Está en la página 1de 9

LA META DEL ANÁLISIS

Puedo situar el impulso para realizar este trabajo en el sentimiento de


perplejidad que me asaltó al escuchar esta lacónica frase: <<…pero ya
nadie trabaja como lo hacía Freud>>. Ocurrió en una conversación a
propósito de la conveniencia de estudiar, siguiendo, con toda la
atención que fuera posible los detalles, algunas veces reunidos en los
textos freudianos que conocemos como escritos técnicos, otros
dispersos en los historiales clínicos o en diversos trabajos de la más
variada índole, el método o la técnica que Freud aplicaba en el
tratamiento de sus pacientes. Mi interlocutor en dicha conversación es
una persona que reúne muchos méritos en el conocimiento del
psicoanálisis, suficientes como para no desatender apresuradamente
esta expresión, como si ella careciera de toda pertinencia. Puedo
agregar que la perplejidad que experimenté en ese momento no se ha
disipado del todo; me acompaña hasta ahora, cuando acometo esta
reflexión con el propósito, en parte, de comprender qué puede haber
en esta frase capaz de provocar este sentimiento de una manera tan
persistente.

Mi perplejidad se explica, en parte, porque mi trabajo en el estudio de


la obra de Freud y el desarrollo de mi quehacer clínico, han ido
produciendo en mí, crecientemente, el convencimiento sobre la plena
vigencia de la investigación freudiana y de su método, que como es
sabido, era al mismo tiempo su método de tratamiento. La duda y la
confusión que me embargaron a partir de ese momento, pronto dieron
lugar a una serie de preguntas acerca del carácter de los
descubrimientos freudianos: ¿puede separarse la teoría, en sus más
diversas vertientes, metapsicológica, psicopatológica y terapéutica, del
método de investigación que posibilitó la construcción de este
conocimiento?; ¿en qué sentido puede decirse que dicho método de
investigación y tratamiento puede resultar obsoleto o superado?; ¿qué
clase de conocimiento podría ser el psicoanálisis si, por el contrario,
quisiéramos sostener que, al menos una parte de él, y que por ello
mismo pudiera llamarse esencial, es un conocimiento cierto que no
debe ser olvidado sin el riesgo de enajenarnos de su naturaleza?;
¿cuál es la relación que el practicante del psicoanálisis, en tanto sujeto
de un conocimiento, y por que no, también, de un desconocimiento,
puede sostener con el saber psicoanalítico? y, por último, ¿cuál es mi

1
situación, en tanto practicante del psicoanálisis, en este concierto de
interrogantes?

El conjunto de estas preguntas, y otras que pueden sumarse, abarca


una buena cantidad de problemas que es pertinente tener en vista
cuando nos interrogamos por la vigencia y las invarianzas a propósito
de nuestra disciplina. Nosotros, en esta ocasión, nos limitaremos a
seguir el hilo de una reflexión que intenta abrirse paso a través de una
compleja red de senderos que se enmarañan en torno a la inquietud
que surge de la afirmación que dice que ya nadie trabaja como lo
hacia Freud. Muchas cuestiones interesantes se nos atraviesan
haciéndonos frente cuando intentamos distinguir, en el psicoanálisis, lo
que permanece constante de aquello que cambia. Orientarnos en este
asunto no es una cuestión menor, puesto que éste entraña no sólo
una pregunta acerca de la identidad de la disciplina a propósito de su
objeto y su método, sino, además, y fundamentalmente, debe
interrogarse sobre la adecuación entre estos dos términos. Puede
servirme como justificación para hacerles escuchar algunas ideas
sobre materias sabidas por la gran mayoría de los presentes, la índole
del tema que nos reúne en esta mesa.

El enunciado que ha servido de provocación para este trabajo parece


dar de lleno en la problemática que hemos señalado. ¿Habrá que
extraer como una consecuencia de esa afirmación que, entonces, en
cierto modo podemos olvidarnos, en el tratamiento de nuestros
pacientes, de estudiar detenidamente el modo en que lo hacía Freud,
sin menoscabo de nuestra eficacia? Con seguridad, nadie que se
ocupe del psicoanálisis estará de acuerdo en que, plantearnos la
posibilidad del olvido a propósito del problema que nos ocupa, significa
que debamos retirar todo interés por los textos freudianos o los
testimonios de quienes conocieron su trabajo de cerca, especialmente
de algunos que fueron sus pacientes, en los cuales podamos obtener
una idea acerca del proceder de Freud en los tratamientos. Alguno
podrá decir que la lectura de dichos textos tiene un interés histórico
indesmentible para conocer los orígenes del psicoanálisis. Sin
embargo, un interés que pueda llamarse puramente historiográfico,
que se acerca bastante a la idea de considerar a Freud como un
precursor del psicoanálisis, supone, en contradicción con nuestro
saber más caro acerca de los hechos psíquicos, que puede operarse
un divorcio entre los orígenes y las consecuencias que se siguen de

2
ellos. Se instalaría en una sospechosa ignorancia del hecho de que el
pasado suele actuar como una causa presente, para mal o para bien.
Un interés ingenuamente histórico por los orígenes del psicoanálisis,
aparte de suponer sin más crítica que, efectivamente, la idea de que
ya nadie trabaja como lo hacía Freud es perfectamente factible,
supone también que el orden del descubrimiento freudiano, inclusive
su autoanálisis, como una parte sustantiva de esta investigación son,
sino ajenos, al menos accidentales respecto de los conocimientos
logrados por Freud y que conocemos como “teoría psicoanalítica”.

Para aproximarnos de una manera más concreta al problema que nos


plantea la afirmación con la que nos confrontamos, podemos
conjeturar acerca del alcance de ella. Tal afirmación, en su significado
más fuerte, talvez querrá decir que en la manera en que trabajan los
psicoanalistas en la actualidad ya no pueden reconocerse los rasgos
esenciales del método freudiano. O, en un sentido más limitado,
apunta al hecho de que existen en la actualidad muchas variaciones
teóricas y técnicas en la manera de comprender y hacer con el
paciente, y que se han extendido a tal punto, que puede afirmarse que
muy pocos, o nadie, hace psicoanálisis al modo de Freud. Hemos
optado por marcar la diferencia entre estas dos posibilidades de
interpretación usando para una de ellas la palabra “método”, y para la
otra el término más impreciso “modo”.

Es claro que si debemos tomar dicha afirmación en el sentido más


débil, esta no pasaría de ser una constatación que en nada afectaría a
la suposición de que, no obstante las diferencias en los modos o
estilos, en lo esencial nos debiéramos reconocer como psicoanalistas
en tanto practicamos el método que practicaba Freud. Sin embargo,
enseguida notamos que si hemos de tomar la expresión en este
sentido limitado, o más débil, el acento cae sobre la idea de modo o
estilo, es decir, variaciones, más o menos personales, o, más o menos
compartidas, de realizar una misma tarea; y, en este sentido,
entonces, tanto vale decir que el psicoanálisis se practica como lo
hacía Freud, como su contrario, que el psicoanálisis ya no se practica
como lo hacía Freud. Podríamos conformarnos con estos breves
esclarecimientos y concluir, dado que emitir una u otra afirmación es
relativamente equivalente, que mi interlocutor no hacía otra cosa que
entregar una opinión, en un asunto que es meramente cuestión de
opiniones, y agregar que mi opinión es la contraria. Podemos también

3
agregar que ambas posibilidades pueden ser asumidas con pesar o
con alegría, indistintamente, dependiendo simplemente de nuestra
inclinación a apegarnos más, o menos, a las tradiciones. Con ello la
perplejidad debiera desaparecer, pero no es así, todo indica que se
encuentra allí un resto que no se deja comprender tan fácilmente.

Si ahora nos hacemos cargo de la afirmación de mi interlocutor en su


sentido más fuerte, el que indica que se habría producido un cambio
de tal magnitud o, en el mejor de los casos, un sustantivo progreso en
el campo del psicoanálisis, que permitiría decir que, en la actualidad,
el psicoanálisis ya no se practica más como lo hacía Freud. Salvo
contados casos de anacronismo, tal vez nos autorizáramos a
proclamar que contamos con otro método. No podemos negarnos por
anticipado a admitir la posibilidad de que tal afirmación pudiera ser
justa. En cuyo caso, entonces, cabe que nos interroguemos acerca de
cual puede ser ese cambio o ese progreso en la práctica del análisis,
tal que justifique que pueda decirse que se ha superado el método con
que trabajaba Freud.

Antes de aproximarnos a interrogar a Freud a propósito de su método


de tratamiento, y teniendo en cuenta que en esta reflexión no tratamos
de realizar un estudio, sino algo bastante menos ambicioso, como
puede serlo el señalar algunos puntos en que nuestro pensar en el
asunto que la frase nos provoca, encuentra algunas referencias,
conviene que nos detengamos brevemente a formular de una manera
más precisa una pregunta acerca de la afirmación en cuestión. Si
hemos asumido que en su acepción más fuerte esta afirmación diría
que el método que practican los psicoanalistas en la actualidad ya no
es el método por el que se guiaba Freud en el trabajo con sus
pacientes, entonces, nuestro problema requiere que podamos
disponer de una idea acerca de lo que pensamos cuando decimos
método. En el “Diccionario de Filosofía” de José Ferrater Mora, en la
entrada método encontramos:

“Se tiene un método cuando se sigue un cierto “camino” para alcanzar


un cierto fin, propuesto de antemano como tal. Este fin puede ser el
conocimiento o puede ser también un “fin humano” o “vital”; por
ejemplo, la “felicidad”.”

4
Tal vez no es sólo coincidencia que los dos fines que cuentan en esta
breve definición de método, aparezcan reunidos en lo que podemos
nombrar como método psicoanalítico: el conocimiento y un fin humano
como es la cura psicoanalítica. ¿Nos atreveremos a sostener que lo
que pensamos con la palabra cura se aproxima a una cierta idea de
felicidad? Pero, aun cuando creo que el asunto de la felicidad humana
tiene todos los méritos para reclamar una reflexión en el campo del
pensamiento psicoanalítico, no es este el problema que nos ocupa en
lo inmediato. Señalemos, sin embargo, que en el psicoanálisis la
finalidad de la cura o, más familiarmente, el fin terapéutico, aparece
estrechamente enlazado al conocimiento, cierto que no un
conocimiento cualquiera o en general, sino un conocimiento que nos
concierne muy estrechamente; un conocimiento que, cuando lo
desconocemos lo padecemos. Convengamos, de pasada, en que este
indisoluble entrelazamiento que en el psicoanálisis se da entre el
conocimiento y la cura, puede hacer que resulte ociosa la discusión
que supone una alternativa entre el fin terapéutico y una finalidad
psicoanalítica supuestamente pura. Puede ser que veamos más claro
en este problema si confiamos por un momento en que una mejor
comprensión del método psicoanalítico puede disipar esta ilusión de
alternativa.

Intentemos ahora hacer uso de estas rudimentarias ideas acerca del


modo de realizar un determinado trabajo que llamamos analizar. En el
concepto método hemos encontrado una traducción más cómoda y
manejable que las intuiciones a las que accedemos con las palabras
manera, estilo o modo . Entonces ahora podemos preguntarnos por el
método freudiano. En el inicio del trabajo de Freud de 1914,
“Recordar, repetir y reelaborar”, encontramos una apretada síntesis
que recapitula el trayecto que ha seguido la constitución del método de
Freud en el tratamiento de los pacientes. Allí nos recuerda que en los
comienzos, en la época de la llamada catarsis breueriana, que en
otros textos, como en los “Estudios sobre la histeria”, por ejemplo,
denomina método de Breuer, la técnica psicoanalítica consistía en el
empeño, ayudado por la hipnosis, de hacer reproducir al paciente los
procesos psíquicos ocurridos en el momento de la formación del
síntoma, a fin de guiarlos para que tuvieran un decurso a través de la
actividad conciente. La meta que se procuraba alcanzar era recordar y
abreaccionar. Más adelante, habiendo renunciado a la hipnosis, se
trató de colegir, partiendo de las ocurrencias libres del paciente

5
aquello que él denegaba recordar. “Se pretendía sortear la resistencia
mediante el trabajo interpretativo y la comunicación de sus resultados
al enfermo;…” –nos dice. El enfoque todavía se mantenía sobre las
situaciones de la formación de los síntomas y se podía ir algo más
allá, hacia algunas situaciones que se hallaban detrás del momento en
que se contrajo la enfermedad. La abreacción aparecía sustituida por
el esfuerzo del paciente en vencer las críticas a sus ocurrencias. El
último paso de este desarrollo lo leeremos de manera textual, pues
nos permite distinguir aquello que se conserva como una constante a
través de estos cambios en la técnica.

“Por último se plasmó la consecuente técnica que hoy empleamos: el


médico renuncia a enfocar un momento o un problema determinados,
se conforma con estudiar la superficie psíquica que el analizado
presenta cada vez, y se vale del arte interpretativo, en lo esencial,
para discernir las resistencias que se recortan en el enfermo y
hacérselas concientes. Así se establece una nueva modalidad de
división del trabajo: el médico pone en descubierto las resistencias
desconocidas para el enfermo; dominadas ellas , el paciente narra con
toda facilidad las situaciones y los nexos olvidados. Desde luego que
la meta de estas técnicas ha permanecido idéntica. En términos
descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo; en términos dinámicos:
vencer las resistencias de represión.”1

Si nos apoyamos en las frases finales de la cita que acabamos de leer


podemos concluir que, a lo largo de este desarrollo existe algo que se
ha mantenido constante mientras otros elementos han variado. Freud
se refiere a los distintos momentos que jalonan esta evolución como
“técnicas”, son éstas las que han cambiado sucediéndose unas a otras
de acuerdo a las dificultades que se iban presentando en la
prosecución de una finalidad o meta que se mantiene la misma a lo
largo del tiempo, el recordar. Creo que sin forzar demasiado las cosas
podemos reconocer en esta invariante el método de la cura freudiana.
El camino hacia la cura siempre pasa por la necesidad de recordar lo
reprimido. No nos resulta difícil reconocer el salto producido entre el
intento de curar o aliviar los síntomas de los pacientes mediante el
expediente de prohibir los síntomas, recurso que conocemos como
método sugestivo, y, lo que Freud, con toda precisión, denominaba el
método de Breuer. Este último consistía en buscar la solución de los
1
Freud; S., “Recordar, Repetir y reelaborar”; (1914). Amorrortu Editores, Tomo XII. Págs. 149-50

6
síntomas mediante el recuerdo de las circunstancias que lo habían
originado. Este descubrimiento que debemos a la señorita Bertha
Pappenheim, más conocida por nosotros como “Anna O”, y bautizado
por ella misma como “talking cure” (cura de conversación) o “chimney
Sweeping” (limpieza de chimenea), que fue recogido por Josef Breuer,
constituye el hallazgo del que parte el recorrido de la investigación
freudiana. No está demás puntualizar que cuando Freud conoce los
trabajos de Charcot en Paris recuerda este caso que Breuer le había
relatado, unos cuantos años antes. Así, el recordar se encuentra
presente, doblemente, en el origen del psicoanálisis. Podemos
aprovechar también esta oportunidad para señalar un equívoco al que
ha dado lugar el leve deslizamiento que se ha producido desde la
denominación cura de conversación a cura por la palabra, el equívoco
consiste en la tendencia a poner el peso de la potencia terapéutica del
psicoanálisis en la palabra del psicoanalista y no en la palabra del
paciente.

Las variaciones técnicas que nos expone Freud obedecen, todas ellas,
a la búsqueda de los recursos que iban resultando más apropiados
para vencer los obstáculos que aparecen en el camino del recordar. Al
comienzo, la hipnosis pasa por alto dichos obstáculos; después,
mediante la interpretación de lo olvidado se busca extraer del paciente
lo que este deniega recordar; por fin, el acento cae sobre las
resistencias que se oponen al recordar. Cabe ahora que nos
preguntemos: cuando el paciente ha vencido sus resistencias,
¿estamos disponibles para escuchar lo que tiene que decir?
Recordemos que Breuer abortó el tratamiento de Anna O,
precisamente, en el momento en que se hace presente la sexualidad
en la forma de una intensa transferencia erótica. Pero no perdamos el
hilo de nuestra reflexión. Lo que nos hemos aclarado acerca del
método freudiano podemos sintetizarlo en la siguiente fórmula: el
método del trabajo terapéutico consiste en promover que el paciente
recuerde venciendo las resistencias. Esta apretada fórmula puede
contener en sí una importante cantidad de problemas y conceptos
implícitos, que sería necesario desplegar y articular con los términos
que en ella corresponden: transferencia, reelaboración, repetición,
acto, etc. Todos, y cada uno de ellos, hace alusión a alguna clase de
eventualidad que se hará presente, en un más o un menos, de una u
otra manera, en el camino que sigue el desarrollo de la cura. El riesgo
permanente es que uno u otro de estos fenómenos, transformado en

7
técnica, tienda a monopolizar la atención del psicoanalista,
enajenándolo y haciéndole perder de vista su relación con el método.

Un importante problema, que tiene estrecha relación con el bosquejo


que hemos realizado en torno a la cuestión del método de Freud,
aparece en la ambigüedad de la última frase del párrafo anterior: “…
haciéndole perder de vista su relación con el método”. La ambigüedad
consiste en que aquello que se puede perder de vista es la relación de
la técnica respecto del método, o la relación del psicoanalista con el
método. Nuestra reflexión a podido delimitar una posición en cuanto a
la relación técnica – método. De la relación analista – método no
hemos dicho nada, ahora se nos brinda la posibilidad de plantear
algunas ideas. En la misma entrada del diccionario de Ferrater Mora
que ya nos fue útil, encontramos una contraposición que nos puede
permitir echar una mirada a este problema que nos concierne, en lo
más personal, como psicoanalistas.

“El método se contrapone a la suerte y el azar, pues el método es ante


todo un orden manifestado en un conjunto de reglas. Se podría alegar
que si la suerte y el azar conducen al mismo fin propuesto, el método
no es necesario,…”

No es infrecuente escuchar que el resorte de la cura en el


psicoanálisis es la persona del analista. Una versión más laxa de esta
afirmación dice que, estadísticamente, la mayoría de las diversas
psicoterapias ostentan una eficacia parecida, independientemente de
las teorías que las sustentan. Es otra forma de depositar en la persona
del psicoterapeuta la virtud de la sanación. Como nos resulta fácil
suponer que estas virtudes sanadoras, con seguridad han sido
repartidas por la naturaleza entre nosotros sin la intervención de
especiales favores por parte de los hados, tendríamos que concluir
que la eficacia de los empeños terapéuticos son debidos, a fin de
cuentas, a la suerte y el azar. Por otra parte, en el campo del
psicoanálisis contamos con el concepto de inconciente, al que
acostumbramos atribuir un determinismo estricto. Entre la suerte y el
azar, por una parte, y el determinismo, por la otra, parecería no haber
lugar, para una acción con arreglo a fines como pretende ser lo que
aquí estamos examinando como método. Sólo faltaría el ademán del
encantador para que se disipara la ilusión que ahora estamos
compartiendo. Si alejamos, sin embargo, estas exageradas

8
extrapolaciones, encontramos que es necesario que podamos decir
algo sobre la relación analista – método. Parece una opción sensata y
realista asumir que analista y método son dos términos que no se
pueden disociar sin el riesgo de caer en una especie de delirio, pero
esta constatación no nos exime de intentar determinar el modo en que
éstos se articulan. De ello depende la dirección en que habrán de
encaminarse los esfuerzos en la tarea que se da en llamar la
“formación del analista”. No es necesario que recordemos en este
momento la función que en nuestro trabajo cumplen el análisis
personal, las supervisiones y los seminarios. Cabe sí que digamos que
esta tríada formativa tiene sentido cuando la pensamos como un
conjunto de disposiciones conducentes a que el futuro analista pueda
apartar los obstáculos, desarrollar sus condiciones y acceder a las
oportunidades que le permitan apropiarse de un método que,
ineludiblemente, lo implicará subjetiva y personalmente. De la
perplejidad que mencionaba al comienzo queda ahora una inquietud,
una vacilación, que tal vez pueda servir de recordatorio de la deuda
que he contraído con Freud y todos aquellos que me han enseñado en
el camino de apropiarme del método psicoanalítico, por una parte; por
la otra, un reconocimiento de mí mismo, de mi posibilidad de tomar lo
que se me ofrece y, hasta donde pueda, transmitirlo. Creo que, sin
sentimentalismo, puedo escuchar en esta inquietud y vacilación la
medida de la libertad y el compromiso que son necesarios para el
trabajo del psicoanalista.

HUGO ROJAS OLEA

Septiembre de 2004

También podría gustarte