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3.

La Crítica Literaria

No basta con haber encontrado el texto original, primitivo, como antes decíamos.
El trabajo crítico debe llegar más lejos. Podríamos decir que es ahora cuando
comienza el trabajo a fondo: supone, en primer lugar, conocer la lengua original
(hebreo, griego), o al menos partir de unas traducciones fieles; el vocabulario, la
morfología y la sintaxis de la gramática griega y hebrea no son nada fáciles;
sobre todo porque se trata de lenguas muertas, muy distantes de nuestro modo
de hablar y a veces con palabras cuyo significado cultural es muy distinto al
nuestro, vgr. los vocablos conocer, expiar, redimir, alma, cuerpo, carne, sangre,
corazón, reino, misterio, etc.

El crítico no puede quedarse sólo en la gramática o la filología: debe estudiar


atentamente la historia de la formación del libro, tratar de fijar con la mayor
precisión posible las eventuales fuentes literarias que se han utilizado, etc.
Incluso dentro de un mismo libro puede haber capítulos o versículos que tal vez
tienen un modo distinto de hablar. Muchas veces hemos visto en nuestros propios
manuales de historia patria introducir, sin más, el himno nacional, después de
narrar la gesta independentista en lengua prosaico, y a nadie se le ocurre leer
dicho himno en la misma clave que el resto del manual de historia. Y así, por
ejemplo, leeremos de forma muy diversa el relato en prosa de la salida de Egipto
(Ex 14) y el himno litúrgico que viene a continuación (Ex 15); o el capítulo 4 de
los Jueces, narración en prosa, y el capítulo 5, que es un poema épico con figuras
literarias bellísimas que no podemos tomar al pie de la letra, y que encuentran
explicación en el relato anterior en prosa, vgr. cuando dice, hablando de una
tormenta:

"Desde sus órbitas pelearon las estrellas,


desde el cielo pelearon las estrellas
contra Sisara" (Juc 5,20).

Incluso cada uno de los libros de la Biblia puede tener un lugar dentro de la
ciencia literaria, lo mismo que los capítulos, trozos o pericopas. Por haberse
olvidado todo esto antiguamente se cayó en una serie de errores, que hoy un
biblista mediano sabe resolver. De todo esto se encarga la crítica literaria y, muy
en particular esa parte de la ciencia de la literatura que se llaman los géneros
literarios.

Los géneros literarios no son, como a veces se imaginan los críticos de los
biblistas, la varita mágica con la que resuelven las dificultades que surgen de la
Biblia, vgr. si hoy no se toma como historia real el hecho de la formación del
hombre del barro, o la de la mujer de una costilla, o la manzanita (que ni se
nombra) que se comieron nuestros primeros padres, no es simplemente por
caprichos de negar la historia o de dar la razón a los científicos evolucionistas,
sino porque en realidad se entiende que los once primeros capítulos del Génesis
no pueden leerse con los parámetros de nuestra historia moderna.
Los géneros literarios no son invención de los críticos literarios de la Biblia, sino
que están ahí, y ellos no hacen sino descubrirlos. De hecho la Biblia es un
conjunto de obras literarias y, como toda literatura, necesariamente no puede
escapar de escribir dentro de unos esquemas concretos, en poesía lírica, épica o
dramática, o en prosa narrativa, expositiva, jurídica, histórica, etc. Si la Biblia es
una de las literaturas existentes y no ha caído en paracaídas del cielo, debe
asemejarse a las formas humanas de escribir que, siempre, en absoluto, utilizan
los géneros literarios. Mientras no se pruebe lo contrario, habrá que admitir los
géneros literarios en la sagrada Escritura. El mismo C. Vaticano II ha canonizado
esta doctrina, que ya había expuesto antes el papa Pío XII, cuando dice y afirma
lo siguiente:

"Para descubrir la intención del autor, hay que tener en cuenta, entre otras
cosas, los géneros literarios. Pues la verdad se presenta y se enuncia de
modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o
poéticos, o en otros géneros literarios. El intérprete indagará lo que el autor
sagrado dice e intenta decir, según su tiempo y cultura, por medio de los
géneros literarios propios de su época. Para comprender exactamente lo
que el autor propone en sus escritos, hay que tener muy en cuenta el modo
de pensar, de expresarse, de narrar que se usaba en tiempo del escritor, y
también las expresiones que entonces más se usaban en la conversación
ordinaria" (DV 12b).

La tradición cristiana siempre ha admitido, aunque no en la misma extensión que


hoy día, la existencia de géneros literarios en la Biblia. ¿Qué son, si no, esa
especie de novelitas que llamamos parábolas con las que Jesús encandilaba a sus
oyentes? Y ¿quién ha llegado a ser tan ingenuo que las haya interpretado
material, geográfica e históricamente, en vez de captar su mensaje?

Tal vez sea más importante, antes de dar una noción aproximada del género lite-
rario, detenerse a analizar su nacimiento y evolución: un escritor cualquiera ante
un acontecimiento histórico de la visa social, vgr. la victoria en una batalla, el
casamiento de un príncipe, el nacimiento de un héroe, la celebración de una
fiesta, la situación alegre o trágica de una persona, la promulgación de una ley,
etc., escribe sobre ese argumento o tema de una forma extraordinariamente viva
y original; ha iniciado un género literario; cuando otro escritor, no tal genial, ante
un acontecimiento parecido, imite al escritor anterior, así otro escritor y otro...,
se ha formado un género literario: la repetición de un mismo argumento, o tema,
escrito con una misma estructura (o esquema interno) y con unas mismas
fórmulas literarias externas, de comparaciones, símbolos, paradojas, palabras,
etc., nos define un género literario; cuando llegue un nuevo escritor, poeta,
historiador, jurista, y sea capaz de iniciar con originalidad una nueva estructura y
unas nuevas formas para expresar la misma temática, habrá creado otro nuevo
género literario.
El crítico literario, conoce estos diversos géneros partiendo del análisis compa-
rativo de los textos. Entonces el investigador los va clasificando por argumentos:
poemas de lamentación (pública o privada), himnos, canciones épicas, historia,
filosofía o teología de la historia, ensayos filosóficos, parábolas, leyes (apodícticas
o casuísticas), cantos de amor, etc... Se ha dicho muchas veces que la Biblia es
como una biblioteca que tiene sus estanterías y anaqueles. Ningún bibliotecario
que organice bien sus libros por materias, colocaría juntos, so pena de equivocar
a sus lectores, el cantar épico de "El mío Cid", "La Araucana" o "La Jerusalén
libertada", junto a los historiadores de Indias o en la estantería del Derecho
Internacional... El trabajo del exégeta se parece en esto al del bibliotecario. No
consiste en retirar los libros de la biblioteca, sino en clasificarlos ordenadamente
en su sitio propio. Porque cuando tomamos un género literario por otro,
desenfocamos la lectura del texto: no comprenderemos nada, no era esa la
intención del autor. Terminaremos, en esos casos, tan engañados como el chilla-
do Don Quijote que, por tomar como historia lo que no era más que novela,
confundió los molinos de viento con gigantes de carne y hueso...

Ha habido lectores ingenuos que han llegado a identificar el género literario con la
negación de la historia. Se comprende, después de lo dicho, que esto no deja de
ser sino un disparate: son dos cosas distintas aunque pueden ir unidas o
separadas; porque género literario es la novela, la parábola, y no son historia,
pero también es género literario la historia, la teología de la historia, etc.

Lo que sucede es que dentro de lo que nosotros llamamos "historia" entran una
serie de géneros literarios en los cuales el aspecto histórico cobra mayor o menor
relieve, e incluso de histórico en algunos casos no tiene más que las apariencias,
vgr.

— No es lo mismo la filosofía de la historia que la auténtica historia, y nadie toma


al pie de la letra, sino como un ensayo sobre las "causas", efectos y consecuen -
cias de los acontecimientos históricos (reales), la obra de san Agustín, La Ciudad
de Dios. Pues bien, la filosofía, o mejor, la teología de la historia (Dios como
causa de los acontecimientos) abundó en Israel. El libro de las Crónicas, por
ejemplo, se comprende mejor leído en esta clave.

— En otras ocasiones, tan sólo bajo una apariencia histórica, se nos muestra en
forma de narración lo que en realidad no es más que un ensayo teológico sobre
cuestiones vitales, vgr. el libro de Job, Joñas, Tobías... Incluso puede suceder que
bajo la apariencia de un suceso nacional o personal, que probablemente no ha
existido, se pretende educar a los lectores y mostrarles el camino de la ley divina;
es el género bíblico llamado midrash, una especie de exégesis homilética o
comentario dedicado a la formación espiritual o jurídica de los lectores, vgr. el
libro de Ester, Judit y algunos trozos de los Evangelios de la infancia de Jesús.

— Y hay géneros más ligados a lo que nosotros llamaríamos historia, aun cuando
estén narrados con elementos hiperbólicos, épicos y teológicos para resaltar más
el significado religioso de los mismos acontecimientos, vgr. gran parte del
Pentateuco, Samuel, Reyes, Macabeos, Evangelios y Hechos de los Apóstoles.

A todo esto hay que añadir algo muy importante: una narración no pierde nada
de su valor religioso por ser ficticia. Existen otros valores, a veces superiores a
los históricos. Entonces, dicen algunos, ¿qué queda, si no queda la verdad
histórica? Pues queda absolutamente todo menos el valor histórico, queda el
mensaje religioso, dogmático o moral, que prescinde del espacio y el tiempo,
para cobrar una amplitud más transcendental. Por eso alguien dijo de la parábola
y la novela que son la metafísica de la historia. Dígase, por ejemplo, ¿qué tiene
mayor mensaje: la parábola del hijo pródigo o el perdón histórico concedido a
David? (cfLc 15,11-32; 2S 12,13-14), ¿la bondad generosa del propietario de la
parábola de los obreros asalariados de la viña o la justificación por la fe, y no por
las obras, de que habla san Pablo? (cf Mt 20,15; Rom y Gal).

Y una nota más que hay que subrayar al tratar la temática de los géneros litera -
rios en la Biblia: evitar todo extremo, negar toda historicidad o negar toda ficción
histórica. Sabemos hoy día, y se puede confirmar por la arqueología, que el
pueblo de Israel aventajó a todos sus pueblos vecinos por la importancia que dio
a la historia, ya que en ella veía el dedo de Dios. Pero esto no quiere decir que
siempre haya pretendido narrar historia. Cada caso debería plantearse por
separado. Depende del objetivo de cada escritor y del género que quiso utilizar. Y
no parece cierto lo que algunos dicen: que si la narración es histórica y los
personajes de carne y hueso, se consigue mejor el fin pretendido. Las parábolas,
por ejemplo, con que Natán (cf2S 12) y la astuta mujer de Técoa (cf2S 14)
envuelven al rey David, muestran hasta qué punto una narración ficticia produce
los efectos pretendidos, precisamente porque se utilizó una narración ficticia. ¡Por
algo Jesús hablaba comúnmente en parábolas!

También, para mejor comprender la literatura bíblica, conviene tener presente el


ambiente literario de los pueblos vecinos. Al estudiar la geografía y la historia
subrayábamos cómo el pueblo hebreo estuvo siempre en la encrucijada de otros
pueblos; una vez fue Egipto, otras Mesopotamia, otras Edóm, Moab, Siria, Grecia
o Roma... los que establecieron relaciones políticas, bélicas, culturales o religiosas
con el pueblo de Israel. Al ser la Biblia una obra escrita por hombre concretos, no
es extraño que, en ocasiones, sus autores imitaran las formas literarias de otras
culturas. El hecho de que la Escritura nos muestre un mensaje más profundo,
interior, y sublime, no quita que haya podido imitar la forma de ponerlo por
escrito. Por eso hoy día se da un gran valor a la literatura comparada de la Biblia
y a la de los pueblos vecinos, sea al narrar la historia, o al redactar leyes, o al
exponer la sabiduría de Israel, etc. Se podrían citar muchos ejemplos de
semejanzas profundas, vgr. entre el Código de Hammurabí, el Código Hitita y la
legislación mosaica.

Cabría añadir otros muchos aspectos que hoy día están relacionados con la crítica
literaria de la Biblia, vgr. la crítica de las diversas tradiciones, orales o escritas,
que han servido de fuente al texto canónico, o la crítica de la redacción final, que
implican también las hoy llamadas lecturas "diacrónicas" o "sincrónicas" de un
texto, que están muy unidas a la crítica histórica de que hablaremos
inmediatamente... Pero lo dejamos para los especialistas. Baste con lo dicho para
el lector que se inicia en la lectura bíblica. Los lectores que utilizan las Biblias
editadas por católicos tienen la ventaja de que, sin predeterminar demasiado al
lector, en las Introducciones y Notas al pie de página, suelen orientarles para
leer, en clave correcta literaria, los diversos libros, capítulos, y perícopas de la
Biblia.

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