austríaco.
Aunque el despertar del pueblo fracasó y el absolutismo nuevamente se impuso,
calmando esa variante del liberalismo radical, los ideales los ideales ya habían
calado entre la población.
3. LAS UNIFICACIONES DE ITALIA Y ALEMANIA. EL IMPERIO
AUSTROHÚNGARO.
Como dice Hobsbawm, el fracaso de la primavera de los pueblos no fue
impedimento para originar reformas políticas liberales, avanzar del liberalismo
hacia la democracia y proceder a las unificaciones nacionales de Italia y
Alemania, dos casos únicos en la Historia.
Italia estaba dividida en diferentes estados. En todos ellos, había surgido una
conciencia nacional, derivada en zonas como la Lombardía y Venecia por el
dominio austríaco. Solo en el reino del Piamonte existía una monarquía liberal
constitucional a manos de Víctor Manuel II de Saboya. Así pues, derivadas de
las situaciones políticas de cada Estado, surgieron tres concepciones distintas
del Estado-nación italiano:
➢ Modelo republicano. Su principal manifestación fue el movimiento “Joven
italia”, fundado por Mazzini en 1831. Propugnaba la creación de una república
democrática, unitaria y laica.
➢ Modelo monárquico. Impulsado por Cavour, primer ministro del Piamonte,
y a través del movimiento de Il Risorgimento, defendía la unificación bajo el
liderato de la monarquía de Víctor Manuel II.
➢ Modelo pontificio. Pretendía una confederación de Estados italianos bajo
la autoridad del Papa.
Pero el fracaso de la vía revolucionaria en 1848 hizo que Víctor Manuel II y
Cavour se impusiera como la única solución para dirigir el proyecto unificador.
Así pues, decidió pactar con Garibaldi, partidario de la vía republicana. Este, en
1860, liberó un pequeño ejército de voluntarios – los camisas rojas – que ocupó
los reinos de Nápoles y Sicilia, que se unieron a los ya incorporados Lombardía,
Toscana, Parma y Módena, y reconociendo a este como rey de Italia en 1861.
En 1866, se integró Venecia, tras una lucha contra el Imperio austríaco, y en
1870, se logró conquistar Roma tras el abandono de las tropas francesas.
Por su parte, en Alemania, el Congreso de Viena había establecido la
Confederación Germánica, aglutinando a 38 estados. En su seno, el reino de
Prusia pugnaba con el Imperio austríaco por el dominio del territorio. Un primer

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paso hacia la unificación fue la creación en 1834 del “Zollverein” o Unión
Aduanera, de la cual Austria quedó excluida. En 1848, los sectores liberales y
democráticos fracasaron porque Federico Guillermo, rey de Prusia, rechazó la
corona que le ofrecieron.
En este contexto, en 1861 ascendió al trono Guillermo I de Prusia, quién junto a
su canciller Otto von Bismarck, reanudó el proyecto de la “pequeña Alemania”:
defendía que debía ser Prusia quien hiciera anexos a sus territorios los otros
estados alemanes y unificar Alemania. Con este objetivo, luchó incansablemente
para agrandar las posesiones prusianas, y venció a Dinamarca – de cuya victoria
consiguió Schleswig y Holstein – Austria – expulsándolos del proyecto unificador
y descartando toda anexión a su territorio – y Francia – poniendo bajo sus
dominios los territorios de Alsacia y Lorena –. De esta manera, la unificación,
dirigida por Prusia, tuvo una concepción conservadora de la nación y una
estrategia autoritaria y militarista, llevando a la proclamación de Guillermo I como
emperador (káiser) del Segundo Imperio Alemán (II Reich) en 1871. A partir de
este momento, se convirtió en una gran potencia con aspiraciones a controlar la
política europea y extender su influencia y poder por todo el continente.
No podemos acabar sin referirnos al Imperio austríaco. Y es que, después de la
revolución de 1848, se consolidó nuevamente como una monarquía autoritaria.
Si bien es verdad que, como apunta Aróstegui, para resolver el problema de las
nacionalidades, a partir de 1867, el emperador Francisco José I se convirtió
también en rey de Hungría, dando lugar a una monarquía doble, el Imperio
austrohúngaro.
En Austria, la constitución reconocía las libertades públicas y se constituyó un
parlamento elegido por sufragio censatario. Por su parte, en Hungría, el sistema
era más restrictivo y los nobles húngaros controlaban el poder legislativo y
ejecutivo. Sin embargo, dicho sistema político no se correspondía con el
dinamismo económico de algunas zonas del Imperio. En definitiva, eran
territorios independientes en cuanto a gobierno y asuntos internos.
Ahora bien, el acuerdo de monarquía dual solo dio solución al problema húngaro,
puesto que el resto de pueblos con aspiraciones nacionales bajo la corona
austríaca no hizo más que recrudecerse: fue el caso de checos, polacos,
eslovacos o italianos, quienes aun restaban sometidos a una u otra monarquía.
A ello se sumaron los movimientos nacionalistas internos del Imperio turco. La
llegada del Imperio napoleónico a las denominadas Provincias Ilirias despertó un
sentimiento nacionalista griego, rumano, albano y eslavo (búlgaros, serbios,
croatas y eslovenos), así como de otras minorías culturales como bosnios,
macedonios, gitanos o judíos. Además, la crisis interna otomana favoreció que
potencias europeas como Italia, Austria-Hungría o Rusia fijaran sus aspiraciones
territoriales en la zona de los Balcanes.
Por ello, las tensiones de la pluralidad de culturas y naciones de ambos imperios
fue un factor decisivo que llevó a la Primera Guerra Mundial con el asesinato del
heredero del Imperio el archiduque Francisco Fernando en 1914.

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Conclusión
Como acabamos de ver, en el siglo XIX se construyeron las bases de lo que son
nuestros modelos políticos en la actualidad. Y esta base no fue otra que
compartir territorio, lengua, tradición y cultura. Si bien evolucionados, estos
nacionalismos todavía siguen existiendo hoy en día, y nunca han dejado ser
fuente de conflicto en territorio español – véase el País Vasco y Cataluña –.
Reafirmar la identidad de un territorio se ha convertido casi en una obligación,
pero no de forma exacerbada ni excluyente. Sin embargo, a pesar de tratarse el
siglo XIX de una época de profundos nacionalismos, Orlando Figes habla de la
asistencia a una auténtica revolución: el surgimiento de un verdadero canon
europeo de obras artísticas, musicales y literarias que nos han llegado a la
actualidad y constituyen a todas luces una buena muestra de las tensiones y
conquistas decimonónicas.

Bibliografía
ARÓSTEGUI, J. La Europa de los nacionalismos, 1848-1898. Anaya. 1991.
FIGES, O. Los europeos. Tres vidas y el nacimiento de la cultura europea.
Taurus. 2020.
HOBSBAWM, E. Las revoluciones burguesas. Labor. 1980.

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ANEXO
Unificación de Italia y Alemania

Imperio Austrohúngaro y zona de los Balcanes

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