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Introducción
Este libro, escrito por tres analistas quienes, desde hace varios años,
trabajan en conjunto, aborda la práctica analítica en sus recovecos más
cotidianos. Hemos querido –en primer lugar, para nosotros mismos - ver cómo
concebimos
1
Es verdad. sin duda que hay que hacer distinciones. En la época misma
en la que el psicoanálisis era lo más difundido, lo más aceptado, Lacan no lo
dejó fijarse en las vías estériles de la repetición del texto freudiano. Por el
contrario, hay que reconocer que en un buen número de entornos “lacanianos”
se ha instalado un nuevo conformismo, hecho a partir de citas más o menos
entendidas de la obra de Lacan, y de la imitación torpe de algunos aspectos de
su práctica.
Se podría ciertamente subrayar, a propósito de este último punto, que
Lacan, en lo que a él respecta, no cesó de inventar y diversificar sus
modalidades de intervención – muy lejos, en este sentido, de toda práctica
estandarizada. Pero, más que defenderse, los analistas deberían encontrar en
las críticas que les son hechas - que nos son hechas - la oportunidad de volver
a cuestionarse ellos mismos, o preguntarse por lo que es el psicoanálisis.
En realidad, por lo demás, los analistas no han esperado las críticas
externas para interrogar las dificultades que encontraban. Es desde los años
1920, que Freud constataba esto que él llamaba “reacción terapéutica
negativa”. Nosotros estamos muy conscientes de las paradojas al interior de
nuestra práctica. Si bien reconocemos las determinaciones inconscientes que
constriñen a cada uno, nuestra práctica no tiene sentido si no suponemos una
cierta responsabilidad del sujeto a quien proponemos extraer todas las
consecuencias de lo que se revela en la palabra.
*
Si este libro hubiese sido escrito hace cincuenta o cien años ¿Habría
sido el mismo? Ciertamente no. Ocupar el lugar de analista, en el tiempo de
Freud, era sostener la hipótesis del inconsciente allí donde la filosofía clásica
afirmaba que el sujeto podía ser transparente a sí mismo. Ciertamente, la
literatura y la neurología se sirven del término inconsciente, pero éste no
designa más que aquello que escapa a la consciencia. Con Freud, y luego con
Lacan, los analistas lograron que se admitiese, en cambio, la insistencia de un
inconsciente en el que ello pensaba, en el que ello hablaba. Era una ruptura
más importante que aquella que daba todo su lugar a la sexualidad infantil.
Hoy el inconsciente freudiano es, generalmente, admitido. Pero como lo
ha mostrado Marcel Gauchet, a condición de que no tenga ninguna
2
consecuencia1. Advertido de la existencia del inconsciente, el sujeto
contemporáneo la pasa por alto. Esto se observa en su relación con el
lenguaje, muy a menudo reducida a su valor informativo, amputada de su
valor de evocación, de su dimensión metafórica. El analista contemporáneo
tiene entonces la tarea, a veces difícil, de recordar esta dimensión, y este libro
retoma, entre otras cosas, este proyecto.
El cuestionamiento que proponemos aquí no es meta-psicoanalítico. No
se trata de adoptar una posición de ajenidad que nos haría teorizar, desde el
exterior, lo que es nuestra práctica. En realidad, este tipo de interrogación es
inherente a la práctica analítica misma si es cierto que, como intentaremos
mostrarlo, ésta no se sostiene sino por la posición que toma el analista en
relación a su acto, y por un deseo que se cuestiona y se vuelve a cuestionar
constantemente.
Agreguemos entonces dos cosas. Antes que nada, si este libro cuestiona
al psicoanálisis, cuestiona todavía más al propio psicoanalista. Quizás es esto
lo que ha hecho más falta en nuestra historia. Si nos cuesta tanto volver a
cuestionarnos las certezas adquiridas, es sin duda porque presentimos que tal
cuestionamiento implicaría interrogarnos a nosotros mismos. Lo que ocurre en
una cura depende demasiado del compromiso del clínico como para que éste
pueda evitar preguntarse por su propia responsabilidad.
Y una última cosa: cuestionar al analista no puede concebirse si es que
no introducimos el plural en el cuestionamiento. Las preguntas por la posición
del analista son numerosas. ¿Cuál debe o puede ser su formación? ¿Cuál es su
vínculo con la medicina (pero también con la psicología o la filosofía)? ¿Qué
es lo que llamamos psicoanálisis laico? ¿Qué pasa con la contratransferencia?
¿Con el deseo del analista? ¿Es verdad, como decía Lacan, que no hay sino
transferencia, la transferencia del analista? ¿Podemos, según el anhelo de
Ferenczi, advenir a una “metapsicología de los procesos psíquicos del
analista”? ¿Debemos, por lo demás, apuntar a ello? ¿Hasta qué punto nuestras
formas de acción pueden variar en función de la singularidad de los casos, de
la mutación de los discursos sociales y de la aparición de nuevas patologías?
1
M. Gauchet, “Essais de psychologie contemporaine, I ». Dans, La démocratie contre elle-même, París,
Gallimard, 2002.
3
Estas no son sino algunas de las preguntas que esperamos plantear en este
libro.
El psicoanálisis en preguntas
1
¿Qué quiere decir psicoanálisis?
4
1) de un procedimiento para la investigación de procesos mentales casi
inaccesibles por otros medios,
2) de un método fundado en esta investigación para el tratamiento de
los desórdenes neuróticos,
3) de una serie de concepciones psicológicas adquiridas por este medio,
las que se acrecientan en conjunto para formar progresivamente una
nueva disciplina científica.”
La investigación involucra al campo del inconsciente (das Unbewusste),
descubierto y llamado como tal por Freud, como lugar donde ello piensa a
espaldas del sujeto. El procedimiento consiste en la interpretación de
formaciones del inconsciente (sueños, síntomas, psicopatología de la vida
cotidiana: lapsus, actos fallidos, olvidos, etc.).
El método terapéutico es, esencialmente, la libre asociación de las ideas
en el marco de una cura cuyo motor así como su resistencia, están ligados a
una disposición específica del sujeto en psicoanálisis, llamada por Freud
transferencia (Übertragung).
La nueva disciplina científica es la teoría psicoanalítica, en elaboración y
restructuración continuas tanto en la época de Freud como en nuestros días.
Freud, en este artículo, prosigue explicando el nombre que le ha dado a
su invento. Lo ha elegido por la analogía que este nombre sugiere con el
análisis químico, pero también explica los límites de ello2. Podemos lamentar
que este nombre evoque una acción del psicoanalista quien, a la manera del
análisis químico, no haría más que descubrir y separar elementos que están ya
dados. En cualquier caso, este nombre ha perdurado en el uso y en la cultura, y
no es seguro que se pueda preferir un mejor término.
Notemos, más bien, que esta definición de Freud es triple, y uno podría
asombrarse que hoy el psicoanálisis esté ahogado dentro de la bolsa de gatos3
2
S. Freud, Les voies nouvelles de la thérapeutique (1918). Trad. A.Berman dans La technique
psychanalytique, Paris, Puf, 1967, p.133-134. Freud rechaza particularmente la idea que este análisis debería
estar seguido de una psico-síntesis, observando que los elementos aislados en una cura se recombinan
inmediatamente.
3
La palabra original en francés es fourre-tout y hace alusión peyorativa a un texto, discurso u obra que
contiene un gran número de ideas inconexas entre sí y con gran desorden. No encontrando una palabra tan
precisa en español estándar, he decidido sacrificar parte de la formalidad del texto utilizando una expresión
chilena que traduce de buena forma, la misma idea. [N. del T.]
5
de las psicoterapias, y que Freud haya deseado distinguir rotundamente el
proceso de investigación del método terapéutico.
Sucede que Freud no se presenta en primer lugar como el inventor de una
nueva terapia. Reivindicará, igualmente, la paternidad del procedimiento que
le ha permitido la conquista de este nuevo campo de saber que es el
inconsciente.
Freud es, del mismo modo, un hombre que se considera creador de una
nueva ciencia cuyos conocimientos defenderá vivamente de todas las
desviaciones y falsificaciones.
Notemos que estas tres definiciones de la palabra psicoanálisis no son
tres acepciones independientes la una de la otra, como uno pudiese leer en un
diccionario que la palabra retirada/retiro4 [retraite] es el nombre: 1) de la
marcha atrás de un ejército luego de los combates no favorables; 2) del
alejamiento momentáneo del mundo para recogerse, para prepararse con miras
a un acto religioso; 3) del estado de una persona que ha cesado su actividad
profesional y recibe una pensión…
INVENCIÓN NACIDA DE UN NUEVO DESEO
6
emerger a estos tres registros: ciencia, terapia, ética, supuestamente definidos
con independencia de él. Éste se reivindica como el acto que los anuda
necesariamente no sin desplazar su estatuto o función.
Esto quiere decir que, en psicoanálisis, a diferencia de las psicoterapias:
-la ciencia no es convocada para garantizar la “seriedad” de la terapia, incluso
su ética (para aquellos que claman que todo lo que es científico es ético);
-la ética no es tal a título de una deontología que apunta a limitar los
desbordes conductuales eventuales del terapeuta o del investigador;
-la terapéutica no puede usarse, en este contexto, como una coartada para que
ciencia y ética se plieguen a sus metas específicas: el bien del paciente.
Veremos más bien:
-que el psicoanálisis, cuyo proceder es racional, no es por ello reducible a una
ciencia, incluso si así lo deseó su fundador, aun cuando éste no habría podido
ver la luz en un mundo pre-científico;
-que su proceder, que se anhela terapéutico, no puede serlo sino por añadidura;
- que la ética que le es solidaria, ética del deseo, subvierte las éticas
tradicionales.
Wo Es war, soll Ich werden (“Donde Ello era, Yo debo advenir”), nos
dice Freud6 para definir el trabajo del psicoanálisis. Este trabajo, Freud lo
califica de Kulturarbeit, un trabajo civilizador. No se puede decir que el siglo
XX haya respondido a esta ambición. ¿No era, acaso, desmesurada para un
trabajo realizado a partir de simples encuentros humanos? A pesar de todo no
se puede descuidar el hecho que el psicoanálisis, hoy en día, es uno de los
escasos polos de resistencia a la degradación generalizada de la palabra.
B.V.
6
S, Freud. “31 Conférence d’introduction à la psychanalyse”
7
2
¿Y los psicoanalistas?
Ha parecido necesario, en este libro, preguntarse primero por lo que es el
psicoanálisis, lo que esta palabra puede querer decir. ¿Es que acaso se puede
deducir de la respuesta, por lo demás compleja, a esta pregunta, los primeros
elementos para abordar lo que nos interesa aquí, el oficio de analista?
Es precisamente de ello, en efecto, de lo que se trata este libro. No
queremos quedarnos en preguntas por el objeto del psicoanálisis (ya se trate
del inconsciente, de las estructuras psíquicas, o de “los desórdenes
neuróticos”). No queremos tampoco, solamente, más allá del primer capítulo,
plantear la pregunta del psicoanálisis mismo, olvidando una vez más, que éste
no existe sino a través de quienes lo ponen en práctica, aquellos que, día tras
día, intentan escuchar a los que se les dirigen, empujados por su sufrimiento.
Es hacia el clínico, lo hemos señalado de entrada, que queremos dirigir la
atención del lector, puesto que en este ejercicio encontramos la ocasión de
retomar, para nosotros mismos, la pregunta por lo que hacemos, por nuestras
decisiones clínicas y éticas, por nuestra responsabilidad.
¿Hace falta decir, por lo demás, que nuestro libro concierne al
psicoanalista? Escribirlo así, en singular, sería hacer creer que querríamos
preguntarnos por lo que podría constituir “la esencia” del psicoanalista, su
ideal si se prefiere. No podremos hacerlo, evidentemente. No hay, y es mucho
mejor así, un psicoanalista tipo. Ya es mucho que se pueda decir que tal o
8
cual, después de haber estado él mismo en análisis, haya podido dirigir la cura
de aquellos que acudían a él, obteniendo efectos analíticos. “Psicoanalista” no
es una esencia, y hasta este momento, no es tampoco una profesión autorizada
por la posesión de algún diploma. Ello no quiere decir, evidentemente, que
cualquiera puede dárselas de psicoanalista. Las diferentes escuelas
psicoanalíticas existentes pueden -y deben- indicar al público cuales son los
analistas que caben en su garantía. Pero nosotros habremos de mostrar, en este
libro, que ello no dispensa de interrogarse sobre lo que puede ser, para aquel
que trabaja como analista, el recorrido singular que lo habrá autorizado en ese
lugar.
¿Diríase, a propósito de nuestro proyecto, que conlleva un gran riesgo de
narcisismo? Veremos que lejos de proponer una imagen idealizada de nuestro
oficio, no desconocemos sus límites y sus dificultades. Por supuesto que ello
no garantiza nada, porque hay también un narcisismo ligado a la exhibición de
la imperfección. Corresponderá al lector juzgar si es de eso de lo que se trata,
o más bien, como nosotros lo queremos, de un ejercicio necesario para marcar
el punto acerca de lo que implica nuestra tarea, y la extensión de nuestra
responsabilidad.
VERDADES SINGULARES
10
3
Lo comprobable y lo descifrable
EL ARTESANO
11
comunes. Esto no es sin consecuencias en la organización de los trabajos de
las sociedades de psicoanalistas.
Cuando Lacan se decide, al final de su obra, a decir que el psicoanálisis
es, antes que nada, un saber-hacer después de haber intentado pensarlo como
una ciencia, siguiendo con ello la ambición de Freud, no era una manera de
rebajarlo al rango de algunas disciplinas inferiores. Era una forma de hacer
algo distinto de una técnica, un arte, junto con lo que el arte siempre implica:
una invención rigurosa. En este momento de su teoría, este saber-hacer era el
del empleo de los nudos, las manos comprometiendo al cuerpo en la
teorización misma. Se cambiaba de metáfora, no era más la del alfarero,
apreciada por Heidegger, sino que aquella de la regla X, apreciada por
Descartes, de los trabajos de anudamiento, encaje y tejido, que producen todo
tipo de telas. Oficios matemáticos sobre el espacio y el tiempo que renuevan
todas las conceptualizaciones.
EFICACIAS SIMBÓLICAS
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es el de un pasador de lo descifrable. No transmite un saber, propiamente tal, a
su paciente. Plantea y sostiene las condiciones de un desciframiento del deseo
a partir del deseo de otro. Lo que está en juego no compete a lo comprobable,
como en una ciencia, sino que a lo descifrable. ¿En qué condiciones el deseo
de este otro, el deseo del analista, puede permitir este desciframiento?
El deseo del psicoanalista es que el análisis de su paciente se haga, y que
sus intervenciones no impidan el curso de la cura mediante las
particularidades de su fantasma y de sus eventuales síntomas. Es esta la
orientación general de su deseo. Lacan insistió en la necesidad de no imaginar
el fin de la cura como el bien, la buena salida, la buena curación para un
paciente. Nuestros ideales, efectivamente, clausurarían todo lo que se dice en
el diván mediante la asociación libre, todo lo que se dice a través de los
sueños, todo aquello inconfesable que se manifiesta a través de los lapsus, los
actos fallidos, en suma, a través de lo que llamamos formaciones del
inconsciente. Entonces ¿Qué pensar de la neutralidad benevolente?
RADICALIZCIÓN DE LA IDEA DE UNA NEUTRALIDAD BENEVOLENTE
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verificaciones de una teoría hasta sus reorganizaciones, sino que testimonian
más profundamente de los desplazamientos subjetivos necesarios para la
sedación de los síntomas.
El movimiento de una cura donde el desciframiento no concierne un
texto ya dado, lo que sería por lo demás la impotente figura del destino, sino
que descifra e inscribe al mismo tiempo pasando por la transferencia, a través
de esta disimetría entre el analista y el analizante, inaugura una temporalidad
específica. Una temporalidad no lineal, y poco propensa a las rutas hacia el
ideal, sino que es una temporalidad que hace escuchar en los impases de la
experiencia del analizante, las condiciones de posibilidad o de imposibilidad
del sentido. No se trata solamente de la temporalidad propia de la retroacción.
El efecto de sentido a-posteriori [après-coup] compromete, para el analista y
para cada analizante, la inscripción de la distancia metafórica entre los
significantes y la puntuación temporal de esta distancia si, y solamente si, un
hallazgo desplaza lo suficiente a un sujeto. Continuaremos esta exploración
del tiempo, bosquejada aquí. Ch. L.-D.
¿Una fortaleza asediada?
Sin duda, se habrá tomado nota, en los capítulos precedentes, que
cuestionamos la idea misma de normas en psicoanálisis. Todo se opone a ello:
la complejidad de una aproximación al hombre que es a la vez científica,
terapéutica y ética, la responsabilidad singular del clínico, el hecho que, de
una cierta manera, lo mejor que uno puede esperar del clínico es que dé
prueba de un cierto saber-hacer, sobre el cual volveremos. Pero, en la ausencia
de una norma generalizable, que separaría claramente lo que es psicoanálisis
de lo que no, esta pregunta está enteramente remitida a cada analista, cada uno
teniendo que, por su propia cuenta, retomar la interrogación por aquello que
en su práctica es analítico, pero también, eventualmente, en qué él puede, o
debe, alejarse de lo que a priori parecería exigible a todo analista. No era esta
la posición de Freud respecto a este tema. Es necesario, ahora, abordar lo que
Freud pensaba de ello, para poder forjarnos nuestra propia posición.
¿PROTREGER EL PSICOANÁLISIS?
15
Inventor del psicoanálisis, Freud estuvo, muy pronto, deseoso de proteger
esta “joven ciencia” de los ataques que podía suscitar del exterior, pero
también de las desviaciones que temía ver aparecer en el interior de su propio
grupo. Uno de sus deseos enérgicos fue, a partir de este momento, encontrar
un sucesor que prolongaría su obra y sería capaz de aconsejar, y de criticar, a
todos aquellos que después de su muerte se reclamarían de ella. Ahora bien, el
conjunto de estos deseos –defensa de los ataques exteriores, defensa de las
desviaciones, elección de un sucesor- ameritan ser interrogados puesto que
tienen consecuencias, aun hoy, para el psicoanálisis.
En lo que refiere a los “ataques exteriores”, las cosas pueden parecer
simples, incluso si, desde la época de Freud, han cambiado un poco su
naturaleza. En los primeros tiempos del psicoanálisis las críticas fueron, sobre
todo, de orden ideológico. Éstas iban, en efecto, tras el lugar que Freud daba,
en el desencadenamiento de la neurosis, al factor sexual. Se conocía por
supuesto la existencia de las perversiones, y no se desconocía del todo la
sexualidad infantil, al menos en lo que respectaba a la masturbación, la cual
los educadores no cesaban de combatir. Pero, que pueda haber allí un vínculo
entre la sexualidad infantil (descrita como “perversión polimorfa”) y los
deseos inconscientes del hombre normal, ello parecía inadmisible.
¿Acaso han desaparecido este tipo de ataques? Podríamos pensar que sí,
aun cuando desde hace algunos años, la lucha contra la pedofilia se ha valido
de un retorno a la antigua imagen de un niño fundamentalmente “inocente”, al
que sólo las aspiraciones perversas de un adulto podían corromper. Pero más
profundamente, hoy las críticas se aplican más a la cientificidad del
psicoanálisis (que no abordaremos por el momento) y a la supuesta ineficacia
de nuestra práctica.
En relación a estos ataques persistentes ¿Se puede entender que los
analistas busquen protegerse, y por ello terminan por vivir el psicoanálisis
mismo como una fortaleza asediada? Sin duda, pero hay que ver bien que tal
actitud tiene sus inconvenientes. Podemos constatarlo hoy en lo que refiere al
tratamiento del autismo, por ejemplo. Los ataques que nos son perpetrados en
este terreno son de una violencia extrema, y uno admite entonces que la
primera reacción de los analistas sea, en primer lugar, indignarse a causa de
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ello. Pero uno podría también tener en cuenta intentar comprender por qué las
cosas han podido llegar hasta tal punto. Cuando nuestros adversarios destacan
casos donde la principal preocupación del terapeuta (analista o no) habría sido
mostrar a la madre hasta qué punto ella era responsable de la patología de su
hijo (¿Pero en cuántos casos? ¿Y de qué manera? ¿No habrá allí, bastante a
menudo, un simple malentendido?), ¿Acaso no habremos, más bien, de
subrayar que no se trata para nosotros de acusar a nadie?
En lo que refiere a las desviaciones posibles, la pregunta es más
compleja. Hay que reconocer que Freud estaba fuertemente preocupado por
ello, por no decir obsesionado. En el pequeño ensayo titulado “Mi vida y el
psicoanálisis7”, escribe que “las doctrinas de la resistencia y de la represión,
del inconsciente, de la significación etiológica de la vida sexual y de la
importancia de las experiencias vividas en la infancia, son los principales
elementos del edificio teórico del psicoanálisis”. Ahora bien, una vez
planteado esto, todo abandono, incluso parcial, de uno u otro de dichos puntos
le parecían una traición, o por lo menos una edulcoración. Aquel que procedía
de esa manera no debía llamarse más psicoanalista. Uno admite, por supuesto,
que Freud, consciente de la coherencia de sus teorías, no podía aceptar que
desarrollos demasiado alejados de sus propios aportes pudiesen volver a éstos
irreconocibles. Hay que hacer, al menos, dos observaciones.
17
Lacan la tarea de definir otra dimensión, aquella del “ser” el falo (ser, por
ejemplo, el símbolo mismo de lo que la madre desea). ¿Tal desarrollo no
arriesgaría, en una aproximación estrictamente freudiana, aparecer como una
desviación?
La segunda observación aclara las dificultades de este tipo de preguntas.
Hay que decir que ninguna certeza “objetiva” viene a decir, por ejemplo, lo
que es “sexual” y lo que no es. En realidad, Freud llega a la idea de una
sexualidad infantil, al trazar líneas de articulación entre la vida sexual del
adulto y ciertos comportamientos infantiles. Se apoya también, por lo demás,
en equivalencias que aparecen en el sueño, por ejemplo. Pero el conjunto de
este razonamiento supone poner algo de su parte, que allí vaya su deseo, que
se determine a dar una importancia preponderante a aproximaciones que otros
hubieran dejado pasar. En suma, el psicoanálisis, si es una ciencia, es una
ciencia que da lugar al deseo de lo “científico”. Pero entonces, ¿Hace falta
considerar que todo deseo que no está orientado como el de Freud (o más
tarde como el de Lacan) implica salir del psicoanálisis? Esto simplificaría las
cosas… pero valdría más, quizás, para no esterilizar el pensamiento, no tener
una posición a priori, y retomar frente a cada nuevo desarrollo el examen de
las posiciones que éste implica, y de sus consecuencias.
Al final, la preocupación freudiana de encontrarse un sucesor ha pesado
también en la historia del psicoanálisis. Ésta va, por lo demás, de la mano con
la creación de instituciones psicoanalíticas, de asociaciones nacionales o
internacionales de psicoanalistas.
Puesto que los psicoanalistas se considerarían como un grupo expuesto a
los ataques exteriores, porque Freud, el primero, estaba preocupado de
defender la doctrina, los reagrupamientos de los analistas no tomaron jamás la
forma de simples lugares de intercambio científico. Hay que decir que no se
podía limitar a la circulación de las ideas. La cuestión del reconocimiento de
los analistas, por ejemplo, se planteó muy rápido. No podía, evidentemente,
ser operada por instancias exteriores, como la universidad, por el simple hecho
de la especificidad de una ciencia que pone en juego el deseo del clínico. Pero,
más allá de estas otras labores de las asociaciones, que habría sido necesario
definir de la manera menos extensiva posible, hay que decir que los grupos
18
analíticos servirán de “base” en lo que parecía ser un combate sin fin. De allí,
su transformación en movimiento, largamente descrita por Moustapha
Safouan en un libro reciente: El psicoanálisis: ciencia, terapia y causa8.
Pero hacer del psicoanálisis un movimiento –con lo que este término
connota en el plano político, incluso religioso. ¿Cómo ordenar, de antemano,
la cuestión de las disensiones que corrían el riesgo de producirse en el interior
del grupo? Todo movimiento necesita un líder que decide lo que es justo o no.
A raíz de ello, sin duda, la idea de Freud de que era necesario un sucesor: un
discípulo preferido por sobre los otros, incluso “un hijo”. Este modo de
transmisión era, sin duda, inevitable durante un tiempo porque “privar a
alguien de tener un líder, es privarlo de su yo ideal”. Pero su persistencia pone
con toda seguridad a los psicoanalistas, frente a la cuestión de saber si su
práctica permite superar esta idealización.
Así, la historia del psicoanálisis vuelve patente el hecho que toda
tentativa de distinguir de forma institucional lo que es psicoanalítico de lo que
no, plantea más problemas de los que resuelve. Valdría más, quizás, volver a
una hipótesis enunciada al comienzo de este capítulo: aquella según la cual es
al clínico a quien le cae la responsabilidad de orientarse en esta pregunta, a
partir de lo que le enseña su propia práctica.
R.C.
8
M. Safouan. La psychanalyse : science, thérapie et cause, Vincennes, Thierry Marchaisse, 2013.
19
5
¿Puede un psicoanalista asegurarse que, efectivamente, practica el
psicoanálisis?
B.V.
Nos preguntábamos si, teniendo en cuenta “el hecho de que toda tentativa
de distinguir de forma institucional lo que es psicoanalítico de lo que no,
plantea más problemas de los que resuelve.”, no era acaso mejor posicionarse
bajo la idea de que “es al clínico, a quien le llega la responsabilidad de
orientarse en esta pregunta, a partir de lo que le enseña su propia práctica”.
Es seguro que un analista que ha podido, él mismo, ir lo suficientemente
lejos en su cura para saber lo que es de carácter, en definitiva, fantasmático
(en sentido propio) de toda garantía de la verdad, no puede sino suscribir a la
necesidad de comprometer su propia responsabilidad en la orientación que da
a su trabajo analítico.
20
Lo que conduce a un analizante a devenir psicoanalista no escapa a esta
estructura. El psicoanalista ha encarnado, o bien representado para él, una
figura del Otro. Sin embargo, en el caso de una cura que vira hacia lo
didáctico, esta figura estaba ya, por ella misma, asociada a un nombre (Freud,
Lacan, Klein…) o se ha asegurado más o menos pronto, de contar con una
referencia a un nombre. Ello vale, de forma más o menos velada, para toda
cura. No es raro que el analista sea interpelado al comienzo de la cura: “¿Es
usted freudiano o lacaniano?”. Ello no significa, necesariamente, que el
analizante tenga alguna idea personal sobre la forma en la cual entiende que su
cura sea dirigida, sino que, de ese modo, el invoca sin saberlo lo que Lacan
llama el Otro del Otro, el garante de la verdad. En tal caso, habrá que ser
decisivo: no existe tal instancia. No hay nada en el lenguaje que pueda
garantizar la verdad de los enunciados, ni siquiera su consistencia. Ninguna
instancia institucional suplirá esto.
21
A este hecho responde una causa “estructural”. En la medida en que la
consistencia de nuestros enunciados no soporta que “toda la verdad” sea
dicha9 ¿Cómo asegurarse de una certeza? Lacan, que no se ilusionaba con esta
cuestión, evoca en su seminario Los cuatro conceptos fundamentales del
psicoanálisis, cómo opera para él la certitud10.Muestra que el fin de análisis no
se confunde con una posición de autonomía con respeto al saber. Él mismo
apoyaba su certeza en la de Freud. Y, si Lacan reconoce que Freud ha sido el
único en saber lo que era su invención, ello no significa que Freud habría
tenido el privilegio de decir toda la verdad. Pero Lacan le tenía confianza de
estar en contacto con lo real y que sus respuestas, aunque estuviesen apoyadas
en errores manifiestos, no habían sido producidas sin reales razones lógicas.
En este mismo seminario, Lacan mostraba toda la dificultad de la
posición del alumno: “no hay forma de seguirme sin pasar por mis
significantes, pero pasar por mis significantes conlleva a este sentimiento de
alienación que los incita [a los alumnos] a buscar la pequeña diferencia.
Desgraciadamente esta pequeña diferencia les hace perder el alcance de la
dirección que les mostraba.”.
También, la certeza, por muy limitada que sea, se adquiere en la
experiencia del inconsciente y ésta convence al analizante que su deseo está
determinado por secuencias literales que animan pulsiones: es lo que
llamamos el fantasma fundamental.
Es verdad que ello no se verifica, en rigor, sino en los neuróticos, incluso
en los perversos: en su caso, lo que es verdadero, al final de cuentas, es lo que
se pliega a los caminos trazados de su goce.
9
Esto es objeto del teorema de la incompletitud de Gödel en lo que concierne a la aritmética, es aplicable,
con mayor razón, a los campos simbólicos menos estructurados.
10
Es interesante recordar que este seminario fue pronunciado en lugar de aquel que Lacan había previsto
sobre “los nombres-del-padre” cuando, por una votación en la cual participaron algunos de sus alumnos, fue
excluido de la lista de didactas de la SPF (Sociedad psicoanalítica de Francia), y ello para responder a las
exigencias de la IPA (Asociación internacional de psicoanálisis). Estas exigencias tenían por fin, precisamente,
garantizar mediante una reglamentación estricta de la cura, una práctica correcta (y reconocida) del
psicoanálisis.
22
En los psicoanalistas (sobre todo en aquellos que son psiquiatras
también), la pregunta por saber si practican efectivamente el psicoanálisis se
plantea con ciertos pacientes, particularmente con los pacientes psicóticos. A
priori, no con aquellos que no buscan de ninguna forma elucidar su
inconsciente, sino más bien aquellos que demandan la ayuda del análisis. Las
singularidades del fantasma organizador de la psique, incluso su ausencia,
implican una reorientación del deseo del analista. En lo que concierne a los
paranoicos, su certeza sino absoluta, al menos indiscutible, no concierne tanto
a la verdad como a su posición excepcional de sujeto en el mundo: hay signos,
y esos signos le atañen, ellos son los referentes. Tal disposición supone que,
por alguna razón, el sujeto paranoico no ha podido atravesar este tiempo de
incertidumbre y de cuestionamiento en lo que refiere al deseo del Otro que
antecede, y se concluye, en el neurótico, mediante la constitución del fantasma
fundamental, fantasma que asegura esto último a través de una certitud más
“discutible” que la del paranoico.
Para los esquizofrénicos – este diagnóstico está hoy abusivamente
extendido, aunque más fácilmente aceptado que otrora, por los pacientes y su
entorno - se adjuntan además la dificultad de seguir sus palabras y la de
mantener un lazo duradero.
De los tres deseos que, según nosotros, fundan el psicoanálisis freudiano
(deseo de verdad que se remite en Lacan a una ética del deseo, deseo de sanar,
deseo de saber), el primero encuentra bastante rápido una imposibilidad
lógica, el tercero conlleva el riesgo de desencadenar una respuesta delirante.
Esto no es, sin embargo, que haya que renunciar y limitarse al deseo
“terapéutico” que, privado de los dos otros, podría virar al furor curandis. El
DSM IV11 estima que no hay diferencias que hacer entre los enfermos
mentales y los otros. Sin duda, con el pretexto de luchar contra la
estigmatización de la cual estos enfermos son objeto. Si este propósito pudiese
ser retenido, sería en el sentido que incluso en las enfermedades más
“orgánicas” no hay que olvidar que el enfermo es también un sujeto cuyo
11
Según la American Psychiatric Association, Mini DSM-IV. Criterios diagnósticos (Washingotn DC, 194).
Traducción francesa por D.Guelfi et al., París, Masson, 1996, p.XI. El DSM es la cuarta edición del Diagnostic
Manual of Mental Disorders redactado por la American Psychiatric Association, con la idea que “es necesario
que los clínicos e investigadores tengan un lenguaje común para hablar de los trastornos con respecto a los
cuales tienen una responsabilidad profesional” (Introducción del DSM-III por Robert L. Spitzer.
23
deseo, más o menos afectado por la enfermedad, debe ser escuchado o
descifrado tanto con respecto al tratamiento que estima poder asumir, como a
veces, con respecto al lugar que toma en el desencadenamiento o en el
mantenimiento del proceso mórbido mismo. Podríamos suscribir a este
propósito del DSM IV en razón de la preocupación que tendríamos por
preservar al sujeto “enfermo mental” del riesgo de su aniquilación en el
proceso psicótico, pero también, por las terapéuticas “protocolizadas” que
traen sus lugares de refugio. La ética del deseo, no la proponemos, incluso en
el neurótico, salvo a quién está firmemente decidido a emprender un análisis.
No puede extenderse sin reservas a aquellos que sólo buscan un confort, por lo
demás legítimo. La pregunta podría entonces ser esta: ¿Si ocurre en la cura de
los sujetos que se orienten principalmente, o exclusivamente, hacia la
búsqueda del confort, el analista puede considerar que continúa, en este caso,
funcionando como analista? Esto será un punto a retomar ulteriormente.
Pero hay expectativas con respecto al psicoanálisis de parte de un buen
número de psicóticos, y lo que éstos esperan no es siempre diferente de lo del
neurótico (saber más sobre lo que lo atormenta). Un poco de los tres deseos
del analista, advertido de los límites de su campo de acción, son entonces
bienvenidos. No podrían desprenderse del saber del analista quien, aquí como
allá, debe ser escuchado como saber-hacer o incluso saber hacer allí12.
Este saber-hacer es especialmente más delicado puesto que la
intervención terapéutica mediante la prescripción de medicamentos, incluso
hospitalizaciones, implica necesariamente al analista (y más especialmente si
él es también psiquiatra) en una ética que ya no es, propiamente hablando,
aquella del análisis al servicio del deseo. ¿Se trata, no obstante, de ponerse,
como la medicina, al servicio de los bienes de los cuales forma parte “la salud
mental”? Sin duda, pero no totalmente, si uno mantiene firmemente que la
“normalización” del comportamiento del sujeto no podría justificar su
embrutecimiento “terapéutico”.
12
Esta última frase tiene más sentido en francés y posee, además, cierta musicalidad. Las expresiones
comparadas son “savoir-faire” y “savoir y faire”. El pronombre “y” no existe en castellano. Éste se utiliza
para reemplazar complementos de lugar o complementos de objeto indirectos, a menudo antecedidos por
la preposición “à”.
24
Quien reculase a cumplir este servicio en nombre de la ética del
psicoanálisis olvidaría, por una parte, que ésta es también reconocer lo real y
lo imposible propio a cada estructura, y, por otra parte, que, si ella está
advertida de todo lo que puede haber de problemático en la ética caritativa, no
es en ningún caso indiferencia a la desgracia ajena, y que ciertos pasos al acto,
que desbordan al sujeto, deben ser evitados tanto como sea posible.
6
El estilo de una cura
¿CUALQUIER COSA?
25
¿Por qué hablar de estilo? Cada analista encuentra su estilo poco a poco.
Es particularmente impactante durante los controles o supervisiones, donde se
trata de escuchar el texto de un paciente reportado por un analista, leer los
recursos inconscientes y captar el ingenio de las intervenciones de este
analista, no en función de las circunstancias, sino en lo que va a despejarse de
pertinencia original en el intervalo de las sesiones.
Es lo que hacía decir a Lacan, con su humor y su provocación de
costumbre, que los analistas debutantes comenzaban haciendo cualquier cosa
y que era de eso mismo que había que partir. Él indicaba en este punto, el
camino. Decía en efecto, en el seminario El sinthome, el 18 de noviembre de
1975: “Sucede que me doy el lujo de controlar – llamamos a eso - un cierto
número, un cierto número de gente que se han autorizado ellos mismos, según
mi fórmula, a ser analistas. Hay dos etapas. Hay una etapa en la que son como
rinocerontes; hacen casi cualquier cosa y los apruebo siempre. En efecto,
siempre tienen razón.”. Enseguida se tratará, dice Lacan, en una segunda
etapa, de jugar, según las palabras del analizante, del equívoco que le da
espesor al lenguaje y radicaliza la cuestión del sentido. “Pues, es únicamente
mediante el equívoco que la interpretación opera. Es necesario que haya algo
en el significante que resuene”, llega a decir Lacan.
¿Cómo escuchar esta “cualquier cosa” de esta primera etapa? Esto
significa que uno no puede partir de alguna consigna de abstención, sino que
se parte, al contrario, de lo que un analista compromete en el real de su
palabra, con lo que implica, en cuanto a las imperfecciones, tanteos y, en
suma, a las intervenciones de su deseo de analista. Esto responde, notémoslo,
al “diga lo que se le pase por la cabeza, porque eso no es jamás cualquier
cosa” enunciado por el psicoanalista a su paciente.
¿La etapa posterior consistiría entonces en una purificación? Parece que
no, una vez más.
26
entre significantes, a partir de lo que podrá hacer sentido en el lenguaje. Sin
embargo, esta pura diferencia entre significantes no es aquí un enunciado
lingüístico, dando lugar a combinatorias diversas o justificando toda una
variedad de comentarios. Esta pura diferencia se topa con lo real del paso por
otro, el psicoanalista, quien, si bien es un semejante, para el paciente no se
pone en este lugar, sino que toma el lugar y el tiempo de una alteridad
disimétrica, sin el apoyo de la sin el apoyo del parecer. El analista se pone en
el lugar de lo que Lacan llama el Otro, que no es ni dios ni bestia, que no está
en posición de oráculo, ni en una representación demoniaca de las pulsiones.
Sino que este lugar y este tiempo en los que se pone el psicoanalista son, sin
duda, los garantes de la eficacia simbólica de la palabra en toda ocasión, de
sus efectos imaginarios necesarios para la ficción de la verdad, de sus efectos
reales de inscripción subjetiva o, para ciertos casos de psicosis, de inscripción
de lo que yo llamaría de buena gana las circunstancias del sujeto.
La alteridad propuesta por el dispositivo psicoanalítico no es aquella de
una persona a la otra, o bien, de una persona a alguna trascendencia divina. El
psicoanalista sabe que la cura va a recorrer espacios y tiempos de
transformación que van del lugar del Otro a aquel de un objeto que será
periódicamente rechazado llegada la ocasión y en provecho de una secuencia
de significantes que encontrarán en su paciente la oportunidad de sus sentidos.
¿Pero cómo toma su estilo este deseo?
LA CONTINGENCIA INCLUIDA
27
esta impureza una depreciación posible. Pues ella es la ocasión del lazo entre
la palabra y lo real. Es por ello que uno no puede “encuadrar” lo que es
psicoanalítico con precauciones o barandillas. Esto no quiere decir tampoco
que tendríamos que validar “cualquier cosa” de la palabra que sale. Sino que
esto significa, más bien, para nuestra posición de psicoanalista, el porte
anticipador de una dimensión improbable en la palabra del otro, permitida por
la disimetría de fondo entre el analista y el paciente.
UN TIEMPO LARGO
29
7
30
lado negativo, cuando los impases de sus genitores lo ponen durante mucho
tiempo en una posición de inhibición, a veces radical.
Se comprende, a través de estas simples observaciones, el verdadero
significado de la transferencia. Puesto que el deseo mismo se constituye a
partir del Otro ¿Cómo, el analizante, hallaría el camino, remodelaría las
formas, levantaría las aporías, si no fuese retomando lao cuestión de qué es lo
que el Otro quiere de él? Lo que puede hacer solamente en el diálogo que
instaura con su analista.
No es raro, en la cura, que la emergencia de un deseo deba pasar por una
protesta o una queja. El analizante, más que reconocer en sí mismo lo que
hace su deseo, afirma que es su analista quien se lo sugiere, y que nada le
asegura que ello ocurre de forma acertada. Enuncia así, algo de su deseo, pero
negándolo.
¿Objetaremos que el deseo del analista es precisamente no desear en
lugar del analizante? Pero el silencio que adopta entonces, su repliegue más o
menos pronunciado, tiene un efecto paradojal. Si el deseo del analista nunca es
expresado, puede suscitar la angustia, para el analizante, de no saber lo que el
Otro quiere de él. Agreguemos que también, a falta de respuesta a la pregunta
por el deseo del Otro, el analizante puede suponer lo peor.
EL TACTO
Esta imputación al analista del deseo que surge, por lo general, no impide
que el trabajo prosiga. Uno puede incluso pensar que es inevitable; esto
impone, sin embargo, cierta prudencia. No bastaría, por ejemplo, con
considerar las protestas del analizante como una resistencia que habría que
analizar con el fin de desembarazarse de ellas. Sucede que, más a menudo de
lo que uno cree, éstas pueden apoyarse en elementos muy escasos, aunque
significativos, de lo que decimos.
Rudolph Loewenstein, quien fuera el analista de Lacan, percibía bien que
el analista debía prestar atención al sentido latente de la interpretación que da,
siempre susceptible de ser comprendido de una forma completamente distinta
de lo que hubiese querido. En un artículo muy notable “Observaciones sobre
31
el tacto en la técnica psicoanalítica 14”, cita un fragmento de la cura de un
sujeto neurótico, quien le dice un día: “mi deseo por la señora M… ha
desaparecido completamente desde que usted me dijo no reconciliarme más
con ella”. Lowenstein está muy sorprendido y afirma no haber dicho nunca
algo parecido. “Pero si, responde el analizante (que Lowenstein llama el
analizado), usted me había dicho que yo estaba todavía fijado a ella”. Es a
partir de casos de este tipo que él extrae una regla general: “el analista debe
siempre prestar atención al sentido latente de la interpretación que da, y evitar
la que contiene implícitamente una interdicción o un reproche en lugar de
ciertos sentimientos o pensamientos del analizado”.
No habría que creer, sin embargo, que el analista calcula
conscientemente sus intervenciones en función de lo que presiente que
entenderá el analizante de ellas. La acomodación se hace sin pensar en ella.
Pero ella explica las variaciones de estilo en un analista. Ocurre, a propósito
de esto, que dos analizantes, que tienen el mismo analista, puedan hablar de la
práctica de éste, y sorprenderse de no percibirla de la misma manera en
absoluto. Uno de ellos, por ejemplo, encontrará a su analista muy silencioso,
mientras que el otro se alegrará de tener un analista que le habla. Sucede que,
de forma no calculada, el analista habla y actúa en función del Otro que es
para él, el analizante. Si se reglase por su propia teoría, se convertiría en un
Otro, en cierto sentido, muy previsible, y al mismo tiempo el analizante no
tendría más opción que conformarse con esto que no sería más el deseo, sino
la demanda de este Otro encarnado –conformarse, o a lo mejor romper, porque
esta fijeza del deseo del Otro tendría algo insoportable.
R.C.
14
R. Lowenstein. “Remarques sur le tact dans la technique psychanalytique”, Figures de la psychanalyse,
n°15, 2007.
32
8
Un arte del contratiempo
15
La expresión utilizada en el texto en francés es faire ronronner. Al no encontrar una forma equivalente en
español para la expresión en francés, éste se tradujo por su significación. [N. del T.]
33
verdades, por muy próxima que ésta experiencia sea al psicoanálisis. En
efecto, esta verdad no preexiste a su momento de hallazgo.
Su producción es de la misma naturaleza que la poesía, pero el proceso
pasa necesariamente por un otro.
Se podría decir que un poema tiene a menudo, también, una dirección,
ideal u oscura. Pero el circuito de una cura, pasando por el inconsciente,
genera confusión entre las diferentes direcciones de la palabra consciente y la
intervención del analista, que se dirige en principio sobre la laguna o el lapsus
que interrumpen el discurso consciente, son escuchados como trazos de lo que
todavía no se ha dicho, abren brechas que no son las respuestas o las preguntas
de un diálogo, sino aperturas para inscripciones posibles.
Si hemos hablado de escansiones reales de las sesiones, es también
porque nuestras intervenciones en una cura hacen intervenir toda suerte de
temporalidades. No solamente el tiempo del efecto de a-posteriori [après-
coup] que entrega sentido a una secuencia. Sino que también la expectativa
que no es todavía la demanda formulada, la nostalgia que no está todavía
distinguida de tal o cual duelo, la obstinación que no es sólo una resistencia
sino el “el relato testigo” de las estrategias de la infancia. La famosa escansión
lacaniana que interrumpe la sesión sobre un significante que acaba de surgir
allí donde no o ya no se lo esperaba, no es sólo la interrupción de un tiempo,
sino que pone en juego la presencia y la ausencia, y profundiza así el impacto
de esta intervención hasta la radicalidad del fort-da freudiano, es decir, hasta
los comienzos del lenguaje del niño. Los contratiempos que produce una
madre que se ausenta un momento y que contraría así el deseo del niño, pero
que puede hablarle un poco de ello, pueden entonces devenir la ocasión de una
elaboración simbólica nueva: el objeto, la bobina, en el corazón del tiempo en
el que se elabora la alteridad de la palabra a un otro. Ya que, como lo observa
D.W. Winnicott, estos contratiempos no están necesariamente ligados al puro
capricho, por tanto, no son necesariamente traumáticos.
¿Qué hace falta para esto? No solamente la benevolencia, que es una de
las fuentes de la confianza. Sino que esta vez falta algo aún más radical:
elaborar con el paciente la continuidad inconsciente de lo que dice, palabra a
palabra, frase tras frase, para que pueda apropiársela, aun si esta continuidad,
34
sostenida por la regularidad de las sesiones de la cura, no es al comienzo más
que un andamiaje imaginario, aquí necesaria.
IDAS Y VUELTAS
35
Otras veces, son momentos de depresión infantil que son, por así decirlo,
escamoteados. No existe sujeto alguno para decirlos. “el tiempo pasará y
curará” se dice. Pero ¿Qué valor tiene une supuesta cura a través del tiempo
que pasa si este es el paso de nada?
Ch. L.-D.
9
Estilo y técnica
36
función de su dirección, es decir, el sujeto que realiza un llamado a un
analista. ¿Por qué, en suma, evitamos este término siendo que incluso
reivindicamos el ejercicio de un oficio?
37
copiarla con más o menos fortuna. Es inevitable, sin duda, que el analista
debutante tome como modelo a su propio analista, incluso descubra con
sorpresa, en su estilo, un rasgo de identificación con este analista. Pero ello no
debería ser sino marginal, puesto que el analista, en su intervención efectiva,
sea cual sea, no puede autorizarse más que por sí mismo.
Para Freud es claro que la técnica debe adaptarse a la meta que persigue
el analista. Pero como se trataba entonces de una práctica enteramente nueva
inventada por él, esta meta dependía de lo que él mismo esperaba y del deseo
complejo que la animaba. Así, la asociación libre de las ideas, es decir, no
dirigida por el analista, elemento esencial de la técnica de Freud, halla el
medio para aplicarse tanto en las primeras curas analíticas de las histéricas en
una intención terapéutica, como en el análisis de sus propios sueños animado
más bien por un deseo de conquista de lo desconocido.
Es interesante notar que la libre asociación encuentra su pendiente
técnica en el analista, en la atención (igualmente) flotante17, Freud llega hasta
a desaconsejar el tomar notas durante la sesión. Se trata de aprendizaje
paradojal, de un no-control: aprender a no saber de antemano. La palabra
técnica parece así remitir, de forma incongruente, hacia un control falaz e
ilusorio cuando más bien se trataría de desprenderse de esto.
Se ha entendido que el término de técnica puede suscitar en nosotros
cierta antipatía en la medida que, en la historia del psicoanálisis, ha servido
como obstáculo para la invención y como muro ridículo contra la división del
movimiento analítico. A pesar de todo, hay que considerar que hay aspectos
técnicos en la cura, y la pregunta que se plantea es saber si podemos reducirlos
a la cuestión del estilo, inclusive del tacto.
Esta pregunta, tendremos que, en los capítulos siguientes, desarrollarla en
detalle. Digamos ya que recubre un elemento en juego sensible: suele
escucharse que una cura se funda tanto en la disponibilidad del inconsciente
del analista a lo que profiere imprevisiblemente el analizante (contingencia
incluida) como en la fe en el trabajo inconsciente de los analizantes; que lo
que hace el estilo de una cura esta tanto determinado por el sujeto a quien el
analista se dirige como por su personalidad. Pero ¿Hay una parte, un resto, que
17
Ibíd. Gleichschwebende…
38
dejaría ver un control que puede adquirirse mediante aprendizaje, así como lo
pensamos en una técnica?
B.V.
II
LOS TIEMPOS DE LA CURA
40
10
¿Cómo empieza un análisis?
EL VIAJANTE
41
Lo afirmaremos con más gusto aún, que muchas cosas en el comienzo de
un análisis, están directamente determinadas por el clínico. El análisis
comienza en efecto por “entrevistas preliminares” durante las cuales el
analista habla por lo general más de lo que lo hará después. ¿No basta
entonces que sepa lo que espera de esas entrevistas para poder concebir
racionalmente su forma y contenido? Freud en todo caso tenía una idea muy
precisa sobre lo que convenía decirle a alguien que pedía comenzar un
análisis. Lo veremos leyendo su artículo sobre “El comienzo del
tratamiento”, escrito en 1913 (1).
Freud enunciaba en ese texto un cierto número de reglas, que en su
pensamiento concernían tanto al clínico como al “enfermo”. Se refería así de
la elección de una hora en el día, que Freud desaconsejaba cambiar, para no
favorecer contra ordenes ocasionales, que podrían así multiplicarse y
comprometer el tratamiento. Freud, por lo demás, entraba en detalles que es
inútil retomar aquí. Más interesante, porque de alcance más general, está el
principio que organiza lo que él preconiza decir al paciente. Freud insiste en el
hecho que el clínico debe evitar toda hipocresía y toda falsa vergüenza. Debe
especialmente “tratar delante del paciente las preguntas de dinero con tanta
franqueza natural como él mismo exige a su paciente en lo que concierne la
sexualidad”. ¿Cómo podría el paciente deshacerse de tabús que lo traban si
observa que su “médico” es víctima de tabús comparables?
A propósito del comienzo del tratamiento hemos retenido sobre todo que
Freud enunciaba la regla fundamental que el analizante habría de respetar.
Esta regla pudo, en la historia del psicoanálisis, ser formulada de diferentes
maneras, pero en su conjunto los clínicos no renunciaron a ella. Se trata en
efecto de encontrar un método que desbarate las trampas de la censura, la que
puede encontrar cualquier pretexto para ejercerse. La “regla fundamental”
prescribe entonces a los sujetos enunciar las diversas ideas que surgen en su
mente, aún si ellas le parecen sin importancia, sin relación con lo que está
hablando, y hasta si el enunciado de esas ideas es molesto, cualquiera sea la
razón. ¿Se trata entonces de “decir todo”? Ya veremos en un próximo capítulo
los problemas que plantearía una formulación así.
42
Por lo demás es más interesante la descripción dada por Freud de la tarea
indicada por él a su paciente: “Compórtese a la manera de un viajante que
sentado cerca de la ventana de su compartimento, describiría el paisaje tal
como es visto por una persona colocada detrás de él”. Aquel que tiene
realmente acceso a las ideas que surgen, es el paciente, y es por esto que lo
nombramos actualmente “el analizante”. Tal vez se trate sin embargo, menos
de describir un paisaje que de leer pensamientos incidentes.
El lector del artículo sobre “El comienzo del tratamiento” encuentra por
lo demás en las primeras páginas, otra serie de ideas. Son aquellas que
conciernen los diversos obstáculos de los que el analista debe preocuparse.
Freud no deja de recordar que el tratamiento es más difícil cuando la demanda
viene de una persona amiga. Si es ella la concernida, la transferencia está de
cierta manera presente enseguida, de un modo masivo, lo que constituiría una
situación más difícil que cuando el analista la vea desarrollarse poco a poco. Y
una dificultad más grande aún aparece cuando la demanda concierne, por
ejemplo, una pariente cercana de la persona amiga. En este caso, dice Freud,
habría que resignarse a perder la amistad de ésta. Es ésta una anotación
interesante puesto que ella deja suponer que ningún análisis viene a culminar
exactamente como los cercanos del analizante podrían quererlo.
Encontraremos igualmente, entre las reflexiones sobre eso que puede
causar dificultad al comienzo de una cura, distinciones relativas a los tipos de
caso que pueden presentarse. Freud opone así a la histeria o a la neurosis
obsesiva, en cuanto estas patologías tienen que ver de modo privilegiado con
la cura analítica, la “parafrenia” tomada aquí sin duda como representativa de
la psicosis y a propósito de la cual señala que el clínico no puede prometer una
sanación.
¿Qué es lo importante, al término de este breve recorrido, de estas
recomendaciones freudianas? La pregunta por la analizabilidad de tal o cual
sujeto es sin duda fundamental. Los defensores de una cierta “ortodoxia”
43
tendieron a ampliar el campo de lo inanalizable. Más tarde, a partir sin duda
de algunos aportes lacanianos, las preguntas se plantearon de otro modo: se
trataba, no de decretar que tal tipo de caso es inanalizable, sino de reflexionar
sobre el modo diferente en que el clínico podía abordar tal o cual caso, si al
menos no cedía en su deseo de analista. Y es también a partir de aquí que
volveremos, más adelante en el libro, sobre las particularidades de ciertos
comienzos de cura en la clínica contemporánea, particularidades en relación
con eventuales mutaciones de la subjetividad – o al menos con las mutaciones
del marco discursivo en el cual se inscribe hoy el analizante.
R.C.
11
¿CÓMO PODEMOS SABER QUE UN ANÁLISIS HA COMENZADO?
44
Hay muchas maneras de entrar en análisis: eso depende de la variedad de
demandas y de estructuras psíquicas. ¿Cómo saber entonces si el análisis ha
comenzado? Un análisis no se define solamente por el hecho que un paciente
se encuentre regularmente con una persona que se dice psicoanalista o que es
llamado como tal por el paciente. Recibimos pacientes que declaran haber
hecho un análisis, cuando nada tal parece haber tenido lugar.
Un análisis no comenzaría sin que el sujeto se haga al menos la pregunta de
la parte que él asume en la desgracia de la que se queja. Pero eso no basta.
Sucede bastante a menudo hoy que los pacientes ocupan las entrevistas con su
“psi” para quejarse de su entorno, de las desgracias de su vida, cuentan
eventualmente su infancia puesto que “parece que todo viene de ahí”, sin que
surja la dimensión del inconsciente. Esto se presenta como una suerte de
búsqueda de una causa en la cual el sujeto no tendría otra participación que su
debilidad, su torpeza o sus errores. Esta gestión está a menudo acompañada de
un pedido de consentimiento y también de consejos, lo que numerosos
terapeutas no se privan en dar.
45
Lacan en su seminario de 1964 Los cuatro conceptos (1), define la
transferencia como “la puesta en acto de la realidad del inconsciente”. Esta
puesta en acto se revela mejor cuando el analizante aporta un sueño donde
algunos elementos aluden de manera más o menos patente a la situación
analítica, incluso a la persona del analista. Sabemos entonces que el sujeto del
inconsciente se sirve de la cura para desplegar sus preguntas.
Por otra parte, el sueño, habiendo tenido lugar fuera de la sesión, testimonia
que el Durcharbeiten, el trabajo de elaboración, ha comenzado. Es por lo
demás notable que los sueños hechos durante el análisis están más
estructurados que los otros, y en especial por estar dirigidos al analista.
Para mí es el signo que es tiempo de proponer el diván al analizante, si no
se ha hecho ya. Privando al analizante de la referencia que podría ser la cara
del analista, éste confirma así que de lo que se trata es de elucidar el
inconsciente y no de “analizar” la realidad cotidiana.
Lo que es válido para el sueño, vale por lo demás, para otras formaciones
del inconsciente como ciertos actos fallidos, o ciertos lapsus, si dan
testimonio, desconcertando al sujeto, de esta inserción del analista en su vida
psíquica, el sueño conserva sin embargo, una mayor fuerza de convicción.
EL ENIGMA DE LO SEXUAL
Nos damos cuenta que esta puesta en acto de la realidad del inconsciente
hace surgir lo sexual como lo que habrá sido siempre enigma para el sujeto. El
inconsciente, en el sentido freudiano, es un efecto del lenguaje sobre el cuerpo
viviente sexuado. La sexualidad está ligada biológicamente a la muerte, pero
el lenguaje también, a su manera (se ha podido decir que “la palabra mata la
cosa”), y es un hecho que el niño se plantea muy pronto la pregunta por su
propia muerte. Pero esta pregunta es también una manera de interrogarse sobre
el deseo que ha precedido a su nacimiento: El Otro, del quien soy hijo,
¿puede perderme? Efectivamente, todo niño criado en condiciones
“suficientemente buenas” es un cuestionador infatigable que da testimonio,
menos por su curiosidad científica, que de lo que el Otro quiere de él.
46
¿Cómo se plantearía él estas preguntas si él mismo no fuera, por el propio
efecto del significante, un ser a quien el ser falta, en falta de sí-mismo (2), lo
que lo lleva a identificarse?
Por esto que un buen signo de que la cura ha comenzado consiste en recordar
en sesión síntomas de la infancia en reacción a eso que pudo aparecer como
anomalías, justamente en las respuestas del Otro: secretos de familia,
acontecimientos graves más o menos escondidos o al contrario, pesadamente
conmemorados con los duelos nunca hechos, etc.
Cuando se ha comprometido el proceso analítico, éste trabaja al analizante
fuera de las sesiones. Puede suceder que él sienta la necesidad de hablarle a
sus cercanos o que éstos quieran saber lo que se dice ahí. Puede ser útil
recordar al analizante que su camino tiene más ganancia manteniéndose
discreto, aunque no puede quedar exento de consecuencias, a veces difíciles
para sus cercanos. Este problema es más complejo en los análisis de niños,
puesto que es necesario y útil recibir a los padres, asegurándole al niño la
garantía del secreto de su palabra.
No hay que creer que el analizante va a comenzar este camino de verdad
diciendo lo más importante. No es inhabitual que el analizante entregue un
rasgo esencial de su vida al cabo de varios meses. Si nos asombramos de ello,
él podrá contestar fácilmente que tenía miedo de inducir en error a su analista
haciéndole creer que ese rasgo estuviese al origen de su problema.
COMPROMETERSE, RESISTIR
47
Además tiene que superar todas las dificultades del amor propio, más o menos
conscientes, de dirigirse a otro para estar mejor.
Sin embargo, hay causas que no tienen que ver con las defensas del Yo sino
con la estructura misma del inconsciente. Hablamos entonces más bien de
resistencias. Sin duda sería excesivo atribuir esta resistencia al sujeto que
permanece más bien fijo en una virtualidad, en espera en el síntoma. Esta
resistencia está por lo demás, tal vez menos para ser vencida, como se decía
en los tiempos de Freud, sino para ser tomada en cuenta. El síntoma no sólo
tiene un aspecto negativo, él es parte de lo que ha sostenido al sujeto, le habrá
permitido resistir y permanecer tal vez aún en lugar necesario. Resistir debe
tomarse también en este sentido.
Estas observaciones sobre los signos de que un análisis ya ha comenzado se
aplican a los casos clásicos de síntomas neuróticos, que ellos sean de entrada
traídos por el sujeto como razón de su demanda o bien que ellos aparezcan
bastante rápido como el “verdadero” problema después de algunas entrevistas
motivadas por razones más coyunturales.
Es más difícil encontrar signos de compromiso en la cura cuando el
compromiso es precisamente la dificultad mayor del paciente. Esta dificultad
no está sin relación con la conminación social actual de gozar al mejor precio,
ligada a una cierta desvalorización del deseo en que éste no va sin pérdida, a la
promoción del narcisismo bajo el nombre de “desarrollo personal”, sin
contradicción resentida con el consejo de “saber venderse”. El malestar
engendrado por estas idealizaciones contradictorias ya no es el efecto de la
represión sexual del tiempo de Freud, y los síntomas ligados a la represión del
deseo ya no están muy a menudo en primer plano. Por ese hecho los
comienzos de cura son a menudo mucho más largos antes de que se desprenda
para el sujeto un hilo del que pueda asirse para entrar en el trabajo analítico.
12
Posición de la transferencia:
El inconsciente, analista incluido
Posición de la transferencia
49
palabra si ella no se funda en un dirigirse posible, aunque este sea sobre una
alteridad imaginaria que a veces no se reenvía sino a sí mismo?
Por Lacan sabemos que el circuito del dirigirse a, no es esta flecha intencional
que hizo los bellos días de la fenomenología, que esta intencionalidad esté
vacía o llena. El sujeto recibe su mensaje del Otro bajo una forma invertida y
la pregunta por su deseo se enuncia según esta torsión: ¿Qué quiere de mí el
Otro? La psicosis a veces, responde a esta pregunta sobre el modo directo
donde el Otro habla e induce mensajes que toman un matiz de performance, es
decir que provocan efectos inmediatos. La neurosis separa este peligro
distrayéndose sobre lo que el imaginario puede inducir de insatisfacciones por
las cuales el deseo parecería asegurarse de sí mismo. La perversión se emplea
en confundir los mensajes. Y hay otras modalidades que ligan el “hablaser” al
Otro.
50
sin duda, en la nueva cura. Tal vez este nuevo abordaje sea solamente más
favorable.
Pero lo que enseguida es observable, más allá de las quejas o incluso de los
requisitorios, es hasta qué punto la palabra de este paciente o de esta paciente
está ligada a las resonancias de las intervenciones del precedente analista, a su
voz, a su presencia casi evocada en ese momento y también a la falta real de
este/a analista, retomada, repetida en cada palabra, en el nuevo momento de
cura.
Podríamos decir sin duda que la palabra, de todas maneras, está tomada en las
presencias y palabras plurales que han acompañado desde la infancia al sujeto
hablante. Sin embargo, el análisis opera sobre esta toma de la palabra en ese
tejido, una reinscripción original, o a veces una inscripción que no había sido
posible. Freud afirmaba por lo demás sobre este punto que lo que se descubría
a través del análisis ya no se olvidaba. ¿Es sin embargo, tan cierto? Esto nos
volvería optimista sobre la formación de los analistas y dejaría pensar que lo
que ha sido abierto permanece en la misma disponibilidad…Lo que está lejos
de ser seguro.
Retomemos la explicitación de esas entrevistas preliminares con pacientes que
llegan a retomar un análisis, un “trecho” decimos, extraña y crudamente. El
analista anterior está siempre presente, y esto manifiesta hasta qué punto el
inconsciente está fundado sobre la lectura que ya ha sido hecha. Los circuitos
de la transferencia están ahí muy fuertes. ¿Cómo proceder entonces?
Lo que es dicho muy a menudo en estos casos, es que lo que se ha inscrito por
el desciframiento precedente ha sido abusivo o nulo. No creamos esto, puesto
que iríamos en una hipótesis sospechosa que atribuiría la operación de
inscripción al analista, cuando todo se vuelve un poco más simple cuando uno
plantea que la inscripción – eso que no olvidaríamos en la cura – no tiene
lugar sin la responsabilidad del deseo del sujeto y según un júbilo del hallazgo
que es tan radical como lo que describía Freud y Lacan a propósito del fort-
da. Ese juego de un pequeño niño que en la ausencia de su madre, jugaba con
un carretel que aparecía y que desaparecía, escandiendo con estas sílabas,
aparición y desaparición. Él articulaba así la oposición de la presencia y de la
ausencia por la única oposición silábica.
51
LECTURA Y ESCRITURA, POSICIONES DIFERENTES DE FREUD Y DE LACAN
SOBRE EL LAZO DE LA TRANSFERENCIA
52
de un descubrimiento de una cara de texto olvidado, el famoso “in-analizado”
o “punto ciego”, ese resto imaginariamente dejado de lado, pero a través de la
anticipación operatoria de una complejidad nueva capaz de nuevas
conexiones.
Ch. L.- D
13
¿EXISTE HOY UNA ESPECIFICIDAD DE LOS COMIENZOS DE UNA
CURA?
AYER
53
de trabajo. Estas entrevistas se realizan frente a frente, ¿pero qué más? ¿Cuál
es su meta? ¿Qué importancia acordarles? ¿Cuánto tiempo prolongarlas?
Hubo un tiempo en que los analistas buscaban decidir sobre la
“analizabilidad” de la persona que venía a consultar. Esta preocupación parece
haber desaparecido, aún si intentando descubrir si no hay algún riesgo de
psicosis, el analista se orienta al mismo tiempo sobre la conducción de la
cura, comenzando por la posibilidad o no de tender al paciente. ¿Pero qué
más?
Parece que hace algunos decenios la tendencia general era llegar lo más rápido
posible a lo que se concebía como lo esencial del trabajo analítico. No es que
se ignorara la necesidad, en ciertos casos, de una etapa previa. Pero esta estaba
concebida como muy breve.
Repensemos al respecto el análisis que propone Lacan de las primeras
entrevistas de Freud con Dora. Ésta se queja del odioso intercambio del que
ella sería objeto. Su padre y la señora K son amantes y esto conduce a su
padre a ofrecerla sin defensa a las atenciones del Señor K. Freud comienza
entonces por hacer percibir a la joven que ella misma, por su silencio y
complicidad, ha tomado parte activa en la relación de los dos amantes.
Encontraremos en “La dirección de la cura” de Lacan (2), una presentación de
ese tiempo previo: “Se ha observado […] que lo que nos asombra como un
adoctrinamiento previo se sostiene solamente de eso que él [Freud] procede
exactamente en el orden inverso. A saber, que él comienza por introducir el
paciente en una primera ubicación de su posición en el real […]. No se trata de
adaptarla ahí, sino de mostrarle que ella está muy bien adaptada ahí, puesto
que ella concurre a su fabricación”.
Pero, agrega entonces Lacan: “Aquí se detiene el camino por recorrer con el
otro. Pues la transferencia ya ha hecho su obra, mostrando que se trata de otra
cosa que de las relaciones del Yo (Moi) con el mundo”.
¿De qué se trata en la cura? De las relaciones del sujeto, entendido como
sujeto del inconsciente, con su fantasma y con el objeto causa de su deseo. Y
todo ocurre como si, clásicamente, el analista estuviese apurado en llegar a ese
nivel, considerando como inútil, incluso perjudicial, en la conducción de la
54
cura, una detención demasiado larga sobre esa ubicación de la posición del
paciente respecto de la realidad. ¿No corremos el riesgo si nos tardamos ahí,
de creer que ese tiempo preliminar constituye el tiempo esencial del análisis?
EN NUESTROS DÍAS
55
Estos diferentes obstáculos no son forzosamente prohibitivos, pero ellos
implican sin duda una suerte de trabajo previo con lo que en la cura valdrá
como interpretación. Trabajo de lenta puesta en cuestión de los supuestos de la
demanda. Pero tal vez sobre todo, trabajo introductorio de la dimensión de las
formaciones del inconsciente, tal como ella aparece en su temporalidad
especial.
¿CÓMO HACER?
Una demanda, hoy probablemente más que ayer, debe elaborarse poco a
poco, o al menos debe despejarse de los a priori que el sujeto contemporáneo
lleva consigo. Al respecto no hay una manera tipo de proceder, pero el analista
podrá estar atento a lo que en el paciente que recibe, reenvía a particularidades
sociales o familiares, incluso profesionales, en las que podría percibir, sin
forzamiento, el efecto alienante. Así no es inusual que personas que están
encargadas en una empresa de velar por la eficacia de todas las diligencias (su
rapidez por ejemplo) hayan tenido la ocasión, en ese contexto, de percibir
hasta qué punto un proyecto tal puede ser exigente, hasta qué punto él puede
pulir toda otra preocupación, comenzando por aquella de la calidad. El
analista puede entonces fácilmente apoyarse en eso para hacer valer que
cuando se trata de la subjetividad, las consecuencias del principio de eficacia
corren el riesgo de ser más deplorables aún.
Así mismo un sujeto que descalifica la palabra que sin embargo él va a
solicitar, aquella de un analista, puede estar confrontado a lo que eso tiene de
paradójico – a condición claro está que lo que le es dicho entonces, no pase
por una acusación.
Es en todo caso el plan de las relaciones del sujeto con el lenguaje lo que es
decisivo. Y aquí no se trata solamente de de-construir, sino tal vez de
construir, es decir, de traer en las primeras sesiones, una suerte de
anticipación, una anticipación que haga salir un poco aquello de lo que el
analizante instala como límites de su comprensión. Es a partir de esta
anticipación, que se presenta frecuentemente como un juego de palabras, que
el analizante, volviendo sobre lo que ha dicho, puede escucharlo de otro
modo. Hay aquí una dimensión de a posteriori que es la marca misma del
56
develamiento del inconsciente. Agreguemos que lo que sucede ahí, reenvía
igualmente al juego siempre sutil entre saber y no-saber. Ahora bien, aunque
el analista privilegia la dimensión del saber inconsciente, ese juego depende
también del contexto cultural en el cual se hace el análisis.
¿CUÁL SABER?
57
desarrollado en la sombra. ¿Es por eso que el sujeto contemporáneo puede
tener más dificultad en entrar en este proceso? La temporalidad propia de
nuestro mundo, es la de un presente desprendido del pasado así como del
futuro, porque el sujeto no se reconoce ya en un pasado que recusa, y que él ya
no puede considerar el desarrollo de las virtualidades del presente en el
futuro. Esto plantea ciertamente problemas específicos.
R.C.
14
DIAGNOSTICO E INTERPRETACIÓN
Hay que decir también que el paso fecundo por el servicio público, donde se
escucha a todo tipo de personas, nos enseña bastante rápido que la locura
existe, que ella no es solamente el efecto patético de la encarcelación
intolerante que se describe, que ella tiene sus propios modos de pensamiento y
de acto, ciertamente, pero que ella es también más aburrida y repetitiva de lo
que las seducciones surrealistas y las admiraciones sobre el arte bruto, lo han
hecho creer.
Sin embrago, cuando buscamos descifrar esas palabras que vienen de la
locura, hay novedades de hallazgo que rompen la monotonía de las
repeticiones. ¿Cómo asirlas y hacerlas observar, incluso admitir, por el
paciente? Hay sobre este punto grandes diferencias entre psicosis, neurosis,
perversiones, en las maneras según las cuales un sujeto se posiciona o no.
Pero volvamos a este entusiasmo que habría hecho de la locura una poetisa.
59
La tesis de Lacan, que era entonces cercano al medio surrealista, muestra a
propósito de los textos escritos por una paciente paranoica, que él nombra
Aimée (1), algunos hallazgos poéticos valorables que la recopilación de Eluard
Poesía involuntaria y poesía intencional (2) recoge también, con atención y
respeto, en una antología sorprendente. Era para Lacan la oportunidad de
renovar el desciframiento de los discursos de los pacientes, llevándolo, no
sobre el contenido de las significaciones producidas por un delirio, sino sobre
la relación de un sujeto con las condiciones de posibilidad del efecto de
sentido en el lenguaje. Lacan y Eluard hacen sobre estos textos un trabajo
minucioso de cortes, de puestas en fragmentos, de interrogaciones sobre la
particularidad sugestiva de un acercamiento inesperado de palabras, de
búsquedas sobre la “sin medida” de una metáfora y sobre lo que la hace
lograrlo: poema, o fracasar: escoria (3). Este trabajo que consiste en extraer,
escoger, constituir extractos es una intervención bastante próxima a la
intervención en el curso de una sesión.
¿A qué condiciones de escansión, de puesta en fragmentos, un hallazgo de
lenguaje puede él ser reconocido y por lo tanto descifrado como tal?
60
Para Freud, a propósito de la Gradiva (4) se trata de ubicar las modalidades
de una salida feliz de un delirio. Para Lacan, a propósito de la obra de Joyce
por ejemplo, se trata de mostrar la eficacia de una escritura en enigma. Ésta no
debe ser tomada como un oráculo antiguo, sino asida como aquello que sin
cesar solicita la dimensión de otro, precisamente aquí un lector, de
preferencia “doctoral”, sobre lo que el lenguaje es en sí-mismo. Lacan dice al
respecto que “el lenguaje no es en sí mismo un mensaje, él no se sustenta sino
de la función de lo que he llamado el agujero en el real” (Le sinthome, 9 de
diciembre de 1975). Son puntos respecto de los cuales volveremos. Cuando
habla del enigma, lo define como una enunciación del que no tenemos el
enunciado. Lo que quiere decir que no hace de ellos un ídolo. Agregamos que
no hay que confundir enigma y singularidad. La singularidad exige precisión
en efecto. Ahora bien, Lacan dice sobre este punto: “Stephen, es Joyce es
tanto él descifra su propio enigma. Y no va más lejos. Él no va más lejos
porque él cree en todos sus síntomas” (Le sinthome, 13 de enero de 1976).
El psicoanalista, desde su sillón, ya sea para la neurosis o para la psicosis,
parece tener que vérselas con enigmas, a lo que encuentra de asombroso e
inexplicable en las asociaciones de palabras de sus pacientes. Sin embargo, en
el caso de las neurosis él puede buscar la precisión, menos seductora y
encontrar, hacer escuchar, las torsiones que ligan enunciación y enunciado. Él
puede reinventar e inscribir en el lazo de la transferencia el lugar del sujeto
deseante y el objeto causa de su deseo. En el caso de la psicosis – habría que
distinguir tal o cual clase de psicosis – el enunciado y la enunciación están sin
distancia, lo que quiere decir unidos o desmesuradamente distantes. En esos
casos la pregunta por la posición del sujeto en relación al lenguaje, puesto que
ella existe, parece precaria, a asirse con discreción, sin solicitación pesada, y
tal vez circunscribiendo minuciosamente las circunstancias precisas de sus
palabras. No hay universal peligroso que se deje escuchar aquí por parte del
analista, nos parece.
61
En efecto, Lacan no parece decir que Joyce habría debido ir más lejos, puesto
que él había inventado un estilo de escritura que exigía a cada palabra,
incesantemente, la dimensión del otro, interlocutores o universitarios,
numerosos haciendo tesis sobre su obra: él había encontrado esa “cosa”, este
tejido de palabras conectables con el otro. ¿Es necesario atacar, poner al
desnudo lo que Lacan llama creencia en los síntomas en casos semejantes?
Está lejos de ser cierto.
Sabemos que los psicóticos son sensibles a los juegos de significantes. Pero
sensibilidad no quiere decir inscripción subjetiva posible de esos juegos de
significantes. Es por lo demás diferente del rechazo histérico que deja ir los
juegos de palabras cuidando que eso no cuente “de verdad”. En ciertos casos
de psicosis donde justamente ese aspecto de ficción no existe, la lectura de un
juego de palabras es recibida ya sea como el paso de un cometa lejano, o bien
como un oráculo lleno de pensamientos subyacentes, o como una conminación
peligrosa e imprevisible de estragos. Vemos entonces que es importante
precisar en qué circunstancias y en qué casos podemos intervenir en la palabra
de un paciente y que un diagnóstico sobre la estructura no invalida la atención
con la singularidad de una palabra. Muy al contrario, esto nos indica cómo
podemos validar una palabra asegurándonos que hay ahí una palabra singular,
para poder justamente sobre esta toma de posición, intentar hacer “razonar” a
un paciente sobre un riesgo de deriva, por ejemplo. Pero esto está lejos de ser
suficiente. ¿Será necesario que alguien pueda ir hasta el final de su síntoma
para resolverlo, como se escucha a veces? En el caso de ciertas fragilidades,
esto no parece pertinente. Lo que parece más adecuado, pensamos, es poder
hacer escuchar a esos pacientes la cualidad del goce que ellos ponen en su
palabra con el fin de que, a veces, ellos puedan apropiárselo, pero evitando
prescindir de nuestra presencia y nuestra atención, y no evitando tampoco lo
que sienten: una interrogación, incluso una perplejidad, atenta y discreta, que
abre esta palabra.
Ch. L-D
62
15
LA INTERPRETACIÓN ¿APUNTA ELLA A UN SENTIDO?
63
LOS EFECTOS DE LA INTERPRETACIÓN
64
¿Qué se debe escuchar por equívoco? La palabra en francés es a menudo
tomada en un sentido peyorativo. Lo que es equívoco es aquello cuyo sentido
incierto no inspira confianza. Más simplemente, una palabra equívoca es una
palabra que tiene varios sentidos, y lo propio del psicoanálisis es mostrar que
esta dimensión puede estar presente en cualquier palabra, o mejor, en
cualquier significante, cualquier serie de fonemas pronunciados o escuchados.
Cuando Michel Leiris, siendo niño, escuchaba una frase sacada de la opera de
Manon “adiós nuestra pequeña mesa”, él escuchaba en realidad “petit tetable”
(pequeño mamable) y eso le quedaba como enigmático. Pero nosotros mismos
¿cómo lo escuchamos?
Sabemos que uno de los grandes aportes de Freud en cuanto a la sexualidad
consistió en introducir, más acá o más allá de lo genital, la dimensión sexual
de las pulsiones orales o anales. ¿Hay que precipitarse entonces para pensar
que ese “mamable” reenvía a lo que puede ser mamado, el seno
especialmente? Y si fuera un analizante que trajera un recuerdo tal ¿habría que
comunicarle una “interpretación” de ese estilo? Eso sería olvidar que lo
importante para el sujeto no es nunca reducible a un objeto real, aquel en este
caso, por el que sería satisfecha la necesidad de alimento. Siempre perdido de
entrada, el objeto vale sobre todo en tanto encarrilado de las vías del
significante, de manera que es necesario abstenerse, aquí como en otra parte,
de reducir la parte de enigma que comporta todo deseo. Que pensemos o no
en el seno materno, lo “mamable” conserva aquí su valor propio. ¡Un
mamable! ¿Qué es ese extraño objeto?
65
un discurso por donde un segundo texto se escribe bajo el texto aparente.
Digamos, más simplemente, que es ahí que puede escucharse lo que el sujeto
dice sin saberlo.
Sin embargo, si nos quedáramos ahí, no superaríamos, en el fondo, la
dimensión de infinitud que habíamos evocado hablando del sentido. Ahora
bien, la experiencia analítica muestra que la sucesión de interpretaciones, si
ella no es arbitraria, está de un cierto modo orientada. Ella termina por hacer
aparecer un texto relativamente conciso, el de los significantes primeros, los
que han orientado el destino del sujeto. Pensemos por ejemplo, en el impacto
que puede tener en un niño palabras que él no comprende verdaderamente,
pero que parecen dar testimonio de eso que los padres esperan de él. No es
inusual que los fonemas a los que ese deseo se ha quedado colgado, vuelvan
regularmente en la vida del sujeto, sin que sepa a qué están ligados.
Entonces a ese nivel, ya no es realmente cuestión de sentido, sino de
elementos puramente formales que parecen repetirse de manera casi
automática. Más que de sentido, hablaremos entonces de elementos fuera de
sentido, y numerosos analistas lacanianos estiman que sólo el encuentro de
esos elementos fuera de sentido, a lo que el sujeto está ‘sujetado’, permite
reconocer si un análisis ha llegado bien a término. Volveremos sobre esta
pregunta del fin de análisis.
Pero tardémonos un instante en la pregunta del sentido. ¿El privilegio dado al
equívoco, o también a los elementos fuera de sentido, descalifica toda
interpretación “significativa”?
Lacan en 1964, en su seminario sobre Los cuatro conceptos fundamentales
del psicoanálisis (1), pudo decir que el psicoanálisis “tiene por efecto hacer
surgir un significante irreducible”. Pero él afirma al mismo tiempo que la
interpretación “es una interpretación significativa” y que eso no debe ser
marcado. Digamos que el sujeto no puede afrontar la parte fuera de sentido de
los significantes que lo determinan, salvo si él ha primero ubicado, de manera
significativa, en qué lugar se ha inscrito en su historia familiar, o también, en
qué fantasma se encuentra tomado sin saberlo.
Ahora bien, ese ubicarse, si bien es importante para cada cual, se revela
siendo, en nuestros días, cada vez más indispensable. Tal vez sea porque a
66
nivel colectivo, los sujetos contemporáneos están más desorientados, porque
pueden asegurarse menos de los caminos que toman. En todo caso, la
experiencia muestra que muy a menudo una interpretación demasiado
sistemáticamente enigmática, un uso forzado del equívoco, acentúa el malestar
de ellos y no facilita el trabajo analítico. Es por esto, parece, que estamos a
menudo llevados a dar indicaciones más precisas sobre el sentido que pueden
tomar en la trayectoria del sujeto, maneras de hacer que pueden por lo demás
asombrarlo a él mismo. Está ahí una de nuestras tareas esenciales, y no
debemos esquivarla. Volveremos entonces sobre esta pregunta – que desborda
tal vez el marco de la interpretación en el sentido estricto.
R.C.
16
EXTENSIÓN DEL CAMPO
DE LA INTERPRETACION
I
Roland Chemama terminaba el capítulo precedente sobre las intervenciones
del analista que desbordaban la definición restrictiva – comúnmente recibida
con los lacanianos – de la interpretación psicoanalítica como equívoco.
67
¿A qué apunta efectivamente la interpretación? ¿Busca ella suprimir el
síntoma a través de un juego de palabras que entregue su sentido escondido?
¿Le basta por ejemplo a un paciente, que entre otras numerosas obsesiones y
compulsiones, no puede pasar a la página siguiente de su libro, sino a
condición de que la última palabra no evoque la muerte ¿Es suficiente
subrayarle: “Dar vuelta la página?” Es precisamente lo que no puede hacer y
si esta observación puede hacer escuchar el determinismo lenguajero del
síntoma, él no lo suprimirá forzosamente. Es al sujeto del deseo, sujeto del
inconsciente, a quien la interpretación se dirige y esto supone poderlo ‘tocar’
más allá de la persona que habla. Para esto hacer el equívoco no basta;
conocemos tal vez el panfleto, El efecto “Yau de poêle” – [NdT. viene de
‘tuyau de poêle’ (derecho y muy angosto), sería nuestro efecto embudo] que
pudo denunciar la esterilidad de los juegos de palabras supuestos condensar la
enseñanza lacaniana en esta materia. Efectivamente, todo equívoco no es
fecundo. Él lo es la mayoría de las veces cuando deja entrever el objeto que
“encarrila las vías del significante” y él mismo no es una palabra.
68
que esta sentencia no se dirige al yo (moi) del paciente, sino a un sujeto
indefinido. Por otra parte, si la serpiente puede ser una metáfora ingenua del
pene, la sentencia evoca a otro objeto, bajo la forma negativa: la mirada.
El rechazo por parte del analizante de una intervención del tipo “usted tiene
miedo del pene porque…” no sólo es resistencia. Es legítimo porque pensar
poder nombrar el objeto del deseo – no ese que lo tienta con su engaño, sino el
objeto realmente en causa – es una ilusión. ¿Cuál es entonces ese objeto?
Este objeto no puede ser el órgano peniano, aún si puede producir ganas. No
es tampoco el falo, término por el cual designamos el símbolo que a partir de
la asunción de la diferencia de los sexos, regenta la libido de cada cual, según
su sexo. La tendencia neurótica siendo la de buscar ser el falo, más que de
tenerlo o recibirlo.
Ser el falo, es imaginariamente hacerse el objeto imaginario que le falta a la
madre. Es asegurarse su amor imaginándose colmarla. El propio Lacan
propuso, un tiempo, un tipo de interpretación que mostraba al sujeto, a partir
de esta dialéctica del ser y el tener, la pasión del neurótico de ser el falo que
falta al Otro. Ella conserva toda su pertinencia para una ubicación clínica, pero
propuesta como saber del analista sobre el ser del sujeto, ella puede más bien
coagular al sujeto en esa posición.
Así mismo, mostrar al sujeto neurótico que en esta posición él va a ser
llevado a confundir su deseo con la demanda del Otro o a la inversa, desear
que el Otro lo demande, puede tener un efecto de revelación. Sin embargo, es
bien difícil procurarle ese servicio sobre un modo que no tropiece con el yo
(moi), el cual queriendo “comprender”, no busca en efecto sino neutralizar el
deseo que lo angustia.
Al menos Lacan nos propone una importante rectificación de nuestra idea
del deseo, el cual es menos el deseo consciente de tener tal o cual objeto del
mundo que la “falta en ser” del sujeto del que testimonia. Si el sujeto humano
es un ser de deseo, esto quiere decir sobre todo que es un ser a quien el ser
falta. La idea misma de “tener un ser” es una ilusión producida por el
lenguaje. Claro está, el sujeto cree asegurarse de un yo (moi) que encuentra
69
ante su espejo. Pero no atrapa entonces de ese yo (moi) sino imágenes más o
menos valorizadas. Esta imagen o aquella de sus semejantes suscitan una
pasión bien comprensible. Muchas psicoterapias se proponen por lo demás
reforzar la estima de sí. Esta dimensión debe tomarse en cuenta en el análisis
pero no está ahí el propósito de la interpretación.
Puesto que esta imagen amada (o detestada) enmascara de hecho el objeto
del deseo que no es el del amor. “Normalmente” el sujeto hace la hipótesis
inconsciente que el deseo de la madre es sexual y encuentra ahí el símbolo en
el falo. Los dibujos de los niños no dejan duda al respecto. Sin embargo, si el
falo es el significante del goce sexual, él no es lo que causa el deseo del sujeto.
70
En fin, la condición para que esos objetos sirvan de soporte al ser en falta del
sujeto, es que estén “separados del cuerpo”. Puesto que el sujeto no es un
cuerpo, él ex–siste a (se mantiene fuera de) su cuerpo, lo que le permite pensar
que tiene un cuerpo. Es en tanto separables del cuerpo que esos objetos tienen
relación con la castración, que ellos se vuelven “fálicos”.
Si Lacan designa a esos objetos con una letra: a, es para mostrar que ellos
son irreducibles a una idea o a un significante. En esta función de objeto a,
estos objetos se vuelven puramente negativos impidiendo toda totalización del
ser. Son como las “reservas” del sujeto, reserva en el sentido de un lugar de
preservación de la existencia. Estos objetos lo preservan en efecto, tanto de
una totalización del sentido como de un colmar de goce, que el uno como el
otro, lo aniquilarían. Ellos no funcionan como garantía de la existencia del
sujeto sino en tanto escapan al dominio narcisista, a la utilidad. Son sagrados
(en el sentido etimológico de separados) pero no religiosos pues no entregan
ningún sentido. Insistamos sobre ese punto puesto que precisa en qué el
psicoanálisis se distingue de toda psicoterapia o de toda disciplina que
pretenda el logro imaginario de un ser.
En fin, digamos que es solamente en la neurosis que este objeto a ha tomado
esta función de temperar las relaciones del sujeto con el significante gracias a
una construcción inconsciente que el psicoanálisis llama fantasma. Hay que
elucidar esta escena hipotética, escribe Lacan ($<>a) y las diversa posiciones
que el sujeto puede ocupar ahí, que va a sostener la interpretación a través de
la escritura que ella produce.
B.V.
71
17
EXTENSION DEL CAMPO DE LA
INTERPRETACION
II
72
lo que permite la función del Otro en el recelar del código, siendo que a
propósito de él aparece el elemento faltante”. (2)
Subrayemos primero ese “algo” (y no “alguna palabra”) que “de repente”
(sorpresa) viene a introducirse en vez del “elemento faltante”. Este elemento
faltante es sin duda aquel que hace del síntoma su enigma, pero es ilusorio
creer que alguna significación producida por la interpretación, por más útil
que sea, pueda colmar la falta, tampoco contingente esta vez, sino aquella,
estructural, del código del lenguaje. Esta falta corresponde en la elaboración
freudiana a la represión originaria (3), invencible, del representante de la
pulsión, aquel “que atrae a sí las represiones propiamente dichas”. Es aquí
para nosotros, en ese lugar de la falta, que el objeto a funciona como causa de
deseo.
73
Algún tiempo después, comentando un libro que le había interesado mucho,
él se daba cuenta entonces que no había tenido ninguna dificultad en leerlo. Si
suponemos que el alivio en dos tiempos de ese síntoma resulta adquirido, ¿a
qué podemos atribuirlo? Retomo aquí con gusto las palabras de Christiane
Lacôte-Destribas: “La distancia entre dos significantes que radicaliza el
campo del psicoanálisis, debe incluir esta dimensión de la contingencia, esta
escansión azarosa, retomada y continuada, que hace que una inscripción
posible se haga realmente”. El azar, en este caso y entre muchas otras sobre-
determinaciones, me habían llevado a releer el Seminario de Lacan La
angustia, en el cual él habla al respecto como de un fenómeno de borde, ese
borde que separa el goce fálico del narcisismo, y que habrá sido vulgarizado
bajo el nombre de castración. Sin ninguna duda el zanjar de ese borde parece
mal asegurado en la neurosis obsesiva, cuyo imaginario se alimenta con gusto
de fortalezas forzadas por todas partes. Todo sucede ahí como si el acto
originario del sujeto diera lugar a una duda sobre su efectuación, el objeto
amenazando en permanencia infiltrarse para contaminar la cadena
significante. El borde evocado juega sin duda de una cierta ambigüedad
imaginaria: zanjamiento que angustia, zanjado que protege, pero esta
ambigüedad es más bien paralizante. La intervención no actúa sobre una
equivocidad vocal. La sorpresa que produce es del orden de lo espacial. Ella
parece en todo caso haber vencido una vieja sugestión imaginaria y tal vez
inscribe un borde más real para contener el goce; el futuro lo dirá.
En todo caso hay que suponer que una intervención que pudo suprimir un
síntoma encontrará ahí su (o una) puerta de entrada. Un logro tal no modifica
sin embargo, en nada la estructura. Ella habrá solamente reducido el poder de
goce invasivo de una significación en el funcionamiento de una función (aquí
la lectura).
La sorpresa es en este ejemplo, como siempre, una condición esencial. Un
“soltar” está sin duda alguna favorecido por la sorpresa, esa del analizante
pero también la del analista. Sorprender no puede sin embargo justificar
cualquier maniobra.
74
Entre las que yo utilizo algunas juegan sobre el lugar del sujeto: por ejemplo,
recordar al soñante que ve en un sueño la confirmación de la maldad de un
pariente, que no obstante no es ese pariente el que ha tenido ese sueño;
también descubrir un anhelo desconocido del sujeto detrás de un personaje
inesperado en el sueño.
Me parece más fecundo y más conforme a la ética analítica dejar al
analizante la responsabilidad del sentido por dar a una ambigüedad del sueño,
anotando sin embargo, que su elección tiene consecuencia.
Una intervención puede consistir también en confirmar – para su sorpresa –
una palabra que un analizante trae suponiendo creerla falsa o exagerada (cf.
Artículo de Freud sobre la negación), etc. Aquí todo es asunto de tacto y
tempo.
El estatuto de otras intervenciones parece desbordar más el campo de la
interpretación, en el sentido de que no se trata ya de desciframiento
propiamente. No se trata tampoco de la introducción del “paciente a una
primera ubicación de su posición en el real” (4) necesario al comienzo de la
cura, sino de intervenciones durante la cura que pueden parecer necesarias.
Eso puede ser lo que Christiane Lacôte-Destribas evocaba: “Momentos de
apoyo, momentos en los que no hay que soltar nada de la palabra, momentos
de frente a frente, momentos de acompañamiento de ciertos aspectos de la
realidad de la vida y de las decisiones que derivan de ello”. Puede ser el
rechazo a continuar el análisis, hasta que el analizante no haya tomado una
decisión respecto a un comportamiento que lo vuelve inoperante.
Entre estos cambios de la actitud esperada del analista, Lacan ha evocado,
para evitar el escollo de una transferencia interminable pues fundada sobre un
padre muerto “o lo que viene a ser lo mismo, perfectamente amo de su deseo
[…] una vacilación calculada de la “neutralidad” del analista […] con el
riesgo de la alarma que resulta de ello. Claro está a condición que este
alarmarse no produzca la ruptura y que la continuación convenza al sujeto que
el deseo del analista no estaba para nada en juego”. Lacan precisa felizmente
que no se trata para nada de un consejo técnico sino “una mirada abierta sobre
la cuestión del deseo del analista (5)…”
75
De todos modos el analista no podrá protegerse, en caso de acting-out u otro
accidente de la cura, detrás de la coartada de haber seguido un protocolo,
incluso el consejo dado por un supervisor, pues es aquí que toma toda su
fuerza esta frase de Lacan que, sin duda por malas razones, ha hecho
escándalo, enunciando que “el analista no se autoriza sino de sí mismo”.
Puesto que esto no significa de ninguna manera que cualquiera pueda
pretender decirse analista, sino solamente que si él es analista su acto le
vuelve.
Detengamos aquí este inventario que contradiría nuestras palabras de
introducción al acto analítico en su necesaria invención y su relativo no-
control. Si el precio a pagar por la interpretación no es el mismo para el
analizante hundido en su síntoma y para el analista que acepta dirigir la cura,
atañe a fin de cuentas a la incidencia del real “que desborda” las seguridades
de cualquier verdad. B.V.
18
¿QUÉ DESTINO PARA EL FANTASMA
EN LA CURA?
El capítulo anterior nos llevó hasta la pregunta del fantasma, esa relación del
sujeto con el objeto que causa su deseo y que Lacan escribe ($<>a). Ésta nos
conducirá a su vez a abordar más allá de la “mitad del partido”, el “final del
partido” ¿Cómo se termina un análisis?
Reconozcamos primero que esta pregunta recibe frecuentemente una
respuesta “de hecho”, una respuesta puramente práctica. Un día el analizante,
eventualmente satisfecho de la mejoría que le ha aportado la cura, anuncia que
él prefiere interrumpirla. Bastante a menudo el analista no tiene ninguna razón
para oponerse a ello. Y sin embargo él puede al mismo tiempo conservar la
idea que este análisis particular no ha ido realmente hasta su término. ¿Qué
76
idea se hace él entonces de lo que podría constituir un verdadero fin (¿una
finalidad?) de la cura, independientemente de lo que será su término?
Pero antes que nada ¿hay alguna utilidad en rebuscar lo que “debería ser” un
fin de la cura, arriesgando tener una representación idealizada, muy alejada de
lo que constituye la mayoría de los fines de curas reales? Podemos pensar que
si, si se trata no precisamente de un ideal, sino de una representación, de una
concepción que permite al analista orientarse en su trabajo. ¿Cómo dirigir una
cura si no sabemos lo que esperamos de ella?
LA PERSPECTIVA FREUDIANA
77
El fantasma, para el psicoanálisis, presenta a la vez una faz consciente y una
inconsciente. Bernard Vandermersch, en el capítulo anterior, pone más bien el
acento en la dimensión inconsciente, puesto que el Ersatz de ser que el
fantasma aporta al sujeto, éste no tiene ninguna consciencia de ello. Pero yo
tomaré las cosas por otro lado. En efecto, el fantasma tiene tal presencia en la
vida del sujeto, que éste no puede sino percibir, hasta cierto punto, el modo en
que éste insiste y se repite. Él lo percibe tal vez mejor aún hoy puesto que una
suerte de debilitamiento de la represión vuelve más aceptables aún los
fantasmas sexuales que ayer no tenían derecho a capítulo (se pudo hablar al
respecto, a propósito del mundo contemporáneo, de una suerte de perversión
simple). Entonces ¿qué querría decir “atravesamiento del fantasma” si el
sujeto circula más fácilmente sobre las avenidas que éste le abre? Y ¿Cómo
concebir la manera en que una intervención analítica puede esclarecer lo que
parece ya, bastante frecuentemente, mostrarse a plena luz?
Pienso aquí dos ejemplos sacados de mi práctica. El primero muestra
simplemente que una cosa al menos parece simplemente permanecer difícil
para el sujeto. Es percibir de qué manera puede situarse, en su relación con el
otro en tanto que éste está organizado por el fantasma, en una posición de
objeto. Se trata de una mujer bastante joven que está invitada a una actuación
de una de sus amigas mayores y de quien ella por lo general aprecia el trabajo.
Sin embargo, ésta vez la actuación no la convence. Ella piensa sin embargo,
deber prohibirse el decírselo. ¡Ella no va a “joderla”! Sin embargo, cuando se
cruza con ella, no puede impedirse hacerle, en un tono desagradable críticas
marcadas. ¿Qué podría explicar, se pregunta ella en su sesión al otro día, que
me haya comportado así? No deja de tener interés el hacerle escuchar que más
que de “ella”, se trataba en este caso de otra cosa. De lo que ella devenía como
objeto para el otro: un objeto generalmente rechazado, un desecho al que ella
venía a identificarse – el contexto permite asegurarse de ello-.
El segundo ejemplo es el de un hombre cuya sexualidad se organiza, muy
claramente, en un registro masoquista (aún si él no es realmente un
“perverso”). Él puede hasta revelar las etapas de ese masoquismo. ¿La cura no
le aportará nada al respecto? ¿Debemos decidirnos a tomarlo por perverso? (2)
y recordar que el sujeto perverso está demasiado seguro de su deseo y de su
goce para salir verdaderamente de la configuración en la que estaba instalado
78
– salida que constituye la condición mínima, parece, para que se pueda hablar
de “atravesamiento del fantasma”? De hecho, en este caso preciso, la cura
permitió un avance no despreciable. Paralelamente a su fantasma sexual, este
hombre se ponía en situaciones donde estaba en reales dificultades. Cuando
llegó a percibir que era esta dimensión cotidiana de su vida la que mantenía
escondida la dimensión inconsciente de su fantasma, cuando se dio cuenta que
era masoquista ahí donde pensaba no serlo, un alivio surgió y él pudo
encontrarse menos tomado en una compulsión de repetición inconsciente.
Este último ejemplo puede por lo demás traer algunas reflexiones
suplementarias. Primero que nada, el fantasma sexual funciona para este
sujeto – que de hecho es un neurótico – a condición solamente que él pueda
creer que hay una verdad del goce, masoquista en este caso. Pero no ve que a,
aquí como para todo neurótico, es de un cierto modo, postizo. La voz a la que
ama someterse cuando le ordena alguna práctica humillante no es nada (o poca
cosa) en relación al verdadero amo que somete su vida. Y es de este amo de
quien deberá deshacerse. El “atravesamiento del fantasma” ¿no se situaría de
ese lado?
Podemos decirlo de otro modo. Podría ser que atravesar el fantasma sea
simplemente ubicar, más allá del objeto que en diversos lugares causa el
deseo, la castración que este objeto recubre. Castración que se sostiene aquí de
hecho que, a falta de lazo entre su fantasma sexual y su vida cotidiana, este
hombre es en realidad un extraviado. Como cada cual por lo demás, y está
bien ser un poco menos extraviado, de eso se trata en el análisis.
R.C.
79
19
¿QUÉ DEVIENE LA CREENCIA EN UNA CURA?
“Yo sé bien, pero sin embargo…” Éste es el motivo que se repite a menudo en
las curas que nosotros dirigimos. Un célebre capítulo de O. Mannoni (1)
comenta esta frase en relación a la negación de la realidad, lo que Freud
nombraba la Verleugnung. Sin embargo, no nos limitaremos a nombrar aquí
alguna resistencia, puesto que sobre todo hay que saber de qué está hecha, y
ella es a menudo polimorfa. La denegación, Verneinung, por la cual el
paciente de Freud afirma que en la persona de su sueño no se trata de su
madre, no significa automáticamente que se trataría de ella y no abre entonces
necesariamente sobre una proposición del mismo nivel, opuesto y simétrico.
Guardemos en mente que una interpretación no tiene efecto sino a posteriori,
cuando se abrocha una secuencia de significantes, a veces bastante larga y que
se fortalece del espesor de los equívocos. La vehemencia del discurso de un
analizante puede alertarnos, ciertamente, pero no puede conducirnos a
80
esquematizar la relación de un sujeto a lo que llamaríamos, por lo demás un
poco demasiado globalmente, su verdad inconsciente.
Cuando Lacan retoma, con el comentario de Jean Hippolyte, la noción
freudiana de Verneinung con la ayuda de la noción hegeliana de Aufhebung,
no retoma la dialéctica de la Fenomenología del Espíritu: si en los procesos de
represión, donde un saber se sabe sin ser admitido, la herramienta dialéctica
por la cual la negatividad permite pasar a otra cosa, a otro nivel, puede parecer
esclarecedora, no conduce para nosotros a un saber absoluto pero devela, en el
campo del psicoanálisis, los “avatares de una falta” (2)
Es esta falta la que hace que no seamos transparentes a nosotros mismos y
que el análisis no nos conduzca a la transparencia. En efecto, la transparencia
“invoca” la mirada y este lazo original al campo escópico inhibe o falsea toda
empresa de desciframiento.
81
tenemos más bien que vérnosla con anudamientos de letras y significantes que
determinan nuestros recuerdos, nuestros hábitos, nuestro cuerpo, nuestros
saberes, en breve, nuestra vida. Al aprender en una cura que eso está inscrito
como un saber ¿qué hacemos? Una reescritura ¿es posible? Reformularemos
entonces de otro modo la fórmula de O. Mannoni: yo sé bien que eso está
inscrito, pero entonces ¿qué puedo decir y hacer? Porque me importa, mi goce
mezclado de síntomas es mío, lo quiero, hasta hace parte de mi identidad, en
todo caso de mi “persona”. ¿Qué lugar debe entonces tener el psicoanalista
ante eso que se coagula tan rápido en identidad?
“No quiero ir más allá en este trabajo puesto que no quiero divorciarme”
“No quiero continuar, puesto que temo perder mi fe en Dios. No quiero
continuar, esto basta. Me las arreglo bastante bien ahora y ya sé suficiente”.
Estas frases las escuchamos a menudo en un punto bisagra que podría a
menudo profundizar el trabajo. Ahora bien, ese punto bisagra no es siempre
aquel de una decisión por tomar o no. Eso no quiere decir que no tomemos
decisiones importantes en el curso de una cura, pero no son siempre aquellas
que uno “imagina” ni eso que arriesga precipitarse en el momento de la
experiencia del obstáculo.
Sin embargo, el momento en que el obstáculo es sentido, es a menudo aquel
donde nuestras creencias afluyen y proponen, con una evidencia seductora,
soluciones masivas y que parecen ciertas. ¡Qué reconfortante sería encontrar
en el Otro otra cosa que el lugar de los significantes, pero qué trascendencia
los reuniría en verdad y sin mentira, y me acogería en su tradición o en su
gracia! Esta creencia, enraizada a menudo en la nostalgia de un materno total
¿sería ella entonces un refugio?
A veces, la dificultad parece tan grande que hay como una tentación de
pensarla sobre el modo de la decepción y del actuar por cualquier ruptura.
Ahora bien, antes de precipitar las decisiones que podrían ser tomadas
enseguida y diferentemente, se trata sin duda de pensar que una creencia
jamás es absoluta ni masiva.
82
Tomemos la ocasión de reflexionar en el caso de la paranoia que sin
embargo, obliga el lenguaje a la certeza. Descubrimos la paradoja
sorprendente de una certeza que está fundada sobre una increencia cuyo
estatuto extraño nos permitirá pensar un poco más radicalmente lo que es una
creencia.
El Unglauben, la increencia del Presidente Schreber, célebre caso descrito
por Freud, es más radicalmente otro que el rechazo de creer, deshace la
oposición simétrica entre creer y no creer y nos abre un campo de
investigación más rico y más nuevo.
Lacan en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (4), se
interroga sobre el intervalo entre los significantes S1 y S2 a través de los
cuales un sujeto se representa como significante para otro significante.
Cuando este intervalo que permite la sustitución no es posible, por todo tipo
de razones, por ejemplo en el caso de una psicosis, se produce una solidez,
una toma en masa de la cadena significante. Esta toma en masa que Lacan
ubica como holofrase, a veces es, dice él: “lo que prohíbe esta apertura
dialéctica que se manifiesta en el fenómeno de la creencia. Al fondo de la
paranoia, de la propia paranoia que nos aparece sin embargo toda animada de
creencia, en el fondo reina ese fenómeno del Unglauben que no es el no creer,
sino la ausencia de uno de los términos de la creencia, de este lugar donde se
designa la división del sujeto”. El rodeo que hacemos con Lacan a través de lo
que designa en la psicosis de Schreber el Unglauben, nos permite inscribir la
creencia como algo de coextendido a la división subjetiva, hasta necesaria,
para plantear más allá de la pregunta de la verdad, de la falsedad y de la duda,
la pregunta del sentido. Lacan continúa así en el mismo texto: “Si en efecto él
no es creencia, cualquiera sea, si podemos decir, plena y entera, es que no es
creencia que suponga en su fondo que la dimensión última que ella deba
revelar es estrictamente correlativa del momento en que es su sentido el que
va a desvanecerse”.
La creencia inscrita en el núcleo de la operación de la división subjetiva, es
decir en el corazón de la sustitución entre los significantes que hacen vacilar
todo sentido otro que el que se produce del orden de la metáfora, está
despojada de su contenido representativo de origen. No revela sino el
83
momento en que su sentido va a desvanecerse a través de la sustitución misma
que se juega entre S1 y S2.
No se trata aquí de un punto último de la teología negativa, puesto que no
atañe a un ser indecible a los ojos del cual el lenguaje sería, a pesar de los
oxímoros, impotente. Esta posición que sostiene el riesgo del sentido por la
metáfora del sujeto, es decir por la sustitución entre los significantes en la
cadena, limpia la creencia de su contenido representativo y del goce que le da
a menudo su seducción convincente.
Podríamos decir que al final de una cura el analizante admite que no hay
alguien en el Otro que lo acogería y lo bendeciría. Podríamos decir también
que hay ahí un rechazo audaz de creer en una trascendencia, en un Dios
refugio que garantizaría mi persona y que daría una medida a una búsqueda de
verdad o incluso de sentido. Pero este rechazo puede hacerse de múltiples
maneras y por toda clase de razones y conminaciones. Lo que buscamos, es lo
que puede inscribir esta decisión de no recurrir a un Otro trascendente en el
curso de un análisis, es decir, poner la dimensión del Otro en el errar de la
metáfora del sujeto. Este errar designa lo sin medida de la distancia entre
significantes, como lo muestra la aproximación de significantes alejados uno
de otro en el uso común en la producción de un efecto de sentido poético.
Observemos sobre ese punto que la poesía es lo que vuelve a poner toda
creencia al desvanecimiento temporal de su sentido, para que aparezca el
efecto real de sentido. En este punto, la creencia no se mide con lo que
llamamos la realidad, esta realidad enmarcada por el fantasma como lo
experimenta el psicoanálisis. Ella atañe a las condiciones de posibilidad de la
producción de sentido. De Dios (Dieu) pasamos, según los términos de
Lacan, al “Diocir” (Dieur) y al decir.
Cuando leemos la imposibilidad de creer en Schreber, nos enteramos que la
creencia no es una forma aparte de pensamiento humano, sino que está en el
núcleo de la división subjetiva que plantea, no en la eternidad, sino paso a
paso y en el a posteriori, los efectos reales de sentido. La posición de fin de
análisis no recae sobre creer o no creer en tal o cual significación, ella no
84
consiste en que los analizantes se obliguen a renunciar a tal o cual nostalgia
divina. Ella está más allá de la conminación, ella inscribe un decir a posteriori,
después que la anticipación de un sentido posible ha sido sostenida por el
crédito hecho a la palabra escuchable por otro. Esta posición insiste entonces
radicalmente sobre el lugar necesario donde se sitúa la creencia y que hace
que ella no pueda, así situada en el movimiento real de la división subjetiva,
ser toda.
Ch. L.-D.
III
EL ANALISTA EN CUESTIÓN
20
Responsabilidad del analista
86
reprimidos, destaca, en este artículo, que en muchos sujetos en análisis las vías
hacia la rememoración parecen particularmente obstruidas: la represión se
traduce, en efecto, en la cura por resistencias en el trabajo analítico, que en
ciertos casos impiden toda rememoración. Entonces ¿Cómo procederá el
análisis?
Lo que Freud indica entonces, es que el sujeto que no puede acordarse
más, repite en el comportamiento actual, lo que ha “olvidado”. El paciente no
recuerda haberse sentido, en el curso de sus investigaciones infantiles de orden
sexual, desesperado y desconcertado, y puesto que no se acuerda de ello, lo
expresa de otra manera. Dice y experimenta que no sabe cómo avanzar en su
cura, se queja de estar privado de apoyo. No se puede entonces, en un primer
momento, más que analizar lo que se repite. Pero para Freud ello no tiene
valor si no permite, al final de cuentas, volver a poner en marcha el proceso de
rememoración. Sobre lo que trabaja fundamentalmente el análisis, es la
rememoración.
Ferenczi toma las cosas de un modo completamente diferente. Si la
rememoración se define como algo que aporta un “saber” sobre las
determinaciones inconscientes de un síntoma, Ferenczi estima, por su parte,
que ningún saber que quisiera explicar un síntoma ha desanudado alguna vez
un proceso patógeno. Éste, en el fondo, no puede sino repetirse en la cura, en
el marco de la trasferencia y es sólo entonces que puede ser eficazmente
analizado. Así, el análisis de lo que se repite no es un peor es nada, sino que
constituye lo esencial del trabajo analítico.
Ferenczi va más lejos. Para él, las mociones pulsionales, reprimidas
desde el origen, no pueden volver jamás bajo la forma de recuerdos, sino bajo
forma de actos. Digamos, para retomar el ejemplo freudiano, que una
formulación del analizante del tipo “estoy privado de apoyo” constituye un
acto. Y como este acto se hace en la transferencia, el análisis de la
transferencia permite hacer sentir, intensamente la primera vez, estas
mociones de deseo por así decir castradas en la infancia, que en el
inconsciente aspiran siempre a su realización.
Hay entonces una nueva idea. El inconsciente en Ferenczi como en
Lacan, es no-realizado. No está constituido por deseos que se habrían
expresado plenamente en la infancia antes de ser reprimidos. No es sino en la
cura, de alguna manera, que el inconsciente se constituye plenamente en el
87
tiempo mismo en el que se devela. Pero se concibe entonces que eso da al
analista una responsabilidad muy grande. Mucho más grande que si se tratase
solamente de entregar las condiciones para que el analizante pueda entregar en
sí mismo un stock de significantes que constituirían el inconsciente.
El analista debe así, aceptar que lo esencial venga a jugarse en la cura
misma, bajo forma de repetición. Pero es necesario agregar: bajo la forma de
repetición de lo que jamás ha tenido lugar. Puesto que, para Ferenczi, lo que
se repite, es lo que no ha sido experimentado verdaderamente, hay al
comienzo, no un deseo identificable, sino que algo radicalmente perdido.
¿Cómo integro este tipo de ideas a mi práctica analítica? Diré que estas
tesis de Ferenczi me permiten consentir, a cada momento, la idea de que lo
que llamamos inconsciente no encuentra su verdadera consistencia sino en la
cura. Esta idea podría plantearme problemas, y un número de analistas la
rechazarían, para evitar, sin duda, pensar que son responsables al punto de lo
que puede tomar forma en el trabajo analítico. Por mi parte, lo encuentro
esencial.
Para no quedarme demasiado en lo abstracto, ilustraré lo que digo
refiriéndome a un corto fragmento de un caso. Se trata de un hombre que se
encuentra en una situación conyugal difícil, con una esposa que es fría a todas
luces, y que además no cesa de criticarlo. Sin resolverse a dejarla, no obstante,
se refugia en el alcohol. En una de las sesiones se queja de que parece no
interesar a su analista. Pero ocurre que en la misma sesión, hablando de su
gusto por la bebida, describiendo la sensación que le causa el escurrir del
líquido en su garganta, señala que nunca supo si su madre lo había
amamantado. En realidad, eso, es lo que quiere decir, pero hace un lapsus.
“Nunca supe –dice él- si he amamantado a mi madre”.
No intervengo, por lo demás, sobre este lapsus. Pero este analizante
vuelve a la cuestión del alcohol. Evoca el hecho de que en otro periodo de su
vida, cortejando tímidamente a una joven muchacha que le atraía, no
encontraba nada mejor que contarle, en las cartas que le escribía, las tardes
muy alcoholizadas que pasaba con sus amigos. Rápidamente, la muchacha
tuvo suficiente de eso y rompió todo vínculo. Es entonces que digo a mi
88
analizante: “En suma, usted la ha embriagado (‘soulait’ = aburrido) con sus
relatos de tomadera.”
El lector que no tiene idea alguna de los mecanismos de la cura se
sorprenderá, quizás, de lo que sigue. Pero, hay que decir que tal intervención
viene a anudar varias líneas asociativas: aquella que concierne al alcohol, o
más generalmente la bebida: aquella que remite a la cuestión de la seducción;
aquella que concierne a la madre, y a la cual sólo hago alusión aquí; y al final
lo que remite a la cuestión de saber si le interesa a su analista. “¿Acaso
intereso a mi analista o lo embriago?”. (Aburro)
Esta pregunta ¿Se articula con el tema de la seducción? Ello relanzaría
la interrogación de este hombre sobre el hecho que podría ser
inconscientemente homosexual. Pero lo que le viene más bien, es una cuestión
sobre la atención que le entregaba o negaba su padre. Me parece entonces que
lo que viene al frente de la escena, es precisamente una demanda de amor
dirigida al padre, que había quedado hasta un cierto punto inédita. Es sólo el
compromiso del analista lo que ha venido a ligar estas diversas líneas
asociativas, sin temer provocar el cuestionamiento de la transferencia misma,
lo que le permite por primera vez hacer advenir lo que no había podido jamás
ser experimentado como tal.
¿Todo ello no volvería necesario interrogarse por los procesos psíquicos
del analista mismo?
R.C.
21
La responsabilidad del analista en el psicoanálisis de niños
¿Hay alguna especificidad del análisis de niños en relación al análisis de
adultos? Lo que nos importa es sostener una cura de niño, incluso si toma
modalidades diferentes, no compete menos al psicoanálisis que la de los
adultos. Se trata siempre de palabra y de la relación que el pequeño sujeto
mantiene con ésta. El famoso diván en el que se recuestan los adultos, pero
también a veces ciertos niños, no está ahí más que para liberar la palabra del
intercambio de las miradas. El resto es accesorio. Un niño sabe, por lo demás,
89
sabe muy bien, hablarnos, cuando lo quiere, detrás de algún mueble que lo
esconde de nuestra vista.
¿Hablaremos de los famosos juegos o dibujos que proponen los
psicoanalistas de niños, a veces antes que el pequeño haya podido abrir la
boca? Algunos les tienden demasiado rápido los lápices, plumones, o figuras
de Lego. Allí, comienza una cierta responsabilidad del analista en la medida
en que un niño va a plegarse a lo que él cree que uno le pide, como en la
escuela donde en diferentes lugares o momentos en los que se emplean
aquellos que llamamos, de terrible manera, ¡Animadores! Es todo un
programa de hecho, y si los niños están demasiado animados por ellos
mismos, son etiquetados como hiperactivos… Los psicoanalistas, sin
embargo, parecen no creer demasiado en la oposición entre el alma animante y
el cuerpo, e incluso la critican, puesto que esta posición resurge en todas
partes alrededor de ellos, a pesar de todas las denegaciones sobre lo religioso.
Ahora bien, su posición marca, por el contrario, que están en dificultades con
lo que puede decir, de él y de los otros, un pequeño sujeto. Y ello en una
perspectiva, por lo demás, que no es la de una psicogénesis con enumeración
de estadios y, por consecuencia, de normas a conseguir.
UN PEQUEÑO TOPÓLOGO
90
benevolencia y de confianza intercambiadas. Tomó entonces la hoja de papel
rayada, y sobre uno de los bordes aplicó una de las extremidades de una
pequeña cinta de scotch que encontró en mi mesa, la torció devolviéndola y la
puso al lado de la otra sobre el mismo borde, lentamente, silenciosamente, con
cierta meticulosidad y con esta delicadeza que vemos en los niños pequeños.
Tomando el pelo de la lacaniana que pretendo ser, la torsión moebiana estaba
allí. Manifestaba que el tiempo no era más esta carrera desenfrenada de
instantes completos, sino que encontraba sus límites en una torsión que volvía
sobre el mismo borde. Una nueva relación al tiempo estaba entonces, quizás,
haciéndose. Le agradecí diciéndole que era un verdadero hallazgo, un hallazgo
sólo de él, en mi presencia (1), y que íbamos a continuar hablando. Partió,
tranquilo, grave y contento.
91
y lo imaginario le sean subordinados y puestos en un justo lugar. Esto no
quiere decir que el compromiso del psicoanalista no sea intenso, sino que esté
despejado de desbordes de amor maternal y de sus goces diversos. Nos
mofamos de Freud cuando afirma el valor fálico del hijo para una mujer
afligida por el penisneid. Por lo demás, clamamos hoy, ¿Qué valor atribuir a
este penisneid puesto que viene de este patriarcado en desuso, y que los sexos,
al ser iguales en derecho, apuntan a una diferencia forjada sólo por la
tradición? Nos olvidamos a menudo, a causa de una fascinación militante por
el imaginario fálico, lo que está en juego en lo simbólico de este valor fálico
del pequeño, niño o niña, valor que es sobre todo la promesa de un sentido
para el lenguaje, cuando le hablamos. En lugar de ello prometemos el amor,
esta palabra polivalente que abarca todo, lo que esté en juego de religión, de
hacer-valer narcisista, de posesión, de abrazos y, sobre todo, de goce
ilimitado. ¿Dónde pueden, entonces, ubicarse las interdicciones y las
frustraciones en tal baño de amor?
92
decir, de lanzarse en lo que la frase tiene de incierto. Ella no lanza más que la
voz…” (4)
93
placer compartido de tal o cual hallazgo. Pero lo que me parece más
importante, es no detenerse en este hallazgo –la famosa “palabra de niño”- y
permitir al niño integrar sus propias palabras en el movimiento de la
anticipación y del a posteriori que lo ha producido y que puede continuar. El
goce del analista, entonces, cesa de pesar indebidamente, simplemente cesa
por sí mismo por lo demás, sin necesidad de mandatos. Se borra y se
interrumpe en un momento, luego de haber producido el tiempo en el que el
pequeño habrá podido retomar el curso de su palabra.
Ch. L.-D.
22
Lo que se autoriza el analista
No se trata aquí de “libertades” que puede o debe tomar el analista en
relación a una técnica que estaría codificada. Sabemos que, si hay invariantes
en la manera de proceder, como la regla de la asociación llamada libre, o
aquella de no responder en general a las demandas del analizante, la práctica
del analista se mantiene abierta y guiada por aquello a lo que apunta: que haya
análisis y que éste pueda llegar a su término- si el analizante está de acuerdo.
La cuestión del fin de análisis será contemplada posteriormente.
Evocaré aquí, más bien, lo que se autoriza el analista del punto de vista
de las satisfacciones que se permite o no durante la cura. Estaríamos tentados
de responder rápidamente que la regla de abstinencia dada al analizante se
aplica también al analista. Y para venir de inmediato a lo que más interesa “al
gran público”, digamos que el progreso de la cura se acomoda difícilmente
94
con satisfacciones sexuales tomadas en común. El asunto ha sido tratado por
Freud (1): entonces es necesario elegir.
Hay placer en ejercer este oficio. No hay lugar, por ejemplo, para pasar
por alto el placer del hallazgo (el suyo o del analizante), con la condición de
que se evacue mediante la palabra. Pero hay en la cura otras formas de
satisfacción o, al contrario, momentos penosos. Tomaremos uno y otro, ya que
se trata aquí más generalmente de la cuestión del goce del analista, goce en el
sentido lacaniano de un más allá del placer: se puede gozar también en el
sufrimiento.
Viejos analistas han evocado más o menos directamente estas
preguntas, muy a menudo bajo la rúbrica de la “contratransferencia”.
Entendemos por ello “el conjunto de reacciones afectivas conscientes o
inconscientes del analista hacia su paciente”(2). Ha habido una literatura
abundante sobre esta cuestión, particularmente en la lengua inglesa, desde los
años 1930 hasta los años 1960 (3).
Todos estos autores reaccionan a la metáfora del analista como un
espejo liso, propuesta por Freud, de la cual denuncian las interpretaciones en
el sentido de un rechazo a experimentar alguna emoción, por el riesgo de
esterilizar el campo analítico. No experimentar ninguna emoción, si fuese el
caso, sería en esta ocasión patológico, no mucho menos negarlas. Se trata más
bien de saber qué hacer con las emociones del analista. Allí, las opiniones
varían.
Hay, con toda evidencia, en Alice Balint, por ejemplo, una simpatía por
la actitud de Ferenczi quien va incluso a recomendar expresar, llegada la
ocasión, sus sentimientos por su paciente, actitud que Paula Heimann no
comparte (nosotros tampoco). Su tesis es otra. Ella observa que “la respuesta
emocional del analista respecto de su paciente, en el encuadre de la situación
analítica, representa una de las herramientas más importantes para su trabajo.
La contratransferencia es un instrumento de investigación al interior del
inconsciente del paciente”.
Pero es Barbara Low” (4) quien planteó, desde 1935, de la manera más
simple, la pregunta por encontrar las compensaciones psicológicas que puede
95
permitirse el analista para superar la privación de la satisfacción (diríamos
más bien su frustración): “Es alrededor de la cuestión de las sublimaciones del
analista que todo gira. […] Parecería que estamos, demasiado a menudo,
apelando a un tipo de sublimación que no puede ser llevada a cabo, y que
quizás exigimos “una sublimación que no sería más que una mascarada en la
medida en que ésta nos aleja del libre acceso al fantasma”.
Lacan ha retomado esta cuestión de la contratransferencia en su
seminario La angustia (lección del 27 de febrero de1963), dándole una
definición bastante diferente: “es contratransferencia todo lo que, de lo que el
psicoanalista recibe en el análisis como significante, y lo reprime”. Convenía
que esta definición “liberase completamente la cuestión de su alcance” en pro
de poner el acento sobre el deseo del analista. Muestra en efecto que esto de lo
que hablaban las analistas mujeres, era de la necesaria implicación del
analista, también como sujeto deseante.
96
difícil de definir simplemente (6) y se mantiene siempre ambigua entre exceso
de desborde pulsional y exceso de repliegue depresivo. Lo más claro es que,
por su intemperancia, el goce no responde ya al principio de placer.
Una toma de goce puede ser desconocida por el analista. Se dice a veces
que el analista debe “soportar la transferencia”. Las palabras son ambiguas:
¿Ser el soporte o soportar la dificultad, incluso el sufrimiento? La última
acepción, cuasi “cristiana”, reintroduciría el goce de modo masoquista.
Consentir en ser desecho del ideal para encarnar esta posición de objeto a para
su analizante no quiere decir tomarse “realmente” por este objeto.
Puede suceder que un analizante logre llevar a un analista escrupuloso a
tolerar un tiempo demasiado largo una conducta intolerable debido a que esta
persona sufre y que después de todo, si el analista ha aceptado tomarlo a
cargo, a él le corresponde pagar el precio. Freud, sobre este punto, era claro:
“hay que rechazar a los enfermos que no poseen un grado suficiente de
educación y cuyo carácter no es suficientemente seguro (7)”. Es también
llevar al análisis y al analista a sus límites.
En conclusión, sobre aquello a lo que puede o debe autorizare el
analista, estaríamos tentados de otorgar mucho al deseo del analista y bien
poco a su goce…, empero, el hecho es que hay también un goce anudado al
deseo. Al final, lo importante es quizás que, si el enganche de la transferencia
reposa a menudo sobre la esperanza del analizante de asegurarse un cierto
control sobre el goce del analista, no pueda pretender, al final de su cura,
confortarse con ello.
B.V.
23
97
Deseo del Otro, deseo del analista
98
¿Hace falta recordar la historia? El rey de Dinamarca, padre de Hamlet,
ha muerto. Su hermano Claudio lo ha reemplazado como rey, y en menos de
dos meses se ha casado con Gertrudis, la viuda de su hermano. El espectro del
rey aparece entonces revelándole al hijo que ha sido asesinado por Claudio.
Le pide vengarlo. Hamlet va a formular el proyecto, pero este proyecto tiene
la más grande dificultad para ser ejecutado. Se puede hablar, en cuanto a él, de
una verdadera inhibición. ¿A qué se debe ésta?
Freud propone allí una explicación “edípica”. ¿Cómo golpeará Hamlet a
su tío siendo que éste ha realizado los deseos reprimidos de su infancia? Ello
equivaldría a golpearse a sí mismo. Tal explicación tiene, por supuesto, su
coherencia, y uno podría encontrar, en la práctica cotidiana, ejemplos que le
harían eco. Lacan, sin embargo, desarrolla, en cuanto a él, un análisis bastante
diferente. Lo que detiene a Hamlet, dice él, no es su deseo inconsciente por su
madre, es el deseo de su madre, el deseo experimentado por su madre hacia
Claudio.
99
partir de esto que uno puede concebir la inhibición que se impone a Hamlet, al
menos en un primer momento.
Vemos aquí dos cosas. Por una parte, si la cuestión del deseo del
analista sólo puede ser llevada a partir de sus desarrollos, es claro que Lacan
no hace de ello un atributo que sería posible de plantear a propósito de la
práctica analítica, y mucho menos a partir de un supuesto “ser analista”. Lo
que constriñe a interrogar el lugar de este deseo, es algo mucho más
fundamental, que tiene que ver con el sujeto como tal.
Es necesario, por lo demás, subrayar que, si el deseo del sujeto se forma
a partir del deseo del Otro, está igualmente inhibido por el deseo del Otro.
Puesto que éste tiene dominio sobre él, a partir del momento en que no es
seguro adaptarse a él, el sujeto “devuelve las armas”. Ahora bien, si el analista
(estando aquí en posición de Otro) evita al máximo intervenir, el sujeto no
puede suponer en él un deseo. La cuestión será entonces, para el analista,
llegar a que de su deseo, que puede ser inhibitorio para el sujeto, se extraiga
para éste un deseo orientado de forma completamente diferente. Un deseo que
le abre, al analizante, la posibilidad de actuar.
¿Cómo es ello posible? Lacan recalcó a menudo que el analista no debía
posicionarse, durante la cura, ni en una posición de saber, ni en una posición
de dominio. Tenemos aquí la verdadera explicación, si de lo que se trata
consiste en no ponerse en una posición que inhibe al sujeto. Lacan, en mi
opinión, insistió en ello cada vez más, y me parece que es esta orientación que
lo condujo un día, bastante tarde en su enseñanza, a decir: “No hay sino una
transferencia, es la del analista”. Esta fórmula podría bastar para resumir este
capítulo. El analizante, lo hemos dicho de entrada, puede recular frente al
saber inconsciente que se revela en su cura. El analista, él, mantiene una
transferencia, ciertamente no sobre el analizante, sino sobre el mismo saber
que, en principio, no cesa de interesarlo. Y es porque el analizante percibe que
el analista está comprometido en la conducción y el mantenimiento de la cura
que el deseo del analista podrá no dejarlo en la inhibición, que podrá reabrirle
la pregunta por el deseo.
No puedo, empero, al término de este capítulo, evitar mostrar hasta qué
punto Lacan podía enunciar de forma paradojal la relación entre la
implicación del analista en la cura de sus analizantes y la posibilidad de un
progreso de ésta.
100
Si el analista no cesa de estar interesado por el saber inconsciente, si es
esta transferencia la que está activa en la cura del analizante, será necesario
reconocer que ésta no se teje sin algunos hilos que provienen del analista
mismo. ¿Hace falta hablar de su saber inconsciente? Más bien de migajas no
generalizables que Lacan cuida, en su seminario sobre El acto psicoanalítico2,
distinguir de lo que sería un saber constituido. “Esto sobre lo que, afirma él, el
psicoanalista actúa, por poco que sea, pero donde actúa propiamente en el
curso de la tarea, es ser capaz de esta injerencia significante que
conformemente hablando no es susceptible de ninguna generalización que
pueda llamarse saber”.
Pero eso no es todo. Este seminario del año 1967-1968, esencial puesto
que trataba sobre el acto analítico, fue interrumpido por los eventos de mayo.
Lacan le dio no obstante una continuación, más breve de lo que hubiera
querido, en una conferencia pronunciada en junio. “Es del fantasma del
psicoanalista, dice él en su conferencia, a saber, de lo que tiene de más opaco,
de más cerrado, de más autista en su palabra, que llega el choque a partir del
cual se descongela la palabra en el analizante3”.
¿Cómo entender esta frase –de la cual es necesario reconocer que no
puede, en un primer momento, más que desconcertar al lector? Si hay
transferencia del analista, si éste se aproxima así a la posición del analizante,
uno no puede evitar pensar que su fantasma es solicitado en su acto. Eso no
quiere decir empero, por supuesto, que el analista está condenado a leer el
deseo del analizante llevándolo a su propio fantasma: su análisis personal le
evita, con mucha frecuencia, tal confusión. En cambio, es sin duda porque el
fantasma del analista no está pura y simplemente anulado, porque queda no
dicho, opaco (¡“autista” dice Lacan!), pero por tanto más presente, que llega a
producir el choque que descongela la palabra del analizante.
R.C.
101
24
¿Y el psicoanalista? ¿Qué cree él? ¿En qué funda su certeza?
102
responder que lo que ha vivido al final de su cura es para él irrefutable.
Ciertamente, pero ello no es sin el socorro de la (las) teoría(s) analítica(s).
103
siempre más de lo que cree. No es, en efecto, en lo que es dicho que el analista
cree, sino que una verdad busca decirse y precisamente, en los recortes de la
palabra: lapsus, o las discontinuidades de la vida ordinaria: actos fallidos, por
ejemplo. Ello no es discutible, pero, al leer las publicaciones analíticas, en las
cuales pululan las citas de los fundadores, parecería que la transferencia del
analista concierne no sólo al saber inconsciente del analizante, sino que
también al saber del o de los fundadores del psicoanálisis. ¿Esta transferencia
no sería entonces “liquidada”?
Se puede ironizar, sin embargo, el asunto amerita ser examinado. No se
trata necesariamente, en este uso de la cita, de la manifestación de una
transferencia no analizada sobre el saber del amo tomado como dogma. Que
Lacan haya nombrado a su escuela, Escuela freudiana, que haya programado
un retorno a Freud no es la expresión de un fundamentalismo. Tampoco es
reductible a un homenaje convenido rendido al Padre del psicoanálisis.
104
nuestra experiencia que hemos puesto en el corazón de la estructura del
inconsciente la hiancia causal, pero el haber encontrado la indicación
enigmática, inexplicada en el texto de Freud, es para nosotros la marca de que
progresamos en el camino de su certeza. Ya que el sujeto de la certeza, en el
momento en el que los detengo, está aquí dividido, la certeza es Freud quien la
tiene2.”
Ahora bien, ¿De dónde viene esta certeza de Freud según Lacan esta
vez? “Le llega de lo que reconoce [en la cura del neurótico], la ley de su
propio deseo, Freud. Él no habría sabido hacerse hacia adelante con esta
apuesta de certeza si no hubiese sido guiado […] por su autoanálisis [a saber]
la localización genial de la ley del deseo suspendida en el Nombre-del-
padre3”.
Mi certeza, habría podido decir Lacan, en tanto reposa sobre la de
Freud, testimonia de mi transferencia hacia él, como sujeto supuesto saber.
Pero más que las afirmaciones de la teoría elaborada por Freud, esta
transferencia concierne a la certeza de que no han sido formuladas sin alguna
imperativa necesidad asociada, en última instancia, al saber inconsciente de
Freud mismo.
Se puede constatar que, con el avance de su investigación, Lacan se
inscribió cada vez menos en el camino de la certeza de Freud, y que es
entonces que se encuentra, él mismo, en una incertidumbre cada vez mayor.
Es sorprendente en los últimos seminarios: “tengo más dificultades para abrir
mi camino4”.
¿Acaso un psicoanalista, que toma a su cargo la singularidad del sujeto
(y la pregunta por su verdad), sujeto que la ciencia excluye para establecer sus
leyes universales, puede fundar su certeza de psicoanalista de un modo
diferente que sobre la certeza de un fundador, Freud o Lacan?
105
¿Es posible ejercer el psicoanálisis sin recordar el apellido del fundador,
“saber en nombre de quién se habla”? Por supuesto que no, puesto que es esa
referencia al apellido la que permite a la teoría psicoanalítica no ser un mito,
situando claramente su enunciación. “No es por accidente que hablo en
nombre de Freud y que otros han de hablar en nombre de aquel que lleva mi
apellido…”
No es por accidente porque está ligado a la estructura de lo simbólico, a
su incompletitud que hace que no haya verdadero sobre lo verdadero. Ahora
bien “no hay otra verdad sobre la verdad para cubrir este punto vivo [esta
incompletitud] sino los nombres propios, el de Freud o el mío6”.
Precisemos: estos nombres tendrían una función bastante irrisoria si el
analista se sirviera de ellos sólo para resguardar su acto, pero encuentran una
función esencial si medimos la necesidad lógica y no teológica. Estos
apellidos pueden no ser más que coberturas púdicas sobre la falla de lo
simbólico, pero pueden también señalar, mediante el llamado del deseo de
Freud o de otros, que hay, bajo su apellido, un agujero in-eliminable. Es este
agujero real en el orden simbólico lo que permite la enunciación y es el deseo
del psicoanalista de no eludirlo, ya que su presencia de analista forma parte
del concepto mismo de inconsciente. Que esta presencia desaparezca y el
inconsciente en el sentido freudiano desaparece con ella.
“Paradojalmente, la diferencia [con la ciencia] que asegura la más
segura subsistencia del campo de Freud, es que el campo freudiano es un
campo que, por su naturaleza, se pierde. Es aquí que la presencia del
psicoanalista es irreductible como testigo de esta pérdida7.”
Esta pérdida- que está en el origen mismo de la idea de causa- hace del
inconsciente una causa a sostener, pero a concebir como una causa perdida. Y,
agrega Lacan, “es la única chance que tendríamos para ganarla8”:
Ello quiere decir que la noción de causa es lógicamente solidaria con la
incompletitud de todo sistema formal (como el lenguaje). Esta incompletitud
está demostrada9 y esta causa es racional, “es una función de lo imposible
sobre la que se funda una certeza10”. No impide que ésta deba ser sostenida,
porque existe una suerte de olvido permanente de la determinación del sujeto
por el lenguaje, demasiado a menudo reducido a un simple medio de
comunicación. Mientras sean escuchados, los nombres de Freud y de Lacan se
defenderán de este olvido
106
Pero para el analista, está el asombro renovado frente a las
manifestaciones del inconsciente, en él como en sus analizantes, que
reaseguran su certeza.
B.V.
25
¿De qué manera un analista continúa su
análisis con sus pacientes?
107
Un paciente a punto de terminar su análisis, o al menos el trabajo conmigo, se
extrañaba de poder resolver bastante fácilmente algunos problemas
relacionales, como se dice, por el solo hecho de no restringir sus hallazgos a
los lugares y tiempos de su venida a mi consulta. Esta observación está lejos
de ser trivial y ella surge después de algunos años de trabajo analítico.
¿Qué podemos decir de esto? Algunos analizantes hacen del tiempo de palabra
sobre el diván un momento a parte, libre, por ese hecho, de las circunstancias
comunes de su vida, o al contrario, llenos de relatos del cotidianos, pasado,
presente y futuro. Pero a menudo sin que eso corte verdaderamente lo que
encuentran no cambiado una vez que salen de la consulta. Otro modo de
consagrar ese momento a parte es transportándolo consigo como un santo
sacramento, un talismán o una ‘rejilla’ de lectura de alcance universal y
explotar las pretendidas luces sobre el entorno. Lo que llamamos el análisis
silvestre. El célebre anillo dado por Freud a ciertos alumnos elegidos, como
signo de confianza en la transmisión del psicoanálisis, puede tomar todo tipo
de formas. Numerosos son los alumnos de Freud, de Lacan y de otros
psicoanalistas que conservan ciertos momentos claves de su análisis, ciertos
momentos de hallazgo que se congelan entonces en sideraciones. Que estos
momentos de hallazgo hayan desbordado los momentos pasados en el diván
¡Es lo menos! Sin embargo, ellos pueden quedar limitados y consagrados
como secuencias operadoras sobre la realidad de la vida y plantarse entonces
como modelos fijos de intervenciones que fueron fecundas, pero que por ese
hecho se vuelven estereotipos ¿De qué modo? Lo que es a menudo trasladado
en efecto, completamente en bloque, son las palabras que encontraron su
impacto de efecto real de sentido en la transferencia con el analista. Ellas no
encontraron su peso, con lo que eso comporta como medida, a través de un
cuestionamiento sobre la relación con el psicoanalista. Freud afirmaba que lo
que se aprendía en la transferencia no se olvidaba. Sin que se vuelva una
escolástica, una religión, un aval global donde el analista estaría siempre
imaginariamente invocado. La invocación sirve a menudo para no pagar sus
deudas. Si entonces el analista, que se deja, ya no es invocado a propósito de
una secuencia de cura especialmente esclarecedora y decisiva, las palabras
pueden conservar su eficacia sin la magia de su reproducción imaginaria en
la transferencia.
108
Tenemos el recuerdo de algunos alumnos de Lacan que intervienen, no como
él, sino con lo que de él retuvieron: tics de lenguaje, hábitos, etc. Me parece
que esto va más lejos que simples mimetismos o juego. Es como si ellos
reanimaran las palabras, reanimando los momentos de su cura. La nostalgia
mutó entonces hacia el pensamiento mágico que retoza con el saber absoluto.
No nos excluimos de esas tentaciones. Pero es mejor describirlas precisamente
para reconocernos allí a menudo ligados.
El UNE-BEVUE
¿Entonces, qué quería decirme, tal vez, ese paciente? Cualquier otra cosa que
el traslada, bajo el modo de fórmulas conscientes de hallazgos de su análisis.
Eso sería entonces un conjunto de fórmulas que alertarían al sujeto y le harían,
como dice el coaching, “tomar distancia” de las situaciones y las emociones
de la vida. Al contrario, lo que parecía decir este analizante, el marco de la
cura estaba superado, sus practicables se habían vuelto inútiles y podía asir en
el caso de ‘Une-Bevue’ la existencia del inconsciente. En lo que se refiere a la
conciencia, tan rápidamente puesta a contribución en todo tipo de
psicoterapias, ella es aquí especialmente cuestionada. Lacan traduce con
humor el Umbewusst freudiano – el inconsciente – por el ‘Une-Bévue. “Pues
bien, nos dice él, pensando en este escollo de palabras, ‘bévue’ (= metida de
pata) es el único sentido que nos queda para esta consciencia. La consciencia
no tiene otro soporte que el de permitir una metida de pata. Es bien inquietante
porque esta consciencia se parece mucho al inconsciente, puesto que es a él al
que hacemos responsable de todas esas metidas de pata que nos hacen soñar
(1)” esta proximidad de la consciencia y del inconsciente es tal vez lo que me
significaba el paciente que me hablaba al final de sus análisis. Vemos, es
absolutamente otra cosa que estar enamorado de su inconsciente en el que se
desliza entonces la nostalgia inmóvil del amor de transferencia. Lacan
continua así: “¿Soñar en nombre de qué? De lo que llamé objeto a, a saber, en
lo que se divide el sujeto” (2)
Está tal vez aquí el punto álgido de lo que quisiera mostrar sobre el modo en
que un analista podría continuar su análisis descifrando la palabra de sus
109
pacientes. No se trataría de reconocer significantes cercanos a los nuestros. Lo
sabemos, gracias al psicoanálisis de niños no-lectores, reconocer no es leer,
puesto que para leer hay que admitir perder algunas letras e interrumpir el
espejo entre uno mismo y cada letra. Se trataría más bien, en ese caso, es
decir, en la contingencia de tal o cual metida de pata de otro, de interrogar esa
poca consciencia tan cercana del inconsciente. Puesto que el análisis tiene que
vérselas con lo más determinado en su paciente, pero que él no alcanza sino a
través de lo que hay de contingente, de lo que surge en la palabra. Tener esta
dimensión de la contingencia en lo que adviene a nuestro oído es lo que nos
permite la libertad de aligerar nuestra impaciencia e interpretar.
Esto lo constaté cuando pude leer algunos de los textos de presentaciones
clínicas de Lacan en Sainte-Anne, que Patrick Valas pudo volver disponibles
en su sitio (P. Valas, lecciones clínicas 1974-76). Hay en estos textos una
extraordinaria libertad de Lacan en su forma de entrevistar, en el modo en que
interrumpe la búsqueda y retoma las cosas desde todo un abordaje diferente,
bajo otro registro: según el Imaginario, el Real y el Simbólico, heterogéneos
pero anudados, y permitiendo leer el texto de un analizante. El término de
registro no es tal vez el más exacto, cuando pensamos en la manejo del nudo
borromeo que Lacan nos recomendaba y que permite conducir el
desciframiento de las palabras de nuestros analizantes, cualquiera haya sido el
abordaje tomado, hasta su anudamiento con los otros abordajes posibles. Es
de esta libertad que he querido dar cuenta interrogándome sobre la manera de
continuar nuestro análisis con nuestros analizantes.
Ch. L.-
D
110
26
PRACTICAR EL PSICOANALISIS… HOY
¿UNA RUPTURA?
111
ejercida anteriormente. ¡Esta última idea es sin duda algo un poco simple y no
tiene en cuenta para nada las determinaciones inconscientes del deseo del
analista!
Sea lo que fuere, los psiquiatras “tomados” así por el psicoanálisis han
generalmente continuado su ejercicio de la psiquiatría, en institución o en
clientela privada, practicando al mismo tiempo el análisis.
DOS DISCURSOS
112
“decidido” a aclararse sobre sí mismo, podríamos pensar que es fácil zanjar y
elegir el “gorro” que conviene según el caso. No es tan simple.
113
E discurso psicoanalítico en obra en una cura, no da ninguna guía para un
protocolo terapéutico, que provenga de una palabra de poder (maître mot)
organizador(salud, felicidad, etc) o de algún saber sobre lo íntimo.
114
Una vez superada esta idealización (4) del psicoanálisis, que en definitiva no
es sino resistencia al inconsciente, me parece incontestable que la experiencia
del psicoanálisis y el saber que ella ha permitido adquirir, permiten un
ejercicio a menudo eficaz y en todo caso más interesante de la psiquiatría.
115
intencional, existe en el campo de las psicosis tal variedad clínica que parece
un poco corto no referirse, para dar cuenta, solo a la forclusión del Nombre-
del-Padre, mecanismo que Lacan aportó magistralmente para distinguirlas de
las neurosis. Podemos pensar con Charles Melman, por ejemplo, que un tipo
de paranoia pasional, sin alucinación, pueda tener que ver más bien con un
rechazo, de una “recusación” del Nombre-del-Padre, más que de su forclusión.
116
B.V.
28
117
misma cosa. Por lo demás nos enteramos que el famoso ‘cannabis’ que daba
vueltas en esos años, ha sido modificado genéticamente para aumentar el
porcentaje de producto psicotrópico y no tener nada que envidiarle a la
cocaína ni a la heroína; sin hablar de los numerosos productos de síntesis. La
ciencia ha abundado en lo que concierne la mantención del consumo, la
imaginación de goces inmediatos y sin límites y que secretan insidiosamente
una temporalidad ininterrumpida.
En nuestro campo los avances se hacen sobre el tope real de la clínica. Hay
casos que invalidan nuestras hipótesis y una coherencia filosófica no es
118
suficiente. En cambio, los avances teóricos abren nuevos espacios de
observación clínica. Ese movimiento de ida y vuelta está en las antípodas de
una generalización que reharía el mundo y pretendería decir de ello la verdad.
¿No hay acaso, puntos teóricos alrededor de los cuales nuestra disciplina se
desarrolla? Claro que sí, si no iríamos de una casuística exacerbada a un
escepticismo disperso. Entre la generalización que rápidamente se vuelve
dogma y el escepticismo, hay tal vez una vía por encontrar que nos evitaría
gemir sobre un presunto descrédito del psicoanálisis repitiendo la frase mágica
y primaria del neurótico: “¡Es culpa del otro!”
119
esta eficiencia real de una palabra cuando ella puede devenir un decir. Esto es
bien poco compasional y no favorece la emoción. Esto no quiere decir que
nosotros descuidemos la emoción, sino que evitamos jugar con su
complacencia y su resorte melodramáticos tan apreciados hoy, porque esto
entraría en un juego manipulador y perverso.
120
de que seamos más “hablados” que “hablantes” no quiere decir que no haya
sujeto, sino que el Otro no está cerrado. La palabra otro, pulida de toda
ontología, es solamente lo que “habitúa al lenguaje y que está hecho para
representar esto, justamente que no hay con la pareja, la pareja sexual,
ninguna relación otra que por intermedio de eso que hace sentido en el
lenguaje” (1)
No se trata tal vez de remontar a un origen mítico, que para un niño chico
sería un ruido fuera de sentido de donde el lenguaje tomaría forma. Eso sería
121
tal vez el caso del autista que se tapa los oídos ante palabras que no son sino
ruido para él. Pero un niño, la más de las veces, escucha sonidos que también
son palabras y él presiente que para el otro ellas tienen un sentido, y aún si él
no puede captarlo plenamente, él está tomado por sus equívocos. Para retomar
el ejemplo que analiza Lacan en la lección del 6 de diciembre de 1961 del
seminario sobre La identificación, el niño escucha frases como estas: “¡La
guerra es la guerra!” y siente bastante rápido que A no es A, que el
significante es otro que él mismo, radicalmente, y que esta alteridad es la raíz
real de la producción de un sentido. Es esta alteridad la que permite las
sustituciones de significantes y que desafía las imaginaciones totalizantes en la
distancia sin medida que produce, entre los significantes, la metáfora
fundadora de sentido. Ahora bien, esta alteridad no tiene garante ontológico.
Ella va en contra de la corriente de la pendiente común que lleva a menudo a
lo mismo. Ella es interpretada por lo que anticipa en el lenguaje la sola palabra
“otro” que resiste a esta pendiente por su fragilidad lenguajera.
Ch. L-D
122
¿CONCLUIR?
Pero aún hay más, y lo captaremos mejor insistiendo sobre lo que hace que
sea imposible el acceder a un sentido último, a una suerte de verdad del ser
que sería el objeto de una revelación. No puede haber una última palabra de la
cura. El analizante no puede identificarse con un significante especial, salvo
quedando pasmado o interdicto. Él no puede tampoco reducirse al objeto que
ha sido en su fantasma. La cura le permite saber un poco más respecto de los
123
significantes que lo han sujetado. El haberlos ubicado así le da la oportunidad,
si él quiere, de modificar ciertas consecuencias.
INDICE
Introduccion……………………………………………….. 7
I. El psicoanálisis en preguntas
124
10. ¿Cómo empieza un análisis?.............................................. 63
11. ¿Cómo podemos saber que un análisis ha comenzado?... 67
12. Posición de la transferencia: El inconsciente, analista incluido… 73
13. ¿Hay una especificidad de los inicios de cura hoy?........................ 79
14.…………………………………………………………………….. 91
15. Extensión del campo de la interpretación – I………………………97
16. Extensión del campo de la interpretación – II……………………...103
17. ¿Qué destino para el fantasma en la cura?..................................... 109
18.¿Qué deviene la creencia en una cura?........................................... 115
¿CONCLUIR?............................................................................................185
125
CONTRA TAPA:
126
127