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Doctrina

Fecha: [”19/04/2023”]
Autores: [”Ramón Beltrán Calfurrapa”, ”Cristian Contreras Rojas”, ”Enrique Letelier Loyola”]
Municipalidades: false
TEXTO:

Capítulo I
Introducción y fuentes del Derecho procesal

1. Concepto de Derecho procesal


Quien se proponga identificar el concepto de Derecho procesal se encontrará con numerosos problemas e inconvenientes.
El primero de ellos semántico o, si se quiere, de significado. En efecto, basta una somera lectura de los distintos manuales
y tratados que existen sobre la materia, para percatarse que existen tantas definiciones cuantos autores hay. Y lo
desconcertante de ello, más allá de su variedad y heterogeneidad, es que la mayoría de los conceptos de Derecho procesal
siguen acuñando definiciones descriptivas, muchas veces indebidamente desatendidas, y que están impregnadas de ideas
supuestamente neutras, unitarias y atemporales de proceso y sus diversas manifestaciones.
Quizás por ello, sea un lugar común definir al Derecho procesal apelando a dos puntos de vista: uno orgánico y otro
funcional. Se dice, en efecto, que el Derecho procesal es una rama del Derecho público que, en lo orgánico, se preocupa
de la organización y atribuciones de los tribunales de justicia y, en lo funcional, atiende a la forma de los diversos tipos
de procedimientos existentes. De allí que, vinculando tales ideas a la teoría general del proceso, se delimite casi siempre
su finalidad desde un punto de vista instrumental: esto es, como un medio apto e idóneo para la solución de conflictos
de relevancia jurídica.
Ahora bien, si los estudiosos del Derecho procesal no cuestionan lo anterior, no se debe, casi con seguridad, a una suerte
de relajo o displicencia en el análisis de la materia, sino más bien a la concurrencia de una serie de tópicos que modelan
la forma como se asume tradicionalmente el Derecho procesal.
El primer factor o tópico, a nuestro juicio, pasa por la adhesión (muchas veces inconsciente) a ciertas concepciones
teóricas que ayudaron a conformar nuestra disciplina. Basta pensar, en este sentido, en la injerencia de ciertas escuelas
procesales europeas de inicios del siglo pasado, las cuales, siguiendo muy de cerca el legalismo y la ritualidad procedimental
(Calamandrei, 2006, p. 24), calaron hondo en la configuración de institutos procesales hoy asumidos como comunes: la
comprensión de la acción procesal, el análisis de los presupuestos procesales, el estudio la relación jurídico-procesal, así
como un sinnúmero de otras tantas categorías jurídico-procesales. El punto, sin embargo, y más allá del gran aporte de
tales concepciones, es que la adhesión incondicionada a las mismas ha implicado que el Derecho procesal y su objeto de
estudio se asuma desde un plano de análisis extremadamente formal, cerrado y atemporal. Todo esto, por cierto, no solo
ha supuesto una pretendida “neutralidad” o “pureza” de sus contenidos, sino que también ha tendido a desconocer el
carácter marcadamente abierto y contingente del Derecho procesal: vale decir, sus condicionamientos sociales, políticos
y económicos que, en cada momento histórico, reestructuran y modelan el núcleo del proceso y sus diversas exigencias.
A lo anterior se suma, en segundo lugar, que no basta solo con asumir un plano estrictamente semántico (de significado)
y pragmático (de contexto) del concepto de Derecho procesal. De hecho, si asumimos que nuestra disciplina está constan-

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temente permeable al cambio y al dinamismo, es porque ostenta una pretensión evidentemente práctica. Nadie podría
dudar, en efecto, que el Derecho procesal se estructura sobre la base de la interacción entre lo normativo, lo fáctico y
valorativo, más aún cuando se observa desde el prisma de los operadores jurídicos y, en particular, de la función realizada
por los tribunales de justicia. De hecho, si el Derecho procesal posee un arsenal analítico y explicativo, es precisamente
porque su telón de fondo se orienta a lo real y concreto. No asumiendo una suerte de escepticismo frente a las normas
del sistema jurídico, sino operando con reglas y principios que necesitan de una argumentación concreta, debidamente
justificada y que sea susceptible de un control posterior. De allí, entonces, que el Derecho procesal y su objeto de estudio
deban siempre ser contemplados desde un prisma de dinamismo y cambio, más aún cuando su carácter “abstracto” en
ocasiones es el obstáculo principal a su evolución y adaptación a las necesidades reales de justicia.
A partir de lo anterior, en tercer término, si el Derecho procesal es contemplado desde su vocación a la “praxis”, debe
comprenderse su inserción en un mundo que prevé nuevas formas normativas de convivencia nacional e internacional. De
hecho, desde este último ámbito, es sabido que el fenómeno procesal se ha visto enriquecido no solo por decisiones de
tribunales internacionales, sino que también por un reconocimiento explícito de derechos y garantías fundamentales. De
esta forma, derechos como el acceso a la justicia, el derecho a defensa, el derecho al recurso, entre otros tantos, hacen
que el Derecho procesal rompa su visión estrictamente formal y pase a ocupar un lugar privilegiado en la sistematización
y estructuración de garantías de fondo. No en vano, en múltiples ocasiones diversos tribunales internacionales han
declarado la responsabilidad internacional del Estado chileno, disponiendo una serie de medidas de reparación y no
repetición, frente a la aplicación de normas lesivas de garantías procesales que se consideran barreras infranqueables en
todo sistema normativo que se tilde de democrático. Así, a modo de ejemplo, considérese el caso Norín Catrimán y otros
vs. Chile, en el cual, la CorteIDH, con fecha 29 de mayo de 2014, declaró la responsabilidad internacional del Estado
de Chile por la violación del principio de legalidad y el derecho a la presunción de inocencia, así como del principio
de igualdad y no discriminación, la igual protección de la ley en el ejercicio de los derechos y del derecho a la libertad
personal, en perjuicio de las ocho víctimas de este caso, a saber: tres dirigentes, cuatro miembros y una activista del
pueblo mapuche. Asimismo, se declaró que el Estado de Chile violó el derecho de la defensa de los denunciantes y el
derecho a recurrir el fallo ante un juez o tribunal superior, todo lo cual a su vez vulneró el derecho a un debido proceso
legal.
Quizás por ello, en cuarto lugar, se debería huir a la tentación por establecer una conceptualización unitaria de Derecho
procesal. Esto, porque un somero análisis de las garantías y derechos que integran el proceso civil y el proceso penal,
hace comprender la imposibilidad material para establecer un tratamiento común e indiferenciado de tales ámbitos.
Ciertamente, en diversas ocasiones se ha intentado desarrollar lineamientos generales de los distintos Derechos procesales
y, a partir de allí, fijar una serie de institutos y rasgos comunes en aras de asegurar previsibilidad, igualdad y seguridad
jurídica. Sin embargo, si bien ambos ámbitos comparten muchas similitudes y afinidades, no es menos cierto que su
pretendido enfoque unitario esconde roles distintos, finalidades distintas y paradigmas distintos. Piénsese, en este sentido,
en las finalidades complejas e incluso a veces diacrónicas del proceso penal, las cuales, en la mayoría de los casos, se
encuentran asediadas no solo por criterios político-criminales y criminológicos comunes al ímpetu social, sino que también
por técnicas e instrumentos invariablemente diversos: la averiguación del hecho punible, la protección del inocente, la
distribución de riesgo de error en la condena, la determinación y ejecución de la pena, etc. Por ende, “una definición
plena de sentido solo se puede dar en el marco del Derecho procesal correspondiente, pues un concepto general común
queda demasiado abstracto y, por ello, no aporta nada nuevo a la tarea de administrar justicia” (Roxin y Schünemann,
2019, p. 63).
Así las cosas, reconociendo que nos enfrentamos a una disciplina compleja, representativa de diferentes aspectos inter-
relacionados entre sí, pero que requieren explicaciones y justificaciones particularizadas, en lo sucesivo entenderemos
por Derecho procesal distinguiendo sus concretos ámbitos de acción tanto en lo procesal civil como en lo procesal penal.
Para ello, si bien estableceremos que ambas ramas son mecanismos de legitimación formal de decisiones jurisdiccionales,
asumiremos que ellas parten de una óptica teleológica y funcional diversa: a saber, el área procesal civil, contextual-
izada no solo como un medio para la resolución de conflictos intersubjetivos de intereses privados, sino también —y
preferentemente— como un instrumento idóneo para el esclarecimiento de la verdad en aras de la salvaguarda de dere-
chos y garantías fundamentales (Marinoni y Mitidiero, 2015, p. 23); el área procesal penal, por su parte, atingente al

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estudio del conjunto de reglas y principios que estatuyen y disciplinan la investigación de los hechos constitutivos de
delito, los que determinan la participación punible, los que acreditan la inocencia del imputado y, en su caso, los que
modelan la aplicación y ejecución de la sanción penal. En razón de ello, comprenderemos que el concepto de Derecho
procesal se halla, pues, inseparablemente ligado a la necesidad por distinguir entre las funciones y fines que inspiran sus
concretos ámbitos de acción, más aún se enmarcan dentro de una pluralidad de fuentes normativas que trascienden las
peculiaridades nacionales y que ostentan una pretensión ius-fundamental.
Con todo, quien ponga atención a las anteriores ideas, si bien podrá compartir las diferencias entre las dos especies de
proceso, también podrá concordar que la distancia en el modo de concebir estas diferencias no supone necesariamente
una incompatibilidad absoluta. De hecho, la estructura de todo proceso es dialéctica y, en ese sentido, se sustenta en la
contraposición entre dos o más posiciones, que se manifiestan en dos o más versiones fácticas y normativas que deben
ser resueltas por un tercero imparcial e independiente. Por ende, guardando las proporciones del caso y efectuando las
distinciones de rigor, teóricamente creemos que es posible trazar ciertos “lugares comunes” no solo entre lo procesal civil
o penal, sino que también en cualquier ámbito donde el fenómeno procesal se manifieste. De esta forma, pensamos que el
gran desafío de quien se proponga el estudio de esta disciplina está precisamente en saber identificar lo general desde lo
particular o, si se quiere, abordar la uniformidad desde la diversidad, puesto que solo de esta forma se podrán armonizar
los vastos e intrincados ámbitos en los cuales opera contemporáneamente el Derecho procesal.

2. Características y elementos esenciales


El enfoque tradicional sobre esta materia casi siempre aborda como características propias del Derecho procesal lo sigu-
iente: su adscripción como rama al Derecho público, su carácter marcadamente adjetivo, su rol esencialmente instrumental
y su cariz autónomo. Pues bien, a partir de tales rasgos, a continuación desarrollaremos brevemente estas ideas, marcando,
en todo caso, ciertos aspectos dables de considerar.
2.1. El Derecho procesal como rama del Derecho público
Sin entrar al debate teórico particular, diremos que la contraposición entre “Derecho público” y “Derecho privado” se
manifiesta como una de las vías más tradicionales a través de las cuales se estudian las ramas del Derecho: el Derecho
público, en este sentido, representaría aquella rama del Derecho que regula las relaciones entre el Estado y los particulares;
y, el Derecho privado, involucraría aquella rama del saber jurídico que regula la relaciones entre particulares y, en casos
excepcionales, las relaciones entre los particulares y el Estado, siempre y cuando este último actúe desprovisto de su
facultad de “imperio”.
Sin perjuicio de lo anterior, si bien tal distinción presupone en principio un modo adecuado para caracterizar el Derecho
procesal, no es menos cierto que su manifestación es meramente formal y debe ser complementada con criterios de
fondo. Ello, pues, aun a riesgo de simplificar, el adjetivo “público” en nuestra disciplina denota no solo una forma
peculiar y singular de “relación jurídica”, sino que también las fronteras y límites bajo los cuales los órganos del Estado
y, particularmente, los tribunales de justicia, deben actuar ejerciendo sus potestades frente a los ciudadanos. En efecto,
en su sentido estricto, el Derecho público representa un instrumento jurídico-político que restringe los ámbitos de acción
de las autoridades y, por ende, que se encarga de establecer cómo, cuándo y dónde la intervención del poder público debe
ser ejercida (Schmidt-Aßmann, 2003, p. 55). Piénsese, en este sentido, en las distintas reglas y principios jurídicos que
modelan y restringen la persecución criminal, la administración de justicia (en la medida que su ejercicio no sea privatizable
en la forma de arbitrajes), el ejercicio de la fuerza pública, la defensa técnica y letrada, así como un sinnúmero de otras
funciones de envergadura en lo procesal. En todos estos casos, a nuestro modo de ver, se constata que lo “público” no solo
importa un medio a través del cual se fijan “relaciones” que sustraen ciertos asuntos de la esfera privada para radicarlos
en lo público, sino que también se estructuran una serie de cauces institucionales que establecen frenos y contrapesos a
cualquier forma de abuso y violencia estatal.
Ahora bien, que el Derecho procesal sea una disciplina contextualizada en el Derecho público, no nos puede llevar a pensar
que en su seno solo existen “normas de orden público”. De hecho, en nuestra disciplina —al igual que en cualquiera otra—
se entremezclan normas de diversa naturaleza. Por ello, con independencia de la distinción binaria entre Derecho público

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y Derecho privado, debiésemos asumir que tales “divisiones” en estricto rigor constituyen categorías (Guzmán, 2001, p.
22), puesto que en su interior siempre es posible identificar y apreciar distintas normas en su particularidad concreta. De
allí, entonces, que identificando el Derecho procesal como una categoría de lo público, sea perfectamente posible encontrar
en su estructuración tanto “normas de orden público” como “normas de orden privado”.
Son normas de orden público, en este sentido, aquellas de carácter imperativo y que además consagran derechos irrenun-
ciables para las partes, de manera tal que no pueden dejar de ser observadas y su interpretación siempre será restrictiva.
Por ejemplo, las normas de competencia absoluta, las reglas referentes a la composición de los tribunales, o bien las
relativas a las formas y fases establecidas para el desarrollo de los procedimientos. A su turno, son normas de orden
privado, aquellas que pueden ser modificadas o alteradas por las partes, e incluso si se establecen derechos disponibles
para estas, pueden ser perfectamente renunciadas. Por ejemplo, las normas de competencia relativa en materia procesal
civil, o bien aquellas que permiten acuerdos reparatorios entre víctima e imputado en materia procesal penal.
2.2. El Derecho procesal como Derecho adjetivo
El contraste entre Derecho sustantivo y adjetivo al parecer se remontaría a Jeremy Bentham, quien, en una obra titulada
“Of Laws in General”, manifestó que en todo sistema jurídico existirían dos tipos de leyes: unas principales, que subsisten
por sí mismas sin ser complementadas por ninguna otra; y otras subsidiarias, que necesitan de leyes principales a las
cuales acceder a fin de lograr su operatividad (Bentham, 1970, p. 141). De allí que, a su juicio: “aquellas leyes que no
pueden sostenerse por sí solas, sino que requieren ser precedidas por alguna otra a la que puedan adherirse, pueden ser
llamadas leyes adjetivas o enclíticas; las opuestas, sustantivas o autosubsistentes. A la clase adjetiva pertenecen todas
aquellas leyes relativas al curso del procedimiento judicial” (Bentham, 1970, p. 142).
A partir de lo anterior, la diferencia entre lo sustantivo y adjetivo se expandió a países ajenos al sistema anglosajón,
permitiendo hasta el día de hoy identificar al Derecho procesal como un tipo de Derecho adjetivo y subsidiario del
Derecho material. No en vano, gran parte de la doctrina y la jurisprudencia comparadas continúa viendo al Derecho
procesal como “la doncella del derecho sustantivo que lo sigue tan fielmente como una sombra” (Damaska, 2000, p. 255).
Sin embargo, si bien tal categoría fue parte de un superficial análisis del fenómeno jurídico, no debemos perder de vista que
su finalidad fue establecida con un objetivo esencialmente práctico: limitar ciertos ámbitos del Derecho cuya amplitud e
indeterminación podría degenerar en una eventual arbitrariedad. En efecto, como bien se sabe, fue una característica de la
Ilustración el intentar construir sistemas jurídicos ideales, deducidos de ciertos principios autoevidentes y con capacidad
para resolver cualquier caso concebible. De acuerdo con ello, las doctrinas jurídicas siguientes mantuvieron posturas
formalistas extremas, consistentes, como es bien sabido, en resaltar el imperio de la ley, la separación de poderes y la
proscripción de la arbitrariedad. Quizás por ello, según la célebre frase de Montesquieu, los jueces deberían ser solo “la
boca que pronuncia las palabras de la ley, seres inanimados que no pueden moderar ni la fuerza ni el rigor de aquéllas”
(Montesquieu, 1884, p. 268).
Ocurre, sin embargo, que bien pronto se observó que la sola legalidad no era segura garantía en contra de la arbitrariedad,
motivo por el cual gran parte de la doctrina acogió la división entre Derecho adjetivo y sustantivo con un fin evidente: hacer
depender el fenómeno procesal legalizado a otras instancias normativas que funcionen como freno y límite de este último.
No obstante ello, y a pesar que tal distinción ha perdurado hasta nuestros días, cabe resaltar que contemporáneamente la
separación entre lo sustantivo y lo adjetivo se difumina en grados imperceptibles, motivo por el cual la línea demarcatoria
entre tales ámbitos simplemente no existe. Ello, como veremos más adelante, no solo por la evolución del principio de
legalidad al principio de “juridicidad”, sino que también porque la fisonomía actual del Derecho procesal es esencialmente
de corte iusfundamental. De esta forma, incluso si se quisiera mantener tal distinción, habría que concluir que el Derecho
procesal debe ser leído desde la mancomunión y no desde la separación, más aún cuando a partir de ello se hacen
realizables precisamente derechos y garantías fundamentales.
2.3. El Derecho procesal y su rol instrumental y autónomo
El Derecho procesal es instrumental, al igual que casi todas las ramas del Derecho, porque es un medio que se plantea para
la realización de ciertos fines. En efecto, si asumimos que el Derecho procesal se desenvuelve como un medio normativo
e institucional diseñado para acoger y canalizar diversas expectativas sociales, no cabe duda de que su orientación es

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instrumental al estar dirigido al cumplimiento de valores públicos como la justicia, la paz social y la estabilidad normativa.
De allí que dicho carácter no implique ni signifique accesoriedad, precariedad o contingencia, sino una funcionalidad
orientada a conseguir la justa composición de los litigios.
Sin embargo, aun cuando el proceso deba orientarse al cumplimiento de tales fines, no resulta trivial preguntarse cuáles
son tales metas teleológicas que el Derecho procesal debería satisfacer. Ello, pues, al margen que el proceso deba servir
de instrumento para el ejercicio de la acción y de la jurisdicción, para el desarrollo y establecimiento de un justo y debido
proceso o, en suma, para conseguir la tutela judicial efectiva de cuestiones sustanciales y controvertidas, son múltiples
los fines que a través de aquél pueden perseguirse: para algunos, en efecto, tales objetivos se conseguirían mediante la
correcta aplicación del Derecho; para otros, en cambio, se lograrían resaltando el carácter heterocompositivo del proceso
en aras de dar solución a asuntos controvertidos; y, por fin, para otros, se lograría mediante el establecimiento de la
verdad (probable) de los enunciados fácticos sometidos a controversia.
Pues bien, independientemente de los ríos de tinta que se han escrito sobre lo anterior, pensamos que si el Derecho procesal
es un instrumento institucional y, como tal, se orienta a la puesta en marcha de un sinfín de valores públicos, no resulta
coherente ni mucho menos razonable atribuirle un único y exclusivo fin. Ello, pues, más allá de la disputa ideológica
que condiciona las aproximaciones, no se puede desconocer que son múltiples los factores que conjuntamente debiesen
concurrir para identificar al proceso como un instrumento racional y justo. El Derecho procesal es, por ende, un lugar
donde se interpretan y aplican normas jurídicas, se resuelven controversias por medio de decisiones deseablemente justas
y, ciertamente, se realizan actividades encaminadas a obtener conocimientos verdaderos sobre los hechos de la causa. Pero
tampoco se agota allí. En este, desde una perspectiva constitucional y democrática de Derecho, convergen además otros
fines casi olvidados y no bien asumidos por la dogmática tradicional: reconocimiento y protección de derechos e intereses
difusos, una adecuada gestión de los casos judiciales (Letelier, 2021, pp. 160 y ss.) y las exigencias de materialización
de diversos métodos alternativos de solución de conflictos (Vargas y Fuentes, 2019, pp. 25 y ss.; Delgado, 2018, pp. 569
y ss.). De esta forma, a nuestro modo de ver, el rol instrumental de nuestra disciplina se materializa en una serie de
objetivos y fines que deben ser apreciados de forma conjunta y sistemática, de modo que su necesidad de apertura y
adaptabilidad responda a legitimar formal y materialmente la justicia de cada decisión.
Ahora bien, si somos conscientes de lo antes indicado, debiésemos tener precaución al tiempo de identificar al Derecho
procesal como una disciplina autónoma. Ello, no solo por la necesaria complementariedad que debería darse entre lo
material y lo formal, sino que también porque tal autonomía y neutralidad rigidiza la respuesta particular que se demanda
en cada caso concreto. De hecho, si entendemos por autonomía el hecho que el Derecho procesal posee institutos, normas
y técnicas que le son propias, el Derecho procesal resultará autónomo simplemente por una cuestión de abstracción y
mera formalidad. Sin embargo, si entendemos por autonomía la necesidad de integrar el proceso en armonía con normas
adjetivas, sustantivas y iusfundamentales, tal autonomía implicará asumir una óptica distinta: una perspectiva donde la
autonomía no es sinónimo de neutralidad o indiferencia, sino complementariedad y reciprocidad en pos de las específicas
necesidades de tutela y justicia al caso concreto. En otras palabras, un Derecho procesal que para ser eficaz se adapte
a la particular naturaleza de su objeto, previendo, tanto en lo orgánico como lo funcional, de jueces y procedimientos
idóneos para proporcionar formas adecuadas de respuesta a las necesidades de cada caso (Marinoni y Mitidiero, 2015, pp.
457-458).

3. Clasificación del Derecho procesal


Tradicionalmente, con fines propedéuticos y de sistematización, se acostumbra a proponer una serie de clasificaciones de lo
procesal dependiendo de distintos criterios a considerar. Ello, como ya lo anticipamos, parte esencialmente de una visión
unitaria del Derecho procesal, en cuya virtud el proceso sería “uno” y sus manifestaciones procedimentales “variadas”.
Esto, por un lado, ha permitido hasta hoy día mantener en nuestro medio una visión muchas veces acrítica y atomizada
para afrontar el estudio de nuestra disciplina y, por otro lado, ha limitado nuestra visión acerca de las diversas tipologías
que el Derecho procesal actualmente manifiesta. En otros términos, por demarcar una idea esencialmente unitaria y un
enfoque “proceso-céntrico” (Vargas y Fuentes, 2019, p. 107), la dogmática jurídico-procesal contemporánea no ha tenido

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en cuenta la diversidad y amplitud que los distintos ámbitos de lo procesal han alcanzado. De esta forma, si queremos
asumir una perspectiva procesal desde la contingencia y la pluralidad, además de abandonar cualquier idea de un fin
unitario, debemos asumir que las clasificaciones que siguen son tan solo una muestra resumida de la variabilidad de
ámbitos en los cuales el Derecho procesal opera.
3.1. Derecho procesal civil y penal
Como lo adelantamos, esta clasificación es una de las más características del Derecho procesal. Según gran parte de la
doctrina nacional, tal distinción se efectuaría atendiendo al contenido de las normas sustantivas o materiales. De esta
forma, el Derecho procesal civil guardaría relación con normas de Derecho privado (civil, comercial, de familia, etc.),
mientras que el Derecho procesal penal atendería a normas fundamentalmente de naturaleza punitiva (Casarino, 2007, p.
10; Oberg y Manso, 2011, pp. 8-9; Orellana, 2018, pp. 31-32).
Sin embargo, a nuestro modo de ver, tal criterio de distinción no solo desconoce la necesaria sincronía y complementariedad
que se debiese dar entre normas sustantivas y adjetivas, sino que también reduce el ámbito de validez del Derecho procesal
a una cuestión meramente accesoria y residual respecto de las normas de fondo. Ello, pues, a pesar que tal distinción sea
fruto de una larga tradición histórica, no podemos desconocer que contemporáneamente razones de naturaleza funcional e
institucional reclaman una visión integral en relación a lo sustantivo y lo adjetivo. Más concretamente, ambos aspectos son
piezas de un mismo sistema social, ese sistema integral que, en las sociedades democráticas, entiende a la administración
de justicia como un subsistema que juega un rol preponderante dentro de la organización social. De allí, entonces, si
somos coherentes con dicha visión, debiésemos adoptar un criterio diferente de clasificación entre los sistemas de justicia
penal y civil, con el fin de intentar perfilar de mejor manera la distinción entre ambos tipos de ordenamientos procesales.
Pues bien, a partir de lo anterior, optaremos por asumir que el Derecho procesal civil y penal se diferencian principalmente
por una dialéctica funcional y teleológica diversa, puesto que poseen una estructura distinta y buscan satisfacer fines no
coincidentes. El sistema de justicia penal, fijando no solo los elementos, criterios y garantías que legitiman el merecimiento
y la necesidad de una pena o una medida de seguridad, sino que también estableciendo un conjunto de órganos y proced-
imientos encaminados a averiguar el contenido de verdad (probable) de los enunciados punitivos imputados. El sistema
de justicia civil, delimitando los elementos, criterios y garantías que legitiman la resolución de conflictos intersubjetivos
entre partes, por un lado, y estableciendo un conjunto de órganos y procedimientos encaminados a determinar la justa
composición de tal litigio, por el otro. De allí, entonces, si somos coherentes con dicha visión, debiésemos asumir que la
diferencia entre lo procesal civil y penal no pasa necesariamente por distinguir entre normas adjetivas y sustantivas, sino
más bien por diferenciar los diversos niveles dialécticos que ambos tipos de sistemas manifiestan: formas de legitimación
diversas, objetos de tutela disímiles y, en suma, salvaguarda de derechos y garantías fundamentales también discordes.
3.2. Derecho procesal orgánico y funcional
Siguiendo una visión descriptiva de nuestra disciplina, gran parte de la doctrina parte por concebir al Derecho procesal
como “el conjunto de normas relativas a la estructura y funciones de los órganos jurisdiccionales, a los presupuestos y
efectos de la tutela jurisdiccional y a la forma y contenido de la actividad tendente a dispensar dicha tutela” (De la Oliva,
2019, p. 323).
A partir de lo anterior, resulta tradicional la clasificación que distingue entre Derecho procesal orgánico y Derecho
procesal funcional. El Derecho procesal orgánico se ocuparía del estudio de todas aquellas reglas y principios que regulan
al órgano jurisdiccional mismo y los auxiliares de la administración de justicia, atendiendo en aspectos vinculados a su
génesis, desempeño, competencia, prohibiciones, limitaciones y demás prerrogativas. El Derecho procesal funcional, a su
vez, se ocuparía del estudio de todas aquellas reglas y principios jurídicos atingentes a los presupuestos y efectos de la
tutela jurisdiccional, en especial a los aspectos vinculados a la ritualidad y marcha de los procedimientos (Figueroa y
Morgado, 2013a, p. 19).
Sobre la base de lo anterior, cabe mencionar que el estatuto que regula y disciplina el Derecho procesal orgánico en
nuestro país es principalmente la Ley Nº 7.421, de 9 de julio de 1943, conocida también como COT. En efecto, la CPR de
1980, en su art. 77, es enfática en señalar: “Una ley orgánica constitucional determinará la organización y atribuciones
de los tribunales que fueren necesarios para la pronta y cumplida administración de justicia en todo el territorio de la

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República. La misma ley señalará las calidades que respectivamente deban tener los jueces y el número de años que
deban haber ejercido la profesión de abogado las personas que fueren nombradas ministros de Corte o jueces letrados”.
Luego, al tenor de lo señalado, nuestro Tribunal Constitucional en múltiples oportunidades se ha referido al alcance de la
expresión “organización y atribuciones de los tribunales” enunciado por tal artículo. Por un lado, señalando que “dicho
precepto comprende […] aquellas disposiciones que se refieren a la estructura básica de los tribunales que fueren necesarios
para la pronta y cumplida administración de justicia en todo el territorio de la República” (STC 336 c. 17º). Por otro
lado, manifestando que “la expresión “atribuciones” que emplea el art. 74 [77] CPR, en su sentido natural y obvio y
con el contexto de la norma, está usada como sinónimo de “competencia”, esto es, como la facultad que tiene cada juez
o tribunal para conocer de las materias que la ley ha colocado dentro de la esfera de sus funciones. En otras palabras,
dentro del término “atribuciones” el intérprete debe entender comprendidas sólo las reglas que digan relación con la
competencia, sea ésta absoluta o relativa, o si se quiere, en términos más amplios y genéricos, con la “jurisdicción” (STC
271, c. 14; STC 273, c. 10). De allí, por tanto, que la noción “organización y atribuciones de los tribunales” implicaría
considerar no solo las materias que la CPR ha confiado específica y directamente al COT, “sino también aquellas que
constituyen el complemento indispensable de las mismas” (STC Rol Nº 442-2005, cons. 8º).
Ahora bien, en lo referente al Derecho procesal funcional, resulta dable destacar que si bien aquel disciplina la forma o
manera como los tribunales ejercen sus atribuciones a través de los distintos procedimientos (Casarino, 2007, p. 10), no
es menos cierto que tales procedimientos deben diferenciarse desde un punto de vista de la tutela concreta y específica
que en cada caso se efectúa. Ello, pues, al margen que todos los sistemas de justicia operen como subsistemas normativos
dentro del sistema de organización social, la tutela procesal concreta que se ejerce a través de ellos es completamente
variada dependiendo del prisma iusfundamental desde el cual se aborden. Piénsese, en este sentido, en el auge de la
justicia especializada verificada el último tiempo en nuestro país, la cual, junto con hacer mutar la faz orgánica de
nuestros tribunales de justicia (mediante la creación de tribunales especiales), implicó también un cambio profundo en
la forma de entender cómo y de qué forma se desenvuelven los distintos procedimientos: una transformación, por cierto,
que atiende no solo a la singularidad de los conflictos sobre los cuales versan, sino que también a la naturaleza de los
derechos fundamentales involucrados en los mismos (Turner, 2002, pp. 413 y ss.). Por tanto, si somos coherentes en orden
a identificar al Derecho procesal como un mecanismo dotado de idoneidad instrumental y iusfundamental, debiésemos
coincidir que su dimensión funcional se hace patente primordialmente “conformando tanto la estructura del procedimiento
como la composición, la autoridad y los poderes del tribunal, sobre las peculiaridades de la función ejercitada” (Cappelletti,
2010, p. 40).
Por consecuencia, únicamente puede identificarse, en la forma ya mencionada y en cuanto sea posible, el respeto a una
funcionalidad heterogénea y dinámica con la cual deben operar los distintos sistemas judiciales existentes en nuestro país.
Ello, por cierto, no solo identificando el proceso como único y exclusivo medio para la solución de conflictos, sino también
dando cabida a una oferta de protección amplia a través de la fijación de métodos que tiendan a la Resolución Alternativa
de Disputas (Alternative Dispute Resolution - ADR). No en vano, el criterio funcional que impera en la mayoría de
las legislaciones comparadas supone adoptar formas procedimentales integradas y flexibles, en pos de adaptarlas a las
múltiples exigencias iusfundamentales que se demandan de los distintos sistemas de justicia. En consecuencia, desde una
perspectiva de funcionalidad como la ya referida, no existe solo un proceso ni menos aún una única forma de protección
que ofrezca respuesta idéntica para todas las situaciones, pues, frente a una diversidad de procesos y un sinnúmero de
formas de protección amparadas por el ordenamiento jurídico, el Derecho procesal debe ser el reflejo de las necesidades
de tutela en sus más variadas combinaciones (Proto, 1999, p. 6).

4. Relación con otras ramas del Derecho


Siguiendo una visión tradicional, el Derecho procesal se vincula necesariamente con múltiples disciplinas que le resultan
afines. Sin perjuicio de ello, la forma metodológica como se enfoca el tema “relacional” de nuestra disciplina casi siempre
se aborda desde un punto vista interno, esto es, parte de ciertas premisas normativas, fundadas aparentemente en el
Derecho positivo vigente, para llegar a determinadas conclusiones interpretativas (Hart, 2000, p. 15). Tal enfoque,
ciertamente útil en teoría, ignora “el punto de vista externo”, puesto que no toma en consideración la interacción que

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debería observarse entre el funcionamiento institucional de los sistemas de justicia y los diversos procesos sociales que
reclaman tutela y protección en nuestro país. De allí que, a nuestro modo de ver, se deba intentar conciliar tales enfoques
internos y externos no solo desde la abstracción teórica, sino que también desde la toma de posiciones de carácter práctico,
a fin de abarcar el análisis de lo procesal tanto desde lo descriptivo (del ser) como lo prescriptivo (del deber ser).
Sea como fuere, la primera vinculación que se suele realizar en nuestra disciplina es con el Derecho constitucional. Ello,
pues, grosso modo, si la función de una Constitución Política es la de fijar un acuerdo entre diversos grupos sociales
acerca de cómo debe organizarse y distribuirse el poder y cuáles son los límites de ese poder frente al individuo, parece
obvio que un presupuesto ineluctable a su configuración es garantizar la tutela de los derechos de los ciudadanos a través
del establecimiento de órganos competentes y procedimientos preestablecidos. Así, por ejemplo, desde su posición como
ente adjudicador, nuestra Carta Fundamental establece una serie de principios propios de la organización y atribuciones
de los tribunales de justicia, pero también una serie de límites que vinculan a dichos órganos del Estado con el respeto
de diversos derechos y garantías fundamentales. Sin embargo, dicha forma de tutela tampoco se agota allí. Ello, pues,
después de la Segunda Guerra Mundial, el Estado Constitucional de Derecho reclama de forma progresiva una relación
mucho más estrecha entre Constitución y proceso, procurando que los órganos adjudicativos asuman un rol protagónico
no solo frente a las garantías de defensa y libertad de las personas, sino que también frente a las garantías de acción y
participación a una tutela judicial efectiva. De allí, entonces, que no sea extraño concebir el rol del poder judicial en
este ámbito desde una perspectiva de aplicación y protección concreta, dando cabida a lo que la doctrina comparada ha
denominado “status activus processualis” (Häberle, 1993, p. 157).
Ahora bien, como lo veremos con detalle más adelante, dentro de las disposiciones que nuestra CPR establece y que son
de relevancia para el Derecho procesal, se observan: los arts. 5º, 6º y 7º, en especial en cuanto al ejercicio de la función
jurisdiccional y sus límites normativos y iusfundamentales; los numerales 1, 2, 3, 4, 5, 14, 24 y 26 del art. 19, referente a
la igual protección de la ley en el ejercicio de los derechos, el derecho a defensa, la legalidad en el juzgamiento, el derecho
a obtener sentencias fundadas y avaladas en procedimientos e investigaciones racionales y justas; a lo cual se agregan,
además, las normas contenidas en el capítulo VI (referente al Poder Judicial, arts. 76 a 82), el capítulo VII (atingentes
al Ministerio Público, arts. 83 a 91) y el capítulo VIII (relativo al Tribunal Constitucional, arts. 92 a 94).
Por otro lado, cabe estacar también la vinculación de nuestra disciplina con el Derecho civil, así como con el Derecho
penal. Ello, ciertamente, pues de la interacción entre unos y otros se dará vida a sistemas de justicia distintos, con actores
y potestades diversas, garantías dispares en cuanto a su fisonomía y fines no necesariamente coincidentes en cuanto a su
significación. Así, por ejemplo, en materia penal los intereses que están en juego resultan ser portadores de una mayor
trascendencia e impacto social —como la vida y la integridad física de las personas—, en cambio, en materia civil los
intereses comprometidos suelen tener un carácter esencialmente privado y marcadamente patrimonial. Quizás por ello,
mientras en materia procesal civil el sistema pone su atención de modo preferente en el conflicto intersubjetivo entre
partes, interviniendo el Estado como ente adjudicador imparcial e independiente; en materia procesal penal el sistema
pone su énfasis en el conflicto público generado por el delito, actuando el Estado desde una triple posición: como ente
persecutor (a través del Ministerio Público), como órgano defensor (a través de la Defensoría Penal Pública) y como
ente adjudicador (a través de los órganos judiciales competentes). De allí, entonces, que la racionalidad y óptica de
funcionamiento de cada sistema se fije a través de cauces diversos, lo cual también redunda en procedimientos y garantías
distintas fijadas por la Constitución y las leyes.
A mayor abundamiento, a diferencia de lo que sucede en el proceso penal, donde impera el principio de legalidad de
la investigación y de oficialidad en materia adjudicativa, en materia procesal civil impera preferentemente el principio
dispositivo. Sobre este último punto, en efecto, nuestra Excma. Corte Suprema ha sostenido:
“Que, como bien menciona la recurrente, en el proceso civil predomina el principio dispositivo, lo que importa que cuando
el legislador reconoce al tribunal instancias de análisis y examen de las pretensiones de las partes que pueden y deben en
algunos casos desarrollar de oficio, lo señala expresamente y solo en las hipótesis especialmente previstas. Ello se aprecia,
en el caso del juicio ejecutivo, del tenor de los artículos 441 y 442 del Código de Procedimiento Civil, que otorgan al juez
la facultad de examinar el título y despachar o denegar la ejecución, aun sin audiencia ni notificación del demandado una
vez interpuesta la demanda ejecutiva. Se trata, en consecuencia, de una excepción que, como tal, ha de ser interpretada

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en forma estricta y no general, por lo que no es posible aplicarla analógicamente a cualquier otra fase del procedimiento.
El principio dispositivo que se reconoce, entre otras manifestaciones, en el impulso procesal que la ley hace recaer en las
partes, está previsto con carácter de regla general en el artículo 10 del Código Orgánico de Tribunales, de acuerdo con el
cual los tribunales no pueden ejercer su ministerio sino a petición de parte, salvo en los casos en que la ley los faculte para
proceder de oficio. También se expresa en otras disposiciones del Código de Procedimiento Civil, que reconocen como
facultad de las partes la iniciativa para abrir el procedimiento, determinar el contenido de la litis e impulsar el proceso,
activándolo a través de las distintas fases o estadios que lo integran; aportar las pruebas que permitan al juez pronunciar
sentencia; formular impugnación en contra de esta; proseguir la tramitación de los recursos que sean pertinentes, y
promover, por último, la ejecución de lo que se resuelva una vez que el fallo quede provisto de firmeza” (SCS, Rol Corte
N° 85.075-2020, de 20 de octubre de 2021).
Con todo, y sin perjuicio de lo anterior, cabe destacar también la vinculación del Derecho procesal con las siguientes
disciplinas:
a) El Derecho de familia y el Derecho laboral: A partir de diversas modificaciones introducidas en nuestro país, tanto el
Derecho de familia como el Derecho del trabajo han experimentado diversos cambios en materia procesal. Así, frente a
los notables avances logrados por la reforma procesal penal, desde el año 2004 en adelante surgió en Chile la necesidad
no solo de implementar una nueva forma en la tramitación de las controversias laborales y de familia, sino que también la
de incorporar una jurisdicción especializada que vele por los derechos de los intervinientes más débiles de tales relaciones:
los niños, niñas y adolescentes tratándose del Derecho de familia y los trabajadores tratándose del Derecho laboral. De
esta forma, dando aplicabilidad directa a diversas garantías reconocidas en tratados internacionales, se erigieron en tales
ámbitos procedimientos orales, concentrados y desformalizados, primando en ellos los principios de inmediación, actuación
de oficio y la búsqueda de soluciones colaborativas entre las partes.
En lo que respecta al Derecho de familia, la Ley Nº 19.968, de 2004, creó los Tribunales de Familia, instaurando en
nuestro país una serie de procedimientos especiales por dos razones fundamentales: por un lado, la singular naturaleza
del conflicto familiar y, por otro lado, la intervención en dicho ámbito de niños, niñas y adolescentes. De esta forma, si
bien en la ley en cuestión no se hace mención explícita a la “protección de la parte más débil del núcleo familiar”, no es
menos cierto que diversas disposiciones plasman dicha intención legislativa. Así, a modo de ejemplo, el interés superior
del niño, niña o adolescente y su derecho a ser oído son principios rectores que deben siempre tomarse en consideración
para la adecuada resolución del asunto. No en vano, la misma Ley en su art. 16 manifiesta como uno de sus objetivos
esenciales: “el garantizar a todos los niños, niñas y adolescentes que se encuentren en el territorio nacional, el ejercicio
y goce pleno y efectivo de sus derechos y garantías”. De esta forma, a partir de este tipo de tutela diferenciada, la Ley
Nº 19.968 da cuenta de los siguientes procedimientos: a) El procedimiento ordinario ante los Tribunales de Familia; b)
El procedimiento para la aplicación de medidas de protección de los derechos de los niños, niñas y adolescentes; c) El
procedimiento relativo a los actos de violencia intrafamiliar; d) El procedimiento no contencioso; y, f) El procedimiento
contravencional ante los Tribunales de Familia.
Por su parte, en lo referente al Derecho del trabajo, como consecuencia de las propuestas desarrolladas por un grupo
de estudios llamado “Foro de la Reforma Procesal Laboral y Previsional”, el año 2003 se presentaron al Congreso Nacional
tres proyectos de ley, con un cariz procesal tanto orgánico como funcional, que condujeron a la aprobación en nuestro país
de las siguientes leyes: la Ley Nº 20.022, de 2005, que creó los Tribunales de Cobranza Laboral y Previsional y los nuevos
Tribunales del Trabajo; la Ley Nº 20.023, de 2005, que modificó la Ley Nº 17.322, sobre Normas para la Cobranza Judicial
de Cotizaciones, Aportes y Multas de las Instituciones de Seguridad Social; y la Ley Nº 20.087, de 2006, que sustituyó
íntegramente el Procedimiento Laboral Contemplado en el Libro V del CdT. En su conjunto, las leyes ya señaladas dieron
vida al nuevo proceso laboral chileno, de forma tal de extender a todos los conflictos entre trabajadores y empleadores
los beneficios de una judicatura especializada y de un procedimiento adecuado a los requerimientos propios de esta área
del Derecho. De esta forma, buscando materializar el carácter protector y compensador de las posiciones disímiles de la
relación laboral, se plasmaron distintos procedimientos en consideración precisamente al tipo de tutela reclamada: a) El
procedimiento ordinario de aplicación general; b) El procedimiento de tutela laboral; c) El procedimiento monitorio; y,
d) El procedimiento de reclamación de multas y demás resoluciones administrativas.

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b) El Derecho internacional: Diversas instituciones del Derecho procesal tocan los linderos del Derecho internacional
público y privado, en especial frente a la posibilidad que una ley procesal extranjera rija en Chile, o bien que una ley
procesal chilena rija en el extranjero. Ello, por lo demás, no solo tiene importancia en relación con materias como el
cumplimiento de los fallos y la extradición, sino que también con cualquier problema que se genere a propósito de la
territorialidad de la ley procesal.
Con todo, la conexión anterior, que oscila entre las nociones de soberanía, territorio y jurisdicción, debe ser comple-
mentada no solo con aspectos propios de una justicia transfronteriza (art. 6 del COT), sino que también con aspectos
atingentes al establecimiento de tribunales internacionales con fuerza vinculante en nuestro país. Piénsese, en este sentido,
en la Corte Penal Internacional con sede en la Haya, la cual, mediante reforma constitucional introducida a nuestra Carta
Fundamental por la Ley Nº 20.352 de 2009, que incluyó una nueva disposición 24 transitoria a la CPR de 1980, supuso
no solo que el Estado chileno se adhiriera al Estatuto de Roma que crea la Corte Penal Internacional, sino que también
que reconozca la complementariedad de dicho tribunal en protección y salvaguarda de derechos fundamentales básicos
del individuo. Por tanto, con independencia de los diversos tribunales que pudieran intervenir en asuntos verificados en
nuestro país, lo relevante es destacar que todos ellos responden a una misma idea basal: esto es, el deber de respetar los
derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana, garantizados tanto por la CPR de 1980, como por los tratados
internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes (art. 5 de la CPR).
c) El Derecho administrativo: A pesar de que durante mucho tiempo se plasmó cierta dificultad al separar la admin-
istración y la jurisdicción, no se puede desconocer que los últimos tres siglos su evolución ha estado marcada por la
reivindicación del control judicial sobre la administración. En efecto, el derecho a una tutela judicial efectiva permite hoy
en día afirmar que no existen ámbitos de la actividad administrativa exentos de la posibilidad de control judicial, lo cual,
en todo caso, no supone que el aparato jurisdiccional asuma una posición excluyente respecto de la administración para
ejercer sus potestades. De hecho, los jueces requieren de la colaboración de la administración para que sus decisiones
se cumplan y, en tal caso, para que su potestad de imperio se materialice en pos de hacer “ejecutar lo juzgado”. En
otras palabras, “el imperio judicial es una parte de la función jurisdiccional que, a diferencia de los momentos anteriores
—conocer y juzgar— requiere una colaboración de la administración” (Larroucau, 2020, pp. 50-51).
Ahora bien, con independencia de lo anterior, se debe destacar que los jueces y los funcionarios judiciales son
responsables administrativamente de las faltas o abusos que cometieren en el ejercicio de sus funciones. Por ello, a pesar
que a su respecto no operan las normas referentes al Estatuto Administrativo, sí se han establecido en su quehacer diversas
normas y procedimientos tendientes a hacer efectiva esta clase de responsabilidad. Destaca, en este sentido, el Acta Nº
15, de 26 de enero de 2018, la cual, dictada por el Pleno de la Excma. Corte Suprema, enfatiza en su art. 1: “La presente
reglamentación tiene por objeto sistematizar y explicitar las normas actualmente existentes sobre la responsabilidad
disciplinaria de los integrantes del Poder Judicial, en especial aquellas que pueden culminar en la aplicación de alguna
de las sanciones previstas en los artículos 532 y 537 del Código Orgánico de Tribunales, e implementar un régimen
disciplinario que ante las faltas a sus deberes o infracciones a las prohibiciones que rigen a los jueces y demás funcionarios”.
Por tanto, circunscrito su objetivo y ámbito de aplicación, parece sensato concluir que es de fundamental importancia
para cualquier entidad, particularmente tratándose de aquellas que ejercen funciones públicas, contar con procedimientos
objetivos, claros y uniformes para la determinación de las responsabilidades disciplinarias, máxime si a través de ellos se
establecen normas que dan vida a un auténtico y genuino debido proceso legal.
d) El Derecho tributario: Las relaciones del Derecho procesal con el Derecho tributario, aun cuando según algunos son
escasas, se manifiestan principalmente a través del principio de legalidad de los tributos, el cual, además de requerir que
estén disciplinados y reglados todos los aspectos de dichas cargas públicas, exige también de procedimientos racionales y
justos que determinen la solución de controversias sobre pretensiones que derivan de la obligación tributaria. En atención
a ello, con fecha 27 de enero de 2009, se publicó en el Diario Oficial la Ley Nº 20.322, que fortalece y perfecciona la
jurisdicción tributaria, creando Tribunales Tributarios y Aduaneros de primera instancia en diversas comunas de nuestro
país. Quizás por ello, precisamente por la importancia de lo procesal en lo tributario, se ha sostenido la existencia de
un “Derecho Procesal Tributario”, el cual tendría por objeto el estudio de la actividad jurisdiccional en el ámbito de la
relación jurídico-tributaria, los procedimientos mediante los cuales se regla dicha actividad, así como los diversos derechos

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y garantías que delimitan su ejercicio (Massone, 2013, p. 3).

5. Fuentes del Derecho procesal


Sabido es que el sistema jurídico está constituido por diversas reglas y principios que cumplen variadas funciones: algunas
imponen ciertas obligaciones, otras prescriben la aplicación de sanciones; también las hay que otorgan competencia para
aplicar sanciones; y, además, hay normas que facultan para dictar otras normas. Pero, a pesar que dicha enunciación solo
da cuenta parcial de las clases más importante de normas, lo relevante es destacar que las normas (o reglas, en un sentido
estricto) no solo se pueden clasificar por su estructura o contenido, sino también por su fundamento u origen. De allí
que en este último caso sea común hablar de “fuentes del Derecho” para expresar —en términos generales— las distintas
formas de creación de normas jurídicas (Ross, 2007, pp. 355 y ss.).
Ahora bien, a pesar de que la expresión “fuente del Derecho” es una noción figurada, superlativamente ambigua y dotada
de una pluralidad de significados, para el Derecho procesal el estudio de sus fuentes no es una cuestión que resulte ajena a
su rol instrumental y iusfundamental. De hecho, en nuestra disciplina las fuentes representan no solo el modo de creación
de la norma jurídico-procesal, sino que también la forma como se puede identificar el fundamento de validez de las mismas
en su aplicación. De allí, entonces, que cada norma jurídico-procesal sea “fuente” del precepto cuya creación regula y, al
mismo tiempo, sustente la aplicación de la misma al caso particular de que se trate. Así, por ejemplo, una resolución
judicial es un acto jurídico-procesal por el cual una norma general, una ley, es aplicada al caso concreto; pero, al mismo
tiempo, dicha resolución judicial es también fuente de una norma individual que impone derechos y obligaciones a las
partes en conflicto. Se trata, por ende, de diferenciar los discursos de creación y de aplicación de la norma jurídico-procesal
y, de paso, identificar las fuentes de nuestra disciplina a partir del correlato existente entre lo genérico —la creación— y
lo específico —la aplicación— (Günther, 1995, pp. 271-302). Pues bien, simplificando un poco las cosas, cabe señalar
dos modalidades tradicionales a través de las cuales se estudian y clasifican las fuentes del Derecho procesal: las fuentes
directas y las fuentes indirectas.
Las fuentes directas o inmediatas, que podríamos homologar a lo que comúnmente se conoce como fuentes formales,
son aquellas que contienen el mandato general, abstracto y coactivo a través de las cuales se exteriorizan las normas
jurídico-procesales. En tal sentido, se suele identificar como única fuente directa o inmediata de nuestra disciplina a
la ley procesal, comprendiendo dentro de ella a la Constitución Política, la ley procesal propiamente tal, los tratados
internacionales y los autos acordados.
Las fuentes indirectas o mediatas, que se identificarían con lo que comúnmente se llama fuentes materiales, son aquellos
actos o hechos con relevancia jurídica que constituyen fuente solo y en la medida que contribuyen a delimitar el contenido,
la evolución, la interpretación y la aplicación de las normas jurídico-procesales. Fuentes indirectas, es este sentido, serían
la doctrina y la jurisprudencia, a lo cual se agregarían, según algunos, la costumbre procesal y la legislación extranjera.
5.1. Las fuentes directas o inmediatas
5.1.1. La Constitución Política de la República
Según lo adelantamos, dentro de la noción genérica de ley procesal, se suele identificar a la CPR como fuente principal
y directa del Derecho procesal. Esto, lógicamente, no solo porque la Constitución confluye a la instauración de órganos
y procedimientos a través de los cuales actúa nuestra disciplina, sino que también por los diversos derechos y garantías
que aquella asegura. En efecto, nadie puede dudar que nuestra Constitución configura el Estado como democrático en el
sentido político de la expresión, de lo cual resulta que el Estado está al servicio de la persona humana y su finalidad es
promover el bien común, para lo cual debe contribuir a crear las condiciones sociales que permitan a todos y a cada uno
de los integrantes de la comunidad nacional su mayor realización espiritual y material posible, con pleno respeto a los
derechos y garantías que esta Constitución establece (art. 4º inc. 1º de la CPR). Por esta razón, a juicio del Tribunal
Constitucional, “dicho precepto consagra una finalidad del Estado, que se deriva de una concepción instrumental del
mismo, pues de ella se deduce una tarea estatal permanente y de actualización progresiva. Su justificación es exógena y
se identifica en finalidades que estén al servicio de la persona humana y del bien común, en tanto el destinatario esencial

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de la actividad estatal es la persona humana, por lo que se le impone una dirección al Estado para privilegiar la promoción
de los múltiples fines humanos que se despliegan en la sociedad” (STC, Rol 2693-2014, de 13 de octubre de 2015, cons.
17º).
A partir de lo anterior, en armonía con el reconocimiento de que las personas nacen libres e iguales en dignidad y derechos,
fluye que tras el asentamiento del Estado Constitucional, así como el desarrollo y expansión de los derechos fundamentales,
las exigencias regulativas del Derecho procesal en nuestro país son mucho más exigentes de las que existían en la época
liberal. De hecho, la dimensión institucional del Derecho impone actualmente no solo un conjunto de “reglas” sobre
las cuales se sustenta el imperio de la ley, la separación de poderes y la proscripción de la arbitrariedad, sino también,
y sobre todo, un conjunto de “principios jurídicos” que sirven de punto de arranque para toda labor interpretativa y
argumentativa efectuada en nuestra disciplina. De allí que, desde una perspectiva contemporánea, la subordinación de
la ley sea reemplazada por la subordinación a la juridicidad, lo cual obliga a enfrentar al Derecho procesal en general,
su concepto, instituciones y contenidos, en consideración a un prisma constitucional abierto y omnicomprensivo de una
serie de derechos y garantías fundamentales. Se trata, por consiguiente, de una arquitectura institucional muy precisa y
determinada que, en el ir y venir de la adaptabilidad y la contingencia, reclama de forma progresiva el reconocimiento
de un núcleo básico que asegure una tutela jurisdiccional efectiva, en la igual protección en el ejercicio de los derechos,
proscribiendo la autotutela y garantizando un procedimiento racional y justo.
Tales derechos y garantías, que gozan en nuestro país de reconocimiento constitucional, se manifiestan principalmente del
art. 19 Nº 3 de la CPR, el cual reza:
“La Constitución asegura a todas las personas:
3º. La igual protección de la ley en el ejercicio de sus derechos.
Toda persona tiene derecho a defensa jurídica en la forma que la ley señale y ninguna autoridad o individuo podrá
impedir, restringir o perturbar la debida intervención del letrado si hubiere sido requerida. Tratándose de los integrantes
de las Fuerzas Armadas y de Orden y Seguridad Pública, este derecho se regirá, en lo concerniente a lo administrativo y
disciplinario, por las normas pertinentes de sus respectivos estatutos.
La ley arbitrará los medios para otorgar asesoramiento y defensa jurídica a quienes no puedan procurárselos por sí mismos.
La ley señalará los casos y establecerá la forma en que las personas naturales víctimas de delitos dispondrán de asesoría
y defensa jurídica gratuitas, a efecto de ejercer la acción penal reconocida por esta Constitución y las leyes.
Toda persona imputada de delito tiene derecho irrenunciable a ser asistida por un abogado defensor proporcionado por
el Estado si no nombrare uno en la oportunidad establecida por la ley.
Nadie podrá ser juzgado por comisiones especiales, sino por el tribunal que señalare la ley y que se hallare establecido
por ésta con anterioridad a la perpetración del hecho.
Toda sentencia de un órgano que ejerza jurisdicción debe fundarse en un proceso previo legalmente tramitado. Corre-
sponderá al legislador establecer siempre las garantías de un procedimiento y una investigación racionales y justos.
La ley no podrá presumir de derecho la responsabilidad penal.
Ningún delito se castigará con otra pena que la que señale una ley promulgada con anterioridad a su perpetración, a
menos que una nueva ley favorezca al afectado.
Ninguna ley podrá establecer penas sin que la conducta que se sanciona esté expresamente descrita en ella”.
Ahora bien, más allá de la técnica y configuración precisada por nuestro constituyente al delimitar tales derechos y
garantías, resulta ampliamente aceptado que el anterior artículo, en armonía con el art. 8º de la CADH, en relación
con el art. 14 del PIDCP, se manifiesta en pos de reconocer un debido proceso legal en nuestro país. Así, a pesar
que lo analizaremos con detalle más adelante, conviene adelantar que nuestra CPR plasma dicha garantía en un sentido
formal y otro material: desde el plano formal, exige que toda decisión de un órgano jurisdiccional sea el resultado de
un proceso previo, ante tribunal competente, realizado conforme a un procedimiento que asegure posibilidades básicas
de defensa, orgánica y funcionalmente, tanto para conocer y resolver cuestiones civiles como penales; desde el plano

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material, en cambio, se demanda que toda decisión jurisdiccional sea racional y justa en sí, vale decir, proporcional,
adecuada, fundada y motivada tanto en los hechos cuanto en el Derecho. Quizás por ello, dado su efecto de irradiación
a cualquier sistema de justicia, diversos países han reconocido expresamente tales dimensiones a nivel constitucional. En
Italia, por ejemplo, el art. 111, pf. 1 y 2 de la Constitución de 1947 señala: “La jurisdicción se administrará mediante un
justo proceso regulado por la ley. Todo juicio se desarrollará en un proceso contradictorio entre las partes, en condiciones
de igualdad, ante un juez independiente e imparcial. La ley garantizará que su duración sea razonable”. En Brasil, por
su parte, el art. 5, LIV, de la Constitución Federal de 1988 manifiesta: “Ninguna persona será privada de la libertad o
de sus bienes sin el debido proceso legal”. Y, por fin, en Colombia, el art. 29 de la Constitución de 2007 es enfático en
sostener: “El debido proceso se aplicará a toda clase de actuaciones judiciales y administrativas”.
De allí, entonces, refiriéndose a la transversalidad del debido proceso y su fuerza progresiva, la Excma. Corte Suprema
haya sostenido:
“El derecho al debido proceso constituye un conjunto de garantías que la Constitución, los tratados internacionales
ratificados por Chile y las leyes entregan a las partes de la relación procesal, por medio de las cuales se procura que
todos puedan hacer valer sus pretensiones en los tribunales, que sean escuchados, que puedan reclamar cuando no están
conformes, que se respeten los procedimientos fijados en la ley, que se dicten veredictos motivados o fundados, etc. Por
otro lado, la necesidad de resguardar la igualdad de las partes se traduce en el hecho que cualquiera que recurra a la
justicia ha de ser atendido por los tribunales con arreglo a unas mismas leyes y con sujeción a un procedimiento común,
igual y fijo, infringiéndose este derecho cuando una de las partes queda situada en una posición de desigualdad o impedida
del ejercicio efectivo de sus prerrogativas, pues precisamente es el juzgador quien debe velar por que se establezca un real
equilibrio, sin ningún tipo de discriminaciones entre el imputado y la parte acusadora durante las fases de desarrollo del
juicio oral” (SCS, Rol Corte N° 5922-2012, de 12 de diciembre de 2012).
De este modo, al alero de lo antes señalado, podríamos agrupar en forma sucinta las garantías mínimas que se suelen
incluir dentro del debido proceso, a partir de aquello que se quiere asegurar, esto es: (a) las condiciones del órgano
adjudicador; (b) las condiciones del procedimiento, y (c) las prerrogativas del sujeto que se ve expuesto al proceso.
a) La primera clase de garantías asociadas a un debido proceso guarda relación con el tipo de órgano adjudicador que
debe conocer y resolver el asunto, es decir, con los presupuestos mínimos que se deben observar por la ley al tiempo
de establecer el tribunal ante el cual se verificará el proceso. En este nivel, siguiendo el art. 8 de la CADH de 1969,
incluimos la necesidad de que el órgano adjudicador sea un organismo competente, independiente, imparcial y establecido
con anterioridad al acaecimiento de los hechos.
b) La segunda clase de garantías asociadas a un debido proceso guarda relación con las que rigen las condiciones del
procedimiento propiamente tal. En esta categoría, al alero del art. 8.2 del PIDCP, cabe mencionar la garantía de un
juicio único, la publicidad de los actos jurisdiccionales, la igualdad de “armas” ejercida de conformidad con la ley, la
bilateralidad de la audiencia y el emplazamiento, la prescindencia de dilaciones indebidas y la transparencia, progresión
y eficacia en sus diversas etapas.
c) Por último, existe un grupo de garantías que tienden a dotar al individuo de prerrogativas, como el derecho a la
defensa, el derecho a rendir prueba, el derecho al contradictorio y el derecho a contar con una sentencia motivada y
el derecho a recurrir de la sentencia dictada. Así, desde esta perspectiva, nuestro TC ha señalado: “El legislador está
obligado a permitir que toda parte o persona interesada en un proceso cuente con medios apropiados de defensa que le
permitan oportuna y eficazmente presentar sus pretensiones, discutir las de la otra parte, presentar pruebas e impugnar
las que otros presenten, de modo que, si aquéllas tienen fundamento, permitan el reconocimiento de sus derechos, el
restablecimiento de los mismos o la satisfacción que, según el caso, proceda; excluyéndose, en cambio, todo procedimiento
que no permita a una persona hacer valer sus alegaciones o defensas o las restrinja de tal forma que la coloque en una
situación de indefensión o inferioridad” (STC, Rol 7972-2019, de 7 de mayo de 2020, cons. 56º).
5.1.2. Los tratados internacionales
Según se habrá podido advertir, todas las anteriores aseveraciones descansan en la asunción de que la tutela judicial
efectiva y su rol garantístico no solo abarca el contexto nacional, sino que también —y por sobre todo— el contexto

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internacional. Ello, en buena medida, por aspectos vinculados a la apertura del sistema gracias a una visión que responda
a los retos de la globalización (Twining, 2003, p. 19), pero también por la necesidad de reforzar la protección de los
derechos fundamentales en función de su efectiva aplicabilidad. En efecto, sabido es que luego de la Segunda Guerra
Mundial, se expidieron textos constitucionales con amplios mandatos sustantivos para el Estado, reconociéndose una
gran cantidad y diversidad de derechos fundamentales para las personas. Sin embargo, bien pronto se observó que una
auténtica democracia en su sentido material, no solo debe estar destinada a dar prioridad a tales derechos desde una
perspectiva interna, sino que también tiene que aceptar una apertura del sistema en orden a dar viabilidad, amparo
y progresión a la efectiva puesta en práctica de dichos derechos. De ahí que se haya comprendido que las garantías
procesales y, en particular, las referidas al debido proceso, requieren de una protección extra que las complemente desde
el Derecho internacional, de forma tal de evitar que su eficacia se torne materialmente ilusoria y simplemente teórica.
Ahora bien, desde esta óptica, que precisamente da cabida a la integración y complementariedad en la tutela los derechos
y garantías fundamentales, nuestra CPR señala expresamente en su art. 5º inc. 2º:
“El ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan de la naturaleza
humana. Es deber de los órganos del Estado respetar y promover tales derechos, garantizados por esta Constitución, así
como por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes”.
De este modo, no cabe duda alguna que los tratados internacionales en nuestro país son una fuente importantísima para
el Derecho procesal, desde que especifican no solo el rol que los tribunales de justicia deben desempeñar en el Estado
democrático de Derecho, sino que también brindan una tutela reforzada a garantías orgánicas y funcionales que rodean el
debido proceso legal. En este sentido, destacan principalmente por su rol garantístico en nuestra disciplina: la DUDH de
1948 (arts. 7, 8, 10 y 11), el PIDCP (arts. 2 Nº 3 y 14 Nº 1) y la CADH (arts. 8.1 y 25.1), a lo cual se agregan una serie
de convenciones internacionales con un campo de aplicabilidad diversa y complementaria de lo procesal. En ese sentido,
son dables de destacar: la Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes; la
Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura; la Convención Internacional sobre la Eliminación de
todas las Formas de Discriminación Racial; la Convención Interamericana para la Eliminación de Todas las Formas de
Discriminación contra las Personas con Discapacidad; la Convención de Derechos del Niño; el Convenio Nº 169 de la
OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales; y, la Convención Internacional sobre la Protección de los Derechos de Todos los
Trabajadores Migratorios y de sus Familiares.
Con todo, a nivel interamericano, destaca como tribunal internacional la Corte Interamericana de Derechos Humanos
(CorteIDH). Dicho órgano jurisdiccional, con sede en San José de Costa Rica, fue creado por la CADH el 18 de julio
de 1978, con la finalidad de determinar si un Estado ha incurrido en responsabilidad internacional por la violación de
alguno de los derechos consagrados en la Convención Americana o en otros tratados de derechos humanos aplicables al
Sistema Interamericano. Asimismo, a través de esta vía, la Corte realiza la supervisión de cumplimiento de sentencias,
responde consultas que formulan los Estados miembros de la OEA sobre dudas interpretativas o de compatibilidad de
sus normas internas con la Convención y, finalmente, en casos de extrema gravedad y urgencia, la Corte también puede
dictar medidas cautelares con el fin de evitar daños irreparables a las personas y sus derechos básicos.
En este sentido, resaltando la tarea de complementariedad nacional e internacional en materia del resguardo y tutela al
debido proceso, la CorteIDH ha precisado de forma categórica:
“Los jueces y órganos vinculados a la administración de justicia en todos los niveles están en la obligación de ejercer
ex officio un ‘control de convencionalidad’ entre las normas internas y la Convención Americana, en el marco de sus
respectivas competencias y de las regulaciones procesales correspondientes. En esta tarea, los jueces y órganos vinculados
a la administración de justicia deben tener en cuenta no solamente el tratado, sino también la interpretación que del
mismo ha hecho la Corte Interamericana, intérprete última de la Convención Americana” (CorteIDH, caso Atala Riffo y
niñas vs. Chile, de 2012, pf. 282).
En suma, la consecuencia inmediata de todo lo dicho anteriormente redunda en que el Derecho procesal y sus fuentes
deben ser entendidas desde el prisma iusfundamental, más aun considerando la función que le corresponde a los jueces
nacionales en el actual sistema democrático y de Derecho que nos rige. Por tanto, de la mano de la función conservadora

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de que están investidos los tribunales superiores de justicia, constituye una obligación de estos observar e interpretar
armónicamente los derechos fundamentales previstos en nuestra “Carta Política, en los tratados internacionales, en el
derecho internacional consuetudinario y ius cogens, dándole aplicación directa a sus disposiciones, como profundizar su
contenido mediante una interpretación que atiende a los motivos, objeto y fin de las disposiciones y principios que las
inspiran, de manera sistemática conforme a las circunstancias de contexto y específicas del caso” (SCS Rol 9031-2013, de
9 de noviembre de 2013).
5.1.3. La ley procesal
Constituye un principio general y básico del Derecho procesal chileno la legalidad entendida en su sentido orgánico y
funcional, vale decir, que solo la ley puede establecer tribunales y fijar los diversos procedimientos existentes. Esto,
naturalmente, no solo como un resabio formal del imperio de la ley propio del Estado liberal de Derecho, sino que
también como una genuina garantía de regulación prevista para el desarrollo y aplicación de los derechos y garantías
iusfundamentales. De allí, entonces, la doble manifestación de la ley como fuente directa e inmediata de nuestra disciplina:
por un lado, como premisa de un modelo no autoritario de justicia y, por otro, como base para la democratización del
proceso. De este modo, solo toca al legislador, y exclusivamente a él, disponer de normas orgánicas y funcionales que
fijen y delimiten de forma concreta la acción de la justicia.
Ahora bien, a pesar que se verá con mayor detalle en el próximo capítulo, conviene adelantar que la ley procesal como
fuente directa debe ser entendida en un sentido amplio, esto es: aquella que regula la esencia de los sistemas de justicia,
sus diversos procedimientos y formas alternativas de solución de controversias, sus fases y estructuras, sus intervinientes y
funciones, sus potestades, derechos, cargas, expectativas y resoluciones, eventuales formas de impugnación y, ciertamente,
en términos globales la organización y atribuciones de los órganos jurisdiccionales y sus auxiliares (En un sentido similar,
Figueroa y Morgado, 2013a, pp. 15-16). De allí, entonces, que la ley procesal pueda ostentar un carácter orgánico o
funcional, dependiendo de si regula al sistema judicial y sus procedimientos, o bien a la organización y atribuciones de
los tribunales de justicia. Se aplica en este punto, por ende, la misma tipología que se vio a propósito de la clasificación
de Derecho procesal.
5.1.4. Los autos acordados
Los AA constituyen normas de carácter general y abstracto, emanadas de las facultades económicas de los tribunales
superiores de justicia, con la finalidad de regular materias que no se encuentran suficientemente determinadas por la ley,
o bien cuya reglamentación es necesaria para una pronta y cumplida administración de justicia.
Así las cosas, si bien las materias que pueden regular los AA excluyen aquellas que constitucionalmente son reservadas
a la ley (art. 63 de la CPR), no es menos cierto que el contenido de aquellos no se agota solo en aspectos de detalle o
complemento en la ejecución de la ley, sino que abarca también disposiciones de carácter general y abstracto vinculadas
a la correcta administración judicial. De allí, por ende, que el fundamento de los AA se sustente principalmente en las
facultades económicas de los tribunales superiores de justicia, propendiendo a un mejor y eficiente servicio judicial, en el
cumplimiento precisamente de los cometidos que la Constitución y la ley les han asignado.
Ahora bien, el ámbito de aplicación de los AA es diferente según cual sea el tribunal del que provienen. Así, los AA que
dictan las Cortes de Apelaciones rigen en el territorio donde ejercen su competencia, mientras que los que emanan de la
Corte Suprema operan a nivel nacional. Bajo este marco, cabe mencionar que tras la reforma constitucional de la Ley
Nº 20.050, del año 2005, se confirió al Tribunal Constitucional la facultad de resolver las cuestiones de constitucionalidad
de los AA dictados por la Corte Suprema, las Cortes de Apelaciones y el Tribunal Calificador de Elecciones, lo cual
indudablemente vino a ratificar esta potestad normativa asignada a los tribunales superiores de justicia.
Sin embargo, huelga destacar que —a juicio de algunos autores— no todos los AA pueden insertarse en nuestro orde-
namiento jurídico como fuente formal, puesto que, a partir del principio de competencia señalado en el art. 7º de la CPR,
los tribunales superiores de justicia no podrían ejercer dicha potestad si no se prevén contenidos normativos precisos y
determinados por la CPR (Zúñiga, 2011, p. 414; Salas, 2011, p. 422). Esto significa, en otras palabras, que las facultades
económicas de los tribunales superiores de justicia, que serían la única fuente legitimante de los AA, no habilitarían para
que dichos tribunales puedan dictar AA en materias que la Constitución ha entregado directamente al legislador. Así,

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por ejemplo, el Acta Nº 94, de 17 de julio de 2015, que fija el texto refundido del AA sobre Tramitación y Fallo del
Recurso de Protección de las Garantías Constitucionales, el cual reemplaza —nuevamente— el AA original de 29 de
marzo de 1977, haría tabula rasa del citado principio, toda vez que, además de regular materias relativas a la tutela de
derechos y garantías constitucionales, daría cabida a una competencia reglamentaria sub lege que resultaría formalmente
inconstitucional (por contravenir, entre otros, el art. 63 Nº3 CPR).
Con todo, a nuestro juicio, tal indicación debe ser matizada con dos aspectos: el primero, si la Carta Fundamental ha
reconocido a los tribunales superiores de justicia y, en especial, a la Corte Suprema, la potestad de dictar AA, es para
propender precisamente al ejercicio de sus funciones jurisdiccionales, lo cual, además de vincularse con el art. 76 de la
CPR, da operatividad al principio de independencia en su faz funcional (ver cap. IV, tit. III, apdo. 3.1); el segundo,
porque si la CPR obliga a toda persona, institución o grupo y, naturalmente, a todos los órganos del Estado, a dar
respeto, protección y promoción de los derechos fundamentales, no se ve cómo y por qué los tribunales superiores de
justicia no puedan precisamente subsanar una omisión legislativa, a fin de restablecer el imperio del Derecho y asegurar
la debida protección del afectado en caso de una vulneración ius-fundamental. Por tanto, si somos congruentes con lo ya
indicado, la fuente de los AA no solo se encontraría en las facultades económicas de los tribunales superiores de justicia,
sino también —y de modo preferente— en sus facultades conservadoras, las cuales exigen de estos un rol activo en la
defensa, tutela y promoción de los derechos y garantías fundamentales.
5.2. Las fuentes indirectas o mediatas
5.2.1. La jurisprudencia de los tribunales de justicia
Según explica Couture, la voz jurisprudencia deriva de la expresión latina iurisprudentia, compuesto del genitivo ius, iuris
(Derecho) y del sustantivo femenino prudentia (sabiduría, conocimiento) (Couture, 1960, p. 372). Sin embargo, como
bien explica el citado jurista uruguayo, esta última palabra, que es una deformación de providens, participio presente de
provideo (prever), refleja el canon que debería atribuírsele a la jurisprudencia: esto es, la previsión y conocimiento de lo
que ya ha sido resuelto en materia de Derecho. De allí, por ende, que se acostumbre a identificar a la jurisprudencia como
“el conjunto de decisiones de los tribunales sobre una materia determinada, emitidas con ocasión de los juicios sometidos
a su resolución, los cuales, aún no teniendo fuerza obligatoria, se imponen por el valor persuasivo de sus razones y la
autoridad del órgano del que emanen” (Couture, 1960, p. 372).
En efecto, según lo hemos adelantado, el Derecho procesal no es un fenómeno que se agote en la simple norma legal
ni mucho menos en un sistema estático y cerrado; muy por el contrario, en él convergen un sinnúmero de enunciados
normativos, fácticos y valorativos que, por su carácter dinámico y heterogéneo, requieren siempre de criterios que aseguren
su uniformidad y previsibilidad en los casos para cuya regulación se manifiesten. De hecho, las decisiones judiciales no
solo constituyen uno de los núcleos normativos más importantes en algunos sistemas jurídicos (como en el common law),
sino que, hasta en los sistemas de tipo europeo continental, como el nuestro, ostentan un protagonismo interpretativo y
argumentativo cada vez más indiscutible. No en vano, frente a la necesidad de considerar la relevancia de la jurisprudencia,
diversas leyes dictadas en el último tiempo en nuestro país han reconocido su valor en el contexto de la igualdad ante la
ley y la certeza jurídica. Piénsese, en este sentido, en el recurso de unificación de jurisprudencia en materia laboral, o en
el recurso de nulidad deducido ante la CS por la causal prevista en el art. 373 letra b) del CPP, o bien en el conocimiento
en pleno que hace la CS del recurso de casación en el fondo por aplicación del art. 780 del CPC. En todos estos casos,
aun cuando gran parte de los autores siga considerando a la jurisprudencia como fuente indirecta del Derecho procesal, la
realidad es tozuda y muestra un escenario diametralmente opuesto: esto es, que frente a la necesidad de dar previsibilidad
y homogeneidad a las diversas interpretaciones sostenidas por los tribunales superiores de justicia, la jurisprudencia cada
vez se posiciona con mayor ahínco normativo como fuente positiva de nuestro sistema jurídico-procesal.
Con todo, llegados a este punto no debemos confundir lo que es, por una parte, la jurisprudencia, de lo que es por otra,
el precedente. Ello, pues, si bien ambas figuras se encuentran emparentadas por emanar de una misma fuente generativa,
no son iguales, ya que presentan una serie de diferencias tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo.
En lo cuantitativo, cuando se habla del precedente se hace generalmente referencia a una decisión relativa a un juicio
particular, ya que la decisión que se asume como precedente es una sola, mientras que cuando se habla de la jurisprudencia

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se hace referencia a una pluralidad a menudo bastante amplia de decisiones relativas a varios y diversos juicios concretos.
De este modo, una cosa es la decisión que verdaderamente “hace precedente” (también denominada, case law) y otra la
comprensión de múltiples decisiones manifestadas en un mismo sentido interpretativo como jurisprudencia.
En lo cualitativo, en cambio, el precedente involucra cualquier decisión de carácter jurisdiccional que expresa al menos
una regla a la que se le dota de vinculatoriedad para casos diferentes a aquel en cuyo contexto fue dictada (Núñez, 2018, p.
57). Se trata, por tanto, de una propiedad de obligatoriedad de ciertas decisiones jurisdiccionales que puede ser aplicada
como norma de decisión en un caso sucesivo, en función de la identidad o, como sucede regularmente, de analogía entre
un caso y otro. Dicho de otro modo, estaremos en presencia de un precedente siempre que su ratio decidendi pueda ser
aplicada como regla en la resolución de otros casos sucesivos posteriores (MacCormick, 2018, pp. 268-269). De esta forma,
cuando los jueces tienen la obligación de decidir los casos similares conforme a un precedente, se dota al razonamiento
judicial de un criterio de autoridad normativo suplementario, lo que tiende a favorecer no solo la uniformidad aplicativa
del Derecho, sino que también a reducir los costos personales y temporales en el pronunciamiento de la decisión de que
se trata.
El empleo de la jurisprudencia, por el contrario, ostenta en este ámbito características bastante diversas. Ello, pues, a
lo menos en el sistema del civil law, la jurisprudencia arranca de una lógica de particularidad y no de universalidad,
principalmente por el efecto relativo de las sentencias inter partes. De esta forma, dado que en sistemas como el nuestro
las sentencias solo tienen fuerza obligatoria respecto de las causas que actualmente se pronunciaren (art. 3 del CC), la
labor interpretativa sostenida reiterativamente por los más altos tribunales de un Estado no es vinculante y, por ende, la
jurisprudencia solo cumple una función orientadora y descriptiva de ciertos parámetros de decisión. Así, p. ej., tratándose
del recurso de unificación de jurisprudencia laboral, los jueces laborales no están obligados a seguir los lineamientos fijados
por la CS en dicha materia, no solo por aplicación del principio de independencia y autonomía de los jueces, sino que
también por el efecto relativo de las sentencias plasmado en este ámbito en el art. 483-C del CdT: “El fallo que se
pronuncie sobre el recurso sólo tendrá efecto respecto de la causa respectiva, y en ningún caso afectará a las situaciones
jurídicas fijadas en las sentencias que le sirven de antecedente”.
Con todo, y al margen de las anteriores apreciaciones, no cabe duda que tanto la jurisprudencia como el precedente poseen
una importancia práctica cada vez más decisiva y preponderante en nuestro país: los jueces emplean a menudo sentencias
pretéritas de sus superiores jerárquicos para justificar sus decisiones, los abogados recurren a ellas como argumentos de
autoridad y persuasión, las revistas de Derecho dedican secciones completas destinadas al comentario de jurisprudencia
y, por si fuera poco, distintas instituciones públicas y privadas pagan hoy costosas bases de datos para mantenerse al
día en lo que a jurisprudencia se refiere. Ello nos habla, independientemente del calificativo, de que los fallos de los
tribunales superiores de justicia no solo desempeñan un rol formal vinculado a una correcta nomofilaxis interpretativa
del Derecho, sino que también un rol insustituible como fuente de argumentos en la justificación de las premisas en las
cuales se sustenta una decisión (Beltrán, 2012, p. 603).
5.2.2. La dogmática jurídica
A pesar de que la cambiante historia de la dogmática procesal refleja un sinnúmero de contrastes metodológicos, no
se puede desconocer su rol en la configuración de una serie de axiomas cuya validez hoy nadie discutiría. En efecto,
independientemente de su evolución y de sus conocidas discrepancias, resulta innegable que la dogmática procesal aporta,
por un lado, sistematización y ordenación de los aspectos que circundan la jurisdicción, la acción y el proceso y, por otro
lado, suministra criterios que aseguran un común denominador acerca de las condiciones que se exigen para garantizar
un debido proceso legal. Piénsese, en este sentido, en las consideraciones dogmáticas de carácter estructural que se
encuentran, implícita o explícitamente, detrás de cada procedimiento: el derecho al juez natural, el derecho a defensa, el
derecho al contradictorio, el derecho al recurso, así como un sinfín de otras garantías reconocidas tanto a nivel nacional
como internacional. Todas ellas, analizadas con el auxilio de un cariz pragmático y aplicativo, hacen que la dogmática
procesal proponga categorías y distinciones orientadas precisamente a la racionalización de sus muchos y vastos problemas.
De esta forma, dada la amplitud y ambigüedad de gran parte de las normas jurídico-procesales, la dogmática jurídica ha
de proponer su perfeccionamiento y mejor argumentación de acuerdo a sus especiales características. Ello ha de significar,

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en otros términos, que no basta con un estudio eminentemente formal y cerrado de los institutos jurídico-procesales,
sino que más bien se requiere una dimensión crítica, abierta y contingente que posicione a la dogmática procesal en
dos direcciones bien definidas: por un lado, sometiendo sus conceptos y categorías básicas a una revisión y evaluación
constante para perfeccionar su correspondencia con el ideal de legitimidad iusfundamental que la inspira; y, por el otro,
confrontando el Derecho procesal vigente con el análisis estructural, lógico y argumentativo de sus postulados aplicados
al caso particular. De esta forma, por tanto, partiendo de un análisis detallado de sus premisas garantísticas asociadas a
la jurisdicción, la acción y el proceso, así como de sus conexiones lógico-estructurales y axiológicas, toda tarea dogmática
requiere de su inserción dentro de un sistema que haga plausible y contrastables sus resultados, para culminar, en suma,
con su aplicación y fundamentación al caso específico de que se trate.
Ahora bien, sin perjuicio de lo antes dicho, no debe pensarse que el estudio del Derecho procesal tenga una larga data
como disciplina científica. De hecho, a pesar que en todas las épocas y culturas se han creado y explicitado institutos
procesales, se han instaurado diversos procedimientos y se han replicado múltiples usos y prácticas forenses, no es posible
hablar en su tratamiento de un auténtico y genuino estudio científico del Derecho procesal. Sin ir más lejos, incluso
después de la Revolución Francesa, la cual reconoció postulados liberales como la separación de los poderes, la legalidad
del juzgamiento y la obligación de fundar las sentencias, la idea de una disciplina procesal científica y autónoma estaba
aún lejos de consolidarse (Alsina, 1956, p. 48). No en vano, superado el “Ancien Régime”, gran parte de los juristas
continuó viendo al Derecho procesal como dependiente del Derecho material, de modo que incluso en pleno apogeo del
liberalismo aquél aún era considerado como una disciplina auxiliar y residual.
Sin embargo, dicha cadena se cortó la segunda mitad del s. XIX de la mano del procesalismo científico alemán, después
el italiano y bastante más tarde el hispanoamericano. En efecto, tras la polémica entre Windscheid y Muther sobre
la naturaleza de la acción procesal (1856-1857), se fue consolidando no solo la disociación entre el derecho material
y la acción procesal, sino también la autonomía del Derecho procesal. De allí que, superando el análisis meramente
descriptivo y exegético de la ley, surgen en Alemania autores como Bülow, Wach, Kisch y Stein; a lo que se añaden, en
Italia, Mortara, Chiovenda, Carnelutti y Calamandrei. Todos ellos, de la mano del método histórico-sistemático, dan
un impulso científico estable a la ciencia jurídico-procesal moderna en aras precisamente de buscar la sincronía entre
dogmática, práctica e historia de las instituciones procesales. Desde ese momento, por ende, el Derecho procesal, con
independencia de su examen como procedimiento, se considera como disciplina autónoma caracterizada por la revisión de
sus conceptos fundamentales, por la búsqueda de sus grandes líneas directrices y el análisis de los institutos en su esencia
(Chiovenda, 1949, p. 375).
Sin extendernos en consideraciones respecto de los puntos de vista sustentados por los autores que acabamos de mencionar,
su influjo científico en Iberoamérica resultó una cuestión gravitante. Así, con la excepción hecha de Francisco Beceña,
considerado por algunos como el primer procesalista científico de habla castellana (Montero, 2000, p. 21), resaltan como
precursores de nuestra disciplina la primera mitad del siglo pasado: en España, Leonardo Prieto Castro, Jaime Guasp,
Niceto Alcalá-Zamora y Víctor Fairén Guillén; en Argentina, Hugo Alsina, Santiago Sentis Melendo, Lino Palacio y
Ramiro Podetti; y, en el resto de América, destacan en Uruguay Eduardo J. Couture, en Brasil José Carlos Barbosa
Moreira y en Colombia Hernando Devis Echandía.
En nuestro país, por su parte, el tratamiento científico del Derecho procesal destaca con las enseñanzas de los profesores
Manuel Urrutia Salas, Fernando Alessandri Rodríguez, Francisco Hoyos Henrechson y Hugo Pereira Anabalón, siendo
continuadores de su influjo los profesores Mario Mosquera Ruiz y Juan Colombo Campbell. Mención especial, en este
sentido, merecen también los profesores Carlos Anabalón Sanderson, Julio Salas Vivaldi y Mario Casarino Viterbo, quienes,
con un exhaustiva y vasta obra, aspiraron a ofrecer un marco general superador de la mera exégesis procedimental
predominante en el Chile de la primera mitad del s. XX. De esta forma, con independencia de la superación de los
métodos asociados al tratamiento “atomizado” e “interno” de nuestra disciplina, no es posible desconocer la importancia
de los aportes de dichos autores. En particular, el desarrollo de una exposición sistemática de los conceptos, instituciones
y principios erigidos en pos de la construcción racional de la acción, la jurisdicción y el proceso.
5.2.3. La costumbre jurídica procesal (o usos forenses)

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La costumbre jurídica es la repetición constante, uniforme y pública de ciertas conductas o modos de obrar, a la que se
une la conciencia colectiva de que se obedece a un imperativo jurídico. Se destacan, por ende, dos elementos esenciales y
copulativos de la costumbre jurídica: por un lado, el elemento material u objetivo, que está constituido por la repetición
constante y uniforme de ciertas conductas determinadas, observada por la generalidad de los sujetos de un lugar; y, por
otro lado, el elemento sicológico o subjetivo, también llamado opinio iuris, que consiste en el convencimiento por parte
de los sujetos de que las conductas realizadas son jurídicamente obligatorias.
Ahora bien, sabido es que la costumbre jurídica en materia civil solo tiene vigencia y aplicación en la medida en que la ley
se remita a ella (art. 2° del CC). En materia procesal, en cambio, la costumbre jurídica no tiene cabida principalmente
por las implicancias derivadas del principio de legalidad y sus normas de orden público. No obstante ello, estrechamente
vinculada con la costumbre jurídica, se encuentran los denominados “usos y prácticas procesales”, que consisten en
actuaciones que se van produciendo reiteradamente en la tramitación de los asuntos judiciales y que sirven para proyectar
idealmente una mejor aplicación de la ley procesal. Por ejemplo, con la dictación de la Ley Nº 20.886, de 18 de diciembre
de 2015, se modificó el art. 30 del CPC, señalándose en su inc. 2º: “Los escritos se encabezarán con una suma que
indique su contenido o el trámite de que se trata”. Luego, incluso desde antes de dicha modificación, en caso de que
la suma contenga varias peticiones, constituye una práctica procesal el distinguir, por un lado, una petición principal
identificada con la formula “En lo principal” y, por otro lado, las demás peticiones, identificadas con la mención “otrosíes”
(que significa “además”).
Ejemplo de suma
EN LO PRINCIPAL: Deduce demanda de indemnización de perjuicios; EN EL PRIMER OTROSÍ: Acompaña documentos
bajo apercibimiento que indica; EN EL SEGUNDO OTROSÍ: Señala forma de notificación electrónica; EN EL TERCER
OTROSÍ: Patrocinio y poder.
Adicional a lo anterior, desde una perspectiva funcional, otro ejemplo de prácticas o costumbres procesales —especialmente
en el campo de la justicia civil— son la indiscriminada cantidad de certificaciones que muchas veces se piden o exigen
como trámites previos para poder continuar con el procedimiento. De hecho, es por todos conocidos que en ocasiones los
jueces exigen trámites y diligencias que resultan dilatorias e innecesarias, como ocurre, por ejemplo, en la certificación si
un plazo está o no vencido, si se opusieron o no excepciones por el demandado, o bien si el término probatorio se encuentra
o no vencido. En todos estos casos, aún cuando dicha información muchas veces consta en la carpeta electrónica y es de
pública notoriedad, todavía perdura en nuestro medio —como práctica procesal— el exigir tales certificaciones en pos
de salvaguardar supuestamente el principio de pasividad consagrado en el art. 10 del COT. Sin embargo, como bien ha
sostenido nuestra jurisprudencia:
“Con las modificaciones introducidas al Código de Procedimiento Civil, especialmente por la Ley Nº 18.705 de 24 de mayo
de 1988, se advierte la finalidad de dar un mayor impulso a la tramitación del juicio civil, procurando que la agilización
de la justicia recaiga también en los jueces que ejercen tal competencia. Así, en el Mensaje con que el Ejecutivo enviaba
esta reforma, se señalaba:”Se amplían las atribuciones de los magistrados, que en numerosos casos, hasta podrán proceder
de oficio; a los jueces se les saca de su rol pasivo de meros espectadores en la contienda judicial, para llevarlos al plano
de personeros activos de la justicia, premunidos de las facultades necesarias para establecer, con pleno conocimiento de
causa, la verdad jurídica que permita, fundada y rápidamente, dar a cada uno lo que es suyo”.
De ahí que pueda concluirse, en consecuencia, que actualmente el legislador ha hecho compatibles los principios de
pasividad y oficialidad, reglando el campo de acción de las partes y de los jueces” (SCS, Rol 40.959-2021, de 05 de
noviembre de 2021, cons. 7º).
Lo anterior, por lo tanto, permite destacar que la tendencia legislativa en nuestro país ha sido la de acentuar el rol activo
del juez civil en el proceso y, de este modo, que asuma la responsabilidad de velar por la prosecución y término del juicio
en un plazo razonable. De este modo, y a pesar que las formalidades constituyen una garantía de los justiciables en pos
de evitar posibles arbitrariedades, las exigencias indiscriminadas de certificación no pueden transformarse en una práctica
procesal que distorsione el sentido y espíritu de la ley, ni mucho menos que sean un “pretexto ritual” para obviar la carga
judicial de dar impulso al proceso en la etapa procesal correspondiente.

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5.2.4. El Derecho extranjero o comparado
Sabido es que las instituciones del Derecho procesal chileno no se han generado íntegramente en nuestro país, sino que
la mayor parte de ellas tiene su origen en otras legislaciones. No en vano, en el marco de reformas posibles para mejorar
los diversos sistemas de justicia en Chile, la orientación y el debate se inspira casi siempre en el análisis comparado de
diversas legislaciones extranjeras, en pos de implementar precisamente reglas y principios que doten de mayor consistencia,
seguridad y legitimidad la creación normativa. De allí que no sea extraño observar en los trabajos pre-legislativos y
preparatorios un “corpus” comparado que auxilia y facilita el cúmulo de aspectos jurídicos, sociales y culturales que
deben evaluarse para medir la forma y el fondo de cualquier norma jurídico-procesal.
Así, en cuanto a la descripción de la situación chilena, considérese por ejemplo la creación de nuestro actual Código
Procesal Penal, el cual fue aprobado mediante la ley Nº 19.696, promulgada el 29 de septiembre de 2000 y publicada
el 12 de octubre del mismo año. Dicho cuerpo normativo, que instauró por primera vez en nuestro país un sistema de
enjuiciamiento criminal acusatorio, oral y público, tomó como parámetros básicos para su diseño no solo diversos tratados
internacionales que obligaban a nuestro país en dicho ámbito, sino que también diversos textos de legislación extranjera,
tanto de nivel legal como constitucional, que sirvieron de fuente fundamental para su elaboración. Entre los códigos
extranjeros de más frecuente utilización estuvieron, en primer orden, el Código Procesal Penal Modelo para Iberoamérica
aprobado en las Jomadas de Río de Janeiro del año 1988, que a su vez se basa esencialmente en el modelo acusatorio
contenido en la Ordenanza Procesal Penal Alemana de 1877. Junto a ello, se recurrió también al Proyecto de Código
Procesal Penal de la Nación Argentina de 1986 (propuesto por el jurista argentino Julio B. Maier), el Código Procesal
Penal Italiano de 1988, la Ley de Enjuiciamiento Criminal Española de 1882, el Código Procesal Penal de la Nación
Argentina de 1992, el Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba de 1992 y el Código Procesal Penal Peruano de
1991. Finalmente, también le sirvieron como fuente de inspiración el Proyecto de Código Procesal Penal de Guatemala
de 1991 y el Proyecto de Código Procesal Penal de El Salvador de 1993.
Con todo, y al margen de lo señalado, conviene aclarar que una cosa es admitir al Derecho extranjero como fuente indirecta
en la creación legislativa procesal, y otra exigir su aplicabilidad directa en el contexto judicial. Ello, pues, si bien desde
antiguo se presume que el juez conoce el Derecho positivo (lo que se ha expresado con la fórmula “iura novit curia”), no
es menos cierto que dicha cognoscibilidad se dirige principal y preferentemente al Derecho nacional. Y ello, en esencia,
por una razón muy simple: la existencia, vigencia, interpretación y aplicabilidad al caso de la norma jurídica extranjera
no le consta al juez. Por este motivo, gran parte de los sistemas del “civil law” asume que la ley extranjera constituye una
materia que debe probarse, mientras que el Derecho escrito (no conseutudinario) e interno (no extranjero) se presume
conocido por todos (Ezquiaga, 2000, p. 92). Quizás por ello, aunque no exenta de críticas, un sector importante de
nuestra jurisprudencia sostenga:
“Que el Derecho extranjero es, ante los tribunales chilenos, un hecho cuya demostración debe hacerse conforme a las
leyes chilenas, como lo demuestra, por ejemplo, el artículo 411 Nº 2 del Código de Procedimiento Civil, que permite oír
informe de peritos sobre puntos de derecho referentes a alguna legislación extranjera, no siéndole aplicable, entonces, la
presunción de conocimiento a que se refiere el artículo 8º del Código Civil…” y “Que así las cosas, puesto en la necesidad
de probar la norma extranjera y, con ello, la concurrencia de los requisitos referidos en la motivación tercera del presente
fallo, el Ministerio Público no produjo tal prueba, razón por la cual estos sentenciadores no accederán a la solicitud de
extradición en análisis” (SCA de Punta Arenas, Rol Corte Nº 15-2008, de 10 de marzo de 2008).
De esta forma, sin entrar al fondo de la discusión, en el sentido de precisar si la ley extranjera es una cuestión de hecho o
de Derecho, lo importante es considerar que producto de la globalización poco a poco se han ido incorporando en nuestro
país diversos tratados internacionales que, en materias como el comercio internacional y el arbitraje, dan cabida en cierto
sentido a la aplicabilidad de la ley extranjera en Chile. Desde esta perspectiva, si bien las partes deben suministrar al
juez los medios de conocimiento de la norma extranjera, dicha información debe entenderse no con supuestos idénticos
a la justificación de la prueba de los hechos, sino más bien como una actividad colaborativa entre las partes y el órgano
jurisdiccional, de forma tal de respetar las normas de Derecho interno que precisamente permiten que se aplique la ley
extranjera y se tengan por válidos sus preceptos.

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6. Tratamiento del conflicto y vías de solución
Según se habrá podido advertir, todas las anteriores observaciones realizadas descansan en la asunción de que el Derecho
procesal cumple un rol instrumental en la solución de conflictos de relevancia jurídica. Naturalmente, resulta una cuestión
consustancial a la vida en sociedad el que aparezcan contiendas, divergencias, choques, incompatibilidades, tanto de
opiniones como de intereses. Pero el que exista una simple divergencia no transforma un asunto en jurídicamente
relevante para su tratamiento desde un punto de vista procesal. Se debe tratar, como expresa Carnelutti, de un “conflicto
de intereses calificado por la pretensión de uno de los interesados y la resistencia del otro que versa sobre un bien
jurídicamente tutelado” (Carnelutti, 1994, p. 44). De allí, entonces, siempre que existan dos partes que disputen en torno
a intereses, el conflicto adquirirá la calificación jurídica de “litigio” cuando dichos intereses se encuentren efectivamente
protegidos y tutelados por el Derecho.
Sin embargo, se debe aclarar que no todo litigio debe ser compuesto acudiendo a un tercero imparcial e independiente,
a objeto de que en nombre del Estado ejerza el monopolio de la fuerza física legítima. De hecho, al contrario de lo
que comúnmente se piensa, no siempre corresponde al Estado resolver las controversias de relevancia jurídica, puesto
que, en ciertas materias, se permite que sean las partes quienes —directa o indirectamente— logren precisamente una
solución pacífica a sus controversias. Quizás por ello, y a pesar de lo arraigado en nuestra disciplina, sea prudente huir
a la tentación de caer en un dogmatismo proceso-céntrico, en el cual, por la influencia ideológica de ciertos autores e
instituciones, aún se asume a la heterocomposición como el genuino medio idóneo y apto para la solución de controversias.
Dentro de esta última línea, por ejemplo, Couture sostenía: “Cuando el hombre se siente objeto de una injusticia, de algo
que él considera contrario a su condición de sujeto de derechos, no tiene más salida que acudir ante la autoridad. Privado
ya de su poder de hacerse justicia por mano propia, le queda en reemplazo el poder jurídico de requerir la colaboración
de los poderes constituidos por el Estado” (Couture, 1989, p. 28). De esta forma, la cultura procesal latinoamericana en
general tiende a concebir al proceso judicial como algo positivo, “normal” y deseable, máxime cuando a partir de aquel
se evita la autotutela y se dan garantías de imparcialidad y previsibilidad respecto de una decisión final válida.
Con todo, a nuestro juicio, tal ideal debe ser atemperado distinguiendo si nos encontramos ante conflictos penales, por un
lado, y conflictos civiles y comerciales, por el otro. Ello, porque en los primeros existe un interés público y colectivo muy
nítido en su solución: cuando se investiga un hecho constitutivo de delito, se demuestra la participación del imputado y,
en suma, se le condena a la pena prevista por el legislador, no solo es la víctima quien en cierto sentido se ve compensada
por el mal que experimentó como consecuencia del delito, sino que también la comunidad toda quien reconoce y acepta
los mandatos legales como justificados y se abstiene de cometer delitos por esa razón. El juicio penal, por ende, transmite
un reproche normativo relativamente intenso que, cumpliendo presupuestos garantísticos de todo debido proceso, intenta
comunicar también la desaprobación jurídico-social de la conducta lesiva: un reproche que no solo se dirige al autor, sino
que también a la víctima del delito y a la sociedad en su conjunto.
Una justificación distinta y de menor radicalidad parte en el entendimiento del conflicto civil. Ello, pues, si bien el
sistema de enjuiciamiento criminal posibilita que los intervinientes puedan alcanzar salidas alternativas al proceso penal,
no es menos cierto que su ámbito de aplicación es reducido y no tan amplio como el que se presenta en materia procesal
civil. En efecto, en este último ámbito la experiencia muestra que las partes son más proclives a superar el conflicto a
través de métodos alternativos de solución de controversias, principalmente por dos puntos fundamentales: el primero,
relacionado a materias esencialmente patrimoniales y que les permiten disponer de derechos o bienes de los cuales ostentan
una titularidad; y, el segundo, relacionado a la toma de decisiones en libertad y consenso a través de la autonomía de
la voluntad. Todos estos elementos, entre otros adicionales, hacen que la solución alternativa de los conflictos civiles
se manifieste como una institución viable y racional, más aún si se consideran además los menores costos tanto en lo
referente al tiempo como al factor económico de un eventual litigio jurisdiccional.
Quizás por lo anterior, en el anhelo por buscar fuera de la jurisdicción o en el seno de ella, mecanismos complementarios,
flexibles y colaborativos como una real alternativa a los procedimientos judiciales, surgió en la década de los sesenta y
setenta del siglo pasado el movimiento de los ADR (Alternative Dispute Resolution), el cual, en lo esencial, se refiere a

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diversos “métodos que tratan de resolver disputas, principalmente fuera de los tribunales, o bien mediante mecanismos
no judiciales” (Cappelletti, 1993, p. 282). Dicho movimiento, cuyo nacimiento se produjo en los EE. UU. hacia la
década de los años treinta del siglo pasado, nació precisamente como una reacción frente a la profunda crisis que se venía
produciendo en los órganos jurisdiccionales civiles y penales en dicho país, los cuales, frente a los asuntos que diariamente
venían engrosando el quehacer judicial, eran incapaces de responder en términos cuantitativos y cualitativos a la alta
demanda jurisdiccional. De allí, entonces, considerando además la incapacidad intrínseca del sistema de poder asegurar
a todos el acceso a la justicia, se fueron generando diversas vías a través de las cuales se podían desplegar mecanismos
privados de resolución de las controversias particulares: la conciliación, la mediación, el arbitraje y otras tantas.
Ahora bien, a pesar de que lo anterior nos pueda parecer historia, curiosamente los mismos argumentos son los que
perduran hasta nuestros días y que hacen que la tendencia a los ADR sea siempre permanente en miras a su progresión
y fortalecimiento. En efecto, la profunda crisis que caracteriza el funcionamiento de la justicia civil en nuestro país,
sumado a la incapacidad del legislador para modificarla y adecuarla a estándares internacionales, ha supuesto que se
deba acudir a los mecanismos alternativos de solución de controversias para garantizar precisamente un genuino acceso
a la justicia. No en vano, producto del contexto de emergencia sanitaria derivada de la covid-19, dicha necesidad de
reforma procedimental se ha visto acrecentada incluso desde el mismo Poder Judicial. De hecho, según datos de la
Corporación Administrativa del Poder Judicial, específicamente tomando como referencia el flujo normal de los años
anteriores versus los años 2020-2021, la saturación y atochamiento en la tramitación de diversos procedimientos civiles
ha llegado a niveles casi exorbitantes. Así, por ejemplo, solo el año 2020 ingresaron al Poder Judicial un total de
1.085.250 causas civiles, de las cuales, a mayo de 2022, aún se encuentran en tramitación en primera instancia 972.138
(véase: https://numeros.pjud.cl/Competencias/Civil). Si a ello sumamos que nuestro procedimiento civil rige desde 1902,
manteniendo casi intactas ciertas formalidades y ritualidades propias de esa época, no debe sorprendernos el que nuestra
justicia civil no logre actuar con la celeridad y eficiencia que se espera. Esto nos habla, en consecuencia, acerca de la
necesidad por potenciar los ADR no solo por razones ideológicas, sino que también pragmáticas: esto es, por el alto
volumen de causas que progresivamente se judicializan en materias de escasa lesividad; por la falta de procedimientos
rápidos y eficaces que superen el extremo formalismo que impera en nuestro medio; por los altos costos que traen
aparejados los procedimientos en tiempo y dinero; y, por sobre todo, por la manifiesta necesidad de asegurar a todos los
ciudadanos el derecho al acceso a la justicia.
Con todo, lo anterior no quiere decir que en muchos casos una solución autocompositiva a la controversia sea materialmente
conveniente y hasta ventajosa para las partes. Así, por ejemplo, nadie podría dudar que la mediación en materia de
familia facilita no solo la propuesta de soluciones y la resolución de conflictos, mediante el diálogo, la comunicación y
el respeto, sino que también en muchos casos favorece la orientación y el consejo en pos de restablecer la armonía y
la relación familiar entre las partes. De allí, entonces, que sea razonable cuestionarse porqué el Estado debe intervenir
resolviendo todo tipo de conflictos, cuando existen ciertos casos que no necesariamente trascienden a la comunidad, y
que, por su naturaleza esencialmente privada y singular, hacen aconsejable que un profesional con competencias para
ello trate de aunar la voluntad de las partes en orden a lograr un acuerdo mutuamente aceptado. No desde una faz
abstracta e impersonal, distanciada de los intereses reales de las partes, sino desde una óptica racional y comunicativa
que considere las prerrogativas individuales de los involucrados. En un sistema procesal civil así concebido, en suma, la
pacificación del conflicto ya no es vista con una vocación impositiva de tipo unilateral y vertical, sino más bien desde
un plano interpersonal y horizontal, que fomenta alternativas de acceso a la justicia flexibles y dúctiles a cada estrategia,
adecuadas a cada tipología conflictual y en atención a la singularidad de las personas en conflicto.
Ahora bien, siguiendo el modo clásico de enfrentar las formas de solución de controversias en nuestro medio, diremos
que coexisten en el momento presente tres métodos o posibles medios de solución: la autotutela, la autocomposición y la
heterocomposición.
6.1. La autotutela
Tradicionalmente se asevera que la autotutela o autodefensa es “la reacción directa y personal de quien se hace justicia
por mano propia” (Couture, 2007, p. 8). Desde antaño existe amplio consenso en que los conflictos que se suscitan
entre los individuos no pueden ser zanjados por medio de la violencia, sea física o moral. Innecesario pareciera, entonces,

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agregar que la solución violenta del conflicto solo tendrá un carácter de aparente solución, pues, además de no poner
fin al conflicto por medios racionales y justos, supondrá siempre origen de futuras “vendettas” motivadas por el espíritu
revanchista que preside el uso irreflexivo de la fuerza. Por tanto, asumiendo que a través de esta vía saldrá vencedor
el más hábil, el más rápido, el más veloz o, en definitiva, quien detente más poderío sobre otro, nuestro ordenamiento
jurídico en general proscribe este tipo de mecanismo de solución de controversias.
Sobre este último punto, refiriéndose a las denominadas “funas” verificadas a través de las redes sociales, nuestra jurispru-
dencia ha sido consistente en rechazar dichas publicaciones por ser manifestación precisamente de una forma de autotutela.
Así, se se ha sostenido: “Que las “funas” son formas de ejercer un repudio público de determinadas actuaciones que se
estiman reprochables respecto de la persona objeto de la “funa” con la finalidad de darla a conocer públicamente y obtener
así un reproche social o castigo a su conducta sumado a una advertencia sobre el proceder de esta persona frente a ter-
ceros. (…) Que el comportamiento llevado a cabo por los recurridos en cuanto imputa a los actores un actuar inadecuado
y eventualmente contrario a derecho y deciden conforme a ello darlo a conocer públicamente constituye un acto arbitrario
e ilegal. Es además arbitrario, por cuanto, la recurrida se aparta de un comportamiento racional dentro de una sociedad
en la que existe un estado de derecho en que nada impide a quien se ve afectado, en el ejercicio de sus derechos, acudir a
los tribunales de justicia en resguardo de los mismos como se había hecho en un inicio y solicitar las medidas tendientes a
obtener el cumplimiento de lo resuelto por la judicatura. Por lo tanto, no pueden los recurridos ejercer una autotutela en
una situación que la ley no se los permite y que afecta las garantías constitucionales de los actores, como son el derecho a
su honra que se ve afectado con la denostación que se realizó y el derecho a no ser juzgado por comisiones especiales, pues
los recurridos por sí juzgan y sanciona el comportamiento de los recurrentes, por lo que el recurso de protección debe
ser acogido y brindar la cautela que resguarde los derechos constitucionales amagados” (SCA de Santiago, Rol Corte
Nº 96.162-2020, de 26 de julio de 2021. Confirmando dicho fallo, SCS, Rol Corte Nº 56.107-2021, de 8 de agosto de
2021). Sin embargo, huelga destacar que en ciertos y determinados ámbitos el Estado autoriza la autotutela de forma
excepcional. Que los individuos tengan ciertos derechos básicos que funcionan como restricciones a la persecución de
objetivos colectivos, nos habla que la defensa individual de tales derechos, cuando el Estado no puede acudir en su auxilio,
encuentra una justificación que es independiente de cualquier consideración de defensa social colectiva. Así, el derecho
a la vida, a la integridad física, a la libertad, etc., se convertirían en meras declaraciones programáticas si no estuviera
implícito en ellos la facultad de hacer todo lo necesario para preservarlos, aun cuando de ello resulte un saldo negativo
de beneficios y perjuicios para el conjunto social. De allí, entonces, la necesidad de que la autotutela lícita deba estar
debidamente articulada, precisando cuáles son los derechos básicos en juego, y cómo y de qué forma se debería resolver
la ponderación de los mismos.
Tal idea, que aparece ligada al mandato de determinación y taxatividad, se plasma en nuestro Derecho positivo a partir
de algunas reglas excepcionales establecidas en diversas disposiciones, que citamos por vía meramente ilustrativa:
(a) La legítima defensa, como eximente de responsabilidad penal, regulada por el art. 10 Nº 4 del CP;
(b) El derecho de huelga (cesación colectiva y concertada del trabajo), por parte de los trabajadores; con su contrapartida:
el lock-out, consagrados en los arts. 345 y 353 del CdT;
(c) El derecho que el art. 942 del CC confiere al propietario de un predio para cortar las raíces del árbol plantado en
la heredad vecina, que excede el plano vertical de deslinde de ambos inmuebles; y,
(d) El derecho legal de retención que el mismo cuerpo de leyes concede a determinadas personas, en ciertos casos, como
al arrendatario (art. 1937 del CC), al mandatario (art. 2162 del CC), al comodatario (arts. 2192 y 2193 del CC), al
depositario (arts. 2234 y 2235 del CC) y al acreedor prendario (art. 2401 del CC).
Por último, cabe hacer presente que producida la autotutela lícita ella debe ser homologada, pues, además de no operar
ipso iure, requiere que se comprueben judicialmente la concurrencia de sus requisitos condicionantes. Así, por ejemplo,
en los casos de legítima defensa, se deben analizar y ponderar: la agresión ilegítima, la necesidad racional del medio
empleado para impedirla o repelerla y la falta de provocación suficiente por parte del que se defiende (art. 10 Nº 4
del CP). Por tanto, junto con examinar los presupuestos fácticos y probatorios que acompañan la petición de licitud de
la autotutela, se requiere que con posterioridad a su ejercicio extraprocesal ella se convalide dentro de un determinado

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proceso.
6.2. La autocomposición
Prohibida por el Estado la autotutela como regla general, aquel reconoce la eficacia de la autonomía de la voluntad de
los particulares, dentro de ciertos límites y en determinados ámbitos, en aras de componer sus controversias como una
forma de propender a la paz social. En efecto, según lo adelantamos, frente a un claro fenómeno de la judicialización
de las sociedades modernas, la autocomposición (a través de los ADR o los MASC) se ha erigido como una alternativa
válida y legítima que contribuye, por un lado, a descongestionar al órgano jurisdiccional en pos de favorecer la rápida
obtención de soluciones entre las partes y, por otro lado, a propender que la voluntad privada se manifieste en un contexto
de libertad —asistida o no— evitando la escalada del conflicto y logrando acuerdos mutuamente aceptables. De esta
forma, asumiendo un carácter reflexivo, renunciativo y altruista, la autocomposición designa a todos aquellos métodos
alternativos de solución de controversias donde el consentimiento y el acuerdo libre de las partes evitan precisamente el
recurso a la jurisdicción (Nieva, 2014, pp. 20-21).
En consideración a lo anterior, la ley Nº 21.934, de 25 de noviembre de 2021, que introdujo en nuestro país reformas al
sistema de Justicia para enfrentar la situación luego del estado de excepción constitucional de catástrofe decretado por
la covid-19, incorporó al CPC un nuevo artículo 3º bis, cuyo tenor es el siguiente:
“Es deber de los abogados, de los funcionarios de la administración de justicia y de los jueces, promover el empleo de
métodos autocompositivos de resolución de conflictos, como la conciliación, la mediación, entre otros. Estos métodos no
podrán restringir, sustituir o impedir la garantía de tutela jurisdiccional”.
Luego, no puede sino valorarse el genuino esfuerzo por consagrar legalmente los mecanismos autocompositivos en forma
expresa, estableciendo el deber de su promoción por todos los actores del sistema de justicia, desde que su efectiva
implementación requiere del compromiso y apoyo de los distintos operadores jurídicos. Sin embargo, que la norma
haya dado una connotación de principio a los métodos autocompositivos de inmediato deja abierta la duda acerca de
una regulación específica que le sirva de sustento y, al mismo tiempo, que le dé sentido sistémico para su ulterior
desarrollo y aplicación práctica. No en vano, en la historia fidedigna de su establecimiento, se dejó constancia que “por su
naturaleza programática pareciera explicar que el precepto, aunque establezca un deber —“los métodos autocompositivos
(…) deberán ser promovidos”— no especifique quién, ni cómo se asegurará su cumplimiento, ni las consecuencias derivadas
de la inobservancia de este deber. Desprovista entonces de estos atributos, la norma resulta más bien una propuesta de
comportamiento deseable —el de promover métodos autocompositivos— de parte de los sujetos normados —abogados,
funcionarios de la administración de justicia y jueces—, cuya utilidad es difícil anticipar. Tampoco se observa cómo
el precepto que se incorpora pudiera servir de criterio interpretativo o integrador para ser aplicado por jueces y juezas
al resolver, lo que permite poner en duda la utilidad de la norma que se propone, como no sea poner de manifiesto la
necesidad de intensificar el uso de mecanismos alternativos de resolución de conflictos” (Historia de la Ley Nº 21.394,
Segundo Informe de Comisión de Constitución, de 30 de mayo de 2021, p. 22).
Sea como fuere, asumiendo que ciertas formas autocompositivas no se encuentran suficientemente reguladas en nuestra
legislación, la dogmática procesal acostumbra a clasificarlas en consideración a diversos criterios:
a) Desde el punto de vista de su relación con el proceso, la autocomposición puede ser extraprocesal (como la transacción)
o intraprocesal (como la conciliación);
b) Desde el punto de vista de la intervención o no de un tercero que contribuya a aunar la voluntad de las partes, la
autocomposición puede ser directa (como el avenimiento) o indirecta (como la mediación); y,
c) Desde el punto de vista de la concurrencia de las partes para generar el acuerdo, la autocomposición puede ser
unilateral (como el desistimiento) o bilateral (como la conciliación). De esta forma, de la conjugación de los criterios
antes señalados, se determinará la forma cómo debe plasmarse el acuerdo alcanzado y cuáles son sus efectos homologadores
desde el punto de vista de su imperatividad.
Con todo, debe recordarse que la autocomposición está permitida para la solución de todos aquellos conflictos que versen
sobre derechos disponibles (art. 12 del CC) y, además, en la medida en que se tenga la capacidad y la potestad para

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poder obligarse a través del acto jurídico-procesal de que se trata. Adicional a ello, el consentimiento y el acuerdo
de voluntades es un elemento esencial a la autocomposición. Por esta consideración, a nuestro modo de ver, resulta
cuestionable calificar como formas autocompositivas a ciertos actos unilaterales que no requieren la aquiescencia de las
partes en conflicto. Piénsese, en este sentido, principalmente en el desistimiento y el allanamiento: el primero, manifestado
como un incidente especial que se verifica cuando el actor se retracta de su demanda incoada, una vez que esta última
ha sido válidamente notificada al demandado (art. 148 del CPC); el segundo, que consiste en una manifestación de
voluntad del demandado en orden a reconocer expresamente la satisfacción de la pretensión hecha valer en su contra
por el actor (art. 313 del CPC). En ambos casos, según un sector importante de la doctrina, se trataría de formas
autocompositivas unilaterales principalmente porque la actitud altruista y renunciativa propia de esta forma de solución
de conflictos emanaría solo del atacante —es decir, de quien deduzca la pretensión— o solo del atacado —o sea de quien
se oponga a la misma— (Alcalá-Zamora, 2018, pp. 80 y 83).
Sin embargo, si se analiza con rigor, en ambos supuestos no se observan ni concesiones mutuas más o menos equilibradas
que deben presentarse en todo acuerdo, ni mucho menos una genuina solución directa y efectiva al conflicto planteado.
Así, por un lado, si se examina el desistimiento de la demanda seguido de la resolución del tribunal que lo acoge, esta
no resuelve la controversia de relevancia jurídica derechamente, sino que más bien se pronuncia solo sobre la pretensión
del actor y su extinción en relación a las partes litigantes y a todas las personas a quienes hubiese aprovechado el fallo
(art. 150 del CPC); por otro lado, si se examina el allanamiento, este solo tiene efectos respecto de los hechos de la causa,
más no necesariamente respecto del Derecho que se invoca en la demanda, motivo por el cual dicho allanamiento no hace
desaparecer la necesidad de dictar sentencia definitiva, una vez evacuado el traslado de la réplica (art. 313 del CPC). En
consecuencia, tanto el desistimiento como el allanamiento podrán ser calificados como formas anormales de terminar un
procedimiento, o bien, tratándose del desistimiento, un equivalente jurisdiccional, pero no pueden ser considerados como
acuerdos capaces de ostentar el estatus de formas autocompositivas propiamente tales.
6.2.1. La transacción
Dentro de las genuinas formas autocompositivas regladas en nuestro Derecho, quizás la de más larga data en cuanto a su
positivación sea la transacción. En efecto, inspirada en el art. 2044 del CC francés de 1804, la transacción se encuentra
definida por el art. 2446 de nuestro CC como “un contrato en que las partes terminan extrajudicialmente un litigio
pendiente, o precaven un litigio eventual”. De allí, entonces, a pesar de identificarse como un contrato de naturaleza civil,
no se necesite gran esfuerzo para delimitar su objetivo principal: terminar extrajudicialmente un litigio pendiente o de
prevenir un litigio eventual, puesto que, tal y como lo establece el inc. 2º del art. 2446: “no es transacción el acto que
sólo consiste en la renuncia de un derecho que no se disputa”.
Ahora bien, según lo apunta la doctrina y la jurisprudencia unánimemente (Figueroa y Morgado, 2013a, p. 53; Oberg
y Manso, 2011, p. 188; Hoyos, 2001, p. 84), la definición propuesta por el legislador adolece de un defecto omisivo de
importancia, toda vez que no consideró un elemento esencial del contrato aludido, esto es, la existencia de concesiones
recíprocas. Estas son entendidas como las renuncias totales o parciales que hacen a sus respectivas pretensiones cada una
de las partes en conflicto para poder así zanjar la litis. De allí que nuestra Corte Suprema sostenga: “La transacción
importa un contrato, pues ambas partes crean vinculaciones jurídicas por las que se obligan recíprocamente a dar, hacer
o no hacer alguna cosa, como también un modo de extinguir obligaciones (art. 1567 Nº 3 CC) y en ella entonces van
envueltas las concesiones recíprocas, en cuanto a la renuncia total o parcial que hacen las partes de sus pretensiones, para
poner término a un litigio pendiente o evitar un litigio eventual, sin que en cuanto a ellas se exija la equivalencia” (SCS
Rol 127-2005, de 7 de marzo de 2007). Por consiguiente, soslayando el error conceptual en el cual incurre el legislador
chileno, podríamos decir que la transacción es “un contrato por el cual las partes, haciéndose concesiones recíprocas,
extrajudicialmente ponen término a un litigio pendiente o precaven uno eventual”.
Luego, como características adicionales de la transacción, podemos subrayar:
1. Es un método autocompositivo extrajudicial, o sea, debe celebrarse necesariamente fuera del proceso;
2. Es un medio autocompositivo directo, puesto que no se contempla la asistencia de un tercero que asesore a las partes
en su celebración;

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3. Siguiendo la tradicional clasificación de los medios de resolución de los conflictos, la transacción corresponde a una vía
autocompositiva bilateral, dado que existe “subordinación recíproca de los intereses de ambas partes” (Vargas y Fuentes,
2018, p. 21).
4. Es un contrato o acto jurídico bilateral, por lo que en principio se perfecciona de forma consensual por el mero
consentimiento de las partes. No obsta a ello, en todo caso, la circunstancia de que la transacción esté sujeta, en
determinados supuestos, a cumplir ciertas formalidades, como, p. ej., reducirse a escritura pública cuando envuelve la
transferencia de un inmueble, requisito necesario para poder verificar la tradición de él;
5. Procesalmente hablando, constituye una excepción perentoria pues busca atacar el fondo de la acción deducida, de
modo que puede hacerse valer en la contestación de la demanda en el juicio ordinario. Sin perjuicio de ello, constituye
también una excepción mixta, esto es, siendo perentoria en su naturaleza, puede hacerse valer como excepción dilatoria
antes de contestar la demanda; y, por fin, también constituye una excepción perentoria anómala, motivo por lo cual puede
hacerse valer en cualquier estado del proceso hasta antes de la citación para oír sentencia en primera instancia y la vista
de la causa en segunda;
6. El mandatario judicial requiere de facultades especiales para transigir conforme al inc. 2º del art. 7º del CPC y 403
del CPP, habiéndose entendido que la facultad de transigir comprende la de avenir y conciliar; y,
7. La transacción produce el efecto de cosa juzgada en última instancia, de conformidad a lo previsto en el art. 2460 del
CC.
6.2.2. La conciliación
La conciliación es una institución procesal de antigua data en nuestro país, pues, si bien el CPC en sus orígenes no la
contemplaba, la Ley Nº 7.760, de 1944, la incorporó en nuestro Derecho para hacerla aplicable a todo juicio civil, con
excepción de los juicios de hacienda, juicios ejecutivos, la citación de evicción y la declaración judicial del derecho legal
de retención. Empero, dado que dicha regulación reconocía a la conciliación como un trámite meramente facultativo o
potestativo, la Ley Nº 19.334, de 1994, le dio un mayor realce al atribuirle un carácter obligatorio y la calidad de trámite
esencial en la generalidad de los juicios civiles (art. 795 Nº 2 del CPC). De esta forma, tratándose por ejemplo del juicio
ordinario de mayor cuantía, el tribunal debe efectuar un llamado obligatorio a conciliación una vez agotado el período
de discusión y antes de la recepción de la causa a prueba, so pena de incurrir en una eventual nulidad procesal frente a
dicha omisión.
Ahora bien, nuestro CPC (que se ocupa de la conciliación entre los arts. 262 a 268) no contiene una definición precisa de
dicho instituto. Sin embargo, según explica Couture, etimológicamente la voz “conciliación” deriva del verbo conciliare,
y este del latín concilio, derivado, a su vez, de concilium, el cual hacía referencia a aquellas asambleas donde se reunía
la gente para cerrar negocios, resolver disputas y/o tomar acuerdos (Couture, 1960, p. 171). De allí que la conciliación,
en un sentido técnico, denote en nuestro Derecho una idea muy precisa y clara: la comparecencia de las partes ante el
juez competente, quien, actuando como amigable componedor, propone bases de arreglo con el objetivo de que diriman
sus controversias. Ello, pues, si la solución del conflicto no se obtuvo a través de otra forma autocompositiva y llega el
proceso civil como mal necesario, dentro de este el juez debe llamar a las partes a una audiencia de conciliación. En esta
audiencia el juez actúa como amigable componedor, fija las bases del acuerdo y, en caso de lograrse el mismo, el acta de
conciliación se estimará como una sentencia firme y ejecutoriada para todos los efectos legales (art. 267 del CPC).
En este contexto, por consiguiente, son características de la conciliación:
1. Es método autocompositivo intraprocesal, puesto que a través de ella se pretende poner término a un litigio pendiente
dentro de un proceso ya iniciado;
2. Es un medio autocompositivo asistido o directo, puesto que se contempla la intervención del juez que conoce de la
causa, quien, proponiendo bases para el arreglo, actúa como amigable componedor aunando la voluntad de las partes,
pero sin que las opiniones que emita lo inhabiliten para seguir conociendo del asunto;
3. Constituye un acto jurídico-procesal bilateral, por lo que en principio se perfecciona a través de ciertas formalidades

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que le dan existencia jurídica y validez formal. Específicamente, la conciliación debe constar por escrito en un acta que
debe consignar solo las especificaciones del acuerdo, la cual deben suscribir el juez, las partes que lo deseen y el secretario
del tribunal (art. 267 del CPC);
4. Se precisa, además, que en aquel juicio civil sea legalmente admisible la transacción y que el pleito no se encuentre
en los supuestos previstos en el art. 313 del CPC;
5. Procesalmente hablando, puede ser que exista una conciliación total o parcial, pero en uno u otro caso la conciliación
se estima como sentencia ejecutoriada para todos los efectos legales y, en consecuencia, produce el efecto de cosa juzgada
de acuerdo a lo prescrito en el art. 175 del CPC, y constituye un título ejecutivo perfecto conforme a lo prescrito en el
art. 434 Nº 1 del mismo cuerpo legal;
6. El mandatario judicial requiere de facultades especiales para conciliar conforme al inc. 2º del art. 7º del CPC; y,
7. Por último, se ha fallado por nuestros tribunales de justicia que “la convocatoria a conciliación puede ser efectuada por
el juez en cualquier estado de la causa, una vez evacuado el trámite de contestación de la demanda, como exactamente
ha ocurrido en la especie, cumpliendo así con el trámite esencial prevenido por el legislador” (SCS Rol 2526-2008, de 8
de septiembre de 2009).
Ejemplo de acta de audiencia de conciliación
NOMENCLATURA: 1. [62] Audiencia
JUZGADO: 2º Juzgado de Letras de Copiapó
CAUSA ROL: C-263-2021
CARATULADO: HUERTA VALDIVIESO / CISTERNAS CÉSPEDES
En Copiapó, a cinco de abril de dos mil veintiuno, a la hora señalada tiene lugar la audiencia decretada por el Tribunal, la
cual se realiza mediante sistema telemático, a la que asiste el apoderado de la parte demandante, el abogado don Cristian
Juan Ramírez Pérez, y el demandado don Franklin Iván Cisternas Céspedes, cedula de identidad Nº 5.947.876-4, quien
comparece asistido por el abogado don Marcelo Antonio Iturra Acuña, confiriéndole patrocinio y poder en la causa en
los términos señalados en su minuta de contestación.
Llamadas las partes a conciliación esta no se produce. Sin perjuicio de ello, el demandado señala que el negocio de la
sociedad era una imprenta que ya no tiene funcionamiento desde diciembre de 2020, y que su propuesta es la enajenación
de los activos de la sociedad y repartirse entre los socios los dineros que se obtengan. Se deja constancia que en atención
al medio electrónico mediante el cual se ha realizado la presente audiencia la Sra. Secretaria Subrogante del Tribunal en
su calidad de ministro de fe procede a dar lectura del acta, siendo ratificada por los comparecientes. Con lo actuado, se
pone término a la audiencia la cual será firmada electrónicamente solo por el Tribunal, en atención a que el abogado de
la parte demandada no cuenta con firma electrónica avanzada a diferencia del demandante quien no se opone a que sea
firmada el acta solo por el Tribunal.
Dirigió y resolvió en audiencia doña María Vergara Marabolí, Jueza Letrada Titular de este Segundo Juzgado de Letras
de Copiapó.
6.2.3. El avenimiento
El avenimiento ha sido definido como “el acuerdo que logran directamente las partes en virtud del cual le ponen término
a su conflicto pendiente de resolución judicial, expresándoselo así al tribunal que está conociendo de la causa” (Colombo,
1991, p. 20). Se distingue de la conciliación, pues, por un lado, surge como resultado de las negociaciones hechas por
las partes en forma extrajudicial y, por otro lado, el acuerdo se alcanza directamente por las partes sin la intervención
del juez de la causa. De esta forma, a pesar de existir un litigio pendiente, el acuerdo no se logra ante el juez que
conoce del negocio, ni menos a instancia de él actuando como amigable componedor. Se trata, por tanto, de un medio
autocompositivo de carácter extrajudicial, bilateral y no asistido, destinado a poner término a un litigio pendiente de
resolución judicial.

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Ahora bien, nuestro legislador no regula expresamente el avenimiento, el CPC enumera como título ejecutivo el “acta de
avenimiento pasada ante el tribunal competente y autorizada por un ministro de fe o por dos testigos de actuación” (art.
434 Nº 3). Por esta disposición se infiere que el avenimiento no tiene, por sí mismo, valor o mérito ejecutivo, razón por
la cual es necesario que sea autorizado por un ministro de fe o dos testigos de actuación (en caso de juicios arbitrales).
Luego, a partir de ello, tanto la doctrina como la jurisprudencia han trazado una serie de elementos que caracterizan al
avenimiento:
1. Es método autocompositivo extrajudicial, puesto que, a pesar de existir un litigio pendiente, el acuerdo logrado se
alcanza fuera del proceso;
2. Es un medio autocompositivo directo, puesto que no se contempla la asistencia ni del juez que conoce de la causa, ni
de un tercero que inste a las partes a su celebración;
3. Constituye un acto jurídico-procesal bilateral, por lo que requiere el acuerdo de las partes del litigio para establecer
las condiciones bajo las cuales se pone término a un litigio pendiente;
4. Es una forma autocompositiva que requiere de homologación judicial. Ello, pues, a pesar de que generalmente las
partes lo celebran fuera del proceso, deben estas dar cuenta al tribunal para que se produzca el término del proceso;
5. El avenimiento pasado ante tribunal competente pone término al proceso y produce el efecto de cosa juzgada; y,
6. El mandatario judicial requiere de facultades especiales para avenir conforme al inc. 2º del art. 7º del CPC.

Escrito de avenimiento
AVENIMIENTO
S. J. L. DE SAN JAVIER
XIMENA ANDREA MUÑOZ ROMÁN, demandante de autos, y SANDRA ELIZABETH DÍAZ NAVARRO, deman-
dada, en autos sobre cobro de rentas de arrendamiento caratulados “MUÑOZ con DÍAZ”, causa Rol C-320-2022, a US.,
respetuosamente decimos:
Que por este acto venimos en comunicar a S.S., que hemos acordado celebrar un avenimiento respecto de las acciones y
defensas de autos, en los términos que pasamos a exponer:
1. La parte demandada, doña SANDRA ELIZABETH DÍAZ NAVARRO, se obliga a hacer la entrega del inmueble ubicado
en Calle Larga Nº35, comuna de Villa Alegre, a la parte demandante doña XIMENA ANDREA MUÑOZ ROMÁN, a
más tarde con fecha 12 de mayo del año 2022.
2. En caso de que la parte demandada no cumpla con su obligación de entregar el inmueble a más tardar el día 12 de
mayo de 2022, la parte demandante, previo certificado del ministro de fe competente, podrá solicitar inmediatamente el
lanzamiento de doña SANDRA ELIZABETH DÍAZ NAVARRO del inmueble sub lite, ya individualizado en el punto Nº
1.
3. La parte demandada se obliga a reparar los daños causados al inmueble, reponiendo las dos puertas interiores que
faltan, arreglando la chapa de la puerta principal de la reja exterior del departamento, y colocando el panel interior que
separaba la cocina y el living del departamento.
4. Si constare en certificado expedido por el competente receptor judicial el incumplimiento de las obligaciones signadas
en el número 3 del presente avenimiento, la parte demandada, doña SANDRA ELIZABETH DÍAZ NAVARRO, quedará
obligada al pago de $150.000.- (ciento cincuenta mil pesos) a doña XIMENA ANDREA MUÑOZ ROMÁN.
5. La parte demandante renuncia al cobro de las rentas de arrendamiento que han sido devengadas y no pagadas a la
fecha.
6. Para parte pagará sus costas.

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POR TANTO,
ROGAMOS A US. tener presente el presente avenimiento y aprobarlo en todo cuanto no sea contrario a Derecho.
6.2.4. La mediación
En nuestro país, la mediación se ha introducido lentamente como un mecanismo de solución de controversias con el objetivo
de lograr acuerdos mediante instancias horizontales, dialógicas y cooperativas alcanzadas a través de la intervención de
un tercero inter-partes. Para ello, desde un punto de vista evolutivo, ha sido en materia laboral, de salud y de familia
donde con mayor ímpetu se ha manifestado la mediación en Chile. Así, en materia laboral, con ocasión de la entrada
en vigencia de la Ley Nº 19.759, de 2001, se incorporó dentro de la legislación chilena aplicable al procedimiento de
negociación colectiva reglada, la figura de la Actuación de Buenos Oficios del Inspector del Trabajo, procedimiento que
no obstante compartir las principales características de una mediación, se apartaba del modelo tradicional establecido
para esta forma de solución de conflictos. Por esta razón, y para evitar cualquier duda al respecto, la Ley Nº 20.940, de
2016, vino a regular de forma específica la mediación voluntaria y obligatoria, haciendo extensiva su aplicación incluso
a trabajadores eventuales, de temporada y de obra o faena transitoria (arts. 344, 351, 370, 378 y ss. del CdT). Por
consiguiente, frente a la consolidación de dicho método alternativo de solución de conflictos, la Ley Nº 21.327, de 30 de
abril de 2021, incorporó el nuevo art. 377 bis del CdT, definiendo la mediación en idénticos términos a los señalados por
el art. 103 de la Ley Nº 19.968, esto es: “se entenderá por mediación laboral el sistema de resolución de conflictos en el
que un tercero imparcial llamado mediador, sin poder decisorio, colabora con las partes, y les facilita la búsqueda, por sí
mismas, de una solución al conflicto y sus efectos, mediante acuerdos.
Por otro lado, huelga también destacar el rol de la mediación por daños a la salud en materia de garantías explícitas de
salud (“Ley Auge”). En efecto, mediante la Ley Nº 19.966, de 2004, y con el propósito de desjudicializar los conflictos
sanitarios, se estableció en nuestro país un sistema de mediación previo y obligatorio al ejercicio de acciones judiciales
civiles contra prestadores de salud. Así, distinguiendo entre prestadores de salud adscritos al sector público y al sector
privado, la citada normativa busca no solo obtener acuerdos extrajudiciales entre las partes, sino que también propender
diversas instancias de reparación producto de los daños ocasionados en el otorgamiento de prestaciones de carácter
asistencial. De allí, entonces, que en este ámbito se reconozcan diversos procedimientos y normas aplicables al proceso
de mediación: por un lado, tratándose de prestadores públicos que integren las redes asistenciales del Ministerio de
Salud, la mediación será efectuada por el Consejo de Defensa del Estado; por otro lado, tratándose de los prestadores
privados, dicho proceso lo realizará la Superintendencia de Salud, a través de mediadores inscritos en un registro a cargo
de dicha institución. De esta forma, según datos estadísticos del período comprendido entre 2005-2017, se verificaron
13.510 solicitudes de mediación por daños en salud en el sector público, de las cuales 12.744 (94,3%) resultaron admisibles
para mediación y 11.920 (87,4%) lograron concluirse por decisión de las partes (Lagos y Bravo, 2020, pp. 211-215).
Por fin, mediante la Ley Nº 19.968, de 2004, que creó los Tribunales de Familia, la mediación también pasó a ocupar un rol
preponderante en materia del Derecho de familia. En efecto, si bien en este ámbito originalmente se estableció un sistema
de mediación facultativa o voluntaria de carácter intraprocesal (a cargo de mediadores externos al Poder Judicial), no es
menos cierto que a partir de la Ley Nº 20.286, de 2008, dicho sistema se modificó a objeto de establecer una mediación
previa y obligatoria para asuntos de alimentos, cuidado personal y régimen de relación directa y regular. De esta forma,
frente a la coexistencia de una mediación de tipo facultativa y otra obligatoria, el Derecho procesal de familia en nuestro
país pasó a ostentar una fisonomía híbrida o mixta, dependiendo de la naturaleza del asunto controvertido. Todo ello nos
habla, por tanto, de un instituto cuyo fin de política pública aspira a una doble consideración: por una parte, mejorar el
acceso a la justicia ofreciendo respuestas más adecuadas a la naturaleza de los conflictos; y, por otra, propender a mejorar
la gestión de los tribunales de familia contribuyendo a su descongestionamiento (Contreras, 2021a, p. 34).
Ahora bien, se consideran como características de la mediación los siguientes tópicos:
1. Es método autocompositivo extrajudicial, puesto que, a pesar de existir un litigio pendiente, el acuerdo se alcanza
por regla general fuera del proceso e, incluso, como sucede en materia de familia, de forma previa al juicio;
2. Es un medio autocompositivo indirecto o asistido, puesto que no se contempla la asistencia de un tercero, denominado
mediador, para que sin poder decisorio asesore a las partes a fin de que sean ellas las que determinen las condiciones bajo

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las cuales pueden llegar a poner término al conflicto;
3. Constituye un acto jurídico-procesal flexible, informal y creativo, toda vez que la mediación no tiene etapas preestable-
cidas, ni menos requisitos materiales que condicionen la búsqueda de solución al conflicto. No obstante ello, en caso de
llegar a acuerdo sobre todos o algunos de los puntos sometidos a mediación, se deberá dejar constancia de ello en un acta
de mediación, la cual, luego de ser leída por los participantes, será firmada por ellos y por el mediador, quedando una
copia en poder de cada una de las partes;
4. El proceso de mediación es esencialmente confidencial, tanto para las partes, como para el mediador y los terceros; y,
5. En ciertos ámbitos y con el afán de dar celeridad y flexibilidad al procedimiento, se prevé la posibilidad de efectuar la
mediación por vía remota mediante videoconferencia. Así, por ejemplo, a través de la Ley Nº 21.394, de 30 de noviembre
de 2021, se incorporó el nuevo art. 109 bis en la LJF, precisamente con el fin de dar la posibilidad que la mediación se
efectúe por vía telemática. De esta forma, “la mediación, con acuerdo de las partes, se podrá realizar vía remota mediante
videoconferencia según lo dispuesto en el artículo 109 bis, si el mediador contare con los medios tecnológicos para ello.
Ambas partes podrán comparecer remotamente, o bien, una de ellas podrá hacerlo de manera remota y la otra en las
dependencias del mediador o del Centro de Mediación, si así lo convinieren”.
6.3. La heterocomposición
La heterocomposición es aquel método de solución de conflictos en virtud del cual un tercero imparcial e independiente,
actuando de forma individual o colegiada, emite una decisión supra-partes para la justa composición del litigio. De este
modo, a diferencia de lo que sucede en la autocomposición, en la heterocomposición será un tercero —y no las partes—
quien deberá brindar la solución al conflicto mediante la decisión que emita.
Luego, a la luz de las exigencias del paradigma del Estado Constitucional, la razón por la cual el tercero imparcial
interviene en la solución del conflicto radica en que este ejerce una función pública denominada jurisdicción, la cual,
lejos de buscar solo y exclusivamente la mera solución de la controversia, reclama también de una decisión dotada de
legitimidad tanto en los hechos cuanto en el Derecho. De allí que contemporáneamente se exija no solo considerar la
tarea decisoria del órgano jurisdiccional, sino que también el establecimiento concreto de los hechos materia del proceso y,
principalmente, la relevancia del deber de motivación de la concreta decisión judicial. De este modo, partiendo de la base
de que el Derecho, de no cumplirse espontáneamente por los coasociados, puede y debe aplicarse por órganos imparciales
e independientes, nuestro constituyente es enfático en señalar en su art. 76 inc. 1º:
“La facultad de conocer de las causas civiles y criminales, de resolverlas y de hacer ejecutar lo juzgado, pertenece exclusi-
vamente a los tribunales establecidos por la ley. Ni el Presidente de la República ni el Congreso pueden, en caso alguno,
ejercer funciones judiciales, avocarse causas pendientes, revisar los fundamentos o contenido de sus resoluciones o hacer
revivir procesos fenecidos”.
Ahora bien, para que se ponga en movimiento el ejercicio de la función jurisdiccional es menester que se ejerza una
acción. Esto, porque la posibilidad jurídicamente encuadrada de recabar los proveimientos jurisdiccionales necesarios
para obtener un pronunciamiento de fondo y, en su caso, la ejecución respecto de la pretensión litigiosa (Alcalá-Zamora,
2018, p. 220), requiere de un derecho público subjetivo capaz de asegurar la actuación del órgano jurisdiccional en aras
de buscar precisamente la solución del litigio. No en vano, nuestra CPR asegura a todas las personas “la igual protección
de la ley en el ejercicio de los derechos” (art. 19 Nº 3 inc. 3º), seguida del “derecho de presentar peticiones a la autoridad,
sobre cualquier asunto de interés público o privado, sin otra limitación que la de proceder en términos respetuosos y
convenientes”. De allí que reclamada su intervención en forma legal y en negocios de su competencia, los tribunales
de justicia no puedan excusarse de ejercer su función jurisdiccional, ni aun a pretexto de falta de regla que resuelva la
contienda o asunto sometido a su decisión.
Con todo, la sentencia que se debe dictar por el órgano jurisdiccional solo resulta eficaz en la medida que se dicte dentro
de un proceso legalmente tramitado. Esto, pues, si bien toda persona puede concurrir a los tribunales para poner en
movimiento la función jurisdiccional, no es menos cierto que esta debe ejercerse con sujeción a una serie de actos jurídico-
procesales, vinculados y estructurados entre sí, con miras de brindar las formas y las garantías mínimas de razonabilidad

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y justicia que legitimen la decisión. Desde luego, dichas garantías serán vastas y numerosas dependiendo del tipo de
sistema procesal de que se trate. Pero, con independencia de ello, la idea que teleológicamente evoca el proceso implica
casi siempre lo siguiente: “una secuencia o serie de actos que se desenvuelven progresivamente, con el objeto de resolver,
mediante un juicio de autoridad, el conflicto sometido a su decisión” (Couture, 1958, pp. 121 y 122).
Ahora bien, bajo esta línea no se puede desconocer que el proceso es tan solo uno de los tantos componentes que dan
vida a los diversos sistemas de justicia. Ello, pues, a diferencia de la visión tradicional que impera en nuestro medio,
los sistemas procesales exceden la mera canalización del conflicto a través de proceso, posicionándose con realidades
extraordinariamente dinámicas y cuya complejidad demanda una superación de la forma clásica de cómo concebir la
heterocomposición. Una demanda, por cierto, que exige no solo comprender el proceso judicial de forma abierta y
dinámica, sino también todos los elementos y factores que convergen en su realidad concreta. Piénsese, p. ej., en la
gestión judicial de casos y la importancia de considerar el valor y/o peso de un caso específico dentro del universo de
causas que actualmente son conocidas por los tribunales. En ellas, dada la asignación proporcional de los limitados
recursos judiciales, confluyen ciertamente no solo criterios asociados a la importancia y complejidad de cada asunto, sino
que también factores de urgencia, cuantía y situación económica de las partes con el fin de asegurar precisamente una
solución justa y equitativa en cada caso (García y Fuentes, 2020, p. 119). No se trata, por ende, de obviar la importancia
del proceso como instrumento potencialmente idóneo para resolver los conflictos de relevancia jurídica, sino de dejar
en claro que para el desenvolvimiento fáctico del proceso se requiere un plus extra: esto es, un sinnúmero de factores
personales, económicos, de infraestructura y de gestión que, compartiendo una sinergia estructural y humana, permiten
que la idea abstracta y teológica que encarna el proceso (en base a un conocer, resolver y ejecutar) se haga patente en
un sistema procesal eficiente y racional.

ACTIVIDADES DE APLICACIÓN
1. ¿Qué es el Derecho procesal desde una óptica contemporánea?
2. ¿Que el Derecho procesal sea una rama del Derecho Público involucra que sus normas son exclusivamente de orden
público?
3. ¿Es posible en nuestra disciplina seguir manteniendo una tesis unitaria de la teoría general del proceso?
4. Indague cuáles son los postulados fundamentales de la tesis dualista del Derecho procesal.
5. ¿Cuál es la visión que se debería asumir del Derecho procesal desde el prisma del Estado constitucional y democrático
de Derecho?
6. ¿Qué involucra asumir la visión atomista y proceso-céntrica en el tratamiento de lo procesal?
7. ¿Cuáles son las fuentes directas del Derecho procesal?
8. ¿Cuál es la importancia de la Constitución en materia procesal?
9. ¿Qué son las normas de competencia en materia procesal?
10. ¿Señale qué es la autotutela y cuáles son sus características esenciales?
11. Indague las diferencias entre el debido proceso y la tutela judicial efectiva.
12. Delimite la importancia de los MASC en relación con sus características esenciales.
13. ¿Qué es la heterocomposición y cuál es su relevancia desde el punto de vista iusfundamental?

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Público, Nº 83, pp. 167-181.

36
ABREVIATURAS:

Siglas y abreviaturas

AA Auto acordado
art. / arts. artículo(s)
Bol. Boletín
CADH Convención Americana de Derechos Humanos
Cap. Capítulo(s)
CC Código Civil
CdPP Código de Procedimiento Penal
CdT Código del Trabajo
CEDH Convenio Europeo de Derechos Humanos
CIDH Comisión Interamericana de Derechos Humanos
cons. considerando(s)
CorteIDH Corte Interamericana de Derechos Humanos
COT Código Orgánico de Tribunales
CP Código Penal
CPC Código de Procedimiento Civil
CPP Código Procesal Penal
CPR Constitución Política de la República
CTrib Código Tributario
DFL Decreto con fuerza de ley
DL Decreto ley
DPEJ Diccionario Panhispánico del Español Jurídico
DS Decreto Supremo
DUDH Declaración Universal de Derechos Humanos
inc. / incs. inciso(s)
LERL Ley sobre Efecto Retroactivo de las Leyes
LTE Ley N° 20.886 (ley de tramitación electrónica)
LJF Ley N° 19.968 (ley sobre Juzgados de Familia)
MP Ministerio Público
OC Opinión Consultiva
OJV Oficina Judicial Virtual
ONU Organización de las Naciones Unidas

37
p. ej. por ejemplo
pf. párrafo(s)
PIDCP Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos
p. / pp. página(s)
RDJ Revista de Derecho y Jurisprudencia
SCA Sentencia de la Corte de Apelaciones
SCS Sentencia de la Corte Suprema
ss. siguientes
STC Sentencia del Tribunal Constitucional
TC Tribunal Constitucional
TDLC Tribunal de Defensa de la Libre Competencia
TEDH Tribunal Europeo de Derechos Humanos
TJOP Tribunal(es) de Juicio Oral en lo Penal
v. gr. verbigracia
vs. versus

INDICE:

Índice

Siglas y abreviaturas ................................................................................................................ 17


Prólogo ..................................................................................................................................... 19

Capítulo I
Introducción y fuentes del Derecho procesal
1. Concepto de Derecho procesal.................................................................................. 23
2. Características y elementos esenciales................................................................... 26
2.1 El Derecho procesal como rama del Derecho público............................................. 26
2.2 El Derecho procesal como Derecho adjetivo........................................................... 28
2.3 El Derecho procesal y su rol instrumental y autónomo........................................... 29
3. Clasificación del Derecho procesal.......................................................................... 30
3.1 Derecho procesal civil y penal................................................................................. 31
3.2..... Derecho procesal orgánico y funcional................................................................... 32
4. Relación con otras ramas del Derecho................................................................... 34
5. Fuentes del Derecho procesal.................................................................................... 40

38
5.1 Las fuentes directas o inmediatas........................................................................... 41
5.1.1 La Constitución Política de la República.................................................... 41
5.1.2 Los tratados internacionales..................................................................... 44
5.1.3 La ley procesal........................................................................................... 46
5.1.4 Los autos acordados.................................................................................. 47
5.2 Las fuentes indirectas o mediatas........................................................................... 48
5.2.1 La jurisprudencia de los tribunales de justicia........................................... 48
5.2.2 La dogmática jurídica................................................................................. 51
5.2.3 La costumbre jurídica procesal (o usos forenses)..................................... 53
5.2.4 El Derecho extranjero o comparado......................................................... 55
6. Tratamiento del conflicto y vías de solución....................................................... 56
6.1 La autotutela........................................................................................................... 60
6.2 La autocomposición................................................................................................. 61
6.2.1 La transacción............................................................................................ 64
6.2.2 La conciliación........................................................................................... 65
6.2.3 El avenimiento........................................................................................... 68
6.2.4 La mediación............................................................................................. 69
6.3 La heterocomposición............................................................................................. 71
Actividades de aplicación.................................................................................................................. 74

Capítulo II
La ley procesal
1. Generalidades................................................................................................................. 75
2. Concepto y clasificación.............................................................................................. 76
2.1 Las normas procesales orgánicas............................................................................. 78
2.2 Las normas procesales funcionales......................................................................... 79
3. Efectos de la ley procesal chilena............................................................................ 81
3.1 La ley procesal en el tiempo.................................................................................... 81
3.2 La ley procesal en el territorio................................................................................. 88
4. Interpretación e integración de la ley procesal................................................... 99
4.1 Nociones generales................................................................................................. 99
4.2 Interpretación de la ley procesal y los métodos de interpretación......................... 101
4.3 Integración de la ley procesal.................................................................................. 105
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 108

39
Capítulo III
La jurisdicción
1. Generalidades................................................................................................................. 109
1.1 Una primera aproximación a la jurisdicción............................................................ 109
1.1.1 La jurisdicción como potestad pública...................................................... 110
1.1.2 La jurisdicción como deber........................................................................ 111
1.1.3 El énfasis en la función.............................................................................. 111
1.1.4. En una dimensión orgánica....................................................................... 112
1.1.5 La perspectiva de la adjudicación.............................................................. 113
1.2 Definiciones de jurisdicción..................................................................................... 113
1.3 Características de la jurisdicción.............................................................................. 117
1.3.1 Tiene fuente constitucional....................................................................... 118
1.3.2 Es un concepto unitario............................................................................. 119
1.3.3 Su ejercicio es eventual............................................................................. 120
1.3.4 Es exclusiva e indelegable......................................................................... 121
1.3.5 Es irrenunciable e improrrogable.............................................................. 122
1.3.6 Su ejercicio produce cosa juzgada............................................................. 123
1.4. Naturaleza jurídica de la jurisdicción....................................................................... 125
1.4.1 Teorías subjetivas...................................................................................... 126
1.4.2 Teorías objetivas....................................................................................... 127
1.4.3 Teoría de la sustitución............................................................................. 130
1.4.4 La jurisdicción como satisfacción de pretensiones.................................... 132
2. Jurisdicción, acción y proceso................................................................................... 133
2.1 La acción.................................................................................................................. 134
2.1.1 Doctrinas tradicionales acerca de la naturaleza jurídica de la acción....... 134
2.1.1.1 Doctrinas monistas..................................................................... 135
2.1.1.2 Doctrinas dualistas: la autonomía de la acción.......................... 136
a) El dualismo concreto o acción en sentido concreto............. 137
b) El dualismo abstracto o acción en sentido abstracto........... 137
2.1.2 Concepción actual: la acción como derecho fundamental........................ 138
2.1.3 Consagración del derecho de acción......................................................... 140
2.1.4 Contenido del derecho de acción.............................................................. 141
2.1.5 La pretensión............................................................................................. 144
2.1.5.1 Nociones de pretensión............................................................. 144
2.1.5.2 Elementos de la pretensión....................................................... 146

40
2.1.5.3 Clasificaciones de la pretensión................................................. 146
2.1.6 El derecho de contradicción...................................................................... 148
2.1.6.1... El derecho constitucional de defensa........................................ 148
2.1.6.2... El ejercicio del derecho de contradicción.................................. 149
2.2 El proceso................................................................................................................ 151
2.2.1 Definiciones de proceso............................................................................ 151
2.2.2 Elementos constitutivos del proceso........................................................ 153
2.2.2.1 El elemento subjetivo................................................................ 153
a) Las partes............................................................................. 153
b) Los tribunales de justicia...................................................... 154
2.2.2.2 El elemento objetivo o contienda jurídica................................. 154
2.2.3 Naturaleza jurídica del proceso................................................................. 155
2.2.3.1 Doctrinas privatistas................................................................... 156
2.2.3.2 Teoría de la relación jurídica procesal....................................... 157
2.2.3.3 Teoría de la situación jurídica.................................................... 159
2.2.3.4 Teoría del proceso como institución.......................................... 162
2.2.4 Proceso y conceptos afines....................................................................... 164
2.2.4.1 Procedimiento............................................................................ 164
2.2.4.2 Juicio.......................................................................................... 164
2.2.4.3 Expediente................................................................................. 166
2.2.4.4 Debido proceso.......................................................................... 166
2.3 La jurisdicción y el proceso en el Estado Constitucional de Derecho...................... 167
3. Contenido y clasificación de la jurisdicción.......................................................... 168
3.1 El contenido de la jurisdicción................................................................................. 168
3.2 Clasificación de la jurisdicción................................................................................. 169
4. Facultades conexas a la jurisdicción....................................................................... 170
4.1 Facultades conservadoras....................................................................................... 170
4.2 Facultades disciplinarias.......................................................................................... 171
4.3 Facultades económicas............................................................................................ 172
5. Los momentos jurisdiccionales................................................................................. 173
5.1 El conocimiento....................................................................................................... 173
5.2 El juzgamiento......................................................................................................... 175
5.3 La ejecución o cumplimiento................................................................................... 179
6. Los límites a la jurisdicción........................................................................................ 181
6.1 Límites externos...................................................................................................... 181

41
6.1.1 La jurisdicción de otros Estados o límites externos internacionales......... 181
6.1.2 Las atribuciones de los demás poderes del Estado o límites externos constitucionales..................................................................
183
6.2 Límites internos....................................................................................................... 184
6.3 Límite temporal....................................................................................................... 185
7. Los equivalentes jurisdiccionales............................................................................. 186
7.1 Definición y naturaleza............................................................................................ 186
7.2 Clasificación............................................................................................................. 186
7.3 Los equivalentes en particular................................................................................. 187
7.3.1 Equivalentes en sede extraprocesal.......................................................... 187
7.3.1.1 La transacción............................................................................ 187
7.3.1.2 La sentencia extranjera.............................................................. 188
7.3.2 Los equivalentes en sede procesal............................................................ 191
7.3.2.1 La conciliación............................................................................ 192
7.3.2.2 El avenimiento........................................................................... 193
7.3.2.3 El sobreseimiento definitivo...................................................... 194
8. Actos judiciales no contenciosos............................................................................. 196
8.1 Cuestiones acerca de la nomenclatura.................................................................... 196
8.2 Definición................................................................................................................. 197
8.3 Naturaleza jurídica................................................................................................... 198
8.4 Criterios para distinguir entre la jurisdicción contenciosa y la no contenciosa....... 199
8.5 Normas aplicables a estos asuntos.......................................................................... 201
8.6 Características más relevantes de los actos judiciales no contenciosos.................. 202
8.7 Clasificación de los actos de jurisdicción no contenciosa........................................ 204
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 206

Capítulo IV
Bases de la Administración de Justicia
1. Generalidades................................................................................................................. 207
2. Principio de legalidad................................................................................................... 207
2.1 La legalidad del tribunal.......................................................................................... 207
2.1.1 Sentido y alcance....................................................................................... 207
2.1.2 El derecho al juez natural.......................................................................... 209
2.1.2.1 El juzgamiento por tribunales militares..................................... 209
2.1.2.2 Derecho al juez natural y la presencia de aforados................... 210

42
2.1.2.3 Compatibilidad con la justicia especializada.............................. 210
2.2 La legalidad del juzgamiento: la garantía del debido proceso................................. 211
2.2.1 Reconocimiento y contenido..................................................................... 211
2.2.2 El derecho al debido proceso en el sistema nacional................................ 213
2.2.3 Tutela judicial y debido proceso................................................................ 215
2.2.4 Debido proceso en el proceso penal......................................................... 216
3. Principio de independencia.......................................................................................... 217
3.1 Independencia orgánica e independencia funcional............................................... 219
3.2 Dimensión positiva y dimensión negativa de la independencia judicial................. 219
3.3 Independencia interna e independencia externa.................................................... 220
3.4 Independencia judicial y sistema de nombramiento de los jueces......................... 222
4. Principio de imparcialidad........................................................................................... 224
4.1 Imparcialidad subjetiva e imparcialidad objetiva.................................................... 225
4.2 Imparcialidad judicial e independencia institucional.............................................. 227
4.3 La imparcialidad y su protección en el sistema chileno........................................... 227
5. Principio de responsabilidad....................................................................................... 230
5.1 Tipos de responsabilidad judicial............................................................................. 230
5.1.1 Responsabilidad disciplinaria.................................................................... 230
5.1.1.1 La queja disciplinaria................................................................. 231
5.1.1.2 Recurso de queja........................................................................ 231
5.1.2 Responsabilidad penal o criminal.............................................................. 233
5.1.3 Responsabilidad civil................................................................................. 235
5.1.4 Responsabilidad política o constitucional................................................. 235
5.2 Responsabilidad de los jueces y gobierno judicial................................................... 236
6. Principio de inamovilidad............................................................................................ 239
6.1 Casos de amovilidad................................................................................................ 239
6.2 Otros casos de cesación del cargo........................................................................... 241
7. Principio de inexcusabilidad........................................................................................ 242
8. Principio de inavocabilidad......................................................................................... 244
8.1 Inavocabilidad interna e inavocabilidad externa..................................................... 244
8.2 Excepciones............................................................................................................. 244
9. Principio de gradualidad............................................................................................. 244
9.1 Elementos que lo configuran................................................................................... 245
9.1.1 La jerarquía................................................................................................ 245
9.1.2 La instancia................................................................................................ 246

43
9.2 Unidad o pluralidad de instancias y derecho al recurso.......................................... 247
10. Principio de pasividad................................................................................................... 249
10.1 El principio de pasividad en el sistema nacional..................................................... 250
10.2 Casos de excepción al principio............................................................................... 251
10.3 El principio de pasividad en las reformas al proceso civil chileno........................... 252
11. Principio de territorialidad........................................................................................ 253
11.1 El territorio jurisdiccional........................................................................................ 253
11.2 Excepciones al principio de la territorialidad.......................................................... 255
12. Principio de sedentariedad.......................................................................................... 256
12.1 Excepciones a la sedentariedad............................................................................... 257
12.2 Los deberes de residencia y asistencia.................................................................... 257
12.2.1 Excepciones a los deberes de residencia y asistencia............................... 258
12.2.2 Los deberes de residencia y asistencia durante la crisis sanitaria por covid-19 y las reacciones del sis-
tema.............................................................................. 258
13. Principio de publicidad................................................................................................. 262
13.1 Publicidad en los procedimientos reformados y las audiencias.............................. 263
13.2. Excepciones a la publicidad..................................................................................... 264
14. Principio de gratuidad................................................................................................. 266
14.1 Las costas del juicio................................................................................................. 266
14.2 El privilegio de pobreza........................................................................................... 267
14.3 La asistencia letrada gratuita en Chile..................................................................... 267
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 270

Capítulo V
La competencia
1. Sobre el concepto de competencia............................................................................ 271
2. Clasificación de la competencia................................................................................ 274
2.1 Atendiendo a los factores o elementos que sirven para establecer el tribunal que debe conocer y fallar un asunto de-
terminado: competencia absoluta y relativa.........................................................................................................................
275
2.2 Atendiendo a la fuente de donde emana la competencia del tribunal para conocer y resolver un asunto: competencia
natural y prorrogada................................................................................................................... 276
2.3 Atendiendo a si la competencia ha sido otorgada directamente por la ley o las partes, o proviene de otro tribunal:
competencia propia y delegada....................................................................................................................... 277
2.4 Atendiendo al ámbito de materias sobre las que tiene competencia el tribunal: competencia común y espe-
cial............................................................................... 278

44
2.5 Atendiendo a si existe solo un tribunal competente para conocer y fallar un asunto específico o hay varios que potencial-
mente podrían hacerlo: competencia privativa (o exclusiva) y acumulativa (o preventiva)..................................................................
280
2.6 Atendiendo a la instancia, etapa o grado del proceso en que el tribunal tiene competencia para conocer del asunto: com-
petencia en única, primera o segunda instancia.................................................................................................................. 281
2.7 Atendiendo a si en el asunto sometido al tribunal existe o no contienda entre partes: competencia contenciosa y no
contenciosa......................................................................................................................... 282
3. Reglas generales de la competencia.................................................................................... 283
3.1 Regla de la prevención............................................................................................ 284
3.2 Regla de la radicación o fijeza.................................................................................. 285
3.3 Regla de la extensión............................................................................................... 290
3.4 Regla del grado........................................................................................................ 291
3.5 Regla de la ejecución............................................................................................... 293
4. Competencia absoluta.......................................................................................................... 296
4.1 Fuero........................................................................................................................ 297
4.1.1 Clasificación del fuero............................................................................... 299
4.1.2 Cuestiones particulares sobre el fuero...................................................... 301
4.2 Cuantía..................................................................................................................... 303
4.2.1 Cuantía de asuntos civiles......................................................................... 304
4.2.2 Cuantía de asuntos penales....................................................................... 307
4.2.3 Influencia de la cuantía como factor de competencia absoluta................ 307
4.3 Materia.................................................................................................................... 309
5. Competencia relativa................................................................................................... 313
5.1 Competencia relativa en asuntos civiles contenciosos............................................ 314
5.2 Competencia relativa en asuntos civiles no contenciosos....................................... 319
5.3 Competencia relativa en asuntos penales............................................................... 322
5.4 Algunas reglas de competencia relativa en otras disciplinas................................... 324
6. Reglas de distribución de causas (y los turnos).................................................... 326
6.1 Excepciones a las reglas de distribución de causas................................................. 329
6.2. Otros mecanismos de distribución de causas.......................................................... 330
7. Prórroga de competencia........................................................................................... 332
8. La competencia civil de los tribunales penales...................................................... 336
9. Cuestiones y contiendas de competencia................................................................ 338
9.1 Contienda generada entre tribunales ordinarios (art. 190 del COT)....................... 339
9.2 Contienda producida entre tribunales especiales, o entre estos y tribunales ordinarios (art. 191 del COT).....................................
340

45
9.3 Contiendas entre tribunales y autoridades políticas o administrativas .................. 340
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 342

Capítulo VI
Tribunales de Justicia
1. Concepto y nociones generales................................................................................. 345
2. Clasificación de los tribunales de justicia.............................................................. 345
2.1 De acuerdo con lo previsto en el art. 5º del COT (o según su naturaleza): ordinarios, arbitrales y espe-
ciales............................................................................................. 345
2.2 En atención a si los jueces son o no abogados: letrados y legos............................. 348
2.3 Según si deben o no emplear normas jurídicas para la tramitación y resolución del asunto: tribunales de Derecho y
de equidad........................................................................ 348
2.4 Según si la decisión jurisdiccional es adoptada por uno o varios jueces: tribunales unipersonales y colegia-
dos...................................................................................... 349
2.5 Según si están o no permanentemente en funciones (o según su estabilidad): tribunales accidentales y tribunales
permanentes................................................................... 350
2.6 Según su jerarquía: tribunales superiores e inferiores............................................ 351
3. Análisis particular de los tribunales de justicia................................................... 351
3.1 Juzgados de Letras................................................................................................... 351
3.1.1 Funcionamiento........................................................................................ 353
3.1.2 Nombramiento de los jueces de letras...................................................... 353
3.1.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 354
3.1.4 Subrogación............................................................................................... 355
3.1.5 Deberes y prohibiciones de los jueces de letras....................................... 356
3.1.6 Materias que están dentro de la competencia del juzgado de letras....... 357
3.2 Juzgados de Garantía............................................................................................... 359
3.2.1 Funcionamiento........................................................................................ 359
3.2.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 361
3.2.3 Subrogación............................................................................................... 362
3.2.4 Deberes y prohibiciones de los jueces de garantía................................... 363
3.2.5 Materias que conocen los juzgados de garantía....................................... 363
3.3 Tribunales de Juicio Oral en lo Penal....................................................................... 364
3.3.1 Funcionamiento........................................................................................ 364
3.3.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 366
3.3.3 Subrogación............................................................................................... 367

46
3.3.4 Deberes y prohibiciones de los jueces del tribunal de juicio oral en lo penal ............................................................................
367
3.3.5 Materias que conocen los tribunales de juicio oral en lo penal................ 368
3.4 Juzgados de Familia................................................................................................. 368
3.4.1 Funcionamiento........................................................................................ 370
3.4.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 370
3.4.3 Subrogación............................................................................................... 371
3.4.4 Deberes y prohibiciones de los jueces de familia...................................... 371
3.4.5. Materias que conoce el juzgado de familia............................................... 371
3.5 Juzgados de Letras del Trabajo................................................................................ 374
3.5.1 Funcionamiento........................................................................................ 375
3.5.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades................................ 375
3.5.3 Subrogación............................................................................................... 376
3.5.4 Deberes y prohibiciones de los jueces de letras del trabajo..................... 376
3.5.5 Materias que conocen los juzgados de letras del trabajo......................... 376
3.6 Juzgados de Cobranza Laboral y Previsional............................................................ 377
3.6.1 Funcionamiento........................................................................................ 377
3.6.2 Nombramiento, inhabilidades e incompatibilidades y subrogación......... 379
3.6.3 Deberes y prohibiciones de los jueces de los juzgados de cobranza laboral y previsional...............................................................
379
3.6.4 Materias que conocen los juzgados de cobranza laboral y previsional..... 379
3.7 Tribunales unipersonales de excepción................................................................... 380
3.7.1 Funcionamiento........................................................................................ 380
3.7.2 Materias que conocen los tribunales unipersonales de excepción........... 380
3.8 Cortes de Apelaciones............................................................................................. 383
3.8.1 Funcionamiento........................................................................................ 384
3.8.2 Nombramiento.......................................................................................... 390
3.8.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 390
3.8.4 Subrogación............................................................................................... 391
3.8.5 Deberes y prohibiciones de los ministros de Corte de Apelaciones.......... 391
3.8.6 Materias que conocen las Cortes de Apelaciones..................................... 392
3.9 Corte Suprema......................................................................................................... 396
3.9.1 Funcionamiento........................................................................................ 398
3.9.2 Nombramiento.......................................................................................... 399
3.9.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 400

47
3.9.4 Subrogación............................................................................................... 400
3.9.5 Deberes y prohibiciones de los ministros de Corte Suprema.................... 401
3.9.6 Materias que conoce la Corte Suprema.................................................... 401
3.10 Tribunales arbitrales................................................................................................ 404
3.10.1 Clasificación............................................................................................... 406
3.10.2 Nombramiento.......................................................................................... 407
3.10.3 Inhabilidades e incompatibilidades........................................................... 409
3.10.4 Materias que están dentro de la competencia de los tribunales arbitrales ...........................................................................
410
4. Auxiliares de la administración de justicia............................................................. 411
4.1 Fiscalía Judicial......................................................................................................... 412
4.1.1 Nombramiento.......................................................................................... 413
4.1.2 Funciones de los fiscales judiciales............................................................ 413
4.2 Defensores públicos................................................................................................ 415
4.2.1 Nombramiento.......................................................................................... 415
4.2.2 Funciones de los defensores públicos....................................................... 415
4.3 Relatores.................................................................................................................. 416
4.3.1 Nombramiento.......................................................................................... 417
4.3.2 Funciones de los relatores......................................................................... 417
4.4 Los Secretarios......................................................................................................... 418
4.4.1 Nombramiento.......................................................................................... 418
4.4.2 Funciones.................................................................................................. 418
4.5 Los administradores de tribunales.......................................................................... 420
4.5.1 Nombramiento.......................................................................................... 420
4.5.2 Funciones de los administradores de tribunales....................................... 421
4.6 Receptores............................................................................................................... 422
4.6.1 Nombramiento.......................................................................................... 422
4.6.2 Funciones de los receptores...................................................................... 422
4.7 Procuradores del número........................................................................................ 423
4.7.1 Nombramiento.......................................................................................... 423
4.7.2 Funciones del procurador del número...................................................... 423
4.8 Notarios................................................................................................................... 424
4.8.1 Nombramiento.......................................................................................... 425
4.8.2 Funciones de los notarios.......................................................................... 425
4.9 Conservadores......................................................................................................... 426

48
4.9.1 Nombramiento.......................................................................................... 426
4.9.2 Funciones de los conservadores................................................................ 426
4.10 Archiveros................................................................................................................ 427
4.10.1 Nombramiento.......................................................................................... 427
4.10.2 Funciones de los archiveros...................................................................... 427
4.11 Consejos técnicos.................................................................................................... 428
4.11.1 Nombramiento.......................................................................................... 428
4.11.2 Funciones del consejo técnico................................................................... 429
4.12 Bibliotecarios judiciales........................................................................................... 429
Actividades de aplicación.......................................................................................................... 430
Bibliografía citada .................................................................................................................... 433

Tirant Lo Blanch 2023

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