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4to año
Colegio Adolfo Bioy Casares
PARTE II
UNIDAD 2
El lugar de los medios de comunicación en la sociedad
Se asume que para existir en la vida pública actual es necesario “estar en los medios”.
Algunos llegan a decir que el que no está ahí, “no existe”. Esta sobrevaloración del lugar que los
medios tienen en nuestra sociedad se ve facilitada por el hecho de que la mayoría de las actividades
cotidianas, especialmente las de las grandes urbes, están mediatizadas, es decir, atravesadas y
estructuradas por los medios. (...)
A pesar de que los ciudadanos están fuertemente imbricados en el proceso de comunicación
masiva, no todos se vinculan con los medios de la misma manera. La mayoría acepta a los medios
como una regla más de la sociedad, incluso les asigna funciones que no necesariamente tienen,
como la resolución de conflictos o la imposición de justicia. Pero muy pocos entienden cómo
funcionan verdaderamente, con lo que se les suele atribuir potestades que no tienen ni podrían
tener.
Modelo privado
Son los medios financiados por la publicidad cuyo objetivo último es obtener un beneficio
económico. Por lo tanto, son empresas cuyos productos son las programaciones, diarios, revistas,
etc. Como en toda lógica empresarial, esas programaciones deben costar lo menos posible y deben
maximizar las ganancias. El medio oferta a los anunciantes y patrocinadores el acceso a un amplio
número de oyentes, lectores y audiencias o, mejor dicho, potenciales consumidores. En un mercado
especializado, el objetivo es alcanzar el mayor número posible de consumidores de un tipo
particular.
El modelo comercial, que considera a sus audiencias como consumidores dispuestos a
escuchar y adquirir, fue el predominante en Estados Unidos y Latinoamérica. Este sistema tiene
como consecuencia la concentración geográfica de los medios en las ciudades y la concentración de
la propiedad de los medios.
Modelo público
En este caso la gestión de los medios está en manos del Estado (nacional, provincial,
municipal, universidades, etc.) y no persiguen un fin lucrativo ya que son financiadas con fondos
públicos. Los medios públicos no constituyen a sus oyentes como consumidores sino como
ciudadanos que comparten una identidad nacional. Una de sus principales características es la
universalidad del servicio: todo ciudadano tiene que tener acceso a los mensajes de los medios
públicos. Otra característica de los medios públicos es el control unificado de sus contenidos y la
búsqueda de una programación de calidad. De ahí se deriva la idea de que los medios de
comunicación tienen que “informar, educar y entretener”.
Este modelo fue predominante en Europa y tuvo en la realidad sus propias contradicciones
históricas: el hecho de convertirse en medios gubernamentales. El principal problema de este
modelo fue la concentración de frecuencias por parte del Estado. Las primeras radios libres europeas
surgieron como reacción a este monopolio. A partir de ese cuestionamiento, y de la presión del
mercado, parte del sistema de medios se privatizó y dio paso al modelo de libre mercado, aunque
siguen existiendo medios gestionados por el Estado.
Modelo comunitario
Son medios que tienen objetivos no lucrativos. Su fin es social y no comercial. Son
gestionadas integralmente por la comunidad, que puede ser geográfica o de intereses (políticos,
culturales, de género, étnicas, etc.), mediante modelos de organización horizontales que permiten
distintos niveles de participación. Las audiencias no son consideradas consumidores ni ciudadanos:
son participantes, productoras, creadoras. Se proponen defender los Derechos Humanos frente al
Estado y al mercado.
Pueden ser gestionadas por vecinos, estudiantes, campesinos, sindicatos u organizaciones
sociales, entre otros colectivos. Los medios comunitarios permiten la pluralidad de contenidos y
otros modos de vinculación con sus audiencias, oyentes y lectores. Son organizaciones de la
sociedad civil que se proponen desarrollar procesos y acciones de cambio en algún plano de la vida
social.
Frente a desigualdades étnicas, de género, de clase, educativas, políticas, culturales, estos
medios son nexos articuladores de la comunidad con el objetivo de potenciar vínculos y capacidades
de acción, en pos de la consolidación de la ciudadanía y de la construcción de sociedades
democráticas e igualitarias.
El manual “Gestión de medios comunitarios y populares” elaborado por la Facultad de
Ciencias Sociales de la UBA junto a otros organismos del Estado expone el siguiente cuadro que
sintetiza y ejemplifica cada medio:
A los medios privados comerciales, suele asignarse el lugar de “medios hegemónicos” y a
aquellos sin fines de lucro o comunitarios, el de “medios no hegemónicos”. Estas definiciones
podemos conversarlas en clase, pero también las verán desarrolladas a continuación y en
Comunicación, Cultura y Sociedad.
Comunicación Comunitaria
El campo de la comunicación no hegemónica no es un espacio concreto y claramente
diferenciado. En un trabajo sobre experiencias y reflexiones sobre la comunicación comunitaria en
Argentina y América Latina, Gatti y Bermúdez (2010) señalan la existencia de dos lógicas que asume
la comunicación. Por un lado la de los medios masivos, que se preocupan por la actualidad
informativa y son funcionales “a los intereses económicos, financieros y políticos de las
corporaciones que controlan estos medios” (p.20). Por otro, la comunicación comunitaria, que “es
una construcción colectiva y participativa que asume un punto de vista situado y ligado a intereses y
proyectos populares concretos sin ninguna pretensión de objetividad como la que se predica desde
los grandes multimedios” (p.20). La reflexión acerca de la comunicación comunitaria, popular o
alternativa surge en América Latina a partir de la década de 1960 entendiéndola como aquellas
“prácticas comunicativas que buscan opciones transformadoras de la realidad social” (Gatti y
Bermúdez, 2010, p.20).
La comunicación comunitaria se desarrolla como una práctica transformadora que surge
desde y para la comunidad, comprometiéndose con el cambio social “en aras de una transformación
de la realidad” (Ossandon en Gerbaldo, 2001, p.12).
Medios comunitarios
Dentro de los múltiples procesos y prácticas de comunicación comunitaria, el caso de los
medios comunitarios es uno particular. Desde el Centro de Comunicación La Crujía, Gatti y Bermúdez
(2010) realizan una descripción de las características de las experiencias de medios comunitarios. En
primer lugar los autores señalan que, atendiendo a la producción de contenidos, se observa la
existencia de destinatarios diferenciados, como así también una relación cercana entre medio y
destinatario. A su vez, la participación colectiva promoviendo prácticas de transformación social se
combina con la articulación en redes por parte de los pequeños medios para alcanzar grandes
proyecciones. Estas experiencias, según los autores, establecen también una relación entre
comunicación y educación basadas en la participación (p.21).
Ana María Peppino (1999) señala las líneas de acción propuestas por la Asociación
Latinoamericana de Educación Radiofónica (ALER) para consolidar los procesos de desarrollo de las
radios comunitarias y populares que nos sirven a la vez para caracterizar estas experiencias:
● “Contenidos que correspondan a los intereses del pueblo y que le sirvan para su
desarrollo.
● Producciones en lenguaje narrativo, coloquial, con humor y libertad de sugerencias.
● Productores que representen la identidad popular y que impulsen la participación del
pueblo en todo el proceso de la radio” (p.40).
FUENTE
- Etkin, F., Piccardo, I. (2017) Radios comunitarias en contexto rural. Estudio de caso: la FM Paj
Sachama de la Central Campesina de Productores del Norte, Provincia de Santiago del Estero.
TFG. Facultad de Ciencias de la Comunicación, UNC.
⏪ Vamos a la PARTE I del material y retomamos la lectura del Género de Opinión! Luego, seguimos
por acá.
Puesta en común
Dialogamos sobre lo que resultó cada indagación, realizamos comparaciones e identificamos
recurrencias y diferencias. Algunas preguntas para el análisis y puesta en común:
● ¿Qué les parece que los medios de comunicación gráficos analizados muestran de las
juventudes y las infancias?
● ¿Es así en todos los casos? Si hay diferencias ¿cuáles son?
● ¿Se les da lugar a las juventudes e infancias a tomar la palabra?
● Ustedes, ¿se sienten identificados con esa juventud que está representada en las notas de
los medios analizados?
El texto que se presenta a continuación es una propuesta para realizar una lectura crítica del
contenido de los medios. La misma, se sitúa en el marco de la Teoría Crítica de Comunicación,
también conocida como la Escuela de Frankfurt y se amplía recuperando experiencias y teorías
latinoamericanas de la comunicación que reflexionan en torno a modos de leer críticamente los
medios en contextos educativos. Podemos afirmar que la lectura crítica se basa en la competencia
cultural del lector ya que identifica/comprende el mensaje, aspectos relevantes del texto, sin que
interfieran a priori, los conocimientos previos del lector o puntos de vista.
(...) Promover la actitud crítica, en el caso de la educomunicación, implica identificar el
carácter político de la industria cultural y del proceso comunicacional; supone sospechar en la
transparencia de mensajes mediáticos; y propone la creación/formación de un ciudadano
independiente, cuestionador y creativo.
Se expone a continuación un camino posible, pero no único ni estricto, para realizar una
lectura crítica y reflexiva de los medios.
1) Seleccionar el/los textos mediáticos. Visualizarlo (leerlo o escucharlo según sea el caso)
como punto de partida.
2) Identificar valores y apreciaciones respecto al texto mediático. Respondemos brevemente
a las siguientes preguntas: ¿Qué les gustó? ¿Qué no les gustó? ¿Qué les despertó la curiosidad?
¿Qué les fue indiferente?
3) Estudiar los elementos formales que componen el texto: la deconstrucción de los
aspectos que le dan forma y que se vinculan con lenguajes y gramáticas de cada medio. En el caso de
la gráfica identificar: titulación, bajada y copete, uso (o no) de fotografías, imágenes o gráficos;
entre otros elementos paratextuales. También corresponde identificar fuentes de información.
4) Interpretar las relaciones que el medio o periodista sugiere a partir de la construcción
deliberada del mensaje, tomando en consideración aspectos formales, que se han identificado en el
punto anterior: éstas son evidencias de análisis. ¿Qué hay de explícito en esos elementos y qué
relación se propone?
5) Identificar las características de los contenidos que provienen del género, formato y
medio en el que se difunden. Se recomienda hacer distinciones entre hechos, inferencias y
opiniones, por ejemplo, en programas informativos o en medios impresos. Reconocer estos
elementos nos permitirá una mejor comprensión del contenido.
6) Contextualizar el mensaje. Ubicar los textos en su contexto sociocultural, esto es
preguntarse qué referentes nos ayudan a interpretar/comprender al emisor/autor del mensaje ¿en
qué medio aparece? ¿cuándo se escribió? ¿qué relación tiene con otros acontecimientos? etc.
7) Valorar el texto a partir de la identificación de la fuente: ¿Quién es el emisor?
(procedencia del texto); lo cual permite evaluar el grado de confianza que se tiene con respecto a la
mediación institucional para inferir los posibles intereses del emisor. Además, indagar las fuentes de
información que son utilizadas en los textos argumentativos o notas de opinión ¿cuál es la relevancia
de esa fuente? ¿Qué relación tiene con el tema abordado? etc.
8) Descubrir las connotaciones presentes en el texto (Saussure, 2005), es decir, identificar
significados subjetivos, ambigüedades y multiplicidad de interpretaciones que éste ofrece. Es
fundamental valorar los puntos de vista de cada lector/interpretante y sobre todo, las
construcciones, a partir de referentes de diverso tipo, que poseen. En este paso, puede incluirse el
análisis propositivo o intencional del autor/emisor del mensaje; reconocer los medios y los fines
utilizados para construir el mensaje; formular suposiciones y conjeturas que permitan al lector
anticipar consecuencias. Este procedimiento se relaciona con el proceso de problematización.
9) Con la información obtenida hasta este momento, es posible construir «premisas de
interpretación», las cuales deben argumentarse y sobre todo, ser compartidas/negociadas con el
colectivo que participa del proceso de lectura crítica.
10) Segundo nivel de contextualización. Esto es, el análisis de los aspectos vinculados a la
industria/ámbito en la que el texto se produce. Un ejercicio valioso es partir de lo particular –las
noticias presentadas en la prensa local– para analizar cómo funciona la información; cuáles son los
grupos empresariales o políticos que intervienen; las contradicciones y coincidencias; las relaciones
de poder a las que hace referencia directa o indirectamente, las relaciones con la sociedad; el
tratamiento que se le da a la misma información en varios medios, entre otros aspectos.
11) Motivar relecturas del discurso mediático: ofrecer opiniones sobre: ¿Qué se añadiría al
texto para mejorarlo?, ¿qué puede suprimirse?, ¿qué se cambiaría?, ¿qué otros temas/problemas
pueden trabajarse a partir del análisis?, ¿qué cambiarían en el programa o la construcción de la
nota? Proponer nuevas lecturas o problemas que pueden ser tratados a partir del mismo texto
analizado.
12) Reflexionar en torno a lo analizado, lo aprendido y lo comprendido: ¿cómo se realizó el
ejercicio?, ¿qué podría cambiarse para su mejora?, ¿cómo se obtuvieron los resultados?, ¿qué
podemos aceptar en el proceso de interpretación? Se trata de explicar y comprender: ¿en qué se
piensa?, ¿por qué se piensa? y ¿cómo se piensa lo que se piensa? (Castellano, 2007).
UNIDAD 3
Breve historia de los medios de comunicación en Argentina
A continuación nos encontramos con un relato que divide la historia de los medios en cuatro
grandes etapas:
- La primera, de los orígenes de los medios de comunicación que abarca desde las vísperas de
la Revolución de Mayo hasta la creación de los diarios La Prensa, La Nación y La Capital,
sesenta años después;
- la segunda etapa ocupa el siglo que se extiende entre la organización nacional de los años
ochenta en el siglo XIX hasta mediados de la década del setenta del siglo XX, es decir, desde
la emergencia del periodismo profesional hasta 1975;
- una tercera etapa cuyos rasgos más definidos se generan a partir de 1989 y que puede
reseñarse como multimedial, convergente, financierizada y de alta penetración de capital
externo;
- la cuarta, que se relaciona fuertemente con la anterior, que marca la sanción de la Ley de
Servicios de Comunicación Audiovisual.
Primer etapa
La transformación de una aldea en la ciudad de Buenos Aires como capital del Virreinato del
Río de la Plata fue el escenario del surgimiento del primer medio de comunicación impreso en la
región: el Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata, creado
en 1801. Sin que hubiera un mercado de lectores, sin apoyo económico sostenido, sin un público
alfabetizado que pudiese interactuar con el primer periódico impreso, la experiencia tuvo un año de
duración. En los años siguientes, previo a la Revolución de Mayo de 1810, se crearían decenas de
periódicos que irían lidiando inconvenientes similares a los que afrontó el Telégrafo Mercantil, de la
mano de la evolución de una sociedad cada vez más compleja y necesitada de información
económico-comercial, política y social.
La interrupción del vínculo con la corona española fue acompañado por la fundación de la
Gazeta de Buenos Aires por Mariano Moreno, el 7 de junio de 1810. La adopción de la Gazeta como
diario oficial por parte de la Primera Junta de Gobierno y la conmemoración del 7 de junio como día
del periodista son dos hechos que también refuerzan la necesidad de explorar la relación de
producción y distribución de información por un lado, y del vínculo entre política y economía con el
gobierno, por otro.
El período de disputas internas por la organización y por la constitución del país
independiente, incluidas las guerras civiles, estuvo atravesado por el funcionamiento de periódicos
de estilo fuertemente declamativo y argumentativo, protagonizado por los sucesivos gobiernos al
frente de las provincias (fundamentalmente, en la región central del país) y por sus opositores más
ilustrados. La subordinación de los periódicos a la política y a las disputas por la organización del
espacio de una Argentina independiente fue un signo de la etapa hasta el período de la organización
nacional de la década del 80. Los diarios eran dirigidos a nichos específicos de lectores, en una
sociedad en la que el analfabetismo era mayoritario y en la que el espacio público se hallaba en una
fase de conflictiva germinación. La censura explícita fue aplicada intermitentemente por varios
gobiernos desde los años veinte del siglo XIX, con el objeto de restringir ataques a la autoridad o a la
religión.
Una de las figuras emblemáticas del cambio de etapa, desde la prensa facciosa hacia un
mercado profesionalizado con el credo de la objetividad, fue Bartolomé Mitre. Cuando Mitre, luego
de concluir su mandato como presidente (1862-1868), decide fundar La Nación en 1870, lo hace con
la convicción de que sólo un diario le permitiría continuar interpelando a la sociedad política y a la
incipiente sociedad civil, a pesar de los compromisos económicos que suponía semejante inversión.
La sociedad de 1870 reclamaría una intervención diferente por parte de los diarios, respecto de la
que cultivaron hasta ese momento. Era una sociedad que se preparaba para una seria metamorfosis
producto de la extensión y estabilización de sus fronteras contra los pueblos originarios y a la
recepción de enormes contingentes de inmigrantes europeos, que sellaba –tras décadas de batallas-
el pacto de convivencia entre la ciudad capital y los estados provinciales.
El desplazamiento de la política de trinchera a la esfera de lo cultural y moral es el que
expresa el nacimiento de un periodismo crecientemente profesionalizado, ejercido por asalariados
de una clase media en formación, con residencia en grandes urbes, que incorpora nuevos lenguajes,
ideas renovadas, temáticas y secciones diferentes a la prensa para permitir su salto a escala
industrial de producción. El periodismo faccioso utilizado como arma de combate por la elite política
deja su lugar para una emergente ideología de la objetivación, de la asepsia informativa, que se
expandirá como el sentido común de los profesionales de la prensa desde fines del siglo XIX y que
contribuye a su masificación.
Segunda etapa
Un prolífico mercado de prensa es constituido en la segunda etapa por más de un centenar
de diarios editados en diversos idiomas en función de sus destinatarios, colectividades inmigrantes, y
revistas de variadas temáticas (políticas, económicas, culturales y populares), en un país en cuya
capital convivían más extranjeros que nativos. En 1913, es decir, un año después de la Ley Sáenz
Peña que reconocerá la universalidad del voto (masculino), Natalio Botana funda el diario Crítica,
que ejercerá, junto a La Prensa, una centralidad insoslayable en el sistema de producción y
distribución industrializado de ideas, informaciones y opiniones hasta el ascenso del peronismo,
cuando Clarín, creación de Roberto Noble en 1945, tomará el relevo. Calificado como periodismo
“amarillo” por su tratamiento de temas policiales y sucesos de interés general, Crítica no resignaba
la calidad de sus columnas sobre cultura ni el cuidado en la presentación del diario como producto.
La industria cultural consolidada con la prensa profesionalizada y con el oficio del periodista
promueve una cultura que cobra cierta autonomía respecto del programa de las elites
conservadoras y liberales y también en relación con el curriculum institucional de la escuela. La
industria gráfica se convierte al inicio del siglo XX en una competencia cierta en la construcción y
dirección del espacio público y de la opinión pública, de la que tanto las elites como las instituciones
tomarán nota en las décadas siguientes.
La tendencia al objetivismo como ideología profesional no debe confundirse con los fuertes
compromisos editoriales de grandes medios con decisiones políticas o económicas de la época.
Ejemplo de ello es cuando el diario Crítica vendió 483.000 ejemplares el 6 de septiembre de 1930,
cuando el golpe de Estado de José F. Uriburu derrocó a Hipólito Irigoyen. La tapa del diario está
integralmente dedicada al golpe, calificado de “Revolución!”, en mayúsculas impresas sobre una
ilustración de soldados marchando y civiles que acuden masivamente a respaldar a los golpistas.
Aparición de otros medios en la época…
En este contexto se incorpora el cine como actividad a partir del Centenario, si bien su época
de esplendor comenzaría en los años treinta. En 1920 nace la radio, de la mano de Enrique Susini y
los “locos de la azotea” (del Teatro Coliseo, desde donde transmitieron la primera audición el 27 de
agosto). Resulta trascendente la intervención del Estado en las vísperas de dicha emisión. El Estado
argentino demoraría en asumir un rol en el marco del nuevo medio de comunicación, y cuando lo
hizo, a partir de 1923, fue en base a la necesidad de evitar la superposición de frecuencias por parte
de los incipientes operadores. Las primeras regulaciones integrales sobre la radio permitieron su
financiamiento a través de la publicidad, bendijeron su utilización como un mecanismo de
entretenimiento y noticias, ordenaron el espacio de frecuencias para evitar solapamientos e
introdujeron la censura, que se haría explícita en la década del 30, a partir del Golpe de José Uriburu
y del Reglamento de 1933. La masificación de la radio, contemporánea a la consolidación de artistas
populares como Carlos Gardel, fue complementada por la diversificación de otras industrias
culturales.
La primera transmisión televisiva ocurrió el 17 de octubre de 1951, al cubrir el acto por el
“día de la lealtad” peronista y estuvo a cargo de un equipo liderado por Enrique Susini (el pionero de
la transmisión radial en el país) y por Jaime Yankelevich, ambos referentes de la radio en el país,
quienes realizaron el ensayo a pedido del gobierno de Juan Perón.
El Canal 7 se atuvo a una lógica comercial de funcionamiento, tercerizando buena parte de
su programación (algo que se reiteraría durante casi toda su existencia como línea de continuidad en
el canal estatal). Los subsidios del Estado para garantizar su actividad y su línea editorial siempre
vinculada al gobierno de turno sirvieron desde entonces como argumentos de dependencia
orgánica, funcional y política de la emisora con el Poder Ejecutivo.
La dictadura militar bajo la denominación de “Revolución Libertadora” (1995) decretó una
nueva ley de radiodifusión, que prohibía el funcionamiento en red para evitar la concentración de
grandes actores y controlar de esta manera el sistema de medios (que por la escasa presencia de la
televisión se trataba fundamentalmente el masivo sistema de radios). La nueva ley de medios
continuaba con la tradición de dependencia orgánica, funcional y política de la aplicación de la ley
del Poder Ejecutivo e impedía la presencia de capitales extranjeros en la titularidad de las emisoras.
La década del setenta se inicia con la herencia de un potente mercado cultural en la
Argentina. El llamado boom de la literatura latinoamericana de los años previos, además de la
consolidación de un espacio autóctono de circulación de distintos géneros musicales, acompaña una
tendencia de ensanchamiento de las fronteras de las industrias culturales en el país. En el caso de la
televisión y radio, también ellas son robustecidas gracias a la expansión del universo de lectores y a
la generalización del acceso a los receptores del audiovisual. La vitalidad de las industrias culturales
al iniciarse la década del 70 se correspondía a las condiciones de vida que experimentaban en
términos económicos varios ciclos de crecimiento, de la universalización de la escolaridad, de la
movilidad social ascendente basada en la construcción de capital cultural y de la alta capacidad
adquisitiva que en términos relativos con el resto de América Latina tenían los argentinos.
Tercer etapa
Esta etapa inicia en 1976, con la irrupción de la última dictadura militar. El sector de las
revistas (entre las políticas cabe destacar a Panorama, Somos, Confirmado, Primera Plana y Crisis)
iba a ser uno de los más afectados por el ciclo de censura que se reinstaura a partir de la ley 20840
de 1974, que preveía penas de dos a seis años de prisión “a quien divulgara, propagandizara o
difundiera noticias que alteren o supriman el orden institucional y la paz social de la Nación”.
La represión a distintas manifestaciones políticas y culturales de la vida pública que se
desplegó con fuerza inusitada desde el aparato del Estado a partir de 1974 marca una bisagra para el
diagnóstico sobre la evolución de los medios del resto de las industrias culturales en el país. La
combinación entre represión en el plano político, cultural e intelectual por un lado, y retracción
significativa de la capacidad adquisitiva de los trabajadores, que constituyen el mercado de las
audiencias de las industrias culturales por el otro lado, reestructuraron radicalmente el sistema de
medios y de actividades colindantes vigente hasta ese momento.
La retracción del consumo editorial (libros, diarios y revistas periódicas) fue paulatinamente
compensado por el aumento del consumo de radio y televisión, dos medios que se presumen de
acceso gratuito. Entre 1970 y 1980, dejaron de editarse más de 250 diarios, con el consecuente
horadamiento de la diversidad de versiones sobre la realidad que ello representa. El desplazamiento
del consumo de información y entretenimientos masivos de la gráfica al audiovisual facilitó el
control de los mensajes, al estar los medios audiovisuales gestionados por un Estado tomado por
asalto por las fuerzas militares. La teoría de la manipulación pretendió explicar el consenso
alcanzado por la dictadura en términos de “invasión cultural”.
A raíz de la organización del campeonato mundial de fútbol en la Argentina en 1978, la
Dictadura reconvirtió el viejo Canal 7 en “Argentina Televisora Color”, introduciendo la tecnología de
imágenes en color en la pantalla chica (que los argentinos recién pudieron recibir a partir de 1980 en
el mercado doméstico).
Hacia el fin de la Dictadura comenzó a generalizarse el uso de la frecuencia modulada (FM)
en radio que sería a partir de los 80 el refugio de nuevas estéticas y narrativas, fuertemente
juveniles; se consolidó la estructura magazine para la programación radial – con conductores que
siguen liderando, hoy en día, los ratings de audiencia en amplitud modulada-. Se estructuró el
mercado de la prensa escrita y se decretó la tercera Ley de Radiodifusión, en 1980. Calificada como
centralista, autoritaria y discriminatoria (Loreti, 1995), este decreto ley impedía el acceso de los
ciudadanos y organizaciones sin fines de lucro a la titularidad de las licencias audiovisuales. Esa ley
se complementaría al año siguiente con un plan, el PlanARA, que postulaba la privatización de los
canales y radios.
Desde la recuperación del sistema constitucional en diciembre de 1983, tras el colapso de la
Dictadura luego de la expedición guerrera de Malvinas (1982), cuatro procesos caracterizan al
sistema de medios de comunicación: primero, el destierro de la censura directa; segundo, la
concentración de la propiedad de las empresas en pocos pero grandes grupos; tercero, la
convergencia tecnológica (audiovisual, informática y telecomunicaciones); y por último, la
centralización geográfica de la producción de contenidos.
Aunque los soportes de comunicación se multiplicaron por la convergencia tecnológica
desde el fin de la dictadura militar, con el desarrollo de las radios FM, la masificación de la televisión
por cable, del acceso a Internet (si bien su impacto fundamental se registra en los grandes centros
urbanos), la propiedad de los medios de comunicación evidencia una concentración creciente
vigorizada además por un marco regulatorio recién modificado en sentido inclusivo en octubre de
2009.
En la práctica, el sistema constitucional recuperado en 1983 no allanó el camino para la
democratización del sistema de interpelación masiva de lo público, que es el conformado por los
medios de comunicación. Esta situación, que se agravaría con las modificaciones dispuestas a la
normativa a partir de 1989 (en la presidencia de Carlos Menem) para facilitar una mayor
concentración de la propiedad privada y una plena adscripción al lucro como lógica de
financiamiento de los medios, operó como inducción para el nacimiento de un fenómeno que se
extendería en toda la geografía argentina: el surgimiento de la radiodifusión de baja potencia que,
carente de autorización oficial, sería protagonizada por emisoras comunitarias o barriales que no
perseguirían la obtención de beneficios económicos.
En esta etapa inicia un proceso de concentración de capitales inéditos en la historia de los
medios de comunicación de la Argentina cuyos efectos más evidentes fueron la retracción de la
diversidad de fuentes, la tendencia a la uniformidad de la agenda informativa, la modernización
tecnológica en la organización de la producción, la precarización de los procesos de trabajo (con la
consecuente informalización y fragilidad de los contratos laborales) y la centralización geográfica de
la producción de contenidos (Becerra y Mastrini, 2009). Los grandes grupos de comunicación en el
país han explotado las singulares características de toda la región: ausencia de políticas estatales de
servicio público y falta de controles antimonopólicos, entre otros aspectos que distinguen la
tradición reglamentaria latinoamericana de la europea, por ejemplo.
Las tendencias citadas deben analizarse además a la luz de la identificación del carácter
multimedia y conglomeral de la concentración del sector en pocos grupos que predominan no ya en
una sola actividad (por ejemplo prensa escrita), sino en el cruce de sus propiedades en varias
actividades (industrias) en simultáneo. De este modo, uno de los principales operadores telefónicos
(Telefónica) detenta en el país la licencia de uno de los dos canales de televisión que domina tanto
en audiencia como en facturación publicitaria al mismo tiempo que el editor del principal periódico
(Clarín) controla más de la mitad de los abonos en el redituable mercado de televisión por cable,
entre otros diversos intereses. El predominio de estos grupos exhibe niveles que constituyen
barreras de entrada para competidores incluso en los casos en que éstos son fuertes operadores
comerciales.
En efecto, la política de maximización de los recursos económicos en los grupos de medios tiene en
los últimos veinte años su correlato en un estilo informativo carente de fuentes noticiosas variadas
(Becerra y López, 2009).
Cuarta etapa
Desde fines del siglo pasado, pero sobre todo a principios del corriente, comenzaron a
desarrollarse en nuestro país distintas discusiones alrededor de la necesidad de construir una
comunicación plural y democrática y, en concomitancia, una propuesta de ley unificada (Busso y
Jaimes, 2010, p.18) desde una perspectiva del Derecho a la Información. La normativa vigente en ese
momento era todavía la Ley 22.285 de Radiodifusión promulgada en 1980 por Jorge Rafael Videla,
presidente de facto durante gran parte de la dictadura cívico-militar conocida por el nombre de
Proceso de Reorganización Nacional. En el Art 45 de la versión original, la ley reconocía la legalidad
de las licencias otorgadas para radiodifusión únicamente a “sociedades comerciales” (Busso y
Jaimes, 2010, p.14), aspecto recién modificado en el año 2005, ya en el gobierno de Néstor Kirchner
(Presidente de la Nación por el Partido Justicialista desde 2003).
A lo largo de los casi 30 años de vigencia de esa ley, no existieron grandes transformaciones
legales respecto al estatus legal de los medios sin fines de lucro. Por el contrario, de la mano de
políticas de corte neoliberal se tendió a favorecer la concentración de los medios de comunicación
en la Argentina y hasta se flexibilizó su extranjerización. Las políticas de desregulación fueron
impulsadas, sobre todo, durante el gobierno de Carlos Saúl Menem entre 1989 y 1999. Ejemplo de
ello fue la Ley 23.696 de Reforma del Estado, mediante la cual se eliminaron las restricciones en el
límite de licencias de radio (por persona física o jurídica). El grupo Telefé de Telefónica y el Grupo
Clarín se convirtieron, de esta manera, en los primeros dos multimedios del país (Valdés, 2015,
p.114). En paralelo, se presenciaba una caída cada vez más abrupta de los medios de gestión estatal,
a los que se les reservaba un papel subsidiario (Segura, 2016, p.5) frente al predominio de una
“lógica comercial-financiera de operaciones de las actividades infocomunicacionales” (Becerra, 2011,
p.32). Por otro lado, las emisoras comunitarias de radio y TV, que comenzaron a surgir con mayor
auge desde mediados de la década de los ochenta, tuvieron grandes complicaciones.
En 1998 comenzaron a desarrollarse de manera regular las discusiones que desembocaron
en la creación de la Coalición por una Radiodifusión Democrática, integrada en principio por
trabajadores de la comunicación y representantes de sindicatos, universidades, organizaciones
sociales y de Derechos Humanos. Los “21 puntos por una Ley de Radiodifusión de la Democracia”,
lanzados en 2004 por la Coalición, planteaban “la radiodifusión como una forma de ejercer el
derecho a la información y la cultura”, así como también la diferenciación entre los prestadores de
servicios de radiodifusión en públicos, comerciales y comunitarios de organizaciones de la Sociedad
Civil sin fines de lucro, lo que daría forma a los famosos 33% de la Ley 26.522 (21 puntos básicos por
el Derecho a la Comunicación, 2004, p. 7). Estos debates se estaban dando, asimismo, en el ámbito
mundial. En 2007, por ejemplo, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en conjunto con otras
instituciones la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Comisión Africana de Derechos
Humanos y de los Pueblos (CADHP), lanzó la Declaración sobre la Diversidad en la Radiodifusión, en
la que declaraba, entre otras cosas, que
“La radiodifusión comunitaria debe estar expresamente reconocida en la ley como una
forma diferenciada de medios de comunicación, debe beneficiarse de procedimientos
equitativos y sencillos para la obtención de licencias, no debe tener que cumplir con
requisitos tecnológicos o de otra índole severos para la obtención de licencias, debe
beneficiarse de tarifas de concesionaria de licencia y debe tener acceso a publicidad” (OEA,
2007).
BIBLIOGRAFÍA