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Doctrina

Fecha: [”19/04/2023”]
Autores: [”Ramón Beltrán Calfurrapa”, ”Cristian Contreras Rojas”, ”Enrique Letelier Loyola”]
Municipalidades: false
TEXTO:

Capítulo III
La jurisdicción

1. Generalidades
En los estudios tradicionales de Derecho procesal se posiciona a la jurisdicción en una relación triangulada con la acción
y el proceso. Con ello se quiere resaltar que esta relevante función pública es excitada por el ejercicio de una acción y
se desarrolla a través de un proceso jurisdiccional que culmina en la dictación de una sentencia, la que puede adquirir el
atributo de la cosa juzgada.
1.1. Una primera aproximación a la jurisdicción
La palabra jurisdicción es polisémica e incluso en los textos y el lenguaje jurídicos es utilizada en más de un sentido. En
algunas oportunidades se usa para significar una manifestación de soberanía (p. ej. cuando se dice que un determinado
asunto está bajo la jurisdicción del Estado) o la esfera de atribuciones de un ente público (p. ej. cuando se dice que
una materia se halla comprendida en la jurisdicción de un municipio determinado). Precisando más su acepción en el
sentido que acá le daremos, en varios casos se utiliza el término jurisdicción para aludir al territorio dentro del cual esta
potestad es ejercida por un tribunal, es decir, al territorio jurisdiccional (p. ej. art. 101 del COT: “Cuando existieren
desequilibrios entre las dotaciones de los jueces y la carga de trabajo entre tribunales de una misma jurisdicción, la Corte
Suprema…”; art. 49 inc. 2º del CPC: “En los juicios seguidos ante los tribunales inferiores el domicilio deberá fijarse
en un lugar conocido dentro de la jurisdicción del tribunal correspondiente…”). Solo en casos muy marginales se asimila
la jurisdicción —incorrectamente según se verá— a las atribuciones asignadas por la ley a los tribunales, es decir, a su
competencia (p. ej. art. 191 del CPC: “Cuando la apelación comprenda los efectos suspensivo y devolutivo a la vez, se
suspenderá la jurisdicción del tribunal inferior para seguir conociendo de la causa. (…) Podrá, sin embargo, entender en
todos los asuntos en que por disposición expresa de la ley conserve jurisdicción, especialmente…”).
En un sentido técnico general se puede afirmar que la jurisdicción es una potestad estatal “dimanante de la soberanía” o
una función pública “cuyo ejercicio corresponde exclusivamente a los juzgados y tribunales determinados en las leyes y
en los tratados internacionales para juzgar y hacer ejecutar lo juzgado” (RAE, 2017, t. II, p. 1244). Sin embargo, sobre
la jurisdicción, así como ocurre con otras instituciones a que se refiere nuestra disciplina, existe una multiplicidad de
definiciones que ponen énfasis en sus diversos aspectos, lo que en nuestra opinión es síntoma de que el fenómeno puede
ser analizado desde diversos puntos de vista.
La jurisdicción tiene un contenido y cumple funciones que trascienden la que se asocia solo al origen de la palabra, es decir,
declarar (dicere) el derecho (ius) en un caso concreto por medio de un juicio (iuditium), puesto que es una institución
que cumple una función pública. Además, tanto las formas a través de las cuales se administra justicia como los métodos
de juzgar deben ser evaluados en su validez, según el momento y lugar en que se aplican dado que “tienen un valor

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contingente” (Calamandrei, 1962, p. 114). Por otra parte, la definición de jurisdicción está estrechamente ligada a la
precisión de sus fines, sobre los que también existen posiciones diversas (Pereira, 1996, p. 82).
Por esas razones, para intentar una definición de jurisdicción adecuada para este texto antes propondremos algunos
puntos de vista para la comprensión del instituto. No se trata de visiones excluyentes, sino de perspectivas desde las
cuales se puede observar y evaluar la jurisdicción y sus fines, con el objetivo de permitir una mejor comprensión de ella.
1.1.1. La jurisdicción como potestad pública
Desde que el Estado se organiza modernamente y proscribe la autotutela como mecanismo para la solución de los conflictos
intersubjetivos de relevancia jurídica que se promuevan en el orden temporal, la jurisdicción es una manifestación y
ejercicio de la soberanía que se expresa en la autoridad de juzgar y hacer ejecutar lo juzgado (Devis, 2002, pp. 95 y
96). El Estado monopoliza la administración de justicia, dejando a los particulares solo algunas zonas precisas para que
desarrollen componendas privadas que él mismo asimila, en algunos casos, a la sentencia emanada de un juez funcionario
(p. ej. el contrato de transacción según el art. 2461 del CC).
No es casual, entonces, que la jurisdicción sea ejercitada preponderantemente por tribunales que pertenecen a un poder del
Estado, el Poder Judicial, órganos que investidos por la ley actúan una función pública dotados de relevantes potestades
—poderes de mandar super partes (Pereira, 1996, p. 87)—, que les permiten, incluso, disponer lícitamente de la fuerza
pública para el cumplimiento efectivo de lo que resuelvan, atributo que se identifica con la facultad de imperio (Gimeno,
1981, p. 32).
Esta potestad, que implica el ejercicio de una función pública, no faculta a los jueces para actuar arbitrariamente, puesto
que su actividad se rige por normas imperativas (Alsina, 2001, p. 304).
1.1.2. La jurisdicción como deber
Puesto que con el fin de resguardar la paz social el propio Estado ha prohibido la autotutela, también asume el imperativo
de administrar justicia proveyendo a los justiciables de herramientas para activar esta función pública y requerir que ella
sea actuada según determinados procedimientos y estándares de calidad, con el fin de obtener una respuesta jurisdiccional
fundada en Derecho. Toda persona tiene derecho a requerir del Estado, bajo ciertas condiciones, el ejercicio de la función
jurisdiccional, con independencia de la relación material privada que pretenda invocar (Alsina, 2001, p. 304). De ahí que
se afirme que la noción de jurisdicción como poder es insuficiente, puesto que el juez tiene el deber de juzgar (Couture,
1958, p. 30).
Y dado que el Estado asume inexcusablemente el deber de ejercer la jurisdicción, los jueces funcionarios quedan sujetos
a diversos tipos de responsabilidad por la falta o el abuso en el ejercicio de esta función.
Lo dicho tiene un correlato en nuestro sistema. Tanto la Constitución, en su art. 76 inc. 2º, como el COT, en sus arts.
10 y 112, consagran el principio de inexcusabilidad —esto se verá en el capítulo respectivo— por el que los jueces deben
ejercer la función jurisdiccional, no pudiendo excusarse de ello si esta es activada siguiendo los procedimientos marcados
por la ley y el tribunal es competente en el asunto determinado.
1.1.3. El énfasis en la función
La jurisdicción no se justifica sino en una visión dinámica, ejercitada por el Estado hacia el otorgamiento de tutela en
favor de los justiciables. En este sentido, corresponde al Estado el deber de diseñar las herramientas para identificar las
específicas necesidades de tutela de las personas y modular las respuestas jurisdiccionales para que sean idóneas en la
satisfacción de aquellas. Entendida como una función, la jurisdicción se mira como una “actividad con que el Estado
provee a la realización de la regla jurídica”, aspecto que es esencial en el instituto (Oberg y Manso, 2011, p. 19).
El proceso jurisdiccional, instrumento a través del cual el Estado desarrolla la jurisdicción, debe asumir las formas
adecuadas para que las necesidades de tutela sean satisfechas, de modo que es posible evaluar la idoneidad de un proceso
(su diseño y funcionamiento) en la medida que la tutela judicial sea prestada. Todo proceso ha de respetar, al menos,
dos principios para ser considerado un método adecuado de resolución de una controversia de relevancia jurídica: el de

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bilateralidad de la audiencia para la presentación de las alegaciones y las prueba por ambas partes (audiatur et altera
pars) y el de igualdad en la actuación procesal (igualdad de armas) (Couture, 1958, p. 42).
En la mirada sobre la función de la jurisdicción tradicionalmente se ha debatido si ella cumple un rol de tutela del
ordenamiento objetivo, con la finalidad de garantizar la aplicación de derecho (el rol de los jueces sería el de hacer
cumplir las normas que los sujetos directamente obligados por ellas no cumplieron), o bien si la misma cumple la función
de tutela de los derechos subjetivos, dado que le interesa la solución de conflictos de relevancia jurídica (el rol de los
jueces sería el de resolver conflictos intersubjetivos de intereses en los que se invocan derechos insatisfechos). Aunque
volveremos sobre el punto, pareciera ser que esta discusión tiene relevancia más para entender cómo se ha estudiado el
fenómeno de la jurisdicción que para dimensionar su relevancia en el sistema procesal, puesto que la jurisdicción cumple
la función de hacer aplicar el ordenamiento jurídico en la medida que, excitada su actuación por quien la requiera y por
las vías idóneas que contempla la ley (p. ej. el proceso jurisdiccional) debe otorgar tutela a los derechos subjetivos e
intereses jurídicamente relevantes de los justiciables (Bordalí, 2020, p. 52).
1.1.4. En una dimensión orgánica
Para el ejercicio de la jurisdicción se requiere de una organización puesta a su servicio. El Estado encomienda el ejercicio
de la jurisdicción a distintos órganos, dotados de diferentes atribuciones (competencias) y organizados de diversa manera
para el cumplimiento de esta función. Ello configura la organización jurisdiccional (Chiovenda, 1940, p. 68).
Son los órganos jurisdiccionales o tribunales de justicia las organizaciones integradas por jueces y funcionarios, compuestas
por estructuras físicas y sistemas que permiten que la jurisdicción sea permanentemente actuada como un servicio que
ha de prestarse a las personas.
Lo que caracteriza esencialmente a los tribunales de justicia es el hecho que la ley radica en tales organizaciones la función
jurisdiccional, por lo que, según se verá en su oportunidad, puede afirmarse que hay órganos que, aun cuando según su
configuración no sean propiamente tribunales, pueden llegar a actuar como tales si en determinados casos, mandatados
por la ley, ejercen la función jurisdiccional.
Es habitual que la ley refiera a jueces y magistrados cuando alude al actuar de los tribunales de justicia, lo que no es
incorrecto en el entendido que los jueces y magistrados son funcionarios que ejercen la jurisdicción, en otras palabras, son
agentes —en muchos casos agentes públicos— de la función jurisdiccional. De ahí que se pueda afirmar que cuando un
juez o magistrado resuelve un asunto es el tribunal el que está resolviendo.
Por cierto, que con esto no se quiere adherir a una doctrina organicista, desechada por obsoleta, que restrinja lo jurisdic-
cional a los actos emanados de los órganos del Poder Judicial, es decir sus tribunales (Hoyos, 2001, p. 30), significando que
el criterio distintivo de la jurisdicción es el del órgano que ejercita la función, puesto que el diseño de la judicatura demues-
tra que los tribunales de justicia ejercen también otras actividades que la propiamente jurisdiccional (p. ej. dictación de
autos acordados) y, además, hay órganos que no siendo tribunales en determinados supuestos legales ejercen una función
jurisdiccional (p. ej. el Senado cuando resuelve una acusación constitucional, según el art. 53 Nº 1 de la CPR).
Tampoco se pretende confundir jurisdicción con judicatura, desde que esta última es una organización (Larroucau, 2020,
p. 25), sino solo poner de resalto que la jurisdicción requiere de una organización (jueces y tribunales) para actuar, por
lo que es una perspectiva que no puede soslayarse para estudiar la institución.
1.1.5. La perspectiva de la adjudicación
Como resultado del acto de juicio, los jueces aplican las normas de Derecho a casos concretos (Serra, 2008, p. 53),
manifestando una voluntad, la voluntad jurisdiccional. Esta voluntad manifestada no es el fruto de una pura espontaneidad
ni del arbitrio, sino de un proceso jurisdiccional, marcado por etapas, que permite al juez seleccionar la o las reglas de
Derecho aplicables al caso a partir de unos hechos que resultan probados. Es a través del acto de juicio que el tribunal
manifiesta la decisión de acoger o rechazar las peticiones planteadas por las partes, con los fundamentos fácticos y jurídicos
que expresa en la sentencia.
En el ejercicio de la jurisdicción la labor fundamental de los jueces es emitir un mandato concreto para aplicar o hacer

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cumplir la ley en un caso determinado y ese mandato, que es una manifestación de voluntad jurisdicente, puede llegar a
consolidarse y transformarse en indiscutible e irrevocable cuando adquiera la autoridad de cosa juzgada.
1.2. Definiciones de jurisdicción
Con todo lo descrito, conviene detenerse en algunas definiciones de jurisdicción que ha planteado la doctrina procesal,
recordando que cada una obedece a contextos históricos determinados y enfatiza algunos aspectos del instituto, lo que
nos permite observarlo desde diversas perspectivas.
1) Giuseppe Chiovenda, expositor de la doctrina clásica italiana en los inicios del siglo XX, ha definido a la jurisdicción
desde su estrecha vinculación con el fin del proceso, como la “función del Estado que tiene por fin la actuación de la
voluntad concreta de la ley mediante la sustitución, por la efectividad de los órganos públicos, de la actividad de los
particulares, sea afirmando la voluntad de la ley, sea al hacerla prácticamente efectiva” (Chiovenda, 1940, p. 1). Esta
definición, que concibe a la jurisdicción como una función pública que persigue la aplicación del Derecho a casos concretos,
se asila en la idea de la sustitución de voluntades: el Estado jurisdicente, por medio de sus decisiones jurisdiccionales,
sustituye la voluntad de los particulares que no han cumplido voluntariamente las normas —normas primarias— que
regulan las conductas (p. ej. si el deudor en un contrato de mutuo no paga la deuda, obligación que ha de cumplir por
mandato legal, el acreedor puede interponer una demanda para que el tribunal condene al primero a su pago).
2) Piero Calamandrei en la primera mitad de siglo XX entendía la jurisdicción, dentro de un sistema de legalidad en
que el derecho objetivo se manifiesta a través de reglas generales y abstractas, como una función complementaria a la
labor legislativa, recalcando que el objeto de la jurisdicción es poner en práctica la autoridad del Estado para hacer
cumplir el Derecho legislado, en los casos en que sus destinatarios no lo observen voluntariamente. El fin principal de la
jurisdicción, plantea el autor, es de aplicar la ley, que es algo distinto a su ejecución u observancia por sus destinatarios:
“La ley, o sea la concreta voluntad que de la misma se individualiza cuando los hechos de la realidad corresponden a su
hipótesis, puede ser ejecutada o bien observada solamente por aquel al cual se dirige el precepto, esto es, como suele
decirse, por el destinatario del precepto jurídico: ejecutar o sea observar la ley, significa tener aquel comportamiento
práctico que corresponde en concreto al mandato de la ley. Aplicar la ley significa, en cambio, encontrar [el juez] cuál es
la norma jurídica que mejor se adapta y que está en contacto con las circunstancias de caso concreto y, como consecuencia,
establecer la certeza respecto de cuál es el comportamiento que otros [los destinatarios de la norma] habrían debido tener
en concreto, en ejecución de aquella norma” (Calamandrei, 1962, p. 163).
3) También en Italia, Francesco Carnelutti ponía acento en la justa composición de la litis por acto de un tercero
(heterocomposición) como finalidad de la jurisdicción, llamando litigio “al conflicto de intereses calificado por la pretensión
de uno de los interesados y por la resistencia del otro” (Carnelutti, 1944, p. 44).
4) En América Latina, el insigne procesalista uruguayo Eduardo Couture, definió la jurisdicción reuniendo diversos
elementos que son muy ilustrativos de los puntos de vista con los que se puede analizar el instituto, especialmente su
contenido, es decir la presencia de un conflicto intersubjetivo de relevancia jurídica que es necesario resolver por medio
de una decisión que goce de autoridad de cosa juzgada y su función, que es precisamente la de dirimir conflictos y decidir
controversias aplicando el Derecho. Entiende este autor que la jurisdicción es una “función pública, realizada por órganos
competentes del Estado, con las formas requeridas por la ley, en virtud de la cual, por acto de juicio, se determina el
derecho de las partes, con el objeto de dirimir sus conflictos y controversias de relevancia jurídica, mediante decisiones
con autoridad de cosa juzgada, eventualmente factibles de ejecución” (Couture, 1958, p. 40).
5) El profesor colombiano Hernando Devis Echandía concibe la jurisdicción, en sentido estricto, como la función pública
de administrar justicia que emana de la soberanía del Estado y que tiene una naturaleza doble: es una “obligación jurídica
de derecho público” que asume el Estado de actuar mediante los órganos jurisdiccionales para la realización o certeza de
los derechos y para la tutela del orden jurídico, y además es un poder del Estado de someter a su jurisdicción a quienes
requieren de la composición del litigio, la realización de un derecho o han incurrido en algún ilícito penal. De esta forma,
el autor define la jurisdicción como “la soberanía del Estado, aplicada por conducto del órgano especial a la función de
administrar justicia, principalmente para la realización o garantía del derecho objetivo y de la libertad y de la dignidad
humanas, y secundariamente para la composición de los litigios o para dar certeza jurídica a los derechos subjetivos, o

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para investigar y sancionar delitos e ilícitos de toda clase o adoptar medidas de seguridad ante ellos, mediante la aplicación
de la ley a casos concretos, de acuerdo con determinados procedimientos y mediante decisiones obligatorias” (Devis, 2002,
p. 97).
6) En España el profesor Jaime Guasp propuso una definición de jurisdicción como función vinculada a la de proceso,
que entiende como una institución jurídica destinada a la satisfacción de pretensiones. Así, para esta concepción, la
jurisdicción es, en sentido estricto, la “función específica estatal por la cual el Poder público satisface pretensiones”
(Guasp y Aragoneses, 2004, p. 93). La jurisdicción, a través del proceso, resuelve los reclamos que los individuos de la
comunidad plantean frente a otros ante los órganos jurisdiccionales.
7) También en España el profesor Manuel Serra proponía hace muchos años una definición que luego mantuvo en el
tiempo y que pretende identificar el núcleo esencial de la labor de los jueces. Para el profesor de Barcelona, la jurisdicción
“es la determinación irrevocable del derecho en un caso concreto, seguido, en su caso, por su actuación práctica” (Serra,
2008, p. 53), de donde se sigue que el criterio rector que define a la jurisdicción es la determinación del derecho.
8) Siguiendo esa línea el profesor Juan Montero ha planteado más modernamente que para arribar a una definición de
jurisdicción hay que referirse a un doble juego de condiciones: los órganos a los que la ley otorga esta potestad y la
función atribuida a esos órganos (función jurisdiccional). En este curso de ideas, define la jurisdicción como “la potestad
dimanante de la soberanía del Estado, ejercida exclusivamente por los juzgados y tribunales, integrado por jueces y
magistrados independientes, de realizar el derecho en el caso concreto juzgando de modo irrevocable y ejecutando lo
juzgado” (Montero et al., 2014, p. 63).
9) En el ámbito nacional una buena parte de las definiciones se centra en el conflicto intersubjetivo como justificación
para el ejercicio de la función jurisdiccional. Damos cuenta solo de algunas:
a) El profesor Juan Colombo la define como “el poder deber que tienen los tribunales para conocer y resolver, por medio
del proceso y con efecto de cosa juzgada, los conflictos de intereses de relevancia jurídica que se promuevan en el orden
temporal, dentro de territorio de la República y en cuya solución les corresponde intervenir” (Colombo, 1991, p. 41).
b) El profesor Hugo Pereira construye una definición a partir del ordenamiento constitucional y legal en Chile y de
los principios vigentes. En su concepto la jurisdicción es “la potestad pública ejercida privativamente por los jueces,
mediante el debido proceso, para dirimir en justicia conflictos jurídicos actuales o eventuales, con la aplicación de normas
y principios de derecho o la equidad natural, en sentencia con autoridad de cosa juzgada, susceptible, según su contenido,
de ejecución” (Pereira, 1996, p. 92).
c) Para el profesor Mario Mosquera la jurisdicción es el “poder deber del Estado, radicado exclusivamente en los
tribunales establecidos en la ley, para que éstos dentro de sus atribuciones y como órganos imparciales, por medio de un
debido proceso, iniciado generalmente a requerimiento de parte y a desarrollarse según las normas de un racional y justo
procedimiento, resuelvan con eficacia de cosa juzgada y eventual posibilidad de ejecución los conflictos de intereses de
relevancia jurídica que se promuevan en el orden temporal y dentro del territorio de la República” (cit. por Figueroa y
Morgado, 2013a, p. 33).
d) Para los profesores Avsolomovich, Lührs y Noguera la función jurisdiccional debe entenderse vinculada con la función
del Estado de satisfacer pretensiones procesales, por lo que la definen como “aquella actividad estatal que tiene por fin
satisfacer pretensiones procesales”. Adhieren, entonces, a la tesis de Guasp, precisando que una pretensión extraprocesal
puede no llegar a ser satisfecha por los tribunales. Lo que estos conocen, juzgan y eventualmente ordenan cumplir son
pretensiones procesales (Avsolomovich et al., 1965, pp. 46 y 47).
10) Nuestra Corte Suprema ha entendido que la jurisdicción es una manifestación de la soberanía estatal, cuya finalidad
es resolver conflictos intersubjetivos de intereses por medio de la aplicación del Derecho objetivo. Así en la sentencia de
casación dictada en la causa Rol Nº 22.198-2019 declaró:
“Que atendidos los contornos de la discusión, resulta necesario dilucidar, en primer término, si la falta de jurisdicción
puede ser alegada como excepción dilatoria. Para estos efectos conviene recordar que “La función jurisdiccional es el
poder-deber del Estado político moderno, emanado de su soberanía, para dirimir, mediante organismos adecuados, los

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conflictos de intereses que se susciten entre los particulares y entre éstos y el Estado, con la finalidad de proteger el orden
jurídico” (…) También se ha dicho por este Tribunal que, en general, en los conceptos de jurisdicción, está implícito que es
el Estado el que la ejerce por medio de sus órganos especializados y siempre como manifestación de la soberanía nacional
(…). Por otra parte, resultando palmaria la ausencia de un concepto de jurisdicción dado por el legislador, existen, no
obstante, diversas disposiciones que se refieren, directa o indirectamente, a este poder-deber del Estado, como son los
artículos 5º, 76, 77 y 19 Nº 3 de la Constitución Política de la República, que determinan el ejercicio de la soberanía por
el pueblo y las autoridades que el constituyente señala, entre los que se encuentran los Tribunales de Justicia” (cons. 4º).
Todas estas definiciones sirven para destacar caracteres relevantes de la jurisdicción que analizaremos en el punto cor-
respondiente. Sin embargo, en nuestro parecer la definición que mejor identifica un criterio distintivo de la jurisdicción
es la de Serra Domínguez: “es la determinación irrevocable del derecho en un caso concreto, seguido, en su caso, por su
actuación práctica”. Ello porque el juez, indudablemente debe adaptar el Derecho al caso concreto a partir de los hechos
que quedan establecidos en el proceso. El juez debe determinar si los hechos del caso coinciden con los hechos descritos en
términos generales por la norma de derecho aplicable. En este sentido el juez “determina” el “derecho en el caso concreto”
puesto que elige la regla de Derecho a partir de los hechos probados. Además, esta determinación puede ser “irrevocable”
alcanzando la autoridad y eficacia de cosa juzgada, aunque, como se explicará luego, puede que este atributo se presente
en grados distintos. Asimismo, es posible que la determinación del Derecho en el caso concreto requiera ser ejecutada
forzosamente, lo que dependerá de los efectos de la sentencia y el comportamiento de los obligados, como se explicará
también, de modo que su “actuación práctica” es una posibilidad que queda cubierta por la jurisdicción (Nieva, 2014, pp.
45 y 46).
1.3. Características de la jurisdicción
La doctrina nacional suele identificar una serie de características que definen y sirven para delimitar este instituto. Así
se ha resaltado, entre otros aspectos, que la jurisdicción es una función pública de origen constitucional cuyo ejercicio es
exclusivo de los tribunales de justicia, los que han de ser independientes e imparciales; además es un concepto unitario,
es una potestad inderogable, indelegable, improrrogable e irrenunciable, es de ejercicio eventual y encuentra en la compe-
tencia de cada tribunal un límite interno, de modo que todos los jueces tienen jurisdicción, pero no todos son igualmente
competentes para conocer de los asuntos. Asimismo, se afirma que el ejercicio de la jurisdicción produce cosa juzgada
(Colombo, 1991, pp. 44 y ss.; Oberg y Manso, 2011, pp. 25 y ss.; Figueroa y Morgado, 2013a, p. 34; Bordalí, 2020, pp.
57 y ss.).
En esta parte explicaremos algunas características que sirven para aclarar qué es la jurisdicción.
1.3.1. Tiene fuente constitucional
Su regulación se halla principalmente en el Título VI de la CPR intitulado “Poder Judicial”. El art. 76 constitucional es
una fuente clara de lo que la Carta Fundamental entiende por jurisdicción: “La facultad de conocer de las causas civiles
y criminales, de resolverlas y de hacer ejecutar lo juzgado, pertenece exclusivamente a los tribunales establecidos por la
ley”.
En el Título VI se reconocen y regulan algunos principios considerados bases de la jurisdicción, como el de inexcusabilidad
(art. 76 inc. 2º), el de inavocabilidad en sus facciones interna y externa (art. 76 inc. 1º) y el de responsabilidad de
los jueces (arts. 79, 80 y 81) —ello se verá en el capítulo siguiente—. Contiene también importante regulación acerca
del actual sistema de nombramiento de jueces, fiscales y ministros de los tribunales de justicia (art. 78 de la CPR)
y el reconocimiento de la Corte Suprema como un tribunal que ejerce varias potestades en su rol de tribunal ubicado
en la cúspide de la orgánica jurisdiccional (además del máximo control jurisdiccional de las decisiones de los tribunales
inferiores, según el art. 82 de la CPR la Corte Suprema ejerce la superintendencia directiva, correccional y económica de
todos los tribunales de la República, a excepción de los que la misma norma indica).
También en la Constitución existen normas aplicables a la función jurisdiccional que reconocen el derecho a la tutela
judicial y el derecho al debido proceso (art. 19 Nº 3 incs. 1º y 6º), sin perjuicio de los demás derechos procesales de
fuente constitucional que están en el mismo art. 19 Nº 3 de la CPR. Por su parte, del art. 5º de la CPR se colige que la
jurisdicción es una emanación de la soberanía que reside en la Nación (Oberg y Manso, 2011, p. 25) y que la misma ha

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de ejercerse siempre en armonía y con pleno respeto de los derechos fundamentales reconocidos en la propia Constitución
y en los tratados internacionales sobre derechos humanos, como el PIDCP y la CADH (art. 5º inc. 2º de la CPR).
Asimismo, sin perjuicio de otras normas constitucionales, son aplicables a la materia las que regulan el principio de
legalidad y publicidad de las actuaciones del Estado, además del deber de motivar los actos que pesa sobre los agentes
públicos, incluidos, por cierto, los jueces (arts. 6º, 7º y 8º de la CPR).
1.3.2. Es un concepto unitario
El ejercicio de la jurisdicción implica una serie de actividades que han de desarrollarse de forma íntegra y no admiten
parcialización, cualquiera sea el tribunal que la ejercite, el proceso en que aplique y el grado jurisdiccional en que se
desarrolle (Pereira, 1996, p. 96). Este conjunto de actos sitúa a los jueces en la posición de elegir correctamente la regla
jurídica aplicable a un caso sometido a su decisión, a partir de determinados hechos que han sido probados en juicio.
Las actuaciones que comprende la jurisdicción deben permitir a los jueces:
a) enterarse de las pretensiones de las partes otorgándoles la oportunidad de ser oídas en la forma y momentos marcados
por la ley;
b) confrontar las pretensiones de las partes con la actividad probatoria que se desarrolle;
c) razonar fundadamente sobre las pruebas rendidas para arribar a la determinación, conforme a los estándares de
suficiencia definidos por la ley, de los hechos que se encuentran probados en el juicio; y,
d) decidir sobre el asunto controvertido por medio de la emisión de una sentencia que acoja o rechace total o parcialmente
una u otra pretensión, actividad que el juez no puede excusarse de cumplir aun a falta de ley que resuelva el conflicto
sometido a su decisión.
Eventualmente los tribunales deberán resolver las impugnaciones que las partes deduzcan contra las decisiones que
adopten, pudiendo resultar que las decisiones impugnadas sean, en un segundo momento, confirmadas o revocadas por
un tribunal superior, adquiriendo las mismas, en algún momento, un grado de consolidación tal que las transforme en
inmutables, inimpugnables y coercibles. Llegado este estado es posible que a los tribunales les corresponda conocer
procedimientos de ejecución de la sentencia, si no ha existido cumplimiento voluntario por quien resulte obligado por los
efectos de ella, traduciéndose, según el caso, en la adopción de vías compulsivas para la ejecución de lo resuelto.
Todo lo anterior comprende la actividad del juez consistente en conocer, juzgar y hacer ejecutar lo juzgado y el concepto
unitario de jurisdicción permite afirmar que todos los jueces ejercen jurisdicción cualquiera sea la controversia que decidan,
puesto que la fuente de esta función pública y las actividades que demanda su ejercicio son idénticas (Colombo, 1991, p.
51; Devis, 2002, p. 101). Así, entonces, para el ejercicio de la jurisdicción en todo caso los jueces han de estar dotados
de un conjunto de poderes que les permitan resolver, con conocimiento de causa, los conflictos de intereses sometidos
su decisión, a la vez que ordenar la ejecución de lo resuelto. Tales atribuciones, utilitarias a la jurisdicción, pueden
identificarse como:
a) un poder de decisión, para dirimir la controversia con fuerza obligatoria;
b) un poder de coerción, que permite al tribunal la remoción de los obstáculos que limitan o se interponen en las
decisiones que los jueces vayan adoptando en la marcha del proceso;
c) un poder de documentación o investigación, que faculta a los jueces para allegar al proceso material fáctico que será
integrado en su análisis sobre los hechos y la prueba; y,
d) un poder de ejecución, que permite el cumplimiento de las resoluciones judiciales y se materializa en la facultad de
imperio (Devis, 2002, pp. 99 y 100).
Estas actividades que comprende la jurisdicción han de considerarse actuaciones debidas, porque los jueces, una vez
activada la jurisdicción, no pueden optar por realizarlas o dejar de hacerlo. Al ser manifestaciones de la jurisdicción,
tienen como contrapartida el derecho de los justiciables a la tutela judicial efectiva.

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Como consecuencia del carácter unitario se afirma también que la jurisdicción es inclasificable, dado que siempre que se
ejecute la función jurisdiccional es menester que los jueces desarrollen esas actividades. Las clasificaciones de la jurisdicción
que pueden hallarse en textos jurídicos o en el lenguaje extrajurídico (p. ej., “jurisdicción civil y penal”, “jurisdicción del
trabajo”, “jurisdicción nacional y extranjera”, “la jurisdicción de la Corte de Apelaciones de Valparaíso”) lo que hacen,
en realidad, es aludir a la competencia (Pereira, 2003, p. 95). Como se explicará, a pesar de que todo tribunal esté
premunido de jurisdicción y con idénticas potestades, la ley determina en qué materias, dentro de qué territorios y en qué
grados jurisdiccionales esta función pública puede ser ejercitada. De ahí, entonces, es que se justifique la tan repetida
afirmación de que todos los jueces ejercen jurisdicción, pero no la misma competencia o, dicho de otra manera: “Todo
tribunal tiene jurisdicción, pero puede ser incompetente para conocer de determinados asuntos” (Colombo, 1991, p. 48).
1.3.3. Su ejercicio es eventual
Para poner en movimiento la jurisdicción es condición necesaria el ejercicio de una acción que la excite. Lo anterior
se explica porque al ser la jurisdicción una garantía de la vigencia y eficacia del derecho, esta solo opera cuando el
cumplimiento de la norma general no sea voluntario por los particulares y sea necesario recurrir a la compulsión de su
observancia por medio de la orden de un tribunal. La falta de cumplimiento voluntario de las normas por quienes resultan
ser los sujetos obligados, es decir su transgresión (Colombo, 1991, pp. 51 y 52), es el presupuesto para que la jurisdicción
se active. De ahí que se señale que el ejercicio de la jurisdicción es eventual.
Hay que tener en cuenta que esta característica considera la perspectiva de la jurisdicción como función, pues mirado el
instituto como un poder-deber este es permanente y como tal la Constitución y las leyes lo atribuyen a los tribunales desde
su origen (cuando la ley crea un tribunal lo dota de jurisdicción y le atribuye competencia para conocer de determinados
asuntos). El fundamento positivo de esto último se halla en el art. 76 de la CPR, que atribuye la jurisdicción a los
tribunales de justicia.
También hay que considerar que no siempre la transgresión a una norma, es decir la violación a una norma o el de-
sconocimiento de un derecho que provoca un conflicto, es el presupuesto para activar la jurisdicción. Como se explicará,
hay casos en que se pone en movimiento la jurisdicción con la finalidad de que la decisión jurisdiccional ponga fin a una
situación jurídica incierta (p. ej. la validez de un acto o contrato), o constituya un nuevo estado jurídico (p. ej. el
divorcio entre los cónyuges) o bien cumpla las funciones de certificar y dar validez a determinados actos jurídicos (p. ej.
la confección de un inventario solemne o la rectificación de una partida de nacimiento).
1.3.4. Es exclusiva e indelegable
En nuestro sistema el Estado tiene el monopolio de la función jurisdiccional y solo los tribunales creados por la ley pueden
ejercerla (arts. 76 de la CPR y 1º del COT)). En este sentido se describe un monopolio estatal y un monopolio judicial
de la jurisdicción (Bordalí, 2020, p. 59).
Con esa atribución exclusiva por la CPR a “los tribunales establecidos por la ley”, quienes detentan la jurisdicción no
pueden transferirla ni traspasarla. En este sentido, tal mandato constitucional es muy claro y ha de concordarse con los
arts. 6º y 7º de la CPR, normas que consagran el principio de juridicidad de las actuaciones del Estado, por lo que, si
un órgano se arroga el ejercicio de la jurisdicción sin la investidura previa para ejercerla, es decir no ha sido creado como
tribunal, o actúa fuera del ámbito de sus atribuciones, estaría incurriendo en una actuación nula.
En caso de que un juez, que es un agente público de la jurisdicción, delegue la función jurisdiccional que le ha sido
conferida por el art. 76 de la CPR, estaría actuando fuera de la esfera de sus atribuciones e incurriendo en la ejecución de
un acto nulo. Dado que el ejercicio de la jurisdicción, como potestad pública, emana de la soberanía (art. 5º de la CPR)
y es la Nación la que la entrega a los órganos creados por la Constitución y las leyes, aquella no se puede delegar, pues
se está en el campo de materias de Derecho público y de orden público en las que solo pueden realizarse las conductas
expresamente permitidas por la ley (Oberg y Manso, 2011, p. 26).
No debe confundirse la indelegabilidad de la jurisdicción con la posibilidad de delegar la competencia, según reconoce
nuestro sistema procesal. En estos casos, como se verá en el capítulo correspondiente, el tribunal que está conociendo
de un asunto encomienda a otro, que puede hallarse dentro o fuera del territorio de la República, que practique en su

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territorio jurisdiccional algunas diligencias precisas y determinadas, debiendo este, una vez cumplidas, remitir al primero
el resultado de ellas (Figueroa y Morgado, 2013a, pp. 73 y 74). Esta figura, de vieja raigambre en nuestro sistema
procesal (art. 71 del CPC) se inscribe hoy dentro del fenómeno reconocido como cooperación judicial.
1.3.5. Es irrenunciable e improrrogable
El atributo de la jurisdicción es consustancial a la calidad de juez. Desde una dimensión positiva se afirma, como ya se
ha expresado, que todo juez por el hecho de ser investido como tal —se entiende que regularmente investido— ejerce
jurisdicción, y desde una dimensión negativa se sostiene que ningún juez puede excusarse de ejercer la jurisdicción en
los asuntos de su competencia, cuando esta ha sido requerida por los justiciables utilizando los procedimientos y formas
legales (principio de inexcusabilidad, art. 76 inc. 2º de la CPR y 10 inc. 2º del COT). Dado que el ejercicio de la
jurisdicción es un acto debido, si aquel es reclamado y se trata de asuntos en los que el juez es competente y este sin
justificación legal se abstiene de resolverlo, puede incluso incurrir en responsabilidad penal por el delito de denegación de
justicia (arts. 79 de la CPR y 224 Nº 3 del CP). En consecuencia, es correcto afirmar que la jurisdicción es irrenunciable.
Asimismo, las partes no pueden atribuir jurisdicción a órganos que no son tribunales para que actúen en esa calidad. Las
partes no pueden transferir esta propiedad a quienes la ley no se las ha reconocido, porque nuevamente se está actuando
dentro del ámbito de materias de Derecho y de orden público y, dado que la jurisdicción pertenece al Estado, corresponde
a la ley atribuir su ejercicio a los órganos creados para tal efecto (Colombo, 1991, p. 50). De ahí que se sostenga que la
jurisdicción es improrrogable.
Hasta 1990 el pf. 8 del Título VII se intitulaba incorrectamente “De la prórroga de jurisdicción”, pero con la corrección
legislativa de la Ley Nº 18.969 pasó a denominarse “De la prórroga de competencia”, regulando, como se verá, los casos en
que las partes, expresa o tácitamente, pueden atribuir competencia a un juez que naturalmente carece de ella (Figueroa
y Morgado, 2013a, pp. 103 y ss.).
Esta característica, la improrrogabilidad, pareciera encontrar una excepción en la figura de los jueces árbitros. Estos son
nombrados por las partes o por la autoridad judicial, en subsidio, para que resuelvan un conflicto en ciertos casos (art.
222 del COT), sustrayendo el conocimiento de esas materias de la justicia ordinaria por medio de un acuerdo denominado
compromiso o cláusula compromisoria. Los árbitros no son órganos del Estado y, por lo tanto, en principio, pareciera que
no son jueces. Pero sin perjuicio de las diversas teorías acerca de la naturaleza jurídica del arbitraje, en lo que acá nos
interesa, la situación de los árbitros no constituye una excepción a la improrrogabilidad de la jurisdicción, porque no son
las partes las que confieren jurisdicción a los árbitros, sino que es la ley la que se las atribuye. Es la ley la que define a los
árbitros como jueces (art. 222 del COT) y la que permite u obliga a las partes —según se trate de arbitraje voluntario o
forzoso— a acudir a un árbitro (arts. 227 y 228 del COT), comprendiendo ella misma que sean titulares de jurisdicción.
1.3.6. Su ejercicio produce cosa juzgada
Se ha definido a la jurisdicción como “la determinación irrevocable del derecho en el caso concreto, seguida, en su caso,
por su actuación práctica” (Serra, 2008, p. 53), de donde se sigue que la presencia de la cosa juzgada sería un elemento
definitorio en las decisiones jurisdiccionales de los órganos legitimados para ejercer la jurisdicción (Gimeno, 1981, p. 86).
Sobre la cosa juzgada se ha explicado que es un efecto que producen determinadas resoluciones judiciales, las sentencias,
cuando adquieren el carácter de firmes o ejecutoriadas, de suerte que la parte que ha obtenido en el juicio puede exigir su
cumplimiento (acción de cosa juzgada) y las partes a quienes alcanzan sus efectos pueden oponerse a un nuevo juzgamiento
por el mismo asunto (excepción de cosa juzgada). Se pone acento, entonces, en que la cosa juzgada, como “verdad jurídica
indiscutible e inamovible de ciertas resoluciones judiciales” (Colombo, 2004, p. 69), es un efecto de las sentencias firmes
que permite, por un lado, exigir su cumplimiento incluso coactivamente y, por otro, evitar que se pueda volver a discutir
en un juicio y entre las mismas partes la cuestión que ha sido objeto del fallo (Alessandri, 1936, pp. 127 y 137; Colombo,
1991, p. 53; Colombo, 2004, pp. 69 y 70; Oberg y Manso, 2011, p. 27; Bordalí et al., 2014, pp. 417-418).
No corresponde que en esta parte nos detengamos en la cosa juzgada, pero el punto sí merece una breve explicación para
vincularla con la jurisdicción.

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Alguna doctrina muy autorizada define a la cosa juzgada como “la autoridad y eficacia de una sentencia judicial cuando no
existen contra ella medios de impugnación que permitan modificarla” (Couture, 1958, p. 401). Una de las características
de la jurisdicción es su auctoritas, es decir, el respaldo en el juicio intelectual que refleja su ejercicio (Gimeno, 1981, p.
33). La autoridad de la cosa juzgada, como cualidad o atributo propio del fallo, se justifica en que la sentencia emana
de un órgano jurisdiccional mandatado por la Constitución para ejercer la jurisdicción. La eficacia de la cosa juzgada
se expresa en tres atributos de que goza la sentencia una vez que alcanza determinado estado: la inimpugnabilidad, la
inmutabilidad y la coercibilidad. La sentencia es inimpugnable cuando contra ella no resulta procedente la interposición
de recursos dirigidos a revisar lo resuelto o la promoción de un proceso posterior en que ello se vuelva a discutir. En este
sentido la cosa juzgada opera como una prohibición de reiteración de juicios (Nieva, 2014, p. 61). La inmutabilidad o
inmodificabilidad significa que ninguna autoridad puede alterar el contenido de la sentencia pasada en autoridad de cosa
juzgada (ello aparece reconocido en el art. 76 inc. 1º de la CPR). La coercibilidad representa la posibilidad de obtener el
cumplimiento forzado de la sentencia cuando la partes no lo han hecho voluntariamente, por lo que es una eventualidad
que depende de la conducta de ellas.
Si se considera que el efecto de una sentencia está dado por el contenido de lo que resuelve (p. ej. una sentencia declara la
validez de una disposición testamentaria; declara que el demandante es dueño de un inmueble; declara que el demandado
debe pagar al demandante una indemnización de perjuicios e impone a esa parte el cumplimiento de una prestación;
declara el divorcio entre cónyuges), cuando se dice que ella está amparada por la autoridad y eficacia de la cosa juzgada
se está poniendo acento en los atributos que la envuelven, es decir, en su inimpugnabilidad, inmutabilidad y coercibilidad.
De ahí que podría sostenerse que la cosa juzgada, antes que un efecto de las sentencias es una cualidad o atributo de
los efectos de las sentencias. Cuando se dice que en virtud de la autoridad y eficacia de la cosa juzgada una sentencia
es inimpugnable, inmodificable y coercible (Figueroa y Morgado, 2012, p. 215) se está afirmando que sus efectos no son
mutables ni modificables y que son coercibles.
Entonces al afirmar que el ejercicio de la jurisdicción produce cosa juzgada se está poniendo de relieve la inmutabilidad
o inmodificabilidad de lo resuelto por la sentencia una vez alcanzado este estado de consolidación (Bordalí et al., 2014, p.
418), desde que los jueces ni otra autoridad y ni aun las partes del juicio pueden alterar el contenido de lo resuelto, es
decir, sus efectos. Ello a diferencia de lo que ocurre con otras fuentes creadoras de Derecho, como la Constitución y las
demás leyes, los decretos y reglamentos y los contratos, que pueden ser modificados o dejados sin efecto por decisiones
de la autoridad (p. ej. una ley de reforma constitucional, una ley que modifique o derogue total o parcialmente otra;
un acto administrativo que modifique o reemplace otro anterior) o por la voluntad de las partes contratantes (p. ej. la
resciliación).
En materia penal, sin embargo, acontece que el atributo de inmutabilidad reconoce excepciones fundadas en el principio
favor rei. Ello ocurre, por ejemplo, cuando con posterioridad a que una sentencia condenatoria se encuentre firme
o ejecutoriada, se dicta una ley más favorable al condenado, bien porque hace desaparecer del catálogo de delitos la
conducta castigada, o porque concede amnistía o un indulto general a los condenados, o porque rebaja las penas que
se hallaban vigentes al momento de la condena, o porque reconoce en favor de los condenados formas sustitutivas de
cumplir las penas privativas de libertad, entre otros. En todos estos casos un acto posterior del legislador podría alterar
los efectos de una sentencia condenatoria pasada en autoridad de cosa juzgada.
Asimismo, la inimpugnabilidad no es un atributo que se aplique a ultranza en nuestro sistema. En el proceso civil es
posible intentar contra una sentencia ejecutoriada una acción de revisión, que el CPC regula como “Recurso de Revisión”
(Título XX, Libro III del CPC), cuando se funde en estrictas causales que marca la ley y se ejerza dentro del plazo de
un año contado desde la última notificación de la sentencia impugnada. En materia penal se reconoce el procedimiento
de “Revisión de las sentencias firmes” (pf. 5º Título VII Libro IV del CPP) que se deduce también contra sentencias
condenatorias firmes, por las causales reguladas taxativamente en la ley, sin que se establezca un plazo para su ejercicio.
En ambos casos el éxito de las gestiones intentadas produce una modificación de lo resuelto por la sentencia.
Como se ha dicho, la coercibilidad es siempre eventual y dependerá por un lado de la naturaleza de los efectos de
la sentencia, es decir, del contenido de su resolución (la condena a una prestación de dar, hacer o no hacer; la mera
declaración de un derecho; la constitución de un estado jurídico) y, por otro, del comportamiento de las partes que resulten

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obligadas por ella. Solo en el caso que una sentencia declarativa de condena, es decir, que imponga una prestación, no
sea voluntariamente cumplida por el deudor (p. ej. la sentencia declara en favor del demandante el dominio exclusivo de
un bien que está en poder del demandado, disponiendo que este debe restituirlo al primero dentro del plazo de 10 días
contados desde que le sentencia quede ejecutoriada y llegado el plazo el demandado no restituye el bien), se activará este
atributo de la coercibilidad si el acreedor lo pide (Couture, 1958, p. 402).
Lo que se ha dicho es sin perjuicio de los casos en que para el cumplimiento de las sentencias se requiere de la colaboración
de los órganos de la Administración o de los auxiliares de la administración de justicia (p. ej. una sentencia del Juzgado
de Familia que declare la adopción de un niño o niña debe ser remitida al Registro Civil para la práctica de una nueva
inscripción; la sentencia del juez civil que declare la nulidad absoluta de un contrato de compraventa sobre un bien raíz
inscrito deberá anotarse al margen de la inscripción respectiva en el Registro de Propiedad del Conservador de Bienes
Raíces correspondiente).
1.4. Naturaleza jurídica de la jurisdicción
Debe advertirse que las teorías sobre la naturaleza jurídica de la jurisdicción han proliferado tanto como sus definiciones,
las que reflejan cómo los estudiosos de esta materia han entendido el núcleo central del trabajo de los tribunales. Todas
ellas, de las que acá se dará cuenta de manera esquemática y sucinta y solo de algunas, tratan de explicar la naturaleza
de la jurisdicción desde una postura compatible con la función de declarar el derecho (iuris dictio) para un caso concreto
(Nieva, 2014, p. 47), poniendo acento en algún elemento distintivo del instituto, como la existencia de un conflicto entre
derechos subjetivos, el derecho objetivo aplicable y la posición de juez como un tercero ajeno al conflicto entre otros.
Siguiendo una sistematización que nos parece muy clara (Serra, 2008, pp. 20 y ss.) se explicará el contenido esencial de
las llamadas teorías subjetivas, de las teorías objetivas y de las teorías de la sustitución, incluyendo además una breve
explicación de la teoría de la satisfacción de pretensiones.
1.4.1. Teorías subjetivas
Se trata de doctrinas clásicas que en su enunciación general plantean que la jurisdicción tiene por finalidad la tutela de
los derechos subjetivos de los particulares involucrados en el conflicto, entendiéndose por derecho subjetivo un “interés
jurídicamente tutelado” (Serra, 2008, p. 22). La insatisfacción del titular del derecho ya sea por incertidumbre de este
o por resistencia del obligado, justifica la intervención de la jurisdicción “para que se le sitúe en su derecho, no de un
modo general, como lo hace la ley, sino efectiva y concretamente, pasando, si es necesario, por encima de la voluntad del
obligado” (Avsolomovich et al., 1965, pp. 64 y 65).
Como una variante de estas teorías hay quienes afirman que lo esencial de la jurisdicción es la función que ella cumple
de resolver controversias o la resolución de un conflicto entre derechos subjetivos, descansando en la idea común de que
la jurisdicción tiene como finalidad el amparo de derechos subjetivos (Hoyos, 2001, p. 33).
Estas doctrinas han enfrentado diversas críticas, de las que podemos extraer dos cuestionamientos relevantes: por un
lado, hay procesos jurisdiccionales en que es discutible que los litigantes ejerzan derechos subjetivos y, por otro, que
la controversia no es un elemento consustancial al proceso, porque hay procesos que se desarrollan sin controversia y
controversias que pueden ser resueltas fuera del proceso. En efecto, estas teorías serían incompletas para explicar los
procesos jurisdiccionales en que los sujetos que intervienen no invocan un derecho subjetivo insatisfecho, como en los
procesos administrativos, en el que se tutelan intereses legítimos y no derechos subjetivos (Bordalí et al., 2014, p. 6); o en
el proceso penal, en que el MP, más que ejercer un derecho subjetivo, cumple el mandato legal de perseguir penalmente
(investigar y acusar) los hechos que constituyan ilícitos penales (Nieva, 2014, p. 46). Por otra parte, la víctima, cuyo
derecho subjetivo a la reparación podría no integrar el objeto del juicio penal y por tanto quedar fuera de la decisión
jurisdiccional, tiene reconocido un derecho de intervención en el proceso penal, pero, por razones obvias, no ejercita un
derecho subjetivo a la imposición de una pena contra el imputado ya que carece de titularidad sobre ella.
En el ámbito de los procesos civiles hay casos en que falta la controversia, como en las hipótesis de rebeldía del demandado
mientras ella se mantenga y de allanamiento a la demanda (en nuestro sistema, arts. 78 y ss. y 313 del CPC), casos en
que el juez ha de dictar una sentencia ejerciendo, evidentemente, jurisdicción. Existen también los procesos declarativos

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en que la controversia puede estar actualmente ausente y de los que podría emanar una sentencia meramente declarativa
(Couture, 1958, p. 316), y los procesos constitutivos o de declaración constitutiva (Devis, 2002, p. 163) que dan origen
a sentencias constitutivas (p. ej. la que declara el divorcio entre cónyuges o la que declara un vínculo de filiación
anteriormente inexistente, constituyendo ambas un nuevo estado civil), en que la controversia, aun existiendo, no es
relevante para el ejercicio de la función jurisdiccional (cosa distinta en que la controversia en las pretensiones sea relevante
para la configuración del objeto del juicio). En tales casos “la actuación jurisdiccional es el único medio para obtener
una consecuencia jurídica, siendo totalmente irrelevante la conformidad o disconformidad de las partes en orden a dicha
consecuencia” (Serra, 2008, p. 23).
1.4.2. Teorías objetivas
Propugnan que lo determinante en la jurisdicción es la actuación, por los tribunales de justicia, del Derecho objetivo en
el caso concreto. Estas doctrinas, que reclaman un papel protagónico de la ley, es decir del derecho positivado, tuvieron
amplia difusión en nuestro orbe, lo que se comprende al examinar su compatibilidad con la doctrina tradicional de la
separación de poderes (Nieva, 2014, p. 47). En general se las critica por tres razones: los jueces, al menos en asuntos
civiles, no actúan de oficio, por lo que no se comprende cómo el sistema haría compatible este rol de actuación del derecho
objetivo por los jueces con la posición de pasividad que les impide ejercer la jurisdicción sin requerimiento de las partes
interesadas; además, se advierte que al poner de relieve ese cometido, de la jurisdicción quedan fuera las hipótesis en
que el juez resuelve el caso con fundamento en la equidad y no en normas de Derecho. Se ha señalado, también, que
las teorías objetivas no permiten distinguir los actos jurisdiccionales de los actos de la Administración, dado que estos
también permiten la actuación concreta de la ley.
Una de sus manifestaciones es la Teoría de la jurisdicción como garantía de la observancia de las normas, cuyo principal
promotor en Italia ha sido Piero Calamandrei. Según sus explicaciones, el Derecho es ordinariamente cumplido en forma
voluntaria por sus destinatarios, pero el mismo ordenamiento jurídico debe proveer de herramientas para lograr que las
normas sean cumplidas en caso de quebrantamiento por quienes se hallan obligados a acatarlas. Esa es la función de
la jurisdicción, una labor complementaria de la del legislador, dado que sin ella las normas quedan incompletas. Esta
actividad complementaria, la jurisdicción, es una garantía de la observancia del Derecho. En palabras del autor: “Resulta
que, de momento, para asegurar la observancia práctica del derecho en el desarrollo concreto de las relaciones sociales, no
es suficiente la obra del legislador, cuyas voliciones generales y abstractas podrán a su tiempo traducirse en actividades
practicas conformes a ellas, sólo en cuanto los individuos comprendan la palabra de la ley estén dispuestos a respetarla.
(…) Pero si los individuos no están dispuestos a respetar voluntariamente las leyes, entonces, para hacerlas respetar, es
necesaria una ulterior actividad del Estado, que se presenta como complemento de la actividad legislativa. (…) Esta ulterior
actividad del Estado, dirigida a poner en práctica la coacción amenazada y a hacer efectiva la asistencia prometida por
las leyes, es la jurisdicción. En la vida del Estado, el momento legislativo o normativo no puede entenderse con separación
del momento jurisdiccional: legislación y jurisdicción constituyen dos aspectos de una misma actividad continuativa que
puede denominarse, en sentido lato (…) actividad jurídica; primero dictar el derecho y después hacerlo observar; primero
el establecimiento y después el cumplimiento del derecho. La jurisdicción aparece, pues, como la necesaria prosecución
de la legislación, como el indispensable complemento práctico del sistema de legalidad” (Calamandrei, 1962, pp. 127 y
128, cursivas en el original).
En consecuencia, cuando el Estado, por medio de la jurisdicción, interviene en las relaciones entre los particulares lo hace
para garantizar la observancia práctica de los preceptos cuyos destinatarios son los ciudadanos. Esta intervención ocurre
cada vez que las normas son oscuras, han sido violadas, son inciertas o bien ellas deben ser necesariamente actuadas en
una sede jurisdiccional por referirse a derechos o estados indisponibles (Hoyos, 2001, p. 37). Con estas explicaciones esta
teoría pretende cubrir las hipótesis de las sentencias meramente declarativas y las constitutivas.
Sin embargo, esta teoría objetiva podría criticarse —y así fue hecho por parte importante de la doctrina procesal—
desde más de una perspectiva. Como se ha anticipado, y este puede ser su flanco más débil, porque resulta insuficiente
para explicar los casos en que el juez, aun faltando Derecho objetivo, dicta igualmente sentencia aplicando reglas de
integración de las lagunas del ordenamiento con principios generales del Derecho y la equidad. Cuando un juez resuelve
fundando la sentencia en la equidad está claro que existe una norma de Derecho habilitante para ello, pero esa norma es

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de naturaleza procesal; el fundamento de su sentencia, la justificación de la decisión jurisdiccional, está en la equidad (en
nuestro modelo, la sentencia dictada por los árbitros arbitradores). En este caso no existe una función complementaria
de garantía de la observancia del derecho positivo.
Además —se critica— la afirmación de que la jurisdicción cumple una función complementaria de la del legislador
garantizando el cumplimiento de las normas, más que identificar el núcleo esencial y caracteres propios de la jurisdicción,
lo que hace es describir uno de los fenómenos que justifican la actividad jurisdiccional: los sujetos acuden normalmente
ante un tribunal cuando el derecho no es espontáneamente cumplido (Serra, 2008, p. 33).
Dentro de las teorías objetivas se podría inscribir la Teoría de la justa composición de la litis, promovida principalmente
por Francesco Carnelutti. Para esta doctrina, que también ha sido considerada dentro de las teorías subjetivas, la
exigencia que la composición de la litis sea justa hace pensar que el estándar aplicable es que la decisión del juez implique
la efectiva aplicación del Derecho en un caso concreto.
Para Carnelutti las explicaciones acerca de la jurisdicción, y no solo de ella sino del proceso jurisdiccional giran en torno
a la litis. En la litis se observan sujetos y sus vínculos con la pretensión: “La pretensión es exigencia de subordinación
de interés ajeno al interés propio. (…) La resistencia es la no adaptación a la subordinación de un interés propio al
interés ajeno, y se distingue en contestación (no tengo que subordinar mi interés al ajeno) y lesión (no subordinación) de
la pretensión. (…) La litis, por tanto, puede definirse como un conflicto (intersubjetivo) de intereses calificado por una
pretensión resistida (discutida). El conflicto de intereses es su elemento material, la pretensión y su resistencia son su
elemento formal” (Carnelutti, 1997, p. 28, cursivas en el original). La controversia es previa al proceso y de naturaleza
material; en cambio “la litis tiene naturaleza procesal y surge tan solo cuando se inicia el proceso mediante la pretensión”.
La controversia puede ser un antecedente de la litis, pero no es condición necesaria de esta, porque puede existir una litis
sin que haya efectivamente controversia (Serra, 2008, p. 35).
Se ha criticado de este planteamiento que al considerar la litis —así concebida por Carnelutti— como un presupuesto
de la actividad jurisdiccional no podría explicarse la jurisdicción en aquellos procesos en que no está presente, como el
proceso penal y los procesos constitutivos. Estos casos de procesos sin litis, que deberían quedar entonces excluidos de la
jurisdicción verdadera y propia, se enmarcan sin embargo dentro de la tendencia acusada en la función de jurisdiccional de
“transformarse de actividad mediadora que interviene solamente cuando haya que dirimir, en defensa de la paz social, un
conflicto de intereses individuales, en actividad de control jurídico, que, aun cuando coincidan los intereses individuales,
interviene en defensa de la ley” (Calamandrei, 1958, p. 184). Con relación a lo anterior, se agrega que como fin inmediato
de la jurisdicción no resulta predicable la composición de la litis, puesto que salvo por los pocos casos en que el juez llama
a las partes al arribo de componendas, como la conciliación, más bien su finalidad es declarar el Derecho aplicable en un
caso concreto (Serra, 2008, p. 36).
1.4.3. Teoría de la sustitución
Este planteamiento explica la jurisdicción como la sustitución por el juez de la voluntad de todos los ciudadanos actuando
la voluntad de la ley y fue formulada y defendida principalmente por Giuseppe Chiovenda. En su afán por identificar
un criterio verdaderamente diferenciador de la jurisdicción, especialmente frente a los actos de la Administración, explica
que “la actividad jurisdiccional es siempre una actividad de sustitución; y precisamente la sustitución por una actividad
pública de una actividad de otro” (Chiovenda, 1940, pp. 8 y 9, cursivas en el texto). Se considera que es una teoría
clásica, porque incluso sus críticos reconocen en la función jurisdiccional un ejercicio de sustitución, integrado con otros
elementos definitorios de la jurisdicción.
La sustitución que identifica Chiovenda no es física sino jurídica y “quiere significar la posición de tercero en que se
encuentra el Estado respecto de la contienda, expresada en el tradicional aforismo «nemo iudex in sua causa». Esa ajenidad
del juez respecto del conflicto debatido, que se distingue del principio de independencia judicial, es indiscutiblemente uno
de los elementos definidores de la jurisdicción aceptado comúnmente” (Serra, 2008, p. 37). En otras palabras, es
precisamente la posición en la que se halla el juez respecto al litigio, de tercero imparcial, la que le permite ejercer esta
función pública de sustituir la actividad de los sujetos obligados por la norma.
La sustitución puede darse en los procesos de conocimiento como sustitución de índole intelectiva, y en la actuación

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material de las partes, cuando se trata de los casos en que las mismas han podido dar cumplimiento a la voluntad de
la ley produciéndose una “sustitución, por la actividad material de los órganos del Estado, de la actividad debida, sea
que la actividad pública se proponga sólo a obligar al obligado a obrar, sea que atienda directamente al resultado de la
actividad” (Chiovenda, 1940, p. 10, cursivas en el texto). De allí que toca excluir del ámbito de la jurisdicción los casos
en que la actuación de la voluntad de la ley está encargada a órganos públicos, dado que en este caso no hay sustitución
posible (como la ejecución penal, que sería una actividad esencialmente administrativa).
La sustitución para Chiovenda no es solo de los sujetos de la relación material, sino respecto a todos los miembros de la
comunidad, dado que con la jurisdicción se declara la voluntad de la ley: “En el conocimiento, la jurisdicción consiste en
la sustitución definitiva y obligatoria, por la actividad intelectiva de juez, de la actividad intelectiva no sólo de las partes,
sino de todos los ciudadanos, al afirmarse como existente o no existente la voluntad concreta de la ley que concierne a
las partes. Por boca del juez, la voluntad concreta de la ley se declara y se actúa lo mismo que si ocurriera, en virtud
de una fuerza suya propia, automáticamente. (…) En la sentencia el juez se sustituye a todos para siempre al afirmar
existente una obligación de pagar, de dar, de hacer o no hacer; al afirmar existente el derecho a la separación personal o
a la resolución de un contrato; o querida por la ley una pena” (Chiovenda, 1940, pp. 9 y 10, cursivas en el texto). De ello
se sigue la relevancia de entender la posición del juez como un sujeto ajeno al litigio (“nadie es juez en pleito propio”),
que se trate de un sujeto extraño a los intereses sobre los que le toca decidir (Serra, 2008, p. 39).
La teoría sostenida por Chiovenda, que resulta coherente con la concepción dualista concreta de la acción (Marinoni
et al., 2010, p. 15), según se explicará en el próximo punto, ha sido objeto de diversas críticas, a pesar de tener gran
influjo en las discusiones posteriores acerca de la naturaleza de la jurisdicción. Se ha afirmado que esta concepción de
la jurisdicción deja fuera las llamadas sentencias constitutivas, dado que en ellas la voluntad de las partes es irrelevante
para el ejercicio de la función jurisdiccional, por lo que no cabría hablar de sustitución de la voluntad de ellas por la
voluntad del juez. Sin embargo, se ha replicado que tal crítica es solo aparente. Las sentencias constitutivas (p. ej., la que
declara la adopción) no son susceptibles de ejecución forzosa en el sentido del cumplimiento definitivo que dependa de
las partes obligadas, sin que su cumplimiento esté entregado a órganos del Estado, por lo que en este caso no cabe hablar
de sustitución. Pero el juez sí puede sustituir la voluntad intelectiva de todos los ciudadanos declarando la voluntad de
la ley al juzgar el caso concreto (Serra, 2008, p. 37).
El problema radica en la afirmación, sostenida por el propio Chiovenda, de que la jurisdicción sustituye la voluntad
intelectiva no solo de las partes, sino de todos los ciudadanos, lo que equivaldría a sostener que no sustituye la voluntad
de ninguno. Esto es relevante porque es en la sentencia que dicta el juez el acto donde se ejercita la jurisdicción, si se
entiende como la determinación de la voluntad concreta de la ley concerniente a las partes o la determinación del Derecho
en un caso concreto (Serra, 2008, p. 40). En este sentido, entonces, el criterio de la sustitución no sería útil para explicar
las sentencias declarativas.
Además, puede criticarse la tesis de la sustitución en que no es de la esencia de la jurisdicción resolver sobre relaciones
extrañas o de terceros, dado que también así actúa la Administración, en algunos casos. A su turno el juez también juzga
sobre actividades propias, como cuando evalúa las normas que regulan cómo debe actuar para resolver (p. ej., si es o no
competente). El mismo Chiovenda reconoció que este se trata de un criterio diferenciador marcadamente presente en una
y otra actividad del Estado: “Pero en el órgano de la Administración prevalece el juicio respecto a la actividad propia; en
el juez, el juicio respeto a la actividad ajena. Es en este sentido como se puede hablar de una diferencia de acentuación”
(Chiovenda, 1940, p. 11, cursivas en el original). Entonces, tal criterio, el de la ajenidad frente a lo que le corresponde
juzgar, no sería esencial a la jurisdicción (Serra, 2008, p. 41).
1.4.4. La jurisdicción como satisfacción de pretensiones
Se debe a Guasp el planteamiento de la jurisdicción como “la función específica estatal por la cual el Poder público
satisface pretensiones” (Guasp y Aragoneses, 2014, p. 93).
Las pretensiones tienen un origen social y pueden mantenerse fuera del ámbito del proceso, como extraprocesales. En
ese estado la pretensión se entiende como “aquella voluntad manifestada de un sujeto de derechos de que otra persona
cumpla o reconozca un derecho, que el primero cree tener en su contra” (Avsolomovich et al., 1965, p. 20). Promovido el

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proceso por la interposición de una acción la pretensión se manifiesta como procesal. Entonces, las pretensiones jurídicas
procesales, es decir, los reclamos que los individuos plantean frente a otros ante los órganos jurisdiccionales, deben ser
resueltas por el proceso jurisdiccional, que se presenta como un instrumento de satisfacción de pretensiones. El proceso, a
través del cual actúa la jurisdicción, es “una construcción jurídica destinada a remediar, en derecho, el problema planteado
por la reclamación de una persona frente a otra” (Bordalí, 2020, p. 52).
Esta noción permite distinguir la jurisdicción de otras actividades jurídicas del Estado. De la función legislativa se
distingue porque esta “se propone dirigir la vida de la comunidad mediante la producción de normas jurídicas nuevas; la
función jurisdiccional se propone la satisfacción de una pretensión comparándola generalmente con normas ya existentes”
(Guasp y Aragoneses, 2014, pp. 94 y 95, cursivas en el texto). Ello no impide reconocer la existencia de relaciones entre
ambas actividades: la legislativa produce normas que regulan la actividad jurisdiccional y la jurisdicción, en sentido
amplio, puede evaluar la regularidad formal o material de la ley.
También puede diferenciarse la función jurisdiccional de la función administrativa, pero sin atender al criterio, habitual-
mente sostenido, de que en la jurisdicción se aplica el Derecho a casos concretos, dado que la Administración también
aplica normas de Derecho a situaciones particulares. El criterio diferenciador para esta doctrina es la existencia o no
de pretensión como justificación para actuar: en la jurisdicción se identifican pretensiones que las personas hacen valer
y que ella debe satisfacer, mientras que la Administración realiza sus fines por la conducta espontánea de los órganos
que la integran y que actúan sus atribuciones asignadas por la ley. En síntesis, “la Jurisdicción es función estatal de
satisfacción de pretensiones, la Administración es función estatal de cumplimiento de los fines de interés general” (Guasp
y Aragoneses, 2014, pp. 94 y 95, cursivas en el texto).
Lo interesante de esta teoría es que presenta a la jurisdicción inescindiblemente ligada con el proceso como instrumento
puesto a su servicio; sin embargo, no logra explicar completamente el panorama actual de la función jurisdiccional.
La jurisdicción no solo debe satisfacer las pretensiones del actor, sino que además ha pronunciarse sobre las resistencias
formuladas por la persona frente a quien se pretende (el demandado). Eso se justifica en que según sus propios postulados
la presencia del sujeto pasivo de la reclamación del actor es necesaria, pues el proceso es una figura rigurosamente
tridimensional (Guasp y Aragoneses, 2014, pp. 94, 95 y 36).
Se observa, asimismo, que hoy la jurisdicción también tutela intereses jurídicamente relevantes que invocan los individuos
de la comunidad, es decir, las ventajas, bienes o utilidades legítimas que son “coherentes con el entramado legal y
constitucional”. En consecuencia, la jurisdicción debe dar curso o no a las pretensiones (del actor y del demandado)
que contengan tales intereses, evaluando si ellos son jurídicos y socialmente relevantes y si se encuentra justificada su
necesidad de tutela (Bordalí, 2020, pp. 52 y 53).

2. Jurisdicción, acción y proceso


Cuando según el punto de mira se observa la función del Estado de resolver los conflictos intersubjetivos de intereses de
relevancia jurídica, con decisiones que gocen de autoridad de cosa juzgada, o de determinar de manera irrevocable, para
un caso concreto, el Derecho aplicable, se puede identificar una clara relación entre la jurisdicción, la acción y el proceso.
La jurisdicción es puesta en movimiento por el ejercicio de una acción y se desarrolla instrumentalmente a través de un
proceso jurisdiccional, cristalizado en una resolución que contiene la voluntad jurisdiccional (Montero et al., 2014, pp. 34
y 35). El proceso es un instrumento necesario para que la jurisdicción activada se desarrolle, dado que el ejercicio de la
jurisdicción no es compatible con la instantaneidad: “En principio, en un orden utópico, bastaría el simple ejercicio de
la acción, la afirmación realizada por las partes ante el juez para que éste pudiera, sin más trámites, emitir su resolución
jurisdiccional. Pero el Juez normalmente no conoce la realidad, sino solo la versión que de la realidad le ofrecen las partes.
(…) Pero la limitación humana impone necesariamente que entre la afirmación de las partes y la resolución jurisdiccional
se intercalen una serie de actos, cuyo conjunto recibe el nombre de proceso” (Serra, 2008, p. 231). Por nuestra parte
agregamos que, ni aun cuando el juez conociera la realidad de los hechos debatidos, el proceso sería prescindible, puesto
que dada su posición de tercero imparcial e impartial (sujeto ajeno al conflicto) la estructura dialéctica de aquel le sirve
como instrumento adecuado para adoptar una decisión fundada, cuya motivación ha de cumplir determinados estándares.

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Revisaremos en lo que sigue algunos aspectos fundamentales relacionados con la acción y el proceso jurisdiccional.
2.1. La acción
Sobre la acción la doctrina ha estudiado y escrito mucho. Si bien en algún momento los arduos debates acerca de su
naturaleza jurídica, que se centraron en la relación entre ella y el Derecho material, pudieron justificarse por su relevancia
para la consolidación del estudio científico del Derecho procesal como una disciplina autónoma (Gimeno, 1981, p. 129),
hoy carecen de importancia práctica si se toma una postura acerca de su contenido y justificación, como se hará en este
texto. La referencia a los debates que se desarrollaron preponderantemente en el siglo XX se hará para fines de ilustrar
la importancia de la acción en su relación con la jurisdicción y con el derecho a la tutela judicial.
Por ahora, para centrar el tema, diremos que la acción es el derecho fundamental de activar la jurisdicción con la finalidad
de obtener tutela judicial de parte del Estado. La acción, el derecho de acción y el derecho a la tutela judicial son todas
manifestaciones del derecho reconocido a toda persona de “instar al poder público la resolución de los conflictos en que se
hallen involucrados, ante la prohibición jurídica que pesa sobre ellos de que los resuelvan por sí mismos, arbitrariamente
o mediante el uso de la fuerza” (Garberí, 2009, p. 116).
2.1.1. Doctrinas tradicionales acerca de la naturaleza jurídica de la acción
A lo largo del tiempo la doctrina ha intentado explicar la naturaleza jurídica de la acción enfocando el análisis, principal-
mente, en su relación con el Derecho material. Se atribuye a los pandectistas alemanes y sus trabajos sobre la actio en
el Derecho romano el inicio de los debates que luego derivaron en el desarrollo científico del Derecho procesal. La acción
para Frederick Karl von Savigny debía concebirse como “una metamorfosis del derecho subjetivo privado, que se produce
como consecuencia de una violación” (cit. por Hoyos, 2001, p. 114). En un trabajo publicado en 1856 Bernhard Wind-
scheid criticó la idea de Savigny y señaló que este incurría en un error sobre la interpretación de la actio, proponiendo
que en realidad la idea romana de actio correspondía a la noción germana de Anspruch (pretensión o razón), dado que el
ordenamiento jurídico “no es el ordenamiento de los derechos, sino de las pretensiones judicialmente perseguibles” (Serra,
2008, p. 189). De ahí que en el sistema romano de las acciones lo relevante era la actio que entregaba el magistrado,
pudiendo el demandante tener actio sin tener derecho. En 1857 Theodor Muther publicó un trabajo con una refutación
a la tesis de Windscheid, criticando la asimilación ente actio y Anspruch, a pesar de que reconoció que derecho y actio
son dos derechos distintos, “de los cuales uno es presupuesto del otro, pero que pertenecen a diversas esferas, puesto que
uno es privado y otro público (…) Ambos derechos, el privado y el público, no coinciden ni en el contenido, pues uno va
encaminado a la restitución y el otro al respeto material del derecho, ni el sujeto pasivo, que en la acción es el Juez, como
representante de la justicia del Estado, y en el derecho es el obligado” (Serra, 2008, pp. 189 y 190).
A partir de ese debate en torno a la actio romana y de la famosa polémica científica entre Windscheid y Muther sobre el
alcance de la interpretación de Savigny, de la que se infiere que entre ambos autores había acuerdo en que acción y derecho
subjetivos son dos fenómenos jurídicos diversos, la doctrina ha identificado el momento en que la acción se independiza
de Derecho material y con ello el estudio de las instituciones del Derecho procesal. Se atribuye a Chiovenda, fuertemente
influido por la discusión de la doctrina alemana, haber introducido el debate en Italia y con ello el desarrollo posterior
de variadas doctrinas sobre la naturaleza jurídica de la acción, sustentada por relevantes autores, con gran influencia
en España y Latinoamérica. Habitualmente se sostiene que con la célebre prolusión pronunciada en la Universidad de
Bolonia en 1903, con un discurso sobre la acción en el sistema de los derechos, Chiovenda fundó la escuela científica
italiana del Derecho procesal.
En las líneas siguientes plantearemos un esbozo esquemático de estos debates, siempre con la finalidad de presentar una
visión panorámica y ordenada de estas, pero en lo estrictamente necesario para entender los alcances fundamentales del
instituto.
2.1.1.1. Doctrinas monistas
Son propias del siglo XIX y, en lo medular, identifican a la acción con el derecho subjetivo vulnerado o turbado. Esta
corriente extrae una vieja definición de la actio romana contenida en el Digesto que en su formulación en castellano
expresa que la acción “no es más que el derecho de perseguir en juicio lo que se nos deba”. La acción entonces se identifica

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con la prestación debida, es el mismo derecho material que invoca quien acciona, pero puesto en “pie de guerra”; es el
derecho subjetivo elevado a la segunda potencia (Couture, 1958, p. 63). En consecuencia, la acción no es un derecho
autónomo, pues no es independiente del derecho subjetivo material.
Se critica esta teoría por razones evidentes. Por un lado, entiende al Derecho procesal sin autonomía, ligado a otras
ramas del Derecho, por lo que malamente podía vislumbrase un desarrollo científico de la disciplina. Por otra parte, y es
la crítica principal, no permite explicar las sentencias desestimatorias que declaran que quien ejerció la acción no estaba
amparado por el Derecho material. Tampoco permite explicar otros fenómenos como los supuestos de las obligaciones
naturales (Couture, 1953, p. 9), la tutela jurídica de la posesión (la posesión es un hecho y no un derecho), las sentencias
meramente declarativas, las sentencias constitutivas necesarias, etc. (Hoyos, 2001, p. 115).
A pesar de hallarse abandonadas y constituir no más que un dato histórico, aunque relevante por los debates que a
partir de entonces se desarrollaron, en nuestro ordenamiento jurídico identificamos manifestaciones que adhieren a las
tesis monistas. Cuando el CC en sus arts. 577 y 578 expresa, luego de definir qué se entiende por derechos reales y
derechos personales, que de los primeros “nacen las acciones reales” y de los segundos “nacen las acciones personales”,
está reflejando que abraza esta postura, lo que puede entenderse por la época en que el Código fue redactado. Lo mismo
se entiende de la lectura de los arts. 580 y 581 del CC, al reputar los derechos y acciones bienes muebles o inmuebles
“según sea la cosa en que han de ejercerse, o que se debe”, y considerar muebles los hechos que se deben y las acciones
para reclamarlos.
También puede identificarse esta asimilación en las normas del COT que contienen las reglas sobre competencia relativa
(arts. 135 y ss.), dado que al clasificar la acción según el derecho subjetivo en acciones muebles e inmuebles la entiende
indisolublemente ligada a él (Figueroa y Morgado, 2013a, pp. 180 y 182).
Una identificación similar se hallaba en el viejo CdePP de 1906 cuyo art. 25 en su versión original disponía que: “De
todo delito nace acción penal para el castigo de culpable; i puede nacer acción civil para la restitución de la cosa…” (con
la reforma de la Ley Nº 18.857 de 1989, la fórmula del ahora art. 10 quedó con un lacónico “Se concede acción penal
para impetrar la averiguación de todo hecho punible y castigar…”).
2.1.1.2. Doctrinas dualistas: la autonomía de la acción
Sobre la base de los trabajos de Muther y de su célebre polémica con Windscheid a mediados del siglo XIX, la doctrina
comenzó a concebir la acción como un derecho del ciudadano a obtener tutela jurídica del Estado, que se distingue del
derecho subjetivo material. Esa es la concepción que planteó Adolf Wach a partir de esa polémica de la que resultó la
disociación entre derecho y acción, afirmando en un trabajo publicado en 1885 que la acción es un derecho autónomo,
separado del derecho material o sustancial (Couture, 1953, p. 11), un derecho subjetivo por sí mismo dirigido hacia el
Estado que mira a la obtención de una prestación consistente en la garantía jurisdiccional (Calamandrei, 1962, p. 243).
Con esta concepción de acción, que Wach denomina “pretensión de tutela del derecho” se logró además reafirmar la
autonomía del Derecho procesal respecto del Derecho material (Couture, 1953, p. 12; Serra, 2008, p. 190).
Habiéndose establecido con exactitud la diferencia entre el derecho subjetivo material y la acción, surgieron varias teorías
que también pretendieron responder a la pregunta sobre su naturaleza como acción civil y que tuvieron gran auge en lo
que corrió del siglo pasado. Agrupándolas, es posible distinguir dos corrientes importantes: la del dualismo concreto y la
del dualismo abstracto.
a) El dualismo concreto o acción en sentido concreto
Según esta teoría la acción es independiente del derecho subjetivo material, pero se acciona siempre para su reconocimiento,
es decir, tienen acción sólo quienes gozan de un derecho válido que tutelar judicialmente. En otras palabras, la acción es
el derecho a una sentencia favorable sobre el fondo del asunto, “un derecho correspondiente a quien tiene razón contra
quien no la tiene” (Calamandrei, 1962, p. 247).
Para Chiovenda, precursor de esta posición, no es correcta la afirmación de que la acción se dirija hacia el Estado, sino
que es un derecho que se encamina frente el adversario. Si bien la acción es autónoma del derecho subjetivo material, es
además concreta, es decir, que pertenece “solo a los que tienen razón” (Couture, 1953, p. 14). Por lo mismo, la acción

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tiene la naturaleza de un derecho potestativo, es decir, el poder del demandante de influir en la condición jurídica del
demandado, quien, aun contra su voluntad, queda sujeto a los efectos jurídicos de la sentencia.
Sin embargo, esta doctrina, que ha tenido influencia posterior, no logró superar las objeciones que se plantean a la hipótesis
de desestimación de la demanda infundada. Si la sentencia es desestimatoria por carecer la demanda de fundamento, ello
significa que al actor no le asistía el derecho de accionar. Entonces ¿cómo se explica el desarrollo del proceso y el valor
de los actos procesales?, ¿podría concebirse la figura de un proceso sin acción?, ¿cómo se explica que el sistema jurídico
reconozca en este caso, una excepción de cosa juzgada (prohibición de doble juzgamiento) en favor del demandado? (Serra,
2008, p. 193).
b) El dualismo abstracto o acción en sentido abstracto
El contenido de la acción es abstracto y tiene como único objetivo activar la función jurisdiccional, sin necesidad de ser
titular del derecho material. Se puede accionar incluso por quien no tiene razón ni fundamento en un derecho sustantivo,
dado que la acción es “solamente el derecho al inicio del proceso” (Nieva, 2014, p. 54) con independencia de lo que la
sentencia definitiva resuelva sobre el fondo del asunto.
Los sustentadores de esta doctrina sostienen que la acción es un derecho que “puede corresponder también a quien no
tiene razón en el mérito, haciendo abstracción (y por eso se habla de acción en sentido abstracto) del fundamento de la
demanda” (Calamandrei, 1962, p. 249). En esta tesis derecho material, pretensión y acción no van siempre reunidos,
porque perfectamente puede ocurrir que el actor acuda al órgano jurisdiccional planteando una pretensión infundada,
sobre la que se pronuncia la sentencia. Explica Couture: “La acción, como poder jurídico de acudir a la jurisdicción,
existe siempre: con derecho (material) o sin él; con pretensión o sin ella, pues todo individuo tiene ese poder jurídico,
aun antes de que nazca su pretensión concreta. El poder de accionar es un poder jurídico de todo individuo en cuanto
tal; existe aun cuando no se ejerza efectivamente”. La acción sería el derecho de toda persona de acudir a la autoridad
solicitando lo que considera justo, es decir una manifestación del derecho de petición (Couture, 1958, pp. 68 y 72 y ss.).
En suma, la acción es un derecho que se dirige hacia el Estado y su objeto no es la obtención de una sentencia favorable,
sino solo de una sentencia sobre el fondo del asunto (Montero et al., 2014, p. 208).
Sin embargo, es de destacar que esta teoría, que resulta compatible con el mejor rendimiento de la acción como derecho
fundamental, no logra explicar cómo se justifica que algunos sistemas permitan a los tribunales declarar, en fase liminar,
inadmisibles las demandas que resulten manifiestamente improponibles, es decir, las que evidentemente carecen de fun-
damentos y frente a las que el Estado no estaría obligado a activar la jurisdicción (p. ej. el control de admisibilidad de
la demanda en asuntos de familia, según el art. 54-1 inc. 3º de la LJF: “Con excepción de los numerales 8) [acciones de
filiación] y 16) [violencia intrafamiliar] del artículo 8º, si se estimare que la presentación es manifiestamente improcedente,
la rechazará de plano, expresando los fundamentos de su decisión”; el Proyecto de Código Procesal Civil Modelo para
Iberoamérica faculta al tribunal para rechazar in limine la demanda que sea manifiestamente improponible, según su art.
33 Nº 1).
2.1.2. Concepción actual: la acción como derecho fundamental
Estamos nuevamente frente a una institución respecto de la que abundan las definiciones, vinculadas casi todas a la
adhesión a alguna tesis sobre su naturaleza jurídica. Sobre ellas, sin embargo, la doctrina actual ha perdido interés
declarando, incluso, la inutilidad de continuar un debate científico ya agotado (Gimeno, 1981, p. 129; Serra, 2008, p. 207;
Nieva, 2009, pp. 19 y ss.).
Actualmente a la teoría sobre la acción le resulta insoslayable reconocer, por un lado, que la acción es un derecho autónomo,
es decir, desvinculado del derecho subjetivo material, y por otro, que se trata de un derecho constitucionalmente reconocido
a toda persona y que confiere el derecho de activar la jurisdicción y de participar en el proceso jurisdiccional (Montero
et al., 2014, p. 34).
Desde esa perspectiva se ha entendido que la acción es un “derecho subjetivo público, de carácter constitucional, consis-
tente en excitar o poner en funcionamiento la actividad jurisdiccional del Estado” (Fairén cit. por Gimeno, 1981, p. 130).
Conforme con esta definición, los rasgos esenciales de la acción son:

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a) Tiene naturaleza de un derecho subjetivo público, porque es reconocido por el Estado en favor de toda persona, es
decir, no emana de relaciones privadas, y su ejercicio provoca la activación de una función estatal (Avsolomovich et al.,
1965, pp. 26 y 27).
b) Es un derecho público de carácter constitucional, pues se trata de un derecho cívico fundamental cuyo reconocimiento
suele hallarse en distintas formulaciones constitucionales (como un derecho de acción, un derecho de acceso a los tribunales,
un derecho a obtener tutela efectiva, etc.).
c) Su objeto lo constituye el ejercicio de la actividad jurisdiccional, por lo que pone en marcha la jurisdicción estatal
(Gimeno, 1981, p. 133; Montero et al., 2014, p. 34) y se ejerce, entonces, hacia el Estado —no contra el demandado—
para que otorgue tutela judicial.
En el Estado constitucional contemporáneo se concibe a la acción como un derecho fundamental de las personas de acudir
a los tribunales de justicia para pedir tutela en los casos en que la intervención estatal es necesaria (Bordalí, 2020, p.
239). Las ventajas de otorgar a la acción el estatuto de un derecho fundamental son innegables: es un derecho anterior
al proceso y se halla consagrado al máximo nivel normativo en textos constitucionales y tratados internacionales sobre
derechos humanos (Garberí, 2009, p. 126), siendo aplicables a su respecto las reglas sobre hermenéutica que reconoce
el derecho internacional de los derechos humanos (principios pro homine, de interpretación extensiva y de interpretación
progresiva).
Para el ejercicio del derecho de acción no es necesaria la existencia de un derecho subjetivo material, dado que el
proceso jurisdiccional se desarrolla con independencia de si previamente existen derechos subjetivos o intereses legítimos
reconocidos por el Derecho, correspondiéndole al juez, en la sentencia definitiva, determinar si el actor era o no titular
de los derechos o intereses discutidos. Basta que quien comparezca al proceso afirme inicialmente la titularidad de una
relación jurídica sustancial. Otra cosa es que habitualmente quien accione invoque en su favor un derecho o un interés
protegido por el Derecho, de modo que “el ejercicio del derecho de acción supone la existencia en cabeza de quien acciona
[de] un derecho subjetivo material, pero esa normalidad no quita el carácter eventual. No es condición necesaria la
existencia de ese derecho subjetivo material” (Bordalí, 2020, pp. 241 y 242).
Se habla entonces de derecho de acción o de derecho a la tutela judicial, y bien que se conciba a la acción como “un
derecho fundamental (…) que tiene como función inmediata la tutela jurisdiccional de los derechos e intereses legítimos”
(Proto, 2014, p. 61) o como “un derecho fundamental a la tutela efectiva, entendiéndose por ‘efectiva’ la tutela del
derecho material que también es tempestiva” (Marinoni, 2015, p. 37), lo cierto es que el derecho de acción y el derecho de
tutela judicial confluyen en el derecho de los justiciables de excitar la función jurisdiccional del Estado para la tutela de
derechos o intereses legítimos mediante la emisión de una respuesta motivada, derecho que se justifica en la proscripción
de la autotutela (Garberí, 2009, p. 116).
La relación entre el derecho a la tutela y el derecho de acción es muy clara. Basta reparar en el tenor del art. 24.1 de
la Constitución española (“Todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y tribunales en
el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin que, en ningún caso, pueda producirse indefensión”) y el art. 24
inciso 1º de la Constitución italiana (“Todos pueden accionar en juicio para la tutela de sus propios derechos e intereses
legítimos…”), interpretados en clave del art. 6.1 del CEDH (“Toda persona tiene derecho a que su causa sea oída equitativa,
públicamente y dentro de un plazo razonable, por un tribunal independiente e imparcial, establecido por la ley…”). En
nuestro ámbito la misma relación se desprende de los mandatos constitucionales puestos en relación con el derecho a ser
oído del art. 8 de la CADH y el derecho a contar con un recurso o remedio efectivo para tutela de derechos fundamentales,
del art. 25 del mismo pacto internacional.
2.1.3. Consagración del derecho de acción
Siguiendo el planteamiento de Couture se ha sostenido que el fundamento del derecho de acción radica en el derecho de
formular peticiones a la autoridad, que en nuestro caso está reconocido por el art. 19 Nº 14 de la CPR. Sin embargo, ello
es discutible, pues este derecho no importa el deber correlativo del Estado a dar una respuesta, elemento esencial en el
derecho de acción pues con ella se activa la jurisdicción.

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En nuestro sistema el fundamento constitucional del derecho de acción se halla en el derecho a la igual protección de la
ley en el ejercicio de los derechos, reconocido y garantizado por el art. 19 Nº 3 inc. 1º de la CPR, precepto que se ha
entendido reconduce, en un sentido amplio, al derecho de acceso a la justicia, derecho a la tutela judicial o, derechamente,
derecho de acción (Vargas y Fuentes, 2018, p. 185; Bordalí, 2020, p. 244).
La regulación constitucional patria ha de complementarse con las normas internacionales sobre derechos humanos que
reconocen el derecho a la tutela judicial, contenidas en el art. 14.1 del PIDCP y el art. 8.1. de la CADH, que integran
nuestro acervo de derechos fundamentales por aplicación del art. 5º inc. 2º de la CPR.
2.1.4. Contenido del derecho de acción
Entendida la acción, entonces, en su dimensión de derecho fundamental de poner en movimiento la jurisdicción estatal,
es posible definir los subderechos o garantías que la componen, a la vez que definen sus límites como derecho a la tutela
judicial (Vargas y Fuentes, 2018, p. 184; Bordalí, 2020, pp. 243 y 244):
1) El derecho de acceso a la justicia, que supone solicitar la apertura y la tramitación del proceso jurisdiccional.
Con el ejercicio de la acción debe efectivamente activarse la función jurisdiccional para que actúe por medio de un proceso.
Es por esa razón que corresponde evaluar si las limitaciones que contemplan los procedimientos soportan o no un análisis
de compatibilidad con el derecho fundamental.
Desde esa perspectiva constituyen restricciones intolerables para un sistema de derechos aquellos que, aun cuando no
limiten efectivamente el ejercicio de la acción, sí lo hagan en la práctica, como sería si los requisitos y formalidades para
interponer una demanda fueran tantos y de tal complejidad que la activación de la jurisdicción, por esa vía, se torne
inaccesible para los justiciables. También se ha discutido si las manifestaciones de la regla solve et repete, propio del
Derecho administrativo, soportan análisis de rendimiento del derecho a accionar, dado que imponen a la parte reclamante
la carga de consignar en favor de la Administración los montos de la multa impuesta, previo a la formulación del reclamo.
Sobre el particular se ha pronunciado el TC declarando, tanto en control preventivo de constitucionalidad como en sede
de inaplicabilidad, la incompatibilidad de esta exigencia con la garantía del art. 19 Nº 3 inc. 1º CPR (p. ej., STC, Rol
5731-2018, de 10 de diciembre de 2019, voto de minoría cons. 8º: “Que, los Ministros que suscribimos este voto, estamos
por acoger la inaplicabilidad del art. 113, inciso 4º, impugnado [DFL Nº 1 del Ministerio de Salud, de 2005, norma que
regula el reclamo de las multas impuestas por la Superintendencia de Salud]. En esencia, por tratarse de un supuesto de
solve et repete, que constituye una barrera injustificada y carente de razonabilidad al derecho de acceso a la justicia, que
forma parte de la garantía de la igual protección de la ley en el ejercicio de los derechos…”).
2) El derecho a que el tribunal resuelva el fondo del asunto sometido a su conocimiento.
La sentencia, como manifestación de la voluntad jurisdicente, debe resolver el asunto sometido a conocimiento del tribunal,
debe pronunciarse sobre el objeto del proceso o, dicho de otra manera, decidir el fondo del asunto. Para ello el juez ha
de desarrollar el proceso admitiendo las pruebas presentadas por las partes o decretando las que considere necesarias, si
el sistema lo permite, con la finalidad de determinar los hechos probados a partir de los cuales deberá escoger la o las
reglas de Derecho aplicables al caso. Podría ocurrir, también, que el juez deba acudir a otras fuentes de decisión que el
sistema permite, como la costumbre o los principios de equidad. No debe olvidarse que el tribunal, excitada que sea la
jurisdicción y en asuntos de su competencia, no podría resolver non liquet, excusándose de ejercer esta función.
Pero la garantía se cumple, también, si el tribual resuelve el asunto aun sin pronunciamiento sobre el fondo, cuando
verifica que alguno de los presupuestos necesarios para el ejercicio de la jurisdicción no se cumple (p. ej. el tribunal
carece de competencia, las partes carecen de capacidad) o si por conducta de las mismas partes pierde sentido la emisión
de una decisión sobre el fondo (p. ej. el demandante se desiste de la demanda, se promueve el incidente de abandono de
procedimiento).
3) El derecho a impugnar la sentencia por medio de los recursos previstos por la ley.
Impugnar una resolución judicial es atacar su contenido ejerciendo las vías o mecanismos que la ley reconoce. Las vías de
impugnación, habitualmente denominadas recursos, permiten al litigante que se considera agraviado por el contenido de

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una resolución judicial, reclamar de la misma pidiendo a otro tribunal, generalmente uno de jerarquía mayor, la reparación
del agravio (Letelier, 2013, p. 31).
Por ese motivo se considera al derecho a impugnar una manifestación del derecho de acción, porque con su ejercicio se
activa un grado jurisdiccional distinto —generalmente un grado jurisdiccional superior— para la decisión del asunto.
Se ha discutido en nuestro entorno si el derecho al recurso es fundamental solo en materias penales o si goza de ese
estatuto también en asuntos no penales (civiles, de comercio, administrativos, laborales, etc.). La justificación del debate
radica en la redacción del art. 8.2 letra h) de la CADH y el art. 14.5 del PIDCP, que reconocen explícitamente el derecho
a recurrir, como derecho fundamental, solo al condenado en asuntos penales, por lo que en las otras hipótesis (imputado
absuelto y, en general, las partes de los procesos de naturaleza no penal) los afectados por una sentencia carecerían de
tal derecho con rango de fundamental. A pesar de que el tema es debatible, pues ingresan en su consideración aspectos
que escapan de lo estrictamente procesal (p. ej. análisis económico del derecho), hay que considerar que la CorteIDH ha
tendido a extender la aplicación de la garantía del art. 8.2 letra h) de la CADH a materias no criminales (p. ej. sentencia
dictada en el caso “Nadege Dorzema y Otros vs. República Dominicana”, de 2012), resaltando que, en todo caso, han de
cumplirse los estándares de eficacia, accesibilidad e idoneidad. Nuestro TC (p. ej. STC, Rol 9127-2020, de 3 de diciembre
de 2020, cons. 8º a 12º) ha declarado que el derecho al recurso es un derecho constitucionalmente protegido por el art.
19 Nº 3 inc. 6º de la CPR (cosa distinta es que no se garantice un modelo recursivo determinado, dado que eso sería
materia de las leyes de procedimiento).
4) El derecho a la efectividad de lo resuelto, comprendiendo el derecho a la inmodificabilidad de las resoluciones judiciales
(cosa juzgada), el derecho a la tutela cautelar (medidas cautelares) y el derecho a obtener la ejecución de las resoluciones
judiciales (cuando corresponda según sus efectos):
a) Hemos visto que un rasgo esencia de la jurisdicción, según algunos autores, es la presencia de la cosa juzgada. La
“determinación irrevocable” del derecho en el caso concreto garantiza la inmodificabilidad de lo resuelto. Ello es sin per-
juicio de la existencia de determinados correctivos fundados, principalmente, en razones de justicia que evitan perpetuar
decisiones contrarias a este valor (el recurso de revisión en materia civil y el procedimiento de revisión de las sentencias
en asuntos penales). La inmodificabilidad de lo resuelto por la decisión jurisdiccional, es decir, la consolidación de sus
efectos es también una garantía de certeza jurídica.
b) La tutela cautelar, esto es aquella que mira no a la satisfacción de la pretensión principal de las partes (p. ej. el pago
de crédito insoluto, la restitución del bien propio, la indemnización por los daños causados) sino al perjuicio marginal
que eventualmente pueda sufrir el actor por el retardo en la emisión y cumplimiento de una sentencia que se pronuncie
sobre el mérito de la controversia (Proto, 2014, pp. 384 y 385), evitando que se transforme en inútil (Tavolari, 1994, p.
151), es considerada una garantía integrante del derecho de acción (Bordalí, 2020, p. 250).
En el modelo del actual CPC, la tutela cautelar —manifestada principalmente en las medidas cautelares que regula el
Título V del Libro II (arts. 290 y ss. del CPC)— es bastante tradicional y apunta a la conservación del estado de cosas
(p. ej. la retención de bienes del demandado), por lo que discurre con un modelo de medidas cautelares nominadas y
conservativas (salvo algunas excepciones en el mismo título y en juicios especiales del Libro III). En otros procedimientos
los jueces tienen potestades cautelares más amplias, pudiendo decretar medidas innominadas, es decir, no contempladas
expresamente en la ley, medidas innovativas, esto es, las que tienen por finalidad un cambio en el estado actual de cosas,
o incluso medidas anticipatorias (Proto, 2014, p. 395), es decir, las que de alguna manera satisfacen anticipadamente en
favor del demandante la pretensión invocada. Así, por ejemplo, dispone el art. 22 de la LJF (“Potestad cautelar. Sin
perjuicio de lo dispuesto en leyes especiales, en cualquier etapa del procedimiento, o antes de su inicio, el juez, de oficio
o a petición de parte, teniendo en cuenta la verosimilitud del derecho invocado y el peligro en la demora que implica
la tramitación, podrá decretar las medidas cautelares conservativas o innovativas que estime procedentes”), el art. 444
del CdT (“En el ejercicio de su función cautelar, el juez decretará todas las medidas que estime necesarias para asegurar
el resultado de la acción…”) y el art. 8 Nº 7 bis de la Ley Nº 18.101 (Ley sobre Arrendamiento de Predios Urbanos),
recientemente modificada por la Ley Nº 21.461 (2022) (“A solicitud del demandante y con el mérito de lo obrado en la
audiencia, el juez podrá ordenar la restitución anticipada del inmueble y el lanzamiento del arrendatario demandado, con

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auxilio de la fuerza pública si fuere necesario. (…) En todos los casos sólo será necesario acreditar, sobre la base de los
antecedentes presentados junto a la demanda y aquellos ventilados en la audiencia, la existencia de una presunción grave
del derecho que se reclama”).
El proyecto de nuevo CPC para Chile de 2012 (Bol. 8.197-07), aún en tramitación en el Congreso, regula expresamente
la posibilidad de decretar en el juicio civil medidas cautelares conservativas e innovativas (arts. 182 y ss.).
c) La ejecución de las resoluciones judiciales es una garantía que da sentido al ejercicio de la acción como derecho de
activar la jurisdicción (Marinoni, 2015, pp. 40 a 42), dado que no tendría razón de ser que el sistema no asegure
que lo decidido por el juez se cumplirá por quienes resulten obligados. Sin embargo, como ya hemos dicho, no toda
sentencia requiere la iniciación de un procedimiento de ejecución que culmine en el reemplazo, incluso por la fuerza, de la
voluntad de los obligados. Hay que estar a los efectos de la sentencia, de modo que solo requerirán estos procedimientos
compulsivos las sentencias declarativas de condena, es decir, que imponen a la parte vencida una prestación, cuando no
ha habido cumplimiento voluntario. En otros casos, como el de las sentencias constitutivas, la ejecución requiere, en
varias oportunidades, de la colaboración de órganos de la Administración.
2.1.5. La pretensión
2.1.5.1. Nociones de pretensión
Derecho objetivo, derecho subjetivo material, acción y pretensión son dimensiones jurídicas diversas, aun cuando las
interacciones entre ellas resulten evidentes.
Según se ha explicado, la acción es un derecho fundamental que se ejerce frente al Estado y no contra el demandado,
para poner en movimiento la función jurisdiccional. Contra el demandado el actor ejerce una pretensión, que consiste en
la afirmación por el demandante de ser titular de un derecho que no está gozando puesto que ha sido privado o turbado
de él, solicitando en su favor la tutela judicial. Sin un derecho material es posible la invocación de la pretensión y si tal
ausencia del derecho es declarada por la sentencia definitiva, ocurre que el actor ha ejercido una pretensión infundada.
Ello es así porque, considerando que el derecho de accionar es autónomo y fundamental, es perfectamente posible que la
parte que pide tutela judicial promoviendo un proceso invoque pretensiones fundadas o infundadas, dependiendo de si se
hallan o no respaldadas por el derecho material (Devis, 2002, p. 216).
También podría suceder que la idea de la titularidad sobre un derecho por quien no lo está gozando permanezca solo en
su fuero interno o incluso lo exteriorice contra quien le atribuya el desconocimiento o perturbación del derecho, pero sin
que pida tutela jurídica del Estado. La existencia de un conflicto material no exige necesariamente la intervención de los
tribunales, a menos que la ley lo disponga así. Esos casos en que no se ha activado la jurisdicción, aun cuando pueda
existir un conflicto material, demuestran que la presencia o ausencia del conflicto de intereses “no es lo determinante para
la actividad de la jurisdicción. Lo determinante es la existencia de una pretensión y de una resistencia” (Montero et al.,
2014, p. 116).
La naturaleza de la pretensión no es la de un derecho sino de un hecho, puesto que es una afirmación, una exteriorización
de voluntad, algo que se hace (Montero et Al, 2014, p. 117) y no que alguien tiene (Carnelutti, 1997, p. 31). Ello queda
claro si se repara en que la pretensión es la afirmación hecha por un sujeto de ser merecedor de tutela jurídica del Estado,
con la concreta aspiración “de que ésta se haga efectiva”. Es “la autoatribución de un derecho por parte de un sujeto que
invocándolo pide concretamente que se haga efectiva a su respecto la tutela jurídica” (Couture, 1958, p. 72).
Se ha definido también la pretensión como “la voluntad manifestada por un sujeto de derecho, de poner en ejercicio la
función jurisdiccional para que una pretensión extraprocesal, resistida real o presuntivamente, por aquel contra quien se
tiene, sea recogida y examinada por esa función, a fin de que, si del examen se deduce que es fundada en el ordenamiento
objetivo, sea satisfecha cumplidamente” (Avsolomovich et al., 1965, p. 28). Esta noción incorpora la de pretensión
extraprocesal, que no es más que la creencia de un sujeto de tener un derecho que ejercer contra alguien, quien podría
resistirse a satisfacerlo; el conflicto —material— es eventual y, por tanto, eventual es también la activación de la función
jurisdiccional para que aquella se invoque como pretensión procesal.

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Entonces la pretensión no es la acción ni tampoco su contenido, pues ya hemos visto que el contenido de esta es poner
en marcha la función jurisdiccional del Estado para obtener tutela judicial. La demanda, como acto jurídico procesal
de iniciación que manifiesta el ejercicio de la acción, contiene una pretensión consistente en la voluntad de lograr una
consecuencia jurídica. Esta consecuencia jurídica que se busca y que se acoge o rechaza en la sentencia de fondo es el
contenido de la pretensión.
2.1.5.2. Elementos de la pretensión
La pretensión no puede reducirse solo a una petición, a una voluntad exteriorizada contra el demandado. La pretensión
se construye con más de un elemento:
a) Un sustrato fáctico, que son los hechos en base a los que el actor fundamenta su afirmación (Montero et al., 2014, p.
116) y que algunos denominan la pretensión extraprocesal real o presuntivamente resistida (Avsolomovich et al., 1965, p.
29).
b) Un sustrato jurídico, que es el derecho subjetivo material que el actor invoca en su favor y respecto del que sostiene
la conformidad de los hechos que afirma (Devis, 2002, p. 219).
c) La manifestación de un acto volitivo —una petición— ejercido contra el demandado y dirigido al tribunal para que
otorgue tutela jurídica satisfaciendo, reparando o restituyendo el derecho que considera vulnerado (Figueroa y Morgado,
2013a, p. 182).
A pesar de ser diferentes acción y pretensión, no puede desconocerse que entre ambas existe una relación instrumental:
con el ejercicio de este poder jurídico de acudir a la jurisdicción, quien acciona puede invocar una pretensión. Se reconoce
a la acción “el poder jurídico de hacer valer la pretensión” (Couture, 1958, p. 72). De este modo, la pretensión requiere
de la acción como vehículo porque necesita la iniciación de un proceso. De lo contrario, si se hiciera valer como tal fuera
de un proceso, sería autotutela.
Hay que tener en cuenta que cuando la sentencia, como acto jurídico procesal de decisión, acoge la demanda hace suya
la pretensión y sus fundamentos y revela los efectos que son contenidos en la pretensión (la declaración de un derecho, la
constitución de un nuevo estado jurídico o la imposición de una prestación; o, según el punto de vista, la declaración de
un derecho, imponiendo o no una prestación).
2.1.5.3. Clasificaciones de la pretensión
Decíamos que la acción no es clasificable, dado que es un derecho fundamental autónomo e independiente del derecho
material. En cambio, la pretensión sí puede clasificarse siguiendo algunos criterios (Figueroa y Morgado, 2013a, pp. 184
y 185):
a) Según la materia de que trata el conflicto material, se distinguen las pretensiones civiles de las penales.
La pretensión civil es, en términos amplios, la que se invoca en materias no penales, como las civiles propiamente tales,
las de comercio, las de familia y las laborales.
La pretensión penal, en cambio, es la que se hace valer para que aquel contra quien se dirige la persecución penal sufra
la consecuencia jurídica de la conducta imputada descrita en la norma infringida (una pena o una medida de seguridad).
No corresponde a las nociones que hemos indicado arriba, que se refieren a la pretensión civil, dado que quien ejerce la
pretensión penal no invoca un derecho resistido que considera propio, sino que solicita al órgano jurisdiccional la actuación
de la ley penal contra el imputado fundándose en determinados hechos que considera coincidentes con el supuesto fáctico
de una norma jurídica (Letelier, 2013, p. 80).
b) Según la naturaleza del derecho que se invoca, puede distinguirse entre pretensiones reales o personales y pretensiones
muebles o inmuebles. En nuestro sistema procesal, como se verá en el capítulo correspondiente, estas distinciones tienen
relevancia para la aplicación de las reglas especiales de competencia.
c) Según sea el procedimiento en que se hacen valer: pretensiones ordinarias, sumarias y ejecutivas.

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d) Dependiendo del efecto que el actor busca lograr si el tribunal acoge su pretensión: pretensiones declarativas, consti-
tutivas, de condena y cautelares.
Salvo casos aislados, el CPC no utiliza la voz pretensión en sentido técnico (p. ej. la usa en el art. 565 del CPC a
propósito de la denuncia de obra nueva: en la audiencia las partes deben comparecer y presentar en ella los documentos
y demás medios probatorios en que las “funden sus pretensiones”). Es frecuente, sin embargo que el CPC utilice la
expresión acción o acciones para referirse a lo que hemos explicado como pretensión (p. ej. el art. 17, que regula la
pluralidad de “acciones” en el juicio, sean estas compatibles o no entre sí; el art. 18 que permite la parte plural “siempre
que se deduzca la misma acción, o acciones que emanen directa e inmediatamente de un mismo hecho”; el art. 92 a
propósito de los supuestos que habilitan la acumulación de autos, refiriendo a acciones iguales o distintas; el art. 312,
que se refiere al contenido del escrito de réplica; el art. 170, que regula el contenido de la sentencia definitiva, en sus
Nº 2 y 6: “La enunciación breve de las peticiones o acciones deducidas por el demandante…” y “La decisión del asunto
controvertido. Esta decisión deberá comprender todas las acciones y excepciones que se hayan hecho valer…”).
En el COT se presenta la misma situación descrita a propósito de la regulación de la competencia, como ya hemos
anticipado (p. ej. en el art. 48 inc. 2º tratando de la competencia cuando el Fisco obre como demandante “cualquiera
que sea la naturaleza de la acción deducida”; en los arts. 116 a 124, que tratan de la determinación de la cuantía en
materia civil; en los arts. 135 a 138, que distinguen entre acciones inmuebles y acciones muebles, remitiendo a las normas
de los arts. 580 y 581 del CC; el art. 171 que, tratando de la competencia civil de los tribunales con competencia penal,
distingue entre acciones civiles restitutorias, indemnizatorias y reparatorias; el art. 223, que en materia de las reglas de
procedimiento que deben seguir los árbitros de Derecho, remite a “las reglas establecidas para los jueces ordinarios, según
la naturaleza de la acción deducida”).
2.1.6. El derecho de contradicción
2.1.6.1. El derecho constitucional de defensa
Se trata, en términos muy generales, de una manifestación del derecho a la tutela judicial, cuyo titular es el demandado.
Comparte la misma naturaleza que el derecho de accionar, lo que implica entonces que es un derecho que se ejerce frente
el Estado y que tiene el rango de derecho fundamental. En nuestro sistema se encuentra consagrado en el art. 19 Nº 3
de la CPR que garantiza el derecho a la defensa. En materia penal se consagra específicamente en el art. 19 Nº 3 inc.
4º (derecho irrenunciable del imputado a la defensa penal letrada) y busca igualar la relación jurídica procesal que es
estructuralmente desigual entre el imputado y el Estado.
En el diseño de los procedimientos, dada la configuración dialéctica del proceso, se contemplan oportunidades para que el
demandado y los otros sujetos contra quien se pide la actuación concreta de la ley, hagan valer sus defensas en juicio. En
el procedimiento ordinario regulado por el Libro II del CPC el demandado puede ejercer su defensa dentro del término
de emplazamiento, una vez que la demanda le ha sido notificada (arts. 257 y ss. del CPC). En algunos procedimientos
especiales de aplicación frecuente, el demandado goza de la misma oportunidad: en el juicio ejecutivo puede oponer
excepciones desde que ha sido requerido de pago y dentro de cierto lapso (arts. 462 y ss. del CPC) y en el procedimiento
sumario, puede ejercer su defensa en la audiencia de contestación (art. 683 del CPC). En los procedimientos “reformados”
no penales, también el demandado puede ejercer su defensa una vez que le sea notificada la demanda y hasta antes de la
audiencia preparatoria de juicio (p. ej. art. 58 LJF y art. 452 CdT).
En asuntos penales el imputado dispone de varias oportunidades para formular sus defensas, teniendo relevancia procesal
el planteamiento que en este sentido efectúe en la audiencia de preparación de juicio oral y en el juicio oral (arts. 263 a
265 y 326 del CPP).
2.1.6.2. El ejercicio del derecho de contradicción
Es posible distinguir diferentes formas de ejercer el derecho de contradicción, las que no siempre implican oponerse o
atacar la pretensión. El derecho de oposición, como manifestación del derecho de defensa, surge para el demandado en el
proceso civil y supone una resistencia a la pretensión dirigida en su contra.
El titular del derecho de contradicción podría asumir distintas actitudes que revisaremos en un panorama sintético:

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a) Guardar silencio. En este caso, si bien no hay actividad del demandado, igualmente hay ejercicio del derecho de
contradicción (p. ej. el demandado es legalmente notificado de la demanda, pero opta por no contestarla quedando
incurso en rebeldía). Aunque en general para el Derecho el silencio no produce efecto jurídico alguno, en materia procesal
se asimila a la negación (Figueroa y Morgado, 2013a, p. 191), por lo que se estima que puede haber controversia sobre
los hechos que fundan la pretensión del actor.
b) Formular meras alegaciones o simples defensas. Estas consisten en la negación de la existencia de los hechos y del
derecho invocado por el demandante o contenidos en la imputación hecha por el Estado (p. ej. el demandado contesta
su demanda negando la veracidad de los hechos que invoca el demandante). En estos casos corresponderá al demandante
la carga de probar los hechos en que funda su demanda.
c) Oponer excepciones. La excepción en sentido técnico es una forma específica de ejercer el derecho de oposición y
consiste en la alegación por el demandado de hechos nuevos, esto es que no han sido incorporados al juicio, que impiden
que la pretensión se acoja en la misma forma que plantea el demandante. En otras palabras, son “alegaciones de hechos
efectuadas por el demandado, excluyentes de las pretensiones del actor” (Carocca, 2003, p. 108).
La excepción implica la formulación de una verdadera contrapretensión en el contexto de la relación de contradicción
en que se inserta, dado que es una pretensión del demandado respecto del mismo conflicto de intereses. Se identifica
entonces una resistencia a la pretensión: “la voluntad del demandado para que se respete o se le mantenga en el goce de
una situación jurídica que estima amenazada por la acción procesal” (Figueroa y Morgado, 2013a, p. 186), o, precisando,
por la pretensión.
La excepción ataca los fundamentos de la pretensión del demandante con la alegación por el demandado de razones
propias que a aquella la destruyen o la modifican. La doctrina enseña que la excepción es “una razón especial de la
oposición del demandado a la pretensión del demandante, manifestada en forma activa, y por tanto, una contrarrazón
frente a la razón de la pretensión del demandante” (Devis, 2002, p. 233, citando a Carnelutti, cursivas en el texto), por lo
que si el juez acepta la excepción acoge también sus fundamentos y al desechar consecuencialmente la pretensión también
rechaza sus fundamentos (p. ej. el actor deduce una acción reivindicatoria invocando el derecho de dominio adquirido
por sucesión por causa de muerte y el demandado opone una excepción alegando el derecho de dominio adquirido por un
contrato de compraventa). Entonces, si el juez acoge la excepción opuesta necesariamente debe rechazar la pretensión
alegada (a menos que acoja la excepción solo en parte, pudiendo en tal caso dar lugar parcialmente a la pretensión).
Al igual que la pretensión, las excepciones se fundan en hechos que se pueden sistematizar en tres categorías, atendiendo
a los efectos que busca lograr al resistir la pretensión (Carocca, 2003, pp. 123 a 125; Devis, 2002, pp. 229 y 230; Figueroa
y Morgado, 2013a, pp. 189 y 190). Revisamos las categorías con algunos ejemplos:
i) Hechos impeditivos: son los que evitan que la norma jurídica alegada por el actor produzca efectos, evitando
que el derecho invocado por el demandante nazca por la ausencia de algunos requisitos o la presencia de determinadas
circunstancias (p. ej. el demandado alega la inexistencia o la nulidad del contrato cuyo cumplimiento se pide).
ii) Hechos extintivos: son los que por la ocurrencia de algún hecho con trascendencia jurídica cesa la aplicación de
la ley al caso concreto, desapareciendo el derecho alegado por el demandante (p. ej. se demanda el cobro de una suma
de dinero y el demandado opone la excepción de pago de la deuda; o se alega la existencia de una condición resolutoria
cumplida).
iii) Hechos modificativos o dilatorios: son los que alteran el beneficio invocado en la pretensión en la forma alegada por
el demandante o afectan su exigibilidad actual (p. ej. se demanda el cobro de una suma de dinero, pero el demandado
alega ser el fiador; el demandado alega una distinta calidad del contrato invocado por el demandante; se demanda el
cumplimiento de una obligación y el demandado opone la excepción de plazo o de condición suspensiva).
Cerrando este punto, hay que advertir que la oposición de excepciones impone al demandado la carga de probar los hechos
que las justifican (p. ej. si el demandado opone la excepción de pago de la deuda, asume la carga de probar los hechos
constitutivos de este modo de extinguir las obligaciones), a menos que los hechos en que funda su excepción surjan de la

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propia demanda y lo que se alegue por el demandado sea un efecto jurídico diferente al invocado por el demandante (p.
ej. el demandado opone la excepción de prescripción de la acción deducida por el demandante).
Es necesario precisar, además, que estas ideas sobre la excepción son predicables solo a las que se ejercitan en asuntos no
penales. En estas últimas materias la noción de defensa es más amplia y abarca todas las estrategias y alegaciones que el
imputado haga valer para evitar la aplicación a su respecto o morigerar los efectos penales de la norma cuya infracción se
le atribuye por la conducta delictuosa (art. 263 letra c) del CPP). Ello es sin perjuicio de que el CPP regula las llamadas
“excepciones de previo y especial pronunciamiento” (art. 264 del CPP), que son hipótesis definidas expresamente por la
ley cuya aceptación por el tribunal hacen inoportuna o injustificada, según el caso, la realización del juico penal.
2.2. El proceso
Esta es otra institución de la que se han ocupado con abundancia los estudiosos de nuestra disciplina, lo que se justifica si
se considera que el proceso es una herramienta a través de la cual se ejercita la jurisdicción. El proceso, en general, refleja
la existencia de una sucesión de actos ejecutados en una dimensión espacial y temporal, ordenados teleológicamente hacia
un objetivo, cuya secuencia reconoce un comienzo y un fin.
La palabra proceso (del latín processus con origen en procedere, avanzar) tiene varios significados y no es un término de
uso exclusivo por el Derecho ni del Derecho procesal. Por ello para distinguir el objeto que informaremos en este punto
de otras manifestaciones en ámbitos no jurisdiccionales, nos referiremos a él como proceso jurisdiccional, que alude “al
proceso que se necesita para la emisión del juicio de un juez” (Nieva, 2014, p. 63).
2.2.1. Definiciones de proceso
Se lo ha definido como “una secuencia o serie de actos que se desenvuelven progresivamente, con el objeto de resolver,
mediante un juicio de la autoridad, el conflicto sometido a su decisión” (Couture, 1958, pp. 121 y 122). Esta definición
atiende a tres elementos que constituyen y se vinculan con el proceso: a) la existencia de un conflicto jurídico que la
jurisdicción debe decidir; b) el conjunto de actos que sucesivamente configuran el proceso, y c) la culminación del proceso
en el acto de juicio, que es el que contiene la decisión jurisdiccional con autoridad de cosa juzgada.
Desde la perspectiva de la pretensión procesal, se ha definido al proceso como “un instrumento de satisfacción de preten-
siones” (Guasp y Aragoneses, 2004, p. 35). Esta simple fórmula encierra dos ideas fundamentales:
a) Supone abandonar una orientación material del concepto de proceso que se enfoca en la resolución de un conflicto
social, porque la idea del conflicto previo no explica necesariamente el proceso, y, también, implica dejar de lado las
doctrinas formales del proceso que ven en este un instrumento de aplicación del Derecho, puesto que hay procesos en
que no se discute sobre derecho subjetivo alguno y porque la actuación del derecho objetivo no solo se logra mediante un
proceso (también le interesa a la Administración).
b) La satisfacción debe considerarse en un sentido jurídico y no psicológico o social, porque alude al deber que pesa sobre
los tribunales de examinar la pretensión y decidir acogerla o rechazarla, según le parezca fundada o no, por lo que en
caso alguno significa dar siempre la razón al reclamante. Además, la pretensión ha de concebirse en sentido jurídico,
como una reclamación planteada formalmente por un miembro de la comunidad frente a otro y ante un tribunal (Guasp
y Aragoneses, 2004, pp. 31 a 35).
Una definición “neutra” de proceso lo concibe como “el instrumento que posibilita la declaración de la jurisdicción”
(Nieva, 2014, p. 62). En sentido similar se lo concibe como “la exigencia constitucionalmente prevista para el rogado
desarrollo procesal de la potestad jurisdiccional” (Bordalí et al., 2014, p. 25). La utilidad de estas definiciones está en
que resaltan el valor instrumental del proceso frente a la jurisdicción, como una sucesión de fases o actos que culminan
en la emisión del juicio jurisdiccional. Y esta instrumentalidad del proceso puede observarse desde una doble perspectiva:
como instrumento para que los órganos jurisdiccionales cumplan con la función que la CPR les asigna y como medio para
que los particulares puedan ver satisfecho su derecho a la tutela judicial (Montero et al., 2014, p. 223).
Desde una perspectiva que vincula su estructura con sus fines, se define proceso como “el conjunto de actos coordinados
que se ejecutan por o ante los funcionarios competentes del órgano jurisdiccional del Estado, para obtener, mediante la

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actuación de la ley en un caso concreto, las defensas o la realización coactiva de los derechos que pretendan tener las
personas privadas o públicas, en vista de su incertidumbre o de su desconocimiento o insatisfacción (en lo civil, laboral o
contencioso-administrativo) o para la investigación, prevención y represión de los delitos y las contravenciones (en materia
penal), y para la tutela del orden jurídico y de la libertad individual y la dignidad de las personas, en todos los casos
(civiles, penales, etc.)” (Devis, 2002, p. 155).
En nuestro medio, aparte de la definición del profesor Andrés Bordalí anotada más arriba, se ha conceptuado el proceso
como “un medio idóneo para dirimir imparcialmente, por acto de juicio de autoridad, un conflicto de relevancia jurídica
mediante una resolución que, eventualmente, puede adquirir la fuerza de la cosa juzgada” (Figueroa y Morgado, 2013a,
p. 144). Aunque lo exprese de otra forma, esta definición refleja también el carácter instrumental del proceso (es un
medio) frente a la jurisdicción (se ejercita un acto de autoridad). Se enfatiza que la finalidad del proceso es dirimir un
conflicto de relevancia jurídica, pero no debe olvidarse que el conflicto no es un presupuesto necesario para la existencia
del proceso ni el proceso jurisdiccional es la única herramienta para resolver los conflictos.
También se ha escrito que el proceso “es el instrumento puesto por el ordenamiento jurídico para que la jurisdicción y
sus órganos realicen su función” (Oberg y Manso, 2011, p. 174). Esta definición nuevamente pone énfasis en el valor
instrumental del proceso frente a la jurisdicción, actuada por los tribunales de justicia.
2.2.2. Elementos constitutivos del proceso
En el proceso jurisdiccional pueden identificarse dos elementos consustanciales: el elemento subjetivo (los sujetos) y el
elemento objetivo (el objeto).
2.2.2.1. El elemento subjetivo
Son los sujetos que intervienen en el desarrollo del proceso, cada uno ejecutando las conductas que la ley establece según
la posición que en él ocupan. Identificamos entre ellos a las partes y los tribunales de justicia:
a) Las partes
Son personas que sostienen ante un tribunal un conflicto jurídico y actual, solicitando una la tutela jurisdiccional del
Estado en contra de la otra. Una definición clásica de parte, que la plantea a partir del concepto de proceso y de relación
procesal, la entiende como “aquel que pide en propio nombre (o en cuyo nombre se pide) la actuación de una voluntad
de la ley, y aquel frente al cual se pide” (Chiovenda, 1940, p. 264, cursivas en el original).
Las partes, que son los contendientes en el proceso (hallamos en él una parte y una contraparte) adquieren por tanto
una calidad reconocida por la ley que los habilita para ejercer los derechos y cumplir con las cargas y obligaciones que el
procedimiento establece (Romero, 2017, p. 184), según la posición que ocupen en el proceso (demandante, demandado,
tercero).
Las partes del proceso (de la relación procesal) no son necesariamente las partes en la relación jurídica material ni en
el conflicto que sobre ella exista. Esas son cualidades que influyen en el éxito de la pretensión y no en el derecho de
intervenir en un proceso jurisdiccional (Devis, 2002, pp. 307 y 308).
b) Los tribunales de justicia
Son los “órganos públicos que ejercen la función jurisdiccional del Estado” (Bordalí, 2020, p. 279), debiendo decidir los
asuntos que les son sometidos a su conocimiento por medio del proceso.
El proceso jurisdiccional se desarrolla en el seno de un tribunal de justicia; requiere de un tribunal para su incoación,
prosecución y fin. Desde este punto de vista el proceso es “el instrumento por medio del que actúa el órgano dotado de
potestad jurisdiccional” (Montero et al., 2014, p. 222). Ello no quiere decir, como hemos explicado antes, que todos los
actos que ejecuta un tribunal sean manifestación de jurisdicción, puesto que tiene atribuciones para ejecutar otros actos
de distinta naturaleza (p. ej. los actos administrativos encomendados a los tribunales).
En resumen, el proceso tiene una estructura dialéctica que permite que sea “un cambio de propuestas, de respuestas,
de réplicas, un entrecruzamiento de pretensiones y resistencias, de ataques y contraataques” entre las partes, de donde

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se sigue que la voluntad del juez “no es más soberana absoluta, sino que está siempre condicionada por la voluntad y
comportamiento de las partes” (Bordalí et al., 2014, p. 27). Cada uno de los sujetos del proceso (el juez, el demandante
y el demandado; el juez, el ejecutante y el ejecutado; el juez, el MP, el imputado y el querellante, en su caso) ocupa una
posición en este y según ella cumple con las conductas que la ley establece (deberes, derechos, cargas y obligaciones).
El proceso, para desarrollarse, requiere de estas correlaciones entre los sujetos que lo componen: la vieja formulación de
Búlgaro, “iudicium est actus trium personarum” refleja esta idea.
2.2.2.2. El elemento objetivo o contienda jurídica
Este se refiere al conflicto material que deriva de la aplicación del derecho sustantivo a las relaciones jurídicas particulares
y que se traslada al proceso cuando las partes solicitan del Estado la tutela judicial de sus derechos e intereses legítimos
(Hoyos, 2001, p. 210).
Las partes acuden al órgano jurisdiccional invocando pretensiones, en las que se distinguen las peticiones que estas
contienen, es decir, las consecuencias jurídicas de las normas que las partes buscan sean aplicadas al caso, y la causa de
pedir, es decir, los hechos que sustentan la petición y que se enmarcan en el supuesto de hecho de las normas que las
partes pretenden que se apliquen al caso (Priori, 2019, pp. 156 y 157). La invocación de la pretensión por el actor y
de las defensas del demandado configuran el objeto del proceso y este determina el asunto sobre el que el tribunal debe
ejercer la función jurisdiccional.
Sobre el objeto del proceso, se ha explicado que es “aquella relación material que es relevante para el ordenamiento
jurídico, acaecida en el mundo real, sobre la cual el tribunal debe pronunciarse considerando las peticiones que se han
formulado respecto de tal” (Romero, 2021, pp. 14 y 15). El objeto el proceso es “la relación jurídica o los actos jurídicos
o los hechos, a la cual o a los cuales debe aplicarse en el caso concreto las normas que los regulan, para decidir sobre su
existencia y sus efectos jurídicos” (Devis, 2002, p. 156).
En materia penal el objeto del proceso puede ser entendido como “un hecho histórico concreto, establecido en el curso de
un proceso jurisdiccional, por cuya ejecución se pide al Estado que imponga una pena u otra consecuencia jurídica a una
persona determinada, pues se considera que el primero coincide con la descripción típica contenida en un precepto legal
y que la segunda, es responsable criminalmente del mismo” (Letelier, 2013, p. 79).
La determinación del objeto tiene gran relevancia intra y extraprocesal, que no viene al caso detallar acá. Pero nos
interesa destacar que si el objeto del proceso fija la competencia específica del tribunal, sobre el mismo el tribunal debe
ejercer la jurisdicción. En este sentido, entonces, el objeto y su protección tiene incidencia en el respeto del principio de
congruencia procesal (Romero, 2021, p. 15), por lo que, de acuerdo con la nomenclatura del procedimiento civil chileno,
la sentencia debe dictarse conforme al “mérito del proceso” (art. 160 del CPC) y al resolver el asunto controvertido, debe
pronunciarse sobre “todas la acciones y excepciones que se hayan hecho valer en el juicio” (art. 170 Nº 6 del CPC), y en
los términos de la regulación del proceso penal la sentencia de condena “no podrá exceder el contendido de la acusación”
(art. 341 del CPP), acto que a su vez “sólo podrá referirse a hechos y personas incluidos en la formalización de la
investigación” (art. 259 inc. final del CPP).
2.2.3. Naturaleza jurídica del proceso
Este es un tema muy debatido en la doctrina procesal, porque se han elaborado diversas teorías que intentan explicar
la naturaleza jurídica del proceso. Muchas de ellas asimilan el proceso a otras categorías jurídicas ya existentes con la
finalidad que le sea aplicable ese estatuto jurídico en particular.
Hoy algunas teorías tienen un valor meramente histórico y otras han de mirarse solo en su aptitud para explicar la función
instrumental del proceso frente a la jurisdicción, por lo que no son pocos los autores que opinan que sobre la naturaleza
jurídica del proceso se ha llegado a un punto muerto (Gimeno, 1981, p. 171) o bien que, derechamente, al proceso no
pueden aplicarse otras categorías jurídicas dado que es una categoría en sí mismo, carece de naturaleza jurídica o a su
respecto es inútil discurrir sobre una (Montero et al., 2014, pp. 224 y 225; Nieva, 2014, p. 63).
Sin embargo, siempre con la perspectiva de explicar el proceso como instrumento de la jurisdicción, nos detendremos en
la ilustración de lo sustancial de algunas de las teorías privatistas y publicistas que han tenido más difusión.

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2.2.3.1. Doctrinas privatistas
La doctrina francesa de los siglos XVIII y XIX intentó explicar el proceso acudiendo a la figura del contrato y sostuvo
que las partes, en virtud de un acuerdo de voluntades, convenían someterse a un proceso. A este contrato se le denominó
contrato judicial, por el que “ambos litigantes aceptan someter a la decisión del juez el litigio que los divide” (Couture,
1958, p. 127).
Esta corriente de signo romanista identificó en el contrato de litis contestatio del derecho romano la justificación de la
relación procesal y el efecto de cosa juzgada, que vinculaba solo a las partes en virtud del efecto relativo de los contratos.
Pero esta doctrina hubo de ser revisada porque no lograba explicar que el nombramiento de los jueces (jueces funcionarios)
no dependiera de las partes ni que existieran procesos en rebeldía del demandado (Gimeno, 1981, pp. 156 y 157). Se
sostuvo que del proceso nacen obligaciones para las partes que se manifiestan a lo largo de su desarrollo y que pesa sobre
ellas la obligación de cumplir lo que la sentencia declare. Por lo mismo y para explicar la naturaleza del proceso, los
juristas franceses de mediados del siglo XIX acudieron a las restantes fuentes de las obligaciones, descartando, por un
lado, que se trate de un delito o cuasidelito, puesto que no es un ilícito sancionado por la ley, y, por otro, que se trate de
un contrato, dado que la voluntad de las partes no es enteramente libre, lo que queda demostrado porque una de ellas, el
demandado, es emplazada al proceso, no concurriendo enteramente con su voluntad. En consecuencia, procediendo por
eliminación de las otras fuentes de las obligaciones (Couture, 1958, p. 131) concluyeron que los vínculos que emanan del
proceso provendrían del cuasicontrato.
Estas teorías han sido objeto de varias críticas. Las más profundas apuntan a que en el proceso las partes no actúan en
base a un acuerdo de voluntades (Guasp y Aragoneses, 2004, p. 38), sino que lo hacen para cumplir con cargas procesales
o utilizar las oportunidades puestas en su favor; es de esta manera que proceden a lo largo del juicio, logrando satisfacer
sus pretensiones para evitar riesgos y sanciones, no en virtud de una convención inicial o sucesiva. Por otra parte, el juez
no está vinculado en su actuar por la voluntad de las partes (Gimeno, 1981, p. 157), sino por el cumplimiento de un
mandato legal que le atribuye jurisdicción.
Se critican las teorías contractualistas, además, porque trasladan instituciones propias del Derecho civil y, por tanto,
instituciones ius privatistas, al ámbito del Derecho procesal, rama del Derecho que requiere el uso de instituciones y
categorías propias. Por su parte la teoría cuasicontractualista acude a una figura de contornos difusos, como es el
cuasicontrato. Finalmente, aun suponiendo que del proceso nazcan obligaciones, ambas doctrinas descartan a la ley que
es la verdadera y tradicional fuente de las obligaciones (Couture, 1953, pp. 49 y 50).
A pesar de que estas doctrinas históricas han sido desechadas, todavía algunos fallos de nuestros tribunales acuden a la
figura de la litis contestatio para explicar las relaciones que surgen en el proceso jurisdiccional. Así, por ejemplo, en la
SCS, Rol Corte Nº 25.169-2019 (19 de mayo de 2020), razonando sobre el sentido y alcance del art. 2518 del CC:
“Cosa diversa es el tratamiento que en el procedimiento realiza el legislador, el cual determina que la notificación de la
demanda genera la litis contestatio, que constituye el instante en que se traba la litis, pero que se relaciona exclusivamente
con un tema procesal por el cual quedan vinculas [sic] las partes entre sí y con el tribunal (…)” (cons. 10º).
2.2.3.2. Teoría de la relación jurídica procesal
Esta teoría explica el proceso como una relación jurídica compleja, autónoma y de Derecho público existente entre los
sujetos que en él participan (Devis, 2002, pp. 168 y ss.). Se trata de una doctrina publicista originada en los trabajos de
los procesalistas alemanes de mediados del siglo XIX, que influyó en los estudios del Derecho procesal desarrollados en
Italia en el siglo XX (Gimeno, 1981, pp. 158 y ss.). Fue propuesta por Oskar von Bülow en una obra publicada en 1868
(Teoría de las Excepciones y de los Presupuestos Procesales) y ha tenido bastante adhesión en nuestro medio.
Lo central de esta teoría es su planteamiento de que el proceso ha de ser comprendido observando los vínculos materiales
y procesales que ligan a las partes entre sí y a ellas con el juez (Couture, 1953, p. 50). La relación jurídica procesal
debe ser entendida como “un conjunto de «vinculaciones jurídicas existentes entre las personas que en él [el proceso]
participan». El contenido de la relación jurídica viene determinado por los derechos y obligaciones de naturaleza procesal
que ostentan tanto el Juez como las partes” (Gimeno, 1981, p. 159. En el mismo sentido Alcalá-Zamora, 2018, p. 126).

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La relación jurídica procesal en sus diversas explicaciones por la doctrina se ha presentado como una relación solo entre
las partes, solo entre las partes y el tribunal o trianguladamente entre las partes y entre cada una de ellas y el tribunal.
Pero cualquiera sea su propuesta, asume algunas características relevantes que la diferencian de otras relaciones jurídicas:
a) Es autónoma, puesto que es independiente de la situación jurídica material que da origen al proceso (Alcalá-Zamora,
2018, p. 126).
b) Es compleja, porque da lugar a una serie de derechos y obligaciones que la conforman, cuyo ejercicio y cumplimiento
“constituyen el desarrollo de la relación” (Devis, 2002, p. 169).
c) Es de Derecho público, ya que se rige por normas relacionadas con la actividad estatal: la jurisdicción. Este carácter
se manifiesta aun cuando el conflicto material existente entre las partes sea de naturaleza privada (Gimeno, 1981, p. 160).
d) Es dinámica, puesto que los hechos, actos y negocios inherentes a la relación procesal se verifican progresivamente
hacia un fin. La relación procesal es dinámica porque “tiende a alcanzar una finalidad y a extinguirse en el logro de
la misma; pero mientras esta finalidad, que es la providencia definitiva, no ha sido alcanzada (…) la relación procesal
continúa estando pendiente…” (Calamandrei, 1962, p. 344). Por ello el proceso tiene un carácter evolutivo y se va
perfeccionando por fases (Nieva, 2014, p. 64).
e) Es compleja, porque la relación jurídica procesal es una unidad constituida por varias relaciones menores que vinculan
a las partes entre sí o a estas con el juez, de las cuales nacen derechos y obligaciones recíprocas. Todas estas relaciones
apuntan hacia un mismo fin: la solución del litigio, pero el proceso sigue siendo el mismo de principio a fin.
La teoría de la relación jurídica procesal más que explicar la naturaleza del proceso lo que plantea es una descripción
de la interacción de sus participantes y “poco más aporta de ese carácter gráfico” (Nieva, 2014, p. 64). Pero, aunque
resulte difícil convenir que del proceso nazcan vinculaciones entre las partes y el órgano jurisdiccional que constituyan
verdaderos derechos y obligaciones procesales (Guasp y Aragoneses, 2004, p. 40), tiene el mérito de haber explicado la
naturaleza del proceso desde las categorías del Derecho público y de haber destacado su carácter tridimensional, del que
se sigue el valor del contradictorio como un principio esencial del proceso jurisdiccional (Gimeno, 1981, pp. 161 y 162).
No es infrecuente que esta doctrina se manifieste en la concepción triangular del proceso (relaciones jurídicas entre las
partes entre sí y entre ellas y el tribunal) que revelan algunos fallos de nuestros tribunales de justicia. Así, p. ej., la SCS,
Rol Corte Nº 36.972-2021 (18 de mayo de 2021):
“En efecto, el proceso constituye una relación entre el juez y las partes, pero al mismo tiempo cada uno de sus actos
impulsa el procedimiento, los cuales tienen diferentes efectos según la etapa en que se realicen, como es la presentación
de la demanda, su notificación, la oposición, la recepción de la causa a prueba, el transcurso del término probatorio,
la dictación de la sentencia e interposición de los recursos procesales, por señalar las de mayor relevancia. Se origina
fundamentalmente la relación procesal con el emplazamiento al demandado, mediante la notificación de la providencia
que le da conocimiento de la pretensión que se ha interpuesto en su contra, para luego, mediante la oposición se originará
la litis contestatio, que vinculará a las partes y al magistrado a la controversia planteada. (…) Por ello no obstante sus
distintas fases, tiempos y lugares diversos la relación procesal es la que imprime al proceso el carácter de un “único
individuo jurídico” que se identifica desde su inicio y hasta su extinción, el cual sigue siendo el mismo, no obstante la
sucesión de actividades. La relación procesal es la que da origen a la litis pendencia, por la cual las partes y el juez ya no
son libres para abandonar el proceso sin consecuencias, como tampoco podrán concurrir a otro tribunal con este mismo
objetivo” (voto en contra, literal L).
2.2.3.3. Teoría de la situación jurídica
Formulada por James Goldschmidt en una obra publicada en 1925 (El Proceso como Situación Jurídica), afirma que en
el proceso los litigantes no tienen vínculos entre ellos ni para con el juez, concibiendo al proceso como “un conjunto de
cargas, de expectativas y de caducidades” (Couture, 1953, p. 51).
Las obligaciones que, según la teoría de la relación jurídica tiene el juez para con el Estado y con las partes, no surgen del
Derecho procesal ni para el proceso, sino que se fundan en el Derecho público general. Los jueces no resuelven porque las

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partes tengan un derecho correlativo que obligue a los primeros a fallar los asuntos, sino que lo hacen en cumplimiento de
un deber estatal de administrar justicia (Gimeno, 1981, p. 163). Entre las partes tampoco existen obligaciones mutuas
en el proceso, sino que ciertos nexos procesales entre ellas con ocasión del proceso que no son precisamente derechos
ni obligaciones, sino conductas movidas por el aprovechamiento de oportunidades o chances para la obtención de una
ventaja procesal o bien por la ejecución de cargas procesales cuya observancia no implica una actividad para satisfacer a
la contraparte, sino la disminución de la expectativa de una sentencia desfavorable (Goldschmidt, 2011, pp. 18 y ss.).
Tales expectativas, posibilidades y cargas que enfrentan las partes en el proceso no son derechos ni obligaciones, por lo
que no puede hablarse de la existencia de una relación jurídica. Configuran un conjunto de situaciones jurídicas en que
las partes se hayan frente a la sentencia. El proceso, para Goldschmidt asume una dimensión estratégica: es el “conjunto
de expectativas, posibilidades, cargas y liberación de cargas de cada una de las partes y que significa el estado de una
persona desde el punto de vista de la sentencia judicial que se espera con arreglo a las normas jurídicas” (Alcalá-Zamora,
2018, p. 128).
El estado de incertidumbre que deriva del proceso se proyecta en la posición que ocupan los sujetos que intervienen. En
el proceso las partes se hallan en el estado de expectativa de una sentencia favorable y de perspectiva de una sentencia
desfavorable (Gimeno, 1981, p. 164), lo que las lleva a ejecutar actos dirigidos a mejorar sus posiciones de ventaja y
evitar las de desventaja procesal.
Se reconoce que, además de presentar una visión “realística” del proceso frente a la puramente jurídica y procedimental
(Serra, 2008, p. 250), un aporte interesante de esta teoría al estudio del Derecho procesal es la introducción de las categorías
de carga, expectativas, posibilidades o riesgos, que constituyen construcciones netamente procesales e integrantes de la
situación jurídica, diferentes a las de derechos y obligaciones identificadas en el proceso por la teoría de la relación jurídica
procesal. Las expectativas aluden a la obtención de una ventaja procesal y miran a la sentencia favorable; las perspectivas
apuntan —ello es inevitable si las partes se sitúan estratégicamente— a la sentencia desfavorable. Hay determinadas
posibilidades, oportunidades o chances que las partes pueden aprovechar para generar en su favor una ventaja procesal,
al tiempo que para prevenir una desventaja procesal han de cumplir con determinadas cargas procesales, de las que a
veces quedan liberadas por la ley (Alcalá-Zamora, 2018, p. 128). Cada acto procesal ejecutado con expresión de algunas
de esas finalidades genera una situación procesal “desde la cual, cada sujeto procesal considera y examina sus expectativas
sobre la sentencia deseada” (Gimeno, 1981, p. 165) y sus perspectivas sobre la sentencia que no desea recibir.
La teoría de la situación jurídica ha sido criticada desde varios flancos. Se afirma que relega a un segundo plano la posición
del juez para con las partes; que destruye la unidad del proceso lograda con la teoría de la relación jurídica al negar la
existencia de derechos y obligaciones en el proceso, sin construir nuevamente esa unidad; que esta situación o conjunto
de situaciones es lo que precisamente afirma la teoría de la relación jurídica procesal, porque cuando se habla de relación
jurídica no hay por qué pensar que el proceso esté integrado solo de derechos y obligaciones (Couture, 1958, p. 138); que
existen otros imperativos de conducta que sí se reconocen en el proceso y que no son cargas, como los deberes procesales
y las obligaciones procesales, y que las propuestas categorías de cargas y expectativas no son, en realidad autónomas sino
que elementos dependientes de los derechos y deberes procesales (Guasp y Aragoneses, 2004, p. 40).
Como quiera que las críticas pueden resultar más o menos fundadas (Gimeno, 1981, pp. 165 y 166), lo cierto es que las
categorías de cargas y expectativas son actualmente utilizadas por la doctrina, la jurisprudencia e, incluso, la ley para
referirse a las eventualidades procesales que enfrentan las partes (Nieva, 2014, p. 65). Por lo mismo nos parece útil
explicar estas tres categorías de imperativos de conducta que pueden observarse en el proceso:
a) Los deberes procesales, que son imperativos establecidos por la ley para algunos sujetos del proceso, en favor de la
adecuada realización de este, que apuntan a la satisfacción de un interés general y cuya inobservancia da origen a sanciones
(pecuniarias o penales).
Son los jueces, como agentes públicos de la jurisdicción, los sujetos que prototípicamente cumplen deberes en el proceso.
El ejemplo más claro es el que representa el principio de inexcusabilidad y el régimen de responsabilidades aplicable a los
jueces que incumplen con el deber de ejercer la jurisdicción (responsabilidad que puede ser incluso de carácter penal).
Las partes y terceros también están sujetos al cumplimiento de algunos deberes procesales impuestos por la ley, algunos

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calificados como deberes meramente morales. Así hay casos en que la ley impone a las partes el deber de lealtad procesal
o el deber de obrar de buena fe (p. ej. el art. 5º del proyecto de nuevo CPC; el art. 2º letra d) de la LTE), o impone
deberes a algunos terceros, como por ejemplo a los testigos, sobre quienes pesa el deber de decir la verdad (art. 363 del
CPC).
b) Las cargas procesales, que son imperativos de conducta establecidos en favor de la parte que ha de cumplirlos y cuya
inobservancia acarrea para la misma parte una desventaja procesal; apuntan a la prevención de un perjuicio procesal
y, en último término, de una sentencia desfavorable (Goldschmidt, 2001, p. 28) (p. ej. la carga del demandante de
presentar su demanda en tiempo y forma, la carga del demandado de contestar la demanda, la carga de las partes de
solicitar oportunamente las pruebas, la carga de las partes de probar sus afirmaciones de hecho, la carga de las partes de
impugnar las resoluciones que consideran agraviantes, etc.).
Se ha explicado que las cargas son situaciones en “que la parte puede —pero no debe— realizar una actuación, perdiendo, si
no la realiza, una expectativa” (Nieva, 2014, p. 65) y tienen dos particularidades que las distinguen de otros imperativos de
conducta: solo surgen para las partes y algunos terceros (nunca para el juez) y su incumplimiento acarrea consecuencias
procesales desfavorables para la parte que no las ejecutó (Devis, 2002, p. 46). En síntesis, las cargas procesales son
imperativos del propio interés.
c) Las obligaciones procesales, que son prestaciones impuestas a las partes con ocasión del proceso y que se establecen en
favor de otro sujeto (el Estado, la contraparte o un tercero) que puede, en caso de inobservancia, exigir su cumplimiento
forzado (p. ej. el pago de costas procesales y personales, el pago de los honorarios de los auxiliares de la administración
de justicia, etc.).
2.2.3.4. Teoría del proceso como institución
Desarrollada principalmente por Jaime Guasp, aplica al proceso la vieja figura de institución para explicar, con una
categoría superior, la pluralidad de relaciones que existen en él. Ello es así porque constata que la teoría de la relación
jurídica es insuficiente para explicar la multiplicidad de correlaciones de deberes y derechos presentes en el proceso, lo
que hace necesario reconducir esa multiplicidad hacia la unidad acudiendo a la figura de la institución (Gimeno, 1981, p.
167).
Para esta tesis institucionalista del proceso la institución es un “conjunto de actividades relacionadas entre sí por el vínculo
de una idea común y objetiva a la que figuran adheridas, sea ésa o no su finalidad individual, las diversas voluntades
particulares de los sujetos de quienes procede aquella actividad” (Guasp y Aragoneses, 2004, p. 41).
En el proceso se encuentran numerosas correlaciones de poderes y deberes jurídicos, cada uno de los cuales se compone a
su vez de varios elementos. Los elementos fundamentales del poder son la facultad y la carga, entendiendo por la primera
“la situación jurídica favorable al ejercicio de un poder” y por la segunda, “la situación jurídica desfavorable por el no
ejercicio de un poder”; los elementos que fundan el deber son la potestad y la responsabilidad y por la primera se entiende
“la situación jurídica favorable para el cumplimiento de un deber” y por la segunda, “la situación jurídica desfavorable
por el no cumplimiento de un deber” (Guasp y Aragoneses, 2004, p. 42).
Guasp concibe al proceso como un instrumento de satisfacción de pretensiones. Por ello se plantea la idea de que esta
institución, el proceso, se asienta sobre la base de dos fundamentos que lo justifican: el principio de la seguridad y
el principio de la justicia. El proceso se justifica en el principio de la seguridad porque si el Estado no brindara esta
herramienta para satisfacer las pretensiones se daría paso a la tutela privada, al uso de la fuerza actuada por los privados,
poniendo en riesgo a la comunidad; se justifica en el principio de justicia, porque la satisfacción de pretensiones que
otorga el proceso se inspira en la idea de dar a cada uno lo suyo, de suerte que, dependiendo de cómo juzgue el juez la
pretensión, si esta es justa debe acogerse y si es injusta ha de ser rechazada (Guasp y Aragoneses, 2004, pp. 43 y 44).
Algunas de las ideas básicas que sustenta, en lo fundamental, la tesis institucionalista (Couture, 1958, p. 144; Gimeno,
1981, p. 167) sobre el proceso son las que siguen:
a) Tiene carácter objetivo, ya que es una idea superior a las voluntades que contribuyen a constituirlo; es una idea
diferente de las voluntades subjetivas.

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b) Es una realidad jurídica permanente, independiente de los procesos concretos originados por las pretensiones de tutela
jurídica, ya que estos últimos pueden extinguirse, subsistiendo la idea de proceso como idea general que expresa una
situación estatal.
c) El proceso se sitúa en un plano de desigualdad o subordinación jerárquica.
d) Su objeto no puede ser modificado por las voluntades que lo componen, salvo en una mínima parte que, incluso, no
altera la idea matriz.
e) Es adaptable a la realidad y a las necesidades de cada momento (el proceso es elástico).
Couture, que en un primer momento adhirió a esta teoría reconociendo la rectitud de estas características del proceso,
planteó luego sus prevenciones porque el concepto de institución es ambiguo y aún no ha logrado una consolidación. Para
atemperar esta objeción habría que comprender el vocablo institución solo en una acepción primaria que lo significa como
“instituto, creación, organización” regulado por el Derecho para la consecución de un fin, al igual que el trabajo, la familia,
la empresa o el Estado. En ese sentido el proceso sería una institución creada por el Derecho para el logro de unos de sus
fines (Couture, 1958, pp. 143 y 144).
Se ha criticado también a esta teoría porque plantea que existe una “unidad fundamental del proceso” ya que todos
los tipos de proceso, incluso el proceso penal, responden al mismo concepto de satisfacción de pretensiones (Guasp y
Aragoneses, 2004, p. 47). Sin embargo, esta idea de unidad se justifica solo desde un razonamiento metafísico, “pues las
pretensiones y resistencias que luchan en el proceso están presididas por el principio del contradictorio” (Gimeno, 1981,
p. 168).
Sin perjuicio del interés científico que han podido despertar estas teorías, de las que se utilizan categorías para explicar la
relación entre jurisdicción y proceso, se ha sostenido que ese estudio hoy es infructuoso. No resulta de utilidad discurrir
acerca de la naturaleza jurídica del proceso si con ello se quiere lograr la aplicación a él de otras categorías que el derecho
identifica y ha ido desarrollando, puesto que el proceso jurisdiccional es una institución única que no admite comparación
con otras. Esta constatación conduce a una afirmación tautológica: “el proceso es tan solo y únicamente el proceso”
(Serra, 2008, p. 258).
Además, es imperativo considerar que en el Estado constitucional el proceso jurisdiccional debe estar instrumentado
hacia la tutela de los derechos e intereses legítimos, hacia la protección de los derechos fundamentales y el resguardo de
la dignidad de las personas, puesto que la jurisdicción es una función pública puesta al servicio de la tutela de estos.
2.2.4. Proceso y conceptos afines
Existen conceptos de uso habitual que se vinculan con el proceso y, a veces, se confunden con este, aunque correspondan
a categorías distintas. Identificaremos algunos.
2.2.4.1. Procedimiento
Este vocablo comparte con el proceso una raíz común, pero refleja un concepto distinto. Se ha dicho que el proceso es
un instrumento para que el Estado ejerza la jurisdicción, de lo que se colige tradicionalmente que es, en abstracto, una
idea única. Para el desarrollo de los procesos, la ley se encarga de regular cuál es el contenido de los actos procesales, las
formas que estos han de revestir, los sujetos que deben o pueden ejecutarlos, las oportunidades en que han de cumplirse,
los efectos que producen, las consecuencias de su inobservancia, etc. Todo ese conjunto de aspectos que reflejan el modo
de ser del proceso es el procedimiento.
Se ha planteado que el estudio del proceso debe conducir, finalmente, al estudio del procedimiento o, mejor dicho, de los
procedimientos, puesto que si el proceso, como se ha dicho en el punto anterior, es tan solo el proceso, como una categoría
propia, tiene sentido que una definición neutra del mismo lleve a centrar la atención en estos otros aspectos regulados
por la ley, que indican, finalmente, cómo es la eficacia práctica de las normas que actualmente lo regulan o cómo será la
de las que en el futuro se dicten (Nieva, 2014, pp. 65 y 66).
Ello no quiere decir, sin embargo, que proceso y procedimiento sean categorías asimilables. Un proceso jurisdiccional
requiere siempre de un procedimiento, puesto que este dispone la coordinación de los actos que lo constituyen; proced-

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imiento es la “secuela de reglas con arreglo a las cuales se desarrolla el proceso” (Bordalí et al., 2014, p. 28). Pero no todo
procedimiento implica un proceso jurisdiccional (p. ej. hay procedimientos legislativos, procedimientos sancionatorios,
procedimientos administrativos).
En nuestro país las normas que regulan los procedimientos judiciales son materia de ley, puesto que son objeto de
codificación procesal (art. 63 Nº 3 de la CPR). Por esa razón es aconsejable revisar las situaciones en que se regulan
procedimientos por vía de normas de rango infra legal (esa es una observación que se plantea, p. ej., respecto del AA de
la Corte Suprema sobre tramitación y fallo del recurso de protección).
2.2.4.2. Juicio
Este vocablo en la antigüedad fue entendido como sinónimo de sentencia (Bordalí et al., 2014, p. 29) y hoy se asimila al
conjunto de razonamientos que los jueces llevan a cabo para adoptar sus decisiones, es decir, el juicio jurisdiccional (Nieva,
2014, p. 48). En este mismo sentido de decisión se utiliza cuando se alude a la acción de juzgar (Montero et al., 2014,
p. 228) y cuando se define proceso judicial como “una secuencia o serie de actos que se desenvuelven progresivamente,
con el objeto de resolver, mediante un juicio de autoridad, el conflicto sometido a su decisión” (Couture, 1958, pp. 121 y
122, cursivas nuestras). El juicio, entonces, es un momento culminar del proceso en que los jueces manifiestan su decisión
jurisdiccional motivada, en la que influyen cuestiones jurídicas, de razonamiento lógico, de contexto histórico, epistémicas,
culturales y psicológicas.
También la expresión juicio es utilizada como audiencia de juicio, es decir, el “[A]cto procesal que tiene por objeto la
práctica de las pruebas que requieren inmediación (declaración de las partes, testifical informes orales y contradictorios
de peritos, reconocimiento judicial y reproducción de palabras, imágenes y sonidos), cerrándose con la exposición de las
conclusiones finales de las partes” (RAE, 2017, t. II, p. 1230). Ese es el sentido, por ejemplo, de las normas del Título
III del Libro II del CPP que regulan el juicio oral, o la del art. 454 del CdT que regula “la audiencia de juicio” en el
proceso laboral.
En muchas ocasiones el legislador utiliza la voz juicio como sinónimo de proceso. Ocurre así, por ejemplo, en las normas de
la Ley Nº 18.120 que regula la comparecencia “en juicio”, en las del Título II del Libro I del CPC (“De la comparecencia
en juicio”) y en muchas otras normas del CPC (p. ej. en el art. 17: “En un mismo juicio podrán entablarse dos o más
acciones con tal que no sean incompatibles”; en el art. 29: “Se formará la carpeta electrónica con los escritos, documentos,
resoluciones, actas de audiencia y actuaciones de toda especie que se presenten o verifiquen en el juicio”; en el art. 82:
“Toda cuestión accesoria de un juicio que requiere el renunciamiento especial con audiencia de parte se tramitará como
incidente…”; en el art. 158 inc. 2º: “Es sentencia definitiva la que pone fin a la instancia resolviendo la cuestión o asunto
que ha sido objeto del juicio”, etc.).
Se ha defendido por algunos la sinonimia entre proceso y juicio, puesto que el juicio correspondería a cada proceso
determinado que se desarrolla en concreto, por lo que habría tantos juicios como procesos se tramitan en un contexto
espacio temporal. Ello explicaría el sentido de varias normas que utilizan este término en la significación de un proceso
en desarrollo o ya afinado (p. ej. art. 6 inc. 3º del CPC: “Podrá, sin embargo, admitirse la comparecencia al juicio de
una persona que obre sin poder en beneficio de otra, con tal que ofrezca garantía de que el interesado aprobará lo que
se haya obrado en su nombre”; art. 402 inc. 1º del CPC: “No se recibirá prueba alguna contra los hechos personales
claramente confesados por los litigantes en el juicio”; art. 586 del CPC: “Las personas citadas de evicción tendrán para
comparecer al juicio el término de emplazamiento que corresponda en conformidad a los artículos 258 y siguientes…”).
2.2.4.3. Expediente
Es la vieja nomenclatura que daba cuenta de la materialidad del proceso, de las actuaciones, documentos y demás piezas
agregadas físicamente a este. También era de uso frecuente —más en el foro que en los textos jurídicos— la voz “autos”
con el mismo sentido. En algunos casos, en la ley o en la práctica, se asimilaban el expediente o los “autos” al proceso
concreto de que él daba cuenta.
En la actualidad tales expresiones han sido reemplazadas por “carpeta electrónica”, que tiene presencia en nuestro sistema
a partir de la relevante modificación que en 2015 introdujo al CPC y otros cuerpos legales la LTE. Sin embargo, en el

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CPC aún perviven algunas normas que asimilan el proceso con la materialidad, física o virtual, de la carpeta en que se
desarrolla (p. ej. art. 554 inc. 1º: “Cuando el querellado quiera rendir prueba testimonial, deberá indicar el nombre,
profesión u oficio y residencia de los testigos, en una lista que entregará en la secretaría y se agregará al proceso…”;
art. 578 inc. 3º: “La parte que quiera rendir prueba testimonial deberá entregar en secretaría, para que se agregue al
proceso…”; art. 637 inc. 1º: “El arbitrador oirá a los interesados; recibirá y agregará al proceso los instrumentos que le
presenten…”).
2.2.4.4. Debido proceso
Es un derecho fundamental de toda persona que consiste en que, quien activa la jurisdicción requiriendo tutela de sus
derechos e intereses legítimos, tiene a su disposición un instrumento, el proceso jurisdiccional, provisto de un conjunto
de derechos que garantizan su racionalidad y justicia.
En nuestro sistema el art. 19 Nº 3 inc. 6º de la CPR garantiza en favor de toda persona el derecho a “un procedimiento
y una investigación racionales y justos”, norma que, como se dirá en el capítulo siguiente, reconoce el derecho al debido
proceso o el derecho al proceso con todas las garantías (Bordalí, 2020, pp. 257 y ss.).
Cualquiera sea la configuración legal del proceso, en el Estado constitucional el límite está dado por el respeto de las
garantías del debido proceso, por lo que puede afirmarse que no son tolerables los procesos que no se ajusten a esos
requerimientos. Los derechos que integran la garantía del debido proceso no sólo gozan de un rango superior por estar
reconocidos en la CPR y en los pactos internacionales sobre derechos fundamentales, sino también porque son una
especificación normativa de un valor superior como es la dignidad humana (Letelier, 2013, pp. 147 y 148).
2.3. La jurisdicción y el proceso en el Estado Constitucional de Derecho
Bajo el paradigma del Estado Constitucional de Derecho las relaciones entre la jurisdicción, el proceso y sus funciones en
la sociedad han de mirarse con el prisma de los valores que a aquel lo sustentan. Ello significa que esta función pública,
la jurisdicción, que se actúa a través de un instrumento, el proceso, debe respetar no solo la vigencia de la Constitución,
sino que además ciertos valores “que giran en torno a la dignidad de la persona, en la forma democrática de gobierno y
en el respeto de los derechos fundamentales” (Priori, 2019, p. 38).
Por lo mismo, corresponde a la jurisdicción no solo la tutela de los derechos e intereses legítimos que los justiciables
reclamen ser titulares o asistirles, sino también la “defensa y garantía de los derechos y las libertades fundamentales”
(Bordalí, 2020, p. 39). En este cometido la jurisdicción debe respetar los principios democráticos que fundamentan
la estructura, funcionamiento y fines del Estado, superando la concepción liberal que se enfoca en la reparación de
los derechos subjetivos vulnerados y la concepción republicana que se centra en la garantía de la actuación del Derecho
objetivo, por una concepción democrática que se preocupa de la legitimidad de la función judicial por medio de garantizar
la participación de las partes en el proceso y el observancia de las reglas del debido proceso, todo ello con respeto de las
normas constitucionales y legales.
El respeto del principio democrático que reconozca la amplia participación de los justiciables permite garantizar la
legitimidad de la decisión jurisdiccional, a la vez que tender a la pacificación de la comunidad. Desde este punto de vista
se ha escrito que “la función de la jurisdicción es, entonces, permitir a los ciudadanos participar de las decisiones que los
vinculan y deben soportar para alcanzar la efectivación [sic] del derecho discutido. (…) La jurisdicción en este contexto,
puede además ser definida como aquella donde un tercero imparcial, extraño a la litis, por medio de un proceso dialéctico y
con garantía de participación de todos los involucrados, decide con pretensión de definitividad el objeto jurídico debatido
en el proceso. La función de la jurisdicción es así, dentro de esta perspectiva, permitir a los ciudadanos participar de las
decisiones que deben soportar para que se alcance la tutela efectiva del derecho discutido” (Machado, 2018, pp. 582 y
584).
Pero la jurisdicción, además de tutelar los derechos e intereses jurídicamente relevantes de las personas y sus derechos y
garantías fundamentales, cumple un relevante rol de control de la Administración (causas contencioso-administrativas) y
de la legislación (causas constitucionales), por lo que estas otras funciones públicas no quedan excluidas del enjuiciamiento
de la jurisdicción.

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El proceso, como instrumento de la jurisdicción, debe concebirse y estructurarse siempre con miras a la realización de los
fines que la Constitución entrega a esa función pública, dentro de los que está “la efectiva protección de todos los derechos
ante cualquier situación de amenaza o lesión” (Priori, 2019, p. 45). En este sentido una visión neutra del proceso solo
permite el estudio dogmático del instituto, pero no evaluar su compatibilidad con las normas y principios que contiene
la Constitución. Un proceso en cuyo diseño no se respeten los principios estructurales de contradicción y de igualdad
(Gimeno, 1981, pp. 181 y ss.) difícilmente es compatible con el valor de la democracia. Un proceso en cuya fisonomía
no se respeten las garantías del debido proceso, en materia civil o penal, tampoco logrará sortear una evaluación de su
compatibilidad con la Constitución y los pactos internacionales sobre derechos humanos.
No debe soslayarse que, si el proceso es un instrumento para la satisfacción de pretensiones, tras ellas están las personas
que requieren del Estado la tutela de sus derechos e intereses legítimos o de sus derechos fundamentales. El proceso debe
ser un instrumento de garantía y tutela de la dignidad humana.

3. Contenido y clasificación de la jurisdicción


La jurisdicción requiere ser actuada, puesta en movimiento. De ahí que el enfoque situado en la función parece acertado:
si una finalidad relevante de la jurisdicción es la de otorgar tutela judicial a las personas que lo requieran del Estado, esta
función, ejercitada por determinados órganos investidos por la ley de atribuciones, debe desplegarse con ese cometido.
3.1. El contenido de la jurisdicción
En la jurisdicción es posible identificar elementos estructurales, formales y de contenido (Colombo, 1991, p. 34).
Los elementos estructurales describen la organización de que se sirven los tribunales de justicia para desarrollar la
función jurisdiccional. En ella han de considerarse la composición de los órganos jurisdiccionales (en general, jueces y
funcionarios judiciales), la existencia de auxiliares de la administración de justicia (p. ej. fiscales judiciales, relatores,
receptores judiciales, consejeros técnicos) y los elementos materiales a partir de los que estos órganos se estructuran
(edificios, equipamiento material, sistemas informáticos, tecnologías, etc.).
Los elementos formales están constituidos por los actos procesales que se identifican en los procedimientos y que exteri-
orizan cómo la función jurisdiccional se va desarrollando (p. ej., la demanda, la contestación y los recursos, como actos
procesales de las partes; las resoluciones judiciales, como actos del tribunal). Los actos procesales asumen determinadas
formas moduladas por la ley, las que consideradas en su adecuada dimensión, tienen relevancia como “garantía de los
derechos y de las libertades individuales”, porque indican a las partes cómo han de actuar con eficacia en el proceso
(Calamandrei, 1962, p. 322).
El contenido de la jurisdicción está dado por el conjunto de potestades y deberes que se asignan a los tribunales para la
decisión de los asuntos que les son sometidos a su conocimiento (Figueroa y Morgado, 2013a, p. 35). Esta función es
ejecutada por los órganos jurisdiccionales independientemente de su pertenencia al Poder Judicial, pues, como se verá
en el capítulo correspondiente, sin bien un alto número de tribunales de justicia componen este poder del Estado, en
calidad de ordinarios o especiales, fuera del Poder Judicial hay otros tribunales que gozan de autonomía constitucional
(p. ej. el TC) o que pertenecen a la Administración del Estado (p. ej. los Juzgados de Policía Local), o hay órganos
no jurisdiccionales que en determinados supuestos ejercen jurisdicción y gozan de autonomía constitucional (p. ej. la
Contraloría General de la República) o integran otros poderes del Estado (p. ej. Senado).
La resolución del conflicto jurídico con autoridad de cosa juzgada es para Couture el elemento determinante del contenido
de la jurisdicción: “Por contenido de la jurisdicción se entiende la existencia de un conflicto de relevancia jurídica que
es necesario decidir mediante resoluciones susceptibles de adquirir autoridad de cosa juzgada. Es lo que en doctrina se
denomina el carácter material del acto” (Couture, 1958, p. 36). Desde esta perspectiva, son criterios identificadores
del ejercicio de jurisdicción la existencia de un conflicto intersubjetivo de intereses de relevancia jurídica sometido a su
resolución, la posibilidad de que la decisión jurisdiccional pueda alcanzar la autoridad de cosa juzgada (Pereira, 1996, p.
91) y la posibilidad que la misma sea ejecutada por la fuerza.

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Si bien el elemento formal (estructura y formas) es relevante, no es sin embargo definitorio para la jurisdicción; lo que
define a la jurisdicción es su contenido y su función. Pero bien se ponga el acento en la tutela de los derechos subjetivos,
en la garantía de la aplicación del derecho objetivo, en su carácter sustitutivo o la determinación del Derecho para casos
concretos, lo cierto es que el contenido de la jurisdicción determina su función.
3.2. Clasificación de la jurisdicción
Se ha explicado antes que la jurisdicción se comprende como un concepto unitario (la jurisdicción es única e indivisible),
por lo que no corresponde a su respecto formular clasificaciones (Bordalí, 2020, p. 57). Sin embargo, la doctrina, a partir
de los usos que la ley o el lenguaje forense dan a la voz jurisdicción, habitualmente la clasifica atendiendo a diversos
factores, entre los que destaca la naturaleza del asunto que los jueces son llamados a conocer.
Desde esa perspectiva, esta función pública se puede clasificar en jurisdicción civil, penal, de familia, administrativa,
laboral, militar, minera, constitucional, contencioso-administrativa, disciplinaria (Devis, 2002, pp. 107 y ss.; Oberg y
Manso, 2011, p. 31). En estos casos, en realidad, lo que se está clasificando es la competencia, puesto que se trata de
determinadas materias sobre las que los tribunales están llamados por la ley a ejercer la función jurisdiccional.
Según la naturaleza del servicio que se presta —siguiendo el planteamiento de alguna doctrina— la jurisdicción puede
clasificarse en jurisdicción contenciosa y jurisdicción no contenciosa o voluntaria (Devis, 2002, p. 102). Sobre esta
distinción volveremos más adelante al explicar estas categorías.

4. Facultades conexas a la jurisdicción


Se trata de atributos que se asignan a los órganos jurisdiccionales para una administración de justicia más eficaz y
que actúan como complemento de la función jurisdiccional. En nuestro modelo reconocemos tres tipos: las facultades
conservadoras, las facultades disciplinarias y las facultades económicas (art. 3º del COT).
4.1. Facultades conservadoras
Son un conjunto de atribuciones que la ley otorga a algunos tribunales de justicia para el resguardo de las garantías
constitucionales de las personas y tienen su origen en la Comisión Conservadora que regulaba la Constitución de 1833,
cuya función principal, durante el receso parlamentario, era la de proteger las garantías individuales. El instituto fue
tomado por la Ley de Organización y Atribuciones de los Tribunales de Justicia de 1875 (art. 31) y de ahí pasó al COT
(Tavolari, 1994, pp. 177 y ss.).
En nuestro sistema hallamos diversas manifestaciones de estas facultades. Los Juzgados de Letras son competentes para
conocer del Habeas Data, cuya finalidad es la protección jurisdiccional de determinados datos personales (Ley Nº 19.628);
además, son competentes para conocer de la acción de no discriminación arbitraria, contemplada en el art. 3º de la Ley
Nº 20.609 (Ley Zamudio). En materia penal los Juzgados de Garantía tienen competencia para conocer de la cautela de
garantías que regla el art. 10 del CPP y de los amparos que se interpongan al tenor del art. 94 del mismo cuerpo legal.
Las Cortes de Apelaciones son tribunales competentes para conocer en primera instancia de los recursos de protección y
amparo (art. 63 Nº 2 letra b) del COT) y del amparo económico (Ley Nº 18.971). La Corte Suprema conoce en segunda
instancia de las apelaciones deducidas contra las sentencias pronunciadas en los recursos de amparo y protección (art. 98
Nº 4 del COT) y de la acción de reclamación por pérdida de nacionalidad (art. 12 de la CPR).
Hasta antes de la reforma constitucional de 2005 se afirmaba que el objetivo de estas facultades era, además, el resguardo
de la constitucionalidad de las leyes. Sin embargo, luego de la reforma que a la Carta Fundamental introdujo la Ley
Nº 20.050 (2005), la Corte Suprema dejó de ser competente para conocer del llamado recurso de inaplicabilidad por
inconstitucionalidad (art. 98 Nº 1 del COT, que debe entenderse tácitamente derogado), pasando este control a ser de
competencia del TC (art. 93 Nº 6 de la CPR).
Se ha afirmado que estas facultades son de naturaleza jurisdiccional (Oberg y Manso, 2011, p. 33). Bajo el paradigma del
Estado constitucional ello tiene sentido si se comprende que, en la actualidad, a todos los jueces les corresponde adoptar
decisiones dirigidas a otorgar la tutela judicial a los derechos y garantías de las personas que lo reclaman. En este curso

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de ideas, la Corte Suprema, resolviendo sobre el cumplimiento de la sentencia dictada por la CorteIDH en el caso “Norín
Catrimán y otros Lonkos vs. Chile” (2014), sostuvo en los AD 1386-2014 (acuerdo del pleno de 16 de mayo de 2019):
“Que la función conservadora —entendida como aquella destinada a promover y asegurar el respeto de los derechos fun-
damentales garantizados por la Constitución y los tratados internacionales ratificados por Chile, corrigiendo cualquier
afectación proveniente de las autoridades o particulares— en nuestro país ha evolucionado en el tiempo, con una deter-
minación clara de ser una competencia general y natural de la judicatura” (Cons. 10º, cursivas nuestras).
4.2. Facultades disciplinarias
Son atribuciones que tienen como finalidad resguardar el correcto comportamiento de los jueces y de los justiciables
dentro del proceso jurisdiccional, por lo que se pueden concretar en la represión de las faltas o abusos “en que incurrieren
funcionarios pertenecientes al orden judicial y a los particulares que intervienen en los asuntos sometidos al conocimiento
de los tribunales” (Pereira, 1996, p. 152).
La fuente de las facultades disciplinarias se halla en diversas normas de la CPR y el COT. Entre ellas de destacan el art.
80 de la CPR, que permite a la Corte Suprema remover a los jueces que “no han tenido buen comportamiento”, el art.
82 de la misma Carta Fundamental que, como se ha dicho, confiere a la Corte Suprema la “superintendencia directiva,
correccional y económica de todos los tribunales de la Nación”, el art. 96 Nº4 del COT que reitera ese mandato y las
normas del Título XVI del COT, arts. 530 y ss., que regulan pormenorizadamente la disciplina judicial. El epígrafe de
este título se refiere a la “jurisdicción disciplinaria”, pero dudamos que todas las actuaciones que en este se regulan sean
ejercicio de jurisdicción; antes bien, algunas son de índole administrativo (especialmente las que no revisten la forma de
proceso).
La Corte Suprema ha regulado también la materia, por medio del Auto acordado sobre procedimiento para investigar la
responsabilidad disciplinaria de los integrantes del Poder Judicial (Acta 108, de 4 de septiembre de 2020).
Las facultades disciplinarias pueden hacerse valer de oficio por los tribunales o a petición de la parte afectada (Casarino,
2007, p. 42). Las partes afectadas disponen de la queja disciplinaria (art. 547 del COT) y del recurso de queja (arts.
545 y ss. del COT) como vías para hacer efectiva la responsabilidad disciplinaria de los jueces que incurren en faltas o
abusos en el ejercicio de sus funciones ministeriales o en la dictación de determinadas sentencias, pudiendo resultar de
ellas la aplicación en su contra de una sanción disciplinaria.
La ley regula, además, las medidas disciplinarias que pueden imponer los tribunales a los abogados de las partes cuando
no observan la conducta debida (arts. 530 a 532 y 546 del COT).
Dentro de estas facultades se considera la figura de la visita ordinaria, en cuya virtud a un ministro de un tribunal
superior se encomienda la visita de uno inferior para fiscalizar el orden y funcionamiento del tribunal, lo que también
puede hacer en los oficios de determinados auxiliares de la administración de justicia (arts. 553 a 558 del COT).
4.3. Facultades económicas
Son atribuciones conferidas a algunos tribunales para que la actividad jurisdiccional sea realizada en términos oportunos
y eficientes. No tienen naturaleza jurisdiccional y su concreción se encuentra en la facultad que tiene cada tribunal de
dictar órdenes, disposiciones y normas de aplicación más o menos general que incidan en la buena administración de
justicia.
Un claro ejemplo de estas facultades son los autos acordados, que son normas que dictan los tribunales superiores de
justicia (Cortes de Apelaciones y Corte Suprema) para que la actividad jurisdiccional se realice de manera expedita,
oportuna y suficiente. Como se ha visto, constituyen una fuente relevante, de naturaleza infra legal, para el correcto
desempeño de la función jurisdiccional y que pueden clasificarse atendiendo a algunos criterios:
a) Según su ámbito de aplicación: AA con vigencia en todo el territorio de la República (p. ej. AA de la Corte Suprema
sobre forma de dictar las sentencias de 1920; sobre tramitación y fallo del recurso de amparo de 1932; sobre tramitación
y fallo de los recursos de queja de 1972; sobre tramitación y fallo del recurso de protección de 2015; para la aplicación en
el Poder Judicial de la LTE) y AA con vigencia sobre un territorio jurisdiccional determinado (p. ej. AA de la Corte de

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Apelaciones de Santiago sobre la Unidad Centralizada de Cumplimiento de los Cuatro Tribunales de Familia de Santiago,
de 2021);
b) Según su vigencia en el tiempo: AA con vigencia temporal sin límites y AA con vigencia acotada en el tiempo
(p. ej. AA de la Corte Suprema sobre tramitación y fallo de la reclamación por los procedimientos de la Convención
Constitucional, de 2021); y,
c) Según quienes son sus destinatarios: AA aplicables a todos quienes reclamen la activación de la función jurisdiccional
(p. ej. AA de la Corte Suprema sobre audiencias y vista de causas por videoconferencia, de 2021) y AA aplicables solo a
jueces y funcionarios de sistema judicial (p. ej. AA de la Corte Suprema que regula el procedimiento para investigar la
responsabilidad disciplinaria de los funcionarios del Poder Judicial, de 2020).
También, actuando en el marco de las facultades económicas, los tribunales pueden dictar circulares, decretos económicos,
actas que contengan acuerdos, etc.

5. Los momentos jurisdiccionales


Si se analiza la jurisdicción como una función, que supone la actividad dirigida a la determinación irrevocable del Derecho
en un caso concreto y, además, mirada en el desarrollo del proceso que le sirve de instrumento, se ha sostenido que aquella
envuelve tres actividades diferenciables y consecutivas: el conocimiento, el juzgamiento y la ejecución (Colombo, 2004, pp.
70 y ss.; Figueroa y Morgado, 2013a, pp. 43 y ss.). Estos momentos están descritos en el art. 76 de la CPR (“La facultad
de conocer de las causas civiles y criminales, de resolverlas y de hacer ejecutarlo juzgado, pertenece exclusivamente a los
tribunales establecidos por la ley”) y en el art. 1º del COT cuyo contenido reitera la norma constitucional.
5.1. El conocimiento
Es una fase compleja que pone a los jueces en la necesaria posición de estar suficientemente informados sobre todas las
cuestiones de hecho y de Derecho planteadas —debatidas o no— en el juicio y que les corresponde resolver. Este momento
se construye con distintas actividades, que en esta explicación separamos para el solo efecto de plantear su análisis:
a) El aporte de los justiciables del material fáctico al proceso. La incorporación de los hechos al proceso se realiza a
través de las presentaciones escritas u orales por medio de las cuales las partes introducen las versiones acerca de los
mismos (Carocca, 2003, pp. 80 y 123). Entre esas versiones acerca de la realidad que las partes plantean puede haber
controversia, la que ha de ser resuelta por el tribunal. Por ello no es exacto expresar que en un juicio se debatan hechos,
puesto que estos ocurren en la realidad de una sola e idéntica manera; al proceso los hechos ingresan mediatizados a
través de los relatos o versiones que aportan las partes, de suerte que una controversia sobre los hechos es en realidad
una controversia entre proposiciones o relatos de hechos.
b) Al proceso ingresa también la información fáctica que aportan las pruebas. Para las partes la prueba en el proceso
jurisdiccional es un derecho fundamental, que se manifiesta en distintas concreciones: el reconocimiento legal de los
medios de prueba y la posibilidad, en los sistemas modernos, de incorporar medios no reconocidos expresamente por la
ley; el derecho de proponer pruebas y que las mismas sean admitidas por el tribunal, el derecho a que la pruebas sean
efectivamente rendidas y de participar en su producción, el derecho a que las pruebas sean valoradas por el tribunal y
que la valoración integre el acervo fáctico que analice la sentencia para fundar la decisión (Carocca, 2003, pp. 154 y ss.).
En virtud del derecho a la prueba, entonces, se incorporan al proceso otros relatos sobre hechos; esta vez la realidad
ingresa mediatizada por la información o relatos que introducen las pruebas (p. ej. la declaración de un testigo, la
información que entrega un instrumento público, la información que se extrae de una fotografía, la que se entiende del
dictamen pericial). Corresponderá, luego, a los jueces comparar el contenido de las afirmaciones de las partes con el de
la información que aportan las pruebas, con la finalidad de establecer los hechos probados en juicio.
Lo relevante de la fase de conocimiento es que permite a los jueces contar con la información necesaria para desarrollar la
función jurisdiccional. Por lo general el juez está limitado por las afirmaciones fácticas planteadas por las partes y por la
prueba rendida a iniciativa de ellas (el juez debe resolver “según lo alegado y probado en juicio”), a menos que la ley lo

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habilite para integrar el objeto del proceso con cuestiones de hecho no planteadas por las partes y para decretar pruebas
de oficio, circunstancias que dependerán de la regulación que la ley marque para el tipo de proceso de que se trate.
Esta misma fase tiene la utilidad de permitir la concreción del principio de audiencia y contradicción (audiatur et
altera pars), principio esencial de todo proceso jurisdiccional en cuya virtud todas las partes deben gozar de las mismas
oportunidades para formular sus alegaciones y proponer o requerir la práctica de las pruebas que consideren necesarias
para acreditarlas, a la vez que examinar y contraexaminar (controlar) las pruebas rendidas.
5.2. El juzgamiento
Es una fase compleja que importa una serie de actividades que debe desarrollar el juez en el acto de juicio (Figueroa y
Morgado, 2013a, p. 46) y que comprende actos intelectivos y volitivos:
a) Que el juez valore la prueba rendida (juicio fáctico). El juez debe otorgar un peso particular a las pruebas —a la
información que aportan las pruebas— con el fin de determinar qué hechos resultan probados y cuáles no (ya sea por
insuficiencia o falta de prueba). Con esta actividad el juez compara las afirmaciones sobre los hechos planteadas por las
partes (afirmaciones contenidas preponderantemente en la demanda y en la contestación) con la información que aportan
las pruebas, determinando qué afirmación o afirmaciones gozan de respaldo epistémico en las pruebas rendidas y si por
ello resultan suficientemente probadas.
De la riqueza del material probatorio y de la corrección del razonamiento judicial depende que los hechos probados en
juicio se acerquen en mayor o menor medida a la realidad, siendo óptimo que ellos se correspondan, con un alto grado de
probabilidad, con los hechos que efectivamente han acontecido.
Esta actividad debe respetar estándares de racionalidad, con la finalidad de que pueda ser intersubjetivamente controlada,
es decir, comprendida por las partes y sometida a crítica por otro tribunal.
b) A partir de los hechos probados el tribunal debe escoger la o las reglas jurídicas aplicables al caso (juicio jurídico).
La correcta determinación de los hechos probados permite a los jueces aplicar adecuadamente el Derecho, por lo que la
decisión será jurídicamente justa si los hechos probados se corresponden, con alto grado de probabilidad, con la realidad.
Las normas jurídicas contienen un sustrato fáctico cuya ocurrencia hace que se torne efectivo el mandato contenido en
ellas (p. ej. la celebración de un contrato de depósito, del que surge para el depositario la obligación de conservar y
restituir la cosa en su momento; la posesión regular de un bien por cierto lapso que genera en favor del poseedor el
estatuto de la prescripción adquisitiva), por lo que la aplicación de las normas a hechos que no se corresponden con su
descripción fáctica, porque no han ocurrido o porque es muy poco probable que hayan sucedido, genera el riesgo de su
aplicación falsa, es decir a casos que no quedan regulados por las normas. De ello se deriva un resultado injusto.
c) El tribunal debe decidir el asunto. La sentencia, como manifestación de la jurisdicción, contiene un acto volitivo del
Estado porque refleja una decisión. De la sentencia definitiva se espera que resuelva el litigio y decida el asunto con un
pronunciamiento sobre las pretensiones del actor y la oposición del demandado (p. ej. “Se acoge la demanda y se declara
que María es dueña única y exclusiva del inmueble ubicado en…, debiendo el demandado restituirlo dentro del plazo de …”;
“Se rechaza la demanda de nulidad relativa intentada por el demandante… Se acoge la excepción de prescripción opuesta
por el demandado…”). Por ello la sentencia que resuelve el fondo del asunto se pronuncia sobre el objeto del juicio.
Todo el razonamiento probatorio y jurídico debe estar reflejado con suficiencia e integridad en las consideraciones sobre
las afirmaciones de hecho, la prueba y las normas jurídicas aplicables, es decir, en el análisis crítico sobre ellas, dado que
la fundamentación de las sentencias es una garantía del debido proceso. Y ese análisis crítico ha de ser la justificación
coherente de las decisiones contenidas en la sentencia, porque estas no se sostienen por sí solas sino en su relación de
interdependencia con los fundamentos de aquella. En otras palabras: cada decisión que esté contenida en la sentencia
debe estar suficientemente justificada en la fundamentación, puesto que la voluntad jurisdicente no puede ser el resultado
de un mero arbitrio sino de actos razonados.
Antiguamente se explicaba la sentencia como un silogismo, en que la norma de derecho general y abstracta es la premisa
mayor, los hechos probados son la premisa menor y la consecuencia la decisión del tribunal. Según esta idea la labor del

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tribunal es subsumir los hechos (premisa menor) en la norma jurídica (premisa mayor) para elaborar la conclusión. En
algunos fallos de la Corte Suprema se advierte esa concepción de la estructura de la sentencia:
“Que se suele comparar la sentencia judicial con un silogismo, en el cual los hechos son la premisa menor, el derecho la
mayor y la conclusión el fallo. El Juez es soberano al sentar la premisa menor, o sea, en cuanto se refiere a determinar
la materialidad y modalidad de los hechos. Al establecer el Juez los hechos, debe hacer un raciocinio y singularizar
que ley aplica a los hechos que ha dado por establecido, para arribar a deducir su conclusión. De tal manera que el
establecimiento de los hechos es una facultad privativa de estos que no puede ser impugnada por el recurso de casación
en el fondo” (SCS, Rol Corte Nº 4146-2010, de 28 de septiembre de 2011, cons. 11º).
Sin embargo, esa estructura del silogismo resulta ser insuficiente para explicar el proceso que lleva al tribunal a decidir
un asunto aplicando el Derecho a un caso concreto. Más bien parece que los jueces solo a partir o con fundamento en
los hechos probados (suficientemente probados), están en condiciones de determinar el Derecho aplicable, dado que las
normas jurídicas no son meras abstracciones vacías de contenido fáctico sino mandatos cuya operatividad depende del
acaecimiento de los hechos descritos en ellas.
El esquema del silogismo tampoco logra revelar la riqueza del razonamiento jurídico necesario para la interpretación y
aplicación de las normas a partir de unos hechos probados; la labor del juez es una actividad selectiva de los supuestos de
hecho (hechos probados en el juicio) y de las normas que ha de aplicar. Y la labor no se agota ahí, puesto que además los
jueces deben realizar una tarea de interpretación de las normas (Gimeno, 1981, p. 41) y en este proceso inciden, además
de los jurídicos, aspectos culturales, psicológicos e históricos (Bordalí et al., 2014, pp. 412 y 413).
Son muchos los casos en que una norma jurídica admite diversas interpretaciones, lo que se demuestra en los fallos
de distinto sentido adoptados por los tribunales superiores de justicia (p. ej. si el art. 2518 del CC dispone que la
interrupción civil de la prescripción extintiva de las acciones se produce solo con la interposición de la demanda o se
requiere su notificación; si el art. 258 del CPP faculta o no al querellante para forzar la acusación cuando no ha habido
formalización previa del MP) o en que una norma contiene conceptos jurídicos amplios e indeterminados (p. ej. el art.
44 inc. 3º del CC cuando trata de la culpa leve: “El que debe administrar un negocio como un buen padre de familia
es responsable de esta especie de culpa”; el art. 30 Nº 4 de la Ley de Registro Civil: “No podrá imponerse al nacido un
nombre extravagante, ridículo, impropio de personas, equívoco respecto del sexo o contrario al buen lenguaje”), o que
importan la aplicación de principios rectores que los jueces deben dotar de contenido (p. ej. el art. 22 de la LJF que
a propósito de la potestad cautelar y, específicamente, de las medidas cautelares innovativas dispone que “sólo podrán
disponerse en situaciones urgentes y cuando lo exija el interés superior del niño, niña o adolescente, o cuando lo aconseje
la inminencia del daño que se trata de evitar”), o en que se aplica la equidad como fuente para la decisión del asunto
(p. ej. árbitros de equidad, art. 640 del CPC) o como fuente supletoria a falta de ley que lo resuelva (art. 170 Nº 5 del
CPC).
Una reciente sentencia definitiva dictada en materia civil (Rol Nº 1.533-2021, de 29 de junio de 2022, pronunciada por el
8º Juzgado Civil de Santiago), que resolvió un juicio sobre cese gratuito del buen común proindiviso, siendo el bien común
dos perros de raza Shi Tzu, refleja lo que venimos diciendo. En ella la jueza plantea reflexiones particulares acerca de la
naturaleza de los bienes objeto del debate (dos animales de compañía a los que reconoce el estatuto de “seres sintientes”)
y refleja criterios acerca de lo justo para el caso que está resolviendo:
“Que despejado entonces que los perros de compañía objeto de la presente acción, en nuestro ordenamiento jurídico
tienen tratamiento de cosas muebles, y en consecuencia susceptibles de ser poseídos en copropiedad, como sucede en el
caso sublite; a juicio de esta sentenciadora, resulta necesario hacer presente, que tal como se dijo en los razonamientos
precedentes, atendida la especialidad de la acción incoada en cuanto a su objeto, que el concepto de gratuidad, en los
presentes autos, no debe ni puede interpretarse únicamente en un sentido económico-patrimonial, sino en la posibilidad
de disfrutar y gozar de las mascotas, en su sentido más amplio que incluye su compañía, así como su ámbito afectivo,
puesto que tal como se ha sostenido reiteradamente por los entendidos en la materia, los perros son seres que sienten y
manifiestan sus emociones (…).
Que así las cosas, correspondiendo la propiedad de (…) en comunidad al actor y a la demandada, resulta de toda

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justicia, que ambos puedan mantenerlos bajo su protección y cuidado compartido, por igual, como se dirá, estimando
esta sentenciadora que ello se satisface mediante la tenencia de cada tres meses por cada uno de los copropietarios,
iniciando por aquél que no los ha tenido bajo su posesión, esto es el actor, desde que la presente sentencia se encuentre
ejecutoriada” (cons. 18º y 20º).
La existencia de estos espacios de discrecionalidad reglada que sitúan a los jueces en la necesidad de interpretar las
normas aplicando, además de criterios jurídicos, otros que dependen de factores culturales, psicológicos e históricos, no
significa, como se ha dicho, que las sentencias sean el producto de la arbitrariedad de los juzgadores cuyos fundamentos
se basen en un querer no revelado e incontrolable. Es una garantía del Estado de Derecho que las resoluciones judiciales
sean motivadas, que la motivación sea expresada en la sentencia y que la misma cumpla con determinados estándares,
puesto que solo de esa manera se permite a los jueces dotar de razonabilidad a sus decisiones y el Estado puede hacer
efectiva otra garantía: la posibilidad que las decisiones sean conocidas y evaluadas por la comunidad, al tiempo que
puedan ser controladas intersubjetivamente por otra voluntad jurisdiccional si las partes a quienes afectan, alegando una
disconformidad con la decisión, ejercen alguna vía de impugnación establecida en la ley. Ello constituye una poderosa
herramienta para controlar la discrecionalidad judicial (Letelier, 2013, pp. 129-131).
Por esa razón la ley regula la estructura que debe tener la sentencia definitiva, de donde resulta que la decisión jurisdic-
cional debe ser una manifestación de una actividad racional. El art. 170 del CPC, complementado por al AA de la Corte
Suprema sobre forma de dictar las sentencias (1920) contiene un esquema bastante tradicional de cómo los jueces han de
estructurarlas:
a) una parte expositiva, que debe contener la individualización de los litigantes, la enunciación de las acciones (preten-
siones) deducidas por el demandante y de las excepciones opuestas por el demandado, en ambos casos con sus fundamentos;
la circunstancia de haberse recibido la causa a prueba y de haberse citado a las partes para oír sentencia;
b) las consideraciones de hecho que sirven de fundamento a la sentencia y la enunciación de las normas de derecho o, en
su defecto, de los principios de equidad conforme a los que se dicta la sentencia; y,
c) la decisión del asunto controvertido, debiendo emitir pronunciamiento sobre todas las acciones (pretensiones) y
excepciones hechas valer en juicio.
5.3. La ejecución o cumplimiento
Una vez dictado un pronunciamiento, la jurisdicción debe dotar al tribunal de las herramientas necesarias para que esa
decisión se ejecute en favor de los justiciables. No se cumpliría con la finalidad de otorgar efectiva tutela judicial si los
efectos de la sentencia, el mandato contenido en ella, no pudieran concretarse en actos. Por esa razón es relevante el
poder de coerción que acompaña a la jurisdicción, dado que su fundamento “está en obtener que las resoluciones judiciales
no sean meramente teóricas, no queden en papel, sino que tengan la fuerza suficiente para tomar vida en el campo del
derecho” (Colombo, 2004, p. 74).
Es la facultad de imperio el atributo que la CPR y las leyes otorgan a los tribunales de justicia para “impartir órdenes
directas a la fuerza pública o ejercer los medios de acción conducentes de que dispusieren” (art. 76 inc. 3º de la CPR)
con la finalidad de hacer ejecutar sus resoluciones. Las autoridades cuyo auxilio se requiera no pueden cuestionar los
fundamentos, justicia ni legalidad de las resoluciones debiendo cumplirlas “sin más trámite” (art. 76 inc. 4º de la CPR
y art. 11 del COT).
Dado que algunos casos para cumplir lo resuelto por un tribunal ha de recurrirse a la actividad de la Administración, se
ha discutido si esta fase es propiamente jurisdiccional o bien administrativa, desde que lo jurisdiccional se agotaría con
el juzgamiento. Pero considerando el tenor de los arts. 76 inc. 1º de la CPR y 1º del COT debe entenderse que nuestro
sistema se inclina por considerar a esta fase como jurisdiccional.
Hemos expuesto antes que no toda sentencia definitiva requiere, para que se haga efectivo el mandato contenido en ella, el
inicio de un procedimiento de cumplimiento que culmine en la adopción de medidas coactivas. Una distinción tradicional
clasifica a las sentencias, según sus efectos, en declarativas, constitutivas y de condena (Devis, 2002, pp. 160 y ss.):

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a) Las declarativas no requieren un cumplimiento, porque la declaración en ellas contenidas se basta a sí misma (p. ej.
la sentencia que reconoce la validez de una cláusula testamentaria; la sentencia que declara la nulidad absoluta de un
contrato);
b) Las sentencias constitutivas tampoco requieren de un cumplimiento propiamente tal, sino la colaboración de agentes
de la Administración u otros servicios públicos, dado que se ejecutan con las anotaciones o inscripciones en determinados
registros (p. ej. el Servicio de Registro Civil, para la sentencia que declare la nulidad de un matrimonio o la que declare
el divorcio vincular); y,
c) Las sentencias condenatorias, que sí requieren el cumplimento forzado cuando quien resulte obligado por ellas no
haya cumplido voluntariamente con la prestación impuesta (Figueroa y Morgado, 2013a, p. 48).
Alguna doctrina ha criticado esta triple clasificación de las sentencias que considera la presencia o ausencia en ellas de una
declaración, argumentando que en toda sentencia el tribunal realiza una declaración, la que “puede ser merodeclarativa o
constitutiva” o bien “puede generar una prestación”. Por lo mismo y asumiendo que siempre contienen una declaración,
la distinción debería simplemente clasificar las sentencias en las que añaden una constitución o una prestación. Incluso
más: desde la perspectiva de la posible actividad ejecutiva que las sentencias requieran, debería solo distinguirse entre
las sentencias que imponen una prestación y las que no (Nieva, 2009, pp. 43 y 44). Pero, a pesar de que esta crítica es
plausible, en nuestro sistema el cumplimiento de las sentencias depende del mandato contenido en ellas, de modo que si
la parte condenada no ejecuta voluntariamente la prestación impuesta es necesario acudir a procedimientos compulsivos.
En ese caso será necesario que, a petición de la parte que obtuvo en el juicio, se inicie el procedimiento destinado a obtener
la ejecución de la sentencia, regulado en el Título XIX del Libro I del CPC (se denomina en la práctica “Cumplimiento
incidental de la sentencia”) ante el mismo tribunal que conoció el asunto en primera o única instancia (según la Regla de
Ejecución, del art. 113 inc. 1º del COT), o bien que se proceda ejecutivamente contra el deudor conforme a las reglas del
Juicio Ejecutivo (Títulos I y II del Libro III del CPC). Ello es sin perjuicio de la existencia de procedimientos especiales
de cumplimiento de las sentencias según la materia de que se trate (p. ej. en el ámbito laboral las reglas del pf. 4º del
Título I del Libro V del CdT “Del cumplimiento de la sentencia y de la ejecución de los títulos ejecutivos laborales”).
Las sentencias emanadas de los juzgados con competencia penal, cuando imponen penas privativas de libertad en modal-
idad de cumplimiento efectivo o en la modalidad de penas sustitutivas reguladas por la Ley Nº 18.216 (p. ej. remisión
condicional, reclusión parcial, libertad vigilada, libertad vigilada intensiva), son ejecutadas directamente por Gendarmería
de Chile, servicio a cargo de la administración penitenciaria que depende del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos.
Sin embargo corresponde a los Juzgados de Garantía la competencia genérica de hacer cumplir las penas y medidas de se-
guridad impuestas por sentencia definitiva ejecutoriada y resolver las cuestiones que se relacionen con dicho cumplimiento,
por aplicación de la regla general de competencia contenida en el art. 113 inc. 2º del COT (Regla de Ejecución) y por la
atribución competencial del art. 14 inc. 2º letra f) del COT (“Corresponderá a los jueces de garantía: f) Hacer ejecutar
las condenas criminales y las medidas de seguridad, y resolver las solicitudes y reclamos relativos a dicha ejecución, de
conformidad a la ley procesal penal”).

6. Los límites a la jurisdicción


Se trata de fenómenos con relevancia jurídica propios o ajenos a la jurisdicción que impiden que ella se desarrolle sin
contención, ubicándola dentro de un cauce que sirve para demarcarla y contener su fuerza expansiva (Figueroa y Morgado,
2013a, p. 40). Siguiendo una perspectiva tradicional, agrupamos los límites en externos e internos, atendiendo al origen
de cada uno.
6.1. Límites externos
Son ajenos a la jurisdicción y deslindan su ejercicio impidiendo que esta se desborde. Dentro de los límites externos se
distinguen límites internacionales y límites constitucionales.
6.1.1. La jurisdicción de otros Estados o límites externos internacionales

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El ejercicio de la jurisdicción, como manifestación de la soberanía, está sujeto a los límites espaciales del Estado respectivo,
por lo que se aplica solo al juzgamiento de las conductas ejecutadas dentro del territorio de un Estado. Las que se ejecutan
fuera quedan sujetas a la jurisdicción del Estado donde ocurren, quedando vedado a los demás, por respeto al principio
de no injerencia, el ejercicio de este poder soberano en un territorio extranjero. En este sentido la jurisdicción de los
demás Estados es un límite externo a la jurisdicción chilena.
Sin perjuicio de lo anterior, en las últimas décadas han surgido algunos fenómenos que de a poco debilitan los límites
espaciales para el ejercicio de la jurisdicción. Entre los más relevantes contamos:
1) La cooperación judicial internacional. Se materializa en acuerdos internacionales, bi o multilaterales, celebrados
entre los Estados para aplicar jurisdicción fuera de sus límites territoriales a determinadas conductas que los mismos
instrumentos determinan (p. ej. acuerdos internacionales para la práctica de diligencias probatorias, para la ejecución de
medidas cautelares, para la ejecución de órdenes de detención, para el cumplimiento de sentencias civiles y penales, etc.).
2) La llamada jurisdicción universal. Si bien existe un orden normativo para cada Estado, en los últimos años se ha
avanzado hacia la construcción de un orden jurídico mundial para el juzgamiento de conductas delictuosas que incumben
a un número considerable de Estados, con independencia del lugar donde se hayan cometido. Este fenómeno se ha
observado, principalmente, en el ámbito de los crímenes de lesa humanidad, genocidio, crímenes de guerra, crimen de
agresión, desaparición forzada, piratería, esclavitud, tortura, apartheid y terrorismo (Larroucau, 2020, p. 42) y ha
pretendido erigirse como una respuesta más eficiente a las violaciones al Derecho Internacional de los Derechos Humanos
y al Derecho Internacional Humanitario (p. ej. constituyen antecedentes los Juicios de Nuremberg, el Tribunal Penal
Internacional para la ex Yugoslavia y el Tribunal Penal Internacional para la República de Ruanda).
En actualidad la Corte Penal Internacional es el tribunal internacional permanente al que corresponde el juzgamiento de
los crímenes más graves de trascendencia internacional, como los crímenes de lesa humanidad, de genocidio, de guerra
y de agresión. El Estatuto de Roma (1988), que instituye la Corte y regula su competencia y funcionamiento, ha sido
ratificado por más de 120 países incluyendo Chile. En nuestro país el reconocimiento de la jurisdicción de la Corte derivó
de la reforma constitucional de la Ley Nº 20.352 (2009) que introdujo a la CPR la disposición transitoria 24ª, norma que
autorizó expresamente al Estado de Chile para aceptar la jurisdicción de la Corte en los términos que regula su estatuto,
disponiendo que la misma “sólo se podrá ejercer respecto de los crímenes de su competencia cuyo principio de ejecución
sea posterior a la entrada en vigor en Chile del Estatuto de Roma”.
3) Los tribunales internacionales. Los sistemas de protección internacional de los derechos humanos reconocen la existencia
de órganos jurisdiccionales a que se someten los Estados parte de los pactos que los configuran, asumiendo la obligación de
hacer cumplir lo resuelto. La relevancia de estos tribunales es que permiten hacer efectiva la responsabilidad internacional
de los Estados por la violación de los derechos humanos garantizados por los tratados. En nuestro ámbito regional es
importante la presencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que junto con la Comisión Interamericana
conforman el sistema interamericano de protección de los derechos humanos, regulado por la Convención Americana
de Derechos Humanos (San José de Costa Rica, 1969) (Larroucau, 2020, pp. 44 y ss.). En el ámbito europeo, tiene
importante presencia el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, tribunal supranacional garante de los derechos que
reconoce el Convenio Europeo de Derechos Humanos (Convenio de Roma, 1950) que tiene jurisdicción sobre los Estados
que conforman el Consejo de Europa (Montero et al., 2014, p. 71).
Son varios los casos en que la CorteIDH ha condenado a nuestro país por su responsabilidad en la violación de los derechos
humanos garantizados por la CADH, estableciendo para el Estado la obligación de adoptar medidas cuyo cumplimiento
debe informar periódicamente a la Corte. Destacamos algunos:
• Caso La Última Tentación de Cristo (Olmedo Bustos y otros) vs. Chile (sentencia de 2001), que declaró la
responsabilidad del Estado por la violación al derecho a la libertad de pensamiento y de expresión (art. 13 de la CADH).
• Caso Palamara Iribarne vs. Chile (sentencia de 2005), que declaró la responsabilidad del Estado por la violación al
derecho a la libertad de pensamiento y de expresión (art. 13 CADH), el derecho a las garantías judiciales (art. 8 de la
CADH), derecho a la protección judicial (art. 25 de la CADH) y derecho a la libertad personal (art. 7 de la CADH),
entre otros.

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• Caso Almonacid Arellano vs. Chile (sentencia de 2006), que declaró la responsabilidad del Estado por la violación al
derecho a las garantías judiciales (art. 8 de la CADH) y el derecho a la protección judicial (art. 25 de la CADH), además
de declarar la incompatibilidad de la Ley de Amnistía (DL Nº 2.191) con las normas de la Convención.
• Caso Atala Riffo y Niñas vs. Chile (sentencia de 2012), que declaró la responsabilidad del Estado por la violación al
derecho a la igualdad y no discriminación (art. 24 de la CADH), el derecho a la vida privada (art. 11 de la CADH) y el
derecho a ser oído por un tribunal imparcial (art. 8 de la CADH).
• Caso Norín Catrimán y otros (Dirigentes, miembros y activista del Pueblo Indígena Mapuche) vs. Chile (sentencia de
2014), que declaró la responsabilidad del Estado por la violación al derecho a la libertad de pensamiento y de expresión
(art. 13 CADH), a los derechos políticos (art. 23 de la CADH) y al derecho a la protección a la familia (art. 17 de la
CADH).
• Caso Pavez Pavez vs. Chile (sentencia de 2022), que declaró la responsabilidad del Estado por la violación al derecho
a la igualdad y no discriminación (art. 24 de la CADH), el derecho a la libertad personal (art. 7 de la CADH), el derecho
a la vida privada (art. 11 de la CADH), el derecho al trabajo (art. 26 de la CADH) y el derecho a las garantías judiciales
y a la protección judicial (arts. 8 y 25 de la CADH).
6.1.2. Las atribuciones de los demás poderes del Estado o límites externos constitucionales
En virtud del principio de inavocabilidad en su dimensión externa —consagrado en el art. 76 inc. 1º de la CPR y que se
estudiará en el capítulo siguiente— ningún otro poder del Estado puede entrometerse en la función jurisdiccional (“Ni el
Presidente de la República ni el Congreso pueden, en caso alguno, ejercer funciones judiciales, avocarse causas pendientes,
revisar los fundamentos o contenido de sus resoluciones o hacer revivir procesos fenecidos”), principio que a su turno es
una garantía para la independencia judicial. Se puede sostener también que este principio opera en un sentido inverso,
al tenor del art. 4º del COT (“Es prohibido al Poder Judicial mezclarse en las atribuciones de otros poderes públicos y
en general ejercer otras funciones que las determinadas en los artículos precedentes”), norma que ha de interpretarse a
luz del art. 7º de la CPR: por una parte, los jueces, como agentes públicos de la jurisdicción, actúan válidamente solo si
lo hacen regularmente investidos, dentro de sus competencias y en la forma prescrita por la ley, y por otra, los tribunales
de justicia no pueden asumir funciones asignadas a otros poderes y órganos del Estado (“Ninguna magistratura, ninguna
persona ni grupo de personas pueden atribuirse, ni aun a pretexto de circunstancias extraordinarias, otra autoridad o
derechos que los que expresamente se les hayan conferido en virtud de la Constitución o las leyes”). En consecuencia, las
atribuciones (competencias) asignadas por la ley a otros órganos del Estado actúan como un límite para el ejercicio de la
jurisdicción por los tribunales de justicia.
Ello no quiere significar que en ejercicio de la jurisdicción los tribunales no puedan controlar las actuaciones de otros
poderes públicos. Por el contrario, en la actualidad es indudable que la jurisdicción controla la legalidad de los actos
de la Administración (p. ej. las Cortes de Apelaciones y la Corte Suprema por medio de los recursos de amparo y de
protección; los Juzgados de Letras y las Cortes conocen asuntos de naturaleza contenciosa administrativa) o de otros
agentes públicos (p. ej. la Corte Suprema conoce de la reclamación por la infracción de las reglas de procedimiento
aplicables a la Convención Constitucional, según el art. 136 de la CPR). Tales casos se han identificado como una
derogación tácita del art. 4º del COT (Figueroa y Morgado, 2013a, p. 42), pero nos parece que se trata más bien de
situaciones en que los órganos jurisdiccionales referidos actúan mandatados por la ley dentro del ámbito de su competencia.
6.2. Límites internos
Son cauces para que la jurisdicción se ejercite considerando el territorio jurisdiccional de cada tribunal, las materias en
las que ella recae, la calidad de las partes que intervienen y los grados jurisdiccionales en que ella se despliega. Desde esta
perspectiva el límite interno más relevante para la jurisdicción es la competencia, dado que esta especifica que aquella
sea actuada de una determinada manera.
Como una primera aproximación, dado que se estudiará más adelante, la competencia puede definirse como la facultad
que cada juez tiene para ejercer la jurisdicción en ciertos asuntos, dentro de un territorio y en un determinado grado
jurisdiccional, según las reglas que establece la ley. Y aunque se han planteado diversas formas de explicar la relación

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entre jurisdicción y competencia (p. ej. considerando a la jurisdicción como un todo y la competencia como la parte o
fracción de la jurisdicción, o considerando a la jurisdicción como el género y a la competencia la especie) hay que precisar
una idea básica: todo tribunal ejerce jurisdicción por el hecho de haber sido creado como tal por la ley, pero no todo
tribunal es igualmente competente para conocer de un determinado asunto (Oberg y Manso, 2011, p. 36). Entonces es
perfectamente posible concebir la figura de un tribunal que carezca de competencia (tribunal incompetente) pero no la
del que carezca de jurisdicción (Devis, 2002, p. 142).
En nuestra opinión la competencia es una concreción de la jurisdicción en cada caso particular, según se consideren
diversos factores regulados por la ley, como la materia a que se refiere la pretensión (p. ej. competencia en asuntos
civiles, penales, de familia, tributarios, del trabajo, etc.), el territorio en el que se ejercita a jurisdicción (p ej. territorio
jurisdiccional de un determinado Juzgado de Letras o de una determinada Corte de Apelaciones), la calidad de las partes
(competencia de los tribunales según las partes del litigio gocen o no de fuero) y el grado jurisdiccional en que ha de
resolverse (conocimiento en única, primera o segunda instancia). Este reparto de la función jurisdiccional es, en otras
palabras, “la singularización o especificación de la jurisdicción al caso concreto” (Colombo, 1991, p. 52).
En ese sentido la competencia orgánica actúa como un límite interno de la jurisdicción, porque provoca que esta se
encauce. Pero además la competencia específica, es decir, la que le otorgan las partes al tribunal al activar la jurisdicción
definiendo el objeto del proceso, permite al tribunal resolver el asunto actuando singularmente la jurisdicción. Esta
competencia “comprende lo invocado y alegado por las partes en las oportunidades y en los actos procesales que señalen
al afecto las normas de procedimiento” (Colombo, 2004, p. 247). Un viejo brocardo expresa iudex iudicare debet iusta
allegata et probata partium, es decir, que los jueces deben resolver conforme a lo alegado y probado en juicio por las
partes, de modo que no les es permitido extender su decisión a puntos no sometidos por ellas a su conocimiento, a menos
que la ley les faculte para actuar de oficio. De ahí que el CPC, en su art. 160, disponga que las sentencias deben dictarse
“conforme al mérito del proceso, y no podrán extenderse a puntos que no hayan sido expresamente sometidos a juicio por
las partes, salvo en cuanto las leyes manden o permitan a los tribunales proceder de oficio”. Si el juez excede estos límites
competenciales la sentencia podría ser invalidada por adolecer del vicio de ultra o extra petita, por medio de un recurso
de casación en la forma (art. 768 Nº 4 del CPC). Algo similar ocurre en el proceso penal si la sentencia condenatoria
excede los límites de la acusación (art. 341 del CPP), en cuyo caso podría ser anulada por medio del recurso de nulidad
(art. 374 letra f) del CPP).
6.3. Límite temporal
Si bien los jueces permanecen en su cargo mientras observen un buen comportamiento (art. 80 inc. 1º de la CPR), se
reconoce como un límite temporal al ejercicio de la jurisdicción la fijación por la ley de una edad límite (75 años) para
que los mismos desempeñen sus cargos, debiendo, a su cumplimiento, cesar en sus funciones (art. 80 de la CPR).
Hay otros casos en que la propia temporalidad del cargo determina la cesación de las funciones por los jueces. Tal es la
situación de los jueces árbitros, que deben cumplir su cometido normalmente en el plazo de dos años contados desde la
aceptación del encargo (art. 235 inc. 3º del COT).
El cese de funciones por los jueces provoca, indudablemente, que pierdan la facultad de ejercer jurisdicción.

7. Los equivalentes jurisdiccionales


7.1. Definición y naturaleza
Si bien la respuesta judicial ante la litis es por regla general una sentencia, es decir, una resolución del tribunal dictada en
un proceso jurisdiccional que se pronuncia sobre el fondo del asunto (las pretensiones), existen otras vías de composición
del litigio a las que las leyes asignan los mismos efectos que una sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada.
De la observación que en Italia efectuó Carnelutti a comienzos del siglo XX sobre la transacción y la sentencia extranjera,
concluyó que ambas figuras constituyen actos que sirven para la misma finalidad que la jurisdicción, pero no implican el
ejercicio de la misma, desde que la primera es el fruto de dos intereses privados, el de los contratantes, y la segunda nace

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de un interés externo que se funda en otro ordenamiento jurídico. Estos actos, que bajo determinadas condiciones se les
reconoce “idoneidad para alcanzar la misma finalidad a que tiende la jurisdicción”, son en su concepto los equivalentes
jurisdiccionales (Carnelutti, 1944, p. 183).
Los actos que en nuestro ordenamiento el día de hoy pueden identificarse como equivalentes jurisdicciones son de diversa
naturaleza, por lo que no es posible describir una naturaleza jurídica compartida (Hoyos, 2001, pp. 83 y 84), aunque
tienen en común que, en determinadas circunstancias, la ley les reconoce el mismo efecto que una sentencia pasada en
autoridad de cosa juzgada o una consecuencia similar. Por esto se ha entendido por la doctrina nacional que son los
“medios arbitrados por la ley, que sin ser propiamente ejercicio de jurisdicción, producen el efecto de la cosa juzgada”
(Figueroa y Morgado, 2013a, p. 49).
7.2. Clasificación
Estos actos admiten ser clasificados atendiendo a distintos criterios que se pueden observar de lo que a continuación se
explicará:
1) Según la sede en que se perfeccionan, esto es, si se arriba a ellos dentro o fuera del proceso, pueden catalogarse en
procesales (p. ej. la conciliación, el sobreseimiento definitivo) y extraprocesales (p. ej. la transacción).
2) Atendida la voluntariedad de los involucrados para promoverlos o arribar a ellos, se clasifican en voluntarios (la mayoría)
y forzosos (p. ej. algunas conciliaciones administrativas).
3) Según el momento en que se desarrollan frente al proceso, se clasifican en pre procesales (p. ej. conciliación admin-
istrativa previa a la demanda en procedimiento monitorio) y estrictamente procesales (p. ej. conciliación, avenimiento,
sobreseimiento definitivo).
7.3. Los equivalentes en particular
7.3.1. Equivalentes en sede extraprocesal
Son los que se producen fuera del desarrollo de un proceso jurisdiccional, aunque tengan indudables efectos asimilables a
los de una sentencia pasada en autoridad de cosa juzgada. Nos referiremos a la transacción y a la sentencia extranjera.
7.3.1.1. La transacción
Se encuentra regulada en el Título XL del Libro IV del CC (“De la transacción”). Tratando las formas autocompositivas
de solución del conflicto, hemos analizado en el Capítulo I que, a la definición legal de transacción contenida en el art.
2446 del CC, la doctrina y la jurisprudencia agregan, como elemento consustancial, que las partes contratantes se otorguen
concesiones recíprocas. Este es un requisito esencial de este contrato por cuyo defecto el acto muta en una simple renuncia
(Colombo, 1991, p. 15) y no vale como transacción.
Desde el punto de vista civil la transacción es un contrato consensual, pues la ley no exige solemnidad alguna (salvo los
casos en que está sujeta a algunas formalidades dependiendo del objeto sobre el que este contrato recae, como se vio en su
oportunidad). Al tratarse de un contrato requiere del acuerdo de voluntades de dos o más personas para crear derechos
y obligaciones, debiendo estarse a los requisitos generales de todo contrato y los que regula específicamente el CC. Entre
estos se encuentran algunas reglas que interesa destacar:
a) La regulación de la capacidad para transigir (arts. 2447 y 2448 del CC);
b) La existencia de prohibiciones para transigir sobre determinados objetos (art. 2450 del CC prohíbe la transacción
sobre el estado civil de las personas);
c) La nulidad de la transacción si el tiempo de celebrarse hubiere ya concluido el litigio por sentencia pasada en autoridad
de cosa juzgada (art. 2455 del CC);
d) La exigencia de requisitos adicionales para que valga (art. 2451 del CC, la transacción sobre alimentos futuros vale,
pero requiere de aprobación judicial); y,

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e) La relatividad de la transacción en cuanto alcanza solo a lo transigido y a las partes contratantes y no a terceros (arts.
2461 y 2462 del CC).
Estos y otros aspectos regulados por el CC (p. ej. otros casos en que la transacción es nula), no solo tienen relevancia en
el ámbito contractual sino también en composición del litigio actual o un conflicto jurídico futuro (Figueroa y Morgado,
2013a, pp. 53 y 54).
Pero también se ha entendido que la transacción es un contrato procesal (Colombo, 1991, p. 16), no porque se celebre
dentro de un proceso, sino por las consecuencias que produce en él. No debe pensarse que siempre la transacción supone
la existencia de un proceso jurisdiccional pendiente, dado que, al tenor del art. 2446 del CC este contrato podría poner
fin extrajudicialmente a un “litigio” o evitar un litigio futuro. En este último caso, lo que las partes hacen es acordar una
composición para un futuro y eventual conflicto jurídico material evitando el conflicto procesal (Pereira, 1996, p. 105).
En lo que aquí nos concierne, la consecuencia más relevante desde un punto de vista procesal es que la ley reconoce
expresamente que la transacción “produce el efecto de cosa juzgada en última instancia” (art. 2460 del CC), por lo que
sin duda constituye un equivalente jurisdiccional en sede extraprocesal. Este efecto se manifiesta poderosamente en la
vertiente de impedir el doble juzgamiento, es decir, el de la cosa juzgada como excepción, ya que distintas disposiciones
del CPC reconocen a la transacción como una excepción con aptitud para enervar la acción ordinaria o ejecutiva deducida
por el demandante (arts. 304, 310, 464 Nºs 16 y 18). Carece por sí sola de la virtualidad para servir de título con el que
exigir el cumplimiento de las prestaciones acordadas, es decir, como acción de cosa juzgada, a menos que el contrato se
otorgue por escritura pública —las normas que regulan el contrato de transacción no exige esta solemnidad— en cuyo
caso la copia autorizada de este instrumento es la que goza de mérito ejecutivo (art. 434 Nº 1 del CPC).
7.3.1.2. La sentencia extranjera
Si bien, por el principio de soberanía, las sentencias dictadas en el extranjero no se podrían cumplir sino dentro de
los límites del Estado que las emitió, es indiscutible que la inserción de los países en la comunidad internacional hace
necesaria que se reconozca el valor de los actos de jurisdicción emanados de otros Estados, pues las relaciones jurídicas
entre personas (naturales o jurídicas) y Estados no están limitadas por las fronteras de cada país. Y así podría ocurrir,
por ejemplo, que sea necesario cumplir en Chile la sentencia de un tribunal extranjero que ordena la restitución, en favor
del demandante, de un inmueble que se encuentra en territorio nacional; o bien que sea necesario cumplir en otro país la
sentencia de un Juzgado de Familia chileno que ordena el pago, en favor del alimentario, de una pensión de alimentos.
Nuestro sistema admite la ejecución de las sentencias extranjeras en Chile, cuando se cumplen determinados requisitos
y aquel se sujeta a un procedimiento previsto por la ley, el que de manera general se halla regulado en el pf. 2 del
Título XIX del Libro I del CPC. Según estas normas es necesario que se observe la aplicación de alguno de los criterios
contemplados en los arts. 242 y ss. del CPC que, en orden de preferencia, consisten en:
1º Corroborar si existen acuerdos relativos a la aplicación de sentencias extranjeras entre el país que busca aplicar la
sentencia y el que la dicta.
2º Si no existen acuerdos se aplican los principios de reciprocidad internacional, es decir, se proporciona a la sentencia
extranjera el trato que el país extranjero dé al cumplimiento de las sentencias dictadas en Chile (arts. 243 y 244 del
CPC).
3º En defecto de los dos criterios anteriores, se acude a las reglas de regularidad internacional, es decir se revisa que las
sentencias no contengan nada contrario a las leyes de la República, que no se opongan a la jurisdicción nacional, que la
parte contra quien se pide su cumplimiento haya sido debidamente emplazada y que aquellas se encuentren ejecutoriadas
conforme a las leyes del país de origen (art. 245 del CPC).
La verificación de alguno de los criterios indicados en la ley no es automática, pues requiere de la autorización que
otorga la Corte Suprema para el cumplimiento de sentencias extranjeras en Chile, trámite que se denomina Exequatur.
Este procedimiento es un “conjunto de reglas conforme a las cuales el ordenamiento jurídico de un Estado verifica si
el acto jurídico procesal (sentencia) emanado de una potencia extranjera reúne o no los presupuestos que legitiman su

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homologación en otro Estado” (Hoyos, 2001, p. 85). Por lo mismo al exequatur, antiguamente llamado pase regio,
también se le denomina reconocimiento, deliberación u homologación (Pereira, 1996, p. 112).
El exequatur no es la ejecución misma de la sentencia extranjera, sino el procedimiento previo que concluye, en su caso,
con una sentencia de la Corte Suprema que reconoce a la sentencia extranjera como tal para que produzca plenos efectos
en el ordenamiento interno (Pereira, 1996, p. 112), disponiendo su cumplimiento. De ahí que el art. 251 del CPC exprese:
“Mandada a cumplir una resolución pronunciada en país extranjero…” (cursivas nuestras).
Corresponde también aplicar el exequatur a sentencias emanadas de tribunales arbitrales, debiendo en este caso hacerse
constar “su autenticidad y eficacia por el visto-bueno u otro signo de aprobación emanado de un tribunal superior ordinario
del país donde se haya dictado el fallo” (art. 246), siempre que, también, se cumplan los requisitos de los artículos 242
a 245 del CPC o los que los acuerdos internacionales o las leyes especiales internas establezcan (p. ej. los arts. 35 y 36
de la Ley Nº 19.971 de 2004 sobre Arbitraje Comercial Internacional, que regulan el reconocimiento y ejecución de los
laudos arbitrales provenientes del extranjero y los motivos para denegarlos).
La Corte Suprema ha declarado que el examen que efectúa en el procedimiento de exequatur solo es de regularidad de
la sentencia y del procedimiento en que tuvo su origen, pero no de los fundamentos de la decisión. Así, por ejemplo,
razonó el máximo tribunal en la SCS, Rol Corte Nº 41.841-2017, de 26 de julio de 2018, sobre cumplimiento en Chile del
laudo arbitral dictado por la Corte Internacional Comercial de Arbitraje anexa a la Cámara de Comercio e Industria de
Ucrania:
“Que, primeramente, estima esta Corte necesario consignar que este tipo de gestiones tienen por objeto revisar las
exigencias legales y, sin entrar a estudiar en detalle el fondo de la cuestión controvertida en el juicio respectivo, otorgar
autorización o pronunciamiento favorable a la sentencia extranjera que resuelve el conflicto con la finalidad de otorgarle
la fuerza ejecutiva de la que carece y reconocerle los mismos efectos que los fallos expedidos por jueces nacionales, lo que
permitirá se la pueda cumplir mediante el procedimiento y ante el tribunal competente”. (Cons. 1º)
“Que como corolario de lo que se viene diciendo, las normas legales que regulan la ejecución de un fallo arbitral dictado
en el territorio de un Estado extranjero y cuyo cumplimiento se solicita en otro Estado distinto de aquel, como es Chile,
son las contenidas en los artículos 35 y 36 de la Ley Nº 19.971, sobre Arbitraje Comercial Internacional que rigen el
reconocimiento y ejecución de los laudos arbitrales dictados en el extranjero; normas especiales que priman respecto de
las generales y cuyos preceptos por lo demás son similares a los establecidos en las disposiciones de la Convención de
Nueva York y en la que la primera, por lo demás, se inspiró para su dictación (…)” (Cons. 3º)
“Que ha quedado en evidencia que tratándose de la ejecución de un laudo arbitral, conforme al tenor de la Ley 19.971,
cualquiera sea el país en que este se haya dictado es reconocido como vinculante en Chile si cumple con los presupuestos
que contemplan los artículos 35 y 36 de esa normativa, los que por lo demás y como se dijo, constituyen una repetición
de lo pertinente del Convenio de Nueva York y que en armonía con ello vienen a constituir una reglamentación interna
más flexible. Un estatuto así concebido, como lo señalan los autores, condice con las exigencias del trafico comercial
internacional y la necesidad de una solución alternativa de las contiendas de este tipo, en que la aludida ley vino a
mejorar, flexibilizar y modernizar aquella legislación contenida en nuestra codificación de antiguo, con el objeto de
ponerla al día en relación a las exigencias que en la actualidad presenta dicha disciplina” (Cons. 9º).
Dado que el exequatur produce los efectos de homologar las sentencias extranjeras a las dictadas en Chile, lo que corrobora
el art. 245 del CPC (“En los casos en que no pueda aplicarse ninguno de los tres artículos precedentes, las resoluciones
de tribunales extranjero tendrán en Chile la misma fuerza que se hubieran dictado por tribunales chilenos…”, cursivas
nuestras) y que, otorgado el exequatur para la ejecución de la sentencia extranjera, se aplican las reglas generales de los
arts. 113 y 114 del COT (art. 251 del CPC: “Mandada a cumplir una resolución pronunciada en país extranjero, se
pedirá su ejecución a tribunal a quien habría correspondido conocer del negocio en primera o única instancia, si el juicio
se hubiera promovido en Chile”, cursivas nuestras), parece adecuado sostener que las sentencias extranjeras a las que se
ha otorgado exequatur no son propiamente equivalentes jurisdiccionales, sino más bien sentencias reconocidas en Chile,
es decir manifestaciones del “ejercicio de jurisdicción que la normativa nacional reconoce como tal” (Figueroa y Morgado,
2013a, p. 49), aunque parte de la doctrina nacional las consideren como equivalentes reconocidos por un acto del Estado

49
(exequatur).
La ejecución en Chile de sentencias penales extranjeras se sujeta a lo que dispongan “los tratados internacionales ratificados
por Chile y que se encuentren vigentes” (art. 13 inc. final del CPP). Sin perjuicio de otros acuerdos bi o multilaterales de
que Chile sea parte, en esta materia destaca la Convención Interamericana para el Cumplimiento de Condenas Penales
en el Extranjero adoptada en 1993 por la Organización de los Estados Americanos y promulgada en Chile en 1999. Este
acuerdo establece dos principios fundamentales en la materia: a) una persona condenada por un Estado del que no es
nacional puede cumplir la condena en el Estado del que sí lo es, y b) los Estados parte se comprometen a otorgarse la más
amplia cooperación internacional para la trasferencia de personas condenadas. En este instrumento se reglan también
algunas condiciones de regularidad para el cumplimiento en el Estado receptor de una sentencia dictada por el Estado
sentenciador, entre las que destacan que la sentencia condenatoria se encuentre firme, que la persona condenada haya
prestado su consentimiento al traslado, que la condena a cumplir no sea la pena de muerte y que la aplicación de la
sentencia no contravenga el ordenamiento jurídico del Estado donde se cumplirá.
7.3.2. Los equivalentes en sede procesal
Son aquellos que se producen dentro del proceso y que, dados los efectos que la ley les asigna, una vez que se conc-
retan hacen innecesaria la dictación de sentencia definitiva. Revisaremos la conciliación judicial, el avenimiento y el
sobreseimiento definitivo.
7.3.2.1. La conciliación
Es un acuerdo de voluntades al que arriban las partes a propuesta del juez y que produce los mismos efectos que una
sentencia definitiva. En consecuencia, pone fin a la litis, concluye el proceso jurisdiccional y hace innecesaria la dictación
de una sentencia definitiva. Vimos en el Capítulo I que como mecanismo autocompositivo la conciliación supone la
comparecencia de las partes ante el juez, por lo que a diferencia de la transacción, ella es siempre judicial.
Lo que se ha descrito es la conciliación judicial, que en nuestro sistema procesal civil está regulada en el Título II del
Libro II del CPC, en sus arts. 262 y ss., por lo que se la trata entre las normas que disciplinan el juicio ordinario de
mayor cuantía. Estas reglas se aplican supletoriamente en todas las gestiones y trámites, de cualquier naturaleza, que no
estén sometidas a una regulación diversa (art. 3º del CPC).
Con la reforma que se introdujo al CPC en 1994 (Ley Nº 19.334) el legislador elevó el llamado a las partes a conciliación,
cuando sea legalmente procedente, a la categoría de un trámite esencial en única o primera instancia (art. 795 Nº 2) una
vez agotado el período de discusión, de modo que si el juez omite este trámite podría anularse la sentencia por vía de un
recurso de casación en la forma (art. 798 Nº 9 del CPC).
Si las partes que han asistido al comparendo de conciliación aceptan las bases de arreglo propuestas por el juez y, en
definitiva, arriban al acuerdo, debe levantarse un acta que ha de ser suscrita por el juez, las partes y el secretario del
tribunal, y “se estimará como sentencia ejecutoriada para todos los efectos legales” (art. 267 del CPC). Con ello el
legislador reconoce expresamente al acta que contiene la conciliación el carácter de equivalente jurisdiccional.
Con esa asimilación legal a una sentencia ejecutoriada, la conciliación no solo evita un nuevo juzgamiento (excepción de
cosa juzgada) sino que permite a las partes demandar la ejecución de las prestaciones convenidas (cosa juzgada como
acción), por aplicación al caso del art. 434 Nº 1 del CPC.
La reforma introducida por la Ley Nº 21.394 (2021) ha pretendido resaltar la relevancia de los métodos autocompositivos
con la incorporación en el CPC del art. 3º bis: “Es deber de los abogados, de los funcionarios de la administración de
justicia y de los jueces, promover el empleo de métodos autocompositivos de resolución de conflictos, como la conciliación,
la mediación, entre otros. Estos métodos no podrán restringir, sustituir o impedir la garantía de tutela jurisdiccional”.
Es probable, sin embargo, que esta modificación, en la que se detectan fines que apuntan a la promoción de soluciones
participativas (componendas) y a la mejoría de la gestión de los tribunales, se enfrente a una tradición jurídica de tipo
“proceso-céntrica” por la que la disciplina del Derecho Procesal “se concentra en el proceso y su regulación, dejando casi
completamente de lado el estudio de otros mecanismos de resolución de controversias” (Vargas y Fuentes, 2018, p. 108)
y a una cultura forense poco proclive a promover vías de autocomposición.

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La conciliación judicial no solo está presente en el CPC, cuyas reglas se aplican supletoriamente, sino además en pro-
cedimientos especiales, como los que regulan la LJF (art. 61 Nº 5), el Código del Trabajo (art. 435 Nº 2), la Ley de
Arrendamiento de Predios Urbanos Nº 18.101 (art. 8 Nº 4), entre otros. En el proceso penal, si se ha deducido demanda
civil, el juez de garantía debe llamar al querellante e imputado a conciliación en la audiencia de preparación de juicio
oral (art. 273 del CPP); y en el procedimiento por delitos de acción penal privada, el juez debe llamar al querellante y
al querellado a una conciliación al inicio de la audiencia de juicio (art. 404 del CPP).
La ley también reconoce la figura de la conciliación administrativa, figura en la que el tercero que facilita y propone las
bases del arreglo no es un juez sino un funcionario de un órgano de la Administración. La conciliación administrativa
es un equivalente jurisdiccional en sede extraprocesal, pero comparte la misma estructura de la conciliación judicial. Un
caso paradigmático de conciliación administrativa es el llamado a conciliación laboral ante la Inspección del Trabajo,
previo a la interposición de una demanda en procedimiento monitorio. En el ámbito de este procedimiento, es necesario
que previo a la interposición de la demanda el trabajador deduzca un reclamo ante la Inspección del Trabajo, por lo que
el llamado a conciliación que esta efectúa es pre procesal y obligatorio (art. 497 del CdT). Si no se produce la conciliación
entre el trabajador y el empleador, la ley autoriza al primero a interponer la demanda en procedimiento monitorio (art.
499 del CdT).
7.3.2.2. El avenimiento
Es un acuerdo al que arriban voluntariamente las partes, actuando por iniciativa propia. Es una forma autocompositiva
que nace de la negociación extrajudicial e informal de las partes que constituye una práctica frecuente en el foro, pero
carece de regulación sistemática en el ordenamiento jurídico nacional (Vargas y Fuentes, 2018, p. 21).
Explicamos en el Capítulo I que como método autocompositivo el avenimiento es un medio extrajudicial, bilateral, no
asistido y que requiere de homologación judicial. Esto último quiere decir que para que el avenimiento valga como
equivalente jurisdiccional y pueda exigirse su cumplimiento es necesario que el acuerdo se redacte por escrito, es decir que
conste en un acta, la que además debe estar “pasada ante el tribunal competente y autorizada por un ministro de fe o
por dos testigos de actuación” (art. 434 Nº 3 del CPC). Esto lo transforma en un acto solemne, en que las solemnidades
consisten en que: a) el acto debe escriturarse, b) las partes que arriban al acuerdo deben someterlo a la aprobación del
tribunal que conoce del juicio, c) debe ser autorizada por el secretario del tribunal u otro ministro de fe (art. 70 del
CPC) o bien por dos testigos que comparezcan en el mismo acto y lo suscriban (Figueroa y Morgado, 2013a, p. 56).
El cumplimiento de estos requisitos permite que el acta de avenimiento goce de mérito ejecutivo, es decir, habilita para
demandar su cumplimiento forzado.
El avenimiento produce los mismos efectos que la conciliación, sin embargo, se diferencia de esta en que el juez solo se
limita a aprobarlo o rechazarlo, careciendo de capacidad propositiva en su génesis y en el contenido del acuerdo. Además,
ambas figuras se diferencian en que el llamado a conciliación es un trámite esencial del procedimiento y el avenimiento
no. A pesar de ello en algunas ocasiones el legislador utiliza el término avenimiento como sinónimo general de acuerdo
(p. ej. arts. 13 y 263 del CPC) o bien como sinónimo de conciliación (p. ej. arts. 711 y 725 del CPC).
En algunos procedimientos especiales también se reconoce la procedencia y valor de los avenimientos. Así ocurre en
el procedimiento de familia reglado por la LJF (art. 54-2 de la LJF, avenimiento en la etapa de recepción; art. 104,
avenimientos obtenidos fuera de un procedimiento de mediación familiar) y en el procedimiento ejecutivo laboral reglado
por el CdT (art 464 Nº 2 del CdT: “Son títulos ejecutivos laborales: (…) La transacción, conciliación y avenimiento que
cumplan con las formalidades establecidas en la ley”).
7.3.2.3. El sobreseimiento definitivo
Es un equivalente jurisdiccional propio del proceso penal —en algunos sistemas se denomina sobreseimiento libre— que
consiste en una resolución judicial que, no siendo sentencia definitiva y fundándose en situaciones tipificadas por la ley
que demuestran la innecesaridad del juicio, produce los mismos efectos de una absolución con autoridad de cosa juzgada.
Es un derecho del imputado solicitar al Juzgado de Garantía que decrete el sobreseimiento definitivo en su favor (art. 93
f) del CPP) si concurre alguna de las causales que lo autorizan (art. 250 del CPP). En virtud del principio de objetividad

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que guía su actuación (art. 3º de la Ley Nº 19.640) los fiscales del MP deben pedir al Juzgado de Garantía que decrete
el sobreseimiento definitivo, total o parcial, cuando de la investigación surja la existencia de alguna de esas causales. La
resolución que lo decreta o la que lo rechaza puede ser apelada por el interviniente que se considere afectado (art. 253
del CPP).
Para una mejor comprensión del instituto, que tiene antigua raigambre en nuestro sistema procesal penal, y su inclusión
como equivalente jurisdiccional son necesarias algunas precisiones:
a) No se trata de una vía autocompositiva entre los intervinientes del proceso penal, dado que no existe entre ellos una
negociación de la que nazca. Es una resolución judicial del Juzgado de Garantía que lo declara.
b) Para que el tribunal declare el sobreseimiento definitivo debe darse alguna de las hipótesis tipificadas por la ley en el
art. 250 del CPP. La lectura de estas explica que el juicio penal, en el caso, es innecesario (p. ej. el hecho investigado no
constituye delito, el imputado está exento de responsabilidad penal, etc.).
c) La falta de antecedentes necesarios para fundar una acusación no es causal de sobreseimiento definitivo, sino que
puede originar otra respuesta del MP (eventualmente la comunicación de la decisión de no perseverar, del art. 248 c) del
CPP).
d) El equivalente jurisdiccional es el sobreseimiento definitivo y no el sobreseimiento temporal, dado que este solo paraliza
la prosecución del proceso penal en determinadas circunstancias reguladas por la ley (arts. 10 y 252 del CPP).
e) Una vez ejecutoriada la resolución que declara el sobreseimiento definitivo se pone fin al procedimiento penal y ella
“tiene autoridad de cosa juzgada” (art. 251 del CPP), por lo que la persona sobreseída definitivamente, al igual que quien
ha sido absuelto o condenado, está amparada por la garantía ne bis in idem, es decir, la prohibición de persecución penal
múltiple (art. 1º inc. 2º del CPP).
Alguna doctrina señala que las llamadas salidas alternativas en el proceso penal, esto es, la suspensión condicional del
procedimiento (art. 237 del CPP) y los acuerdos reparatorios (art. 241 del CPP), son mecanismos de resolución de
conflictos de carácter negocial (Vargas y Fuentes, 2018, p. 32). Y si bien tales salidas alternativas son mecanismos de
negociación más o menos restringida que tienden, en alguna medida, a la reparación del daño causado por el delito, no debe
soslayarse que, además de requerir la aprobación judicial que verifique el cumplimento de los requisitos de procedencia,
para que provoquen efectos liberatorios en el proceso penal es necesario que el tribunal decrete el sobreseimiento definitivo
una vez transcurrido el plazo fijado para la suspensión condicional sin que esta haya sido revocada (art. 240 inc. final
del CPP) o una vez cumplidas las obligaciones contraídas por el imputado en el acuerdo reparatorio (art. 241 del
CPP), según corresponda. En consecuencia, visto desde la perspectiva del instituto que acá analizamos, en estos casos el
equivalente jurisdiccional sigue siendo el sobreseimiento definitivo, pero esta vez, basado en una suspensión condicional
del procedimiento o en un acuerdo reparatorio exitosos.

8. Actos judiciales no contenciosos


Para introducirnos en este punto es necesario explicar preliminarmente que, al hablar de jurisdicción no contenciosa,
voluntaria o graciosa, nos referiremos a procedimientos judiciales promovidos por un peticionario, sin que exista una
pretensión resistida y en que, por mandato de la ley, la intervención del tribunal es necesaria para el cumplimiento de
determinados fines.
8.1. Cuestiones acerca de la nomenclatura
En diversas normas, en los fallos de los tribunales y en los manuales de Derecho procesal se alude de distinta manera
al fenómeno. En unos casos se refieren a ellos como “actos no contenciosos” (art. 2º del COT), “acto de jurisdicción
no contenciosa” (art. 1º del CPC), “actos judiciales no contenciosos” (Libro IV y art. 817 del CPC), “negocios no
contenciosos” (arts. 824 y 826 del CPC), “asuntos no contenciosos” (art. 827 del CPC y art. 1º Ley Nº 18.120), “asuntos
de jurisdicción voluntaria” (art. 179 del COT). El Proyecto de Código Procesal Civil Modelo para Iberoamérica los
denomina y trata como “Procesos voluntarios” (Título VI Libro II). La doctrina nacional los trata, en algunos casos,

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como “actos judiciales no contenciosos” (Pereira, 1996, pp. 142 y ss.), “jurisdicción voluntaria” (Casarino, 2007, pp. 37 y
ss.; Figueroa y Morgado, 2013a, pp. 62 y ss.) e incluso se da cuenta de la expresión “facultades no contenciosas” (Bordalí,
2020, pp. 159 y ss.).
Frente a esta nomenclatura tan variada, considerando que todas describen esencialmente lo mismo, es necesario hacer
algunas precisiones. Según se ha anticipado, es discutible aseverar que la jurisdicción admita clasificaciones. Soslayando
esto, las expresiones “jurisdicción voluntaria” y “jurisdicción no contenciosa”, que tradicionalmente se utilizan, parecen
de uso incorrecto porque no puede existir voluntariedad si quien solicita este tipo de actuaciones está compelido por la ley
a requerir la intervención del juez (Couture, 1958, p. 46); por lo mismo, también criticamos la denominación de “procesos
voluntarios”. Por otra parte, hay quienes afirman que resulta un contrasentido atribuir a la jurisdicción el carácter de no
contenciosa, puesto que, al menos desde cierta postura acerca de su naturaleza, es consustancial a ella la existencia de un
conflicto intersubjetivo, una contienda que se busca resolver. En consecuencia, la forma más correcta de denominar a este
tipo de actuaciones que llevan a cabo los tribunales es la de actos judiciales no contenciosos o procedimientos judiciales
no contenciosos (Pereira, 1996, p. 142).
8.2. Definición
Si bien el art. 817 del CPC otorga lo que pareciera ser una definición (“Son actos judiciales no contenciosos aquellos que
según la ley requieren la intervención de juez y en que no se promueve contienda alguna entre partes”), no se refiere a
su naturaleza jurídica y contiene algunos errores conceptuales. Sin embargo, se afirma que ella, de cierto modo, permite
abarcar el vasto número y distinta especie de actos judiciales no contenciosos comprendidos en el Libro IV CPC (Hoyos,
2001, p. 61).
Se ha definido jurisdicción no contenciosa como “el procedimiento judicial seguido sin oposición de partes y en los cuales
la decisión no causa perjuicio a persona conocida” (Figueroa y Morgado, 2013a, p. 63), definición que se cimenta a partir
de la que enunció el Digesto (Couture, 1958, p. 45). La misma noción se contenía en la que planteaba en el siglo XIX el
proyecto de CPC de José Bernardo Lira: “Son actos judiciales no contenciosos o de jurisdicción voluntaria todos aquellos
para los cuales requiera la ley la intervención del juez y en que no se promueva cuestión alguna entre partes conocidas
y determinadas”. Con esta redacción se pretendía explicar la inclusión dentro de los actos judiciales no contenciosos de
algunas gestiones, como la Información para perpetua memoria (arts. 909 y ss. del CPC), que insinúan o promueven
cuestiones que sí podrían afectar a personas distintas del peticionario, con tal que no sean conocidas y determinadas
(Lazo, 1918, pp. 848 y 849).
Como quiera que estos enunciados destacan la presencia de dos elementos definitorios en la jurisdicción no contenciosa,
a saber, que la ley requiere expresamente la intervención del juez y que no se promueva contienda alguna entre partes
(Oberg y Manso, 2011, p. 32), se explica que se concibe a la jurisdicción no contenciosa como “la facultad que, en casos
expresamente determinados, otorga la ley a los tribunales para intervenir en asuntos en que no hay litigio, pero si [sic]
necesidad de tutela, control o comprobación de ciertos actos jurídicos” (SCS, Rol Corte Nº 5232-2019, cons. 6º).
Con abstracción de la ausencia de conflicto como elemento definitorio de la jurisdicción no contenciosa, se la ha descrito
como “aquella que se ejerce por el juez, a solicitud de una o de varias personas, en los casos especialmente previstos por
la ley, que tiene como finalidad cooperar al nacimiento de determinadas relaciones jurídicas y que, en consecuencia, las
resoluciones que en ella recaen no reconocen derechos ni imponen prestaciones entre partes” (Casarino, 1993, p. 62).
Para nosotros son actos judiciales no contenciosos las actuaciones emanadas de un tribunal, provocadas a petición de un
solicitante, cuando por expreso mandato de la ley un juez deba intervenir certificando algunas situaciones u otorgando
determinadas autorizaciones, para la protección de derechos e intereses que la ley considera socialmente relevantes.
8.3. Naturaleza jurídica
Una buena parte de la doctrina extranjera —mayoritariamente italiana— y nacional ha afirmado que la naturaleza de
estos actos no es propiamente jurisdiccional, sino que se trata más bien de actuaciones administrativas que emanan de un
tribunal para lograr una autorización o certificar ciertos hechos. Se hallan en una zona fronteriza entre lo jurisdiccional y

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lo administrativo, pero dado que la ley otorga a los jueces la competencia para intervenir en ellos, se trataría de actividad
administrativa ejercida por órganos jurisdiccionales (Bordalí, 2020, p. 160).
Se ha sostenido también que la jurisdicción voluntaria, si bien no es propiamente jurisdicción, tampoco puede asimilarse
íntegramente a los actos de la Administración, porque en estos ella resulta vinculada con los administrados, de suerte que
de los actos administrativos nace un vínculo entre la Administración y los particulares. En cambio, en la sentencia que
dicta el tribunal no existe una vinculación entre este y las partes; la sentencia deja al tribunal en una posición ajena a las
partes, como un extraño a la relación impuesta. En consecuencia, la naturaleza jurídica de la jurisdicción no contenciosa
sería sui generis aunque su conocimiento sea propio de los tribunales de justicia (Casarino, 1993, p. 65).
Actualmente algunos autores defienden que la llamada jurisdicción no contenciosa sí es de naturaleza jurisdiccional, porque
afirmar lo contrario, sosteniendo que donde no hay litis no hay jurisdicción, sería un punto de vista equivocado. En el
Estado Constitucional de Derecho la función del juez no se agota con la de aplicar la ley, sino que cumple un rol de tutela
de los derechos e intereses legítimos que se consideran socialmente relevantes. Por ello para que se considere que existe
función jurisdiccional no es siempre necesaria la constatación de que un derecho ha sido amenazado o violado, sino que
en algunos casos el juez actúa preventivamente para la protección de un derecho, del solicitante o de un tercero. De lo
dicho se entiende que “el deber jurisdiccional de protección, ciertamente, no puede ser resumido a un deber de tutela del
derecho amenazado o violado, pues nadie puede negar que el legislador, al establecer un procedimiento de jurisdicción
voluntaria, lo hace exactamente para garantizar la protección de un derecho socialmente relevante” (…) “Por lo tanto, no
es correcto admitir que la protección del derecho sólo pueda ocurrir después de la solución del conflicto, cuando alguna
de las partes se le haya reconocido por el juez como amenazado o violado. Es precisamente para ello, que el juez u otro
órgano o sujeto actúa preventivamente y para dar certeza y así proteger el bien o el derecho que, en la ausencia de la
participación de la jurisdicción, quedaría entregado a la voluntad de los particulares” (Marinoni et al., 2010, p. 139,
cursivas en el texto).
La importancia de distinguir la naturaleza jurídica de los actos judiciales no contenciosos radica en poder determinar
cuál es el estatuto jurídico que se les aplica, aspecto que nuestro sistema soluciona porque la jurisdicción no contenciosa
se encuentra regulada por la ley. Sin embargo existen zonas fronterizas en que, tratándose de asuntos altamente similares
entre los que existen solo diferencias menores, según el caso los interesados pueden gestionar directamente ante un órgano
de la Administración o deben concurrir a un tribunal para promover una gestión no contenciosa (p. ej. en la solicitud de
cambio de nombre algunos casos deben tramitarse ante los Juzgados de Letras y otros pueden tramitarse directamente
ante el Servicio de Registro Civil, según lo dispone la Ley Nº 17.344).
8.4. Criterios para distinguir entre la jurisdicción contenciosa y la no contenciosa
Se han propuesto una serie de criterios para diferenciar los actos de jurisdicción no contenciosa de los actos jurisdiccionales
propiamente tales o de jurisdicción contenciosa. Entre ellos podemos identificar:
1) Criterio que apunta a la voluntariedad de quien reclama la intervención del tribunal. La jurisdicción contenciosa se
ejerce respecto de “personas que no estando de acuerdo en sus pretensiones jurídicas, recurren ante un magistrado para
que en ejercicio de sus funciones precise los derechos de las partes u ordene su cumplimiento, según el caso”. La actuación
del demandante al interponer su demanda pone al demandado “en situación de tener que comparecer al juicio, o, por lo
menos, verse afectado por los resultados del mismo” (Casarino, 1993, p. 52). En cambio, en los actos de jurisdicción no
contenciosa ella se activa por la sola y espontánea voluntad del interesado cuando la ley así lo dispone.
Este criterio es inexacto, porque tratándose de la jurisdicción contenciosa deja sin explicar los casos en que las partes
se someten voluntariamente a la decisión de un juez, como ocurre con el arbitraje voluntario (art. 228 del COT) o bien
cuando el demandado se allana a la demanda (art. 313 del CPC). Por otra parte, en el ámbito de la jurisdicción no
contenciosa tampoco resulta satisfactorio para explicar que en muchos casos los solicitantes se hallan en la necesidad de
requerir la intervención judicial para la validez o eficacia de determinados actos jurídicos (p. ej. existiendo una donación
entre vivos ella debe ser insinuada, conforme al art. 1401 del CC).
2) Criterio que atiende a la existencia o no de conflicto entre partes. La jurisdicción contenciosa supone una controversia
entre partes. La contradicción sería un elemento consustancial en esta jurisdicción y, por lo mismo, es correcto referirse a

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las partes como sujetos de intereses contrapuestos. Si la jurisdicción se actúa a través de un proceso y este es por excelencia
contencioso dado que “supone, estructuralmente, dos posiciones en términos de contradicción” (Bordalí, 2020, p. 160),
entonces solo esta “jurisdicción contenciosa” sería propiamente jurisdicción. En la llamada jurisdicción no contenciosa no
existe conflicto, no existen pretensiones resistidas y, en consecuencia, no hay partes que hagan valer derechos o intereses
frente a la otra (su contraparte). Por esa razón quien requiere la actuación del tribual asume el nombre de interesado o
solicitante.
A pesar de la vigencia de este criterio clásico y que puede aportar con claridad una pauta diferenciadora (Casarino, 1993,
p. 57), siendo el que sigue nuestro legislador en el art. 817 del CPC, resulta ser formalista e incompleto, puesto que es
posible que exista un proceso jurisdiccional sin contienda entre partes. Ello ocurre cuando el proceso se sigue en rebeldía
del demandado (art. 78 del CPC), cuando el mismo se allana a la demanda o bien cuando no contradice, de manera
sustancial y pertinente los hechos sobre los que versa el juicio (art. 313 del CPC).
3) Criterio que apunta a la sustitución de la actuación de los destinatarios de la norma. Es la regla que propugna
Chiovenda, conforme a la que explica la naturaleza de la jurisdicción. Aplicado al caso resulta que, actuando la jurisdicción
contenciosa, el tribunal viene a sustituir una conducta que las partes se hallaban obligadas a cumplir como destinatarias
de las normas, pero que no ejecutaron voluntariamente. En los actos de jurisdicción no contenciosa la conducta de las
partes es insustituible, puesto que se encuentran, por orden de la ley, en la necesidad de provocar la intervención del
tribunal. Este no busca reemplazar una conducta debida por las partes, sino que solo ejecutar directamente la ley. Por
lo mismo Chiovenda atribuía a estos últimos actos un carácter meramente administrativo.
4) Criterio que atiende a la presencia o no de la cosa juzgada. Las sentencias emanadas de la jurisdicción contenciosa
pueden llegar a tener autoridad y eficacia de cosa juzgada, momento de consolidación en que sus efectos se tornan
inmutables, inimpugnables y coercibles. Las sentencias dictadas en asuntos de jurisdicción no contenciosa no producen
cosa juzgada, dado que los pronunciamientos en este ámbito son revocables y modificables (Bordalí, 2020, p. 161).
Pero de inmediato es necesario relativizar esta afirmación: ya hemos dicho que en asuntos contenciosos no siempre las
sentencias ejecutoriadas producen la inmutabilidad de sus efectos, puesto que hay casos en que la propia ley admite su
modificación por un cambio de circunstancias (p. ej. sentencia recaída en un juicio de alimentos), o por la incoación de
un nuevo juicio sobre el mismo asunto ya resuelto (p. ej. el derecho de los condenados en los interdictos posesorios para
deducir la acción ordinaria que corresponda, con la finalidad que en otro proceso se revise lo resuelto, según el art. 563
del CPC) o por la interposición de un recurso de revisión (art. 810 del CPC). En el proceso penal lo mismo puede ocurrir
por la promoción de un procedimiento de revisión de una sentencia condenatoria firme (arts. 473 y ss. del CPP).
Y en el ámbito de la jurisdicción no contenciosa, hay resoluciones que según la ley sí producen cosa juzgada. Estas son las
resoluciones afirmativas, es decir las que acogen la solicitud del peticionario, que se hallen cumplidas o ejecutadas. Por
el contrario, son revocables o modificables las resoluciones negativas y las afirmativas incumplidas (art. 821 del CPC).
5) Según la finalidad de una y otra jurisdicción. Se ha afirmado que los actos de jurisdicción contenciosa tienden a la
actuación de relaciones jurídicas existentes (p. ej. el tribunal ordena al comprador que pague el precio que debe). En
la jurisdicción no contenciosa, en cambio, los actos del tribunal tienen un fin constitutivo, ya que “tienden siempre a la
constitución de estados jurídicos nuevos o contribuyen al desenvolvimiento de relaciones existentes” en que no actúa un
derecho que corresponda a una parte en contra de otra (Chiovenda, 1940, p. 19, cursivas en el texto). El ordenamiento
jurídico reconoce a las personas la autonomía para celebrar actos que produzcan efectos jurídicos y, en general, basta la
sola manifestación de voluntad para que ellos nazcan y generen estos efectos. Sin embargo, en algunos casos el Estado
impone ciertos requisitos adicionales encaminados a la protección del interés público o el de determinadas personas, caso
en que “las trabas o restricciones se traducen legalmente en confirmaciones o autorizaciones de parte del Estado acerca
de la conveniencia o legalidad del acto que se va a realizar desempeñando en el nacimiento de las relaciones jurídicas
el rol de elementos de forma o extrínsecos. La eficacia jurídica de la relación [material] depende así directamente de la
observancia de estas formalidades” (Casarino, 1993, p. 61).
Si embargo la distinción pareciera no ser tan nítida si se repara en que los efectos constitutivos de la jurisdicción contenciosa
tienden a un derecho o una situación jurídica nueva, en cambio en la jurisdicción no contenciosa los actos que emanan del

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tribunal son una vía para el logro de determinados fines que la ley considera relevantes, como la publicidad de los actos,
la protección de ciertos derechos socialmente relevantes o la seguridad en el tráfico de ciertos bienes de importancia social
(Bordalí, 2020, p. 161).
8.5. Normas aplicables a estos asuntos
Como regulación general encontramos en el art. 2º del COT la norma competencial genérica que encarga expresamente
el conocimiento de los asuntos no contenciosos a los tribunales de justicia. Lo mismo hace el art. 45 Nº 2 letra c) del
COT, que encomienda a los Juzgados de Letras el conocimiento en primera instancia de estos asuntos. Por su parte, todo
el Libro IV del CPC regula el procedimiento de los actos judiciales no contenciosos, siendo el del Título I el básico y de
aplicación general, sin perjuicio de los requisitos y trámites particulares que se exijan para cada uno de los asuntos en
particular en la reglamentación de los Títulos II al XV.
Pero la regulación de ellos excede los marcos del CPC. Solo por identificar algunas, a modo de ejemplo, se hallan reglas
que rigen los actos judiciales no contenciosos en otros cuerpos legales:
1) En el CC (pf. 3º, Titulo II Libro I, que regula los trámites para la declaración de muerte presunta).
2) En la LJF (art. 102, ubicado en el pf. 3º Título IV, a propósito de los procedimientos especiales, norma que se remite
a las reglas del Libro IV del CPC “a menos que resulten incompatibles con la naturaleza de los procedimientos que esta
ley establece, particularmente en lo relativo a la exigencia de oralidad”).
3) En la Ley Nº 19.620 que regula la adopción de menores, en lo relativo al procedimiento de adopción (art. 23 inc. 2º:
“Sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 2º de la presente ley, la adopción tendrá el carácter de un procedimiento no
contencioso, en el que no será admisible oposición”).
4) En el Código de Minería (art. 34: “Las concesiones mineras se constituyen por resolución judicial dictada en un
procedimiento no contencioso…”).
5) En la Ley Nº 17.344 sobre cambio de nombres y apellidos (art. 2: “Será juez competente para conocer de las gestiones
a que se refiere la presente ley, el Juez de Letras en lo Civil del domicilio del peticionario”), que deja a salvo el derecho
de los interesados de solicitar el cambio de nombre, según el caso, directamente ante el Servicio de Registro Civil e
Identificación, de acuerdo con la Ley Nº 4.808.
6) En matera de libre competencia, como atribución del TDLC (art. 18 Nº 2 DL Nº 211).
8.6. Características más relevantes de los actos judiciales no contenciosos
Como una aproximación general para caracterizar los actos de jurisdicción no contenciosa, se pueden identificar los
siguientes rasgos:
1) Son actos jurídicos procesales. A pesar de su discutida naturaleza jurídica, sí puede señalarse al menos que son actos
jurídicos de naturaleza procesal, por lo que deben cumplir sus requisitos propios. Ello es así porque indudablemente la
ley asigna su conocimiento a los tribunales, por lo que constituyen actividad judicial.
2) Se rigen por el principio de taxatividad legal. El juez solo puede intervenir en los casos en que la ley expresamente
lo indica (art. 817 del CPC). Es por esto que la ley confiere expresa competencia a los tribunales para su conocimiento,
siendo asignada a los Juzgados de Letras (art. 45 Nº 2 del COT), sin perjuicio que, dependiendo de la gestión, conozcan
otros tribunales (p. ej. los Juzgados de Familia y el TDLC). En estos asuntos, además, el fuero de que goce el interesado
es irrelevante para la determinación de la competencia, por lo que no se eleva la categoría del tribunal llamado a conocer
del asunto (art. 827 del CPC).
3) Quien interviene no tiene la calidad de parte. Se ha dicho que lo que caracteriza a la jurisdicción contenciosa es la
existencia de dos o más partes, aun cuando falte la controversia o ella no sea actual (p. ej. allanamiento a la demanda,
rebeldía del demandado). En cambio, en los asuntos no contenciosos no hay más que un peticionario, que recibe también
el nombre de solicitante o interesado, pues se lleva adelante sin oposición de parte ni una estructura procesal que suponga
la existencia de una pretensión resistida (Oberg y Manso, 2011, p. 33).

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4) Ausencia de un conflicto jurídico. En la concepción de nuestro sistema estos procedimientos se caracterizan por la falta
de un conflicto jurídico (art. 817 del CPC). No existe conflicto jurídico material y, menos aun, uno procesal. Dado que
este es un criterio definitorio legal, es difícil comprender que dentro de los actos judiciales no contenciosos se considerara
la expropiación por causa de utilidad pública, en que el conflicto entre el Estado y el expropiado es al menos potencial
(Título XV Libro IV del CPC, derogado por el DL Nº 2.186 de 1978, que regula las expropiaciones).
5) Pueden transformarse en contenciosos. Estos actos pueden transformarse en contenciosos cuando exista un tercero
que se considere afectado por el acto no contencioso, intervenga reclamando de esta afectación y, por tanto, origine un
conflicto procesal. Es lo que admite el art. 823 del CPC al regular la intervención del legítimo contradictor.
6) La decisión no goza de los atributos de la cosa juzgada. Con ello se quiere decir que estas decisiones están sujetas
a la regla rebus sic stantibus, lo que implica que mientras se conserven las circunstancias que motivaron la decisión
ella se mantiene, pero si aquellas cambian la decisión también se modifica. Esto demuestra que carecen del atributo de
inmutabilidad que trae aparejada la cosa juzgada.
Sin perjuicio de lo anterior, según el art. 821 del CPC ello se predica solo de las resoluciones negativas (las que rechazan
la solicitud) y afirmativas que se encuentren sin cumplir (las que acogen la solicitud, pero no están aún ejecutadas). En
cambio, las resoluciones afirmativas cumplidas sí gozan del atributo de cosa juzgada, las que no pueden revocarse ni
modificarse.
8.7. Clasificación de los actos de jurisdicción no contenciosa
En la categoría de actos judiciales no contenciosos se encuentran muchos y de muy variada índole y no solo los del Libro
IV, sino también lo que están regulados en leyes especiales. Considerando esta circunstancia, pero sin olvidar que es la
ley la que los establece y entrega su conocimiento a los tribunales, presentamos una clasificación que atiende a sus efectos,
distinguiendo entre actos judiciales no contenciosos destinados a:
1) La protección de incapaces, como las autorizaciones para celebrar actos y contratos, el nombramiento de curadores
(arts. 838 y ss. del CPC) o la facción de inventario solemne (arts. 858 y ss. del CPC).
2) Declarar solemnemente hechos o actos jurídicos, como la declaración de muerte presunta (pf. 3º, Titulo II Libro I del
CC, arts. 80 y ss.)
3) Certificar ciertos hechos, como los trámites para la obtención de la posesión efectiva testada (arts. 877 y ss. del CPC).
4) La autentificación de algunas situaciones jurídicas, como las tasaciones (arts. 895 y ss. del CPC) o la confección el
inventario solemne (arts. 858 y ss. del CPC).
5) Producir efectos probatorios, como las informaciones para perpetua memoria (arts. 909 y ss. del CPC).
6) La evitación de fraudes, como el trámite de la insinuación de las donaciones (arts. 889 y 890 del CPC).
Cerrando el punto, debemos explicar que, en la medida que la legislación evoluciona, varias materias que han sido
entregadas al conocimiento de los tribunales de justicia como actos judiciales no contenciosos, también han sido puestas por
la ley dentro de la esfera de la competencia de los órganos de la Administración cuando concurren algunas circunstancias
particulares. Destacamos algunos casos:
1) En 2003 la Ley Nº 19.903 modificó los trámites para el otorgamiento de la posesión efectiva de la herencia quedada a
la muerta del causante, que hasta entonces se tramitaba como gestión no contenciosa únicamente ante los Juzgados de
Letras. Esta ley trasladó la tramitación de las posesiones efectivas cuando se trate de sucesiones intestadas, directamente
ante el Servicio de Registro Civil e Identificación correspondiente.
2) En materia de cambio de nombre, por aplicación de las normas pertinentes de la Ley Nº 4.808 y Nº 17.344, hay
casos en que el interesado puede requerir el cambio directamente ante el Servicio de Registro Civil e Identificación (p. ej.
rectificaciones por errores menores e incluso, la alteración en el orden de los apellidos, después de la modificación que
introdujo la Ley Nº 21.334 de 2022) o bien debe tramitarlo como gestión no contenciosa ante el Juzgado de Letras que
corresponda.

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3) Tratándose de la rectificación del sexo registral, la Ley Nº 21.120 (2018), que reconoce y protege la identidad de género,
permite que el interesado, si es una persona mayor de edad, lo solicite directamente ante el Servicio de Registro Civil e
Identificación; en cambio si es menor de edad (y mayor de 14 años) debe promover la gestión ante el Juzgado de Familia
competente (arts. 9º, 10, 12 y 13 de la Ley Nº 21.120).

ACTIVIDADES DE APLICACIÓN
1. Averigüe en qué caso/s es posible que se alegue la falta de jurisdicción de un tribunal chileno.
2. Indague cuál es el estado actual de la discusión en Chile acerca de la naturaleza jurisdiccional de la ejecución y si
esta debe o no estar en manos de los tribunales.
3. Investigue cuáles son las principales discusiones que se han promovido en el país con relación al art. 82 de la CPR.
4. Investigue qué órganos de gobierno judicial se han propuesto para Chile y en qué modelos se inspiran.
5. Investigue en qué caso relevante para la historia de Chile se ha aplicado el principio de jurisdicción universal.
6. Investigue cuáles fueron las principales objeciones que se plantearon en Chile para aceptar el estatuto de la Corte
Penal Internacional.
7. Investigue qué significa que los jueces realicen un control de convencionalidad al dictar las sentencias.
8. Investigue por qué el fallo de la CorteIDH en la causa Almonacid Arellano vs. Chile es relevante para el control de
convencionalidad.
9. Indague qué es la Corte Internacional de Justicia y cuáles son sus principales atribuciones.
10. Investigue qué significa para los jueces y las juezas resolver con perspectiva de género y busque algún caso reciente
en que un tribunal la haya aplicado.
11. Indague qué significa el atributo de la ductilidad y adaptabilidad de los procesos jurisdiccionales.
12. Averigüe qué significa el deber de colaboración procesal.
13. Identifique manifestaciones del deber de colaboración procesal en algunos procedimientos del CPC o de leyes
especiales.
14. Averigüe si sobre las partes del proceso civil existe el deber de decir la verdad.
15. Averigüe en qué casos recientes la Corte Suprema ha hecho uso de las facultades disciplinarias.

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Vargas Viancos, Juan Enrique (2018): “Informe de Chile”, en VVAA, Gobierno Judicial. Independencia y Fortalecimiento
de Poder Judicial en América Latina. Santiago de Chile, CEJA.
Zagrebelsky, Gustavo (2011): El Derecho dúctil. Ley, derechos y justicia. Madrid, Trotta.
Zuñiga Urbina, Francisco (2015): “Sentencia de la Excma. Corte Suprema de Justicia que acoge recurso de protección de
venezolanos Leopoldo López y Daniel Ceballos. Rol Nº 17.393-2015 de 18 de noviembre de 2015”, en Revista de Derecho
Público, Nº 83, pp. 167-181.

ABREVIATURAS:

Siglas y abreviaturas

AA Auto acordado
art. / arts. artículo(s)

63
Bol. Boletín
CADH Convención Americana de Derechos Humanos
Cap. Capítulo(s)
CC Código Civil
CdPP Código de Procedimiento Penal
CdT Código del Trabajo
CEDH Convenio Europeo de Derechos Humanos
CIDH Comisión Interamericana de Derechos Humanos
cons. considerando(s)
CorteIDH Corte Interamericana de Derechos Humanos
COT Código Orgánico de Tribunales
CP Código Penal
CPC Código de Procedimiento Civil
CPP Código Procesal Penal
CPR Constitución Política de la República
CTrib Código Tributario
DFL Decreto con fuerza de ley
DL Decreto ley
DPEJ Diccionario Panhispánico del Español Jurídico
DS Decreto Supremo
DUDH Declaración Universal de Derechos Humanos
inc. / incs. inciso(s)
LERL Ley sobre Efecto Retroactivo de las Leyes
LTE Ley N° 20.886 (ley de tramitación electrónica)
LJF Ley N° 19.968 (ley sobre Juzgados de Familia)
MP Ministerio Público
OC Opinión Consultiva
OJV Oficina Judicial Virtual
ONU Organización de las Naciones Unidas
p. ej. por ejemplo
pf. párrafo(s)
PIDCP Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
p. / pp. página(s)
RDJ Revista de Derecho y Jurisprudencia
SCA Sentencia de la Corte de Apelaciones

64
SCS Sentencia de la Corte Suprema
ss. siguientes
STC Sentencia del Tribunal Constitucional
TC Tribunal Constitucional
TDLC Tribunal de Defensa de la Libre Competencia
TEDH Tribunal Europeo de Derechos Humanos
TJOP Tribunal(es) de Juicio Oral en lo Penal
v. gr. verbigracia
vs. versus

INDICE:

Índice

Siglas y abreviaturas ................................................................................................................ 17


Prólogo ..................................................................................................................................... 19

Capítulo I
Introducción y fuentes del Derecho procesal
1. Concepto de Derecho procesal.................................................................................. 23
2. Características y elementos esenciales................................................................... 26
2.1 El Derecho procesal como rama del Derecho público............................................. 26
2.2 El Derecho procesal como Derecho adjetivo........................................................... 28
2.3 El Derecho procesal y su rol instrumental y autónomo........................................... 29
3. Clasificación del Derecho procesal.......................................................................... 30
3.1 Derecho procesal civil y penal................................................................................. 31
3.2..... Derecho procesal orgánico y funcional................................................................... 32
4. Relación con otras ramas del Derecho................................................................... 34
5. Fuentes del Derecho procesal.................................................................................... 40
5.1 Las fuentes directas o inmediatas........................................................................... 41
5.1.1 La Constitución Política de la República.................................................... 41
5.1.2 Los tratados internacionales..................................................................... 44
5.1.3 La ley procesal........................................................................................... 46
5.1.4 Los autos acordados.................................................................................. 47
5.2 Las fuentes indirectas o mediatas........................................................................... 48

65
5.2.1 La jurisprudencia de los tribunales de justicia........................................... 48
5.2.2 La dogmática jurídica................................................................................. 51
5.2.3 La costumbre jurídica procesal (o usos forenses)..................................... 53
5.2.4 El Derecho extranjero o comparado......................................................... 55
6. Tratamiento del conflicto y vías de solución....................................................... 56
6.1 La autotutela........................................................................................................... 60
6.2 La autocomposición................................................................................................. 61
6.2.1 La transacción............................................................................................ 64
6.2.2 La conciliación........................................................................................... 65
6.2.3 El avenimiento........................................................................................... 68
6.2.4 La mediación............................................................................................. 69
6.3 La heterocomposición............................................................................................. 71
Actividades de aplicación.................................................................................................................. 74

Capítulo II
La ley procesal
1. Generalidades................................................................................................................. 75
2. Concepto y clasificación.............................................................................................. 76
2.1 Las normas procesales orgánicas............................................................................. 78
2.2 Las normas procesales funcionales......................................................................... 79
3. Efectos de la ley procesal chilena............................................................................ 81
3.1 La ley procesal en el tiempo.................................................................................... 81
3.2 La ley procesal en el territorio................................................................................. 88
4. Interpretación e integración de la ley procesal................................................... 99
4.1 Nociones generales................................................................................................. 99
4.2 Interpretación de la ley procesal y los métodos de interpretación......................... 101
4.3 Integración de la ley procesal.................................................................................. 105
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 108

Capítulo III
La jurisdicción
1. Generalidades................................................................................................................. 109
1.1 Una primera aproximación a la jurisdicción............................................................ 109
1.1.1 La jurisdicción como potestad pública...................................................... 110
1.1.2 La jurisdicción como deber........................................................................ 111

66
1.1.3 El énfasis en la función.............................................................................. 111
1.1.4. En una dimensión orgánica....................................................................... 112
1.1.5 La perspectiva de la adjudicación.............................................................. 113
1.2 Definiciones de jurisdicción..................................................................................... 113
1.3 Características de la jurisdicción.............................................................................. 117
1.3.1 Tiene fuente constitucional....................................................................... 118
1.3.2 Es un concepto unitario............................................................................. 119
1.3.3 Su ejercicio es eventual............................................................................. 120
1.3.4 Es exclusiva e indelegable......................................................................... 121
1.3.5 Es irrenunciable e improrrogable.............................................................. 122
1.3.6 Su ejercicio produce cosa juzgada............................................................. 123
1.4. Naturaleza jurídica de la jurisdicción....................................................................... 125
1.4.1 Teorías subjetivas...................................................................................... 126
1.4.2 Teorías objetivas....................................................................................... 127
1.4.3 Teoría de la sustitución............................................................................. 130
1.4.4 La jurisdicción como satisfacción de pretensiones.................................... 132
2. Jurisdicción, acción y proceso................................................................................... 133
2.1 La acción.................................................................................................................. 134
2.1.1 Doctrinas tradicionales acerca de la naturaleza jurídica de la acción....... 134
2.1.1.1 Doctrinas monistas..................................................................... 135
2.1.1.2 Doctrinas dualistas: la autonomía de la acción.......................... 136
a) El dualismo concreto o acción en sentido concreto............. 137
b) El dualismo abstracto o acción en sentido abstracto........... 137
2.1.2 Concepción actual: la acción como derecho fundamental........................ 138
2.1.3 Consagración del derecho de acción......................................................... 140
2.1.4 Contenido del derecho de acción.............................................................. 141
2.1.5 La pretensión............................................................................................. 144
2.1.5.1 Nociones de pretensión............................................................. 144
2.1.5.2 Elementos de la pretensión....................................................... 146
2.1.5.3 Clasificaciones de la pretensión................................................. 146
2.1.6 El derecho de contradicción...................................................................... 148
2.1.6.1... El derecho constitucional de defensa........................................ 148
2.1.6.2... El ejercicio del derecho de contradicción.................................. 149
2.2 El proceso................................................................................................................ 151
2.2.1 Definiciones de proceso............................................................................ 151

67
2.2.2 Elementos constitutivos del proceso........................................................ 153
2.2.2.1 El elemento subjetivo................................................................ 153
a) Las partes............................................................................. 153
b) Los tribunales de justicia...................................................... 154
2.2.2.2 El elemento objetivo o contienda jurídica................................. 154
2.2.3 Naturaleza jurídica del proceso................................................................. 155
2.2.3.1 Doctrinas privatistas................................................................... 156
2.2.3.2 Teoría de la relación jurídica procesal....................................... 157
2.2.3.3 Teoría de la situación jurídica.................................................... 159
2.2.3.4 Teoría del proceso como institución.......................................... 162
2.2.4 Proceso y conceptos afines....................................................................... 164
2.2.4.1 Procedimiento............................................................................ 164
2.2.4.2 Juicio.......................................................................................... 164
2.2.4.3 Expediente................................................................................. 166
2.2.4.4 Debido proceso.......................................................................... 166
2.3 La jurisdicción y el proceso en el Estado Constitucional de Derecho...................... 167
3. Contenido y clasificación de la jurisdicción.......................................................... 168
3.1 El contenido de la jurisdicción................................................................................. 168
3.2 Clasificación de la jurisdicción................................................................................. 169
4. Facultades conexas a la jurisdicción....................................................................... 170
4.1 Facultades conservadoras....................................................................................... 170
4.2 Facultades disciplinarias.......................................................................................... 171
4.3 Facultades económicas............................................................................................ 172
5. Los momentos jurisdiccionales................................................................................. 173
5.1 El conocimiento....................................................................................................... 173
5.2 El juzgamiento......................................................................................................... 175
5.3 La ejecución o cumplimiento................................................................................... 179
6. Los límites a la jurisdicción........................................................................................ 181
6.1 Límites externos...................................................................................................... 181
6.1.1 La jurisdicción de otros Estados o límites externos internacionales......... 181
6.1.2 Las atribuciones de los demás poderes del Estado o límites externos constitucionales..................................................................
183
6.2 Límites internos....................................................................................................... 184
6.3 Límite temporal....................................................................................................... 185
7. Los equivalentes jurisdiccionales............................................................................. 186

68
7.1 Definición y naturaleza............................................................................................ 186
7.2 Clasificación............................................................................................................. 186
7.3 Los equivalentes en particular................................................................................. 187
7.3.1 Equivalentes en sede extraprocesal.......................................................... 187
7.3.1.1 La transacción............................................................................ 187
7.3.1.2 La sentencia extranjera.............................................................. 188
7.3.2 Los equivalentes en sede procesal............................................................ 191
7.3.2.1 La conciliación............................................................................ 192
7.3.2.2 El avenimiento........................................................................... 193
7.3.2.3 El sobreseimiento definitivo...................................................... 194
8. Actos judiciales no contenciosos............................................................................. 196
8.1 Cuestiones acerca de la nomenclatura.................................................................... 196
8.2 Definición................................................................................................................. 197
8.3 Naturaleza jurídica................................................................................................... 198
8.4 Criterios para distinguir entre la jurisdicción contenciosa y la no contenciosa....... 199
8.5 Normas aplicables a estos asuntos.......................................................................... 201
8.6 Características más relevantes de los actos judiciales no contenciosos.................. 202
8.7 Clasificación de los actos de jurisdicción no contenciosa........................................ 204
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 206

Capítulo IV
Bases de la Administración de Justicia
1. Generalidades................................................................................................................. 207
2. Principio de legalidad................................................................................................... 207
2.1 La legalidad del tribunal.......................................................................................... 207
2.1.1 Sentido y alcance....................................................................................... 207
2.1.2 El derecho al juez natural.......................................................................... 209
2.1.2.1 El juzgamiento por tribunales militares..................................... 209
2.1.2.2 Derecho al juez natural y la presencia de aforados................... 210
2.1.2.3 Compatibilidad con la justicia especializada.............................. 210
2.2 La legalidad del juzgamiento: la garantía del debido proceso................................. 211
2.2.1 Reconocimiento y contenido..................................................................... 211
2.2.2 El derecho al debido proceso en el sistema nacional................................ 213
2.2.3 Tutela judicial y debido proceso................................................................ 215
2.2.4 Debido proceso en el proceso penal......................................................... 216

69
3. Principio de independencia.......................................................................................... 217
3.1 Independencia orgánica e independencia funcional............................................... 219
3.2 Dimensión positiva y dimensión negativa de la independencia judicial................. 219
3.3 Independencia interna e independencia externa.................................................... 220
3.4 Independencia judicial y sistema de nombramiento de los jueces......................... 222
4. Principio de imparcialidad........................................................................................... 224
4.1 Imparcialidad subjetiva e imparcialidad objetiva.................................................... 225
4.2 Imparcialidad judicial e independencia institucional.............................................. 227
4.3 La imparcialidad y su protección en el sistema chileno........................................... 227
5. Principio de responsabilidad....................................................................................... 230
5.1 Tipos de responsabilidad judicial............................................................................. 230
5.1.1 Responsabilidad disciplinaria.................................................................... 230
5.1.1.1 La queja disciplinaria................................................................. 231
5.1.1.2 Recurso de queja........................................................................ 231
5.1.2 Responsabilidad penal o criminal.............................................................. 233
5.1.3 Responsabilidad civil................................................................................. 235
5.1.4 Responsabilidad política o constitucional................................................. 235
5.2 Responsabilidad de los jueces y gobierno judicial................................................... 236
6. Principio de inamovilidad............................................................................................ 239
6.1 Casos de amovilidad................................................................................................ 239
6.2 Otros casos de cesación del cargo........................................................................... 241
7. Principio de inexcusabilidad........................................................................................ 242
8. Principio de inavocabilidad......................................................................................... 244
8.1 Inavocabilidad interna e inavocabilidad externa..................................................... 244
8.2 Excepciones............................................................................................................. 244
9. Principio de gradualidad............................................................................................. 244
9.1 Elementos que lo configuran................................................................................... 245
9.1.1 La jerarquía................................................................................................ 245
9.1.2 La instancia................................................................................................ 246
9.2 Unidad o pluralidad de instancias y derecho al recurso.......................................... 247
10. Principio de pasividad................................................................................................... 249
10.1 El principio de pasividad en el sistema nacional..................................................... 250
10.2 Casos de excepción al principio............................................................................... 251
10.3 El principio de pasividad en las reformas al proceso civil chileno........................... 252
11. Principio de territorialidad........................................................................................ 253

70
11.1 El territorio jurisdiccional........................................................................................ 253
11.2 Excepciones al principio de la territorialidad.......................................................... 255
12. Principio de sedentariedad.......................................................................................... 256
12.1 Excepciones a la sedentariedad............................................................................... 257
12.2 Los deberes de residencia y asistencia.................................................................... 257
12.2.1 Excepciones a los deberes de residencia y asistencia............................... 258
12.2.2 Los deberes de residencia y asistencia durante la crisis sanitaria por covid-19 y las reacciones del sis-
tema.............................................................................. 258
13. Principio de publicidad................................................................................................. 262
13.1 Publicidad en los procedimientos reformados y las audiencias.............................. 263
13.2. Excepciones a la publicidad..................................................................................... 264
14. Principio de gratuidad................................................................................................. 266
14.1 Las costas del juicio................................................................................................. 266
14.2 El privilegio de pobreza........................................................................................... 267
14.3 La asistencia letrada gratuita en Chile..................................................................... 267
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 270

Capítulo V
La competencia
1. Sobre el concepto de competencia............................................................................ 271
2. Clasificación de la competencia................................................................................ 274
2.1 Atendiendo a los factores o elementos que sirven para establecer el tribunal que debe conocer y fallar un asunto de-
terminado: competencia absoluta y relativa.........................................................................................................................
275
2.2 Atendiendo a la fuente de donde emana la competencia del tribunal para conocer y resolver un asunto: competencia
natural y prorrogada................................................................................................................... 276
2.3 Atendiendo a si la competencia ha sido otorgada directamente por la ley o las partes, o proviene de otro tribunal:
competencia propia y delegada....................................................................................................................... 277
2.4 Atendiendo al ámbito de materias sobre las que tiene competencia el tribunal: competencia común y espe-
cial............................................................................... 278
2.5 Atendiendo a si existe solo un tribunal competente para conocer y fallar un asunto específico o hay varios que potencial-
mente podrían hacerlo: competencia privativa (o exclusiva) y acumulativa (o preventiva)..................................................................
280
2.6 Atendiendo a la instancia, etapa o grado del proceso en que el tribunal tiene competencia para conocer del asunto: com-
petencia en única, primera o segunda instancia.................................................................................................................. 281
2.7 Atendiendo a si en el asunto sometido al tribunal existe o no contienda entre partes: competencia contenciosa y no
contenciosa......................................................................................................................... 282
3. Reglas generales de la competencia.................................................................................... 283

71
3.1 Regla de la prevención............................................................................................ 284
3.2 Regla de la radicación o fijeza.................................................................................. 285
3.3 Regla de la extensión............................................................................................... 290
3.4 Regla del grado........................................................................................................ 291
3.5 Regla de la ejecución............................................................................................... 293
4. Competencia absoluta.......................................................................................................... 296
4.1 Fuero........................................................................................................................ 297
4.1.1 Clasificación del fuero............................................................................... 299
4.1.2 Cuestiones particulares sobre el fuero...................................................... 301
4.2 Cuantía..................................................................................................................... 303
4.2.1 Cuantía de asuntos civiles......................................................................... 304
4.2.2 Cuantía de asuntos penales....................................................................... 307
4.2.3 Influencia de la cuantía como factor de competencia absoluta................ 307
4.3 Materia.................................................................................................................... 309
5. Competencia relativa................................................................................................... 313
5.1 Competencia relativa en asuntos civiles contenciosos............................................ 314
5.2 Competencia relativa en asuntos civiles no contenciosos....................................... 319
5.3 Competencia relativa en asuntos penales............................................................... 322
5.4 Algunas reglas de competencia relativa en otras disciplinas................................... 324
6. Reglas de distribución de causas (y los turnos).................................................... 326
6.1 Excepciones a las reglas de distribución de causas................................................. 329
6.2. Otros mecanismos de distribución de causas.......................................................... 330
7. Prórroga de competencia........................................................................................... 332
8. La competencia civil de los tribunales penales...................................................... 336
9. Cuestiones y contiendas de competencia................................................................ 338
9.1 Contienda generada entre tribunales ordinarios (art. 190 del COT)....................... 339
9.2 Contienda producida entre tribunales especiales, o entre estos y tribunales ordinarios (art. 191 del COT).....................................
340
9.3 Contiendas entre tribunales y autoridades políticas o administrativas .................. 340
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 342

Capítulo VI
Tribunales de Justicia
1. Concepto y nociones generales................................................................................. 345
2. Clasificación de los tribunales de justicia.............................................................. 345

72
2.1 De acuerdo con lo previsto en el art. 5º del COT (o según su naturaleza): ordinarios, arbitrales y espe-
ciales............................................................................................. 345
2.2 En atención a si los jueces son o no abogados: letrados y legos............................. 348
2.3 Según si deben o no emplear normas jurídicas para la tramitación y resolución del asunto: tribunales de Derecho y
de equidad........................................................................ 348
2.4 Según si la decisión jurisdiccional es adoptada por uno o varios jueces: tribunales unipersonales y colegia-
dos...................................................................................... 349
2.5 Según si están o no permanentemente en funciones (o según su estabilidad): tribunales accidentales y tribunales
permanentes................................................................... 350
2.6 Según su jerarquía: tribunales superiores e inferiores............................................ 351
3. Análisis particular de los tribunales de justicia................................................... 351
3.1 Juzgados de Letras................................................................................................... 351
3.1.1 Funcionamiento........................................................................................ 353
3.1.2 Nombramiento de los jueces de letras...................................................... 353
3.1.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 354
3.1.4 Subrogación............................................................................................... 355
3.1.5 Deberes y prohibiciones de los jueces de letras....................................... 356
3.1.6 Materias que están dentro de la competencia del juzgado de letras....... 357
3.2 Juzgados de Garantía............................................................................................... 359
3.2.1 Funcionamiento........................................................................................ 359
3.2.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 361
3.2.3 Subrogación............................................................................................... 362
3.2.4 Deberes y prohibiciones de los jueces de garantía................................... 363
3.2.5 Materias que conocen los juzgados de garantía....................................... 363
3.3 Tribunales de Juicio Oral en lo Penal....................................................................... 364
3.3.1 Funcionamiento........................................................................................ 364
3.3.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 366
3.3.3 Subrogación............................................................................................... 367
3.3.4 Deberes y prohibiciones de los jueces del tribunal de juicio oral en lo penal ............................................................................
367
3.3.5 Materias que conocen los tribunales de juicio oral en lo penal................ 368
3.4 Juzgados de Familia................................................................................................. 368
3.4.1 Funcionamiento........................................................................................ 370
3.4.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 370
3.4.3 Subrogación............................................................................................... 371
3.4.4 Deberes y prohibiciones de los jueces de familia...................................... 371

73
3.4.5. Materias que conoce el juzgado de familia............................................... 371
3.5 Juzgados de Letras del Trabajo................................................................................ 374
3.5.1 Funcionamiento........................................................................................ 375
3.5.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 375
3.5.3 Subrogación............................................................................................... 376
3.5.4 Deberes y prohibiciones de los jueces de letras del trabajo..................... 376
3.5.5 Materias que conocen los juzgados de letras del trabajo......................... 376
3.6 Juzgados de Cobranza Laboral y Previsional............................................................ 377
3.6.1 Funcionamiento........................................................................................ 377
3.6.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades y subrogación......... 379
3.6.3 Deberes y prohibiciones de los jueces de los juzgados de cobranza laboral y previsional...............................................................
379
3.6.4 Materias que conocen los juzgados de cobranza laboral y previsional..... 379
3.7 Tribunales unipersonales de excepción................................................................... 380
3.7.1 Funcionamiento........................................................................................ 380
3.7.2 Materias que conocen los tribunales unipersonales de excepción........... 380
3.8 Cortes de Apelaciones............................................................................................. 383
3.8.1 Funcionamiento........................................................................................ 384
3.8.2 Nombramiento.......................................................................................... 390
3.8.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 390
3.8.4 Subrogación............................................................................................... 391
3.8.5 Deberes y prohibiciones de los ministros de Corte de Apelaciones.......... 391
3.8.6 Materias que conocen las Cortes de Apelaciones..................................... 392
3.9 Corte Suprema......................................................................................................... 396
3.9.1 Funcionamiento........................................................................................ 398
3.9.2 Nombramiento.......................................................................................... 399
3.9.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 400
3.9.4 Subrogación............................................................................................... 400
3.9.5 Deberes y prohibiciones de los ministros de Corte Suprema.................... 401
3.9.6 Materias que conoce la Corte Suprema.................................................... 401
3.10 Tribunales arbitrales................................................................................................ 404
3.10.1 Clasificación............................................................................................... 406
3.10.2 Nombramiento.......................................................................................... 407
3.10.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 409

74
3.10.4 Materias que están dentro de la competencia de los tribunales arbitrales ...........................................................................
410
4. Auxiliares de la administración de justicia............................................................. 411
4.1 Fiscalía Judicial......................................................................................................... 412
4.1.1 Nombramiento.......................................................................................... 413
4.1.2 Funciones de los fiscales judiciales............................................................ 413
4.2 Defensores públicos................................................................................................ 415
4.2.1 Nombramiento.......................................................................................... 415
4.2.2 Funciones de los defensores públicos....................................................... 415
4.3 Relatores.................................................................................................................. 416
4.3.1 Nombramiento.......................................................................................... 417
4.3.2 Funciones de los relatores......................................................................... 417
4.4 Los Secretarios......................................................................................................... 418
4.4.1 Nombramiento.......................................................................................... 418
4.4.2 Funciones.................................................................................................. 418
4.5 Los administradores de tribunales.......................................................................... 420
4.5.1 Nombramiento.......................................................................................... 420
4.5.2 Funciones de los administradores de tribunales....................................... 421
4.6 Receptores............................................................................................................... 422
4.6.1 Nombramiento.......................................................................................... 422
4.6.2 Funciones de los receptores...................................................................... 422
4.7 Procuradores del número........................................................................................ 423
4.7.1 Nombramiento.......................................................................................... 423
4.7.2 Funciones del procurador del número...................................................... 423
4.8 Notarios................................................................................................................... 424
4.8.1 Nombramiento.......................................................................................... 425
4.8.2 Funciones de los notarios.......................................................................... 425
4.9 Conservadores......................................................................................................... 426
4.9.1 Nombramiento.......................................................................................... 426
4.9.2 Funciones de los conservadores................................................................ 426
4.10 Archiveros................................................................................................................ 427
4.10.1 Nombramiento.......................................................................................... 427
4.10.2 Funciones de los archiveros...................................................................... 427
4.11 Consejos técnicos.................................................................................................... 428
4.11.1 Nombramiento.......................................................................................... 428

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4.11.2 Funciones del consejo técnico................................................................... 429
4.12 Bibliotecarios judiciales........................................................................................... 429
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 430
Bibliografía citada .................................................................................................................... 433

Tirant Lo Blanch 2023

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