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situación, en tanto practicante del psicoanálisis, en este concierto de
interrogantes?
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ellos. Se instalaría en una sospechosa ignorancia del hecho de que el
pasado suele actuar como una causa presente, para mal o para bien.
Un interés ingenuamente histórico por los orígenes del psicoanálisis,
aparte de suponer sin más crítica que, efectivamente, la idea de que
ya nadie trabaja como lo hacía Freud es perfectamente factible,
supone también que el orden del descubrimiento freudiano, inclusive
su autoanálisis, como una parte sustantiva de esta investigación son,
sino ajenos, al menos accidentales respecto de los conocimientos
logrados por Freud y que conocemos como “teoría psicoanalítica”.
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agregar que ambas posibilidades pueden ser asumidas con pesar o
con alegría, indistintamente, dependiendo simplemente de nuestra
inclinación a apegarnos más, o menos, a las tradiciones. Con ello la
perplejidad debiera desaparecer, pero no es así, todo indica que se
encuentra allí un resto que no se deja comprender tan fácilmente.
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Tal vez no es sólo coincidencia que los dos fines que cuentan en esta
breve definición de método, aparezcan reunidos en lo que podemos
nombrar como método psicoanalítico: el conocimiento y un fin humano
como es la cura psicoanalítica. ¿Nos atreveremos a sostener que lo
que pensamos con la palabra cura se aproxima a una cierta idea de
felicidad? Pero, aun cuando creo que el asunto de la felicidad humana
tiene todos los méritos para reclamar una reflexión en el campo del
pensamiento psicoanalítico, no es este el problema que nos ocupa en
lo inmediato. Señalemos, sin embargo, que en el psicoanálisis la
finalidad de la cura o, más familiarmente, el fin terapéutico, aparece
estrechamente enlazado al conocimiento, cierto que no un
conocimiento cualquiera o en general, sino un conocimiento que nos
concierne muy estrechamente; un conocimiento que, cuando lo
desconocemos lo padecemos. Convengamos, de pasada, en que este
indisoluble entrelazamiento que en el psicoanálisis se da entre el
conocimiento y la cura, puede hacer que resulte ociosa la discusión
que supone una alternativa entre el fin terapéutico y una finalidad
psicoanalítica supuestamente pura. Puede ser que veamos más claro
en este problema si confiamos por un momento en que una mejor
comprensión del método psicoanalítico puede disipar esta ilusión de
alternativa.
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aquello que él denegaba recordar. “Se pretendía sortear la resistencia
mediante el trabajo interpretativo y la comunicación de sus resultados
al enfermo;…” –nos dice. El enfoque todavía se mantenía sobre las
situaciones de la formación de los síntomas y se podía ir algo más
allá, hacia algunas situaciones que se hallaban detrás del momento en
que se contrajo la enfermedad. La abreacción aparecía sustituida por
el esfuerzo del paciente en vencer las críticas a sus ocurrencias. El
último paso de este desarrollo lo leeremos de manera textual, pues
nos permite distinguir aquello que se conserva como una constante a
través de estos cambios en la técnica.
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síntomas mediante el recuerdo de las circunstancias que lo habían
originado. Este descubrimiento que debemos a la señorita Bertha
Pappenheim, más conocida por nosotros como “Anna O”, y bautizado
por ella misma como “talking cure” (cura de conversación) o “chimney
Sweeping” (limpieza de chimenea), que fue recogido por Josef Breuer,
constituye el hallazgo del que parte el recorrido de la investigación
freudiana. No está demás puntualizar que cuando Freud conoce los
trabajos de Charcot en Paris recuerda este caso que Breuer le había
relatado, unos cuantos años antes. Así, el recordar se encuentra
presente, doblemente, en el origen del psicoanálisis. Podemos
aprovechar también esta oportunidad para señalar un equívoco al que
ha dado lugar el leve deslizamiento que se ha producido desde la
denominación cura de conversación a cura por la palabra, el equívoco
consiste en la tendencia a poner el peso de la potencia terapéutica del
psicoanálisis en la palabra del psicoanalista y no en la palabra del
paciente.
Las variaciones técnicas que nos expone Freud obedecen, todas ellas,
a la búsqueda de los recursos que iban resultando más apropiados
para vencer los obstáculos que aparecen en el camino del recordar. Al
comienzo, la hipnosis pasa por alto dichos obstáculos; después,
mediante la interpretación de lo olvidado se busca extraer del paciente
lo que este deniega recordar; por fin, el acento cae sobre las
resistencias que se oponen al recordar. Cabe ahora que nos
preguntemos: cuando el paciente ha vencido sus resistencias,
¿estamos disponibles para escuchar lo que tiene que decir?
Recordemos que Breuer abortó el tratamiento de Anna O,
precisamente, en el momento en que se hace presente la sexualidad
en la forma de una intensa transferencia erótica. Pero no perdamos el
hilo de nuestra reflexión. Lo que nos hemos aclarado acerca del
método freudiano podemos sintetizarlo en la siguiente fórmula: el
método del trabajo terapéutico consiste en promover que el paciente
recuerde venciendo las resistencias. Esta apretada fórmula puede
contener en sí una importante cantidad de problemas y conceptos
implícitos, que sería necesario desplegar y articular con los términos
que en ella corresponden: transferencia, reelaboración, repetición,
acto, etc. Todos, y cada uno de ellos, hace alusión a alguna clase de
eventualidad que se hará presente, en un más o un menos, de una u
otra manera, en el camino que sigue el desarrollo de la cura. El riesgo
permanente es que uno u otro de estos fenómenos, transformado en
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técnica, tienda a monopolizar la atención del psicoanalista,
enajenándolo y haciéndole perder de vista su relación con el método.
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extrapolaciones, encontramos que es necesario que podamos decir
algo sobre la relación analista – método. Parece una opción sensata y
realista asumir que analista y método son dos términos que no se
pueden disociar sin el riesgo de caer en una especie de delirio, pero
esta constatación no nos exime de intentar determinar el modo en que
éstos se articulan. De ello depende la dirección en que habrán de
encaminarse los esfuerzos en la tarea que se da en llamar la
“formación del analista”. No es necesario que recordemos en este
momento la función que en nuestro trabajo cumplen el análisis
personal, las supervisiones y los seminarios. Cabe sí que digamos que
esta tríada formativa tiene sentido cuando la pensamos como un
conjunto de disposiciones conducentes a que el futuro analista pueda
apartar los obstáculos, desarrollar sus condiciones y acceder a las
oportunidades que le permitan apropiarse de un método que,
ineludiblemente, lo implicará subjetiva y personalmente. De la
perplejidad que mencionaba al comienzo queda ahora una inquietud,
una vacilación, que tal vez pueda servir de recordatorio de la deuda
que he contraído con Freud y todos aquellos que me han enseñado en
el camino de apropiarme del método psicoanalítico, por una parte; por
la otra, un reconocimiento de mí mismo, de mi posibilidad de tomar lo
que se me ofrece y, hasta donde pueda, transmitirlo. Creo que, sin
sentimentalismo, puedo escuchar en esta inquietud y vacilación la
medida de la libertad y el compromiso que son necesarios para el
trabajo del psicoanalista.
Septiembre de 2004