La inseguridad ciudadana (como miedo al delito y a la delincuencia) se presenta
en la opinión pública como una de los grandes problemas sociales. Es una de las causas de la crisis de credibilidad de la justicia penal El temor al delito impacta sobre la población que demandan mayor endurecimiento de la justicia penal. Los medios de comunicación ejercen influencia indirecta sobre el sentimiento de inseguridad de los ciudadanos. Solicita un discurso informativo más objetivo y plural, centrado en los puntos de vista de los diferentes agentes (policías, delincuentes...) y en las necesidades sociales reales. Quizás esa imagen nos ayudara a recuperar la confianza en las instituciones de justicia. Un Último Apunte Sobre Cambio De Actitudes: La Persuasión Y Los Medios De Comunicación.
En 1928, Edward Bernays –sobrino de Freud por parte de la esposa– y residente
en Estados Unidos, sacó a la luz un pequeño libro titulado Propaganda –que muy bien hubiera podido llamarse “infierno”– cuyo subtítulo es Cómo manipular la opinión en democracia . Está escrito como un manual escolar que va de lo más simple, la definición de la palabra y el concepto “propaganda”, a lo más complejo, en capítulos donde explica en detalle cuál es el uso que le pueden y deben dar los políticos que se postulan a grandes cargos, incluidos el de presidente de una nación. “La propaganda es el brazo ejecutor del gobierno invisible”, afirma Bernays y esta frase se convierte en su leitmotiv: todo aquello que uno compra jamás ha sido elegido libremente: en este punto, la libertad no existe. Cuando adquirimos algo (incluida una opinión sobre un hecho) cedemos a la manipulación de tal o cual propaganda de alguna empresa. “Los hombres rara vez se percatan de las razones reales que motivan sus acciones”, escribe. Fuera de la empresa, sencillamente no hay nada, y ella valida sus productos a través de la propaganda. Este libro tiene la virtud de dejar al lector tan atónito y descreído de lo que llamamos libertad individual, que tras su lectura se hace eco de las palabras de Noam Chomsky en la contratapa: “La propaganda es a la democracia lo que la violencia a un Estado totalitario. Si Bernays es el gurú de las relaciones públicas, Propaganda es su manual”. Bajo el nombre de “relaciones públicas”, Bernays engloba los oficios de lo que hoy llamamos agente de marketing, jefe de campaña electoral, director de encuestas, comunicador social, etc.; y con ellos se refiere a todo aquel profesional que se gana el pan privilegiando la venta de un producto por sobre el factor humano, ya sea este producto el terciopelo o los votos electorales. El agente deberá actuar sobre los líderes de grupos sociales y no sobre la sociedad en su conjunto. Dado que la sociedad está conformada por grupos (los empleados, las amas de casa, los estudiantes, los católicos, los niños, los socios de un club, los rotarios, etc.), actuará “creando circunstancias, resaltando actos significativos y escenificando asuntos de importancia”. Un ejemplo muy clarificador que brinda el autor data de cuando la crisis del terciopelo en Estados Unidos: aquellos que lo manufacturaban sufrían grandes bajas en sus ganancias. De modo que se asociaron, contrataron un agente que fue a ver a los modistos y sombrereros parisinos (París: la Meca de la moda) más importantes, y se les ofreció terciopelo para sus creaciones a un precio poco más que regalado. Los modistos lo utilizaron, lo pusieron a circular entre su elegante clientela y cuando la primera estrella de cine embutida en terciopelo bajó del barco en América, voilà!, ahí estaban las cámaras de los paparazzi para registrarla y convertir el terciopelo en el no-va-más de la moda. Si esto se puede hacer con un pedazo de terciopelo, tiemblen al pensar en la vida política en la que cada uno cree elegir libre y concienzudamente un candidato en pos de la gloria de la democracia. Escribe Bernays: “La política fue el primer gran negocio de EE.UU. (…) El buen gobierno se puede vender a una comunidad como puede venderse cualquier otro bien de consumo” y la primera propaganda de un político vendrá a través de sus conexiones periodísticas. ¿Cuál es la ética de los agentes de relaciones públicas? Para empezar, ¿la tienen? Sí, por supuesto, contesta Bernays, el agente “no aceptará un cliente cuyos intereses colisionen con los de otro cliente. No aceptará un cliente cuyo caso crea desahuciado o cuyo producto le parezca incomerciable. Debería ser franco en sus negocios…”. En suma, Propaganda (reeditado por Libros del Zorzal) es un libro que no tiene desperdicio. Es cierto que arrasará con el último vestigio romántico e inocente del lector y del consumidor que creía en la buena fe del negociante, como dice Bernays, ya sea de terciopelo o de leyes en el Congreso. Pero puesto a elegir, el buen lector debería inclinarse por este libro, como quien prefiere a la verdad por sobre los espejitos de colores, por cruda, fea y dolorosa que sea.
Cultura de masa, difusión e ideología
La cultura de masas es un producto de la sociedad de consumo en el mundo occidental. A principios del siglo XX la cultura, la vida privada, el pensamiento, etc. empezaron a ser fabricados a escala masiva y vendidos en el mercado. La cultura de masas consigue fabricar a gran escala, con técnicas y procedimientos industriales ideas, sueños e ilusiones, estilos personales, y hasta una vida privada en gran parte producto de una técnica, subordinada a una rentabilidad, y a la tensión permanente entre la creatividad y la estandarización; apta para poder ser asimilada por el ciudadano de clase media. La cultura de masas es el desarrollo de un nuevo modelo en el que se refuerzan las diferencias y las desigualdades con estrategias e instrumentos mercadológicos cada vez más elaborados. La ciencia y el conocimiento se ponen al servicio de la producción de unos valores y símbolos estereotipados. Los tres pilares fundamentales de esta cultura son: una cultura comercial, una sociedad de consumo y una institución publicitaria Para entender la influencia de los medios de comunicación en la sociedad de masas es indispensable determinar por qué se les considera como un aparato ideológico del Estado. Retomando la ideología marxista que concibe al Estado como un sistema que permite que las clases poderosas aseguren su dominación sobre la clase trabajadora; podemos distinguir que el aparato del Estado está constituido por dos elementos: el aparato represivo y el aparato ideológico.
El aparato represivo funciona mediante la violencia, no precisamente física pero
hace uso del poder para defender sus intereses; por lo tanto pertenece al dominio público y abarca al gobierno, administración, ejército, policía, tribunales, etc. El aparato ideológico del Estado son aquellas instituciones que se encargan de presentar al ciudadano las “realidades” concordantes con la ideología dominante (la ideología de las clases en el poder), por ejemplo: la religión, la escuela, la familia, los partidos políticos, los sindicatos, las manifestaciones culturales y por supuesto, los medios de comunicación. La mayoría de ellos pertenecen al dominio privado.
Ambas se encargan de formar en el individuo hábitos, normas, reglas, creencias,
sentido de pertenencia, afiliación, gustos, preferencias, etc. que serán básicas en la formación de la sociedad de masas; además de ser limitantes para la libre expresión, en otras palabras, no se permite expresar ideas que no concuerden con las preestablecidas por el aparato ideológico. Esta situación es muy representativa de los países subdesarrollados, tal es el caso de Latinoamérica y específicamente México. En el transcurso de nuestra historia podemos notar como las formas de expresión como el arte, la prensa, la radio, la televisión y demás, han sido utilizadas para respaldar las ideologías “oficiales”, esto se explica por el control y la censura que el Estado y sus correspondientes aparatos, ejercen sobre lo que debe ser divulgado.
La publicidad y la reproducción del capital
La estabilidad económica ha permitido a las empresas -durante los últimos años-
adquirir y aplicar las últimas tecnologías para garantizar la prestación del servicio que ofrece, y así mantener satisfecho a sus usuarios. Independientemente de que se produzcan y vendan bienes, servicios o ideas, uno de los principales intereses de las industrias que operan dentro de la sociedad capitalista actual, se centra en el crecimiento económico y la expansión hacia nuevos territorio. Las Industrias Culturales, que no son más que los medios de comunicación social, también se hacen partícipes del intercambio de mercancías, que en este caso son los contenidos (informativos, de entretenimiento, entre otros), difundidos a través del cine, la radio, la prensa escrita, televisión e internet en distintos horarios, a un público diverso.
La producción masiva logró satisfacer las necesidades básicas de la sociedad,
pero tuvo su precio; la tensión entre los propietarios de los bienes, y los que no lo son. La industria de la radio, los estudios de cine, los periódicos, las revistas y la televisión son resultado del modelo capitalista de producción. El comportamiento de la sociedad (público receptor), se ha volcado hacia el consumismo, e incluso hacia la imitación -por parte de los estratos más desfavorecidos económicamente- de los patrones de conducta propios de grupos hegemónicos. Este aspecto ha contribuido en gran medida con el crecimiento de las industrias culturales y con el establecimiento de las transnacionales de la comunicación, en territorios considerados como focos de consumo e indudables generadores de ganancias. El crecimiento de las empresas comunicacionales se ha extendido a distintos países que, por necesidad de desarrollo tecnológico, crecimiento cultural, deudas o desventajas económicas, han permitido el establecimiento de estas trasnacionales de la comunicación. Los beneficios que han obtenido los países son importantes, sin embargo, se tiende a crear una relación de dependencia ante los grupos hegemónicos, generando al mismo tiempo cambios en la cultura original de la nación receptora de las industrias.
La dependencia de los contenidos de los medios es casi total; va desde el terreno
de la información hasta los que corresponden al sector entretenimiento; pero principalmente se concentra en la transferencia de patrones y estereotipos. En los contenidos transmitidos, las industrias imponen los gustos y las preferencias que en un determinado momento suelen considerarse (por ellos o gracias a ellas), las más aceptadas, las que a todos les gusta.
Estos gustos o preferencias no son sólo impuestos en el ámbito del
entretenimiento con la música, las películas, documentales y demás producciones. También son impuestos sutilmente en el ámbito de la política, cuando contribuyen -a través de la transmisión de constantes propagandas- al apoyo de ciertas causas y actores. Aunque se diga que en los medios de comunicación social se le da cabida a todos los sectores, en la práctica la libertad de expresión no suele ejercerse en el sentido amplio, pues a pesar de que exista una infinita cantidad de industrias de la comunicación, éstas en su mayoría trabajan bajo un mismo patrón de contenidos, pero presentados de diversas formas y empleando determinados formatos. Cuando existen medios que divergen de esta estructura, éstos se mantienen bajo la incertidumbre de desaparecer por presión de los grandes monopolios, o finalmente terminan integrándose al modelo de la mayoría.
Dada esta función en el campo ideológico del público, comunicólogos y estudiosos
de la trayectoria de las industrias culturales, más que considerar a los medios de comunicación social el cuarto poder. Más allá de informar, educar y entretener, el papel de los medios de comunicación social en la sociedad capitalista actual, está enfocado a crear.