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Criterios de curación y objetivos terapéuticos en el psicoanálisis.

Sigmund
Freud
M. Dunayevich: Vamos a empezar con la conferencia del doctor César Merea, el ciclo
destinado a elucidar la problemática de objetivos de la cura y los criterios de curación.
Éste es el tema elegido por la Comisión Científica para ser desarrollado, comenzando por las
ideas de Freud, que hoy va a tratar el César Merea. Después seguirá con la escuela inglesa el
doctor Piccolo, y luego continuaremos con las diferentes líneas del pensamiento que tienen
posiciones dispares, y algunas incluso encontradas.
La idea de la Comisión es que pudiéramos evaluar y discriminar qué es lo que realmente
pensamos desde la teoría, desde la práctica y la clínica psicoanalíticas cuando llevamos
adelante los tratamientos y cómo evaluamos el proceso terapéutico en función de los
objetivos.
Espero que, a lo largo de este ciclo de conferencias, podamos ir incorporando y discutiendo
acerca de estas diferentes ponencias. Le doy la palabra al doctor Merea.
 
C. Merea: Aparecemos en la vida, somos introducidos en ella, por un semejante que es un
objeto externo real.
Diversas vicisitudes que surgen contemporánea y subsiguientemente a este encuentro van
complejizando, principalmente por vía del principio de placer, nuestros vínculos con los
objetos reales.
Se producen transformaciones diversas en nuestro contacto con la realidad objetiva, y esto en
un espectro que va desde un fantasear neurótico hasta la ruptura lisa y llana con lo real.
Muchas de esas transformaciones derivan en los diversos estados de alienación que conocemos
como enfermedad mental. El objetivo del psicoanálisis consiste en que el sujeto pueda
recuperar u obtener un contacto lo más objetivo posible con los objetos reales externos, para
satisfacer en ellos sus necesidades pulsionales, en el primado del principio de realidad y en
reciprocidad con el objeto, lo que implica realizar transformaciones en lo real.
Como todos sabemos, esto se logra mediante un método que lleva a la indagación del
significado de las representaciones deformadas de esos objetos.
Me gustaría que esta primera frase quedara como un epígrafe, que dé el sentido del tipo de
pensamiento con que hice el resto del trabajo.
Desde Lacan es prácticamente imposible hablar de la obra de Freud sin tener que deslindar el
contexto global de su obra, por un lado, de las lecturas que de ellas se hacen. El énfasis
lacaniano ha tenido la ventaja de hacernos volver la vista hacia la riqueza fundante de los
textos freudianos. Pero ha tenido, también, la desventaja de ser como otras, y en su
extremo, una lectura unilateral de Freud. Volveré sobre esto. Así, por ejemplo, el énfasis en
la primera tópica ha llevado a un realce del fenómeno inconsciente que podía perderse en las
versiones adaptativas de la psicología del yo, pero al mismo tiempo el abandono de la idea de
pulsión, y de la segunda tópica, nos ha dejado la concepción de un sujeto alienado en una
cadena de significantes y con una total pérdida del concepto del yo.
Dado que el sujeto no tendría propiamente un yo, en el sentido de Freud, ya no se sabe quién
o qué se cura con el psicoanálisis.
Por otra parte, y a partir de ciertas críticas metodológicas y filosóficas, por temor a
ideologizar la cura, no queremos pensar en objetivos, no nos preocupan los criterios. De
hecho, estos términos, por ejemplo, no figuran en el diccionario "erudito e indefectible",
como lo llama Masud Kahn, de Laplanche y Pontalis, ni en otros. Pero no por ello, los criterios
y objetivos dejan de existir.
El psicoanálisis era para Freud "un procedimiento para indagar procesos anímicos, un método
del tratamiento fundado en esta indagación y un conjunto teórico ganado por ese camino".
Surgieron problemas cuando analistas y no analistas posteriores, descontextualizaron
indebidamente esta definición, tomando sus contenidos separados y dando lugar así a
discusiones que ocuparon un tanto inútilmente nuestros pensamientos.
De tal manera que, siguiendo la definición de Freud, se puede ver que hay objetivos, pero
esos objetivos son los de la indagación psicoanalítica naturalmente, no los de una ideología o
esquema referencial particular, y esto además incluye el ejercicio de un método.
Con esto me voy adentrando un tanto en el tema.
Pero quisiera hacer, todavía, un par de precisiones más, porque el intento de dar comienzo a
un ciclo que nos congrega alrededor de un tema tan complejo y polémico, con sucesivos
desarrollos, requiere por lo menos dos aclaraciones: una, sobre las lecturas de Freud, y otra,
sobre las definiciones de salud, enfermedad y normalidad, que están en la base de este
asunto.
Yo creo que no hay una lectura de Freud, y pienso que diferentes derivaciones referenciales
que hay en psicoanálisis como por ejemplo la psicología del yo, la escuela kleiniana, la
escuela lacaniana, consisten, tal vez, en el hecho de que han hecho una lectura de Freud.
Pero creo que tampoco hay infinitas lecturas de Freud, tantas como lectores, porque esto
implicaría salirse de los límites de la confrontación científica.
Creo sí que hay puntos de vista, a veces muy disímiles sobre un mismo tema, dentro de la
misma obra freudiana, pero que articulados entre sí permiten ver cuál es el pensamiento
freudiano en ese tema, y, sobre ese punto, puede haber más de una interpretación, pero
seguramente no infinitas interpretaciones. Tal vez pocas interpretaciones que posiblemente
correspondan con las ideologías científicas inconscientes, es decir, relativas al modo de
conocer de cada uno. La multitud de citas no articuladas en un pensamiento, sólo llevan a un
engendro frankensteiniano.
Por lo tanto, yo no me voy a ceñir exclusivamente a las aportaciones clásicas que bajo este
tema trae explícitamente Freud, sino que plantearé algún desarrollo que surge de
contextualizar el tema alrededor de otras temáticas freudianas y lo haré basado en este
criterio de pensamiento que expuse recién.
Lo que diré se puede aplicar al campo de la neurosis en sentido amplio, lo que puede incluso
tomar perversiones, psicopatías, estados borderline, pero tal vez requiere algunas precisiones
o enfoques diferentes en el caso de las psicosis en sentido restringido.
Con respecto a los conceptos de salud, enfermedad, normalidad, habitualmente, y como
herencia de concepciones médicas clásicas, se define a la salud por ausencia de enfermedad,
lo que es casi una tautología por los opuestos.
Otras definiciones que intentan describir el fenómeno no hacen sino cargarlo con una larga
lista de requerimientos o requisitos más o menos ideales, o bien, por medio de una petición
de principios, en el sentido de un estado de completo bienestar físico, etc.
La definición de Freud, en el ámbito de lo mental, sobre este tema, es a mi juicio
revolucionaria: la salud es un estado que debe contener elementos de la neurosis y de la
psicosis, y ninguna otra cosa, agregaría yo. Llamamos sana a una conducta, dice Freud, que
aúna determinados rasgos de ambas reacciones, que como la neurosis no desmiente la
realidad, pero que, como la psicosis, se empeña en modificarla. Esta conducta, adecuada a
fines normales, lleva, naturalmente, a efectuar un trabajo que opere sobre el mundo exterior
y no se conforma, como la psicosis, con producir alteraciones internas. Ya no es autoplástica,
sino aloplástica.
Es decir que la salud consiste en transformar la realidad, pero sin desatender al estado de la
realidad y del sujeto. Yo voy a aprovechar una cierta cuota de dogmatismo, que se puede
usar en una conferencia (al menos lo aviso), para decir que lo que llamamos salud, y que por
lo tanto debe figurar con carácter fuerte en la consideración del tema de objetivos del
psicoanálisis, es un estado conflictivo bajo control del yo.
La salud se opone a la enfermedad en que ésta es un estado muy conflictivo pero donde el
sujeto queda alienado por el conflicto sin posibilidades de transformación útil de la realidad
externa: es decir, es un estado autoplástico, con transformaciones del propio sujeto en su
interior, pero sin transformación de lo exterior, salvo en el sentido del incremento o la
complicación de la enfermedad; y la salud se opone también a la normalidad, aunque de un
modo diferente, por ser la normalidad un estado de adaptación que implica una alienación
del sujeto, impedido de producir transformaciones en el seno de la cultura.
La normalidad intenta abolir los estados de crisis y la visualización de diferencias, por
ejemplo de pensamientos entre los sujetos que por su variedad o diferencias son una fuente
de malestar en la cultura, pero también la única posibilidad de transformación. Éstas son, por
lo tanto, las concepciones que tengo en mente sobre la salud, la enfermedad y la normalidad
cuando pienso en los objetivos y criterios del psicoanálisis.
Veamos ahora, entrando más en la cuestión específica, un listado de objetivos del
psicoanálisis tomados del importante trabajo de Bleger sobre el tema, y con algunos
pequeñísimos agregados.
Fíjense en esta lista: Abreacción, catarsis, llenar lagunas mnémicas, recordar en lugar de
repetir, hacer consciente lo inconsciente, levantar represiones, transformar la neurosis en
neurosis de transferencia, resolver fijaciones infantiles, maduración de la personalidad,
conocimiento de sí mismo, insight, donde está el ello debe estar el yo, elaboración,
capacidad de sublimación, capacidad de reparación, relación con objetos internos, cambio
del mundo interno del paciente, mayor libertad interior y libertad y plasticidad del yo, mayor
autonomía del yo, adaptación, integrar disociaciones, integración del yo, adelanto en la
capacidad de síntesis del yo, reducción de clivajes, introducir discriminaciones.
Como se ve, esta lista contiene criterios también posfreudianos; los he incluido con el
propósito de marcar los que entresacaré, tomando a Freud.
Ahí se destaca que posteriormente a los primeros objetivos de abreacción y llenado de
lagunas mnémicas, que en realidad surgen en forma casi directa de la observación clínica, el
primer postulado metapsicológico de Freud respecto a la cura es hacer consciente lo
inconsciente, y éste corresponde a los desarrollos teóricos de su primer tópica: desde los
Estudios sobre la histeria hasta La interpretación de los sueños.
Bastante más adelante y en el contexto teórico de la segunda tópica, la fórmula "donde
estaba el ello debe estar el yo" viene a resumir metateóricamente los objetivos del
psicoanálisis a esa altura del desarrollo de la obra. Creo que estos objetivos se mantienen
totalmente vigentes en el actual punto de evolución del psicoanálisis.
Pero existen muchas otras aportaciones teóricas de Freud, que sin duda conllevan objetivos
de la cura, y que sin embargo algunas de ellas no han sido suficientes indagadas en tal
dirección.
Me referiré inicialmente al tema del narcisismo y la relación de objeto, y a su culminación en
la diferenciación yo/no-yo y yo-mundo externo.
En uno de los varios sentidos del término "narcisismo", éste se opone a la relación con los
objetos. En tanto el narcisismo predomine, el yo tendrá una versión de sí mismo exagerada en
relación con la consideración que tenga de todo lo externo, lo no-yo, lo otro.
El sujeto tenderá a confundir los objetos reales, como partes o extensiones de su propio yo,
quedando roto de este modo el requisito fundamental para la cura de transformación de lo
real en objetos considerados como tales, es decir, objetos no-yo.
De ahí que sea objetivo privilegiado de la cura el obtener esta diferenciación yo-objetos.
La diferencia entre el yo y los objetos implica la sanidad de la percepción, y con ella el
acceso al registro de la temporalidad, con la consiguiente ubicación del sujeto en su
momento del ciclo vital.
Además, la aceptación de la temporalidad abre, en otro orden de cosas, el camino a la
comprensión por parte del paciente del proceso de elaboración, que implica la noción de
trabajo en el tiempo, aunque sus resultados no se conozcan de antemano.
Hay un gráfico que preparé para ilustrar un poco más esta relación entre el campo del
narcisismo y el campo del objeto.
 

 
Si éste es el desarrollo del sujeto a lo largo del tiempo, el eje horizontal representa el ciclo
vital desde el nacimiento hasta la muerte y el vertical, el eje de la diferenciación del yo/no-
yo.
La curva señalaría el estado en que el sujeto está, en cuanto a su diferenciación yo/no-yo, en
distintos momentos del ciclo vital.
El eje yo/no-yo se mide en una situación que va de menor a mayor, desde menos
diferenciación yo/no-yo hasta más diferenciación.
Esta curva sería algo así como la curva que esperamos sana en un sujeto adulto, en donde al
promediar la edad media hay un incremento de la relación de objeto que se mantiene con
abandono del narcisismo, que toma todo el largo período del desarrollo del niño, y vuelve a
aparecer hacia el final de la curva, en la vejez, aunque se expresa de distinta manera.
Más grávida de consecuencias aún es la decisión de enfrentar, o no, la derivación del
narcisismo consistente en la proyección del espacio psíquico sobre el espacio material,
apropiándose de bienes y lugares culturales, que en rigor son bienes y lugares comunes
transformados en particulares por el sujeto, por no renunciar a la agresión en sus diversas
formas y a las satisfacciones narcisísticas, en lugar de dar cabida a la consideración del
semejante.
Si éste es un enclave directo de posiciones narcisísticas, uno debe responderse si entre los
objetivos del psicoanálisis no figura el claro desenmascaramiento de las actitudes de las
personas hacia los bienes materiales y culturales y su uso, en detrimento o no de otras
personas, como mantenimiento del sistema de equilibrio narcisístico.
Correlativamente con esto, la consideración del otro, el borramiento de los prejuicios raciales
y sexuales, es también parte del embate que debe llevarse contra ese otro baluarte narcisista
que pretende aislar al yo de todo lo que no sea su igual, es decir, el rompimiento del
"narcisismo de las pequeñas diferencias".
Dicho de otro modo, el objetivo de la cura en este punto es el fortalecimiento del yo, es
cierto, pero en realidad, esto significa enfrentar al yo con lo que éste más teme: su falta de
unidad, de síntesis, su finitud, la aceptación de las diferencias que amenazan fragmentar su
ilusoria unicidad.
Subsiguientemente al desarrollo de la segunda tópica, Freud realizó una serie de trabajos,
desde 1924 en adelante, hasta el final de su obra, donde se destaca el descubrimiento de las
diferencias psíquicas que provienen de la diferencia sexual anatómica, así como las
diferencias entre neurosis y psicosis y los mecanismos de escisión del yo, las construcciones
en psicoanálisis y nuevas ideas psicopatológicas. A mi modo de ver, este conjunto de la obra
constituye una verdadera tercera tópica, pero de carácter más teórico-clínico que las
anteriores, que desborda los términos metapsicológicos de las tópicas anteriores, no tanto en
lo explícito o en lo formal, sino en la libertad con que Freud se mueve de la teoría a la
clínica, y viceversa, de un modo particular y sugestivo.
Esto conduce a objetivos precisos, relativos a la necesidad de obtener en el psicoanálisis una
clara noción de identidad en el sentido del complejo de Edipo. Una especie de "quién es
quién" en el complejo de Edipo del paciente y quién es él, que articulado en el tema de la
construcción histórica, lleva asimismo al enfrentamiento con la posición sexual del sujeto, en
el orden del rechazo de la femineidad y el complejo de castración, tema, este último
profundizado por la escuela francesa.
Esta consideración convierte al descubrimiento de la identidad edípica y al enfrentamiento de
la castración en objetivos del psicoanálisis de pleno derecho.
Pero todo este enfoque sería insuficiente si no se extendiera también al sujeto como miembro
de una cultura, y allí se hace imperativo tener en cuenta los aportes de Freud en cuanto al
significado de la religión (Tótem y tabú, El porvenir de una ilusión), del papel de la agresión
y la cultura en El malestar en la cultura, y las características de la psicología de la masa y la
psicología del individuo, en el texto de título casi homónimo. En tal sentido, nos estaríamos
introduciendo en el polémico ámbito de si estos temas son objetivos del psicoanálisis, y del
análisis de las personas individuales.
En realidad, si este tema es polémico, ello no se debe a que sea conceptualmente más difícil
que otros, sino que sencillamente implica la máxima determinación ideológica que portamos
todos y cada uno como residuo del complejo de Edipo. Aunque parezca extraño, aunque nos
atrevemos muchas veces a las consecuencias de la revisión del Edipo, en los tratamientos
individuales, otras veces, en una muestra de notable inconsecuencia, consideramos en
general tabú el abordaje del tema edípico en su vertiente ideológico-religiosa-cultural. Sobre
ello, pienso que el abordaje de lo religioso es la consecuencia natural del análisis del
complejo de Edipo, que se constituye a veces en un exabrupto, cuando es tratado fuera de
este contexto, aunque figure manifiestamente de mil formas en el material de los pacientes.
La persona que ha destronado a sus padres de su mundo interno, no puede mantener sin
incoherencia grave la creencia en esos protopadres que son los dioses.
En este punto debemos hacer un comentario sobre la identificación y el concepto freudiano
de "donde está el ello, debe estar el yo".
Es sabido que existen dos traducciones diferentes de esta famosa frase, la que habla de "el
yo", con artículo, y que aludiría por lo tanto a funciones o posibilidades del yo, de ganar
terreno al ello indómito, y también, por otro lado, la traducción de Lacan, sin artículo:
"donde 'ello' (o 'eso') era, yo debo advenir", que enfatiza el carácter de sujeto del yo, donde
el resultado de la cura implica la liberación de esa cadena que sujeta al sujeto, en el otro
sentido de la palabra, que lo captura.
Aquí están latentes dos concepciones del yo distintas, pero ambas presentes en Freud, la de
las funciones que el yo cumpliría y la de un yo como producto de identificaciones.
Desde esta perspectiva, la desidentificación de aquellas identificaciones alienadoras de esas
adhesiones al objeto constituyente, de esa compulsión referencial al objeto alienador, y que
además se visualiza tan patentemente en los mecanismos repetitivos de la enfermedad, el
logro de esa desidentificación se constituye también en objetivo básico del psicoanálisis.
En el marco de la cultura, la desidentificación corresponde al abandono del estado de
hipnosis que caracteriza la "psicología de la masa", para ingresar en la autonomía que implica
la "psicología del individuo" y, desde allí, poder sumar a la construcción de la cultura.
Ahora haré un pequeño desarrollo sobre la metapsicología de la cura. No lo llamaré
expresamente "Teoría de la técnica", porque no soy de la opinión de que la teoría y la técnica
tengan relación directa o de continuidad.
Creo que se puede hacer una metateoría de la cura. Entiendo la cura como el efecto, o uno
de los efectos, de lo que prefiero llamar el método y no la técnica terapéutica.
Si se concibe la represión como una división entre la representación de cosa y la
representación de palabra, con el consiguiente resto de un quantum de afecto, en estado por
así decir flotante, en el aparato psíquico, suponemos también que la recomposición de la
coincidencia entre la representación de cosa y aquello que la nombre producirá el
levantamiento de la represión y efectos sobre el afecto libre.
Aquí se nos abre una duda, pues la utilización de esta palabra, afecto, en la teoría freudiana
es bastante distinta de su acepción en sentido vulgar.
El afecto, en la teoría, nombra un quantum económico en el interior del aparato, pero en su
acepción común es un movimiento de sentimientos entre los sujetos.
Así como Freud se enfrenta al problema de los sueños y estima que la opinión vulgar refleja
mejor el estado de cosas que las opiniones académicas, creo que del mismo modo deberíamos
optar por el sentido que tiene el afecto en el lenguaje corriente.
Así, el objetivo del psicoanálisis pasa a ser la liberación del afecto retenido por la
desconexión entre la representación de cosa y de palabra y la reconducción del afecto al
ámbito de las relaciones interpersonales.
El afecto, al no permanecer libre en el inconsciente, acompaña también el proceso judicativo
que lleva el pensamiento, es decir, liga la cadena judicativa, cosa que por otra parte no se
logra ni en ausencia de afecto, ni con exceso de afecto.
De ahí que un pensar acorde a fines afectivos y ajustado a lo real, es también un objetivo del
psicoanálisis, al mismo tiempo que un criterio de curación, visto desde este vértice que
planteo. Por lo demás, el afecto, en un sentido económico, intracorporal, se mantiene como
una concomitante "sensación" que acompaña al afecto como un "sentimiento" intersubjetivo, y
muchas veces, incluso, el afecto como sensación corporal delata ese sentimiento, cuando ese
afecto no se expresa en las palabras correspondientes. La palabra muestra así su total
dimensión curativa, pues mediante ella se convoca al afecto, que, junto con el recuerdo
restallante, es el contenido del insight.
La palabra es, por lo tanto, el latido central del psicoanálisis, porque permite el reciclaje del
afecto desde su acantonamiento inconsciente hacia el mundo de las relaciones con los demás.
Resumamos lo visto hasta ahora: 1) abreacción, llenado de lagunas mnémicas en el ámbito de
las primeras observaciones clínicas; 2) hacer consciente lo inconsciente como criterio de la
primera tópica; 3) diferencia yo/no-yo como objetivo en el campo del narcisismo y los
objetos, esto implica consideración de la temporalidad, el espacio del yo y el espacio ajeno;
4) "donde está el ello debe estar el yo", es el ámbito de la segunda tópica con los contenidos
de desidentificación personal de conflicto bajo control del yo, que funciona como inhibidor;
5) en el ámbito de lo que he llamado un poco exageradamente tercera tópica, identidad
edípica, construcción histórica del sujeto, y 6) enfrentamiento con la castración, más
precisamente, en realidad, con el rechazo a la femineidad, que tal vez es un poco distinto; 7)
relación entre el sujeto y la cultura, lo que implica religión, desidentificación cultural,
psicología de la masa versus psicología del individuo, narcisismo versus cultura, yo escindido
versus sentimiento de unicidad, y, por último, 8) la palabra como convocante del afecto y a
través del afecto conectándose con los objetos, lo que implica un papel de la palabra, el
afecto y el objeto, en el pensamiento.
Tal vez una de las más bellas ilustraciones de lo que quiero decir con lo de la palabra estaría
contenida en la última estrofa de uno de los poemas más famosos de Paul Eluard, que escribió
siendo resistente contra el nazismo, en plena guerra, que dice: "... y por el poder de una
palabra, yo recomienzo mi vida. He nacido para conocerte, para nombrarte, Libertad".
Después de escribir esto, me pregunté si estábamos pidiendo mucho al psicoanálisis. Yo
entiendo que no, y así lo manifiesta Freud en "Análisis terminable e interminable" cuando
dice: "Hoy puede exigirse que la curación analítica sea definitiva o por lo menos que la
recaída no sea provocada por la repetición del antiguo trastorno pulsional, manifestado en
nuevas formas".
Esto permite realizar otra pequeña incursión metapsicológica. Freud destaca en la obra que
acabo de mencionar que los factores que determinan la posibilidad de curación están en
relación con la magnitud de aquello que ha enfermado, y son: el valor del trauma, la fuerza
pulsional en juego y el estado del yo.
Si lo pensamos un momento, veremos que estos factores son justamente los elementos que
componen lo que actualmente se llama una estructura psicopatológica. Lo expondré de este
modo:
 

La corriente pulsional, en determinado momento, se encuentra con el yo, pero con un yo que
está formado por identificaciones y que, además, tiene un papel inhibidor, una función
inhibidora.
Este yo tiene un encuentro con la pulsión, y en ese punto de encuentro entre la pulsión con la
corriente pulsional del sujeto y el yo se forma la estructura.
Luego vendrán, a partir de este punto, ciertas otras situaciones que lo completan, como las
defensas, el carácter. Si entendemos estructuralmente estos factores, la pulsión, el trauma, y
el yo, y si los tomamos en la cura, estaremos en condiciones de garantizar hasta donde sea
posible la no repetición de la enfermedad después de la cura.
El objetivo de la cura puede expresarse entonces como un develamiento de la estructura del
sujeto, es decir, del trauma, con la aproximación al registro de la verdad material; de la
pulsión, con el agregado de la verdad histórica y la fantasía; y del yo, esto es, del carácter
identificatorio del yo tanto como del estado de su función inhibitoria.
Voy a decir algo sobre los criterios de curación: al extenderme sobre los objetivos de la cura,
he dejado menos lugar para la consideración de los criterios, es decir, los indicadores de que
ese proceso se está realizando o se ha realizado.
En parte, se debe a que se trata de un tema algo menos polémico. Así, por ejemplo, los
criterios clásicos de ausencia de síntomas, vida sexual satisfactoria, buenas relaciones
interpersonales, capacidad de trabajo, posibilidades de sublimación o, como yo preferiría
decir, de creatividad, pues creo que el concepto de sublimación es muy revisable.
Estos criterios son en general aceptados; salvaguardando la razonable crítica de que varios de
ellos pueden ser pasibles de distorsión ideológica por el paciente, y en el ámbito de la cultura
en que vive. Para sentar mi propio punto de vista al respecto quiero recordar la definición de
salud que di al comienzo, como un estado conflictivo, bajo control del yo. Pero todos éstos
son criterios de curación que ocurren fuera del contexto del proceso terapéutico, son una
consecuencia del mismo.
Se han destacado también criterios provenientes del proceso mismo. (En este sentido, cabe
mencionar el interesante artículo de Willy  Baranger, Madeleine Baranger y Jorge Mom sobre
el tema, que será presentado en el próximo Congreso Internacional de Psicoanálisis, en julio,
en Madrid.)
Ciñéndonos al ámbito freudiano, debemos mencionar, en el sentido de estos posibles criterios
del proceso, los siguientes: el soñar, pero también el asociar al respecto; la emergencia de
recuerdos que traen la historia y vencen la amnesia infantil; el asociar, con lo que implica de
lenguaje que lleva al insight, cuya presencia o ausencia, por otra parte, es también un
criterio de curación, y que produce la recirculación de los afectos. Se ha señalado también la
evolución del diálogo psicoanalítico.
Yo puedo proponer otro posible criterio que consiste en el registro clínico del proceso
analítico, que creo que está en la dirección de las ideas de Freud sobre dicho proceso, que,
como se sabe, no están unívocamente expresadas, sino dispersas en algunos artículos técnicos
y clínicos.
El tema es el siguiente: h
Concibo lo que llamamos la clínica, como las diferentes transcripciones que a lo largo del
proceso irán adoptando esos pocos conflictos básicos.
Les recuerdo que el término "clínica" es usado, por supuesto, primordialmente en medicina;
proviene del griego kliné, y significa "cama". Esto es, el proceso de la enfermedad seguido por
el médico al borde de la cama del paciente, o del paciente en cama.
Dentro de este registro clínico cobran particular importancia los criterios sobre fin de análisis.
Por ejemplo, la posibilidad de la aparición de una actividad analítica del paciente en el seno
del psicoanálisis mismo, como destaca Liberman. También la ruptura de una cierta
disociación entre el psicoanálisis y la vida.
Esto es, la paulatina disolución de la transferencia, aunque recién termine, tal vez, después
de la terminación del psicoanálisis; siendo la transferencia ese espacio intermedio entre la
enfermedad y la vida, como le llama Freud, deja permeables las vías para un más fluido
contacto entre el psicoanálisis como experiencia vívida y la vida. Estas instancias están
generalmente separadas por el paciente al comienzo de la cura, lo que favorece el acting out
cotidiano.
También podría señalarse, en esta área del fin del análisis, la creación de algo conjunto entre
el paciente y el terapeuta, un registro de la curación común para ambos, criterio
winnicottiano pero que entiendo de raíz freudiana. Yo agregaría también, como del ámbito de
este fin de la cura, el registro de algo de no curación. El final del análisis no es
hollywoodense, en la gran mayoría de los casos. Y posiblemente ése también es un criterio de
curación.
Si tuviera que resumir lo dicho en muy pocas palabras, diría que, para mi manera de ver a
Freud, los objetivos del psicoanálisis y los criterios de curación son caras de una misma
moneda y se articulan alrededor de algunas palabras o conceptos clave: el reconocimiento de
la variabilidad y el polimorfismo del psiquismo, con el borramiento que esto implica de los
límites artificiales entre salud y enfermedad; la aceptación de ocupar un lugar en una
historia, que nos desborda por todos los lados, pero que tanto determinamos, como nos
determina; el trabajo por la desidentificación, la autonomía y el acceso a la transformación
de la realidad. Nada más.
 
M. Dunayevich: Quiero agradecer al doctor Merea, realmente, esta conferencia que me ha
movido intelectual y emocionalmente, porque pienso que es realmente un esfuerzo personal
de algo que no está hecho y que él se ha tomado el trabajo de hacerlo objetivamente para
nosotros.
Me ha impactado especialmente el fino hilvanado que ha hecho de conceptos y criterios que
creo que pueden ser muy útiles para poder comenzar a pensar y discutir.
Una de las cosas que me hizo pensar es que algo está presente en la cura, que quizá no
tenemos tan en cuenta, y es la cura en el terapeuta; la modificación de esquemas
referenciales que va aumentando la comprensión del material del paciente, y de esa propia
elaboración del material del paciente en sí mismo. Es evidente que a lo largo de la obra de
Freud vamos asistiendo a una integración en desarrollo progresivo de la teoría, y la utilización
de la teoría para la comprensión de la enfermedad.
Pienso que éste es un elemento que, cuando se da, es un factor importante de la cura.
Que el paciente vaya permitiendo al terapeuta que lo vaya conociendo más y más, y no al
revés, que el paciente vaya tratando de conocer más y más al terapeuta, y el terapeuta cada
vez conozca menos y menos al paciente.
Otra de las cosas que más me hizo pensar es acerca del problema de la desidentificación, que
también es un problema muy central. Yo diría casi universal de la cura en todos los cuadros, y
desidentificación implica el rescate del sujeto para sí mismo y por sí mismo y para otros; para
poder rescatarse, evidentemente, tiene que comenzar a ser él, es parte del menudo trabajo
que tenemos que hacer en el proceso terapéutico.
Por eso, aunque este tema de objetivos de la cura puede tener como obturación la
problemática ideológica, creo que si realmente entendemos bien qué es desidentificación en
un paciente, qué significa desidentificarse en un paciente, la posibilidad de ideologismos en
el análisis y el analizado es remota, si entendemos cuál es el criterio de salida de
identificaciones.
 
Intervención: Cuando te referís a desidentificaciones, ¿son las identificaciones primarias o las
relacionadas con el tratamiento psicoanalítico?
 
C. Merea: La pregunta es muy precisa. Yo tendría que empezar a contestar ahora; en tal caso
voy a comentar algo de lo que decía Mariano, que en parte toma también este tema que
planteás.
En primer lugar, te agradezco el agradecimiento. Las dos cosas que mencionó Mariano me
parecieron muy bien.... en relación con que uno tiene que conocer más al paciente, porque si
no el paciente termina conociéndolo a uno.
Justamente me parece que está en la base de una de las situaciones iatrogénicas más
comunes, cuando se invierte ese proceso, y forma parte de lo que yo llamaría, usando
palabras que leí hoy, la normalidad cultural del psicoanálisis, es decir, una acomodación
cultural al proceso psicoanalítico. Con respecto a la desidentificación, creo que es central, y
lo veo en el siguiente sentido: atendiendo a tu pregunta como objetivo, por supuesto que hay
algunas identificaciones de las que no nos vamos a poder desidentificar. Obviamente, hay
identificaciones primarias, identificaciones fundantes, pero aun así, el proceso de
identificación, contextualizando nuevamente con Freud, que era el tema de hoy, no es un
proceso masivo y total. Creo que es un proceso selectivo, que en la mayoría de los casos deja
lugar para que el sujeto pueda cuestionar sus identificaciones desde diversos ángulos.
Yo diría que esto es además lo que nos pasa a todos. Pensemos, por ejemplo, en la
adolescencia, o en la salida del complejo de Edipo, cuando una cierta fuerza pulsional, que es
propia del sujeto, permite romper con identificaciones que de mantenerse nos atarían a
nuestro grupo primario.
En ese sentido, pienso que la desidentificación sería la ruptura de esas identificaciones
alienadoras.
Piera Aulagnier dice que, cuando se produce la interacción entre el identificante y el
identificado, en el sujeto que va a devenir neurótico, esta identificación va en conjunto con
la posibilidad de desidentificación; así que la identificación que realiza la madre, supongamos
sobre el hijo, conlleva también un espacio por donde se puede salir de la identificación, cosa
que no ocurriría en un psicótico.
La desidentificación sería la condición absoluta del logro de una cierta autonomía.
Todo el tema es complejo. Por ejemplo, para dar una idea todavía más marcada o dramática
de la complejidad del asunto, hay una homosexualidad masculina, que lo es por
identificación, uno podría decir primaria, del chico con la madre. Es decir que es homosexual
en el sentido de estar en el lugar de la madre. Esta identificación es tan fuerte, que lleva a
trastornar aquello que sería, a lo que estaría destinado el sujeto como sexo biológico, pero
sabemos que, en realidad, el precio de esa identificación es permanecer en el sistema de
alienación de la madre, lo que tiene una cierta gratificación narcisística.
Desde esa perspectiva, se puede entender que la desidentificación implica el intento de
lograr cierta autonomía de aquellas identificaciones que tienen un contenido alienador muy
grande, pero pasa que la dificultad (y por eso tiene que ver con la repetición) es que a nadie
le gusta dejar un goce narcisístico, sobre todo si cuesta trabajo llevar las cosas a una
efectuación o transformación de lo real.
Por eso es una tarea muy pesada, pero al mismo tiempo básica.
Lo que permitiría entender la cuestión en términos de qué es lo que el sujeto considera bueno
para él, tiene que ver con el grado de adaptación que el sujeto tenga del tipo de conflicto
que le provoca la lucha entre la pulsión y la identificación.
Por ejemplo, para la homosexualidad que estaba mencionando recién, si este sujeto alberga
un cierto monto de pulsión heterosexual, esto seguramente va a entrar en choque con la
identificación con la madre, y va a producir un conflicto, lo cual implicaría la posibilidad de
cierto camino a la desidentificación; si esta situación conflictiva no se da, probablemente no.
Es decir que la pulsión sería aquello que es lo propio del sujeto, que idealmente no se puede
ver transformada por la identificación.
La pulsión sería, en ese sentido, el lugar de rescate desde el sujeto de aquello que podría ser
lo propio, pues considerando la pulsión sus diversas características, como da Freud en "La
pulsión y sus destinos", fuente, meta, finalidad, objeto, todos esos elementos son lo bastante
influenciables, pero alterar la fuente misma de la pulsión implicaría una alteración sobre el
cuerpo, que ya es del orden de la psicosis, y creo que entonces cae un poco fuera de este tipo
de criterio del psicoanálisis del que estamos hablando.
No sé si esto aclara algo de lo dicho, pero antes habían mencionado otra cosa: lo de la
psicosis como transformación. La idea de la que parto, para homologar nomenclaturas, es la
siguiente.
El psicótico reniega de la realidad, y en su lugar pone una producción mental, delirio, lo que
fuera, esto es una alteración; pero es una alteración interior, no es una alteración sobre la
realidad.
El neurótico, si bien es cierto que Freud en ese artículo dice que casi es un psicótico, en
cuanto a que nunca renuncia al mantenimiento de un fantasear que no está ligado a la
realidad, todos sabemos que, sin embargo, en determinado momento, acepta la realidad; y
en ese sentido, estaría más bien impulsado a no transformarla, para quedarse en el mundo de
fantasía. O sea que en relación con el psicótico, el neurótico atendería demasiado a no
transformar la realidad, mientras que el primero la transformaría mucho, pero por una vía
delirante. La combinatoria que hace Freud es que hay que hacer transformaciones sobre la
realidad; pero estas transformaciones tienen que provenir de un no desatendimiento de la
realidad, no se puede hacer cualquier transformación. Tal vez Freud aluda, al reseñarlo en
función de la neurosis y la psicosis, a lo siguiente: que hacer transformaciones en la realidad,
realmente no es una cosa fácil, hacer transformaciones de lo real, en un sentido sano, no es
cosa fácil.
 
Intervención: ¿A qué te referías cuando mencionabas esa distorsión ideológica?
No me quedó claro, no sé bien a qué te referís. Yo lo tomé por el lado de que el paciente, en
determinado momento, puede perturbar su desarrollo en el proceso, porque está muy
aferrado a una concepción ideológica, que puede servir como una racionalización de
determinados conflictos, por ejemplo; veía que hasta puede existir también desde el punto
de vista del analista, es decir, como una identificación masiva con un marco de referencia.
 
Intervención: Me gustó la clasificación que hiciste en cuanto a enfermedad, salud y
normalidad. Me pareció que esta concepción puede contestar unas cuantas preguntas; salud
versus normalidad.
Normalidad como ajuste de una norma, pero norma pre-establecida o norma ideológica, en
todo caso. Eso me pareció realmente un hallazgo.
Después quería hacerte una pregunta en relación con lo que llamaste tu tercera tópica,
cuando te referiste al análisis de la angustia de castración y después dijiste "o rechazo de la
femineidad"., ¿qué es eso?
 
C. M
Si se me hubiera ocurrido antes, lo hubiera hecho, o algo hubiera dicho, porque pienso
muchas cosas sobre ese asunto. Creo que después de haber terminado el análisis, Freud dice
que una de las fuentes del autoanálisis es el análisis de los propios sueños. Creo que eso es
totalmente válido.
Para el que terminó el análisis y es analista, el tratamiento de los pacientes es una de las
fuentes de autoanálisis.
Los pacientes nos están permanentemente cuestionando y trayendo cosas que tenemos que
elaborar, de tal manera que, en general, el tener una fuerte identificación con un autor o un
tema referencial puede ser justamente una defensa frente a esta permanente movilización.
Porque de esa manera, lo que primero hacemos ante un material es colocarlo en el cartabón
conocido y no ponernos a pensar en otras cosas.
De modo que, en teoría al menos, el proceso terapéutico de los pacientes debería servir en
una situación no entrópica para el permanente trabajo de desidentificación del analista,
incluso diría de la desidentificación, con la interpretación anterior que le hizo al paciente. Lo
otro de la posición ideológica lo voy a dejar un poquito de lado, porque todavía no lo entendí.
Vamos a ver si después tiene que ver con esto, lo tengo un tanto nebuloso, voy a ver si lo
tomo por otro lado.
El problema de la agresión ya lo había mencionado en relación con el narcisismo; es decir,
aquel o aquellos pacientes (aquellos pacientes es una buena manera de hablar), aquel pedazo
de cualquiera, que por una razón de mantenimiento del narcisismo, ocupan lugares o bienes
de los demás.
Esto implica una agresión no muy manifiesta, a mi manera de ver, pero bastante evidente, y
creo que se relaciona con el narcisismo, porque el tipo de pacientes donde uno lo observa
más es justamente en los narcisistas; de hecho, cuando estaba escribiendo esta parte relativa
al narsicismo, se me ocurrió pensar (pero no lo quise poner, porque no tuve suficiente tiempo
como para elaborarlo) que estos otros objetivos y criterios tienen que ver con el tipo de
pacientes que tenemos ahora.
No es que Freud no los tuviera, sino que como están conceptualizados de otra manera,
nosotros podemos ahora tener pacientes narcisísticos que serían rotulados desde el punto de
vista de la psicopatología primitiva como histerias, y en realidad no son histerias, por
ejemplo, no son anestesias sexuales, en cambio son narcisismo.
Y esto implica otro tipo de enfoque y otro tipo de objetivo y de criterio de curación.
Hablando de esto estamos cerca, necesariamente, del tema de la pulsión de muerte; por lo
menos yo lo concebiría del siguiente modo.
Todas estas situaciones que los pacientes usan para su apuntalamiento narcisístico, implican
siempre una agresión hacia alguien.
Pero, para estos pacientes, implican también un encerrarse dentro de sí mismos, lo que
conlleva una no circulación de la pulsión con los objetos, lo cual es una situación de pulsión
de muerte.
Uno lo ve bastante en el tipo de pacientes que tratan de aprender psicoanálisis, digamos así,
y que, en determinado momento, un día dicen: "Bueno, después de bastantes años".
Éste fue el problema, y después de tantos años de análisis... pero de pronto uno se da cuenta
de que en realidad nunca hizo circular las transformaciones del tratamiento en la vida,
entonces ahí se ha producido una especie de inflación narcisística del paciente.
El rechazo a la posición femenina siempre es una protesta, según veo, de ambos sexos, que
me parece que es un poco distinto que decir rechazo a la castración. Sería algo así como el
rechazo a la posibilidad de ponerse en la posición psíquica de la mujer, por parte de ambos,
por parte del hombre y la mujer. Voy a ver si lo puedo traducir en términos de afecto.
En términos de afectos, por ejemplo, estamos  acostumbrados en la cultura a que quede
como un dogma de realidad lo siguiente: el hombre da y la mujer recibe.
Esto, además, ha sido y es generalmente base de una cantidad de malentendidos con respecto
al uso metapsicológico que Freud hace de actividad-pasividad, masculino-femenino, que
siempre se remite como un nivel empírico y se pierde el sentido metapsicológico con que
Freud lo trae.
Esto implica poner la actividad o la pasividad en uno de los términos de la cuestión.
Lo que tiende, en general, a negar el hecho es lo siguiente: qué elementos de "dar" implica la
entrega de la mujer y qué elementos de "recibir" entrega el dar del hombre.
En este sentido, el hombre tal vez más que la mujer, en sentido empírico, pero igual que ella
en sentido metapsicológico, tiene que ponerse en una posición metapsicológica, en la
relación intersubjetiva; en una posición psicológica femenina que tradicionalmente se
adscribe a la mujer.
Esto implica un cambio bastante sustancial con respecto a lo que tradicionalmente estamos
acostumbrados a pensar en términos de entrega afectiva.
Cuando lo traducimos en términos de las relaciones sexuales, que la mujer entrega y el
hombre pone, esto comporta un ataque a la noción de diferencias con respecto a las cuales el
yo intenta salvarse.
El yo no toleraría la admisión de ciertas diferencias, por lo tanto, trataría de funcionar de
acuerdo con los criterios de unicidad, que todo lo imaginario le presta.
El hombre tiene pene, por lo tanto, tiene falo; cosa que no es cierta. Pero una tendencia del
yo hacia la unicidad lo llevaría a creer en esto y a tratar de defenderlo por todos los medios.
De ahí la dificultad de ponerse en una posición femenina. Éste sería el sentido con que
trataba de reconceptualizar lo del complejo de castración.
 
Intervención: Posición femenina, lo ponés como sinónimo de pasivo pero no de mujer.
 
C. Merea: Como sinónimo de receptiva. En realidad, esto que digo tendería a romper las
categorías en que nos estábamos moviendo.
 
Intervención: Por eso te decía, ¿es el aspecto femenino de la mujer en cuanto a pasividad?
 
Intervención: Me confundía lo que puede ser el aspecto femenino del hombre, que no es lo
mismo que el aspecto homosexual del hombre y que ha sido estudiado en relación con uno de
los problemas de paternidad.
Cuando el hombre no tiene una función femenina, no puede ayudar a la mujer en la recepción
del hijo, lo que no es lo mismo que disputarle homosexualmente la posición femenina.
A mí me parece que habría que discriminar el aspecto masculino y el aspecto femenino del
hombre, y el aspecto masculino y el aspecto femenino de la mujer, de la posición perversa, la
posición homosexual que tiene otro contexto. Éste sería un nivel.
¿Cuál sería el papel del identificante en la formación de la estructura y cómo se juega esta
situación dentro del proceso clínico?
 
C. Merea: A sabiendas de que hay cosas de la tanda anterior que no están elaboradas, que no
están claras, de cualquier modo voy a pasar a ésta.
Tal vez el esquema sirva para aclarar.
El yo se encuentra con la pulsión y en ese punto se forma una estructura; pero este yo,
siempre siguiendo a Freud, es el producto de dos cosas distintas. Es, por un lado, el producto
de la identificación y, por otro lado, un yo que tiene la posibilidad de establecer
inhibiciones. 
En relación con lo que preguntaste acerca de dónde estaría el identificante en esta
estructura, yo creo que sería que las identificaciones están conformando ese yo.
Esto es lo que decíamos hace un rato, en el sentido de que, si bien es difícil pervertir las
fuentes de la pulsión, distintos trabajos de la madre sobre la meta, la finalidad, etc., pueden
en sí alterar bastante esas otras condiciones. Esto es algo que en el sujeto está por
identificación.
Supongamos: cuando uno está ante un chico asmático, puede pensar que es asmático en
función de, por ejemplo, una de las teorías dinámicas, un grito de angustia en relación con la
madre, pero también puede pensarse en términos de la identificación con una madre ansiosa,
que es un poco distinto. El chico ve a la madre ansiosa y tiene un movimiento de ansiedad
que en determinado momento puede transformarlo en un cierto tipo de respiración.
Es decir, este ejemplo es para demostrar dónde vería las identificaciones en este yo; pero lo
que pasa es que, además, este yo no es solamente eso –a mi manera de entender el yo
freudiano–, sino que también tiene una capacidad de inhibición.
Ésta sería para mí la función primordial del yo. Las otras funciones del yo, en realidad, serían
funciones del sujeto, que el yo de algún modo utiliza; pero la capacidad básica del yo como
función es la inhibición.
El yo no puede trabajar sino inhibirse. Esta inhibición actúa, por supuesto, en este proceso,
de ahí las distintas estructuras de cada uno.
¿Cómo estaría esto de la transferencia?
Pienso, no sé si demasiado simplemente (quizá tendría que detenerme un poco más en tu
pregunta), que eso puede formar parte del juego de proyección que el paciente haga con
respecto a determinadas ideas en el terapeuta.
Supongamos una estructura cualquiera, una estructura obsesiva, donde tiene importancia el
superyó, que venga por vía de una identificación, y que éste sea el rol asignado al analista.
Ahí estaría el analista como figura superyoica, prohibiendo para el paciente determinada
gratificación pulsional.
No sé si esto responde a tu pregunta, o si ibas a otra cosa que yo no he captado.
 
Intervención: A mí me parece que sí, que efectivamente está relacionado todo: la función
inhibidora del yo con la identificatoria, y luego la transferencia, y que esto puede ponerse
nuevamente en el proceso terapéutico en acción, y que en un momento dado vuelva a través
de la función inhibitoria, y aparece "la falsa identificación", y el terapeuta sería como el
objeto original.
Aclaro un poco más: esa identificación, o una de esas identificaciones, puede provenir de ser
lo que la mamá quiso que fuera, con lo cual eso puede ponerse nuevamente en acción
durante el análisis, y en un momento dado jugar aparentemente sobre que tenga que inhibir
nuevamente, y así el terapeuta ser esa figura primordial frente a la cual tenga que
identificarse de alguna manera.
 
C. Merea: Por ejemplo, una paciente que está en un conflicto de sexualidad adolescente un
poco tardío, que comienza la sesión con un material que tiene que ver con una ligazón con la
madre, de mucha represión... Empieza la sesión con un material que tiene que ver con la
mala cara que le puede poner una profesora si ella llega tarde, supongamos.
Lo cual podría tener que ver con la mala cara que tendría la terapeuta frente a ella, según
fuera su acción sexual; que ella, en este caso particular, no sabía si le ponía mala cara por
tener relaciones sexuales, o si le ponía mala cara por no tenerlas. En este caso, la asignación
transferencial podría tener que ver justamente con esta situación conflictiva.
 
Intervención: A veces las palabras nos juegan un juego mentiroso. Cuando planteás la
renuncia a la femineidad, caemos en una trampa desde el punto de vista teórico freudiano,
donde actividad y pasividad se adscriben al sexo, al masculino y al femenino.
En ese sentido, lo que traías me sirve para pensarlo de la siguiente manera: uno de los
elementos al cual el paciente renuncia, y eso nos da una noción de un proceso narcisístico en
marcha, es la renuncia a la pasividad; y esto me lleva a pensar en el tema de la creatividad,
es decir, cuando desde dentro del proceso el paciente deja de recibir pasivamente, como el
modelo del lactante que recibe los cuidados de los padres y puede ser ejecutor de acciones
específicas, que lo llevan a una actividad creativa.
Esto podría ser un parámetro.
Ahí es donde el proceso empieza a ser comandado creativamente por el propio paciente.
Ésa es la renuncia de la pasividad, independientemente de si es masculino o femenino.
Yo creo que tiene que ver con el tema de la creatividad como una actitud activa por parte del
sujeto.
 
C. Merea: Estoy de acuerdo. Yo creo que justamente habíamos planteado lo de la crítica a la
sublimación, que no hice para no pasar a otro tema, porque el término "sublimación" está
muy connotado desde su uso a partir de otro ámbito.
Sería de otro tipo de ámbito, es un término de la física, como si sellara el destino de la
pulsión que no vale o que sería demasiado física; creo que tal vez habría que usar el término
"creatividad", y, en ese sentido, tomarlo como un proceso activo; incluso la actividad con que
el paciente toma el proceso terapéutico.
Lo que quiero decir con respecto a la transformación en la realidad es lo siguiente: e
Sería casi como registrar la selección de objetos que remiten a la madre; supongamos que en
algún punto frustran, y en ese punto dejan de ser transformaciones en la realidad; lo que
estoy diciendo es que la única satisfacción verdadera de la pulsión pueden ser esos objetos
reales. Objetos vividos como tales, como objetos.
Todas las otras gratificaciones de la pulsión, con objetos que en realidad son
representaciones de objetos alienados internos no representan verdaderas gratificaciones.
Un ejemplo que podría darse en relación con cómo obtener un indicador de que está pasando
eso sería el siguiente: s
Uno podría encontrarse con una transformación si, en determinado momento, por lo que el
paciente cuenta, o por lo que el paciente dice que hace por un movimiento afectivo o por lo
que fuera, uno se encuentra con que este paciente,recibe a su mujer en el momento de
penetrarle. No se la da, sino que recibe a la mujer, penetrándola. Esto implica ponerse en
una posición que sería la que culturalmente estaría ligada a lo femenino.
Aquí se dan las transformaciones cualitativas, en el orgasmo de este varón, por la conexión
afectiva que implica para el objeto.
La sensación que domina en esta segunda parte es que la mayoría de las cosas no quedaron
respondidas.
Se ha cumplido el final terapéutico de la conferencia.

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