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EFECTOS GENÉTICOS DEL TÉ

Se sabía que el té verde contiene polifenoles antioxidantes que combaten los radicales libres
que dañan el ADN. Pero ahora se ha descubierto que pueden actuar directamente sobre la
expresión correcta del gen que protege frente al desarrollo de la mitad de los cánceres.

El equipo del doctor Chunyu Wang descubrió que el galato 3 de epigalocatequina (EGCG)
del té verde evita que la proteína anticancerígena del gen p53 se degrade rápidamente, lo que
potencia su acción.

Una revisión de estudios publicada en la revista Regulatory Toxicology and


Pharmacology estima que una dosis adecuada para adultos es de 338 mg diarios. Esta
cantidad se puede alcanzar tomando tres tazas de té verde, pues cada una contiene de 50 a
100 mg de EGCG. El té matcha es el más rico en este polifenol.

¿TIENE SENTIDO HACERSE UNA PRUEBA GENÉTICA?

Los problemas de salud que observamos en nuestros padres, tíos o abuelos ofrecen una buena
orientación para descubrir dónde tenemos que poner el énfasis preventivo. Pero, sin duda,
sería de mucha ayuda conocer realmente si tenemos genes que nos predispongan a sufrir
determinados problemas de salud.

Ya existen análisis genéticos que proporcionan datos interesantes, pero los expertos todavía
discuten su verdadera utilidad. Las empresas que los realizan consideran que son interesantes
para todas las personas, sanas o enfermas. Pero los médicos los encargan únicamente cuando
existe la sospecha sobre un gen determinado y siempre que el resultado pueda servir para
realizar un tratamiento realmente eficaz.

Existen diferentes tipos de tests. Unos se emplean para detectar la presencia de un único gen
que nos hace vulnerables a enfermedades concretas, como el gen APOE del alzhéimer. Pero
también hay tests que buscan más de 100 polimorfismos genéticos, que influyen sobre
trastornos frecuentes que es posible prevenir. Para realizarse la prueba, basta con enviar al
laboratorio un hisopo empapado con saliva.

Los resultados pueden descubrir intolerancia o sensibilidad a la lactosa, el gluten, la fructosa,


el alcohol, el café, los hidratos de carbono o las grasas saturadas. También pueden revelar
una necesidad por encima de la media de ácidos grasos omega-3, vitaminas del grupo B,
vitamina D, vitamina A o antioxidantes. Junto con esta información los laboratorios suelen
recomendar una dieta adaptada a las características genéticas.

Probablemente las personas aprensivas serán los mejores clientes de las empresas que
realizan tests genéticos y su ansiedad puede aumentar con los resultados. Un estudio
realizado en la Universidad de Stanford y publicado hace unos meses en Nature Human
Behavior descubrió que muchos pacientes que conocen sus tendencias genéticas negativas
(por ejemplo, a ganar peso o a desarrollar alzhéimer) no luchan contra ellas
porque «atribuyen a los genes demasiado poder», advierte el doctor Bradley Turnwald,
autor del estudio.

Por eso, antes de gastarnos el dinero en una prueba (entre 70 y 300 euros) vale la pena
preguntarse por qué nos la queremos hacer o si realmente no sabemos ya lo suficiente sobre
cuáles son los hábitos saludables.

Los tests genéticos pueden tener sentido cuando se sufre una alteración y las pruebas
diagnósticas tradicionales no descubren la causa. La mayoría de personas sanas no necesita
tanto un test genético como saber que puede, a través de comportamientos y actitudes
saludables, estimular el potencial de sus genes protectores y desactivar las expresiones
perjudiciales de otros genes problemáticos.

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